Fueron los románticos quienes le sacaron partido a las analogías entre el paisaje y el estado de ánimo. Si el sujeto poético encontraba unas ruinas en un poema de Espronceda, ya sabíamos a qué atenernos. La novela realista y la naturalista también explotó esta correspondencia entre el mundo interior y el exterior: los "malos" en Dickens y Zola son reconocibles por su fisonomía desagradable. El siglo veinte se fue por otros caminos (en América Latina esos gestos retóricos persisten hasta la primera mitad del siglo veinte, en la novela regionalista, en la indigenista: en Raza de Bronce, las ruinas pre-colombinas son testimonio de la decadencia de toda una civilización). Acaso esas analogías se habían vuelto fáciles lugares comunes. Por supuesto, que la literatura las haya abandonado no significa que hayan dejado de existir.
Pienso en estas cosas ahora que veo a través de mi ventana el paisaje nevado, la desolación invernal de Ithaca, y no puedo evitar que ese invierno penetre en mi estado de ánimo. En términos clínicos, debo padecer de S.A.D. (seasonal affective disorder); de manera más coloquial, esto se llama "winter blues". Sí, existe. Cuando voy a buscar a mis hijos a las cinco de la tarde, y me encuentro con la noche más oscura, me deprimo. Cuando veo los árboles despojados de sus hojas, cubiertos de nieve, me deprimo. A veces me pregunto cómo hice para sobrevivir más de diez años a estos inviernos. Debo reconocer que los primeros seis todo esto fue muy pintoresco: tengo fotos orgullosas de mi auto enterrado bajo la nieve, y yo al lado, con una gran sonrisa. Y la navidad, bueno, no era tal sin la nieve y el trineo y toda esa parafernalia. Y luego pienso en los últimos cuatro inviernos y me digo que mis crisis personales no fueron inventadas por el invierno, pero sí las agudizaron el frío, la falta de luz, las largas horas de encierro (no soy de ir a esquiar).
En diez días me iré de vacaciones a México. Estaré cerca de un mes viajando por San Cristobal de las Casas, Palenque y otros lugares muy turísticos. En estos momentos, me gustaría emocionarme al pensar en las ruinas mayas con las que me toparé (¿testimonio de qué decadencia? ¿de la civilización maya, o de la nuestra, que convierte todo en turismo?), en la historia conflictiva de Chiapas. Pero reconozco que lo que hoy mismo me conmueve es ver que en Chiapas están a treinta grados centígrados.
