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La divinidad del cambio

Desde hace más o menos tres décadas todos los políticos, de izquierda, de centro o de derechas, proclaman en sus eslogan ser los auténticos representantes del cambio. Con ellos las cosas cambiarán. Gracias a su elección el cambio sobrevendrá o habrá sobrevenido de súbito en el momento del escrutinio triunfal. Desde la campaña del primer Felipe González hasta el último congreso del PP o el reciente rally de Barack Obama la oferta fundamental dirigida al electorado ha sido el cambio. El cambio y el cambio sin más. No esto o aquello a cambiar en concreto sino simplemente la idea de acceder a cambiar.

Cambiar ha adquirido así el máximo valor. Simbólico, político, electoral. Probablemente porque las cosas parecen ir mal o muy mal desde hace tiempo, pese a todo el crecimiento, y, en segundo lugar, porque nada puede adquirir verdadero valor si no se mueve. O si perdura especialmente ahora en una sociedad eminentemente variable, sustantivamente trufada de la imponente cultura de consumo cuya clave se apoya precisamente en reemplazar. En sustituir cualquier cosa (objetos, conceptos, parejas, trabajos, destinos) viejas o no por otras. La ideología de cambiar ha crecido tanto que se confunde con el crecimiento o el progreso. Y si ciertamente todo progreso conlleva cambio no necesariamente cualquier cambio conducirá ineluctablemente al progreso. La identificación de progreso y cambio es del mismo orden que la ecuación mental que une cambio a mejora. La justicia, la sanidad, la educación, el bienestar mejoran si alguien promete que los va a cambiar. ¿Prueba de que todo está tan mal que suspiramos para que no siga igual? ¿Prueba de que cambiando, no importa qué ni cómo ni hacia qué propósito prosperaremos? Sin duda esto compone nuestro arrière- pensée. El cambio anida en nuestra conciencia como la piedra filosofal que todo lo logra, el detergente que todo lo limpia, la termomix que todo lo trata, la medicina que cualquier mal cura. De este modo no hace falta al candidato otro elemento coadyuvante, además de la retórica, que la verosimilitud de su imagen cambiaria. Así McCain sería la estampa de lo establecido, el cuerpo sin posibilidad de cambiar/mejorar, mientras Obama, de piel presidencial inédita, de rara composición biográfica, de suficiente aforo para las sorpresas representaba la figura proclive a la variación. El cambio nos revitaliza, el cambio nos reemplaza una vida por otra, un paisaje por una secuencia más. El cambio o lo nuevo interaccionan entre sí para fundirse en la mística de lo mejor. La base de esta idea procede acaso de diferentes coyunturas siglos atrás pero jamás como en estos momentos su enunciación ha sido tanto el lema de la derecha como de la izquierda, de los conservadores o de los progresista, de quienes defienden el orden establecido o de quienes lucha por alguna revolución. ¿Consecuencia? El cambio se vuelve un depósito sin rellenar , un continente donde flota una abstracción y en cuyo centro imaginario reside una ficción de cuyo luminaria cada cual se sirve para encender su personal ideal de lo mejor.

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25 de noviembre de 2008
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El amigo alemán

Después de haber hecho una lectura de La batalla del calentamiento en Waldbronn (que a esta altura es lo más parecido a un segundo hogar que tengo en Alemania), llegué a Frankfurt, la ciudad que los escritores registramos ante todo como sede de la Feria más importante del mundo en materia de libros. Y allí conocí a la gente de la Sociedad para la Promoción de la Literatura Africana, Asiática y Latinoamericana. ¿Qué es lo que hacen estos alemanes tan delirantes como maravillosos? Pues lo que su augusto nombre propone, dado que están convencidos de que la ficción literaria no se agota en Europa ni en los Estados Unidos: promueven las traducciones al alemán de autores de los tres continentes mentados (en este año, sin ir más lejos, han colaborado económicamente con editoriales para traducir novelas del peruano Daniel Alarcón, de Martín Kohan y de la uruguaya Cristina Peri Rossi, entre otros autores -como yo, por ejemplo), /upload/fotos/blogs_entradas/cuando_me_muera_quiero_que_me_toquen_cumbia_med.jpgcompilan material informativo sobre nuestras letras asesorando a editoriales y medios alemanes, mantienen al día un banco de datos al que todos pueden acceder (me encanta descubrir allí a Der Robin Hood von San Fernando, que es como rebautizaron al maravilloso libro de Crstian Alarcón Cuando me muera quiero que me toquen cumbia) y organizan lecturas y encuentros, además de colaborar con la mismísima Feria.

Conversando con una de sus representantes, Corry von Mayenburg, le cuento que en América Latina ni siquiera podemos coordinar entre nuestros propios países para difundir la literatura que hacemos. Los colombianos no conocen la inmensa mayoría de lo que hacemos los argentinos, los chilenos no saben de los mexicanos, los uruguayos desconocen a los ecuatorianos -y viceversa, en todos los casos. ¡Y eso que ni siquiera tenemos que sortear la dificultad de que alguien nos traduzca!

Espero que Corry haya entendido que las desventuras latinoamericanas de las que le hablé (nuestros países no parecen tener gran interés en fomentar el intercambio cultural) eran un elogio indirecto al interés que ellos ponen en conocer y difundir voces distintas de las suyas, y también de las predominantes en inglés.

Por la noche, al término de mi lectura en un pequeño castillo que lleva el apropiado nombre de Gotisches Haus, conozco a Roland Spiller, un profesor de la Universidad de Frankfurt con particular debilidad por la literatura latinoamericana en general, y argentina en particular. Me dice entusiasmado que viajará a la Argentina en mayo, para participar de un coloquio sobre el tema. Poco después me entero de un encuentro que también ocurrirá en la Argentina entre traductores alemanes que trabajan sobre originales en español. Es obvio que esta gente tiene un interés militante en el otro: otras voces, otros ámbitos, diría el viejo Truman. Y que ese interés los dignifica, en tanto muestra cuán abiertos están a nuevas experiencias.

A este respecto, al menos, me gustaría que alguna vez caminásemos en sus huellas.

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25 de noviembre de 2008
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Genio político, individuo universal

Obama presentó ayer su equipo económico. Todo lo que ha hecho hasta ahora va en la misma dirección: las expectativas cada vez son mayores, casi tanto como las dificultades que van surgiendo o que se anuncian. Quiere ser el Gobierno de los mejores. También el Equipo de los Rivales: cuatro candidatos a las primarias presidenciales se sentarán en el gabinete: Joe Biden, Bill Richardson, Hillary Clinton y el propio Obama. Esta expresión viene de los tiempos de Lincoln. Como el Banco de Cerebros (Brain Trust) de Roosevelt. O los mejores y más brillantes (The Best and the Brightest) acuñados por David Halberstam para la Administración Kennedy. Hay ambición, hay talento y, sobre todo, hay un proyecto de rectificación histórica que requiere el concurso de todos lo esfuerzos, republicanos incluidos.

Alto, muy alto está el listón. Enormes son las esperanzas de los votantes y ahora ya de los ciudadanos. También del mundo. Y extraordinarias las ilusiones de los socios y amigos. Las comparaciones de los comentaristas son colosales, fácilmente presa de la exageración. El espacio para el desencanto y la decepción, que muy rápidamente se traduce en rencor y desprecio, es ancho y largo. Ya vemos quienes dan la pauta para medir su talento y su comportamiento, los mejores presidentes de Estados Unidos, tres personajes que han dejado una marca indeleble en la historia del país, todos ellos situados en la parte más alta de lista de las grandes personalidades y uno de ellos, Lincoln, probablemente el mejor y el de una presidencia más transformadora. Dos murieron asesinados, el tercero murió de enfermedad. Los dos mayores hitos de la historia trepidante de Estados Unidos se asocian a dos de ellos. El otro ha sido el que más ha hecho soñar y el que más promesas y esperanzas suscitó. 

Pero ahora quiero tomar nota aquí del mayor y más profundo elogio que yo haya leído sobre el presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, porque ha sido publicado el domingo en el diario madrileño conservador Abc con la firma de alguien tan respetado y respetable como el filósofo barcelonés Eugenio Trías. Obama "ha sabido descifrar el código genético de nuestro tiempo"; "...la aparición de este personaje en el escenario político parece revalidar el Principio Esperanza"; "el viejo sueño de una Edad del Espíritu que sirve de idea regulativa resplandece en el horizonte". El artículo de Trías es toda una lección de filosofía de la historia, que le permite presentar a Obama como encarnación de lo que Hegel llama el ‘individuo universal', que es precisamente quien sabe interpretar y dar voz a su tiempo, de la misma forma que su ‘doble siniestro' también interpreta su tiempo pero impone de forma atroz esta interpretación al servicio de intereses particulares.

Julio César y Napoleón Bonaparte son las figuras que le sirven a Hegel para explicar esta figura histórica. Para Trías son Roseevelt, Kennedy y ahora Obama, que en su caso lo consigue con "una maestría deslumbrante". El doble siniestro se encarna en Hitler y Stalin en el siglo XX, que imponen los intereses particulares de raza o de clase y, atención, en el siglo XXI George W. Bush, que lo hace con "los delirios de su pequeño equipo ultramontano". No voy a decir más: léase el artículo "Donde arrecia el peligro", porque constituye una pieza también histórica, por quién la escribe, dónde la escribe y para quién la escribe, pero sobre todo por el qué, la calidad intelectual del texto y sus conclusiones, muy convincentes, aunque quienes nos dedicamos al periodismo nos veamos obligados a seguir como si fuera un juramento hipocrático una profesión de escepticismo que afecta a todos, Obama incluido, por supuesto.

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25 de noviembre de 2008
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Colección particular: El escritor ubicuo

Rafael Argullol: ¿Has visto, Delfín, esta fotografía colectiva?
Delfín Agudelo: Se trata de una foto más de todas aquellas que retratan la relación entre Hemingway y España.
R.A: Sí, la foto podría trasladarnos a todo un capítulo de la historia de España, porque a Hemingway lo vemos aquí brindando con Luis Miguel Dominguín y con Ava Gardner. En un momento determinado de la España cerradísima de Franco parecía ser que los únicos toques cosmopolitas que realmente funcionaban era por un lado Gardner como actriz y Hemingway, que reunía una extraña paradoja: por una lado era un escritor antifranquista, que había escrito una novela claramente antifranquista -Por quién doblan las campanas- ,pero por otro lado se convirtió en una especie de ícono del franquismo, en el sentido en que se le presentaba como el escritor norteamericano que vivía las delicias y autenticidad de España. Pero sobre todo lo que me hace recordar esta foto, además de el ambiente de esa época, es que  Hemingway tiene una extraña historia kafkiana en la geografía española: uno puede encontrar restaurantes y hoteles con placas de "Aquí estuvo comiendo Hemingway", o "Aquí estuvo durmiendo Hemingway" en toda España. Uno diría que se hubieran necesitado varias vidas para que realmente todas estas placas relataran un hecho cierto. Con esto nos encontramos casi un episodio novelesco protagonizado por Hemingway, que era una especie de fantasma, que estuvo al mismo tiempo en toda la geografía española.

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25 de noviembre de 2008
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II. Un Clinton negro

¿Quién es este negro blanco?, se pregunta con deje irónico Lévy. Un Clinton negro, se responde. Y uno no puede dejar de recordar que Toni Morrison, con apasionada compasión, dijo una vez que Clinton había sido tratado como un presidente negro, cuando un fiscal de vestiduras puritanas lo perseguía de manera implacable por causa de un aguado affair amoroso.

Obama cuatro años atrás a los ojos de un filósofo francés que se ha puesto los zapatos de Tocqueville en busca de explorar los Estados Unidos contemporáneos, y como buen francés austero de modales y temeroso del ridículo, sufre de vergüenza ajena al ver a los convencionales demócratas reunidos en el Fleet Center, ensombrerados con réplicas de cabezas de mulas, el símbolo de su partido, y rascacielos que recuerdan a las torres gemelas derribadas por un ataque terrorista.

Pero a la medianoche, cuando Obama sube al podio para pronunciar su discurso, Lévy se olvida de los sombreros de carnaval para apuntar el ligero paso de danza con que el desconocido camina por el escenario bajo la luz de los reflectores, la sabiduría de los gestos histriónicos, en los que calcula todo,  "la más ligera de las entonaciones debidamente calibrada, y aparentando improvisar hasta los suspiros".

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25 de noviembre de 2008
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Del verbo novelar / III

III. Rescate y salvamento. 

Ha dicho el novelista David Toscana que la diferencia entre Historia y Literatura estriba en que una cuenta las cosas que pasaron y la otra las cosas que pasan. Nada tiene de raro que sobrevivan tantas mentiras históricas y rara vez alguna patraña literaria. No se puede mentir cuando se narra, menos cuando resulta que de lo que se cuenta nada en sentido estricto sucedió, y sin embargo de pronto sucede. Ante una realidad de suyo desbordante y apenas verosímil, mal haría el narrador en moderarse. Recuerdo todavía con saludable envidia el título de una de mis novelas favoritas, cuyo protagonista es periférico entre los periféricos: La vida exagerada de Martín Romaña. ¿Qué sería del ángel de la credulidad sin el demonio de la exageración?

     No saber qué se busca, pero asumir con calma cosquilleante la urgencia de encontrarlo: tal es el derrotero del que escribe novela. Rescatar, y en su caso rescatarse. Cada vez que guardamos un archivo electrónico, instruimos a la computadora para que lo "salve". Habemos, sin embargo, algunos desconfiados que optamos por primero salvar la historia a mano. Costumbres periféricas, ustedes ya me entienden. Pues si en el centro abundan los apremios, en las orillas reina la paciencia. Nadie quiere leer una novela escrita con notoria premura, como no sea para burlarse del autor. El papel y la tinta no hacen precisamente más fácil el trabajo, pero en los territorios de la ficción, igual que en los dominios del romance, la tentación consiste en complicarse.

    Montar a lomos de la incertidumbre. Ir detrás del problema, ramificarlo, encontrarle los ángulos inenarrables: puro deleite para el apetito. Quien no sepa o no quiera sufrir por deleite bien haría en mirar en dirección a ciencias menos inexactas. En el país de los culebrones, pocos placeres hay tan auspiciosos como el de darse azotes en la certeza de que el narrador, igual que la heroína del culebrón, saldrá con vida al final de la historia. Mismo que no conozco, y puede ser que escriba por la sola ilusión de enterarme.

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24 de noviembre de 2008
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La explicación

La consecuencia radical de la democracia a más de dos siglos de su instauración política consiste en que todo derecho individual, incluido el conocimiento, debe disfrutarse por igual. La demanda de transparencia -política, social, sexual, financiera- es su correlato.

La exasperada demanda de transparencia en todos los ámbitos se corresponde con la ansiedad de saber de todo tanto como el que más, puesto que si aquél potentado, aquella autoridad, aquel consejo, conoce más de algo, sean las cuentas, los procesos, las tendencias, será una "información privilegiada" y, lo que es lo mismo, antidemocrática. Perseguible por la ley.

Instruidos como ciudadanos democráticos, nacidos entre los pañales de esa ideología, encarnados en la carne de la democratización, cualquier cosa que no posea esta blanca naturaleza será rechazado visceralmente, expulsado como un tóxico o escupido como un mal esencial.

La paradoja, no obstante, se alza precisamente ahora cuando habiéndose extendido la democracia como nunca la cantidad de conocimiento sigue manteniéndose estancada y con la sensación de ir incrementando tanto su peso y su tamaño como su invisibilidad.

La proclama de la igualdad de oportunidades, la enseñanza universal, el acceso de la totalidad a los estudios, la presencia de páginas y páginas de libre disposición en internet con informaciones múltiples ha sido una ficción más de distribución del saber. Las empresas, como ahora alguna Caja de Ahorros, escenifican en la radio, con lenguaje sencillo, las razones que les han conducido a tomar dinero público para solventar la crisis o mejorar su situación. Ofrecen esta información teatralizada para representar literalmente la transparencia. El tiempo publicitario transcurre, acaba y el resto de la emisión prosigue su sonsonete. El radioescucha que ha atendido el anuncio se queda entonces en la misma oscuridad que en el instante anterior. O en otra aún más turbia porque si los banqueros se han afanado en la detallada construcción de ese anuncio, ¿qué indefinibles problemas no habrán de padecer?

Cada noticia más sobre la crisis añade más inseguridad que sosiego. ¿No decir, por tanto, nada? La conciencia democrática lo rehúsa terminantemente a pero, de otro lado, ¿cómo no reconocer en el anhelo informativo una tensión y cansancio crecientes que desembocan en la claudicación? ¿Cómo leer los informes, dentro y fuera de la red, los editoriales y análisis innumerables o cómo prestar oídos a tantas declaraciones, definiciones, conferencias, parlamentos de cumbres y pronunciamientos final? ¿Cómo ordenar, discernir, entender? ¿Cómo saber? El mundo siempre fue obstinadamente complejo pero nunca lo fue tanto como cuando la investigación se propuso obtener su explicación? La tensión por conocer entresijos, causas y consecuencias, proporciones y soluciones a la crisis, genera una insuperable fatiga que como efecto abate el interés? La democracia regalada tiende siempre a ser barata y abaratarse más y entre sus saldos se incluye la toxicidad de la información y el low cost de la comprensión? Cuando la democracia se vive como algo natural ¿no será lo natural el estilo de la Naturaleza que jamás se interroga por su enfermedad, su muerte o por su ser?

En resumidas cuentas, el lema radica en el no saber. La época que más énfasis pone en el mito de la transparencia coincide con el tiempo en que más incomoda el abuso de información. Como consecuencia, tratando de lograr su bienestar particular, nadie sabe realmente nada. No sólo la orgía del fracaso escolar aumenta cada día, no sólo el desapego por el saber forma parte gozosa del espíritu del tiempo, no sólo se desea parecerse a los hermosos animales ajenos a las crisis financieras. La información fundamental (privilegiada) no puede saborearse y el difundido saber democrático nos sabe mal. Pero, de otra parte, ¿soportaríamos la complejidad de lo real? Muy probablemente llegaría a anonadarnos, allanarnos, subordinarnos. Y, de este modo, el bucle fatal se cierra. De individuos nacidos iguales y bautizados por el sistema democrático, pasamos a súbditos endemoniados, roídos por el problema ininteligible. ¿Queremos de verdad saber? ¿Deseamos, de verdad, esta vindicación democrática, tan inquietante y ardua, a la insuperable paz de sentirnos víctimas? 

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24 de noviembre de 2008
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Cuando no había lengua que ayudara a hablar

-          Buenos días, quisiera almorzar

-          Tome usted asiento. ¿Quiere Usted el menú del día o prefiere la carta

-          El menú

-          ...

-          ¿Le tomo nota?

-          Sí. De primero la ensalada y de segundo el pescado

-          ¿Para beber?

-          Aparte del menú, un vino que bebí ayer. Un vaso

-           ¿Era blanco o tinto?

-          Tinto. Pero antes quisiera una cerveza de barril pequeña

-          Lo siento hoy no tenemos cerveza de barril, el grifo se ha bloqueado

-          ????

Las interrogaciones que preceden aluden a una peripecia que reconocerá perfectamente cualquier persona que se encuentre en un país extranjero intentando con penalidades abrirse camino en la lengua. Esta persona enlaza frases que responden a una circunstancia standard. En el presente caso ha logrado trabar una serie de respuestas que, si todo va bien, parecerán formar parte de un conjunto con sentido, es decir, cabalmente lingüístico. El problema es que en muy raras veces todo va bien, y ello por la razón sencilla de que la lengua parece encontrar siempre circunstancias que le dan la oportunidad de desviarse de lo previsto y aun de lo previsible...

El fragmento de conversación, junto a la parte que no fue posible y cuya desaparición supone colapso del aparente sentido, había sido archivado o memorizado como un bloque, bloque que se desmorona porque ese día sobrevino en lo real de las cosas un fallo técnico. El extranjero en esa lengua está en la situación de un robot que se encuentra con un input ("lo siento no tenemos cerveza de barril") para la recepción del cual no ha sido programado. Sin duda, al día siguiente el programador (en este caso su conciencia en la propia lengua, forjando la voluntad de aprender la ajena) se esmerará, introducirá la variable que ha surgido ("lo siento hoy no tenemos cerveza de barril..." y las respuestas alternativas ("en ese caso tráigame un vaso de agua"/ "déme pues cerveza en botella", etcétera), y el programa se irá eventualmente perfeccionando, hasta que nuestro hombre esté en condiciones homologables a las de un hablante nativo por lo que a capacidad de respuesta a las situaciones standard se refiere. ¿Significa ello que constituye ya un representante cabal de tal lengua? No es seguro.

Tentado estoy de afirmar que tampoco lo es su habitual interlocutor en la casa de comidas, al menos mientras la interpelación a la que éste se haya sometido tolera una respuesta con una frase ya archivada. La auténtica situación lingüística es aquella en la que ocurre lo siguiente:

- No hay efectivamente conjunto ya estructurado de palabras que de cuenta de lo que interpela (estatuto de la incompresible frase del camarero).

- No hay reflexión en otra lengua sobre la situación tremenda para el ser hablante que acaba de sobrevenir.

En suma, nuestro hombre ha llegado al límite de lo que para él es esa lengua en la que con dolor y emoción intenta expresarse y no tiene un saber previo de otra lengua en la que reflexione su situación. Nuestro hombre se encuentra en situación análoga a la de un niño que empieza a hablar. Intentaré mañana justificar la afirmación de que ésta es la situación cabalmente lingüística.

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24 de noviembre de 2008
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La Ensaladera

Se ganó la Ensaladera de la Copa Davis a pesar de que Nadal no estuviera en la final en Mar del Plata. Me gusta el tenis porque es tesón, aguante y mantener la fe en uno mismo con la mente puesta en un objetivo. Durante un partido largo se comprueba que nada es imposible y que ni en los peores momentos hay que dar por perdido nada de antemano. Las limitaciones llegan cuando uno no tiene ganas de hacer algo, de entregarse de verdad. Digo esto dando por sentado que tan legítimo es tener ganas de hacer algo como no tenerlas. Tan legítimo es esforzarse en hacer algo como conformarse con mirar las musarañas, que la verdad es más placentero que esforzarse.

También se aprende en el tenis que, tanto ganar como perder, el triunfo y el fracaso, se quedan atrás, en el pasado. Ahí teníamos ayer tarde a Álex Corretja, ganador de otra Copa Davis, comentando el partido entre Verdasco y Acasuso para TVE. El tiempo pasa.

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24 de noviembre de 2008
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“Cambalache” tenística

Para entender a los bonaerenses, me decía la noche anterior un americano más porteños que los porteños que hay que entender a fondo "Cambalache". La canción que dice el fondo de la desesperanza tanguera de siempre: "Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé..."

Lo normal es pasarlo fatal. Y es lo que le ocurrió esta tarde calurosa a Argentina cuando el pobre José Acasuso se desplomó frente a Fernando Verdasco en el cuarto partido de la final de la Copa Davis de Tenis. Una porquería, sí, esta derrota que acaba con la tercera final perdida por Argentina.

Más allá de los gritos y los insultos del público, que se pueden escuchar en muchos sitios de Internet (un público es siempre un ser sin elegancia), lo impresionante es ver cómo los argentinos pasan en un segundo de una ilusión eufórica a una tristeza sin remedios en el momento de la derrota. No es que pierdan la ilusión de ganar una copa, es más grave: comprueban que el mundo es "una porquería..." (la otra versión que se escucha a veces es la de la escalera del gallinero donde, a pesar de subir, uno siempre tiene a otra gallina que la caga por encima).

Tres días en Buenos Aires y una derrota bastan para percibir la resignación increíble y triste de los que piensan que la vida es siempre más de lo mismo. En el momento de las últimas coimas vergonzantes del senado se citaba todavía a "Cambalache" como un resumen de lo que es la vida: una porquería, aunque cualquier ser razonable podría entender que no se trataba ayer de otra cosa que de un partido de tenis.

(Leo Purgatorio de Tomas Eloy Martínez, excelente novela de un gran escritor argentino, y tropiezo sobre una frase de su heroína: "lo peor es que he dejado de sufrir"...)

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24 de noviembre de 2008
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El Boomeran(g)
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