Javier Rioyo
Siguen los pistoleros. Hace tiempo que no llevan uniforme franquista, ni camisa azul, ni signos fascistas históricos, son perversa suma de lo peor de todo aquello. Restos de una negra camada, panda fanatizada dispuesta a seguir gritando: "¡Viva la muerte!". Los asesinos etarras siempre han estado más cerca de aquellos esperpénticos, falsos patriotas del "¡Muera la inteligencia!" que de los ciudadanos que votan, dudan, trabajan, están en paro o van al teatro.
Ridruejo pasó más de media vida rectificando los errores de sus años hímnicos, falangistas, fascistas y franquistas.
Veníamos de ver en A Coruña la extravagancia de una estatua dedicada a Millán Astray. Anacrónica, fea y estúpida manera de recordar, a la fuerza, a uno de los peores personajes de nuestra historia. Chulo, exaltado, matón, vividor, casado con beata, amigo de folclóricas, simpático, manco, tuerto y tabernario. Hiperrealista modelo de una patria que se impuso por la fuerza. Y hemos visto, en el teatro Valle Inclán -otro gallego y manco, pero en las antípodas de Millán Astray- una obra en la que el protagonista es aquel general que presumía de ser novio de la muerte. El actor, Adolfo Fernández, habla, ríe, bebe y canta los himnos que acompañaron la vida del general mutilado. Algunos jóvenes se reían, seguramente pensaban que aquellos gritos, aquellas letras chulescas o líricas, eran una exageración teatral. Es teatro y fue verdad.
Y verdad fue, aunque no creo que tenga muchas estatuas, espero que sí algunas democráticas calles, la vida de un compañero de primeros viajes, patrióticamente exaltados, la interesante vida de Dionisio Ridruejo. Coincidieron en los años más crueles del franquismo, uno nunca se arrepintió, el otro, Ridruejo, pasó más de media vida rectificando los errores de sus años hímnicos, falangistas, fascistas y franquistas.
Ahora que celebramos aniversario constitucional es buen momento para acercarse a la doble vida –La vida rescatada como titula su biógrafo, Jordi Gracia- del más lírico de los falangistas de primera hora. Tiempos de puños y pistolas, de asesinos y poetas. Tiempos que Juan Marsé hizo novela, que tituló con unos versos que podrían haber sido escritos por Ridruejo -escribió otros del Cara al Sol– y que sirvieron para que el demócrata, el fascista arrepentido, se encontrara con una novela que para él fue un doloroso regalo. De los que hacen crecer. En ese texto de Ridruejo, que fue prólogo de la primera edición española, dice que Marsé le pareció el "hombre menos afectado del mundo". Volver a Marsé. Huir de los miserables. Mejorar leyendo lo que escribió ese premiado que huyó del "estrépito de himnos idiotas y banderas depravadas". Leer al "ceñudo, maldiciente, de pupila desarmada y descreída, escépticos los hombros, nariz garbancera y un relámpago negro en el corazón y en la memoria". No lo olvidaremos.
Artículo publicado en: El País, 7 de diciembre de 2008.