Aunque los años y la experiencia deberían hacernos más comprensible el mundo y más pasaderos a los humanos, la verdad suele ser la contraria. Cuanto más años vivimos más extraña se nos hace la vida de esos animales dotados de lenguaje. En particular, los animales dotados de lenguaje que ocupan cargos públicos.
El presidente de Georgia se levanta un día muy amostazado con su provincia de Osetia del Sur, paraje que se empeña en amargarle los desayunos berreando canciones de encendido amor hacia Rusia. El presidente odia a Rusia, de modo que, harto de tanta chirigota, no se le ocurre mejor cosa que bombardear a los camorristas. De inmediato la Rusia de los sicarios, los gángsteres y las mafias más desalmadas del planeta, le devuelve la castaña y lo deja para el arrastre. Era bonito de ver por TV cómo las homéricas tropas del formidable presidente de Georgia huían espantadas al grito de: "¡Qué vienen los rusos!" Pero, ¿a quién creía ese señor que estaba desafiando con su espada de palo? ¿Tan estúpido es el presidente de Georgia? ¿Ni siquiera ha visto películas del Oeste? Si uno encañona a ciento diez pistoleros cuando está solo en el Salón tiene muchas posibilidades de no leer el periódico que informará sobre el tiroteo.
Que un país como Georgia goce de un presidente notablemente lelo puede parecer algo que sucede en zonas del planeta alejadas de la civilización y de los precios de Telefónica, pero no es así. Pareja estupidez desató la guerra de Irak, aunque fuera a la inversa. En aquella notable ocasión vimos cómo ciento diez pistoleros armados con misiles se cargaron a un cuatrero que sólo contaba con un rebaño de camellos. Aquellos cerebros ignoraban que los camellos eran suicidas cargados de dinamita hasta la joroba.
Los presidentes son cada vez más beocios e ignoran asuntos elementales que los bachilleres de hace cincuenta años se sabían de memoria. Bien es verdad que aquellos niños habían leído libros, ni que fuera por obligación. Los presidentes actuales, o no han leído ninguno, o el que han leído es de Suso de Toro.
Artículo publicado en: El Periódico, 16 de agosto de 2008.

Ya lo contaba Kubrick en la versión fílmica de La naranja mecánica, donde al caer en manos de la ley el pobre Alex (Malcolm McDowell) recibe sobredosis de Beethoven que terminan conviertiendo la música del excelso alemán en una ordalía sin fin. El principio de la repetición es tan independiente de la calidad y dirección de la música, que hasta vocales opositores a la América republicana -como Springsteen, como Rage Against the Machine- pueden ser utilizados como arma en manos de aquellos a quienes detestan.




llegarnos a través de la literatura a pesar de las excelentes obras literarias que han recogido el tema, sino a través de la música, de la para mí mejor ópera de Mozart, y a través del maravilloso libreto que realizó el guionista habitual de las obras italianas de Mozart, Lorenzo Daponte. Cuando me acerco al Don Giovanni de Mozart recuerdo una representación que vi dirigida por Carlo Giulini en la Scala de Milán en el año de 1993; pero sobre todo me acuerdo de una película de Joseph Losey que desgraciadamente es proyectada muchísimo menos de lo que me gustaría. Es una película sobre Don Giovanni con un extraordinario Don Giovanni, Rugero Raimondi, el cual, a mi modo de ver, sintetiza como pocos todo lo que han sido las distintas pulsiones del Don Juan histórico. Te lleva hasta el último límite del reto de Don Juan. El carácter seductor, destructivo, y autodestructivo de Don Giovanni queda puesto de manifiesto a través de su actuación y sobre todo a través de su maravillosa voz. En este Don Giovanni filmado por Losey además hay un juego dialéctico entre Don Giovanni y su escudero Leporello auténticamente maravilloso, a través del cual los propios contrastes de la personalidad de Don Juan se ponen más en evidencia que nunca. Por tanto en mi opinión Losey recoge como si fuera el mejor de los directores de ópera su película la representación de Don Giovanni, y Mozart es para mí quien ha sabido captar con mayor precisión los vuelos y caídas de ese personaje arquetípico de la cultura europea.




