
Sergio Ramírez
La mañana del domingo 9 de noviembre me presenté a votar temprano en el recinto que me tocaba en Managua, con mi mujer y con mis hijos. Era el día de elegir alcaldes y concejales en los 153 municipios que tiene Nicaragua, pero más que eso, la elección se había convertido ya en un referéndum en contra de Daniel Ortega y su partido en el poder, bajo el llamado de "todos contra Ortega" que había prendido entre los votantes, y que Carlos Mejía Godoy puso en buen nicaragüense con su "vamos a echarle la vaca" en la canción que compuso, expresión que significa vamos todos juntos contra el mismo adversario.
En mi barrio del Colonial Los Robles, donde he vivido los últimos 30 años, nos conocemos todos, y al llegar al centro de votación, marcado con el número 501 en los mapas electorales, había una larga cola de vecinos esperando paciente y alegremente. Fuimos a ponernos al final de la cola, pero me recordaron que los mayores de 60 años podíamos entrar de primeros, como privilegio de la edad. No me gusta esa clase de privilegios, porque deja en evidencia que nosotros los de entonces ya no somos los mismos, pero tenía que salir ese mediodía hacia Miami a presentar mi nueva novela en la Feria Internacional del Libro.
Voté. Aún tengo manchado el dedo con tinta indeleble. Pero mi voto, junto con el de mi mujer, y los de mis hijos, y los de todos mis vecinos que hicieron largas filas bajo el sol, ha desaparecido.
¿Qué se hizo mi voto?