Rafael Argullol
Delfín Agudelo: Pensaría que al recurrir a la imagen del naufragio de nuestra época te refieres al vasto océano de información que se maneja en un ordenador o de aquello a lo que uno puede llegar a través de éste.
R.A.: Mira, te voy a contar algo que le sucedió a una amiga mía recientemente, por cierto una amiga compatriota tuya, que viajaba de Colombia a Nueva York, y posteriormente tenía que venir a España. Hizo una escala por cuestiones de trabajo en Puerto Rico. En el hotel le robaron el portátil, un portátil además recién adquirido, y en ese portátil ella concentraba todos los datos de su trabajo, gran parte de lo que eran sus conexiones cotidianas de tipo personal, e incluso tenía todos los mecanismos que incluían la posibilidad de telefonear a larga distancia, como era su propósito hacerlo, imagino, desde Estados Unidos y España. Ella me contó que la sensación que tuvo en el momento en que había desaparecido el ordenador del cuarto de su hotel fue una sensación muy traumática. En primer lugar, por lo que ya es evidente, y es que siempre supone una violación de la intimidad todo robo y es algo sumamente desagradable que te entren en la casa o habitación de un hotel. A eso se le sumaba en esta ocasión el hecho de que ella de repente se sintió desprotegida de toda la red de conexiones que de alguna manera la mantenían en unión con su mundo, estuviera donde estuviera. Eso le llevó a sentirse tan desamparada que en un momento determinado incluso pensó en interrumpir el viaje que tenía que hacer, y volver a Colombia. Luego, con posterioridad, una vez ha pasado el trauma y cuando me contó la anécdota aquí en Barcelona, evidentemente le había dado ya la vuelta, que es también una cuestión interesante, y de pronto se sentía en cierto modo como liberada: había pasado del estado de desamparo por verse como desnudada de todas las defensas que habitualmente tenemos y que nos permiten al día de hoy estar en cualquier lugar del mundo, y estar permanentemente conectados, pero superado ese trauma, le había encontrado las ventajas al darle la vuelta porque se encontraba precisamente desconectada y de alguna manera retornaba a la imagen de lo que era antiguamente el viajero, que era alguien que como máximo estaba conectado a través de carta, y tenía que transcurrir sus días sin estar en una especie de conexión permanente o de estar continuamente desfilando por los hilos de la telaraña.