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« Gene expresión » es un foro mal cuidado. Tal como lo dice su nombre tendría que hablar de genética, especialmente del proceso que permite a los genas del ADN ser activos. Pero uno encuentra de todo en GE incluyendo una nota excelente producida por un tal agnostic : "Graphs on the death of Marxism, postmodernism, and other stupid academic fads" (gráficos sobre la muerte del marxismo, del postmodernismo y de otras modas académicas). A pesar de su titulo un tanto agresivo es una nota sobre el numero de utilización de palabras como psicoanálisis, marxismo, postmodernismo, feminismo, hegemonía o deconstrucción en las grandes revistas científicas. Es decir las "grandes palabras" detrás de las explicaciones globales de la realidad social y de su traducción en la literatura. ¿Qué se nota? Una caída, más o menos en los años noventa (entre 1993 y 1998 para ser mas preciso): poco a poco, la idea de la gran causa, del concepto definitivo parece menos presente.
Esta investigación/búsqueda es creíble, pues se hozo en ingles, el idioma principal para publicar artículos científicos que tienen impacto. Además, la muestra estudiada es colosal: los archivos digitales de JSTOR, una de las grandes bases de datos de la comunidad científica (además una base de datos con buena tecnología).
Tal como lo dice el autor del artículo lo mejor habría sido dividir el resultado de cada ano por el número de artículos publicados, pero tal como es, su trabajo muestra una reducción del "ruido" teórico. Con un rasgo fundamental: la utilización de una palabra obedece a un proceso sencillo: crece y después decrece. Lo que hace decir que la vida social, económica, política no influye en un mero proceso de aceptación y abandono.
Unas excepciones según el autor:
1. Es demasiado temprano para hablar de una caída en el uso de los términos "orientalismo" y postcolonialismo". El siglo XXI no es bueno para ellos pero es una tendencia muy joven.
2. Marxismo empezó su caída después del 1988 y socioconstruccionismo culmino en el 2001
3. Narratología es el único termino que conoce fiebres (con altos y bajos)
Mi conclusión: cada día somos más libres para pensar.
Era director del periódico Despertar de la Costa de Ixtapa Zihuatanejo en el estado de Guerrero. Apareció desnudo, tumbado boca abajo con las manos atadas a la espalda con su cinturón. En el antebrazo derecho presentaba huellas de pinchazos. El periodista murió presuntamente a consecuencia de una inyección letal. Investigaba los nexos del crimen organizado y el gobierno de la localidad. Su cuerpo fue encontrado en el hotel Venus el 10 de noviembre de 2006 gracias a una llamada anónima que la policía recibió. Las autoridades detuvieron a tres personas que después liberaron por falta de pruebas y dictaminó que el periodista murió "de causas naturales" por "haberse inyectado una droga".
El 'crash' ya no es lo que era. Estoy en el cogollo del capitalismo, en el centro de la crisis y, con tanto guardaespaldas, tanto funcionario, tanta seguridad, tantos coches de lujo y tanta Asamblea General de la ONU, que no hay manera de ver el bosque de la gran depresión. Mi hotel es una Babilonia donde se cruzan armanis de temporada o de rebajas que se cruzan con esos trajes de sederías Carretas rescatados por ejecutivos de los países árabes y sucedáneos. Un estilo inimitable.
Para ver la dimensión de la crisis, seguí indicaciones de Enric González, amante de esta bestia viva que es Nueva York, que aplicaba el marxismo de Groucho en los tiempos de la gran depresión: "No entiendo de economía, pero sé que cuando los neoyorquinos alimentan a las palomas de Central Park, las cosas van bien; cuando las palomas de Central Park alimentan a los neoyorquinos, como ahora, las cosas van mal". Tranquilidad de reconvertidos izquierdistas, zapateristas, zapatistas y otros istas, temerosos por la caída del capitalismo, las palomas siguen volando y cagando. Tan hermosas como ratas de los callejones de Wall Street. Los capitalistas resisten. Renacen, aunque haya que usar fondos del Estado. Aguantan más que Kissinger, se despeinan menos que la Palin y mantienen el amor por los steakhouses del Peter Luger. Como homenaje a Francisco Ayala, también me sacrificaré, cruzaré el puente de Brooklyn por esas carnales y poéticas razones.
Estoy aquí no por analista de crisis, sino por la gracia de Huelva, de Moguer y su poeta, Juan Ramón Jiménez. Recordado y homenajeado en esta ciudad que amó y detestó. Primero fue el amor; el poeta estaba recién casado. Conoció una ciudad que enseñaba su carne y su alma en años de esplendor cerca de los felices veinte. La confundió con el epicentro del "comunismo capitalista", lugar de progreso ingenioso y donde cada día se puede fabricar una religión. Ciudad perfecta si tuviera seis domingos y un lunes. Como casi todas. Centro de melancólicos progresistas, de vivos que se mueven sin parar en "este cementerio cúbico". Se forjó con más fe en los ricos, en los negociantes o en los piratas que en los predicadores y los poetas. Todavía mantiene la fe en los incrédulos.
Un mundo que conoció otros viajes de Juan Ramón, que no le recibió como esperaba en sus años de destierro. Le cerró algunas puertas, pero abrió los cementerios de sus colinas. Poéticos y encantadores espacios para el poeta. Llenos de vida y amables como para "alquilar una tumba ¡sin criados! y pasar aquí la primavera". Ciudad ruidosa, otoñal de hablar bajo por la que nos guía Eduardo Lago. Prosaica ciudad para resistir la crisis. Esperar el amanecer en Nueva York, ese "marimacho de las uñas sucias" que se despierta. El capitalismo está salvado.
Artículo publicado en: El País, 27 de septiembre de 2008.
De Kafka a Ishiguro
Javier Aparicio
Cátedra
Javier Aparicio viene ejerciendo la crítica literaria desde hace casi una veintena de años en los más prestigiosos medios culturales españoles. Al mismo tiempo imparte clases de literatura en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Esa doble mirada, crítica y a la vez didáctica, no sólo es una de las características más claramente perceptibles a lo largo del libro, sino que de paso ofrece una nada desdeñable serie de ventajas a cualquier degustador de ficción literaria.
En Lecturas de ficción contemporánea está recogido lo más significativo de la producción literaria del siglo XX, en especial traducciones de autores no castellanos y latinoamericanos. Resulta particularmente significativo y valioso el juicio sobre autores posteriores a la Segunda Guerra Mundial porque fue entonces cuando se consumó el desmantelamiento estético e ideológico iniciado a principios del siglo XX por las vanguardias, y por lo tanto el momento en que se inició el ciclo creativo en que actualmente nos encontramos.
Para algunos, el rasgo más característico de dicho ciclo (lo que, para entendernos, suele llamarse "nuestra época") es la muerte del arte. Para otros, que dicen ser menos radicales, lo que mejor define nuestra época es justamente su falta de definición, pues vivimos inmersos en una suerte de "todo vale" en el que sólo cuenta el talento del autor. "Sin juicios previos ni cortapisas: libertad total de creación", dicen los defensores del "todo vale". En fin. Tanto en un caso ("el arte ha muerto") como en otro ("todo vale") no son tiempos fáciles para que un lector entre en una librería y decida qué comprar de entre la montaña de novedades y reediciones que tan agresivamente se le ofrecen.
Y ahí es donde se advierte la enorme utilidad de un libro como Lecturas de ficción contemporánea. Haciendo un recuento muy apresurado de su contenido, me salen unas 170 reseñas, a lo largo de las cuales se habla con mayor o menor detalle de unos 700 libros escritos por más de un centenar de autores que van, como bien señala el subtítulo, desde Franz Kafka a Kazuo Ishiguro.
De manera que, bien mirado, este libro es lo más parecido a un plan de lectura para toda la vida. A fin de no dejar que un lector en ciernes o poco versado pueda perderse ante la avalancha de datos que incluye este libro (y aquí es donde entra el oficio pedagógico del autor) el contenido ha sido dividido en apartados que llevan títulos como "Subversiones y revoluciones de la vanguardia histórica", "La ficción posmoderna o el eclecticismo al poder", o "Disquisiciones de urgencia acerca del futuro de la ficción".
Cada uno de esos apartados va precedido de un estudio en el que de forma clara, concisa y muy informada se da noticia de los aciertos y fechorías de las vanguardias, por ejemplo, o se aventura la clase de futuro que les cabe esperar a los escritores de ficción. Y para mayor claridad aún, cada uno de los grandes apartados está subdividido a su vez en capitulillos que llevan títulos como "¿Sin argumento? ¡Búsquenlo en el lenguaje mismo!"; "La tematización del lector", "La literatura comprometida: leer para despertar", etc.
De manera que, si por la causa que sea, a un lector se le pasó en su momento lo del realismo sucio y quiere reciclarse para rellenar ese hueco en su biblioteca, no tiene más que ir al apartado correspondiente y allí encontrará debidamente reseñados (con título, editorial, traductor y fecha de publicación) libros de Tobías Wolf, Lorrie Moore, Hanif Kureishi o Rodrigo Rey Rosa, entre otros, por lo que una vez leídas las correspondientes reseñas tendrá elementos de juicio suficientes para saber si sigue adelante en su deseo de reponer el pasado o si opta por darse la razón a sí mismo y solidarizarse con aquel momento en que decidió que eso del realismo sucio no merecía la pena. Lo dicho: un plan de lectura para toda la vida.
Decía que el dinero es el verdadero gran protagonista de esta historia tan británica y que tanto conmovía a los soldados evocados en The Janeites, relato de Rudyard Kipling, personaje como se sabe nostálgico de las grandezas imperiales y desde luego algo más que un pelín fascistoide. Y, sin embargo, ¡qué admirable escritor!, ¡qué admirable moralista incluso!, en esa exhortación a asumir la propia vida con dignidad, sentimiento de fraternidad y valentía ante la inevitable confrontación con la naturaleza que es Capitanes intrépidos. No es esta una paradoja menor en algunos de los grandes de la literatura. Pienso en el Celine del Voyage au bout de la nuit, los Drieux de la Rochelle y Robert Brassillac de El fuego fatuo y Comme le temps passe; pienso, en fin en el Ernst Jünger de Los acantilados de mármol, que marcó a fuego la vida de mi llorado amigo Ferrán Lobo.
No podemos extrañarnos de la ceguera (cuando no del resentimiento, de la cobardía y hasta voluptuosa complicidad con la ignominia) en los grandes, puesto que de lo contrario habríamos de extrañarnos también de la aplastante mediocridad del resultado cuando excelentes personas se acercan (con honrada dedicación consciente y hasta espíritu de sacrificio) a la creación.
Siempre se ha sabido que los buenos sentimientos son en general inoperantes desde el punto de vista de la efectiva lucha contra el mal (ya he evocado aquí mismo al respecto la convicción de Marx de que el "reaccionario" Balzac, al describir con implacabilidad y sin juicios de valor los lazos sociales objetivos, hace experimentar lo insoportable de estos, mientras que al leer al "progresista" Zola toda nuestra capacidad crítica muta en lacrimógena voluptuosidad). ¿Cómo extrañarse pues de que la más depurada exigencia de confrontación, la sobria disposición de espíritu que exige la obra de arte, sea perfectamente compatible con la mezquindad y hasta con la ruindad en el registro de la moral y de la política?
9. Telegrafista. Técnicamente, se trata del señor que se encarga de hacer funcionar el aparato, no del que lo maneja ni del que lleva el mensaje a destino, pero seguramente somos mayoría quienes naturalmente pensamos en esos tipos francamente estrambóticos que saben expresarse a golpecitos. Uno de esos quehaceres que algunos siempre envidiamos en secreto, pero jamás nos dimos el tiempo de aprender. Hay una cierta dosis de poesía dactilar en el empleo de la clave Morse: alta tecnología del ingenio que la gente tendría que dominar, así fuera para poder secretearse sin para ello tener que abrir la boca. ¿Quién no disfrutaría de una declaración de amor expresada con toques largos y cortos en la piel? ¿Cuántas zonas del cuerpo serían muy dichosas de recibir tan delicados mensajes?
10. Ropavejero. Su solo apelativo es un atentado al glamour. "¡Ropa usada que venda!", gritaba el personaje y uno, niño curioso, se imaginaba a un hombre acaudalado, pues de seguro cargaría el capital bastante para hacerse con los ajuares de la colonia entera. Afortunadamente nunca supe cuánto ofrecía por cada prenda, menos dónde y a quién se las vendía, pero cualquiera que haya estado en una venta de garage sabe que en este mundo menudean los rotos y los descosidos, cada uno con el precio que siempre habrá alguien dispuesto a pagar.
11. Fichera. Eterna terapeuta del noctámbulo, profesora de baile del imberbe, pariente miserable de la vedette, mitificada de patética manera en varias de las peores inmundicias del cine mexicano (con el perdón de la entrañable Sonora Santanera). Quienes llegamos tarde a esta tradición mal podemos jactarnos de conocerlas, pues aun si alguna noche cruzamos el umbral de un tugurio siniestro en procura de esa rara experiencia, la encontramos al cabo desfalleciente, desgastada, olvidable. Hay quienes inclusive se indignan de saber que estas chicas de costumbres vetustas se atreven a cobrar por cada ginger-ale a precio de champaña que consumen, como si su negocio consistiera en gorronear bebidas de segunda. Lo cierto es que, mea culpa, me aburre intensamente su compañía, o será que está llena de la tristeza honda y ancestral de los sobrevivientes de la noche. ¿Quién quisiera, además, verlas de día?
12. Carretonero. No recuerdo a ninguno. Pasé cantidad de años sin siquiera saber en qué concretamente consistía su oficio, pero desde muy niño los oigo mentar. Siempre que mis mayores se referían a las verdaderas palabrotas -cuya sola mención delante de la familia me habría acarreado una segura bofetada- las llamaban groserías de carretonero. Ahora que sé que los carretoneros debían pasar sus días empujando un carretón lleno de variopintas mercancías, entiendo que se hicieran fama de blasfemos. Basta con que me vea obligado a empujar -cargar ya no digamos- cualquier objeto más pesado que yo, inevitablemente se me escapan docenas de pinches, putamadres y carajos, que a su vez tienden a quedarse cortos si encima de eso atino a darme un chingadazo. Hoy día, el uso exagerado de las palabras gruesas les ha quitado chispa, fuerza y resonancia. Atención, carretoneros: ya va siendo hora de renovar las blasfemias.
Por periodos, tras seguir considerando y sufriendo las reacciones de uno mismo y las de los demás semejantes, sobreviene un enorme cansancio desde la aburrida repetición de la condición humana. Los mismos malentendidos, los mismos rencores por iguales motivos, el egoísmo reiterado, la impiedad injustificada, el desconcierto, la tristeza recurrente, el sentirse mal querido, traicionado, olvidado o incluso infeliz por un insignificante revés. Dan ganas entonces de cambiar de especie y disponerse para tratar animadamente con otras diferentes formas de ser y estar. Tipos que no calquen los expedientes de los que procedemos y nos procuren la oportunidad de adentrarnos en otra constelación, entre otros desconocidos personajes y también mediante otro yo, transformado en el novedoso modelo vivencial que haría evaporarse la fatiga de ser, la fatiga de sí y de los prójimos humanos. ¿Acceder pues a otro planeta? ¿Llegar a un extraño futuro súbitamente nacido del cataclismo?
Una amiga me dice, sin embargo, que no hace falta tanto para probar un universo diferente. Un low cost aéreo, más o menos seguro, transporta a miles de kilómetros hacia el centro de África o de Asia donde cabe ser recibido por un traumático y acaso curativo cambio de vida. No será suficiente ser turista a secas pero gracias al turismo se accede a la experiencia de que lo que creíamos una totalidad planetaria de seres humanos iguales se revela un panorama de muchos sueños y realidad extraños. Un mundo sin semejanza a nuestra cotidianidad, nuestra conducta o nuestra neurosis y que nos hace aparecer como jactanciosos fantasmas de la única condición humana posible, auténticos tontos colgando de la higuera.
Tener un poeta en tu vida es fuente de alegría. Si los gobiernos no tiraran el dinero podrían dedicar una partida a poner poetas en la vida de las gentes. Con muy poco dinero aumentaría mucho eso que ahora se llama "calidad de vida". Mi poeta biográfico es Francisco Ferrer Lerín, con quien he vivido aventuras extremas y temibles encuentros. Es un poeta del enigma, del desmán, del arcano, del rijo, del sindiós, del crimen y de la casquería. Acaba de publicar su último poemario, "Papur", en un sello de nombre apropiado: Editorial Eclipsados. Yo diría que son unas cincuenta novelas en miniatura seguidas de poemas científicos (es muy bello el llamado: "Ingesta de carne humana a cargo de aves en las provincias de Lérida y Huesca", para enamorados y tal) y dos guiones que podrían dar algo de vidilla al cenizo cine español. Aprovecho la ocasión para aclarar un punto de nuestra biografía que tanto ha dado que hablar a los historiadores y archiveros.
En la presentación de uno de sus libros y al narrar algunas escenas de nuestra vida en común, Ferrer Lerín reveló que yo fui el ganador del primer concurso de masturbación que se celebró en España tras la muerte de Franco. Por el gesto adusto del numeroso público adiviné de inmediato que había sido malinterpretado, pero luego nos olvidamos y ya no volvimos sobre el asunto. Tras mucha vacilación, hoy debo aclararlo. En efecto, en los años sesenta algunos estudiantes radicales ganábamos unos duros masturbando cerdos. Los payeses catalanes no gastaban en piensos y con aquella práctica ancestral sabían que el marrano sacaba carnes más blandas y menos pestilentes. Iba a peseta el gorrino. Hoy eso se ha perdido, por el Erasmus. Sin embargo el concurso no lo gané yo sino alguien que hoy goza de tan temible poder que no puedo dar su nombre y sólo de pensarlo tiemblo. Debo añadir que cada vez que entrábamos en cochiqueras los cerdos iban, enloquecidos, hacia Ferrer Lerín con el morro palpitante y los ojos encendidos. También de eso va su libro. Es muy bueno.
Artículo publicado en: El Periódico, 27 de septiembre de 2008.
Estamos realmente preocupados, ¿qué hacemos?, ¿sacamos los ahorros del banco y los metemos debajo de un ladrillo? Los vaivenes y desplomes financieros nos traen a todos de cabeza, sobre todo a los que no estamos versados en cuestiones económicas, que parece que somos la mayoría. El otro día oí en el autobús que algunas Cajas de Ahorros sólo pensaban asegurar 25.000 euros si se producía la catástrofe y que a aquellos afortunados que tuvieran más capital les convendría repartirlo en varias cuentas. Las opiniones apocalípticas se han desatado en los medios. Para suavizar la situación, la Reserva Federal Norteamericana va a dedicar 700.000 millones de dólares para comprar a los bancos "activos contaminados por las hipotecas basura" hasta que vuelva la normalidad. La medida parece que no ha sido bien acogida por importantes autoridades monetarias y políticas. El propio presidente del parlamento europeo, Gans-Gert Poettering comentó en una declaración de ayer mismo que "no podemos permitir que tras la crisis monetaria, los americanos pongan 700.000 millones de dólares en bancos que ganan dinero para su uso privado". Dice además, que no comprende que se dispongan de esos millones de dólares de los contribuyentes para salvar el sistema financiero y no para luchar contra el hambre en el mundo.
Cuánta razón tiene. Ya no parece descabellado decir algo sensato. Personalmente estoy harta de que "el gran dinero" juegue con mi pequeño bolsillo. Estoy harta.