Javier Rioyo
Alguien decía ayer que no sabía que era una Casa de Misericordia. Me sorprendió, pero después de un rato pensé que lo razonable es no saber qué querían decir estas dos palabras juntas. Para saber de aquello, además del libro de poemas de Margarit -que surge de una visita a una exposición sobre una de aquellas casas del franquismo- le recomiendo que acuda a una novela de Benjamín Prado, Mala gente que camina en la que se da noticia de los usos, abusos y horrores de aquellas aparentemente caritativas casas que sirvieron para reeducación, esclavismo, control y tráfico de niños hijos de perdedores de la guerra.
El lado poético de Margarit nos evoca aquellos desolados lugares. El de la prosa de Benjamín Prado nos acerca al tráfico del horror. Así fuimos. Incluso si de "misericordia" y literatura hablamos, no podemos olvidar una de las mejores, más conocidas, realistas y duras novelas de Galdós: Misericordia. Un viaje a los submundos, a la pobreza, ala miseria de unos barrios de Madrid llamados Injurias, Cambroneras, Fábrica de Gas o Estación de las Pulgas. Con ese mundo convivieron nuestros antepasados. Con el otro, con el de las Casas de Misericordia, algunos tan cercanos como Joan Margarit. Volveré a Misericordia de Galdós. Y recuerdo la "casa" de Margarit:
"El padre fusilado.
O, como dice el juez, ejecutado.
la madre, ahora, la miseria, el hambre,
la instancia que le escribe alguien a máquina:
saludo al vencedor, Segundo año Triunfal,
Solicito a Vuecencia poder dejar a mis hijos.
En esta Casa de Misericordia.
El frío del mañana está en la instancia.
Hospicios y orfanatos fueron duros,
pero más dura era la intemperie.
La verdadera caridad da miedo.
Igual que la poesía: un buen poema,
por más bello que sea, será cruel.
No hay nada más. La poesía es hoy
la última casa de misericordia."