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La niebla

La civilización quizás no se apaga, pero desde luego sí se debilita cuando de los modos de ordenación colectiva desaparece la exigencia de que el hombre (es decir, todos y cada uno de nosotros) aspire a la actualización plena de sus potencialidades. Tal aspiración implica no renunciar jamás a sentirse tensado por el peso tremendo de las palabras; no renunciar jamás a ver en el poeta no ya un héroe sino también un modelo (ya sea asintótico) del propio destino, el destino que nos corresponde como representantes de la humanidad.

La debilitación de una civilización empieza por la astenia del lenguaje, pero se traduce en todos los aspectos de la vida. El texto de Nietzsche que ayer citaba nos habla de hombres privados de sentimiento de tensión respecto a la naturaleza y respecto de los demás hombres; hombres obnubilados por el espejismo de una conciliación inmediata, de una paz no sustentada en conflicto, concretamente en la lucha contra las fuerzas, internas y externas, que nos empujan hacia la genuflexión.

La debilitación de una civilización se traduce en el lazo con la muerte, la cual adquiere entonces connotaciones de particular indigencia. Pues contrariamente a ese "quitarnos el sombrero cuando la muerte pasa" ( gesto evocado en ocasiones por el escritor José Saramago) cuando el único imperativo de ordenación social es la formación de un ciudadano "pulcro y que trabaja" , entonces la muerte no puede ser mirada a la cara, no puede ser objeto de esa asunción que precisamente permite relativizar su peso. En tal aséptico marco, la muerte sin duda acabará por irrumpir, pero tan sólo como verídico telón que viene a clausurar la astenia de la vida y el edificio del consuelo y la mentira. Verdad que llega excesivamente tarde. Evocaré al respecto, una vez más las palabras del Narrador de La Recherche : "afortunados aquellos para quienes, por cercanas que se hallen la una de la otra, la hora de la verdad sonó antes que la hora de la muerte"

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22 de diciembre de 2008
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La experiencia del shock

Espiando entre las páginas del New Yorker encontré un artículo sobre Naomi Klein que, citando argumentos del libro The Shock Doctrine -que no leí, pero me convenció de leer- explica cuestiones que la experiencia argentina viene demostrando desde hace años en la (triste) práctica. Según Larissa MacFarquhar, Klein considera al economista Milton Friedman apenas un escalón por debajo de Satán. Sumo sacerdote de la Escuela de Chicago, Friedman predicó el Evangelio del Libre Mercado y le puso letra a la música que los ricos del mundo más les gusta: convenciendo a pobres y clases medias de que un mercado libre era la solución a todos sus problemas -cuando en todo caso era, más bien, la condición sine qua non de sus dolores de cabeza.

/upload/fotos/blogs_entradas/the_shock_doctrine_med.jpgLa tesis central de The Shock Doctrine es, según MacFarquhar, que ‘el capitalismo fundamentalista es tan impopular, y tan obviamente dañino para todos salvo los más ricos entre los ricos, que el establishment requiere en su mejor momento la práctica de la decepción, y en el peor, terror y tortura'. ‘...La única circunstancia -prosigue- en que la población aceptaría reformas al estilo Friedman ocurre cuando está en estado de shock, a continuación de algún tipo de crisis -un desastre natural, un ataque terrorista, una guerra. Una persona en estado de shock regresa a un estado infantil en el que añora que una figura parental tome control sobre su vida; de modo similar, una población en estado de shock le concederá poders excepcionales a sus líderes, permitiéndoles destruir las funciones regulatorias del Gobierno'.

Klein dice que la Escuela de Chigago es ‘un movimiento que reza para que haya crisis del mismo modo en que los granjeros acosados por la sequía rezan por lluvia'. Y sugiere que a veces los acólitos de Friedman son demasiado impacientes para esperar actos de Dios. ‘Algunas de las más infames violaciones a los derechos humanos de nuestra era -escribe- tienden a ser interpretadas como actos de sadismo, perpetrados por regímenes antidemocráticos' como los de Pinochet y la Junta argentina, cuando de hecho ‘fueron cometidos con la intención deliberada de aterrorizar a la población o manipulados para preparar el terreno para las reformas radicales del mercado'.

Yo no soy economista ni ensayista político, pero ¿saben cuánto tiempo hace que vengo diciendo estas cosas? ¿Saben cuántas novelas llevo sugiriendo lo mismo, señalando además la complicidad explícita o tácita de buena parte de la sociedad argentina en los hechos -sin la cual nada, ni las muertes ni las ‘reformas', habrían sido posibles?

La sigo mañana. 

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22 de diciembre de 2008
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Fumar era un placer

Mi infancia son recuerdos de dedos manchados de nicotina y toses mañaneras. La ropa apestaba a tabaco, y el tabaco a mundo de hombres. Sólo algunas mujeres fumaban, las que querían distinguirse de las demás a través de un humo que las alejaba del hogar, la maternidad y el recogimiento. /upload/fotos/blogs_entradas/no_sers_un_extrao_med.jpgLas madres solían parecerse más a Olivia de Havilland en No serás un extraño (sacrificada y modesta), que a Gloria Grahame en la misma película, surgiendo de una lenta bocanada de su propio cigarrillo con ojos febriles y brillantes. O quizá surja del cigarrillo de Robert Mitchum, que tiene que pegar dos rápidas caladas para animarse antes de atacar su noche de bodas con la pobre Olivia.

Lo que separa a estas dos mujeres es un cigarrillo, un simple cigarrillo, que coloca a Gloria Grahame en el mundo de los hombres, de los deseos, de las satisfacciones instantáneas, de la atracción sin pena, y que la convierte en la igual de Mitchum, porque en aquella remota época en que fumar era un placer, el placer era de ellos.

(sigue mañana)

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22 de diciembre de 2008
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Mafias

"Lo sorprendente -decía Baudrillard en 1990- es la obesidad de todos los sistemas actuales, la "gordura diabólica" como dice Susan Sontag, del cáncer, de nuestros dispositivos de información, de comunicación, de memoria, de almacenamiento, de producción y de destrucción, tan pletóricos que se sabe de antemano que no pueden ser utilizados."

Pero sí han podido ser utilizados o, sencillamente, valerse de su valor para reventar. Tanto Susan Sontag como Jean Baudrillard murieron con pocos años de diferencia de cáncer y, ahora, tras la plétora de los beneficios bancarios y stock options, la superproducción de los títulos basura ha promovido un colosal problema de residuos en los rincones y avenidas del sistema que como en las calles de Nápoles solo la Mafia se hallaba en condiciones de neutralizar.

Pero la Mafia esperó en la plétora de la mierda napolitana, la explosión de los ciudadanos y la rendición del Estado, esperó de las montañas de excrementos, el vómito de la población y el auxilio de los fondos públicos, creó la Mafia a través del Mal infligido al sistema su particular antisistema: El sistema apto para cumplir sus objetivos puesto que sus metas van en la dirección opuesta al bienestar, la felicidad, la salud, la transparencia, la seguridad y la riqueza de los ciudadanos.

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22 de diciembre de 2008
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La armonía perdida

El regreso de Iván Thays a la ficción no podía haber sido más auspicioso. Un lugar llamado Oreja de Perro, su nueva novela, ha resultado finalista del premio Herralde. En estos años, muchas cosas han cambiado en el estilo de Iván. La prosa, que solía estar llena de florituras, de metáforas, se ha vuelto despojada, directa. Eso la hace más efectiva: "Pensamos que las fotografías, los recortes de periódico, las cartas, los videos, los testimonios, los recuerdos, sostienen la memoria. Pero no la sostienen, la reemplazan".

El narrador arrastra las heridas producidas por el fallecimiento de su hijo y el hecho de que su esposa lo haya abandonado; con el panorama personal de una crisis devastadora, acepta el encargo de su periódico, de visitar un caserio en los andes peruanos llamado Oreja de Perro, golpeado por el terrorismo en los años ochenta y donde los militares han sido causantes de violaciones a los derechos humanos. Con gran acierto, Thays convierte a Oreja de Perro, lugar de supuesta reconciliación nacional (el presidente debe lanzar allí un programa asistencialista), en una metáfora de la violencia, de la pérdida, de la descomposición, social y personal: "Imagínate, todos los días descuartizaban perros en Ayacucho. Y si lo ves en un mapa, este sitio parece un pedazo enorme cercenado de alguno de esos perros, o de todos". 

En Oreja de Perro, el narrador se verá involucrado con Jazmín (una muchacha que padece las secuelas de la violencia) y sabrá de los deseos de venganza de gente del pueblo contra los militares. Descubrirá, también, que hay ciertas tragedias que no se superan, pero que eso no implica el desaliento: hay que aprender a vivir con la armonía perdida. Los que se sorprendieron al ver que este escritor de la intimidad publicaba una novela política, descubrirán que en esta novela la política importa, pero que, como siempre en un libro de Iván Thays, el viaje que de veras cuenta es el interior (El viaje interior es el título de mi novela favorita de Iván). A los que no les haya convencido la inacción del narrador, su autismo, su incapacidad para preocuparse de veras por ese entorno desolador de injusticia social en su país, habrá que decirles que, a pesar del cambio de estilo, Thays es siempre Thays. Aunque esta vez se da incluso el lujo de un final esperanzador. 

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22 de diciembre de 2008
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Gaza

La sigla ONU, todo el mundo lo sabe, significa Organización de Naciones Unidas, es decir, a la luz de la realidad, nada o muy poco. Que lo digan los palestinos de Gaza a quienes se les están agotando los alimentos, o se les han agotado ya, porque así lo ha impuesto el bloqueo israelí, decidido, por lo vistos, a condenar al hambre a las 750 mil personas registradas allí como refugiados. Ni pan tiene ya, la harina se ha acabado, y el aceite, las lentejas y el azúcar van por el mismo camino. Desde el día 9 de diciembre los camiones de la agencia de Naciones Unidas, cargados de alimentos, aguardan a que el ejército israelí les permita la entrada en la faja de Gaza, una autorización una vez más negada o que será pospuesta hasta la última desesperación y la última exasperación de los palestinos hambrientos. ¿Naciones Unidas? ¿Unidas? Contando con la complicidad o la cobardía internacional, Israel se ríe de recomendaciones, decisiones y protestas, hace lo que viene en gana, cuando le viene en gana y como le viene en gana. Ha llegado hasta el punto de impedir la entrada de libros e instrumentos musicales como si se tratase de productos que iban a poner en riesgo la seguridad de Israel. Si el ridículo matara no quedaría de pie ni un solo político o un solo soldado israelí, esos especialistas en crueldad, esos doctorados en desprecio que miran el mundo desde lo alto de la insolencia que es la base de su educación. Comprendemos mejor a su dios bíblico cuando conocemos a sus seguidores. Jehová, o Yahvé, o como se le diga, es un dios rencoroso y feroz que los israelíes mantienen permanentemente actualizado.       

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22 de diciembre de 2008
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Un lugar llamado Oreja de perro en RdL

Guillermo Fadanelli y yo, entonces con pelo largo y no deflecado como lo tengo ahora, en nuestros pueblos fantasmas. Fuente: revistadelibros Una alegría enorme ha sido que la tapa de La Revista de Libros, del diario "El Mercurio", de hoy domingo haya sido destinada al artículo que ha escrito Patricio Jara sobre la reedición de Lodo, la novela de Guillermo Fadanelli publicada en 2002, y Un lugar llamado Oreja de perro, mi novela, ambas publicadas por Anagrama. Patricio ha encontrado un punto de unión en las novelas: las dos suceden en pueblos de apariencia espectral, y en ambas además se intentaría "escapar sin perder la memoria". Dice la nota sobre Lodo de Fadanelli:(...) Lodo cuenta la historia de Benito Torrentera, un solitario profesor de filosofía de 50 años y un metro 80 centímetros, quien está convencido, después de dos décadas en las aulas, de que el futuro de la disciplina se encuentra lejos, muy lejos, de la universidad. Acosado por los fantasmas de los padres fundadores del pensamiento clásico, Torrentera es incapaz de ver el mundo desde otro prisma que no sea la abstracción libresca. Aquello, claro, hasta cuando conoce a Eduarda, una dependiente de la cadena de almacenes Seven Eleven. Ella, 28 años menor, planea robarse la recaudación del día y verá en Torrentera a su mejor aliado. De modo que lo que comienza como una triste novela sobre el resentimiento de un profesor derrotado se transforma en una historia de pistolas y carreteras que conducen a ese "pinche pueblo en el que jamás se detendría ningún policía respetable". El relato, además, es el engranaje que faltaba para articular las otras novelas de Fadanelli, especialmente Educar a los topos y Malacara, que, como explica el propio autor a Revista de Libros, tienen una motivación clara: "A mí no me interesa contar historias, ni entretener a los lectores, sino encontrar sentido al hecho mismo de escribir: el sinsentido, el vacío, el caos están ocultos en los buenos libros, son su esencia". Galardonada con el Premio Nacional de Narrativa Colima de su país, Lodo es una patada en el trasero a la búsqueda de la erudición como fin último, total y excluyente; un corte de mangas a la academia anquilosada y empeñada en entender lo que pensaron otros y perpetuarlo con intolerancia y a rajatabla.Y en lo que respecta a mi novela, dice:Un lugar llamado Oreja de Perro, de Iván Thays, despliega como escenario las ruinas de un pueblo que ha sufrido la violencia de Sendero Luminoso y su doctrina del miedo impuesta por Abimael Guzmán, alguna vez también profesor de filosofía; y junto con ella las asoladas del narcotráfico y de la represión militar. Oreja de Perro (que existe; aún) es un caserío sembrado de fosas comunes donde ha llegado el protagonista de la historia de Thays, un hombre que lleva a cuestas una doble tragedia: la muerte de Paulo, su pequeño hijo, y un matrimonio congelado como consecuencia. Ambos acontecimientos serán prefigurados por Jazmín, una joven lugareña embarazada que oculta un terrible secreto. Un lugar llamado..., que junto con marcar el regreso del autor a la ficción tras casi una década resultó finalista del Premio Herralde, se hace cargo de la memoria personal del periodista-personaje-narrador enviado a cubrir la visita del Presidente Toledo al único lugar donde los campesinos "lograron vencer al terrorismo sin ayuda de la policía" y por lo tanto merecen ser premiados por el Estado ahora que el informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (un símil de nuestra Rettig) los ha puesto en el inventario del horror nacional. "Para él ese lugar es tan espectral como puede serlo una ciudad fantasma o la misma Comala", comenta el novelista desde Lima. "Un lugar remoto, frío, sin sentido, donde se enferma a cada rato, una ciudad irreal llena de sombras de hombres y perros, como si fuera un set de grabación de David Lynch, que pasan por detrás del telón". Thays articula una historia sobre la soledad, sobre aquello que no se puede olvidar y se encorva en la espalda; un peso que en medio de la sierra se encarna en animales famélicos y de ojos lechosos; en campesinos desdentados que hablan quechua y soportan las burlas de los militares; la bota implacable que está allí para recordar que la violencia no ha terminado y que para que un pueblo merezca ser llamado fantasma, entonces siempre alguien tiene que morir.

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21 de diciembre de 2008
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Contagiados por las rebajas

  Bajó el precio del combustible en las gasolineras y el jueves 11 pasado  el Granma anunció que para abrir una línea de celular sólo se necesita  ahora la mitad del dinero. No es noticia frecuente que el costo de  algo descienda, así que estamos aún dudando si es sólo un regalo de  Navidad o el inicio de un extensivo reajuste de precios. He tenido el  sueño premonitorio ?e ingenuo? que quizás esta ola de rebajas se  extienda también a productos básicos como la leche, que en el mercado  en pesos convertibles tiene el abusivo precio de 2.40 cuc por un  litro. Como mi hijo ya tiene trece años, desde hace seis no le toca la cuota  racionada y los mercaderes ilegales ?con su oferta de leche en polvo?  no han tocado otra vez a mi puerta después del paso de los huracanes.  Comprar el /tetra pack/ de las tiendas en divisas es un sacrificio que  sólo pueden hacer unos pocos y tiene un sabor de estafa oficializada.  De ahí que me gustaría recomendarle al Ministerio de Precios y  Finanzas que amplíe estas rebajas a todos los productos básicos que  exhiben precios prohibitivos. Cuánto desearía que nos dieran una  verdadera sorpresa navideña y antes del 31 de diciembre con el  salario de un obrero pueda pagarse un vaso del preciado lácteo para  cada mañana.

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20 de diciembre de 2008
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La boda de Rachel

 

En un post del pasado domingo, Gustavo Faverón eligió La boda de Rachel entre sus películas favoritas del año. Por casualidad, yo había visto la película de Jonathan Demme un par de días antes, y terminé coincidiendo una vez más con Gustavo. El director de El silencio de los inocentes parecía, con su trabajo sobre Neil Young (Heart of Gold, 2006) y Jimmy Carter (Man from Plains, 2007) haberse dedicado al género documental. Sin embargo, con La boda de Rachel, Demme vuelve por todo lo alto. Su excursión en el género documental ha influído en esta película: la historia de Kym (Anne Hathaway), una drogadicta que sale de una clínica de rehabilitación para asistir a la boda de su hermana, tiene a ratos el aire incómodo y las largas y desenfocadas escenas de una home movie. Cuando asistimos a la ceremonia pre-nupcial en la que familiares y amigos dicen palabras de elogio a los novios, pensamos, ¿cuándo acabará esta tortura? Pero la estrategia de Demme es desarmar con ese tono confesional, para que luego las escenas dramáticas tengan un efecto devastador.

Ésta es una película sobre una familia disfuncional con secretos que amenazan con explotar cualquier rato. La llegada de Kym a la boda es el catalizador para esa explosión. Anne Hathaway demuestra que es mucho más que el rostro bonito de Diario de la Princesa; en la relación con su hermana(rosemarie Dewitt) y su madre, en sus deseos de rehabilitarse y su imposibilidad de superar la culpa por una grave tragedia de la que fue responsable, Hathaway crea a un personaje tan complejo como redondo. No es casualidad que ya haya ganado premios importantes a la mejor actriz del año (National Board Review, New York Film Critics Circle Awards) y que sea finalista a un Golden Globe.   

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19 de diciembre de 2008
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El editor sentenciado

El comentario que José Saramago dedica en su blog a la conferencia que dí en México me anima a publicarla antes de lo previsto.

La deseada muerte del editor

"Recordarán ustedes que hace unas semanas, con motivo de la reciente edición de la Feria del Libro de Frankfurt, el diario El País publicó una entrevista con el conocido agente literario Andrew Willie.

Además de comentar con su característica viveza aspectos de nuestra literatura contemporánea, el agente nos ofreció un impetuoso juicio sobre el mundo editorial y no quiso desaprovechar la oportunidad de ser el primero en anunciar una defunción:

"El editor no es nada, nada"

Obviamente, el diagnóstico está cargado de malas intenciones y publicita, para el que todavía no la conociera, la enemistad puesta entre los editores y este poderoso agente literario. Terrorífico entre los responsables de las editoriales de medio mundo y un verdadero ogro entre sus competidores.

Aunque la agorera sentencia de AW contra los editores no nos agrada, y de hecho la leemos con fastidio, no debemos considerarla una ofensa gratuita. A menudo la hostilidad ajena es la más eficaz ayuda que podemos esperar para enmendar nuestros errores. De ahí que nos convenga entender qué ha querido decir AW y por qué le satisface tanto sentenciar la muerte del editor.

La voluntad política que ha regido el último tercio del siglo XX hizo de la libre circulación de capitales uno de los dogmas más espectaculares de la economía de mercado. La liberalización de los activos financieros -libres sobre todo, como se ha visto, de su propio control contable- adquirió el rango, la potencia y la apariencia de los grandes principios morales de Occidente. Fue un alarde doctrinal, desde luego, pero también una oportunidad para los expertos especializados en la ingeniosa destreza de la especulación.

Hoy sabemos en qué ha acabado el feroz resurgimiento del capitalismo financiero, conocemos la envergadura del destrozo causado a la sociedad y pagamos las consecuencias de un profundo disturbio moral y político. Hoy es visible la consternación producida por el proceso de especulación permanente al que se entregaron las finanzas del primer mundo, pero mientras estuvo vigente la normativa del crecimiento incesante, todo el tejido empresarial fue sometido a un bulímico proceso de adquisiciones, absorciones y fusiones, sin que nadie pareciera estar en condiciones de negarse a participar en el gigantesco festín del capitalismo triunfante.

Las casas editoriales tradicionales -y subrayo lo que desde la Ilustración tiene una editorial de hogar para la cultura- las casas editoriales, digo, también se vieron sometidas o tentadas, invitadas u obligadas a participar en esta enloquecida carrera. Fueron arrastradas por el flujo de las leyes bancarias y obligadas a alterar el comportamiento que durante los dos últimos siglos había distinguido su función social y cultural.

El modelo de relaciones fundado por la Ilustración europea, el nacimiento del intelectual, el diálogo entre editores y autores que vimos tan bien delineado en la historia de La Enciclopedia de Diderot y D'Alembert, se veía inesperadamente alterado por una traumática colisión.

El modelo de gestión empresarial nacido de la vocación editorial, el compromiso cultural que guiaba sus desvelos, la pasión creativa de esos hombres de letras que son los editores, dispuestos a invertir su esfuerzo, sus dividendos, a veces su modesta fortuna personal, para hacer posible un catálogo puesto al servicio del proceso de evolución y educación social, estaba a punto de sufrir un colapso.

El modelo de gestión de los viejos editores consistía en hacer viable su principal propósito: que la cultura de calidad sea un negocio. Este modelo de gestión debe garantizar, como es lógico, su propia subsistencia y hacerlo sabiendo que esa es precisamente su principal obligación: existir. Existir para tener abierta la casa editorial, para ofrecer sus libros a los lectores, para garantizar a los autores que a pesar de todas las incertidumbres aquella seguirá siendo su casa, y que la misión del editor -encontrar lectores para sus obras- se cumplirá sea cual sea el resultado de los primeros esfuerzos.

Las casas editoriales ofrecían a sus propietarios unos beneficios satisfactorios. La media en Europa durante las primeras décadas del siglo XX apenas fue de un 6% anual, pero eso ya bastaba en un mundo en que el éxito se podía medir por la calidad de las novedades editoriales. Un mundo en que el éxito traducía el valor estético, narrativo, intelectual o filosófico de los libros publicados. Un mundo en que el triunfo era también sinónimo del prestigio alcanzado por el editor entre los más avezados, exigentes y preparados de los lectores.

Pero el inicio de la Era Reagan marcó una frontera con el viejo mundo y si el dinero encontraba en la Bolsa las espectaculares rentabilidades que hemos conocido ¿quién querría entretener sus bienes entre pliegos, manuscritos, correcciones, pruebas de imprenta, devoluciones y exiguas liquidaciones anuales?

Las alteraciones que introdujo el capital bursátil en nuestros equilibrios sociales erosionaron el tradicional modo de hacer las cosas y poco a poco también las editoriales se vieron tentadas por el enfebrecido estilo de perseguir a toda costa los más espectaculares rendimientos.

No soy un purista que condene la lógica del capital y creo que el beneficio en su adecuada proporción es un aliciente y un estímulo en muchas de las actividades humanas. No obstante, en contra de lo que se quiere dar por supuesto, el plan de contabilidad en el que hoy se fundamenta la gestión económica es una primitiva y rudimentaria falsificación de lo real.

En los asientos contables se constata tan solo el coste y la ganancia de la cantidad. Y queda fuera de balance el verdadero beneficio del libro: el valor de la educación intelectual que sostiene la integridad cultural de la ciudadanía y la plenitud de su bienestar espiritual.

Los economistas sauvages que se apropiaron de la legislación vigente, imponiendo sus normas contables difundiendo los anhelos de enriquecimiento veloz, no supieron, ni quisieron, elaborar el plan de negocio que contabilice la calidad. Y a esto nos han condenado: a perder de vista un rasgo fundamental de la industria editorial: la noción de beneficio implícita en la calidad de sus productos.

¿Cuántos líderes académicos, políticos, empresariales, sociales, de rotunda influencia en nuestro tiempo, han visto perfeccionada su tarea gracias a la lectura de los mejores autores, al estudio de las mejores investigaciones, a la práctica metódica del pensamiento crítico que procura el ejercicio de la lectura?

Que tales producciones del espíritu y de la inteligencia no llegaran al gran público no quiere decir que no hayan sido contribuciones decisivas al bienestar social.

El éxito de un libro no debe medirse tan solo por la cantidad de ejemplares vendidos. Hay libros que a través de la alquimia de la lectura minoritaria, a través del discernimiento de los más motivados o capaces de sus lectores, regresan a la sociedad en forma de útiles invenciones, propuestas renovadoras o contribuciones decisivas.

No hace falta detenerse a repasar la biografía de los más preparados ni el desarrollo intelectual de los mejores para entender que sus logros dependen de los buenos libros que han llegado a sus manos.

Pero el modelo dominante no está preparado para asumir la envergadura y amplitud de criterio de una contabilidad que integre en su aritmética los verdaderos beneficios de la actividad editorial.

Algunas empresas editoriales se han visto obligadas a caer en la trampa de confundir la cantidad con la calidad y se han dejado seducir por las promesas de un mercado exclusivamente monetarista.

Es en esta convulsa alteración de valores (los culturales pero también los de la economía sostenible) en dónde la figura del editor parece condenada a desaparecer. La profecía de Andrew Willie no sólo expresa el deseo malévolo de su pendenciero portavoz sino una crítica a las actuales insuficiencias del editor.

Si las editoriales producen tan solo los libros cuyas ventas devuelven la mayor ganancia, si los editores abandonan los criterios de la industria intelectual y se convierten en brokers de best sellers, si prescinden del catálogo sobre el que se cimentó su oficio, si hacen pasta de papel con los ejemplares de su fondo editorial, si acuden a las subastas multimillonarias atraídos por nombres o marcas tan famosos como desconocidos... si todo esto tiene lugar en el seno de las viejas casas editoriales, entonces ¿de qué sirve un editor?

Si el autor no puede disponer del consejero íntimo en el que apoyar una lectura consecuente de su manuscrito, si el autor no puede confiar en la autoridad del sello editorial que respalda la aparición de su obra, si el autor no puede aprovechar el contagio de los grandes nombres que figuran en el catálogo del buen editor... si nada de todo eso se puede encontrar tras la puerta de la casa editorial que antes le prestó cobijo, entonces, ¿para qué tocar esa puerta?

Una vez consumada la traumática transformación de la industria editorial, la aparición de los chacales será inevitable: en realidad el oficio de un agente como Andrew Willie se reduce a saber ser hostil y obtener del ejecutivo editorial un buen anticipo y una buena promoción.

Para este tipo de agente literario, que en realidad no consigue ser más que un astuto subastador, el directivo editorial no necesita saber nada de las materias que publica: ya es bastante con que sepa firmar un talón al portador.

Las garantías las ofrece el agente a sus representados mediante un mensaje: no importa ya qué sello editorial publique tus obras. Lo único que importa es que se mantengan en el escaparate de las librerías el mayor tiempo posible. Que aparezca en los medios de comunicación el suficiente número de veces. Que sea citada por locutores y famosos. Eso es lo que importa. Y de eso me encargo yo.

El editor fue el consejero del autor en la era de la industria cultural y el agente -(¿literario?)- quiere ser el gestor del autor en la era de la industria del entretenimiento.

Esta es la mutación que padecemos. El capital salvaje -la pretensión codiciosa de una rentabilidad desmesurada- se apodera de las editoriales y al modernizarlas, las destruye. Las transforma para satisfacer esa tendencia del consumo masivo que en lugar de querer saber, quiere divertirse; en lugar de querer aprender, quiere entretenerse.

Este proceso de mutación, sin embargo y afortunadamente, se vive con incertidumbre. Aunque los hábitos dominantes parezcan inclinarse hacia la banalidad y la estupidez, la confusión de valores y la ausencia de pensamiento crítico, no todo está perdido.

Existen casas editoriales, existen editores y existen agentes literarios y todos ellos pertenecen, con el autor, a una red de equilibrios sociales, a una estructura de relaciones económicas propias de la industria cultural. Es un tejido de compromisos, efectivamente, pues la viabilidad del negocio depende precisamente de un marco de colaboración que va más allá de lo simplemente monetarista.

El compromiso con la historia, el futuro y el presente de la alta cultura europea sigue vivo entre muchos de los que mientras se dedican al oficio de los libros -autores, editores, agentes literarios, críticos, periodistas y libreros-, trabajan para renovar una tradición imprescindible.

Por eso, precisamente, algunos agentes, fascinados por la voracidad de Wall Street, enervados y tan impacientes como descarados, desean liquidar cuanto antes los baluartes de nuestro oficio y con poca disimulada ansiedad declaran que el editor no es nada, nada.

Ciudad de México, 21 noviembre 2008

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19 de diciembre de 2008
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