Mañana invernal en Ithaca. Escucho a Nick Drake, y rememoro mis últimos dos viajes a México. Quedan muchas imágenes, y los dos viajes se van haciendo uno. Queda Juan Gabriel Vásquez en un pasillo del Fiesta Inn, llevando consigo un ejemplar de la traducción al inglés de Crimen y castigo y diciéndome que si no he leído a Dostoievsky en las recientes traducciones al inglés, entonces no lo he leído (leí casi todo Dostoievsky hace veinte años, en las traducciones al español de Bruguera: ergo, no lo he leído). Santiago Gamboa orgulloso en un taxi, después de gastar doscientos pesos mexicanos en la primera edición de Terra Nostra. Santiago Roncagliolo en otro taxi, contándonos que está traduciendo dos novelas cortas de Joyce Carol Oates (Beasts y Rape) porque quería entender de cerca cómo funcionaban. Martín Caparrós regalándome un ejemplar numerado de uno de sus diarios de viaje. Alberto Fuguet desesperado buscando en la feria del libro de Guadalajara los diarios de Alejandra Pizarnik (¿Fuguet y Pizarnik?). Yo, tomando tequila antes de una presentación, para relajarme (funcionó). Yuri Herrera recomendándome, en medio de una taquiza, qué autores debería leer de la nueva narrativa mexicana (Bernardo Fernandez, Heriberto Yepez, Elmer Mendoza). Gastón García y Guadalupe Nettel, grandes anfitriones, invitándonos a cenar pollo en mole en su casa en Coyoacán. Un desayuno con Efraín Kristal, y una charla rápida, camino al aeropuerto, sobre Badiou y Esposito. Una medianoche en un VIPS con Jorge Volpi y Rocío, Ignacio Padilla, Eloy Urroz y sus parejas. Las cervezas con Luis Miguel Solano, editor de Libros del Asteroide, contándonos de sus nuevas publicaciones (Ann Beattie). Valeria Huerta, la entusiasta editora de Fazi (Italia), haciendo todo lo posible por publicar a autores latinoamericanos y españoles en Italia. La casa de Carlos Fuentes, con una biblioteca intimidatoria de clásicos de Gallimard y de The Library of America, y con unos mariachis de punta en blanco (¿es el uniforme, o es que todos los mariachis son barrigones?). Sergio Ramírez preocupado por la situación en Bolivia. La noche en que no fui al legendario Veracruz porque estaba cansado. El viaje de ida, en el que descubrí a Bruno Schulz, y el de regreso, en el que me leí de un tirón la última novela de Iván Thays.
