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Jaime Sáenz en Facebook

Hace un par de años enseñé en Cornell un seminario de post-grado sobre literatura andina. Una de las cosas que más me conmueve hoy es que varios estudiantes de ese curso quedaron fascinados con Jaime Sáenz (Beth Bouloukos incluso lo ha incorporado a su tesis doctoral). Leimos las Imágenes paceñas e Immanent Visitor, una antología bilingüe de poemas publicada en los Estados Unidos.

Si hay un escritor boliviano del siglo XX que es nuestro contemporáneo y debería ser más conocido fuera de Bolivia, ése es Jaime Sáenz (bueno, también están Cerruto y Céspedes). Para los que gustan acompañar la lectura de una obra con la mitología de su creador, ahí está la vida de Jaime Sáenz, alguien a quien el título de "poeta maldito" le quedó chico. Para los que sólo están interesados en los textos, hay para elegir: los que buscan perfección en la prosa y piensan que para eso nada mejor que una novela corta, harían bien en leer "El señor Balboa" y "Santiago de Machaca"; los que creen que el género vital del momento es la crónica, pueden darse una vuelta por las Imágenes paceñas; los que están interesados en novelas ambiciosas, excesivas e imperfectas, capaces de vencerlo a uno en la lectura, tienen a Felipe Delgado esperándolos; los que piensan que lo que importa es la poesía, y todo el resto es literatura, pueden leer cualquier poema de Sáenz. Cualquiera.

Todo esto viene a cuento de que hoy me encontré con una página de Sáenz en Facebook. Y me alegré. Hay que seguirlo difundiendo. Quizás todo ese esfuerzo haga que el escritor paceño termine ocupando su merecido lugar en la literatura en español del siglo XX.

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10 de diciembre de 2008
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El discurso de Le Clezio

Es una lástima que el discurso de JMG Le Clezio esté disponible en francés, en inglés y no en español. Tenemos notas de agencias o artículos de prensa pero falta una traducción, pues hace tiempo que un ganador no se atrevía a citar a su autores más cercanos. Digo más cercanos y no favoritos. Es obvio que Le Clezio escogió textos que le tocaron de manera íntima sin construir su panteón de los grandes escritores (aunque nombra a François Rabelais como el "escritor más grande en el idioma francés").

Por su ambición limitada e ilustrada me interesa el discurso: es el testimonio de un gran lector y da una plaza fenomenal al mundo iberoamericano.

Aquí está la recopilación, Caribe incluido, de los autores citados y de los títulos. No hay nada que añadir. Es una visión totalmente subjetiva (con J.D. Salinger, Alphonse Allais y poetas cuyo nombre ignora por completo)y por esto me interesa:

1.  Cervantes (Don Quijote)
2.  La vida de Lazarillo de Tormes
3.  Aimé Césaire (poeta y dramaturgo francés del Caribe) por su obra La tormenta
4.  Juan Rulfo (Pedro Paramo, El llano en llamas)
5.  Luis González (Pueblo en vilo)
6.  José María Arguedas
7.  Octavio Paz
8.  Miguel Angel Asturias
9.  Edouard Glissant (Poeta francés del Caribe)
10.  Patrick Chamoiseau (escritor francés del Caribe)
11.  René Depestre (escritor de Haití)
12.  Homero Aridjis

Pero el autor que más espacio ocupa en el discurso es una mujer encontrada hace 30 años en el Tapón de Darién (se adivina que corresponde a la parte de Panamá y no la de Colombia). Se llamaba Elvira. Pertenecía al pueblo indígena de los Emberas. Según Le Clezio era una mujer que vivía de su arte de contar y tenía un talento fuera de la común. "Era la poesía en acción, el teatro antiguo y a la vez la novela más contemporánea" explica el autor en un discurso que no olvida la literatura que ignora a la palabra escrita.

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10 de diciembre de 2008
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La anarquía

La anarquía (ahora en Grecia) va poniéndose de moda y la moda es ya el tsunami de nuestra civilización. Ni nuevos líderes fuertes que hagan frente al desconcierto, ni mesías salvíficos (Lenin, Roosevelt, Hitler) que traigan con su carisma el milagro de la redención. El mundo es ya más horizontal que vertical, más rizomático que piramidal y la salida a este caos - en caso de que exista antes de que el caos convierta en nada lo preexistente- procederá acaso de la anarquía.

Anarquía y epidemia (o moda) son términos con el mismo gen: no poseen fin ni finalidad concreta, se extienden para destruir el poder establecido. Y, en su extremo (sea la anarquía, la epidemia o la moda), para anonadar: hacer de lo antiguo lo contagiado y de la autoridad su máximo detrimento. En los pecios, como en las basuras, parece insinuarse el desenlace de la situación. Al exceso de liquidez se responde con masas de liquidez a mares. Al primer embate de lo disoluto se responde con el aumento de líquidos sin tasa. Todos nadamos y nos ahogamos, bebemos e implosionamos en la pérdida de consistencia de la inversión productica, en el océano de la indeterminación o la desconfianza global. ¿Más liquidez para invertir? Más dinero líquido para invertir... sólo en liquidez, el elemento básico y unánime. El mundo atemorizado, hasta hace poco por la inundación que provocaría la colosal fundición del hielo polar se halla inmerso (nunca mejor dicho) en la misma razón letal: la desaparición mediante la anegación. 

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10 de diciembre de 2008
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Atrapado por esa chica

Es pequeña, flaca, asocial, tatuada, agresiva y con un pasado lleno de oscuridades, psiquiátricos, casas de acogida y malos informes. Bisexual, escurridiza, poco habladora y con unos cuántos piercing repartidos por su diminuto cuerpo. Cero en conducta en sus colegios, sin terminar sus estudios, sin formación cultural y, por supuesto, no sabe comer, ni vestir. Los que la conocen, muy pocos, están convencidos de su rara inteligencia, de su capacidad investigadora, de sus habilidades para hacer toda clase de juegos, trampas y averiguaciones por al red. Tiene un pasado oscuro, un presente extravagante y no parece tener ningún futuro.

/upload/fotos/blogs_entradas/los_hombres_que_no_amaban_a_las_mujeres_1_med.jpgEso es lo que parece, lo que sabemos de ella. También está el otro lado, el misterioso, el fascinante y peligroso que la hace ser inquietante y extrañamente deseable. Tiene un erotismo, un poder de atracción y eso que llamamos "morbo" que me hace pensar que es una de las razones fundamentales para que millones de personas de todo el mundo estén enganchadas a su historia. Nos quedamos atrapados ya en aquél primer encuentro, cuando nos encontramos entre los seducidos por esa historia llena de intrigas, misterios, abusos, amores, dinero, periodismo, negocio y miserias del mundo más desarrollado. Aquél descubrimiento llamado "Los hombres que no amaban a las mujeres".

Ahora, con más peligros, más personajes turbios, más violencia y más corruptos, ella, nuestra querida Lisbeth Salander, se muestra como uno  de esos personajes no heroicos, uno de esos antihéroes, que tanto queremos en la ficción. En la realidad sería altamente insoportable alguien que se pareciera a la protagonista de "La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina". Hemos terminado la lectura de éste segundo tomo atrapado entre sus páginas, ávido de culebrones, enganchados a sus turbias aventuras. Nos hemos reconocido en nuestro lado de lectores de best seller. ¿Y qué? Lo somos, al menos lo somos de esta saga que un día se le ocurrió a ese desconocido, hoy famoso póstumo, llamado Stieg Larsson.

Lo peor es tener que esperar unos meses para seguir enganchados con la inquietante Salander.  Me relajaré, felizmente hay otros libros, miles, incluso mucho mejores...pero menos adictivos. ¿Cuál es el secreto?

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10 de diciembre de 2008
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¿Un Jack Bauer para la era Obama?

Viendo 24: Redemption, el telefilm que funciona como aperitivo antes de la nueva temporada de la serie -para la cual hay que esperar hasta febrero-, me quedé pensando en la extraña transformación de Jack Bauer (Kiefer Sutherland). Es verdad que la realidad le ha trastocado un poco el panorama: después de ser pionera en representar el triunfo en elecciones de un presidente negro (que, ay, resultaba asesinado: ojalá la historia no imite a la ficción en este caso), 24 se vio forzada a probar la variante que había quedado en el tintero, a saber, la asunción de una presidente mujer. Esta sensación de se equivocaron en el pronóstico se extiende a su protagonista. El otrora imparable Jack Bauer, que era capaz de arrasar con todo y con todos -familia, amigos, principios- por la causa superior de su país, vive por primera vez una aventura en la que, para empezar, no debe torturar a nadie. Y más aún: se aboca a defender una causa que se aparta de los intereses americanos (el presidente saliente interpretado por Powers Boothe explica hasta qué punto la ficticia república africana de Sangala no mueve ninguna aguja en el radar de su país: no tiene petróleo ni otros recursos naturales, no está vinculada con el terrorismo -por ende, que viva o muera da exactamente igual) para defender a alguien de verdad indefenso: una docena de niños que, de no mediar la acción de Bauer, serían convertidos en la clase de soldados dedicados a practicar violencia sobre su propio pueblo.

Nada más políticamente correcto que lamentar la suerte de Africa y de los niños soldados... ¿Se viene un Jack Bauer PC, adecuado a la era Obama?

Mientras el relato seguía corriendo de la misma, inane manera delante de mis ojos (en la temporada previa a Redemption, 24 ya venía cayendo en picada), me pregunté por qué no habrá habido nunca un film o serie en que un superagente al estilo Jack Bauer defienda a un gobierno latinoamericano democrático de los militares sedientos de sangre al estilo Redemption, es decir dispuestos a obtener el poder a cualquier precio.

Y entonces me acordé para qué lado jugaron los ‘superagentes' americanos durante los años 70.

Ay Obama, Obama: ¡cuánta sangre que lavar!

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10 de diciembre de 2008
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El espejo griego

La erupción de violencia que se está extendiendo por Grecia, hasta poner al gobierno conservador de Karamanlis contra las cuerdas, merece una atención especial. Algo muy de fondo falla en un país miembro de la Unión Europea para que se produzcan revueltas de una virulencia y una gravedad desconocidas en todo el continente desde hace muchas décadas. Francia ha experimentado revueltas en sus suburbios y protestas estudiantiles y obreras muy amplias. En el Reino Unido ha habido disturbios de componente étnica. Nadie queda a salvo de manifestaciones violentas de una noche o de un día, en la Europa nórdica o en la mediterránea, en Alemania o en España. Pero la gravedad griega viene de la amplitud y la profundidad de la protesta, que va mucho más allá de quienes las empezaron y del inaceptable incidente policial que está en su origen.

La muerte de Alexandros Grigoroupulos, un adolescente de 15 años, a manos de la policía es la espoleta nada casual que ha hecho prender el incendio. Situaciones de este tipo se dan con excesiva frecuencia en nuestras satisfechas y prósperas democracias europeas y no siempre reciben el tratamiento que corresponde por parte de la justicia, menos aún del parlamento y a veces ni siquiera de los medios de comunicación. Estos mismos días un juez británico ha decidido cortar el paso a cualquier posibilidad de que se juzgue por homicidio o asesinato a los responsables de la muerte del joven brasileño De Menezes, ejecutado a boca jarro por la policía en el Metro de Londres, sólo por culpa de su color oscuro que le asimiló a ojos policiales con el estereotipo del árabe o paquistaní terrorista.

La lista de casos es infinita. Esta Europa tan contenta de sí misma y tan crítica con los métodos antiterroristas que se han practicado en la otra orilla del Atlántico resulta que está en las mismas o parecidas cosas y que, además, ha cooperado sigilosamente en actividades turbias de este tipo, dando el visto bueno por activa o por pasiva a los vuelos a Guantánamo, y tolerando cárceles secretas en su territorio (Polonia, Rumania y Macedonia). El Estado policial no sobreviene de la noche a la mañana como resultado de unas elecciones, sino que va imponiéndose por falta de vigilancia judicial, parlamentaria y cívica y por fallos elementales en la formación y en la organización de los servicios de policía.

El caso griego sirve para mirarnos la cara en el espejo en muchas cosas. En primer lugar respecto a la situación de los jóvenes, a la calidad y eficacia de nuestras universidades, a los puestos de trabajo y a las viviendas a que tienen acceso, al incremento de la pobreza y de la marginalidad, y al tipo de sociedad que les ofrecemos a los jóvenes en general. Sobre todo en la época de vacas flacas en la que estamos entrando. Pero también respecto a las policías a las que hemos decidido confiar el orden público. Debemos estar atentos a Grecia, porque las recesiones son el momento dorado para el asalto de los populismos, las demagogias y las tentaciones autoritarias.

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10 de diciembre de 2008
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Incomunicación

Rafael Argullol: Eso nos lleva a este especie de figura rara, bifronte, un poco esquizofrenia que somos todos nosotros, que por un lado nos movemos temiendo el naufragio pero quizá ocultamente a veces deseamos el naufragio para camuflarnos respecto a nosotros mismos o respecto a esas telarañas que nos protegen pero también nos atrapan.
Delfín Agudelo: Siento que de los momentos en los que puedo estar más tranquilo y tomo la palabra en su más amplia acepción, es por ejemplo cuando se me daña el móvil o cuando no lo tengo porque no he comprado. Esto implica no tenerlo; no es que lo haya dejado en casa- ya que dejarlo en casa implica la preocupación de quién me está llamando ahora, a quién no le puedo contestar, y qué va a pensar a raíz de que no haya contestado. Sabes que lo tendrás pero en un par de días. Y el segundo es cuando en casa no hay conexión a Internet. Puede que tenga ordenador, pero sin internet lo vamos a utilizar un treinta por ciento. Digo que son los momentos más tranquilos porque me veo en la obligación de estar incomunicado, y es sentir la liberación absoluta del peso de tanto la necesidad como la obligación de comunicación, porque ya el hecho de no contestar un móvil trae la carga para quien está llamando, y ese alivio de a quien están llamado.
R.A: Creo que la imagen que antes utilizaba de la telaraña es apropiada al respecto porque todos estos artilugios tecnológicos nos permiten gozar de una red a través de la cual nos parece protegernos del miedo, nos parece protegernos sobre todo de la soledad, pero al mismo tiempo es una red que nos controla y nos ataca. Todos los aparatos que tenemos, todos, son aparatos que al mismo tiempo que se ponen al servicio de la comunicación y el principio de la mitigación de las soledades humanas también se ponen al servicio del control y del dominio. Podríamos repasarlos todos, desde el viejo teléfono al móvil actual. Cada uno de ellos nos introduce en la sensación de evitar la soledad, pero un grado más en la posibilidad de controlar. En estos momentos, por ejemplo, en el mundo laboral hay una clara percepción de esto, en la medida en que se intenta controlar lo que hacen los trabajadores con los ordenadores, cómo ocupan su tiempo, qué relaciones tienen, qué conexiones tienen, etc. En ese sentido el ojo del Gran Hermano se ha vuelto increíblemente poderoso y sutil. Probablemente si Orwell en su momento hubiera sido capaz de conocer la tecnología de comunicación que tenemos -estamos hablando de una tecnología que ha aparecido en dos o tres décadas pero que él no conocía-, evidentemente su propia visión del Gran Hermano y del control sería distinta, porque el Big Brother antiguo era un ojo sobre la ciudad. Ahora ese ojo lo portamos en el bolsillo, en el interior de nosotros mismos, y eso nos produce una enorme facilidad supuesta de comunicaciones virtuales.

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10 de diciembre de 2008
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I. Los pies al borde del abismo

Siempre que recuerdo la historia del novelista húngaro Sandor Marais, me parece acercar los pies al abismo. El gobierno estalinista de su patria prohibió la circulación de sus libros, y tampoco pudo ya publicar nada ni en los periódicos ni en las revistas, lo que significaba cortarle de un tajo certero la lengua, y dejarlo mudo. Mudo y en el vacío, escribiendo para sí mismo, en la soledad, sin que sus palabras pudieran alcanzar ningún eco, además de que se encontraba ya encerrado dentro de su propio idioma, el húngaro, que nadie entendía más allá de las fronteras, un doble círculo de asilamiento, una doble reja. Entonces se fue al exilio, y sus libros, hoy traducidos a todos los idiomas y admirados universalmente, no se conocieron sino después de su trágica muerte en Estados Unidos.

He pensado otra vez en el infortunio de Sandor Marais, ahora que el gobierno de Nicaragua ha prohibido un prólogo mío a una antología de Carlos Martínez Rivas, el gran poeta nicaragüense tan desconocido, muerto hace diez años, que el diario El País de Madrid iba a publicar en un libro de edición masiva como parte de la serie de antologías de poetas hispanoamericanos que dirige José Manuel Caballero Bonald. Esta prohibición, que se basa en el hecho de que el gobierno de Nicaragua alega ser dueño de los derechos de autor de Martínez Rivas, fue rechazada tanto por El País como por Caballero Bonald, quien ha calificado el veto como un acto de venganza política. Por tanto, el libro ya no será publicado.

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10 de diciembre de 2008
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Estudiantes

Lo dije el otro día en este blog, los jóvenes se levantan. Quieren otra universidad, pero también quieren otro mundo. Tanto decir que eran unos holgazanes sin sangre en las venas, pues ahí los tenemos, a ver cómo se gestiona su descontento, que se puede convertir en rabia de un segundo a otro. Me llamaron la atención los comentarios que recibí al respecto. Aún no nos los tomamos en serio, nos creemos que se tienen que trabajar más nuestro respeto o consideración, nos creemos que nos deben algo porque somos más viejos. Pero lo peor es que nos creemos más listos y pensamos que nada de lo que hagan va a prosperar. Como lo hemos hecho tan bien...

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10 de diciembre de 2008
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Hablando de aeropuertos

Desde niño sentí fascinación por los aeropuertos. Esos espacios anchos y por fuerza modernos llenos de todo y nada, donde hasta los confines más distantes parecen tentaciones a la mano. Ahora sé que de pronto se hacen odiar, haciendo abuso de su magnetismo. Se saben importantes, necesarios, perseguidos, urgentes, como aquellas beldades que entienden cualquier cosa menos qué haría el universo sin ellas. Y todavía más, pues incluso puede uno darse el lujo de llegar tarde a una cita secreta con Venus en persona, pero no hay quien soporte demorarse camino a un aeropuerto. Antes perder el juicio que el avión.

     Los aeropuertos pueden ser fríos e impersonales como un oficial de migración, emocionantes como un reencuentro en la pista, aventureros como una escala en Bagdad o deprimentes como una maleta perdida, por eso ni siquiera hay que volar para ser presa de su sortilegio. Basta con haber sido un solo día cualquiera de esas sombras abatidas que abrazan a su amante retirante, resistiendo el impulso elemental de arrebatarle el pase de abordaje y hacerlo trizas inmediatamente. ¿Quién sabría calcular la cantidad de lágrimas que a diario se derraman en la tierra de nadie aeroportuaria? Siempre hay alguien a quien vimos allí por última vez, cruzando el detector de metales sin saber todavía que el hasta luego se volvería hasta nunca. Siempre hay alguna historia que comienza o termina en un aeropuerto.

     JFK, Ezeiza, Benito Juárez, Charles de Gaulle, Narita, Santos Dumont, Barajas, Heathrow, Schiphol, Tegel, Orly, La Guardia, Gatwick, Antonio Carlos Jobim: cada uno tiene su propia música. Por eso a veces no hay más que mencionarlos para que algunos secretemos súbitas endorfinas, pues la imaginación reacciona a esos conjuros paladeando la idea de moverse, cambiar, sacudir al destino como aquel personaje que al principio de la película pide al taxista "lléveme al aeropuerto", y ya esa sola frase sugiere una aventura en curso, un tránsito azaroso, un aventar los dados lejos de la rutina cotidiana. La mera voz que inunda las bocinas de la terminal, sugiriendo destinos tan osados y raros como la fantasía de un niño, nos recuerda que estamos ante las puertas del planeta entero.

     Hay, claro, de aeropuertos a aeropuertos. Nunca será lo mismo el de Amsterdam que el de Macapá, pero aún en la más modesta de las terminales flota esa sensación de libertad extrema que cualquiera en teoría puede alcanzar. Incluso en los estados policiacos, donde los ciudadanos no pueden ni ingresar al aeropuerto, merodean buscavidas y desesperados en torno a sus instalaciones, con la ilusión oculta de burlar los controles y mirarse en el aire, más allá de vigías, cancerberos y demás bichos desprovistos de alas. ¿Necesito abundar sobre la dimensión fantástica que un término tan simple como jet-lag puede llegar a darle a una vulgar y pueblerina jaqueca? ¿Cómo no imaginar, desde una cotidianidad monocromática, que tal vez un avión sería suficiente para darle al destino un giro colorido y asombroso?

     Sería injusto no detenernos en aquellos viajeros infelices cuya diaria rutina laboral los convierte en rehenes de los aeropuertos. Individuos que vuelan diez, quince veces al mes, zombis inconfundibles que van de terminal en terminal sin distinguir entre unas y otras porque todas acaban por parecer brazos de un mismo cuerpo inabarcable. Aun ellos, no obstante, son pasto de la envidia general, con sus cientos de miles de kilómetros de viajero frecuente, sus constantes ascensos de categoría y el talante de saltimbanqui forzado que debería tener James Bond en la vida real. Pero los aeropuertos poco tienen que ver con la vida real, tan pobre en excepciones azarosas. Los aeropuertos son pura ficción, sólo en ellos el mundo parece de verdad un pañuelo y la vida una pluma decidida a flotar entre las nubes.

     Existen todavía los dichosos ingenuos que sólo acuden a las terminales aéreas por el gusto de ver a los aviones despegar, acaso porque hay alguien adentro -un niño aventurero, un romántico intrépido- que despega con ellos al contemplarlos. Alguien que habrá soñado que volaba con sólo abrir los brazos y mirar hacia arriba. A veces, cuando va uno corriendo hacia el avión y se estrella contra uno de estos fantasiosos, se aleja maldiciendo no tanto porque el choque le haya hecho perder tiempo, como porque quisiera derrocharlo de idéntica manera y teme que esa nave se haya ido para siempre, con todo y aeropuerto. Una idea fugaz que aterriza y despega sólo para que el súbito filósofo recobre la conciencia de que ahora y aquí está a punto de perder el avión. Qué miedo emocionante llegar a la aeronave patinando, entrar cuando la puerta ya se hacía rendija. Llamando a las endorfinas: favor de presentarse en migración.

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9 de diciembre de 2008
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El Boomeran(g)
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