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63 preguntas para quien quiera trabajar con Obama

Recomiendo vivamente la lectura de las 63 preguntas que debe responder cualquier persona que pretenda trabajar como alto cargo en la Casa Blanca de Obama antes de recibir la oferta en firme. El interrogatorio por escrito al que deben someterse los candidatos es de una exhaustividad y minuciosidad rayanas en el proceso inquisitorial, hasta el punto de que no me extrañaría que muchos candidatos perfectamente capaces y preparados desistan sólo para evitar la humillación de una confesión que entra en detalles personales e íntimos. La experiencia de muchos escándalos recientes revela que toda preocupación es poca por parte del presidente del país más poderoso del mundo a la hora de evitar las dificultades. Pero el cuestionario siembra muchas dudas sobre el futuro de la actividad política y aún más sobre la posibilidad de que ciudadanos normales se decidan a comprometerse cuando se ven obligados a pagar un precio tan alto en pérdida de libertad e intimidad.

La aplicación del cuestionario ha ahuyentado a los lobbistas y ha creado un muro de dificultades para muchas personas con una actitud ambigua en su condición de políticos o funcionarios, pero no tengo duda alguna de que significa un salto cualitativo en el control de los individuos, por más que se haya concebido como una acción defensiva ante el eventual control y acoso de los medios conservadores. Responder al cuestionario es como hacer una especie de revisión y confesión general sobre la propia vida y la de los familiares más próximos, en relación a todo lo bueno y lo malo, los delitos y las faltas, propiedades y negocios, salud y carrera profesional, inversiones y deudas, préstamos e hipotecas, servicio doméstico y pensiones alimenticias, amores y amistades, publicaciones y conferencias, pleitos y juicios, sanciones y multas, regalos recibidos e incluso correspondencia privada.

Hay algunas preguntas realmente embarazosas, como la que lleva el número 8, por ejemplo: "describa brevemente las cuestiones más controvertidas en las que se haya encontrado a lo largo de su carrera". Se pregunta si alguna comunicación electrónica (e mails, sms...) "puede sugerir un conflicto de intereses o puede ser origen de dificultades para usted, su familia o el presidente electo en caso de ser publicada"; en tal caso, "descríbala por favor", se añade. Si alguien mantiene un diario, debe hacer examen de conciencia para saber si hay algún contenido conflictivo, y en tal caso debe revelarlo.

El cuestionario marca la frontera donde debe empezar la transparencia en una cantidad de dinero. Los regalos de más de 50 dólares de valor y las multas de menos de 50 dólares no deben declararse. A partir de esta cantidad, que no llega a nuestros 40 euros, empieza el pecado que puede manchar al alto cargo, a su familia o al presidente electo. La inquisición definitiva y culminante es la última, la que lleva el número 63: "Por favor, suministre cualquier otra información, incluyendo información sobre otros miembros de su familia, que pueda sugerir un conflicto de intereses o sea una fuente de dificultades para usted, su familia o el presidente electo".

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1 de diciembre de 2008
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Fuentes on Ice

El pasado mes de noviembre, México se dedicó a celebrar por todo lo alto los ochenta años de su escritor más ilustre, Carlos Fuentes. Hubo más de setenta mesas de discusión de su obra, un Día Nacional de Lectura de la Obra de Carlos Fuentes, un ciclo de cine organizado por Monsiváis, un coloquio sobre La región más transparente, el estreno de la ópera Santa Anna (con libreto de Fuentes)... Entre los invitados se encontraban personalidades del mundo de la literatura (Piñón, Gordimer), el cine (Ripstein, Cuarón, Reygadas), el pensamiento crítico (Hopenhayn, Manguel), la política (Lagos, Iglesias, Sanguinetti). El lunes pasado, en el Auditorio Nacional, cuatro mil personas asistieron voluntariamente para escuchar a Fuentes durante una hora; en el escenario, el escritor apareció impecable, lleno de vitalidad, y contó, con gestos histriónicos dignos de un actor experimentado, cómo escribió algunos de sus libros (para Aura, hubo, como modelos, textos de Pushkin, Henry James y  Dickens), y leyó fragmentos de sus novelas.  

Lo hecho por México estos días para celebrar a un intelectual público sólo puede compararse a lo que hace regularmente Francia (que, la semana pasada, se volcó a conmemorar los cien años de Levi-Strauss). Los fastos continúan esta semana, en la feria del libro de Guadalajara, con mesas como "Los amigos de Fuentes" (García Márquez, Sergio Ramírez). Como me dijo un escritor mexicano, esto se asemeja mucho a una producción de Hollywood: Fuentes on Ice.

Resulta algo irónico que el escritor mexicano vivo más importante haya nacido en Panamá (11 de noviembre, 1928). En ese inicio se condensa su destino de escritor itinerante, capaz de aglutinar a su generación a la manera de Darío con el modernismo (como lo reconoce José Donoso en su Historia personal del Boom, este movimiento no se entiende sin los esfuerzos de Fuentes por articularlo). Hijo de un diplomático de carrera, Fuentes pasó los primeros quince años de su vida en, entre otros lugares, Quito, Río de Janeiro, Washington y Santiago. La vocación literaria comenzó a manifestarse en Chile: sus primeros textos datan de su paso por el colegio inglés The Grange en Santiago.

La clave de Fuentes se encuentra en la década del cincuenta. En esos años, se convierte en el principal aliado de Octavio Paz en su intento por desarrollar una literatura mexicana cosmopolita, dispuesta a romper con la ortodoxia nacionalista reinante. Entre 1955 y 1957, es uno de los editores de la Revista Mexicana de Literatura, que difunde la obra de autores que habían renovado las formas narrativas durante la primera mitad del siglo: Woolf, Proust, Faulkner. En 1958, publica su novela más importante, La región más transparente, en la que Fuentes ya tiene el aliento lírico que producirá sus mejores páginas ("Aquí vivimos, en las calles se cruzan nuestros olores, de sudor y pachuli, de ladrillo nuevo y gas subterráneo, nuestras carnes ociosas y tensas, jamás nuestras miradas"), y los excesos discursivos que irán lastrando más y más sus novelas de la última etapa ("Los mexicanos nunca saben quién es su padre; quieren conocer a su madre, defenderla, rescatarla. El padre permanece en un pasado de brumas, objeto de escarnio, violador de nuestra propia madre. El padre consumó lo que nosotros nunca podremos consumar: la conquista de la madre").

El resto es historia. Llegarán el Boom, los reconocimientos (el Rómulo Gallegos, el Cervantes) y la canonización en vida. La obra de Fuentes es desigual: hay libros que se mantienen muy vivos (Aura, La muerte de Artemio Cruz), otros que se han convertido en libros para críticos y escritores (Terra Nostra) y otros que no están envejeciendo bien. Entre los escritores de las nuevas generaciones, están quienes lo defienden con firmeza (Juan Gabriel Vásquez), y los que lo rechazan con ardor (Antonio Ortuño). Si una de las mejores formas de medir la importancia de un escritor es su capacidad para provocar diferentes pasiones pero no la indiferencia, entonces Carlos Fuentes ha llegado a sus ochenta años de la mejor manera posible.

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1 de diciembre de 2008
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Llena eres de nada

Es sábado, camino del aeropuerto. Diría que vengo huyendo de Madonna, pero es un hecho que no lo consigo. Como tampoco pude, hasta hoy, remediar el vacío que me deja el empeño de escucharla. Sé que es una mujer muy admirada, si bien no por motivos musicales. Como los beisbolistas, Madonna impacta a sus admiradores a partir de sus cifras. En cada sitio donde se aparece, la cantante puede contar de antemano con una corte de entusiastas numerólogos listos para contarle a quien le interese cuánto van a costar esta vez sus caprichos de estrella inmarcesible. Esos, pues, son los highlights, ninguno de los cuales alcanza para disuadirme de una idea más bien incómoda: sigo pensando que la gran Madonna y todo su espectáculo son más baratos que unas sardinas en oferta. 

     Entiendo lo difícil de mi postura. Ayer mismo leí que un boleto de 4,500 pesos para el concierto de la noche de hoy se está vendiendo por internet a sólo $20,000.00. Es decir, 1,486 dólares, o en su caso 1,171 euros. Algo así como un millar de latas de sardinas a su precio normal. Una vez instalados en un tipo de cambio verosímil, me declaro renuente a entregar más de tres latas de sardinas a cambio de uno de esos boletos; y eso porque son de adelante, que por los más baratos -algo más de veinte euros cada uno, elevados por la reventa al cuádruple de ese precio- no doy a cambio ni una lata vacía.

     No es la primera vez que Madonna canta en México. De sus conciertos en 1993, lo único en verdad impactante fue aquel pobre infeliz que brincoteaba con La isla bonita cuando una sobredosis de caspa de Satanás le provocó un paro cardíaco terminal, del que apenas supieron sus vecinos de butaca. Me lo contó una entre ellos, compungida no sé si por el trágico incidente o porque después de eso no le alcanzó el humor para quedarse. Tiene esa cualidad, la cocaína: llena de nada los espacios que ocupa, empezando por el cerebro del usuario. Y algo hay en esta estrella calculadora -su impostación brutal, su frialdad impasible, su provocación fácil- que le hace muy soluble con ésas y otras naderías afines. Qué quieren que les diga, siempre he creído que esta señorita prefiere que la miren a que la escuchen.

     La he llamado cantante con un convencimiento francamente flaco. Lo que veo, en todo caso, es a una mercadóloga de gran olfato. Como dicen los gringos, good for her. Como dice mi padre, ¿y a mí qué? Quienes la admiran gustan de encomiar sus dotes de estratega, pues de lejos se nota lo que de ella dijo una vez Almodóvar: nadie había hecho tanto con tan poco. No dudo que todavía hoy abundan las legiones de ñoños indignados por blasfemias de mera pacotilla como ese detallito de aparecer crucificada en el escenario, ni ignoro que son ellos sus mejores publicistas. La encuentro, sin embargo, tan sustanciosa y plena como el alegre jingle de un viejo detergente, aunque sin las ventajas que ofrece el detergente.

     Nada de esto se lo puedo confesar al taxista, que insiste en recetarme una estación de radio donde Madonna suena sin cesar, mientras yo me defiendo subiéndole el volumen a mi música, pero difícilmente me alcanzan los audífonos para sacar de ahí la voz tipluda de la estratega. Intento combatirla con una dosis de My Chemical Romance, pero la nada gana en estridencia. Se va metiendo como una punzada, quiere que la compremos a cualquier precio. Ya en el avión, lo pienso una vez más y retiro la oferta de hace tres párrafos. Perdón, pero me quedo con las sardinas.

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29 de noviembre de 2008
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Épica del triunfo ínfimo

Hoy es un día especial: acabo de imprimir mi primer pase de abordaje. Tras dos intentos infortunados -el segundo de los cuales me hizo perder un vuelo- consigo la pequeña proeza y atesoro las hojas de papel como si fueran un legítimo diploma. Con ellas en la mano, puedo ir por la vida temporalmente libre de la vergüenza, por tantos compartida, de ser un poco analfabeta informático. Cosa muy grave hoy día, cuando la funcionalidad de las inteligencias naturales se mide por su capacidad para relacionarse con las artificiales. Antiguamente, un hombre se envanecía cuando sabía hablarle a una mujer; hoy esa vanidad proviene del manejo sabihondo de los gadgets, con sus debidos widgets.

     Pocas cosas nos satisfacen tan íntimamente como merecer la obediencia de un artilugio. Oprimir los botones adecuados, tras una cuidadosa lectura del instructivo que nos permite hablarle al aparato en su idioma natal. Si a la recepcionista había que caerle bien, aquí sólo es preciso mecanizarse. La máquina se siente halagada cuando advierte que hace uno el esfuerzo, aunque es cierto que abundan esas electrozorras decididas a hacerlo a uno sufrir con la irritante hipótesis de que es un imbécil. Esta vez, sin embargo, he puesto a tres esclavas digitales de acuerdo. La Macbook se entendió con la TimeCapsule, que a su vez supo hablarle al oído a la LaserJet. Entre las tres me han dado un pase de abordar, y además he cambiado de asiento e ingresado mi número de viajero frecuente. Wow.

     Habrá quienes ya lo hagan desde hace años, pero esta suerte de mezquina y ordinaria satisfacción tiene la cualidad de refrescarse nada más acontece. Se siente uno el primer ser humano en conseguirlo. Un pequeño click para un hombre, un gran trrrrrrrrrrrrrrrr para el engranaje de la Historia. Dirían los clásicos, welcome to the next level. En adelante el nuevo paso dado será integrado a la diaria cabalgata mecánica que me mantiene a tono con el mundo exterior. Habrá que consumar nuevas proezas personales, como pagar el teléfono online sin que luego me corten la línea, o entenderme por fin con el Automator, un programa creado para mecanizar por su cuenta los trabajos que hasta hoy suelo hacer a mano limpia cada vez que me enfrento al monitor. Sigo adelante con este vicio nada original de mirar al futuro como un mundo integralmente automático donde la gente se lavará los dientes por bluetooth.

     Ante la imposibilidad de entenderse con todos los robots, es preciso valerse de cuando menos uno que opere como intérprete frente a los suyos. Alguien que nos traduzca del venusino al chino, que ya sería ganancia, y que de hecho se ocupe de todo. Que pague las facturas y los impuestos, que cobre los recibos via swift, que acose a los deudores morosos y en caso necesario envíe unos matones a poner negros esos números rojos. Que se haga responsable, vamos. Incluso y sobre todo cuando el dueño no lo es.

     Aunque claro, son muchas las frustraciones. Cada una de las nuevas victorias oculta una tortuosa hilera de tropiezos, que sin ellos el triunfo excepcional parecería tan pequeño como en realidad es. Y eso a nadie le gusta, a estas alturas. Prefiere uno gratificarse fácil y en silencio, aunque siempre cae bien contarle a quien te escuche que acabas de imprimir un pase de abordaje. Sin ayuda y por WiFi, convendría añadir.

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29 de noviembre de 2008
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Clase XXVII. El discurso libre directo

Y bien, después de un par de semanas hablando y escribiendo sobre el micro cuento, hemos llegado - creo que sanos y salvos-- al último de los discursos o estilos narrativos. Esto no quiere decir que estas cuatro fórmulas o maneras que tiene el narrador de hacer participar con su voz a los personajes sean las únicas: en realidad, la mezcla de estas fórmulas permiten riquísimas y interesantes combinaciones que le dan al texto literario una extraordinaria calidad, si se saben utilizar bien. No siempre sirven todos los discursos para todos los casos y depende de la intuición pero sobre todo del oficio saber manejarlos adecuadamente y lograr los efectos que querramos. Básicamente, los discursos sirven para suplantar los énfasis y las inflexiones de voz -junto con el tono y el ritmo narrativo, como vimos en consignas anteriores- que se dan en la vida «real» y que permiten que un texto simule esa misma realidad airosamente. El último de los discursos que vamos a ver es el libre directo y resulta muy sencillo, toda vez que gracias a una conjunción dentro de la frase, cambia su sentido y pasa de la tercera persona a la primera, o viceversa. Veamos un ejemplo:

      «Entraron al bar y cuando vino el camarero pidieron una ronda de cañas, un plato de jamón, dos de tortilla, aceitunas y tráenos también un revuelto de gambas...» 

      O veamos el que usa Anderson Imbert, que también ayuda a ver mejor el uso del discurso libre directo:

      «...entonces le dio una bofetada para que aprendás a respetar a tu padre.» 

Como pueden observar, ambas frases se inician en tercera persona («Entraron al bar», «Entonces le dio una bofetada») para de inmediato y sin previo aviso, pasar a la primera persona («tráenos también un revuelto de gambas») («...aprendás a respetar a tu padre») esto crea un curioso ritmo de la narración, que permite la entrada intempestiva de la voz del personaje en plena acción del relato, sorprendiendo al lector, aunque sin sacarlo de la situación. Ello se logra gracias a la conjunción, en el primer ejemplo de la «y» que parece continuar con la enumeración de los platos que se solicitan, pero que en realidad sirve para cambiar la dirección de la frase y trasladar a la primera persona del plural. Otro tanto ocurre en el segundo ejemplo con el «para» que establece un puente entre la primera parte de la frase y la segunda, ya completamente en primera persona, en la voz misma del personaje. El uso de este discurso puede permitir darle a un texto mayor intensidad y sobre todo, plasticidad.  

La propuesta de la semana

Como hemos visto ya los cuatro discursos, en esta ocasión vamos a proponernos algo más ambicioso: vamos a escribir un diálogo entre dos personajes utilizando los cuatro discursos.  NO es necesario que la historia quede completamente cerrada, sino simplemente que sepan usar los cuatro discursos para darle fluidez y plasticidad al relato. El texto debe empezar así:

      «-No me dejes ser orgullosa, Simón -le pidió-. No me lo permitas.

      -Es tu derecho.

      -Me estoy portando como una bruja. Me olvido de tus hijos.» 

(Recogido de un cuento de La prisionera, del escritor chileno Carlos Franz)

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28 de noviembre de 2008
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El ocio y el mar

Esa "Vela" barcelonesa, esa parodia de barco, merecedora de la mayor desventura, es efectivamente todo un símbolo, a la par que todo un síntoma: símbolo de la sustitución de lo real de los problemas de los hombres por parodias de ficciones; síntoma de que ciertas sociedades, marcadas a la vez por los valores del capital y por la estulticia, están decididamente enfermas.
 
Las embarcaciones de recreo, son apenas utilizadas el fin de semana, pero, al ser triste símbolo de un pretendido status social, su número crece exponencialmente, exigiendo el uso exhaustivo de los muelles, moldeando la imagen del puerto como espacio para ociosos y arrinconando la treintena de embarcaciones que, saliendo cada día a faenar, configuran un ámbito laborioso, elemental, entrañable, y desde luego arcaico... pues incompatible con la reducción de toda expresión del esfuerzo humano a su valor de cambio, y de la propia vida humana a mercancía. ¿Anacrónica terminología? Pregúntesele a los habitantes del popular barrio de la Barceloneta, contiguo a lo que queda del puertecito pesquero, víctimas- en estos años ciegamente llamados de prosperidad- del expolio de su espacio por pirañas que (en connivencia con los inspiradores de la Barcelona del diseño) adecentan ciertamente viviendas insalubres... bajo condición de que sean expulsados los habitantes de las mismas. La total impunidad con la que en los barrios rehabilitados de Barcelona y de tantas otras ciudades del mundo operan las pirañas que vacían un espacio urbano de gente y de espíritu, vuelve a hacer perceptible algo que durante un tiempo resultaba una evidencia, a saber: que una sociedad dónde el mercado carece de polo moderador no garantiza, en última instancia, más libertad que la del mercado mismo. Mientras ésta última no sea vulnerada, el respeto a las demás libertades es de buen tono...pero no requisito para ocupar un lugar en el sol de la respetabilidad.

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28 de noviembre de 2008
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Premios tardíos

"A esta edad -decía Juan Goytisolo- los premios ya no me importan nada". Acababa de recibir, hace unos días, el Nacional de las Letras a los 77 años. A los 77 años justos ha recibido ayer Juan Marsé el "Cervantes". Buena parte de los periódicos titulan diciendo que, por fin, tras tantos años de espera, el premio llega a la cita con él. Pero estas citas, efectivamente, como las citas amorosas, no son en la senectud las mismas que en la juventud. Y no sólo porque la fatiga propia de vivir impida una celebración más briosa sino también porque, al cabo, muchos de los premiados hace ya tiempo que se sienten involuntariamente transportados por la sociedad desde su calidad de autor a la categoría de institución y, como se sabe, mientras al autor se le atribuye espontáneamente el beneficio de la creación a la institución no se le atribuye, prácticamente, nada bueno. Y desde luego nada innovador, sorprendente o genuinamente creativo. De ahí que los premiados acojan los premios con la ambigüedad correspondiente a verse tratados en una parte menor como individuos y en la parte mayor como monumentos. Lo primero permite evolucionar sin límites predeterminados pero el monumento se colmata en los confines de su instauración. Más aún: el monumento acaba con el bullicio de la vida del insigne. Será acaso un nuevo insigne para la posteridad pero a cambio pierde la vida de la actualidad. De hecho, buena parte de los escritores premiados, premiados como creadores de excepción, son ante todo conocidos y admirados no por su última o más recientes producciones sino por una o dos obras que realizó hace decenios, cuando era inconveniente otorgarle estos importantes premios a un joven. La importancia del galardón se presenta pues con la solemnidad temible de una distinción a título póstumo o demasiado, demasiado, tardío. En consecuencia, ¿cómo esperar que el premiado no perciba dentro de su justificable felicidad un acre sabor funerario? ¿Cómo no sentir a través de ese laurel demasiado aplazado el peso de un arreglo floral que culmina el epitafio?

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28 de noviembre de 2008
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Donostia

Pues sí, Miguel, lo pasé muy bien en San Sebastián. Para empezar, dejó de llover y salió el sol. Y contaré telegráficamente, sin regodearme, cómo fue el día más o menos. Vino a buscarme al aeropuerto mi amigo Patri Urkizu, profesor, escritor, académico... Como me llevaría varios blogs hablar sobre él, lo haré otro día con más calma. Hoy pienso en el paseo que dimos por Hondarribia (cuya traducción es vado de arena) y en la excelente comida de La Hermandad, un restaurante de pescadores donde se sirven las almejas más ricas que he probado. Se trata de un pueblo con un gran encanto. Casitas muy cuidadas con balcones de madera, las barcas sobre un mar con ganas de marcha y el viento que le daba a todo un punto de belleza salvaje.

/upload/fotos/blogs_entradas/breve_encuentro_1_med.jpgSan Sebastián es una ciudad entre melancólica y alegre, que se merece urgentemente una película de amor tipo Breve encuentro, de David Lean. El mar estaba furioso, gris y blanco, las olas al estrellarse levantaban un vapor que llenaba el aire de iones positivos. Por lo que cuando por la tarde me acerqué a la charla el ambiente ya estaba preparado. No tengo palabras para decir lo bien que me sentí entre aquellas lectoras (y algunos lectores) tan minuciosas e intensas, bajo la batuta de Beatriz. Además tuve la sorpresa de reencontrarme con una amiga de la adolescencia, Carmen Garmendia, y con Mikel Sarasola, que me dio un par de consejos sobre la vida y sobre mi trabajo que no olvidaré.

Lo pasé mejor de lo que había imaginado. A las ocho de la mañana siguiente iba camino de Málaga.

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28 de noviembre de 2008
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Vamos a ser exigentes con Obama

Vale la pena tener presentes las once exigencias de la ong Human Rigshts Watch a la nueva Administración norteamericana que se instalará el 20 de enero. Creo que van a ser una buena vara de medir sobre el rumbo de Obama. Su principal reto ahora mismo, antes de tomar posesión, es la devastadora crisis económica que está golpeando el conjunto del planeta (véase cómo van las cosas en China, donde crecen los disturbios sociales y laborales a pasos de gigante). Pero dónde debe mostrar su temple moral y su voluntad política es en estas exigencias que le presenta una de las principales entidades ocupadas de la defensa de los derechos humanos en el mundo. El primer punto, como no podía ser de otro modo, es el cierre de Guantánamo. Pero hoy quiero referirme especialmente al cuarto, en el que se le pide a Obama que "rechace la ‘Guerra Global contra el terror' como base para detener a sospechosos de terrorismo".

La propuesta de la ong está muy bien, pero para mi gusto todavía se queda corta. El concepto de Guerra Global contra el Terror no ha sido utilizado tan sólo como base supuestamente jurídica para detener sospechosos de actividades terroristas, sino que ha servido para construir el entero armazón de una presidencia abusiva, que sustrae al comandante en jefe militar que es el presidente de Estados Unidos del control parlamentario y judicial y le proporciona poderes especiales e indefinidos para ordenar todo tipo de actividades ilegales en la lucha contra el terrorismo.

Este concepto fabricado por la Administración Bush y sus neocons presenta al terrorismo como una ideología política, envuelve todos los terrorismos en un mismo paquete al que llamamos global y declara que estamos en guerra con él, algo que exige la utilización de medios militares. En su literalidad comporta un conjunto de peligrosas falacias: el terrorismo es un método execrable de combate político pero no una ideología; no se puede envolver e igualar a todos los terrorismos, si no queremos amanecer un día combatiendo juntos con Putin a los chechenos y con Hu Jintao a los nacionalistas de Xing Jian; y no es una guerra que debamos confiar a los militares, sino un combate muy complejo, civil, policial y militar, en el que hay que utilizar también la información, la diplomacia y la acción política. Tampoco es admisible que utilicemos el concepto de forma más laxa, como una metáfora: las carga el diablo y terminan buscando el significado literal.

Los ataques terroristas de Mumbay son fácil cebo para interpretaciones excesivas que reavivan esta idea de una Guerra Global contra el Terror. El ataque al centro turístico de una ciudad por una guerrilla, con atentados simultáneos y toma de rehenes, es lo que más se parece a un escenario bélico. Pero hay que ir con mucho cuidado porque una de las consecuencias más perversas de estas valoraciones entre frívolas e improvisadas es señalar al islam y a los musulmanes de todo el mundo como la base social y cultural de este terrorismo global al que declaramos la guerra. Además de que es mentira, es muy injusto porque las primeras víctimas de los principales grupos terroristas que reivindican al islam como ideología son los propios creyentes islámicos. Hay que intensificar la cooperación internacional contra estos grupos. No hay que bajar la guardia ante la amenaza terrorista. Pero sería mejor que diéramos por terminada esta guerra global contra el terrorismo que nunca debió existir.

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28 de noviembre de 2008
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Galería de espectros: Fausto

Litrografía de Delacroix para una edición de "Fausto", 1808Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto el espectro de Fausto tal como a él le quería verse, que es cabalgando un centauro.
Delfín Agudelo: Sobra decir que te refieres al Fausto de Goethe.
R.A.: Sí, me refiero fundamentalmente al personaje de Goethe, pero también a todo el personaje Fausto que llega a desbordar la obra de un solo autor para convertirse en un prototipo literario que cruza todos los siglos modernos desde el Renacimiento hasta el propio siglo XX. Casi serían incontables los Faustos en los distintos campos -la pintura, la música, y evidentemente sobre todo en la literatura- que ha dado la cultura europea. Naturalmente quizá todos ellos deberían aglutinarse alrededor del que escribió Goethe. Pero creo que allí lo que vale la pena tener en cuenta es que una época desarrolla un prototipo porque lo necesita. Y en ese caso el hombre moderno, el hombre que se inicia en el renacimiento llega hasta nosotros. De alguna manera necesita plantearse ese personaje que en su tentación por vivir toda experiencia y por vivir todo conocimiento está dispuesto a vender su alma al diablo.
 Lo que ha ido variando con los siglos es cómo se plantea el infierno del diablo. En el primer Fausto, al final de la edad media, tal como sale en las leyendas populares alemanas, existe un diablo y un infierno medievales; en los Faustos del siglo XX, el de Valéry o Thomas Mann, el infierno es ya interior y el diablo de alguna manera es una derivación de lo mismo, una vertiente de uno mismo. Pero en todo caso es muy genuino del hombre moderno esa necesidad de plantear ese desafío con lo límites, esa transgresión, y al mismo tiempo padecer esas consecuencias, todo ello una especie de gran duelo en un escenario en el que Dios o no interviene o interviene relativamente poco. Creo que el surgimiento de Fausto y su gran duelo con Mefistófeles -que en cierto modo es el mismo visto desde otro lado, o sus ambiciones y sus pretensiones vistas desde otro lado, el juego, el duelo, el baile entre Fausto y Mefistófeles- representan como nadie el estatus del hombre moderno, que por un lado está investigando continuamente transgredir los límites de la realidad que lo rodea, pero por otro lado siente dolorosamente que la transgresión se convierta en algo desequilibrado, algo negativo y oscuro para su propio porvenir. Por tanto Fausto es esta especie de fuerza doble en el cual tan representados estamos. Por un lado tenemos la ambición máxima del progreso y de la felicidad, y por otro lado también debemos arrastrar muchas veces las consecuencias de nuestra propia ambición.

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28 de noviembre de 2008
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