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Invierno en Ithaca

Fueron los románticos quienes le sacaron partido a las analogías entre el paisaje y el estado de ánimo. Si el sujeto poético encontraba unas ruinas en un poema de Espronceda, ya sabíamos a qué atenernos. La novela realista y la naturalista también explotó esta correspondencia entre el mundo interior y el exterior: los "malos" en Dickens y Zola son reconocibles por su fisonomía desagradable. El siglo veinte se fue por otros caminos (en América Latina esos gestos retóricos persisten hasta la primera mitad del siglo veinte, en la novela regionalista, en la indigenista: en Raza de Bronce, las ruinas pre-colombinas son testimonio de la decadencia de toda una civilización). Acaso esas analogías se habían vuelto fáciles lugares comunes. Por supuesto, que la literatura las haya abandonado no significa que hayan dejado de existir.

Pienso en estas cosas ahora que veo a través de mi ventana el paisaje nevado, la desolación invernal de Ithaca, y no puedo evitar que ese invierno penetre en mi estado de ánimo. En términos clínicos, debo padecer de S.A.D. (seasonal affective disorder); de manera más coloquial, esto se llama "winter blues". Sí, existe. Cuando voy a buscar a mis hijos a las cinco de la tarde, y me encuentro con la noche más oscura, me deprimo. Cuando veo los árboles despojados de sus hojas, cubiertos de nieve, me deprimo. A veces me pregunto cómo hice para sobrevivir más de diez años a estos inviernos. Debo reconocer que los primeros seis todo esto fue muy pintoresco: tengo fotos orgullosas de mi auto enterrado bajo la nieve, y yo al lado, con una gran sonrisa. Y la navidad, bueno, no era tal sin la nieve y el trineo y toda esa parafernalia. Y luego pienso en los últimos cuatro inviernos y me digo que mis crisis personales no fueron inventadas por el invierno, pero sí las agudizaron el frío, la falta de luz, las largas horas de encierro (no soy de ir a esquiar).

En diez días me iré de vacaciones a México. Estaré cerca de un mes viajando por San Cristobal de las Casas, Palenque y otros lugares muy turísticos. En estos momentos, me gustaría emocionarme al pensar en las ruinas mayas con las que me toparé (¿testimonio de qué decadencia? ¿de la civilización maya, o de la nuestra, que convierte todo en turismo?), en la historia conflictiva de Chiapas. Pero reconozco que lo que hoy mismo me conmueve es ver que en Chiapas están a treinta grados centígrados.

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12 de diciembre de 2008
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Misterio, emoción y riesgo

Estoy en  Burgos. Es una calmada, hermosa, provinciana y tranquila ciudad, dónde nunca parece pasar casi nada. En esa ciudad, en los días anteriores al 18 de Julio de 1936, sitúa la acción del primer tomo de su trilogía narrativa Oscar Esquivias. En su particular homenaje a la obra de Dante,  el libro dedicado al paraíso comienza en esa ciudad tranquila en los días previos al estallido de la barbarie de la guerra civil. "Inquietud en el paraíso", una de las más originales novelas españolas de los últimos años. Después la ciudad conoció el riesgo, seguramente la emoción de la tragedia durante unos días. Pero el asalto a la razón no conoce el misterio.

El misterio, acompañado de la emoción y el riesgo, pertenece más a los mitos, a la ficción que a la realidad. Por ejemplo la historia del Cid, el caudillo castellano, amigo de moros y combatiente contra ellos, mercenario, gran guerrero, poderoso y contradictorio parece un personaje de ficción. Y lo es. Más allá de la veracidad de su historia tuvo la suerte de encontrar quién lo escribiera. Sin "El cantar del Mío Cid", su historia estaría eclipsada, olvidada.

Eso es lo que reivindica Fernando Savater en su último libro. /upload/fotos/blogs_entradas/la_hermandad_de_la_buena_suerte_med.jpgUno de esos libros que nos acercan al más interesante y provocador de nuestros intelectuales con compromiso civil. Uno puede discrepar de sus posiciones políticas, incluso puede prescindir de sus novelas, pero siempre nos acompañará el autor de "La infancia recuperada". También de otros libros de gozoso paganismo, de rebeldías felices, de apostasías razonables y ahora ésta reivindicación de la aventura, de la necesidad de la ficción. . La ficción es parte de nuestra realidad. Lo dice con Chesterton: "la literatura es un lujo, la ficción una necesidad". Y recuerda Savater como en una encuesta sobre personajes de ficción favoritos aparecían Ricardo Corazón de León o Winston Churchill. Podía también haber estado Rodrigo Díaz de Vivar. Y triunfó como personaje histórico Sherlock Holmes.

Savater en su libro sobre sus películas y obras de ficción con misterio, emoción y riesgo favoritas, también recuerda aquello que contestó Borges cuando le preguntaron sobre su personaje histórico favorito. Cautelosamente respondió: "Bueno, todos somos históricos, ¿no?". Y ante la insistencia del periodista, "acicateado sin misericordia por su inquisidor, se decidió por fin por uno de nosotros: "Don Quijote".

Tienen razón Borges y Savater, algunos de los personajes de la ficción han sido, son, en nuestras vidas tan reales, tan necesarios que no acertamos a diferenciar realidad o imaginación. Ante la duda, nos quedamos con la imaginación.

Un libro que termina con dos cánones sobre los libros y las películas de su vida. Otro día las comentaremos.

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12 de diciembre de 2008
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Brzezinski y Scowcroft

Vamos a seguir hablando un poco más de este libro tan interesante, elaborado a instancias del periodista del Washington Post David Ignatius, que es quien ha moderado y preparados los debates entre los dos veteranos consejeros presidenciales entre febrero y abril de 2008, cuando todavía no se conocía el nombre del nuevo presidente de Estados Unidos, /upload/fotos/blogs_entradas/america_and_the_world_med.jpgpero ya se perfilaba que sería uno de los tres entonces ya destacados en la liza: Jon McCain, Hillary Clinton o Barack Obama. Intentaré regresar en otra ocasión sobre este puñado de reflexiones entre el profesor y el militar, con la ayuda del periodista, especialmente interesantes para los próximos meses, pero hoy voy a limitarme a glosar algunas más acerca de Europa, para completar un poco el apunte mínimo de ayer.

Brzezinski nos ofrece su proyecto, que fácilmente puede contar con simpatías en la nueva Administración: 1.- una Europa todavía más amplia, que "termine el negocio inacabado", concretamente con la inclusión de Turquía; 2.- una Europa más definida políticamente, que sea capaz de tomar decisiones en una gran variedad de campos, desde los socioeconómicos hasta los políticos y militares; 3.- una Europa militarmente capaz, que pueda contribuir a resolver los problemas comunes y compartir con Estados Unidos la carga de la seguridad común; y 4.- una Europa que sea un aliado capaz de maximizar la influencia compartida de europeos y norteamericanos en el mundo.

Ben Scowcroft asiente y aporta algunas ideas originales, como la del ‘cansancio europeo' que ayer comenté. Pero es el profesor quien hace aportaciones más sistemáticas. Por ejemplo y en relación al punto 4 anterior: es imprescindible que Estados Unidos y Europa encuentren una forma eficaz de tomar decisiones en común. Es decir, deben compartir las cargas y las responsabilidades en la toma de decisiones. Esto significa: 1.- que primero Europa debe desarrollar un sistema propio de toma de decisiones, que ahora no tiene; 2.- que luego hay que contar con un sistema de toma decisiones trasatlántico; y 3.- que el que hay ahora, contemplado en la Carta Atlántica, necesita una puesta al día para los nuevos tiempos.

El capítulo donde se habla de Europa se titula ‘la relación indispensable', que evoca inmediatamente la expresión de Madeleine Albright en la que define a Estados Unidos como la ‘nación indispensable'. Acuñada en la etapa Clinton, condujo a la idea de la superpotencia única y del ‘momento unipolar' (ésta es del columnista neocon Charles Krauthammer). Convertir en indispensable a la relación entre Europa y Estados Unidos en vez de una de las dos partes es ya un gran progreso. Pero no debiera ser una relación exclusiva, que sirviera para dejar a 'los otros' fuera, porque podría conducir también a una deriva como la neocon, y a la configuración de la Alianza Atlántica como sustituto de Naciones Unidas y a la vez sistema defensivo frente a todos ‘los otros'. Ésta idea o similares se las hemos leído a Robert Kagan y a su candidato presidencial John McCain (Aznar ha defendido también una versión tosca de esta misma teoría), pero no creo que sea buena para la era de Obama que acaba de empezar.

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12 de diciembre de 2008
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Lo que somos capaces de hacer

 

Pero no hay competencia, sólo existe la lucha por recuperar lo

que se ha perdido y reencontrado y vuelto a perder mil veces"

                                                   (T. S. Eliot)

 

Cuando me he referido a la figura del Narrador de La Recherche, he señalado que su actitud es análoga a la de un niño que, en ausencia de lengua que sirva de preliminar instrumento y que confiera ya una percepción del mundo, avanza en el mundo de las palabras y de sus enlaces, literalmente explorando un terreno para él completamente virgen, o  más bien forjando ese mundo, pues antes de las palabras no cabe hablar de mundo propiamente humano.
 
Identificar la vida del espíritu a la exploración de un terreno virgen que es indisociable del espíritu mismo, negarse a considerar como obra digna de tal nombre si hay  reiteración de frases hechas o enunciación de prejuicios,  considerar la exigencia de mantener el espíritu, como premisa de una escuela de vida cabalmente humana: tal es el fundamento de una disposición auténticamente ética Por decirlo con toda claridad: el deber es en cada momento enfrentarse a lo que resiste, ya se trate de una ecuación o de una metáfora. /upload/fotos/blogs_entradas/t.s.eliot1_med.jpgEn principio, esta resistencia misma hace que el enfrentamiento sea siempre tenso, que la amenaza de fracaso introduzca la desesperanza y que la constatación de que, efectivamente, en tal lid concreta  ya se ha fracasado provoque la tentación de tirar la toalla. Pero si el espíritu no ha muerto definitivamente (se trata casi de la prueba del fuego) se vuelve al desafío,  ya sea empezando en la penuria. Los versos de Eliot que citaba al principio se completan con una alusión a esta  intrínseca fragilidad del que se confronta: "Y ahora de nuevo en circunstancias que parecen adversas...". Circunstancias que no harán desmoronarse al que tiene la suerte de no encontrar refugio en el mero hecho de sobrevivir: "Pero tal vez no haya ni pérdida ni ganancia. Para nosotros no hay sino el intento. Lo restante no es de nuestra incumbencia."

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12 de diciembre de 2008
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La epidemia del valor

Sostenía  Baudrillard que existían varias fases del valor. Hay una fase natural del valor de uso, una siguiente fase mercantil del valor o valor de cambio, una tercera fase estructural del valor-signo; y a estas tres fases se añade en el siglo XXI la fase fractal del valor. Las cuatro fases coexisten con mayor o menor grado, según el discurrir de la Historia. 

A la primera fase correspondiente al valor de uso, el objeto adquiría su valor en función de su utilidad. Se trataba digamos, de objeto-herramienta, valorado por su función estricta. En la segunda fase o fase del valor de cambio el valor se determinaba de acuerdo a la oferta y demanda de la mercancía, independientemente de su utilidad, tal como representan las piedras preciosas o, en general, los bienes de lujo. En la tercera fase  o fase del valor signo, los objetos adquieren carácter significaciones que marcan la identidad social o personal del sujeto, son "marcas".

Finalmente, la cuarta fase del valor es la correspondiente a la naturaleza fractal del valor que se desarrolla a través del fenómeno de la superespeculación o metástasis del valor: cada objeto con valor es un espejo de valor que refleja el valor de otro espejo de valor y así sucesivamente tal y como ha venido a ocurrir con los derivado financieros cada crecientemente sofisticados. En esta fase fractal -o viral- el valor irradia en todos las direcciones, se extiende sin referencias que lo limiten, se propaga como una epidemia de valor a la manera en que se han ido produciendo los contagios tóxicos  por todos los ámbitos  económicos del mundo. Más que valor, sólo existe "epidemia del valor",  proliferación y dispersión aleatoria e incontrolable del valor, arbitraria, devastadora, terrorista.

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12 de diciembre de 2008
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Clase XXVIII. El conflicto I

Aunque hay tantas definiciones del cuento como personas se han lanzado a dar su propia opinión sobre el asunto, casi siempre parece que un cuento se define  mejor por aquello que no es, como sugiere Guillermo Samperio en «Después apareció una nave», su excelente y altamente recomendable manual para nuevos cuentistas. Sin embargo, hay una característica esencial en todos los cuentos que justifican su razón de ser y cuya presencia es condición sine qua non para el mismo: el conflicto. Sin un conflicto, ese desarrollo de una anécdota o peripecia que es el cuento -en palabras de Mario Benedetti-, no podría adquirir carta de ciudadanía. En algunos casos es explícito, en otros apenas sugerido, y en otros más casi un hálito de incomodidad que sobrevuela las páginas del cuento. Y aunque a simple vista parezca una verdad de Perogrullo, nada más lejano a la realidad, pues ahí precisamente es donde naufragan las mejores intensiones y las más ricas de las prosas. De nada sirve escribir condenadamente bien si no sabemos elegir un conflicto para resolver. Ese conflicto, es decir, esa oposición de fuerzas que coloca al personaje en una situación que exige definirse llega a su punto culminante en el nudo o núcleo de la historia. Y este es ubicable porque es el punto a partir del cual nada de lo que se cuente modifica la misma: todo lo que se narra después aporta las últimas costuras, las explicaciones postreras, los detalles que alumbran mejor lo ya dicho. Y eso es, precisamente, el desenlace.

De manera pues que el conflicto es el elemento que aglutina y da coherencia a los demás elementos de la construcción narrativa, a saber: la trama, la acción y el personaje.  Desde el principio de la narración todo parece disponerse para llegar allí, sin obstáculos y sin desfallecimientos. La trama avanza gracias a la acción y ésta empuja al personaje hacia ese conflicto, esa situación crítica que requiere que este encuentre una resolución, aunque a veces ni siquiera esté en sus manos, sino en las fuerzas ocultas que el narrador coloca frente a nuestros ojos. Esta situación crítica obliga al personaje, a través de un desarrollo -que puede ser paulatino o repentino- a modificar su conducta o su esencia: El hombre noble al que un infortunio convierte en rencoroso o amargado; la revelación sorpresiva de un secreto familiar que enfrenta a dos hermanos; el alcanzar un deseo que se revierte contra uno mismo... todas son situaciones que revelan un conflicto, ese elemento esencial de un buen cuento.

La propuesta de la semana

Pues bien, ahora, cual camorristas de la literatura, vamos a buscar un conflicto. En este caso tendremos en cuenta los siguientes elementos: (1) una secretaria a punto de jubilarse, (2) una carta notarial, (3) un sobrino de ocho años y (4) una tormenta. Quiere decir que estos cuatro elementos deben aparecer como elementos nucleares de nuestra breve historia, es decir, ser parte del conflicto. No es que simplemente aparezcan en el cuento vinculados por azar o por nuestro ingenio para colocarlos allí, como en algunos otros ejercicios, sino que esos cuatro componentes son indiscutiblemente el conflicto. Deben pues estar unidos de manera inequívoca. Si falta uno sólo de ellos no hay nudo. ¿Cómo jerarquizarlos, unirlos, poner en marcha la secreta corriente que los une? Eso es lo que van a buscar ustedes. Que aproveche. (Y por favor: textos impecables,  bien justificados, con la menor cantidad posible de errores tipográficos, cacofonías, etc.)

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12 de diciembre de 2008
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¿Champán o sidra?

Ha llegado el momento de comprobar si todas las alarmas eran ciertas: cestas de Navidad en que el jamón ha sido sustituido por un salchichón y la botella de vino de reserva por otra de vino de mesa, acompañado por una lata de melocotón en almíbar y entre los huecos mucho papel de celofán arrugado. Mesas de Nochebuena en que lo más sobresaliente son el mantel, la vajilla, la cristalería, donde el cabrito se ha convertido en pollo y el champán en sidra. Y veremos si, al contrario que otros años, es posible encontrar mesa en algún restaurante. Veremos si esas cenas en que confraternizaban los empleados y jefes de las empresas se han reducido y si no podremos verlos luego en  discotecas a rebosar con la corbata atada en la cabeza. Veremos si la crisis ha llegado de verdad a nuestras vidas.

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12 de diciembre de 2008
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Lost Boys (2)

Días atrás ocurrió un hecho complejo y confuso, al menos para mí, que no soy experto en estas cuestiones. La Corte Suprema de Justicia revocó un fallo del tribunal de Casación que ordenaba la liberación progresiva de los menores de edad internados en el Instituto San Martín. Lo que me dejó helado fue la argumentación de los jueces. Al tiempo que admitían que la legislación que rige los destinos de estos menores dista de ser positiva (uno de los jueces, Raúl Zaffaroni, la definió como ‘inconstitucional'), fundamentaban su negativa a liberarlos en la certeza de que -esto es lo que entendí, así que puedo equivocarme... aunque me temo que no es el caso- si esos chicos regresaban a la calle iban a ser víctimas de la policía, que ya los tiene marcados.

Estuve tratando de digerir la información durante días, leyendo cuanto artículo sobre el tema se me cruzó. No entendí mucho más: la mayoría de los textos me sonaban abstrusos, o bien -me parecía- esquivaban definir la cuestión de la manera que yo necesitaba para volver a conciliar el sueño. Finalmente se me cruzó esta idea, que al menos para mí sintetizaba el estado de las cosas. Creí comprender lo siguiente: que la Corte Suprema nos estaba diciendo algo que era mucho más grave que su crítica a la actual legislación. Al comunicar que pensaban ir en contra de sus principios para proteger la integridad física de los menores amenazados por la ‘marca' de la policía, lo que nos sugerían era lo siguiente: en la Argentina no hay ley. En la Argentina, dicen Sus Señorías, aquellos a los que la Nación dota de armas para que hagan cumplir la ley las usan para asesinar a estos menores, asumiendo en la práctica el rol de jueces, tribunal y verdugos. En la Argentina, ni siquiera la Corte Suprema de Justicia puede hacer cumplir la ley. En la Argentina, la Corte Suprema debe recurrir a una ley que sabe retrógrada y viciada por origen -dado que fue sancionada durante la dictadura militar- porque en medio del vacío legal que consagra con su confesión de impotencia, la considera mejor que la nada que nos amenaza desde el fuera de cuadro.

¿Habré entendido bien? Sólo sé que me vino a la cabeza otro verso de la misma canción de Charly García: ‘Los inocentes son los culpables / dice Su Señoría'.

Mientras tanto en Grecia la sociedad sale a la calle para protestar la muerte de un joven -uno, esto es 1, como en: uno sólo- a causa de una bala policial.

Nunca estuve en Grecia. Se ve que allí la vida cotiza distinto que aquí, en el extremo sur del continente americano al que Julio Verne describió en una novela como el fin del mundo, iluminado apenas, agónicamente, por un faro solitario.

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12 de diciembre de 2008
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El éxito es el crédito

Hasta finales del siglo pasado, eran aún legión quienes pensaban que en México se hablaba como los personajes de las telenovelas nacionales. Esta suposición difamatoria -valdría más llamarla difamación supositoria- sólo se hizo evidente gracias a unas cuantas películas exitosas donde los mexicanos se expresan, cosa rara, como personas reales. Para quienes habíamos escrito páginas salpimentadas con mexicanismos, películas como Y tu mamá también y Amores perros hacían las veces de cursillo introductorio para extranjeros, útil también para dejar en claro que no por compartir origen con los protagonistas de los culebrones éramos todos gente de cartón.

     Algunos fabricantes de telenovelas suelen hacer berrinches patrioteros cuando menosprecia uno sus engendros. Según ellos, deberíamos sentirnos orgullosos porque esas inmundicias inacreditables son exportadas a decenas de países. Me encantaría entenderlo. ¿Tiene uno que sentirse flotar entre las nubes si su fotografía le da la vuelta al mundo con la palabra "imbécil" acompañándola? Porque al fin es lo que uno termina por pensar de quien busca engañarle con patrañas insulsas e insostenibles. ¿Éste es bruto, piensa uno, o está pensando que el bruto soy yo? Asistimos a las historias de ficción decididos a ser engañados a fondo y hasta el fin; nada nos importuna e indigna tanto como que nos den trato de gaznápiros y esperen que creamos a pie juntillas en lo inverosímil, como el niño que capta los trucos del mago y aun así le aplaude. ¿Quedan niños así? Lo dudo. Hay que volverse adulto para ser tan zopenco.

     No cree uno en las películas porque suponga que la historia pasó, sino porque le gusta verla suceder. La historia nos seduce, luego nos empeñamos en darle crédito, aun y sobre todo si sabemos -como en la realidad, que con frecuencia resulta increíble- que esas cosas no pasan, ni quizás pasarían. Cuando una historia es buena y ha sido bien contada, uno celebra haber llegado a ella; agradece y aplaude a quienes le cumplieron el milagro de sacarlo de su ensimismamiento para meterlo en un pellejo ficticio y dejarle vivir las aventuras que de otro modo nunca habría experimentado. Pues de lo que se trata es de ganar experiencia en el pellejo ajeno, y para eso hace falta convencimiento. Espera uno que la ficción le convenza de lo que sea, con tal de que en el curso de la historia no vuelva a recordar que es un espectador.

     Lo he olvidado por algo menos de dos horas. Aun con la pantalla tan distante -la función fue en el teatro Metropolitan, no queda ya costumbre de ver películas en cines enormes- y el ambiente chocante que abunda en las premieres, Rudo y Cursi tardó pocos minutos en atraparme. ¿Por qué? Fácil: me la he creído desde el principio. Y esa es seguramente la cualidad mayor de un guión hecho a conciencia. Se le cree sin chistar. Se da por bueno sin siquiera pensarlo, igual que damos crédito a las palabras de quien nunca nos dio motivo de sospecha. Pero hay más. Uno también le cree a quien es divertido o le parece en especial simpático. Hay quienes necesitan que a su historia la salpiquen de elogios desmesurados; a otros nos basta con que se la crean. ¿Hay acaso un trofeo a la ficción que valga más que el simple crédito irrestricto?

     Me he reído con ganas, además, abrumado por tantos mexicanismos entrañables e hiperbólicamente universales. Me da igual el soccer y hace tiempo dejé la manía masoquista de devorar películas nacionales, pero esta historia se las compro completa. Vamos, que se le asoma el cariño por todas partes, y eso es más de lo que cualquiera esperaría. Ahora, con su permiso, clap, clap, clap.

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12 de diciembre de 2008
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Galería de espectros: Hiperión

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el de Hiperión.
Delfín Agudelo: Te refieres sin duda al gran personaje de Hölderlin.
R.A.: Sí, me refiero a ese personaje extraño, melancólico, pero al mismo tiempo fuerte y casi heroico que es el personaje puesto en escritura por Hölderlin, tomando la referencia mítica del personaje Hiperión. Me parece que es un personaje que no solamente se integra en el gran linaje de los personajes de las novelas de formación, siguiendo el modelo de Werther -aunque prefiero a Hiperión- sino que al mismo tiempo Hiperión concentra sobre él mismo toda una serie de contradicciones que me parecen muy llamativas. Es por así decirlo el hombre que esperaba demasiado: el hombre que espera demasiado del amor, el hombre que espera demasiado de la patria, el hombre que espera demasiado de la belleza, el hombre que espera demasiado de la revolución, incluso, y en este caso de la revolución francesa, y que tras esas esperanza desmesuradas tiene que en cierto todo retrotraerse sobre sí mismo y sufrir toda la contradicción de comprobar que la existencia, a pesar de todo, siempre te va marcando unos límites. Para mí Hiperión es el ejemplo literario puro de una dialéctica entre los límites que marca la vida y la voluntad de transgredir estos límites, la voluntad de ir más allá de sus límites. Esa tensión es una tensión agotadora, pero también puede ser una tensión extraordinariamente creativa. Y creo que en parte Hölderlin, que vivía en esa tensión, se reflejó de manera especial en su personaje Hiperión.

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12 de diciembre de 2008
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