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I. La escena del crímen

/upload/fotos/blogs_entradas/carlos_fernando_chamorro_med.jpgManagua.  Este domingo muy temprano de la mañana, fuerzas de la Policía Nacional actuando bajo las órdenes de un juez rompieron con mazos y barras las puertas del pequeño edificio que aloja las oficinas de la Fundación Cinco que preside el periodista Carlos Fernando Chamorro, como si se tratara de entrar al cuartel de unos traficantes de drogas, y ya allanado el local, el fiscal que encabezaba el operativo procedió a requisar, con el auxilio de burócratas y de detectives, los archivos de la Fundación.

Una operación parecida se había consumado la noche anterior en las oficinas del Movimiento Autónomo de Mujeres (MAM),  y otras 15 organizaciones de mujeres, de derechos humanos, promoción del voto, y defensa de los derechos políticos de los ciudadanos, están en la lista de las que serán igualmente intervenidas.

Un amplio perímetro alrededor de la sede de la Fundación Cinco fue rodeado por destacamentos policiales mientras duró el operativo, desde las 6 de la mañana a las 10 de la noche, impidiendo el ingreso de personas y el tráfico de vehículos, y las calles de acceso fueron cerradas  con cintas amarillas en las que se leía escena del crimen.

¿Cuál es el crimen cometido, que merece semejante despliegue, y el secuestro de los archivos de organizaciones como la Fundación Cinco y el Movimiento Autónomo de Mujeres?

Adversar al régimen de Daniel Ortega, la corrupción, y los abusos de poder, ese es el crimen.

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13 de octubre de 2008
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Tiempo de minerales y de bestias

Recuérdese que mientras barajaba la conjetura de inscribirse en la filiación poética que le permitiría explorar, en el horizonte puro del lenguaje, modalidades de temporalidad que escaparían a la corrupción, el Narrador de la Recherche, al entrar en el salón de los Guermantes, se encuentra precisamente con seres humanos que sólo remiten a la desintegración en acto. Retomo un texto ya aquí trascrito, al menos en una ocasión: 
 
/upload/fotos/blogs_entradas/los_aos_y_la_belleza_med.jpg"Y pude verme como en el primer espejo verídico hasta entonces encontrado, en los ojos de los viejos, que en su opinión seguían siendo jóvenes, como yo lo seguía siendo en la mía, y que cuando me ponía a mí mismo, en espera de un desmentido, como ejemplo de viejo, no tenían en sus miradas, que me veían de una manera diferente a como se veían a sí mismos, pero coincidente con la mía sobre ellos, ni un solo rasgo de desacuerdo. Pues nosotros no veíamos nuestro propio aspecto, nuestras propias edades, sino que cada uno, como un espejo invertido, veía tan sólo el del otro.
 
"Y sin duda, al descubrir que han envejecido, muchas personas se sentirían menos tristes que yo. Pues con la vejez ocurre lo que con la muerte. Algunos la afrontan con indiferencia, no porque tienen mayor valor que los demás, sino porque tienen menos imaginación. Además, un hombre que desde la infancia apunta a una misma idea, mas al que su pereza, y hasta su estado de salud, forzándole a postergar continuamente la realización, anula cada atardecer el día transcurrido en pura pérdida, de tal forma que la enfermedad que acelera el envejecimiento de su cuerpo, retrasa el de su espíritu, este hombre se encuentra más sorprendido y conmocionado al ver que no ha cesado de vivir en el Tiempo, que aquel que vive en sí mismo, se adecua al calendario, y no descubre de repente el total de los años cuya adición ha perseguido cotidianamente. Pero una razón más grave explicaba mi angustia; yo descubría esta acción destructiva del Tiempo en el momento mismo en el quería emprender la tarea de hacer transparente, intelectualizar en una obra de arte, realidades extra-temporales". ( p. 930)
 
Me detengo en la afirmación de que la enfermedad, sirviendo más bien de coartada para la pereza, al postergar la realización de la tarea, provoca en el Narrador la reacción defensiva consistente en abolir el día transcurrido. Abolición para el espíritu que no para el cuerpo, pues este último es entonces ya pura expresión de lo implacable del cambio destructor. Seguiré mañana con este asunto.

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13 de octubre de 2008
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De nuevo, McCain y los hispanos

En su camino, en estas elecciones nacionales, hacia la derecha del Partido Republicano, McCain, senador por el estado de Arizona, ha dejado atrás a muchos sectores de la población que alguna vez consideraron darle el voto.
 
Entre éstos se encuentran los hispanos.
 
Una vez, hasta hace sólo pocos años, McCain les inspiraba confianza. En 2006, en el Senado, arriesgaba su carrera con un proyecto bipartidista de ley presentado con el demócrata Ted Kennedy en el que proponía la integración masiva aunque paulatina de los millones de inmigrantes ilegales del país. Los hispanos, que dan tradicionalmente su voto a los demócratas, estaban entonces encantados con el senador rebelde y exmilitar prisionero de guerra en Vietnam.
 
/upload/fotos/blogs_entradas/un_nuevo_lder_entre_los_republicanos_med.jpgAdemás, de McCain se recordaba entonces que nació en Panamá -lo que aquí tiene importancia pues se supone que tenga cierta sensibilidad hacia los países de la región- y que no sólo había viajado extensamente por América Latina, sino que favorecía los tratados de libre comercio con la región, contrariamente a los demócratas, maniatados por sus vínculos con los sindicatos obreros. Para la misma fecha, el senador era electo con el apoyo del 70% de los hispanos de su estado de Arizona.
 
Hoy, dos años después, según varias encuestas realizadas en plena campaña electoral, el 64 % de los hispanos votará por Obama y sólo el 26% por McCain.
 
¿Qué ha pasado, pues, desde entonces? En esencia, que los hispanos lo asocian demasiado con el Partido Republicano.
 
Cuando se debatió su proyecto de ley en el Congreso, el ala más derechista del partido tomó la iniciativa y dejó saber que no lo aprobaría, pues la única solución al tema de los inmigrantes era el levantamiento de una muralla en la frontera entre México y los Estados Unidos. Por lo demás, el partido consideraba que legalizar a los ilegales equivalía a premiar a malhechores. Y, no cedió en sus posiciones.
 
McCain comenzó, pues, a reconsiderar sus ideas. Para vencer en las primarias, era más importante obtener el beneplácito de la base conservadora Republicana que atraer a unos hipotéticos votantes hispanos.
 
Y, en las primarias, se puso a declarar que, primero, habría que garantizar la seguridad de las fronteras y seguir construyendo la muralla para, luego, poder hablar de sus reformas migratorias.
 
Con la misma, comenzó a alejarse de los hispanos.   
 
Este alejamiento se advierte hasta en los estados de Colorado, Nuevo México y Nevada, contiguos al propio estado de Arizona.
Allí, los hispanos son mayoritariamente de origen mexicano y votan a los demócratas tradicionalmente. Pero, en Nuevo México, por ejemplo, en las elecciones de 2004, Bush logró obtener el 44% del voto hispano. Hoy, McCain no rebasa el 17% del voto hispano del estado.
 
En las últimas semanas McCain ha seguido teniendo menos y menos suerte.
 
La crisis financiera ha venido a distanciar aún más a los hispanos del Partido Republicano.
 
Primeramente, se responsabiliza a Bush por el desastre; segundo, los temas sociales, como el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo, han pasado a segundo plano y no interesan sobremanera a los hispanos católicos y evangélicos; y, más que nada, la crisis ha puesto a los latinos y a todos los estadounidenses a pensar en cómo mantendrán el nivel de sus salarios y sus puestos de trabajo -temas que los acercan necesariamente a los demócratas.

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13 de octubre de 2008
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La sal del carnaval

Soy un grano de sal que se pregunta cuántos como él serían necesarios para acabar de llenar el salero. Es una duda inútil, pero a la gente le gusta jugar a resolverla. Algunos dicen que éramos un millón, otros juran que menos de cien mil. Difícilmente existe ciencia más inexacta que la de darse a contar multitudes, pero a éstas rara vez parece preocuparles. Por lo demás, los autobuses del Festival VivAmérica -cada uno equipado con un escenario en lo más alto de su estructura- se movían igual por Atocha que por Recoletos, arrastrando quién sabe cuántas decenas de miles en derredor. Lo más fácil, por tanto, es cada uno saber cuántos quiere que sean y ponerle ese número al gentío.

     Debe de haber infinidad de cosas que se pueden hacer mientras los demás bailan. La profesión de crítico de fiesta es harto socorrida entre los malqueridos. Quienes no bailan se parecen a veces a quienes nunca ríen, necesitan razones para mostrarse inteligentes ellos y señalar la estupidez de los otros. Quienes no bailan y resultan rodeados por quienes no se cansan de bailar incuban una suerte de amargura que se expresa en sarcasmos infelices. No vayamos más lejos, algún zopenco amargo escribió en algún foro de la red las siguientes palabras en torno al último acto del VivAmérica: "panchitos y mas panchitos sudacas por las calles de madrid. veo el futuro negro-NUNCA MEJOR DICHO...". Lo he copiado tal cual, con todo y sus mayúsculas gritonas.

     Vuelvo a la calle, que es lo que interesa. Allá arriba, entre Cibeles y Alcalá, canta Daniela Mercury. Ha oscurecido, toda la calle es un maracatú que oscila sin parar. Para quienes se dan el tiempo de analizar, esta es una invasión latinoamericana sobre Madrid en el doce de octubre. De ahí que algunos logren contar millones, y otros apenas unos cuantos miles. Para la mayoría, sin embargo, lo único que cuenta es la posibilidad de injertarse en bahiano y entregarse a cantar y bailar con la Mercury. Nada que uno esperase un domingo en la tarde, cuando los malqueridos piensan en suicidarse y entrebuscan razones para agarrar valor.

     La idea es inspirada. Si en la mañana del doce de octubre las calles de Madrid son escenario de un desfile militar, la tarde bien merece un carnaval, así sea para aflojar los esfínteres tiesos ante tanto fusil. Soy un grano de sal que no sabe contar y danza solamente al fondo del salero. Les agradeceré que no apaguen la música.

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13 de octubre de 2008
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El héroe más improbable

En un mundo donde tantos que por definición deberían velar por nosotros -desde padres a funcionarios electos- son los primeros en traicionarnos, ¿por qué sorprenderse de que un asesino serial pueda funcionar como héroe?

Basada en una serie de novelas de Jeff Lindsay, la serie Dexter cuenta con que esa inversión de valores no espantará a aquellos que crecimos en una sociedad heredera del Cambalache discepoliano. (‘Hoy resulta que es lo mismo /ser derecho que traidor / ignorante, sabio, chorro / generoso o estafador. Todo es igual / nada es mejor...'.) De acuerdo a la anécdota, Dexter Morgan (Michael C. Hall, el hermano gay de Six Feet Under) sufre de niño el trauma de ver a su madre despedazada por una sierra eléctrica y crece con irrefrenables tendencias psicopáticas. Lejos de condenarlo o institucionalizarlo, su padre adoptivo, el policía Harry Morgan (James Remar) lo insta a que dirija su violencia tan sólo hacia aquellos que, aunque tan psicopáticos como Dexter, eligen como víctimas a ciudadanos inocentes y escapan del cerco de la ley. El hecho de trabajar como forense en la policía de Miami facilita a Dexter el acceso a estos malvivientes. La pregunta subyacente a la historia es simple: el hecho de hacer algo ‘bueno' -esto es, liberar a la sociedad de tantos predadores, por más que se lo haga de modo ilegal-, ¿basta para redimir a un psicópata?

Producida por el canal de cable Showtime -que también lanzó otras series risqué como Weeds y Californication-, la tan divertida como adictiva Dexter ya tiene dos temporadas editadas en DVD y una tercera que debutó días atrás en los Estados Unidos. El tono general del relato es liviano, no perdiendo nunca de vista el hecho de que Dexter se considera desconectado de todo sentimiento: verdadera o imaginada, esta distancia ayuda a que la perspectiva mezcle asombro y malicia en partes iguales. Por eso, aunque no rehuye los hechos de sangre ni la crueldad del peculiar métier al que Dexter se aboca, la serie está más cerca de la sensibilidad pop del escenario de Miami que del profundo cuestionamiento existencial. Dexter transcurre en un universo donde todos los valores han sido relativizados; donde, como decía más arriba, las madres prostituyen a sus hijas (hubo un caso así en la Argentina, revelado días atrás) y los gobernantes electos espían a sus ciudadanos, los envían a guerras indefendibles o los despojan de todos sus ahorros. Pero tampoco pretende reflexionar seriamente sobre el asunto: se contenta más bien con solicitar del espectador el beneficio de la duda, a sabiendas de que en este mundo los héroes serán improbables -o no serán.

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13 de octubre de 2008
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Sin misericordia, sin letra, sin himno

Hace años, tentaron al poeta Joan Margarit para participar en la Operación Letra para el Himno de España. Hizo el viaje, trajo unos versos y comió con amigos poetas convocados para la causa. Rieron y bebieron hasta que llegó el momento de la verdad. Había que visitar La Moncloa y conocer a aquel prosaico presidente que decía amar la poesía, aquel lector que hablaba el catalán en la intimidad. Margarit, que conserva el catalán de La Segarra mezclado con el de Barcelona, contaminado por el castellano del franquismo, mostró sus versos para el himno que estaban escritos en su idioma materno, el catalán. Y así se deberían quedar. Allí terminó la reunión.

Seguimos siendo una nación sin himno, pero, al fin, somos un premio nacional que sabe que la patria del poeta es la poesía. Margarit habla un preciso español que se forjó escuchando canciones de amor por la radio, mirando a las mujeres, jugando a la pelota en la calle, creciendo en el Tenerife de los años cincuenta y sin turismo, viajando en barcos hasta la Península, cruzando las ásperas tierras en trenes nocturnos, viendo niños que miraban con ojos de color de hospicio, recordando casas de misericordia, hipócritas caridades, refugios que no hogares, no casas, de una patria cruel, sin perdón, sin piedad. ¿Qué himno podría hacer Margarit? ¿Qué himno esperaba aquel que sería señor de la guerra? ¿Qué versos esperaban de un poeta que no esconde la tristeza, ni la alegría, ni el llanto, ni la misteriosa felicidad? No es poeta para himnos.

En Madrid, y en otros lugares de nuestra tierra sin himnos, hemos podido disfrutar con las palabras, los poemas, de un poeta que se reencontró con su idioma catalán. El de sus sueños rurales y el de la vida barcelonesa, el que le sirve para escribir con la precisión del que calcula estructuras y con la libertad de Art Tatum en noches de jazz y lluvia. Cuando un jurado premia a Margarit, está premiando a todos. La poesía no es sólo de jardines cerrados, ni ínsulas extrañas. La poesía, como la belleza, puede estar lejos de Florencia, en las agujas del edificio Chrysler, en el mar Muerto, a pie de barra en el último bar, en la boca de Maribel Verdú o en los hierros melancólicos de un basurero industrial.

El poeta Margarit nos hizo feliz un día madrileño con aguacero. A él le habían dado el Nacional de Poesía y nosotros nos refugiábamos de la lluvia en un teatro tomado por las palabras, las piernas, el cuerpo y los rostros de Aitana Sánchez-Gijón y Maribel Verdú. No serán poesía, pero son evasión y un poco de descanso. Encontrarte con la Verdú es tropezar con la alegría. A Margarit, que sabe buscar la alegría, que es un joven viejo que canta, le tengo que invitar al teatro.

Artículo publicado en: El País, 12 de octubre de 2008.

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13 de octubre de 2008
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Ya sólo habla de amor

Ray Loriga

Alfaguara

Llegado más o menos al primer tercio de la novela el lector habrá adquirido al menos dos certezas acerca de lo leído: una, que la cosa va lenta; otra, que está muy bien escrita.

/upload/fotos/blogs_entradas/ya_slo_habla_de_amor_med.jpgSupongamos que fuese legítimo aplicar a una obra de ficción esa fórmula capital del periodismo anglosajón, y según la cual toda noticia se compone de hechos (facts) y opiniones (opinions). En tal caso, y una vez doblado el cabo de ese primer tercio de Ya sólo habla de amor, cabría decir que las opiniones ganan abrumadoramente a los hechos, los cuales, más o menos, y hasta ese momento, son los siguientes: un tipo llamado Sebastián sale de su casa camino de la embajada suiza, donde ha de encontrarse con una mujer llamada Mónica, que es morena y tiene "su vida, su novio, esas cosas que la gente tiene". Por su parte, él, Sebastián, tiene una ex mujer y dos niñas y poco más. Al menos que se sepa de cierto. Caso de que acabe llegando a la embajada, y no está claro que lo haga, habrá de bailar con Mónica porque el motivo del encuentro es un baile organizado por la legación helvética. Pero tampoco está claro que Sebastián y Mónica acaben bailando porque da la casualidad de que a ella le encanta la danza pero él apenas si sabe bailar. Y, encima, odia esa actividad. Y puesto que no suele ocurrir que una mujer bella baile mucho tiempo sola, cabe la posible certeza de que aparezca un apuesto suizo y ya se sabe. Hasta aquí los hechos.

Urge aclarar que en Ya sólo habla de amor, Ray Loriga ha introducido un giro importante a su escritura. Junto con este su último trabajo, Alfaguara publica otras dos novelas suyas anteriores, Lo peor de todo (aparecida en 1992, cuando él tenía 25 años) y Tokio ya no nos quiere (de 1999, a los 32 años de edad). Leídas cronológicamente se advierte de inmediato el cambio al que aludo. La escritura que le valió un aprecio casi inmediato era una construcción a base de trazos leves e incisivos, con un tono fresco y descarado y una estética como de cine de barrio neoyorquino. Pero sobre todo era un trabajo hecho desde fuera, como en una mina a cielo abierto. Usando la memoria a modo de máquina extractora, en el material narrativo se mezclaban presente y pasado, mineral y ganga, opiniones y hechos, y retazos y apuntes, todo ello esparcido por las páginas a paso de carga. O como uno de esos cañones que producen nieve artificial.

La suya era, además, una manera de contar que ponía de manifiesto una ruptura radical con la tradición literaria entonces vigente, hecha por hijos de los hijos de la guerra, formados por Franco y la Guerra Fría y que vivieron su última (y casi primera) juerga en mayo del 68. En Loriga y sus contemporáneos ni siquiera era posible detectar una reacción contra todo aquello, un ajuste de cuentas algo tardío pero solidario, un "os vais a enterar ahora que por fin se puede hablar claro". Para nada. Alguien había pasado página definitivamente. La historia seguía pero no en el capítulo siguiente si no en uno nuevo, propio, con sus querellas y sus mitos y sus dioses y sus derrotas. O sea, el infierno de siempre pero de nueva planta. Una construcción propia.

En Ya sólo habla de amor, Ray Loriga ha dado un giro patente a su narrativa. Sigue a lo suyo, como no podía ser menos, con sus viejos guiños y gustos perfectamente reconocibles. Salvo que en lugar de trabajar sobre la superficie ahora lo hace desde dentro. Y con un propósito arriesgado y por ende loable: más que contar una historia (y en este caso uno tendería a pensar que es una historia de amor) lo que le importa es la construcción de un sentimiento, y más concretamente el sentimiento amor, empresa tanto más arriesgada cuanto que se trata de una experiencia acerca de la cual todo el mundo opina, y todo el mundo conoce y cree poseer su propio decir. De ahí los tumbos y las contradicciones, las bravatas y las derrotas, los quiero y los no quiero, las adoro y las detesto, son mi vida pero me matan. Está claro que se trata de un paso notorio y, sobre todo, prometedor, pues trabajar con tanta soltura desde dentro como desde fuera es condición indispensable, y un tipo de dialéctica positivamente enriquecedora, para cualquier buen narrador.

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13 de octubre de 2008
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América Latina: ¿Obama o McCain?

Si los latinoamericanos pudieran votar en las elecciones de noviembre, su opción más clara debería ser, sin dudas, Barack Obama. El candidato demócrata ha dado este año, en mayo, el discurso más ambicioso y concreto sobre una nueva política de los Estados Unidos hacia la región. En ese discurso, Obama se ha mostrado dispuesto a una reforma de las leyes inmigratorias que permita que muchos indocumentados se conviertan en ciudadanos; en cuanto a la política con Cuba, al mostrarse abierto al diálogo, a cierta apertura que no castigue a los ciudadanos cubanos ni a sus familiares en los Estados Unidos, parece interesado en romper con una ortodoxia de casi medio siglo que apresa a los políticos estadounidenses como una camisa de fuerza, impidiéndoles soluciones creativas al problema; su política de libre comercio es algo confusa, pues el partido Democrata se ha vuelto más proteccionista y Obama no quiere perder el voto de las bases que, durante las primarias, se mostraron receptivas al discurso populista de Hillary Clinton. Con todo, lo importante es que Obama demuestra un claro interés en América Latina, un deseo de no descuidar a un continente que se halla cada vez más distanciado de los Estados Unidos.

En cuanto a John McCain, sus instintos guerreros lo llevarán a continuar con la obsesión de Bush en Irak. Si bien es uno de los pocos republicanos con una mirada humanitaria hacia el tema de la inmigración y está convencido de la necesidad de una reforma, el rechazo recalcitrante de su partido a este tema lo ha obligado a endurecer su posición. De la misma manera, cuando habla de América Latina, lo hace con un rígido discurso en el que la seguridad de Estados Unidos es prioritaria y la sutileza diplomática pasa a segundo plano: se debe continuar con el apoyo a Uribe en Colombia, no se debe negociar con Cuba, se debe ser más severo con Chávez y Morales.

Ésta ha sido una década perdida para las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Hay razones para pensar que las cosas cambiarán para mejor con una nueva administración: son varios los temas urgentes en la agenda que no pueden seguir siendo postergados. Igual, hay que aceptarlo: para Estados Unidos hoy, embarcado en dos guerras y con un severo crash económico, América Latina no tiene la importancia estratégica que alguna vez tuvo.

(Foreign Policy, octubre-noviembre 2008)

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13 de octubre de 2008
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Cuando la luz oscureció la tierra

Hay en el norte de París una catedral truncada de la que sólo queda el ábside y parte del transepto. Es, sin embargo, el mayor edificio de su tiempo y sigue siendo uno de los fracasos más admirables del arte de la construcción. Tanto quisieron subir los muros que la nave central se derrumbó una y otra vez con el eco ominoso de Babel. Los templos góticos crecieron en menos de cien años como leves jaulas de vidrio por cuyas vidrieras entraba en haces la luz solar teñida de azul, rojo y amarillo. El interior del templo sufrió una enorme sacudida y los rayos tintados fueron expulsando geniecillos, demonios y otras potencias mágicas que aún tenían sus nidos en las covachas y hornacinas.

Eran demonios muy disminuidos que a lo largo del medievo habían pululado en las severas fábricas románicas. Allí, en la más completa tiniebla, se les pudo ver entre cirios y velones, a una lumbre engañosa que disimulaba sus rasgos paganos. Aquellos duendes y demonios habían resistido la persecución cristiana acomodados a las estatuas de los santos locales, de las vírgenes salutíferas, de los mártires de nombre ignoto, como San Protasio, en cuyas vísceras se ocultaba Pólux. Los creyentes, que habían aceptado con entereza que Diana o Selene cambiaran de hábito y ahora se cubrieran con una toca (siempre que siguieran protegiendo la fertilidad de las hembras o la salud del ganado), llevaban mil años conviviendo con brujas y magos en armonía sólo quebrada de vez en cuando por una pira en la que ardían algunos ciudadanos cuyo sacrificio era ineludible para seguir viviendo entre hechiceras y adivinos.

/upload/fotos/blogs_entradas/saintdenisinterior_med.jpgTodo se vino abajo cuando el obispo Suger, abad de Saint-Denis (cementerio de la corona de Francia, jardín pétreo de capetos y borbones que aún hoy sobrecoge), con el cerebro fulminado por un libro que él creía de Dionisio Areopagita, concibió una idea impía. A semejanza del emperador Constantino, vio como un mandato del cielo que los ennegrecidos templos de la cristiandad en los que sólo lucía el pabilo de las velas, recibieran una explosión de luz purificadora, para lo cual debía adelgazar los muros y sustituir la piedra por vidrio coloreado, de manera que el fuego divino limpiara de trasgos la casa de la Verdad. La Verdad, pensaba Suger, ha de ser visible, sin opacidades, clara, pura luminosidad, la Verdad quiere ante todo ver y verlo todo. Con esta ofuscación solar comenzó el inevitable camino hacia las luces.

Hasta entonces, en el interior de las ermitas heladas entre glaciares, en las abadías de la sierra alpina o en los monasterios festoneados por la viña, apenas había nada para ver. O mejor dicho, estaba todo por ver. En invierno y en días de oscuridad, sólo la vacilante candela y quizás una sombra lechosa de alabastro, o un oro del altar, pero en verano, con los portones abiertos y días de grandísima bonanza, se seguía por los muros la novela de Cristo, su vida como mago milagrero y su muerte, condenado a la tortura por su gente, sus vecinos, lo que luego se llamará "la sociedad", la cual no soporta que alguien intente cambiar las costumbres, las manías, el orden cotidiano que no da la felicidad pero permite sobrevivir sin pensamiento.

Entonces los templos comenzaron a crecer en altura y su interior se vio animado por el fulgor de los topacios, de los rubíes, de las esmeraldas, de las turquesas, el bordado en oro de las capas pluviales, los báculos preciosos, las ricas mitras, el terciopelo de los príncipes y el acero bruñido de los condestables. El pueblo, que había acudido al templo durante mil años buscando la vieja magia pagana acogida al vientre de una Santa María o sobre los hombros de un San Cristóbal, ya no tuvo mirada más que para aquella mundana grandeza, aquella visión de la eficacia unida a la razón, la fuerza y la verdad. Ordenados por jerarquía, los ricos burgueses se vigilaban los borceguíes y las chupas genovesas, mientras sus esposas esquinaban tras el velo o la cofia una mirada aguda hacia las hijas en flor. A medida que retrocedíamos hacia el pórtico, grupos cada vez más pobres abrían sus ojos cautivados por el hechizo de los príncipes. Insidioso, por los oídos les penetraba un sutil fuego celeste: la aérea y sublime tracería gótica de las voces, del órgano, del laúd, que inundaba con lluvia angélica el cerebro de cereal. Así el mundo cobraba un sentido nuevo, más externo, claro y luminoso, más apartado de aquel mundo antiguo pegado a la cerrada tierra donde esperan los muertos.

Aún faltaba lo peor. A la iniquidad de cambiar antiquísimos y poderosos demonios por febles santos, y la intimidad absorta del mortal por los espectáculos sociales, hubo de unirse la destrucción final del lugar mismo de la magia pagana, el templo (aquella madriguera de los mortales en la tierra oscura), que sería sustituido por una gramática visual abstracta y traslaticia.

Hay un glorioso capítulo en el generalmente pelmazo John Ruskin, donde abomina de la arquitectura renacentista con palabras que podrían salir de la boca de un profeta veterotestamentario con el estómago hinchado de langostas y alacranes. Viene a decir Ruskin que mientras la construcción estuvo en manos de los maestros de obra, mientras se fabricó de un modo práctico, los edificios tuvieron la dignidad del trabajo humano. Las iglesucas románicas, incluso la más humilde, tenían la perfección de la labor agrícola y las piedras se ordenaban como surcos en el campo bien arado. Todavía los templos góticos fueron construidos a mano, por así decirlo, tanteando las cargas y los pesos, escapando por los pelos cuando caían. Porque siempre caían y entonces se rebajaba la carga y volvían a cepillar los carpinteros su viguería y los estereótomos a cortar sillares. Por eso en Beauvais sólo queda un tronco de catedral, lo que perduró tras múltiples derrumbes de las naves, zona del pueblo. Se conservó el ábside porque es zona noble, aún prodigiosamente noble.

Sin embargo, dice Ruskin, llegó un momento inicuo, un ataque de gravísima impiedad en el que la construcción ya no se llevó a cabo tanteando y dejando que los muros cayeran cuando no aguantaban la carga, sino mediante el cálculo sistemático de una forma ideal. Fatal giro que arrasó un modo de vivir de los mortales desde las cuevas de Chauvet y Altamira. Ya no volverían a habitar acomodados a la materia que regala la tierra, en fraternidad con piedras, maderas, metales, e incluso con el ganado y las plantas impregnadas de droga salvadora, pastoreados por demonios y magos. A partir de ese momento (momento inicuo que da comienzo a lo que llamamos "la era moderna") los humanos iban a tratar de vivir en el hueco de una gramática calculada, segura, constatable e independiente del lugar, como arrancada de la tierra y suspendida en el aire. /upload/fotos/blogs_entradas/pin_33_med.jpgLa construcción ahora podía ser de piedra y madera, pero también de vidrio, de titanio, de plástico, de papel, de acero o de tela. Siendo lo esencial la forma teórica, el material con que se construya carece de importancia y los gramáticos serán quienes decidan cuándo una puerta, un arco, una ventana o una cubierta es aceptable o no lo es.

En unos años atroces, los de la Italia del siglo XV, se arrancará de la tierra una abstracción llamada "espacio". Brunelleschi levantará una cúpula que niega la gravedad y es pura teoría visible. De Alberti a Piero aparece completa la integridad de un espacio perfecto y perspectivo, sin relación con la densidad terrestre, liberado de la materia y la decadencia, extirpado de la vida mortal, lanzado a la eternidad que habían inaugurado las cabezas de caballo en la cueva paleolítica de Chauvet. Ahora ya podíamos fabricar casas en serie y adosados.

Artículo publicado en: El País, 12 de octubre de 2008.

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13 de octubre de 2008
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La obstinación

Un carácter exasperante de esta crisis es su obstinación. Cabría aceptar que los profesionales no comprendieran el fenómeno y lo tratarán mal pero una vez que se han ensayado diferentes fórmulas y muy variados puntos de vista para afrontar el problema, se deduce que no se trata ya tanto de que el problema sea simplemente difícil sino obstinado o  tenaz. De este modo es prácticamente imposible hincarle el diente. El problema posee, con toda probabilidad,  un enfoscado artilugio que necesita reparación pero además el mismo problema se cierra tercamente a toda intervención. Los múltiples intentos de las autoridades  basados en la inyección, la extracción de activos tóxicos o en conatos para desatascar su engranaje se revelaron vanos no ya por impertinentes respecto al organismo sino por incapaces para penetrar en su interior. El caparazón del problema es el problema, en la dureza de la superficie reside el obstáculo central.
 
La crisis se agranda y agrava día tras día precisamente porque su cuerpo cada vez más enfermo se niega a tragar, se opone a ser inoculado, se cierra frenéticamente ante cualquier propósito de inyección, se abastece de su propio virus como alimento esencial.  De este modo pasa el tiempo y las cosas empeoran a la manera de un paciente que con su extrema reticencia a la medicina se conduce a la extrema gravedad.
 
El hecho en fin es que sin provisiones nada funciona pero con ellas tampoco. La suerte del problema es la elección de la fatalidad. Nada funciona o se mueve en su organismo y debido a la parálisis su bulto cae a peso hasta la profundidad. Cae la catástrofe con todos sus bártulos de un índice cualquiera a otro inferior. Se despeñan las cotizaciones, la confianza, las instituciones, la imaginación. Y todo ello como efecto de que el carácter fundamental de la crisis consiste en afianzarse como tal. Afianzarse en la dureza de su extraño carácter, terne y obtuso tal como si su encarnadura  no se hallara en este o en aquel desviado modelo de conducta sino en su comportamiento igual a cero. ¿Muerto el sistema? ¿Encefalograma plano? ¿Sintonía sorda?
 
¿Será la crisis, la defunción? ¿Es el paciente un cadáver que ya no oye, no escucha, no reacciona a ninguna clase de estimulación? La sensación de cuanto viene ocurriendo en estas últimas jornadas hace creer -mientras los grupos del G-7, de la Eurozona, de la coalición internacional se reúnen- que el lenguaje de la crisis ha girado de la comunicación al mutismo, de la pulsación al paro del corazón. Será entonces, llegado el momento de la muerte física cuando las cosas giren en una nueva dirección? ¿Será el caso de que la solución no deba buscarse en solventar esta crisis sino en permitir su empecinamiento letal?
 
Más o menos, los optimistas piensan que este hundimiento del sistema, este fracaso sistémico acabará con el Sistema. Después un desconocido mundo social y económico abrirá su alborada progresista y más allá de toda recesión. De este modo se configuraría casi biológicamente la nueva utopía del siglo XXI y a diferencia de aquellas que poblaron el siglo XIX y el XX no sería obra de un movimiento, una militancia, unas furiosas vanguardias, o unas luchas revolucionarias quienes transformarían el paisaje humano  sino que la metamorfosis vendría de la extrema quietud. El sistema craquearía, se haría pedazos no como resultado de la presión subversiva ni mediante la violencia de una fuerza exterior sino como resultado de la disecación de su viejo cuerpo que reseco, falto toda de liquidez, iría quebrándose y generando  cenizas, polvo de un difunto que nunca más volvería a aparecer.

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13 de octubre de 2008
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