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Galería de espectros: la Medusa

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he vislumbrado el espectro monstruoso de la Medusa.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres a alguna representación en particular?

R.A.: Me refiero fundamentalmente a una representación de la medusa atribuida a Leonardo Da Vinci, aunque nunca ha habido ninguna seguridad respecto a ella, aunque es cierto que es muy elocuente la brutal continuidad que ha tenido la representación de la Medusa desde los tiempos antiguos hasta las representaciones llevadas a cabo por la pintura surrealista. Es un mito monstruoso de una atracción de un magnetismo casi insuperable porque representa como ninguno la confluencia de lo monstruoso y de lo bello. Esta mujer monstruosa, una de las Gorgonas, que tiene por cabellera revoltijos de serpientes, y que tiene fundamentalmente una mirada de una belleza enloquecida y enloquecedora que petrificaba a los hombres, es algo que ha venido seduciendo a las sucesivas generaciones de artistas. Hasta el punto diría que es una de las máximas inspiraciones del arte occidental de todos los tiempos. A mí me gusta pensar en esa imagen de mujer cuya belleza causa la devastación y la destrucción, que sería la patrona de todas las femmes fatales de la historia, y que tiene esa capacidad de petrificar de manera que para enfrentarse a ella sólo es posible, como lo hizo Perseo, degollándola. Pero incluso así el mito de la Medusa va más allá. Y después de su propia muerte, en la cual su vida atormentada parece acabarse, deja un rastro de belleza al convertirse sus cabellos en el coral. Una de las derivaciones del mito hace nacer el coral de los propios cabellos de la cabeza de la medusa, una vez ha sido cortada por Perseo. Evidentemente hay algo de culminación en esa historia, en la estatua que hay en Florencia de Benvenuto Cellini, con Perseo levantando la cabeza de la Medusa.

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22 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / XV

XV. Operativo Gillette.

Un motel no es lugar para estar solo. Hay demasiado tiempo para pensar. Se oyen ruidos extraños de personas extrañas, ni siquiera el espejo le devuelve al usuario un rostro familiar. Segismundo Andersón al fin se desprendió de la barba de nueve días que le daba una pinta especialmente patibularia, sólo para advertir que su aspecto no había mejorado gran cosa. Seguía dándose miedo, no se reconocía en esos ojos hondos de facineroso. No por nada, pensó, Fidel no se rasura.

     No lo había hecho mal, aunque igual conservaba la esperanza de olvidarlo. Fue un trabajo mecánico, al final. Apenas consiguió deshacerse de la totalidad de los paquetes negros, había vuelto al motel Pirámides como a un claustro materno redentor. Se bañó, se metió en el jacuzzi y se quedó dormido. Poco menos de quince minutos después, despertó entre berridos de una pesadilla. Se había visto allí, dentro de ese jacuzzi, flotando junto a las cabezas de los escoltas. Llevaba ya tres días sin dormir, pero acababa de espantársele el sueño. Fue entonces que tomó la decisión de rasurarse.

     -¿Quién es? -grita estúpidamente cuando ve que a la puerta del cuarto le da por abrirse. Está completamente indefenso, con la toalla del baño amarrada a la cintura.

     -¿Me has extrañado, Tigre? -no es realmente una voz que lo tranquilice, pero entre tantas peores imaginables Segismundo la siente como un regalo de la Providencia.

     -Tengo miedo. No estoy nada seguro de que sirva para esto.

     -Todos decimos eso cuando venimos de enterrar al primer muertito. Dos, en tu caso, Tigre. Como quien dice, ya estás en el ajo -la Corleonetta viene vestida de piel negra, como empeñada en ser la que se cuenta que es.

     -Dime, ¿tú sabes dónde están las cabezas?

     -Voy a darte un consejo, mi amor: date de santos con saber que la tuya sigue en su lugar. ¿Ya captas la teoría o necesitas más ilustraciones?

     -¿Sabes qué es lo único que me tranquiliza de este cuento? -ahora Segismundo se pone sarcástico, cual si haberse deshecho de dos fiambres lo hiciera ya acreedor de un distinto respeto -Que no puede ser cierto. No hay un plan, ni una fecha, ni un lugar. ¿Me tienen encerrado en un motel de la colonia del Valle por si se diera el caso de que Fidel Castro se apareciera en Plaza Universidad? ¿Qué quieren que haga, pues? Ya dije que no quería mis regalías, ni tampoco sus dólares. Quiero volver a ser el Mister Nobody que felizmente fui hasta...

     -¿Hasta que te topaste conmigo, ingratote?

     -Contigo no.

     -Déjame que adivine. ¡Con mi papá!

     -Tampoco he dicho eso.

     -No lo has dicho porque eres una rata cobarde, pero bien que lo piensas -ahora enciende un puro, y enseguida hace un gesto de resignación-. Te entiendo, sin embargo. No creas que eres el primer subalterno que le teme al ascenso social. ¿Sabes por qué me gustan los hombres como tú? Por todo lo que no se atreven a ser. Según yo, tú no tienes las bolas suficientes para hacer lo que mi papá y sus socios esperan que hagas, pero ya va a ser hora de que nos enteremos.

     -¿Va a ser hora de qué?

     -Morazán va a llamarte, él sabe cómo está lo del operativo. Yo solamente soy una humilde cheerleader.

     -¿O sea que sí hay plan?

     -Yo diría que es más bien un libreto. Si fuera la guionista, las pasaría negras para salvarte. Afortunadamente estoy entre el público. Por eso no me creo que de aquí a quince días vas a seguir vivito. Lo que sí pienso es que a veces mi padre subestima sus dotes de guionista. Aunque quién sabe. Según él, no hay negocio más grande que apostarle a los imposibles. Que es lo que yo hago, claro, con gente como tú. ¿Sabes quién te creería que pasaste una noche conmigo en el motel Pirámides? Los mismos que podrían imaginarte detonando una bomba debajo de la cama de Fidel Castro. Nadie lo cree. Ni tú, que vas a hacerlo. Según mi padre, esa es la garantía de que una cosa así puede llegar a hacerse.

     -Entonces tú no crees que podría hacerla yo...

     -Lo que en realidad creo que puedes hacer, y deberías, es bajarle la falda a tu cheerleader. Antes que se convierta en plañidera.

Lunes en FLOR DE LOTTO. El caso de la causa fantasmal.

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22 de agosto de 2008
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Con las manos en la masa

El otro día veía en televisión como una cocinera rellenaba unos huevos con una manga pastelera y para ayudarse ponía un dedo en el huevo en lugar de coger una cucharilla. /upload/fotos/blogs_entradas/el_chef_britnico_jamie_oliver_med.jpgInmediatamente pensé que a mí no me apetecía comerme ese huevo tocado por ese dedo. Eso de que hay que tocar la materia prima a trote y moche es algo que se han inventado los cocineros de ahora para hacerse la vida más fácil. El colmo es el tal Jamie Oliver, ese cocinero inglés de tanto éxito, que anima que aliñemos la ensalada con las manos porque esas cremas  que se inventa se impregnan mejor en las hojas de lechuga. Por cierto los cocineros de los programas de la tele te repiten cincuenta mil veces lo rico que está lo que están guisando, como no lo podemos probar.

No olvidemos que por sofisticado que sea un plato es algo que nos vamos a llevar a la boca, que va a ir a para al estómago y que se va a repartir por nuestro organismo.

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22 de agosto de 2008
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La tristeza, y después

Nos llegó como llegan las malas noticias, como llegan las buenas, nos llegó ausente y desarmado frente a las desgracias. Como tantas veces estamos, también desprevenidos, ante las buenas noticias. Aumentaban los muertos, las malas noticias, lo que no tiene explicación, aunque la termine por tener. La desgracia y la suerte. La tristeza. Y después, otra vez la vida. La vida de los que no fuimos aquellos viajeros. Hemos pasado cientos de horas de nuestra vida en los aviones, volveremos a volar como volveremos a sufrir, como volveremos a sonreír./upload/fotos/blogs_entradas/paul_valry_cuadernos_med.jpg

Estoy leyendo a Paul Valéry, en sus "Cuadernos" me encuentro un pequeño poema abstracto, uno de esos que nos recuerdan que la tristeza es más interior que la alegría. Y que, sin embargo, tenemos que seguir buscando la risa. Algo parecido a la alegría por estar vivos.

 

"Amarga como sabes serlo- oh Vida

¡Amarga y dulce como sabes serlo!

Amarga y dulce y grave como sabes serlo, oh vida

Amarga y dulce y grave y leve y larga y breve como sabes serlo,

oh vida.

Así como tan sólo las lágrimas saben juzgar, compensar, pagar

tus momentos hermosos

Hay tan sólo una risa que consigue responder con acierto a tus males."

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21 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / XIV

XIV. Cárgalos a mi cuenta. 

Otra que no fuera ella tendría un gato, pero la Corleonetta desconfía tanto de los felinos como de quienes habitan con ellos. No alcanza a comprender cómo la gente no los encierra en jaulas. Los encuentra insolentes, renegados, huraños, arrogantes. Creen que se mandan solos, como tantos idiotas que han creído tenerla en sus manos. Desde niña, la Corleonetta desmostró cierta vocación de alcaide. Le gustaba meter insectos en frascos. Primero catarinas, hormigas y cochinillas; luego arañas, abejas, escorpiones. No era que pretendiera propiamente estudiarlos, sino sólo el deleite de saberse la dueña de sus destinos, y a ratos la supervisora de sus movimientos. Inventaba castigos, ensayaba torturas, improvisaba juicios y a veces, por supremo capricho, le concedía a alguno la libertad. Hoy, incluso, se ufana de haber liberado a decenas de arañas y alacranes en las mochilas de sus compañeras. Más que un chiste pesado, una breve demostración de control.

     Cuando se lo preguntan y se siente de humor para responder, la Corleonetta afirma que nada le atrae tanto en un hombre como su cabeza. Lo cual ha envanecido a más de uno entre los roedores con complejo de hombre que han llegado a gozar de sus muy relativos favores. Ninguno se detuvo a calcular que una mujer sólo puede mirar la cabeza de un hombre en todo su esplendor cuando ésta permanece estrictamente gacha. Que otras les vean la cara y soporten sus gestos de suficiencia, la Corleonetta está más que contenta con poder contemplarles la coronilla. Mirarlos de la misma forma que de niña observaba la jaula de sus hamsters. Cerrarles puertas, ponerles trampas, quitarles la comida, orillarlos a casi devorarse entre sí. Verlos correr adentro de una rueda que no va a ningún lado. Llevar la jaula al sol o a la sombra sólo para observar su reacción espontánea, igual que un dios impune y caprichoso.

     Tiene la Corleonetta en bajo aprecio a los hombres. Sabe cómo enfrentarlos para que se detesten, y llegado el momento se entrematen. No ha olvidado a aquel hamster que una mañana amaneció comiéndose a su compañera de jaula. Le horrorizó primero, pero tiempo después le causó cierta gracia, no bien el animal se almorzó a su segunda cónyuge. Aprendió así la pequeña Apollonia que ejercer el control es obligarse a vivir más allá de la piedad. Asumirse una suerte de emperatriz de los destinos ajenos, dar a sus veleidades el rango de catástrofes naturales. Emplear crédito kármico sin límite. Asignar a los hombres jerarquía de hamsters.

     Mira uno al primer muerto y se le quita el hambre. Hay quienes nunca logran olvidarlo. ¿Pero qué tal el décimo? La Corleonetta observa las fotografías de Segismundo Andersón llegando a las lagunas de Zempoala con la cajuela llena de paquetes negros. Rentando una canoa. Yendo y viniendo de la tarde a la noche, sin deshacerse más que de un paquete. Luego tomando el rumbo a Tequesquitengo, y de ahí hasta Acapulco. Se ha reído con ganas. Como si lo mirara corriendo a solas dentro de una rueda. Y lo más divertido es no saber al fin qué le va a suceder. Puede que se le ocurra mañana en la mañana, o la semana entrante, o nunca. Puede que solamente lo mire desde lejos entrar al matadero, como un animalito desorientado, y no le dé la gana prevenirlo.

     (Cierta vez, con nueve años, la pequeña Apollonia vio al mozo de la casa llegar con el pavo que horas más tarde estelarizaría la cena de Navidad. Entusiasmada por esa noticia, se pasó la mañana juzgando y sentenciando a muerte al guajolote. Cuando llegó su padre, asumió que su hijita se había compadecido del animal y querría adoptarlo como mascota. Total, podían comprar un pavo ahumado. La niña, sin embargo, insistió en que se ejecutara la sentencia. De entonces hasta ahora, no hay cadáver capaz de arrebatarle un gramo de apetito.)

     El juego es orillar al roedor a hacer lo que jamás pensó que haría. Enseñarle que un muerto no es mucho más que una cáscara seca. Rodearlo, confundirlo, emboscarlo. Ponerle un explosivo entre las manos y sentarse a observarlo volar en trocitos. Cosas que no es posible hacer con un gato, y ni siquiera con un roedor. Pero qué tal con un sacaborrachos.

Mañana en FLOR DE LOTTO: XV. Operativo Gillette.

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21 de agosto de 2008
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Ángeles y monstruos

Rafael Argullol: Entonces no es que no haya monstruos en la Biblia, sino que están más aletargados.
Delfín Agudelo: ¿Podríamos, entonces, tomando personajes literarios, hablar del William Blake, diablo como un monstruo?
R.A.: El diablo es un monstruo como un ángel. Un ángel también es un monstruo. Quizás nuestros dos monstruos favoritos son el ángel, que representa nuestra ansia de espiritualidad, y en el diablo, en el cual vertimos nuestras bajas pasiones y pensamientos ocultos. Pero probablemente todos los monstruos que nosotros encontramos en las distintas mitologías, incluso los que encontramos en toda nuestra larguísima tradición literaria, sean mezclas a distintas dosis del ángel y del diablo. Es decir, el hombre se refleja en mil espejos, en un extremo está el ángel, en otro extremo está el diablo, y en las iridiscencias que se dan en la mezcla de espejos tenemos un monstruario, en el cual se van identificando distintos aspectos del propio ser humano. Nuestra necesidad de lo monstruoso es tan grande, que si en algún momento determinado no logramos tener un monstruo a nuestro alcance, lo inventamos de inmediato. A ese respecto hay una historia interesante que aún padecen  muchos de los museos de historia de occidente, sobre todo los que se fundaron a medidaso del siglo XIX. Sucedió que en oriente, en los mares del sur, en los puertos de Macao, Singapur, etc., con la difusión del evolucionismo o darwinismo, los comerciantes chinos se dieron cuenta de la atracción que tenían los occidentales -británicos y americanos- por los distintos animales monstruosos, reales o inventados, que pudieran encontrarse en oriente. A partir de aquí empezaron a fabricar monstruos mezclando distintos animales que vendían luego a los occidentales como si fueran distintos eslabones en la cadena de la evolución. Todos estos monstruos, muchos de ellos inventados, fueron a parar a los museos, porque evidentemente el gabinete de monstruos suscitaba tal imaginación en los públicos  de la época que lo que aún nosotros tenemos contenido en nuestras televisiones entonces se contenía en las ferias y en los museos. El museo de historia natural de Londres o de Nueva York, que son una auténtica maravilla, no reclamaba solamente la atención de los estudiosos. A finales del siglo XIX también la atención de miles de personas que iban a ver esos monstruos que no podían ver en las calles de su ciudad. Evidentemente en nuestros días tenemos otros escenarios en los que se nos muestran tales monstruos.

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21 de agosto de 2008
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La desgracia de ser invisible

El personaje que aparece de noche en la fonda no es otro que Jack Griffin, el científico que ha logrado descubrir el procedimiento para lograr la invisibilidad, y lo ha aplicado a sí mismo. Ha descubierto que si el índice refractivo de una persona es reducido a la exacta  proporción que tiene el del aire, y por tanto su cuerpo no absorbe ni refleja la luz, entonces esa persona se volverá invisible a los ojos de los demás.

¿Qué es lo que han logrado los científicos de la Universidad de Berkeley? Que en torno del objeto, o de la persona,  no se creen ni reflexiones ni sombras, por medio de la capa de metamaterial, capaz de desviar la luz. Es decir, lo mismo que Griffin. Y no me cabe duda de que el doctor Xiang Zhang, y los miembros de su equipo científico, son devotos lectores de H.G. Wells, en el que han encontrado su fuente de inspiración imaginativa, porque la ciencia necesita de imaginación.

Lo único malo es que el pobre Griffin no goza de ninguna de las ventajas de su invento, ni puede darle uso militares, ni siquiera convertirse en voyeur para contemplar a mansalva mujeres desnudas en sus alcobas, ni para entrar en la cámara blindada de los tesoros de la reina Victoria y hacerse con todas las joyas de la corona. Le ocurre que tras experimentar con un gato, para no responder por la desaparición del animalito ante su dueña, se vuelve invisible él mismo, lo que se convierte más bien en una fuente de continuas desgracias, miseria, persecución, y desesperación, hasta la locura, porque ya no puede regresar a su estado original.

Pero sino no ha leído la novela, háganlo. Antes de que nos volvamos invisibles todos.

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21 de agosto de 2008
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Honrados nihilistas (2)

El arte está hoy casi exclusivamente en las  manos de los eruditos, es decir, de aquellos que son capaces de establecer lazos de signo a signo, signo-obra que remite a otro signo-obra; lazos estrictamente sintácticos, tras los que se hace difícil descubrir la referencia a esa disposición de espíritu que, desde el hombre de Herto hasta nuestros días, en  los trazos de Lascault o en el Parménides férreo de Eduardo Chillida, es el motor del trabajo del arte.

El arte, sí, se halla intrínsicamente vinculado al humanismo, entendiendo por tal la consideración del hombre como un singular e irreductible momento de la historia evolutiva, que es efectivamente medida de todas las cosas y a la vez causa final de todas sus acciones. Mi amigo Felix de Azúa, de quien tantas vacuas querellas me han separado, me indicaba a propósito del trío Duchamp, Picabia, Man Ray (cuya esencial complicidad era admirablemente recogida en una exposición en el MNAC de Barcelona) que, perdida la referencia al hombre como fin en sí, sólo quedaba consignar la defunción y entierro de lo que se había entendido por obra de arte.

Siempre sonó a algo pretenciosa, y en última instancia falsa, la afirmación por Hegel de que el arte (innecesario cuando todo se reduciría a determinación conceptual) se había convertido en "una figura del pasado". Pues dejando aparte el hecho de que en modo alguno el concepto ha alcanzado su destinación final (que no hay saber absoluto, ni conveniente para la exigencia misma del saber es que lo haya), sigue pareciendo clave la tesis kantiana de que la disposición del ser de razón que apunta a la creación o recepción de la obra de arte... es de otro orden que aquella que apunta al conocimiento (siempre confrontado a alguna modalidad de objetividad).

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21 de agosto de 2008
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Cocineros y cocineras

Hay algo que no puedo soportar tanto de la llamada alta como de la baja cocina y es que los dedos de los cocineros y cocineras manoseen los alimentos más de lo debido. He comido los platos más exquisitos salidos de las manos de mi madre, que no era cocinera profesional pero que sabía hacer auténticas delicias, la he observado elaborando los platos horas y horas y jamás la vi toquetear tanto con los dedos como veo que hacen los grandes cocineros un hojaldre o lo que sea para quede muy bonito en el plato. De acuerdo que un cocinero constantemente se está lavando las manos o limpiándoselas con un paño, pero tampoco hay que olvidar que nuestra piel siempre está desprendiendo células muertas sin parar y que están las uñas, que por maravillosamente bien cepilladas que estén no deja de haber un hueco entre uñas y carne. Los cocineros se permiten hacer cosas que yo no hago en mi casa con las cosas que me voy a comer yo misma.

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21 de agosto de 2008
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Marche otro White Russian

Un lugar común de la intelligenzia crítica es alabar cualquier cosa de los hermanos Coen. A esta altura del partido, yo tiendo a desconfiar de cualquiera de sus películas ‘serias' con excepción de Blood Simple, su debut. Lo cual equivale a decir que no me trago ni Barton Fink ni No Country For Old Men. (La película, porque la novela original de Cormac McCarthy me parece increíble.) Lo que sí me gusta, sin embargo, son la mayor parte de sus comedias: Raising Arizona, The Hudsucker Proxy, Fargo, O Brother, Where Art Thou? -y por supuesto, The Big Lebowski.

A menudo el mecanismo que pone a andar una comedia de los Coen es una traslación, o entrecruzamiento, entre géneros. ¿Qué pasaría si mezclo una historia policial negra al estilo de las de James M. Cain con un personaje digno de las comedias televisivas de los años 50 -lo que va del Fred MacMurray de Double Indemnity al de My Three Sons? Algo muy parecido a Fargo. ¿Qué pasaría si intentásemos reescribir La Odisea durante la Depresión de los años 30? Algo muy parecido a O Brother, Where Art Thou? ¿Qué pasaría si intentásemos reescribir The Big Sleep de Raymond Chandler, en tiempos contemporáneos y con un stoner en lugar de Philip Marlowe? Algo muy parecido a The Big Lebowski.

/upload/fotos/blogs_entradas/the_big_lebowski___jeff_bridges_med.jpgThe Big Lebowski es una película que para mí está llena de placeres. Empezando por la actuación de Jeff Bridges, uno de los verdaderamente grandes del cine de hoy, nunca reconocido a la altura de sus merecimientos. Su Jeff ‘the Dude' Lebowski existe en el film con tanta naturalidad -fumón, felizmente desempleado, devoto del bowling y del cóctel White Russian-, que resulta fácil confundirse y creer que Bridges simplemente ‘es' the Dude. Por lo demás, el retrato de Los Angeles a comienzos de los 90, un mundo donde todo es pretensión a excepción de the Dude y su psicótico amigo Walter (John Goodman), es sencillamente desopilante y alcanza un paroxismo kitsch en la versión de Hotel California interpretada -en algo que tan sólo parece español- por los Gypsy Kings.

En otras de sus comedias, a los Coen el pastiche se les va de las manos. Pero en The Big Lebowski todo existe en su justa medida. Una comedia ideal para ver con los amigos, bien tarde por la noche y después de haber bebido unos cuentos White Russians de más -vodka, Kahlúa y crema.

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21 de agosto de 2008
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