Eran razonablemente guapas, con tono pijo de terraza del norte de Madrid. Bastante habladoras, bastante jóvenes y bastante banales en su charla. No quería prestar atención, estaba terminando mi último Auster, Un hombre en la oscuridad y no se merecía esa escritura la dispersión en banalidades, aunque fueran más o menos guapas, más o menos jóvenes. Pero escuché, no lo pude evitar.
Era la tarde del mismo día en que recordé nuestro ser jovencitos, tiempos de creer en el Che, de creer en aquellas cosas que cambiarían el mundo. Un poco antes de creer en otras que cambiarían la vida. Mucho antes de dejar de creer en el Che, de dejar de creer en general. No queríamos ser pijos, no queríamos ser banales aunque nunca nos dimos cuenta de que fuimos ingenuos.
Así me parecieron al principio, dos ingenuas. Un poco pijas, pero ingenuas. Estaban descubriendo que habían crecido, que habían madurado tanto que hasta les estaba "empezando a gustar los estudios" (sic). Cosas de los tiempos, yo nunca creí en los estudios hasta que dejé de estudiar. Ahora me gustaría ser un perpetuo estudiante.
Se iban y terminaron por hundirme en la decepción. Estaban hablando de sus "puestas de largo". De que no había porqué esperar a los 18, que también a los 16 se podía hacer. Y de que sus padres estaban encantados con la idea. No hay duda de que los tiempos estaban cambiando. No recuerdo, salvo excepciones muy graciosas y casi extravagantes, de chicas que me gustaran que se "pusieran de largo".
Pensé dos cosas: que estaba muy mal relacionado con el pijerío y que los padres de esas chicas -seguro que unos tipos algo más jóvenes que yo- debían ser tan raros, tan raros, como le deberían ser Aznar y su pandilla en la universidad. Seremos del mismo país. Pero está claro que somos de otro mundo. Hay mundos que no me importa perderme, incluso haberme perdido y seguir perdiéndolo en el futuro.
¿Esas chicas irán a ver El Che? Es posible. Lo que no las imagino es viendo Los girasoles ciegos. Ojalá se equivoquen y se cuelen en esa historia española dónde nunca el personaje de Maribel Verdú, ni los de su familia, se les ocurrió pensar en la fiesta de "puesta de largo". Soy un clásico, pero al menos no olvido el rencor. Un poco de rencor y muy poco interés. Prometo no escuchar conversaciones ajenas.
¿Puedo prometer y prometo?

Siento decir que después de haber sido arrastrada al cine por los comentarios que hablan maravillas de El caballero oscuro (secuela de Batman begins) y de gastarme mi buen dinero en una butaca VIP me he aburrido como una ostra. Película de acción que pretende tener trasfondo ideológico de corte democrático y poco más. Los primeros planos, impactantes aunque corrientes. Pero como no quiero ser una amargada no perdí la ilusión, esperaba ver la gloriosa actuación de Heath Ledger haciendo de Joker. He de decir que nunca me ha vuelto loca este personaje, es un malo demasiado amargo, y de entrada las caras de payaso y las caretas me resultan antipáticas, no las entiendo. Pero bueno, la actuación del malogrado Heath Ledger es la actuación del malogrado Heath Ledger. Buena actuación sin duda, pero que me ha dejado fría. Toda esa desesperada energía podría haberla utilizado Ledger en un papel con más chicha en cuanto a guión. Todo el arte, la enloquecida desenvoltura que emplea al pasarse la mano por el pelo grasiento y coger el arma inesperadamente, de perfil, y apretar el gatillo al mismo tiempo que la empuña podría haber dado más de sí en una peli de Tarantino.







Es un buen actor. Un tipo de duro atractivo, de canalla encantador que da mucho juego. Es raro que estando en la cumbre, en esas alturas de los mitos que vienen de Hollywood, mantenga una cercanía tan fácil. Está a punto de estrenar El Che, es decir está a punto de ser la imagen que nos represente a esa otra imagen de uno de los mayores iconos del siglo XX, Ernesto Guevara.
(Resulta paradigmático que mientras el hombre llegaba a la luna, la máquina de escribir seguía siendo básicamente la misma que el viejo Cristopher Latham Shole inventara en 1868...) Así, el mercado del libro parece haberse movido en estas últimas décadas con una lentitud de carretera comarcal, mientras que en otros ámbitos comerciales y sociales todo parecía transformarse gracias a un vertiginoso ancho de banda. Internet estaba allí, pero los editores, agentes, los libreros y los propios escritores no sabían muy bien qué hacer con ella... excepto enviar y recibir de vez en cuando manuscritos por correo electrónico. Se sospechaba que había un mercado editorial importante en la Red de redes, pero no se atisbaba exactamente cómo sacarle partido.