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El editor sentenciado

El comentario que José Saramago dedica en su blog a la conferencia que dí en México me anima a publicarla antes de lo previsto.

La deseada muerte del editor

"Recordarán ustedes que hace unas semanas, con motivo de la reciente edición de la Feria del Libro de Frankfurt, el diario El País publicó una entrevista con el conocido agente literario Andrew Willie.

Además de comentar con su característica viveza aspectos de nuestra literatura contemporánea, el agente nos ofreció un impetuoso juicio sobre el mundo editorial y no quiso desaprovechar la oportunidad de ser el primero en anunciar una defunción:

"El editor no es nada, nada"

Obviamente, el diagnóstico está cargado de malas intenciones y publicita, para el que todavía no la conociera, la enemistad puesta entre los editores y este poderoso agente literario. Terrorífico entre los responsables de las editoriales de medio mundo y un verdadero ogro entre sus competidores.

Aunque la agorera sentencia de AW contra los editores no nos agrada, y de hecho la leemos con fastidio, no debemos considerarla una ofensa gratuita. A menudo la hostilidad ajena es la más eficaz ayuda que podemos esperar para enmendar nuestros errores. De ahí que nos convenga entender qué ha querido decir AW y por qué le satisface tanto sentenciar la muerte del editor.

La voluntad política que ha regido el último tercio del siglo XX hizo de la libre circulación de capitales uno de los dogmas más espectaculares de la economía de mercado. La liberalización de los activos financieros -libres sobre todo, como se ha visto, de su propio control contable- adquirió el rango, la potencia y la apariencia de los grandes principios morales de Occidente. Fue un alarde doctrinal, desde luego, pero también una oportunidad para los expertos especializados en la ingeniosa destreza de la especulación.

Hoy sabemos en qué ha acabado el feroz resurgimiento del capitalismo financiero, conocemos la envergadura del destrozo causado a la sociedad y pagamos las consecuencias de un profundo disturbio moral y político. Hoy es visible la consternación producida por el proceso de especulación permanente al que se entregaron las finanzas del primer mundo, pero mientras estuvo vigente la normativa del crecimiento incesante, todo el tejido empresarial fue sometido a un bulímico proceso de adquisiciones, absorciones y fusiones, sin que nadie pareciera estar en condiciones de negarse a participar en el gigantesco festín del capitalismo triunfante.

Las casas editoriales tradicionales -y subrayo lo que desde la Ilustración tiene una editorial de hogar para la cultura- las casas editoriales, digo, también se vieron sometidas o tentadas, invitadas u obligadas a participar en esta enloquecida carrera. Fueron arrastradas por el flujo de las leyes bancarias y obligadas a alterar el comportamiento que durante los dos últimos siglos había distinguido su función social y cultural.

El modelo de relaciones fundado por la Ilustración europea, el nacimiento del intelectual, el diálogo entre editores y autores que vimos tan bien delineado en la historia de La Enciclopedia de Diderot y D'Alembert, se veía inesperadamente alterado por una traumática colisión.

El modelo de gestión empresarial nacido de la vocación editorial, el compromiso cultural que guiaba sus desvelos, la pasión creativa de esos hombres de letras que son los editores, dispuestos a invertir su esfuerzo, sus dividendos, a veces su modesta fortuna personal, para hacer posible un catálogo puesto al servicio del proceso de evolución y educación social, estaba a punto de sufrir un colapso.

El modelo de gestión de los viejos editores consistía en hacer viable su principal propósito: que la cultura de calidad sea un negocio. Este modelo de gestión debe garantizar, como es lógico, su propia subsistencia y hacerlo sabiendo que esa es precisamente su principal obligación: existir. Existir para tener abierta la casa editorial, para ofrecer sus libros a los lectores, para garantizar a los autores que a pesar de todas las incertidumbres aquella seguirá siendo su casa, y que la misión del editor -encontrar lectores para sus obras- se cumplirá sea cual sea el resultado de los primeros esfuerzos.

Las casas editoriales ofrecían a sus propietarios unos beneficios satisfactorios. La media en Europa durante las primeras décadas del siglo XX apenas fue de un 6% anual, pero eso ya bastaba en un mundo en que el éxito se podía medir por la calidad de las novedades editoriales. Un mundo en que el éxito traducía el valor estético, narrativo, intelectual o filosófico de los libros publicados. Un mundo en que el triunfo era también sinónimo del prestigio alcanzado por el editor entre los más avezados, exigentes y preparados de los lectores.

Pero el inicio de la Era Reagan marcó una frontera con el viejo mundo y si el dinero encontraba en la Bolsa las espectaculares rentabilidades que hemos conocido ¿quién querría entretener sus bienes entre pliegos, manuscritos, correcciones, pruebas de imprenta, devoluciones y exiguas liquidaciones anuales?

Las alteraciones que introdujo el capital bursátil en nuestros equilibrios sociales erosionaron el tradicional modo de hacer las cosas y poco a poco también las editoriales se vieron tentadas por el enfebrecido estilo de perseguir a toda costa los más espectaculares rendimientos.

No soy un purista que condene la lógica del capital y creo que el beneficio en su adecuada proporción es un aliciente y un estímulo en muchas de las actividades humanas. No obstante, en contra de lo que se quiere dar por supuesto, el plan de contabilidad en el que hoy se fundamenta la gestión económica es una primitiva y rudimentaria falsificación de lo real.

En los asientos contables se constata tan solo el coste y la ganancia de la cantidad. Y queda fuera de balance el verdadero beneficio del libro: el valor de la educación intelectual que sostiene la integridad cultural de la ciudadanía y la plenitud de su bienestar espiritual.

Los economistas sauvages que se apropiaron de la legislación vigente, imponiendo sus normas contables difundiendo los anhelos de enriquecimiento veloz, no supieron, ni quisieron, elaborar el plan de negocio que contabilice la calidad. Y a esto nos han condenado: a perder de vista un rasgo fundamental de la industria editorial: la noción de beneficio implícita en la calidad de sus productos.

¿Cuántos líderes académicos, políticos, empresariales, sociales, de rotunda influencia en nuestro tiempo, han visto perfeccionada su tarea gracias a la lectura de los mejores autores, al estudio de las mejores investigaciones, a la práctica metódica del pensamiento crítico que procura el ejercicio de la lectura?

Que tales producciones del espíritu y de la inteligencia no llegaran al gran público no quiere decir que no hayan sido contribuciones decisivas al bienestar social.

El éxito de un libro no debe medirse tan solo por la cantidad de ejemplares vendidos. Hay libros que a través de la alquimia de la lectura minoritaria, a través del discernimiento de los más motivados o capaces de sus lectores, regresan a la sociedad en forma de útiles invenciones, propuestas renovadoras o contribuciones decisivas.

No hace falta detenerse a repasar la biografía de los más preparados ni el desarrollo intelectual de los mejores para entender que sus logros dependen de los buenos libros que han llegado a sus manos.

Pero el modelo dominante no está preparado para asumir la envergadura y amplitud de criterio de una contabilidad que integre en su aritmética los verdaderos beneficios de la actividad editorial.

Algunas empresas editoriales se han visto obligadas a caer en la trampa de confundir la cantidad con la calidad y se han dejado seducir por las promesas de un mercado exclusivamente monetarista.

Es en esta convulsa alteración de valores (los culturales pero también los de la economía sostenible) en dónde la figura del editor parece condenada a desaparecer. La profecía de Andrew Willie no sólo expresa el deseo malévolo de su pendenciero portavoz sino una crítica a las actuales insuficiencias del editor.

Si las editoriales producen tan solo los libros cuyas ventas devuelven la mayor ganancia, si los editores abandonan los criterios de la industria intelectual y se convierten en brokers de best sellers, si prescinden del catálogo sobre el que se cimentó su oficio, si hacen pasta de papel con los ejemplares de su fondo editorial, si acuden a las subastas multimillonarias atraídos por nombres o marcas tan famosos como desconocidos... si todo esto tiene lugar en el seno de las viejas casas editoriales, entonces ¿de qué sirve un editor?

Si el autor no puede disponer del consejero íntimo en el que apoyar una lectura consecuente de su manuscrito, si el autor no puede confiar en la autoridad del sello editorial que respalda la aparición de su obra, si el autor no puede aprovechar el contagio de los grandes nombres que figuran en el catálogo del buen editor... si nada de todo eso se puede encontrar tras la puerta de la casa editorial que antes le prestó cobijo, entonces, ¿para qué tocar esa puerta?

Una vez consumada la traumática transformación de la industria editorial, la aparición de los chacales será inevitable: en realidad el oficio de un agente como Andrew Willie se reduce a saber ser hostil y obtener del ejecutivo editorial un buen anticipo y una buena promoción.

Para este tipo de agente literario, que en realidad no consigue ser más que un astuto subastador, el directivo editorial no necesita saber nada de las materias que publica: ya es bastante con que sepa firmar un talón al portador.

Las garantías las ofrece el agente a sus representados mediante un mensaje: no importa ya qué sello editorial publique tus obras. Lo único que importa es que se mantengan en el escaparate de las librerías el mayor tiempo posible. Que aparezca en los medios de comunicación el suficiente número de veces. Que sea citada por locutores y famosos. Eso es lo que importa. Y de eso me encargo yo.

El editor fue el consejero del autor en la era de la industria cultural y el agente -(¿literario?)- quiere ser el gestor del autor en la era de la industria del entretenimiento.

Esta es la mutación que padecemos. El capital salvaje -la pretensión codiciosa de una rentabilidad desmesurada- se apodera de las editoriales y al modernizarlas, las destruye. Las transforma para satisfacer esa tendencia del consumo masivo que en lugar de querer saber, quiere divertirse; en lugar de querer aprender, quiere entretenerse.

Este proceso de mutación, sin embargo y afortunadamente, se vive con incertidumbre. Aunque los hábitos dominantes parezcan inclinarse hacia la banalidad y la estupidez, la confusión de valores y la ausencia de pensamiento crítico, no todo está perdido.

Existen casas editoriales, existen editores y existen agentes literarios y todos ellos pertenecen, con el autor, a una red de equilibrios sociales, a una estructura de relaciones económicas propias de la industria cultural. Es un tejido de compromisos, efectivamente, pues la viabilidad del negocio depende precisamente de un marco de colaboración que va más allá de lo simplemente monetarista.

El compromiso con la historia, el futuro y el presente de la alta cultura europea sigue vivo entre muchos de los que mientras se dedican al oficio de los libros -autores, editores, agentes literarios, críticos, periodistas y libreros-, trabajan para renovar una tradición imprescindible.

Por eso, precisamente, algunos agentes, fascinados por la voracidad de Wall Street, enervados y tan impacientes como descarados, desean liquidar cuanto antes los baluartes de nuestro oficio y con poca disimulada ansiedad declaran que el editor no es nada, nada.

Ciudad de México, 21 noviembre 2008

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19 de diciembre de 2008
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Lo que sofoca y abate

"Qué es lo que me sofoca y me abate? ¡Aire viciado, aire viciado! Algo indeseable se aproxima a mí. ¿He de respirar las entrañas de un alma quebrada?... ¿No es cierto que estamos dispuestos a sobrellevar un cúmulo de miserias, de privaciones, de intemperies, de enfermedades, de preocupaciones y de soledades? Somos en el fuero interno capaces de soportar todo ello, habiendo nacido para una existencia subterránea, una vida de combate. Pues en tal existencia siempre se acaba por volver a la luz, siempre se alcanza un momento dorado de victoria, y entonces uno se alza como aquello que fue en su nacimiento, infrangible, el espíritu tenso, apto a alcanzar nuevos objetivos más difíciles, más lejanos; vívido como un arco al que el esfuerzo tensa todavía más.

Mas de vez en cuando, protectoras divinas, si existís más allá del bien y del mal, otorgarme una mirada que yo pueda a la vez proyectar sobre alguien absolutamente pleno, realizado, feliz, triunfante: alguien de quien pudiera tener algo que temer. Una mirada sobre un hombre que justifique al hombre, una mirada sobre un viento de felicidad, que otorgue al hombre su complemento y su salud y gracias al cual cabría conservar la fe en el hombre... Pues he aquí la situación: la pusilanimidad y la equiparación por lo bajo del hombre europeo constituye nuestro mayor peligro: este espectáculo apaga el alma... Si, el destino fatal de Europa está ahí. Habiendo cesado de inquietarnos ante el hombre, hemos cesado de amarlo".

Expongo aquí sin comentarios este texto de Nietzsche con el que ahora tropiezo, sin saber muy bien cuando lo usé ni tener la seguridad de quien lo tradujo.

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19 de diciembre de 2008
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Músicas para torturar

Ayer  una perseguida por el pinochetismo, contaba en El País, que para torturarla la ponían Julio Iglesias. Hace días otro de aquellos famosos cantantes sentimentales recordaba aquellos chistes de Perich en los que la tortura eran canciones de José Luis Perales. Hay sádicos de todos los gustos, de todas las estéticas y de muchas músicas. Cuando a la torturada chilena le ponían canciones de Julio Iglesias- también de Nino Bravo- con la intención de acallar los gritos, ellas contraatacaban con "Palabras para Julia" de Paco Ibáñez. Yo creo que también, gustándome mucho, habiendo seguido desde muy joven sus canciones, conociendo casi todas sus canciones/poemas cantados, para mí sería una tortura estar condenado a escuchar todo el rato a Paco Ibáñez. Quizá no comparable a tener que escuchar a Julio Iglesias, Nino Bravo o Perales. Toda música impuesta acaba siendo un ruido odioso.
 
Recuerdo aquella película de Polanski, La muerte y la doncella, basada en una obra de Ariel Dorfman, con maravillosa interpretaciones de Ben Kingsley -como el torturador descubierto- y Sigourne Weaver, la chilena torturada. Allí la música de la tortura era mucho más refinada, el personaje de Kingsley escuchaba constantemente la pieza de Schubert del mismo título de la película. Una de las más intensas y hermosas músicas que se recuerden. También puede servir para torturar.
 
No tengo claro si es más torturador, más perverso, el que tiene los gustos tan populares, o tan poco refinados, como para poner a Julio Iglesias o el refinado que escucha a Shubert. Casi me da más miedo el refinado. Me recuerda a lo perverso del personaje de "Las benévolas" o al propio y muy inquietante, perverso y odioso de la obra de Dorfman.
 
En cualquier caso, éste fin de semana, volveré a escuchar a Shubert, no estoy preparado para Julio Iglesias.

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19 de diciembre de 2008
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El gran Sarko no tirará la toalla

¡Cómo le cuesta retenerse a Sarkozy!. Lo suyo es el ataque, el reproche, la polémica, la construcción de un enemigo nítido -un maniqueo- al que darle hasta el carné de identidad. Incluso cuando quiere mostrarse moderado y conciliador, sus instintos letales terminan colándose en sus palabras. Así fue el martes el Estrasburgo, ante el Parlamento Europeo, donde despidió su semestre de presidencia francesa del Consejo de la UE con sombrerazos y reverencias versallescas, la ración de autocomplacencia con que perfuma su ego y unas pocas puyas que ni sus escribanos ni su lengua acerada pudieron evitar. El resultado fue espléndido y agradecido por los parlamentarios, sobre todo en relación a otras presidencias aburridas e insulsas. Cabe pensar también que los parlamentarios se sintieron al fin liberados del hiperpresidente y de su incansable activismo y aplaudieron y elogiaron por tanto una actuación brillante pero embarazosa.

Sería totalmente injusto, en todo caso, desconocer los aciertos y las bondades de esta presidencia. Con Sarkozy, Europa ha contado con los reflejos políticos más a punto de Europa. El presidente francés es un ávido acaparador de reacciones ante los más mínimos acontecimientos, de forma que Europa y él se han hecho un enorme y valioso favor mutuo: la primera le ha dado una nutrida agenda con la que saciar su voracidad y ordenar su presidencia, en vez de andar revoloteando en busca de entuertos que resolver; el presidente le ha entregado a la UE su febril activismo, de forma que ha podido encarar dos crisis bien serias, la guerra de Georgia y la crisis financiera con un jefe de bomberos de guardia de primer orden.

De su programa inicial poco hay que decir, porque incluso en sus logros ha quedado aguado. En algunos casos, afortunadamente: es el caso de la Unión para el Mediterráneo, con la que pretendía puentear y excluir a Alemania y a los países del norte y del centro de Europa, cerrar el paso al ingreso de Turquía en la UE, quitar protagonismo a España, anular el Proceso de Barcelona y situar a Francia en el centro de una organización alternativa a la UE, todo con los dineros de esta última y por tanto de los 27. El resultado final, debidamente aguado, fue aceptable para todos y sólo cabe esperar y ver que va a hacer Sarkozy con ella ahora, cuando ya no tendrá la presidencia de la UE. Dada la ambición y la audacia del personaje, cabe sospechar que la Unión para el Mediterráneo puede servir en sus manos, junto al G-8 y el G-20, para prolongar los efectos y las intervenciones públicas como presidente in pectore de Europa.

Lo más destacable, en todo caso, es el aire paleogaullista que Sarkozy ha introducido con su presidencia. Hay una especie de reticencia permanente frente a la Unión Europea, hasta el punto de que apenas utiliza esta expresión. Prefiere hablar de Europa, y de sus naciones, que pertenecen al mundo ideológico del gaullismo más genuino. A diferencia de De Gaulle, ningún recelo tiene para la Comisión Europea: le ha limado uñas y dientes y la ha puesto a su servicio. Durao Barroso le hace de secretario. Pero es la Europa de las decisiones tomadas por unanimidad. La iniciativa es de los jefes de Estado y de Gobierno: las naciones, qué caramba.

Una Europa intergubernamental, en la que corten el bacalao los cuatro más grandes, es la idea que lleva Sarkozy en la cabeza. Sabe que es la mejor posición para Francia: con una Alemania ensimismada, sin asiento permanente ni derecho de veto en el Consejo de Seguridad, sin arma nuclear; una España sin tradición ni auténtica vocación de liderazgo europeo; sólo le queda la euroescéptica y atlántica Gran Bretaña, que le va como anillo al dedo para sus planes. De ahí que no le importe echar más agua todavía al Tratado de Lisboa: le ofrece a Irlanda un comisario por país, sabiendo que constituye un grado más en la disolución de la Comisión y en su instrumentalización por los Gobiernos.

Las reuniones de urgencia para enfrentar la crisis se han guiado por un esquema de este tipo, que margina las instituciones europeas y crea una arquitectura ad hoc, adaptada a las necesidades y ambiciones francesas. Sarkozy ha utilizado la presidencia semestral francesa de la UE para erigirse en el líder europeo del G8 y a continuación del G20, repartiendo incluso boletos de admisión para la reunión de Washington el 15 de noviembre. Ni el eurogrupo ni la Comisión ni el propio Consejo, el órgano que da sentido a la presidencia, han jugado el papel que debían jugar.

Hay que reconocer la originalidad y la astucia de este juego que diluye las instituciones y el propio concepto de Unión Europea y convierte al presidente de Francia en el presidente de Europa. L'Europe c'est moi. Cuando habla de que Europa hace o dice tal o cual cosa, todos entienden muy bien que se trata de sí mismo. El presidente, que encarna a Francia, se ha lanzado ahora a encarnar Europa, y a partir del primero de enero, cuando termina la presidencia le costará soltar esa presa simbólica. En vez de poner las instituciones, en este caso europeas, al servicio de las personas, Sarkozy las pone al servicio de las personalidades y, sobre todo, de su personalidad. La cosecha al final de la presidencia no ha podido ser mejor. Para Francia y para el soberanismo francés que se niega a diluirse en la Unión Europea y quiere conservar la excepción francesa en todos los campos.

Queda por ver, en todo caso, el camino que seguirá el gran Sarko para seguir exhibiéndose como presidente de Europa sin serlo. Lo que es seguro  es que el 1 de enero, cuando empieza la presidencia checa, no tirará la toalla.

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19 de diciembre de 2008
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Sesión XXVIII. Cuentos Comentados

El conflicto, como seguiremos viendo en próximas clases, es el motor de la narración, el elemento que aglutina a todos los demás y le da sentido a nuestro cuento.  En las narraciones cortas este el nudo, mientras que en las novelas suele haber más de uno, como si fueran pequeños eslabones de una cadena, o más bien pequeños cráteres donde bulle el magma narrativo. Quizá se trata de la diferencia sustancial entre cuento y novela: la intensidad de lo narrado. Como habrán podido observar, es pues imprescindible que el narrador conozca a fondo lo que realmente quiere contar y que procure no dejar ningún cabo suelto. A veces tenemos una idea aproximada de lo que queremos contar y sólo nos damos cuenta de lo que en realidad late en el fondo después de escribirlo. Por ello, siempre he pensando que el proceso creativo de un escritor se parece más a un descubrimiento que a una creación. Esta semana nos dedicaremos a analizar cómo han funcionado los cuentos que hemos elegido pues nos parece imprescindible que intentemos, entre todos, desentrañar los mecanismos utilizados para cumplir con la consigna.

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19 de diciembre de 2008
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Galería de espectros: Zaratustra

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he escuchado la voz altisonante del espectro de Zaratustra.
Delfín Agudelo: ¿Cuál de sus espectros pudiste ver? ¿Acaso el del mismo Nietzsche?
R.A.: Bueno, Zaratustra es el único gran personaje creado por Nietzsche, que es un filósofo que creo tiene una de las vertientes literarias más potentes de toda la cultura moderna. Zaratustra es su personaje privilegiado a excepción de otro con muchas más características, como lo puede ser Nietzsche mismo, quien es su gran personaje. En ese sentido debo decir que tengo más simpatía, más afinidades por el personaje Nietzsche que por el personaje Zaratustra. Nietzsche, como personaje, me parece que recoge maravillosamente bien la potencia y fragilidad que entrañaba su pensamiento. En contraste Zaratustra, que es alguien que dice cosas sublimes, a veces admirables, a veces de un alcance maravilloso en sus predicciones y en sus sentencias, sin embargo es alguien que para mi gusto lo dice de una manera que me resulta antipática. Hay en Zaratustra por tanto un contenido mal transmitido, con un continente que transmite mal el contenido. Creo que Zaratustra peca de un lenguaje profético y pretencioso demasiado solemne , demasiado de cartón piedra. Lima hacia un extremo las visiones de Nietzsche, pero afortunadamente Nietzsche, más allá del extremo, recoge los fragmentos, los pedazos del personaje Zaratustra, y lleva a elaborar a su propio personaje a través de un lenguaje muchísimo más matizado, más contenido, muchísimo más vivo y mucho más actual. Zaratustra por tanto es alguien que dice cosas muy interesantes, pero las dice de un modo que al menos para mí actualmente aleja las palabras del lector, o de los oídos del oyente.

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19 de diciembre de 2008
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Annie Hall (4)

Mujeres y más mujeres. Jóvenes y maduras, fuertes y débiles, y nunca abstractas, siempre con algo real y humano que reconocemos al instante. Se siente bien con las mujeres, dice Allen. Le interesan más que los hombres. Hay más de dónde elegir entre las actrices que entre los actores. Además con un actor uno no se puede casar, porque a W. Allen durante la mayor parte de su vida le gustaba escribir papeles para esa actriz-esposa que tenía al lado. Louise Lasser, Diane Keaton y Mia Farrow. Porque ha demostrado que con lo que conoce y sus colaboradores de siempre tiene más que suficiente para crear un mundo distinto al año, sin tener que aventurarse más allá de la esquina de su calle. Y además siempre puede recurrir a la experiencia inagotable de haber crecido con siete hermanas además de su madre.

Esto no quiere decir que nos esté ofreciendo una y otra vez un retrato de sí mismo y de su vida. Protesta cuando oye que sus películas, en especial Annie Hall y Manhattan sean autobiográficas. Sostiene que salen del "sudor de mi frente", que es como decir que salen de su conciencia y no sólo de su propia vida. "Es difícil recordar exactamente, con fidelidad", dice. O sea, que escribir un guión no es tan sencillo como contar lo que le pasó la semana pasada. Va más allá. Se lo proponga o no, nos hace cuestionarnos la realidad y los deseos de personas que han de encontrarle sentido a un mundo que, como decía Nabokov, es como un perro que pide que fuguemos con él.

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19 de diciembre de 2008
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Baby you’re a star (3)

Yo entiendo que a veces la devoción por los hijos se extralimita. En mi novela La batalla del calentamiento, la señora Pachelbel dice odiar a los más pequeños. ‘La mujer toleraba a duras penas el infortunio de vivir en un mundo del que los niños se habían apoderado. ¿O acaso no existe hoy en día la alta costura para niños? /upload/fotos/blogs_entradas/la_batalla_del_calentamiento_2_med.jpg¿No les consagran industrias enteras: juguetes, por supuesto, pero también música, vestimentas, electrónica, bebidas y alimentos? Todo es producido por ellos y para ellos: por ejemplo los libros y las películas, que en esta época no resisten análisis a no ser que se los reciba con una infantil carencia de juicio. ¿Y no está el mundo gobernado por líderes con la crueldad y la sinrazón de una infancia perpetua?'

Coincido con la señora Pachelbel en el hecho de que los padres suelen irse de mambo. ‘¿Acaso no aplauden sus deposiciones cual si fuesen triunfos del espíritu? ¿No consagran cada tropiezo en el lenguaje como si se tratase de una muestra de personalidad? ¿Y no persiguen como zelotes a cualquiera que insinúe que sus niños no son perfectos?' Pero al mismo tiempo sé que el rechazo de la señora Pachelbel tiene mucho que ver con el fracaso personal, al mejor estilo de la zorra y las uvas de la fábula: detesta aquello que no puede tener, porque no ha sabido conservarlo.

Seguramente estamos sobrecompensando. Por todo el desamor con que se trató a los niños a lo largo de la Historia, por el desamor que todavía reciben aquellos que hoy pasan hambre o nos piden monedas en los semáforos o en el metro. Porque ahora entendemos -no por lucidez personal, sino por el peso de la experiencia acumulada por la especie- que lo deseable es criarlos en el amor y el cuidado constante, para que puedan contar con el máximo de las capacidades de su cuerpo y de su mente y no pierdan oportunidad alguna de ser la mejor versión de sí mismos -algo que desgraciadamente no les resultará tan fácil a aquellos que son víctimas de la violencia de la pobreza. Por eso buscamos darles infancias ideales, aun a riesgo de procrear una generación de estrellas.

Lo que se le escapó a Touré en el texto de The Daily Beast es precisamente la razón por la cual les damos tratamiento de alfombra roja. ¿Qué es lo que nosotros, como público, les agradecemos a las estrellas? Que nos provean de exquisitos momentos de iluminación, de experiencias de felicidad plena, de recuerdos imborrables. Eso es, ni más ni menos, lo que nos regalan nuestros bebés. Cada mañana le agradezco a mi pequeño Bruno su despertar hiperkinético, coronado por inmensa sonrisa, con que comunica su alegría por haber abierto otra vez los ojos en un mundo tan lleno de gente que lo ama. En esos instantes -al igual que me ocurre con las grandes actuaciones, con los escritores geniales, con las mejores canciones- Bruno ilumina mi vida.

Pero más. 

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19 de diciembre de 2008
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La excrecencia

No es lo mismo la basura que el ornamento, no es igual el excremento que lo superfluo, pero todos ellos comparten un aire de familia bajo el paradigma de la excrecencia. La excrecencia o la clase de desarrollo demasiado opíparo que habiendo perdido su carácter distributivo crece aumentando las desigualdades sociales, creando pobres en sus bases y feroces multimillonarios en su cima. De esa cúspide excedentaria, cargada de calientes churretes excrementicios se deduce la figura de un mundo grotesco emparentado con el infierno y sus  fuegos, sus luces desbordadas o sus dolorosas volutas destinadas por exceso a tragar con avidez cuanto encuentran y a distorsionar con odio cuanto aman.

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19 de diciembre de 2008
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III. Las mangueras providenciales

Las mangueras de las cisternas son puestas en acción, y la lluvia de agua comienza a caer sobre la multitud que espera por su "gorra" este 7 de diciembre, día de la Gritería, la fiesta tradicional donde la regla es dar, y recibir. El oficial del Cuerpo de Bomberos adscrito al Ministerio de Gobernación que ha acudido al mando de las cisternas encargadas de "refrescar" a los miles que esperan por su paquete de alimentos, explica que se trata de "una técnica común que se usa en caso de desordenes masivos. Nosotros tiramos agua para bajar la temperatura que había en el ambiente".

Es la misma técnica que se usa con el ganado expuesto a pleno sol cuando espera ser pesado antes de los remates. Se le rocía con abundante agua, y también se le provee de raciones de sal para que no pierda peso en la balanza.

El agua providencial de las mangueras cayó sobre los adultos, y sobre los niños, que, empapados de pies a cabeza, siguieron esperando. ¿Qué otro remedio que esperar? Lo que iba a repartirse era comida, lo que falta cada día en las casuchas de cartón y latas viejas adonde las familias debían regresar.

Por fin, a las 7 de la noche, la pareja presidencial apareció detrás de las barreras custodiadas por guardaespaldas y policías antimotines vestidos como para las guerra de las galaxias,  con viseras y escudos, para iniciar la ceremonia del reparto en nombre de la Virgen María, elevada en su trono de nubes de papier maché, sobre el lujoso altar mandado a construir por el gobierno de la familia Ortega.  

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19 de diciembre de 2008
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El Boomeran(g)
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