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Todos vivimos en Persépolis

No leí Persépolis en su encarnación como novela gráfica, pero vi la película dirigida por su misma autora, Marjane Satrapi, en tándem con Vincent Paronnaud, y sinceramente me gustó mucho. Durante su relato -la historia de la infancia y juventud de Satrapi, marcada primero por el gobierno del Shah y luego por la revolución que, aclamada como una liberación por la mayor parte del pueblo iraní, desembocó en una tiranía teocrática-, no pude menos que pensar en la experiencia argentina y en la de casi todos los que hoy vivimos en Hispanoamérica. A excepción de los más jóvenes, también hemos vivido gobiernos autocráticos y persecuciones políticas y censuras y severas vigilancias religiosas. En muchos sentidos, aquella Irán de los ayatollahs nos sigue pareciendo exótica. Pero en esencia, la vivencia es la misma: los crueles mecanismos de la Historia -puestos en movimiento por la ambición y la codicia de los pocos y alimentados por la ignorancia y el temor de las mayorías- devorando destinos individuales con la avidez de un Moloch.

¿Cuántas existencias se extinguieron antes de tiempo por obra de la violencia, de la guerra y del fanatismo? ¿Cuántos Picassos murieron antes de empuñar el pincel, cuántas otras Guernica nos hemos perdido? Tantas familias destrozadas, tanto dolor, tanta orfandad inutil... Aunque las experiencias más traumáticas de nuestras vidas parecen formar parte del pasado histórico, la simple lectura de los diarios -en la mezquindad de los separatistas bolivianos, en la consagración como estrella pop de una candidata a la vicepresidencia de los Estados Unidos que a todas luces entraña más peligro para el mundo que diez Ahmadinejad- sugiere que estamos muy lejos de haber aprendido de estas experiencias. Y que el futuro mediato nos deparará más violencia, más fanatismo -y más muertes.

Si no tuviese esperanza en el destino último de nuestra especie no habría traido hijos a este mundo. Pero a veces la compulsión de muerte que guía a tantos congéneres como lemmings al abismo me lleva a preguntarme, como U2 en Sunday Bloody Sunday, cuánto tiempo más deberemos cantarnos esta canción.

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15 de septiembre de 2008
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La obligada ofensiva de Obama

En medio de un atroz fin de semana en Wall Street, que, acaso, podría ayudarle, Obama ha comenzado una nueva ofensiva en su campaña. En los últimos días, muchos líderes demócratas se lamentaban ya de que la campaña lucía desorientada y de que su candidato hubiera permitido que Palin ocupase demasiado espacio mediático luego de su presentación al país durante el congreso Republicano. Y, comenzaban a temer los resultados de las encuestas. De hecho, la primera encuesta importante realizada después de los congresos de los partidos salió, también, este fin de semana. En ella, McCain continúa con una delantera de 48 puntos a 44 para Obama.

Así, el sábado y el domingo, salieron al rescate por televisión, prensa y en mítines políticos Bill Richardson, el gobernador latino de Nuevo México, el senador Schumer de Nueva York y, por supuesto, Hillary Clinton.

Clinton es esencial para Obama, pues puede recordar a su electorado de primarias las diferencias entre ella y Palin. Pero, en campaña, Hillary ha determinado que lo mejor es no atacar a Palin de frente, sino concentrarse en McCain. Desmonta, así, la posibilidad de un encontronazo directo con la candidata Republicana.

Este domingo, en gira política por Ohio, que será uno de los estados que veremos el día de las elecciones, y que Bush ganó en el 2004, Clinton repitió la frase de su discurso en el congreso demócrata, No way, no how, no McCain and no Palin, (De ningún modo, de ninguna manera, nada de McCain, nada de Palin.)

Y tendrá que repetirla muchísimo antes del 4 de noviembre.

Los estados de Ohio y de Pennsilvania, que Obama tiene que ganar para ser electo, fueron estados en los que Hillary Clinton ganó por mucho en las primarias. Votaron allí por ella, muchos obreros blancos, mujeres blancas y católicos.

Y, en estos estados va a concentrar su potencia la campaña de McCain y Palin, convencida de que podrá captar a los votantes de Clinton que quedaron descontentos y que no se deciden a votar por Obama, un candidato que favorece el aborto y que es de raza negra.

La última encuesta dice lo mismo, entre líneas, McCain es preferido por el 55% de los blancos y Obama sólo por el 37%.

Obama, en medio de la ofensiva de su campaña, continúa, este lunes, su gira por los estados de Colorado, Nevada y Nuevo México, intentando, sobre todo, entusiasmar al numeroso electorado latino y femenino de la región.

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15 de septiembre de 2008
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'Dietario voluble'

/upload/fotos/blogs_entradas/dietariovoluble2_med.jpgEnrique Vila-Matas

Anagrama

Barcelona, 2008

Lo dice el título, Dietario voluble. Y por si cupiera alguna duda, la propia editorial lo confirma: es un diario literario. Y a continuación insiste: "El libro abarca los tres últimos años (2006-2008) del cuaderno de notas personal de Enrique Vila-Matas": de manera que sus lectores habituales están de enhorabuena porque se trata de un Vila-Matas en estado puro. Noticias y andanzas del autor, reflexiones, recuerdos y encuentros con amigos o desconocidos; personajes reales o de ficción, nuevas reflexiones y ocurrencias, viajes y enfermedades, un café tomado sin prisas en la terraza de un bar, un paseo por la calle de una ciudad europea o sudamericana, o lo que sea. Todo suma. Todo puede servir en tanto que material literario a condición de que se utilice como es debido, esto es, literariamente.

Sin embargo, y aunque se trata de un discurso fundamentalmente literario, no se desarrolla a la manera tradicional,  por ejemplo, mediante el viejo esquema del planteamiento, nudo y desenlace. Ni tampoco avanza en función del referente cronológico que cabría esperar de un diario en el que incluso se señalan los meses y años. Al no existir el factor tiempo, el desarrollo del discurso no es lineal sino espacial, pues se construye a fuerza de acumular elementos heterogéneos hasta crear un ámbito de significación muy expresivo y en cuyo interior incluso un mosquito puede alcanzar una resonancia que, en palabras del tandem  Gómez de la Serna + Vila-Matas, suena así: "menos mal que a los mosquitos no les ha dado por tocar el saxofón".

Quede claro que la cita pertenece a un párrafo en el que se ha empezado a hablar de las moscas y en el que, poco a poco, han ido apareciendo Augusto Monterroso y Cleopatra, más adelante Wittgenstein y Proust y finalmente el propio autor, que mientras escribe sobre los dípteros en un hotel de Cartagena de Indias de pronto recuerda un cuento de los hermanos Grimm en el que éstos preguntan si alguien ha oído alguna vez toser a las moscas. O sea que Gómez de la Serna + Vila-Matas no dejan de tener razón, pues sólo faltaría que a los mosquitos les hubiese dado por tocar el saxofón.

Según avanzo en la lectura de Dietario voluble, pongamos que allá por los meses de junio o julio de 2007, caigo en la cuenta de otra característica de la escritura de Enrique Vila-matas y que pese a ser muy notable apenas le ha sido reconocida. Y me refiero a lo siguiente: frente a las servidumbres y miserias de la vida, a toda persona inteligente y con capacidad de expresión le caben al menos dos formas posibles de reacción. Una, tomarse dichas servidumbres y miserias como una afrenta personal y responder con bajeza a las bajezas. Y otra, tomárselas con bonhommie y una cierta solidaridad, pues al fin y al cabo a todos nos han metido quieras que no en este tinglado y bastante hacemos con salir adelante lo más dignamente posible.

Y tampoco es que E. V-M no sea capaz de propinar un capón cuando la ocasión así lo impone, o que carezca de criterio para emitir un juicio severo si hace falta. Al contrario. Si conviene, propina correctivos y emite juicios severos. Pero la suya no es en absoluto de una prosa agresiva, ni una orgía de ajustes de cuentas y satisfacción de venganzas largamente rumiadas. Y ello es tanto más notable cuanto que, según ha ido publicando libros, la favorable respuesta suscitada le ha ido situando un poco más au-dessus de la mêlée (léase, por encima de la charca de ranas donde chapotea el común). O sea que, si le hubiera dado por ahí, ahora mismo podría ser un hijo de la grandísima de la peor especie. Y encima impunemente. Pero ha elegido no serlo y prefiere ejercer frente a la maldad humana una distancia fría y algo desdeñosa. Lo cual es muy de agradecer.

Y he aquí otro pequeño descubrimiento realizado al hilo de la lectura de Dietario voluble: si a algún incondicional de E. V-M le preocupaba la posibilidad de que el modelo de escritura adoptado pueda agotarse en un futuro más o menos próximo (al fin y al cabo él mismo habla de "viaje sin retorno" y asegura haber estado varias veces al borde del silencio) puede quedarse tranquilo porque, aparte de que podría seguir tal cual durante un largo trecho, hay varias alternativas posibles. Y el propio Vila-Matas apunta una muy prometedora por más que, como tiene por costumbre, lo haga casi de pasada y sin darle la menor importancia. Ocurre en la entrada correspondiente a enero de 2006. Tras una larga parrafada en la que muestra su acuerdo con las polémicas tesis de Alain Finkielkraut sobre el racismo en las banlieues  de París,  hace punto y aparte y abre un nuevo frente que dice:

"¿Y Sophie Calle? He aceptado su propuesta de escribirle una historia que ella luego tratará de vivir." Y sin más, pasa a deshacerse en alabanzas de la maravillosa oficina de correos que hay en la rue Littré, cerca de la rue de Rennes.

Sin embargo, y pese a la hábil cortina de humo destinada a borrar el rastro de lo dicho, la idea es una bomba y cabe imaginar lo que puede ocurrir si una serie de escritores afines se dedican a escribirse unos a otros biografías que encima pueden ser a dos y tres manos, sumando entre todos ocurrencias hasta completar unos proyectos de vida en los que, por fin, la trasgresión de las barreras entre realidad y ficción, vida y literatura o verdad y apariencia queden finalmente derribadas.  Vivo lo que me escriben y, mientras lo hago, escribo lo que otros vivirán mientras sueñan las vidas que ellos  les crearán a otros que, en el fondo, son mis criaturas porque surgieron  de mi sueño. Un lío. Pero como proyecto literario, suena prometedor. De momento cabría investigar en los escritos de Sophie Calle qué pasó mientras vivió la historia que Enrique Vila-Matas prometió escribirle. Ello en el caso de que él la escribiera o ella le pidiera que se la escribiese, porque con tantos disfraces y apariencias, y tanto engañar a la ficción con retazos de realidad, vaya usted a saber.

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15 de septiembre de 2008
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Inicuo paso primitivo

Son cuatro cabezas equinas fáciles de reconocer ya que todavía hoy se pasean por la estepa mongol unos pocos caballos de Prezewalski, que no son sino sus descendientes. Se trata de animales paticortos, cabezones, de vientre prominente, pero insensibles al hielo y de inagotable fortaleza. Sin embargo, lo que sorprende en estas cuatro cabezas no es tan sólo la exactitud del trazo, la seguridad y elegancia de la curva que define la quijada, la perfecta proporción de orejas y ollares, sino, por encima de todo, los ojos. La mancha ocular es apenas una leve almendra negra protegida por el hueso de la órbita, pero tiene la expresión tan viva como los ojazos forrados de pestañas y reflejos cristalinos de los caballos de Rubens. No obstante, no es la misma mirada. En Rubens, en Velázquez, el ojo del caballo montado por un rey o un condotiero, es un ojo abrumado por la gloria del jinete y se abre desmesuradamente, como espantado por la responsabilidad. Muy al contrario, en estos cuatro caballos los ojos tienen la mirada a medio párpado, tierna, dócil, turbadora, que hace del caballo una bestia inseparable del humano.

El segundo aspecto remarcable del dibujo es la crin, corta, de cerda gruesa, alineada en paralelo al robusto cuello, similar a las crestas de algunos soldados afroamericanos, un cepillo tan duro al tacto como la roca sobre la que están pintados en la cueva de Chauvet. El dibujo se encuentra en la llamada Galería del Megaloceros junto a esquemas que parecen corresponder a los antecesores del rinoceronte y el alce. En estas paredes de roca es posible que los aprendices probaran el uso del carbón de pino y ensayaran sus primeras representaciones bajo la dirección de un maestro. Lo asombroso es que estas imágenes, las primeras que conocemos atribuibles a humanos de hace treinta y dos mil años, son ya perfectas. Las cuatro cabezas equinas de Chauvet no tienen nada que envidiar a la soberbia cuadriga helena que corona la basílica de los Dux venecianos y son muy superiores a los caballos de Meissonier o de Gericault./upload/fotos/blogs_entradas/jeanlouisernest_meissonier_caballos_med.jpg

Prueba concluyente de nuestra frivolidad es que sin saber apenas nada sobre tan inquietantes imágenes, las hemos aceptado con toda normalidad. ¿Normal, la aparición de las imágenes en la vida del universo? ¿Y su perfección súbita, como si hubieran estado esperando detrás de un velo? ¿Su inescrutable función en una sociedad con poca necesidad de adorno y en el límite de la supervivencia? Todas las hipótesis sobre el arte rupestre han ido fracasando una detrás de otra. No son imágenes "religiosas" porque no es posible separar un ámbito específico para lo religioso en aquellas hordas de cazadores nómadas. O bien todo era religioso o bien nada lo era. Posiblemente nuestros abuelos, como nosotros, ni eran religiosos ni creían en dioses, aunque temían a las fuerzas inaprensibles que podían causar daño y les ponían nombre, como hoy se lo damos al cáncer o al cambio climático. Tampoco podemos decir que formaran parte de un ritual venatorio, porque si bien hay representaciones de escenas de caza no por eso se las puede relacionar con ningún ritual, del mismo modo que una pintura ecuestre de Velázquez solo tiene una remota relación con el protocolo de las monarquías absolutas.

Lo que es indudable es que en algún momento los humanos necesitaron (¿necesitamos? ¿seguimos siendo humanos como ellos o hemos dejado ya atrás esa tan particularmente frágil condición?) y por lo tanto produjeron, imágenes. ¿Por qué, con qué finalidad? Ninguna hipótesis hasta ahora resiste el análisis. Sólo podemos aventurar que las imágenes nacieron (y nacieron perfectas) cuando los humanos sintieron la irresistible necesidad de ver hacia fuera, de manera que se convirtieron en "el punto de vista", el lugar orográfico desde donde "se ve". La aparición de las primeras imágenes inventa la visión (en absoluto lo contrario) como un instrumento ya propiamente técnico para ampliar nuestro cuerpo. La máquina de construir mundos posibles se había puesto en movimiento y gracias a ella el mundo obligatorio, aquel al que habíamos sido condenados (lo que más tarde llamarán El Edén) se convertía en un dominio controlado.

¿Qué sucedió hace treinta y dos mil años para que una necesidad tan insensata se hiciera inevitable? Insisto: ¿qué necesidad era esta que separaba con un hachazo inicuo (y para siempre) el ámbito que poco más tarde se llamará "Madre Tierra" o "Naturaleza" y los humanos capaces de representarla con imágenes desde fuera? ¿Y sucedió sin lucha? ¿Nadie se vio sacudido por el terror de lo que aquella separación ponía en marcha? ¿No hubo entonces humanos sensatos que se negaran a abandonar la tierra común? Nunca lo sabremos, pero podemos sospechar que la perfección de las imágenes rupestres esconden quizás cientos o miles de años de enfrentamiento e iconoclastia./upload/fotos/blogs_entradas/pinturas_rupestres_de_la_cueva_de_chauvet_med.jpg

Representar caballos, bisontes, mamuts o cérvidos era rebajarlos de rango, reducirlos a unidades abstractas e intercambiables. Ya nunca más podríamos hablar de éste caballo o aquel otro, entes tan perspicuos como tú y como yo. A partir de la primera imagen quedaba dominada la totalidad de los caballos y podía llegar Platón (veintinueve mil quinientos años más tarde) para darles la definitiva patada que los elevaría al mundo de las Ideas, allí en donde se puede amar sin dolor.

Los humanos somos aquello que de nosotros dicen nuestras imágenes. La constelación de imágenes que determina nuestra inserción en el mundo es lo que marca inflexiblemente aquello que podemos ver y lo que para siempre será invisible. Tal es el rigor de la pérdida que habremos de concebir un empleo específico, con nombres diversos hasta llegar al de "artista", para que alguien atisbe (o fantasee) más allá de lo que es imposible ver. Entre el niño que pudo ver bisontes y caballos en los muros de su hogar y aquel que nunca los vio, hay una separación inicua.

Para quien nunca conoció imágenes, los caballos y bisontes reales eran esplendores que se cruzaban algún día en su camino, sea galopando o ya muertos y con las entrañas humeantes, arrimados por los cazadores al poblado. Estos caballos y bisontes individuales eran escasos en la vida de cualquier niño y tan cercanos a la muerte como los humanos mismos que les daban caza. Hubo de haber un respeto profundo entre los mortales cazadores y aquellos otros mortales cuya carne les alargaba la vida. Por el contrario, para el niño que ya creció viendo bisontes y caballos en los muros de su hogar, los ejemplares vivos o muertos que se cruzaron en su camino eran sólo copias (o casos) de los verdaderamente únicos y reales caballos y bisontes que presidían el hogar. Las imágenes eran lo permanente. Sus copias vivas en el mundo, tan sólo formas efímeras que como sombras se cruzaban un instante con la luz solar para desaparecer de inmediato.

Una vez traspasada esa frontera, una vez admitida la impiedad original (obsérvese que esa impiedad no tiene lugar en el choque de un torero con la bestia singular que le ha tocado en suerte, la cual siempre tendrá la misma individuación y nombre propio que su matador, a diferencia de la res de matadero), una vez dado el paso fatal de dominar el mundo mediante representaciones y signos, ¿no era lo obligado, o por lo menos lo esperable, proceder a la siguiente ambición de dominio mediante el invento de los dioses, los cuales aparecieron (y se ocultaron) en el acto mismo de ser representados en imagen? Quienes convivieron desde la infancia con imágenes de los dioses, ¿cómo iban a creer en ellos y reconocerlos si alguna vez se cruzaban con una figura asombrosa y espléndida?

Para los niños educados ya entre imágenes de dioses, el mundo sólo estaba poblado por humanos y fantasmas. Nosotros, que ya sólo tenemos imágenes, ¿con quién compartimos el mundo? 

Artículo publicado en: El País, 13 de septiembre de 2008.

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15 de septiembre de 2008
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Galería de espectros: Ofelia

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, me ha parecido ver el de Ofelia.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres al espectacular cuadro de Millais?

R.A.: Me refiero a este cuadro que parece hecho directamente como una escena de un sueño, pero de un sueño muy elaborado y refinado. Hubo un tiempo en que yo no admiraba demasiado a los prerrafaelitas, pues me parecían al margen de lo que era la genealogía de la corriente moderna en pintura. Pero debo reconocer que desde hace ya unos años he reconocido una importancia e interés en los prerrafaelitas, en su alegato a favor de volver a una pintura como la que se daba en la transición entre la edad media y el renacimiento. Esencialmente pienso que el ideal prerrafaelita en reconvertir al artista en un artesano, con una capacidad para el oficio, para el aprendizaje de ese oficio, una cierta modestia ontológica, etc., es importantísima en un momento, en una época como la nuestra, en que se ha llegado a una especie de hiper-artista, a una especie de metástasis de la propia denominación de artista. Recuperar la esencia original del artista como artesano es un reto de futuro y no es un ideal de pasado.

En ese sentido Millais logra captar muy bien en su cuadro sobre Ofelia el destino de ella misma, que siempre me ha llamado la atención. Como ya comenté al hablar del espectro de Hamlet, él no es uno de mis personajes favoritos. Lo encuentro un personaje caprichoso, una especie de deificación de la adolescencia perpetua, como un ser incapaz de tomar decisiones. En su indecisión y en su carácter dubitativo, su incapacidad para reafirmar una posición frente a la vida, crea todo un engranaje de desgracias a su alrededor que todo lo arrastra: amigos y parientes. Y en ese engranaje lo más injusto es el propio destino de la novia, el destino de Ofelia. En cierto modo es empujada de una manera completamente cruel por parte del personaje Hamlet hacia una locura y hacia una desesperación para la cual ella no está preparada; ni siquiera le encuentra sentido ni raíz a esa desesperación. Es un personaje muy entrañable porque es la desesperada que no sabe muy bien el por qué ha sido arrojada a ese territorio de desesperación, más allá de la caprichosa actitud de Hamlet. Entonces en el cuadro de Millais esa especie de muerte exquisita, elegante, de Ofelia que flota sobre el estanque, rodeada de un lecho casi diríamos paradisíaco, es una especie de justa compensación estética por esa desesperación sin sentido a la que ha sido arrojada, a partir de la propia extravagancia caprichosa de Hamlet. Ofelia no es tanto un personaje de gran entidad en vida sino que la adquiere en el momento inmediatamente anterior a su muerte. También tiene una gran entidad -aunque pueda parecer macabro- como cadáver. Una gran entidad como organismo que mantiene una extrema dignidad en el tránsito entre la vida y la muerte.

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15 de septiembre de 2008
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Flor de Lotto / XXIX

XXIX. A ella le encanta la gasolina. 

Enamorarse siempre de la persona errónea es también una forma de salvar al amor; conservarlo en su estado purísimo, evitarle la corrupción de la rutina, liberarlo del peso muerto del compromiso. Otorga uno todo de sí mismo a quien no ha prometido devolver ni el saludo, de manera que cuando al fin deja pasar el flujo de la decepción correspondiente, cada uno de los antes ardientes sentimientos se disuelve en el agua tibia del olvido, y el campo queda libre para que otra pasión venga a suplantarlo. Nada muy complicado, si tomamos en cuenta que el nuevo sentimiento intempestivo será también producto de una decisión unilateral, a la que la opinión genuina del prospecto le servirá de estorbo, en todo caso.

     Segismundo no aspira a ser amado; le basta con amar, en lo posible a contracorriente del gusto y el deseo de la destinataria de todos sus cariños. Más todavía, elige nunca ser querido, apreciado o siquiera contemplado. Es su manera de saberse libre de dar y arrebatar el paquete candente de sus obsesiones. Carolina le miente y él lo sabe. Lo corroen los celos, además. ¿Qué asunto había entre ella y Camilo Peñuelas que ambos se repelían en privado, aun si se soportaban frente a él, hasta que aconteció lo inevitable? ¿No es cuando menos digno de sospecha que se atreva a tachar al muerto de pirómano, cuando han sido ellos dos, por sugerencia de ella, quienes prendieron juego a la casa de Fuente de Venus? ¿Había mejor salida, sin embargo, que incendiar el Peugeot y la casa al mismo tiempo, y con ello de paso las fotografías que hasta esa madrugada lo habían desvelado? ¿Debería temerle o vivirle por siempre agradecido? ¿Qué interés la sostiene a su lado, una vez que corrió el combustible mansión adentro, y detrás de él las llamas purificadoras? ¿Qué clase de mujer celebra con un beso apasionado los gritos destemplados de las víctimas y el salto de dos de ellas por las ventanas? ¿Por qué es siempre una hilera de preguntas sin respuesta lo que termina por rendirlo a los pies de una chica sin duda inconveniente que a todas luces nunca le corresponderá? Y si es así, ¿qué hacen ella y él solos en el motel Real Hacienda, desnudos y felices cual si en vez de haber masacrado a una familia celebrasen una luna de miel secreta?

     -No me hagas más preguntas, Corazón -ronronea bien quedo Carolina, mientras le besuquea el lóbulo derecho- y te prometo no contarte mentiras.

     -¿Crees que estarían todos en la casa? -se inquieta Segismundo, todavía rejego ante unas caricias que como es evidente no cree merecer- ¿Sabes lo que nos pasa si Don Alex o su hija sobreviven?

     -¿Ahí vamos otra vez con las preguntas? ¿Qué más da lo que crea, si para el caso sé lo mismo que tú?

     -¿Qué no daría yo por saber lo que sabes? -ahora al fin le responde con la boca, las manos y el ritmo palpitante de sus jadeos. Ya ni siquiera piensa en el coche robado que les espera afuera o el orgullo perdido de no ser asesino. Al contrario, se excita recordando aquellos alaridos de mujer en llamas que con lúbrico afán atribuyó a la Corleonetta. "Que en pus descanse", piensa y sin mayor tardanza experimenta una erección rampante, que Carolina aplaude con un terso mordisco en las proximidades de la vena carótida.

     Afuera -en los suburbios de Toluca, a medio centenar de kilómetros del último siniestro- son las diez de la mañana. En términos estrictamente humanos, ocho muertos después de la media noche.

Mañana en FLOR DE LOTTO: XXX. ¿Te importa si respiro?

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15 de septiembre de 2008
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IV. Los secuestros, industria del diablo

Candidatos al secuestro vienen a ser desde el dueño de una finca lechera o de una plantación de plátanos, al de un restaurante o una distribuidora de productos básicos, lo mismo que el de una planta industrial, todo el que pueda pagar. Aunque los de esta última categoría, los empresarios de gran poder económico, se hallan mejor protegidos, porque gastan fortunas en aparatos de seguridad.

La familia del ganadero Cenobio Argaiz Zurita vendió casas, fincas, autos, para poder pagar el rescate, pero de todos modos su cadáver fue hallado lejos de Tabasco, en un paraje desolado de Palenque, en el estado de Chiapas. En la ciudad de Oaxaca, los secuestros suman cerca de cincuenta, aunque hay muchos que los familiares no denuncian por miedo.

La gota que ha derramado el vaso, y que ha hecho a la gente salir a las calles por millares en decenas de ciudades, es el asesinato en la ciudad de México de Fernando Martí, hijo del empresario Alejandro Martí, secuestrado y ejecutado por miembros de la propia Policía Judicial del Distrito Federal. El padre, que había pagado el rescate exigido, se decidió a señalar a los hechores, y el país se puso detrás de él, clamando en contra de la indefensión.

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15 de septiembre de 2008
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Bolivia: el fin de algo

Hablo con mi hermano Marcelo y lo encuentro compungido. Mi padre me cuenta que la gente está con los ánimos exaltados en Cochabamba; la crisis se ha metido en la cabeza de todos y aparece en los momentos menos pensados, en discusiones con amigos o con la pareja, en insultos al menor motivo. Mi madre me habla del desabastecimiento en los mercados, de que todo cuesta cuatro veces más que hace un par de semanas. A todos les duele el país, no hay palabras para expresar la amargura, la tristeza ante los más de diez muertos en Pando, la violencia desatada en Santa Cruz, en Tarija, en Beni. Son días de furia e intolerancia.

Leo los periódicos bolivianos en internet y me impaciento cuando no los actualizan. Mis amigos y estudiantes me piden que les explique qué es lo que está ocurriendo, y yo los miro sin saber por dónde comenzar. Me siento impotente en la distancia, pero igual, estando allá, ¿qué se puede hacer? No encuentro, en los líderes de las dos Bolivias (porque de eso se trata, en este momento), voluntad para hacer concesiones y encontrar consensos. La terquedad de un lado ha sido respondida con la violencia del otro lado.

En lugar de seguir empeñados en un modelo de victorias y derrotas, quizás sea la hora de aceptar que en Bolivia prima el equilibrio de fuerzas. Quizás ese equilibrio no sea algo malo: el empate no tiene por qué ser catastrófico. El país debería ser más grande que todos nosotros.

¿Se podrá dar un paso atrás y recobrar la sensatez? Muy difícil: hace un buen tiempo que no parecemos estar a la altura de la situación.

Me gustaría ser más optimista, pero creo que hay daños irreversibles.

Sí, es el fin de algo. Bolivia podrá seguir existiendo, pero estas heridas quedarán.

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13 de septiembre de 2008
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Estilo español. Casi ná

La escena vista y oída es un exterior día, cerca del mediodía y en las escaleras del teatro Calderón. En ese lugar del centro madrileño estaba un borracho de diseño, de manual, aunque bastante limpio. Llevaba una gran borrachera de esas tranquilas, silenciosas, en susurros consigo mismo, medio adormilado y con la botella de vino, casi vacía,  bien agarrada a su mano.

Unos turistas con aspecto bastante relajado, de edad media y de aspecto nórdico miraban con curiosidad al borracho. Me pareció que era una mirada, como otras, como la mía, sin burla ni crítica a ese clochard madrileño.

Al ver su aspecto, su borrachera, pensé que nos faltan clochards de ese estilo. Tenemos borrachos, mendigos, pedigüeños, tramposos y pícaros de todas las especies, pero pocos del digno aspecto de los clochards parisinos.

Mientras esperábamos el semáforo en verde, mirábamos de reojo al borracho tranquilo. Uno tipo cuarentón que también miraba al borracho, con aspecto de oficinista de pocos vuelos, con una camisa un poco pasada de moda, pantalones planchados, zapatos limpios de baratillo y pelo abundante y engominado, bastante tópico y atildado, empezó a lamentarse en voz alta del estado del borracho, de "la vergüenza de ver gente así por las calles" y de que aquello era una rareza, una excepción entre los españoles, "perdonen el espectáculo" les decía a los turistas que, por otro lado no parecían dar mayor importancia a un borracho en los escalones de un edificio.

El español limpio y sobrio seguía pidiendo disculpas a los extranjeros por un mal ejemplo ciudadano con el borracho tranquilo. "Así no somos los españoles. Se lo digo yo, ustedes disculpen". Ellos sonreían, creo que no estaban entendiendo las lamentaciones del español de orden. Entonces les preguntó:

"¿Ustedes de dónde son?" Denmark, le contestaron. "Ah, son americanos. A que por allí no permiten borrachos en las calles".

Los daneses se rieron, no se molestaron en desmentir los conocimientos de un español modélico y sobrio, ni en geografía, ni en idioma. Cruzaron el semáforo entre sonrisas. Yo crucé con ellos. Y escuché con nitidez la voz del borracho, que medio somnoliento, le decía al limpio español: "Eran daneses, merluzo".

Aumentó mi simpatía por el clochard. El español se quedó sin saber de qué le hablaba aquél mal español y allí se quedó con su cara de moralista y patriota de pacotilla.

Después pensé que los dos podrían estar aliados para entretener la vigilancia de los extranjeros. Uno no se puede fiar ni de los clochards en estos tiempos de crisis. Del otro, del estilo limpio, español y metomentodo no me he fiado en la vida.

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12 de septiembre de 2008
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Epígonos cansinos de la Inquisición

 

Al lector avispado no le habrá pasado por alto el artículo que ayer firmaban en El País un teólogo y un filósofo. La reflexión, que lleva por título ¿Dios en Barajas?, enumera algunos interrogantes sobre los beneficios o maleficios del progreso técnico y se pregunta si la confianza en la tecnología podrá resolver el riesgo de vivir junto al insondable abismo de la nada. Los dos autores evocan la consternación padecida cuando la muerte súbita y brutal nos recuerda la ausencia de una respuesta convincente al enigma de la vida. Y a cuento de los dolores televisados después del accidente aéreo, los autores subrayan la perplejidad que imponen las grandes catástrofes y cuánto nos consolaba, en otro tiempo, la creencia en la vida eterna.

En realidad, las obviedades elaboradas en el artículo no excitarían ninguna polémica en este incipiente otoño si no fuera por la extraña tentación en la que ambos autores -el teólogo y el filósofo- han decidido caer. Su paseo matutino por las fronteras de la metafísica nos les impide formular un voraz diagnóstico de los males de nuestro tiempo:

"(Tanto) el creyente como el increyente (sic) debemos recordar que todas las promesas espléndidas que los ilustrados del siglo XVIII vincularon al progreso, han generado hoy el fatalismo pasota de nuestra posmodernidad, al no haberse cumplido".

Como si no tuviéramos bastante con los sustos que nos da la vida. Que la teología autorice semejante ejercicio de sociología urgente ya es motivo de espanto pero que para los autores del artículo los culpables de nuestra desdicha contemporánea vuelvan a ser Diderot, D'Alembert y Voltaire nos da una idea del acecho al que seguimos sometidos.

En realidad, son preferibles las acusaciones que los militantes católicos ultramontanos lanzaban contra los ilustrados. Al menos, el tacharlos de emanaciones del diablo nos eximía de entrar al trapo de una discusión estúpida. Los herederos de aquél fervor apostólico y romano, sin embargo, modernizando la apariencia de su discurso y apropiándose de algunos superficiales fragmentos de la crítica a la Razón Ilustrada, mantienen vigente el empeño de su vieja obsesión: cargar de nuevo las tintas -¡y menos mal que sólo son las tintas!- contra los ilustrados que fracturaron siglos de dominio eclesiástico en Europa.

¿Puede mantenerse tan vigoroso un juramento vengativo? ¿Puede la jerarquía teológica sostener su vieja inquina? ¿Estamos envueltos todavía en aquél combate? Esto es lo que nos parece cuando leemos un artículo que después de denostar a los ilustrados como origen de nuestra decadente tristeza se dedica, sin empacho, a reclamar "el progreso humano y la educación total".

No nos cuesta ningún esfuerzo identificar los gestos propagandísticos a los que nos acostumbraron los discípulos de Menéndez Pelayo pero ¡cuánto cansa comprobar el denuedo de su empeño!

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12 de septiembre de 2008
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El Boomeran(g)
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