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Una utopía fugaz

‘Yo no soy una pensadora utópica', dice Naomi Klein en el artículo del New Yorker del que hablaba ayer. ‘No imagino mi sociedad ideal. Ni siquiera me gusta leer esa clase de libros. Me siento más a gusto escribiendo sobre cosas que existen'. Y aun así recuerda con cariño una experiencia que los argentinos ya casi hemos relegado al olvido: aquellos meses de crisis económica y política durante los que filmó aquí en Buenos Aires el documental The Take / La toma con su marido, Avi Lewis. ‘Ese momento fue increíble', dice Klein, ‘porque se había abierto un vacío. Los argentinos habían echado cuatro presidentes en dos semanas, y no tenían la menor idea de qué hacer. Todas las instituciones estaban en crisis. Los políticos estaban escondidos en sus casas. Cuando salían, las amas de casa los atacaban con escobas. Y caminando por Buenos Aires por las noches, se veían reuniones en cada esquina. En cada plaza había gente conversando sobre qué hacer con la deuda externa -lo juro por Dios. Grupos de cien, de quinientas personas. Organizándose para hacer compras en conjunto y conseguir precios más baratos... Fue la cosa más inspiradora que nunca vi'.

Puedo entender perfectamente la desconfianza de Klein hacia las ideologías primero y los políticos después. Y el hecho de que haya vivido una verdadera utopía, aunque fugaz, en la Argentina, no deja de producirme algo parecido a satisfacción -estoy acostumbrado a que mi país sólo inspire cosas negativas. Pero me temo que, por más justificada que parezca, la desconfianza hacia los partidos y hacia los políticos termina siendo funcional al estado de cosas. Porque por más inspirador que sea un vacío como el de entonces, con tanta gente intentando tomar su destino en sus propias manos, hace falta organización para cimentar cualquier beneficio real y convertirlo en derecho cotidiano. Sin organización -partidaria o no, cualquier agrupación que opere sobre la vida social es en esencia política-, no habrá nunca cambio duradero.

Por supuesto que necesitamos pensadores y organizaciones independientes. Pero ante todo necesitamos una respuesta política. Para lo cual deberíamos reivindicar la práctica política como algo muy distinto del coto de los mercaderes y de los corruptos.

Y eso, al menos en mi país, está muy pero muy lejos de hacerse realidad. 

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23 de diciembre de 2008
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Natal Natal. Na província neva. Nos lares aconchegados Um sentimento conserva Os sentimentos passados. Coração oposto ao mundo, Como a família é verdade! Meu pensamento é profundo, Por isso tenho saudade. E como é branca de graça A paisagem que não sei, Vista de trás da vidraça Do lar que nunca terei! Fernando Pessoa       

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23 de diciembre de 2008
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Entre la crítica y la racionalidad

Kapuscinski ha sido testigo de los distintos golpes de estado, las revoluciones y guerras que se suscitaron en África, Asia y América del Sur en el siglo XX. Ha visto violencia, muerte, hambre, desigualdad todos ellos producto del capricho y la ambición de poder de quienes manejaban, o buscaban manejar, a aquellos países. La situación de desigualdad y la impotencia por no poder hacer nada para cambiarla pudo haber llevado a Kapuscinski a cargar sus relatos de adjetivos descalificando a los más poderosos; de hecho, esto hubiese sido lo más sencillo. Kapu prefirió, en cambio, inclinarse por un estilo crítico pero a la vez racional, haciendo su interpretación de los hechos (después de una investigación completa) pero sin dejarse llevar por las emociones ni por segundas intenciones.

El ejemplo más claro de esto se da en El Imperio. Allí Kapuscinski estaba ante una situación diferente. Esta vez hablaría de algo de lo que había sido víctima directa: el Imperio Soviético. Pudo haber aprovechado este relato para descalificar a quienes gobernaron a La Unión Soviética pero prefirió dar una interpretación más racional. Si bien termina proponiendo una mirada crítica sobre el imperio, esta no es más que el resultado de una recopilación de testimonios que fue tomando a lo largo de su investigación.

     Máximo van der Kooy (alumno del seminario)

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22 de diciembre de 2008
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Periodismo de aventura y estilo propio

"Yo soy un periodista/ historiador del presente", decía Ryszard Kapuscinsky. Con esta frase simbólica se puede ver el claro significado de su pensamiento. Va mucho más allá de la profesión de periodista.

El periodista, según él, debe observar desde cuatro puntos la realidad que lo rodea: como historiador, etnógrafo, antropólogo y reportero. Por una recomendación antes de su viaje a la India lee Viajes con Heródoto. Heródoto, pensador griego, es considerado el padre de la historia. Fue el primero en ver que las diferentes culturas eran tan importantes como la suya. Kapuscinsky realiza un contrapunto con este autor, es decir, interpreta ese libro y lo aplica a su situación actual. Hay un punto que los une: el viaje. "¿Cómo trabaja Heródoto? Es un reportero nato: viaja, observa, habla con la gente, escucha sus relatos, para luego apuntar todo lo que ha aprendido o, sencillamente, recordarlo." Es el fiel reflejo de toda la tarea realizada a lo largo de su vida.

Fue testigo de golpes de estado y guerras en Europa, Asia y África, principalmente, pero también en Centroamérica, basta recordar La Guerra del Fútbol en la que narra la tensión vivida entre El Salvador y Honduras, que tuvo su detonante en un partido de fútbol, un conflicto de intereses por ciertos territorios.

Para el escritor polaco existen dos tipos de fuentes. Las fuentes clásicas, que son las personas y los documentos, y el mundo que nos rodea pues consideraba que el ambiente que nos rodea también es fuente. A partir de las primeras existen las 3 D: Diálogo, Descripción y Detalles. Kapuscinsky no hablaba de la sucesión de los gobiernos sino le daba un toque más humano. Nunca se conformó con las versiones oficiales para las agencias en las cuales trabajó, buscó ahondar en las personas, sus sentimientos, sus motivos para vivir. Se asemeja a un niño pues tiene mucho entusiasmo y muchas ganas de conocer.

"No hay nada más difícil que escribir sencillo", dice la frase periodística por excelencia. Con Kapuscinsky eso no pasa. Escribe de tal manera que comprendamos todo lo que leemos. No transmite información sobre los sujetos, sino que cuenta todo. Dice que se opone a la novela porque esta se lee en soledad. Entonces se dice que usa armas del narrador y no del novelista. Al contar cosas busca dar a entender otra diferente, todas están al servicio de narrar algo. Él se interiorizaba de tal forma que todo lo que cuenta no es por una casualidad sino que le es propio de la cultura y, sobre todo la historia, que la persona tiene.

Kapuscinsky habla del providencialismo temporal y espacial, de las cuales rescata "Las leyes de la Historia". Es decir, aquellas cosas que siempre pasan en la historia de todo el mundo y se ven reflejado en dos puntos: la felicidad de nadie es duradera y la ley del ojo por ojo.

Kapuscinsky es reconocido en el plano internacional no sólo por los temas que cubrió, que fueron por más que interesantes, sino además por haber hecho un estilo y forma de contar que le son propias. Los detalles escritos no caen en el morbo ni en el sensacionalismo sino que busca ver que piensan las personas sobre los hechos que se suceden en sus naciones. Son los actores principales de la historia y que siempre, desde los libros, los vimos como una masa uniforme. Ahora con Kapuscinsky cobran vida y nos muestran el lado humano de las cosas tal cual pasaron.

Juan Fermín Larralde (alumno del seminario)

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22 de diciembre de 2008
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Martín de Riquer

Vivir la literatura

Cristina Gatell/Glória Soler

RBA

Por encima de ideologías y banderas, más allá de las estrategias de unos y otros, /upload/fotos/blogs_entradas/martn_de_riquer_med.jpgy con un desdén aristocrático por las afiliaciones y los destinos históricos asumidos o atribuidos, la presente biografía del filólogo, historiador y profesor Martín de Riquer es el vivo retrato de un hombre de una trayectoria intelectual rigurosa y excepcional. Pero sobre todo es el retrato de un hombre que ha hecho siempre lo que le gustaba, razón por la cual su biografía transmite una envidiable sensación de diversión, entendida ésta como una profunda e irrenunciable relación entre lo que haces y lo que más te gusta hacer. De ahí que, para un profesor y estudioso de las literaturas catalana, castellana o provenzal , que sus biógrafos puedan decir de él que "vivió la literatura" es el mejor elogio que se le podría hacer.

Pese a que nació en 1914 y por lo tanto no ha cumplido aún cien años, su biografía abarca bastante más de un siglo de la historia contemporánea de Cataluña porque Martín de Riquer  no sólo pertenece a una familia que guarda un archivo muy completo desde hace cinco generaciones sino que él tiene muy presentes a sus antepasados, por lo que las biografías de éstos, sus profesiones e ideologías, y hasta las actitudes vitales ( ahí están esos pocos miles de pesetas que le dieron al finalizar su primer mes de trabajo, "la primera vez que a un Riquer le pagaban por trabajar", dirá  él mismo con una inconfundible ironía aristocrática) forman parte indisoluble de su personalidad y de su cotidianidad.

El cuerpo principal de Vivir la literatura, surge de las 120 horas de conversaciones que las dos autoras del libro, Cristina Gatell y Glòria Soler, mantuvieron con Riquer a lo largo de varios meses. Según cuentan ellas mismas, una vez tratada a fondo con él alguna cuestión, o aclarado algún punto difícil,  venía el trabajo de comprobación documental, por lo general mediante la consulta en archivos, aunque la mayoría de veces tenían a su disposición los testimonios escritos de los propios testigos. Lo cual era una tarea que en todo caso les planteaba más problemas por exceso de material que por defecto, pues dichos testigos integraban lo más granado de la intelectualidad catalana desde la década de 1930  hasta nuestros días, y que incluía profesores e investigadores, escritores y periodistas y bastantes políticos que en su momento fueron tan eminentes como Dionisio Ridruejo, Jefe Nacional de Propaganda durante la Guerra Civil, pero también los personajes más influyentes del panorama actual, desde el rey don Juan Carlos hasta escritores como Manuel Vázquez Montalbán, que le rindió un pequeño homenaje sacándole como "el malo" en una de sus últimas novelas.

Aparte del notable rigor intelectual desplegado por las autoras, si algún aspecto cabe destacar de esta biografía es la valentía, la honestidad y la actitud de encarar los problemas de frente y sin pretender en ningún momento tergiversar, ni mucho menos ocultar, los aspectos más conflictivos. Que son muchos. Sin ir más lejos, Martín de Riquer inició su trayectoria pública como un apasionado defensor de la primacía de la literatura catalana sobre la  española, sosteniendo con idéntica pasión  que apostar por el bilingüismo era firmar la condena a muerte de la lengua que estuviese en una posición más débil, en este caso la catalana.

Pero llegada la Guerra Civil, Martín de Riquer no sólo se pasó al llamado bando nacional sino que, una vez finalizada la contienda, ejerció en Barcelona cargos que se le ofrecían por su condición de falangista y que continúan siendo de difícil justificación (propaganda a favor del franquismo, censura de libros y revistas, etc.). Por fortuna para él, su progresiva implicación en la Universidad le permitió ir alejándose  de los cargos oficiales y dedicarse a sus dos tareas favoritas, la investigación y la docencia.

En las transcripciones de las conversaciones con él (que por otra parte son un magnífica pieza de literatura coloquial), queda claro que unos temas le gustan menos que otros, en cuyo caso puede contestar con un monosílabo o remitir a una fuente más fiable que su memoria. Otras veces en cambio, en lugar de pasar página se detiene en descripciones insólitas, como por ejemplo su sueño de entrar en Barcelona al frente de las  tropas vencedoras montado en un caballo blanco, vestido de uniforme y tocado con un yelmo adornado de plumas. Cosas de literatos.

Tal y como han sido enfocada esta biografía, la verdadera lección no radica en la importancia de la labor intelectual del biografiado (que ha sido inmensa) sino en su dimensión humana(asimismo inmensa). Y a este respecto es de destacar que la inmensa mayoría de sus amigos de juventud, más una importante serie de personas que iría conociendo a lo largo de su vida, han seguido formando parte de su extenso círculo de amistades, dándose casos tan notorios como el de su relación y estrecha colaboración con el poeta, catedrático y traductor José María Valverde, con el que escribió una monumental Historia de la Literatura Universal pese a mantener unas diferencias ideológicas que en principio les debieran haber impedido trabajar juntos.

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22 de diciembre de 2008
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Novela policiaca

Tenía que ocurrir : en la mesa de New Crime (nuevas novelas policíacas) de la librería Smith en la calle de Rivoli, la librería más grande para los libros en inglés de París, se ofrece, entre The Butcher of Smithfield ("El carnicero de Smithfield") de Susanna Gregory y The roar of the butterflies ("El gruñido de las mariposas") de Reginald Hill, la edición en bolsillo de una nueva novela: The savage detectives ("Los detectives salvajes") de Roberto Bolaño.

Todo me parece claro: buscare La velocidad de la luz de Javier Cercas en ciencias físicas, pero no se por donde buscar Los girasoles ciegos: ¿botánica o patología?

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22 de diciembre de 2008
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Vidas paralelas, en negro

Hacia 1965 Robert Kennedy predijo que pasados cuarenta años podría haber un presidente negro en los EE UU. James Baldwin, uno de los más grandes escritores negros, se burlaba de esa predicción: "Llevamos aquí cuatrocientos años, pero si nos portamos bien nos dejarán ser presidentes dentro de otros cuarenta". El senador se equivocó sólo por cuatro años.

/upload/fotos/blogs_entradas/james_baldwin_med.jpgUn formidable artículo de ese formidable novelista que es Colm Tóibín establecía hace unas semanas el paralelo entre James Baldwin y Barak Obama en el New York Review. Aunque separados por medio siglo, ambos comparten inusitadas coincidencias, la más notable es que perdieron a sus padres muy pronto y esa ausencia ha sido fuente de duelo durante toda su vida. Una viva conciencia de orfandad les hace sentirse doblemente amputados, en la familia y en la patria. En ambos está también presente la rabia (rage), la ira de los afro americanos que oprime incluso a los más favorecidos.

Y ésta es la parte inaudita. Que un presidente de los EE UU sea consciente y acepte el sombrío dolor de una parte de la población que hasta hace poco era tratada como un perro, me parece algo enorme. Y más aún que muestre la inteligencia de dar al dolor y la rabia su exacta importancia, porque en ese punto es donde Baldwin y Obama difieren. Para Baldwin el dolor y la rabia eran instrumentos de separación activa, fundamento de identidad y orgullo. Para Obama han de convertirse en instrumentos de convivencia.

"La ira no siempre es productiva, muy a menudo distrae nuestra atención de la solución real de los problemas (...) e impide que la comunidad afro americana forje las alianzas que precisa para conseguir un cambio verdadero" (Dreams from My Father)

Para quienes vivimos en un país que se distingue por el cultivo del odio, que no pierde ocasión para enconar la rabia y el dolor, es en verdad turbador constatar la diferencia entre un político con la perspicacia de Obama y los mercaderes de una guerra fratricida que se excitan, no con el color de la piel, sino con el color de las ideas, esa baratija para histéricos.

Artículo publicado en: El Periódico, 20 de diciembre de 2008.

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22 de diciembre de 2008
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Cuando fuimos paganos

En estas fechas que ni el camino nos lleva a Belén, ni bajamos hasta el valle que nunca cubrió ninguna nieve, porropoponpo, po, siento nostalgia de  paganos tiempos que no vivimos. En tiempos de crisis, de infección del espíritu navideño, de llamada de  vuelta a casa, dan ganas de huir al paganismo. Creer en la lotería. Llenarse de bondad y pedir justicia cristiana para los pobres ricos. También ellos deben tener su oportunidad y poder pasar por el ojo de una aguja, al menos con la misma facilidad que un orgulloso, famélico, sediento y pobre camello. Los ricos están alarmados por las rebajas de sus riquezas, aturdidos ante sus pirámides caídas y preocupados por sus bolsas caprichosas. Tanto que pueden volver a sus antiguos ritos. A la  adoración mágica  por el oro, el incienso, la mirra, el petrodólar o el poderoso caballero don dinero. Vieja y renovada fe, con adoradores paganos,  precristianos, católicos o posmodernos.

Uno de los padres del nuevo paganismo, Andy Warhol, lo tuvo muy claro desde el principio de su carrera. Una amiga le hizo la pregunta clave: "¿Qué es lo que más te gusta?". Y ese día empezó a pintar dinero. Falsos dólares, pintura pop, para conseguir dólares verdaderos. Comenzaba el regreso de un paganismo feliz, provocador, sin inhibiciones, con exhibiciones, sexo, rock y demasiadas drogas. Renovado paganismo que nos hizo creer que nuestros villancicos eran las canciones de  Beatles y Rolling. Después llegaron aquellos malditos que habían "sido cerdos de la piara del nuevo Epicuro": Warhol, el inclasificable líder de la "Velvet". De aquellos paganismos, de los inicios del pop, habla en sus diarios, hasta ahora inéditos, y rescatados por la editorial Alfabia, gozosamente pagana.

Una de las sorpresas que guardan esos cotilleos paganos de los felices 60, es el recuerdo de un joven Mick Jagger, estudiante en la London School of Economics, que acudió a un anuncio dónde se pedía una señora de la limpieza. Y encontró trabajo en la casa de la hermana de Jean Shrimpton, conocida por "La Gamba", que se enamoró de aquél sirviente que les parecía feo a todos sus amigos. Warhol se encuentra un poco después al "chico feo", en compañía de otros modernos londinenses, en uno de los centros del paganismo de antaño, Manhattan. Eran los principios de los años sesenta. Todavía no habían llegado los días en que nuestro mejor villancico se llamó "Satisfaction".

De esos paganismos modernos a los clásicos. Luis Antonio de Villena los recupera con su  biblioteca de clásicos para uso de modernos. Muchos ritos paganos nos recuerdan a las religiosas fiestas navideñas. Dice Ovidio:"En las mesas de los festines; además de vino pueden buscarse otras cosas...Y Venus, después de beber, fue como fuego añadido al fuego". Feliz Navidad.

Artículo publicado en: El País, 21 de diciembre de 2008.

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22 de diciembre de 2008
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Este es su año, veremos si lo será el próximo

Nadie tiene dudas sobre este 2008. La revista Time, que cuenta con el prestigio del invento, le ha dado el título y la portada. Pocos personajes han proporcionado más noticias y emoción al año político mundial, desde que empezó la campaña para las primarias demócratas, ya en el otoño de 2007. Pero la gran noticia del año lleva también su nombre, pues es su propia victoria como candidato a la presidencia de Estados Unidos este 4 de noviembre. Sabrá a poco e incluso sabrá a frustración si dentro de un año no compite de nuevo por ocupar las primeras páginas de las revistas y de los periódicos en sus resúmenes anuales. Esto se jugará muy pronto, en los primeros cien días después del 20 de enero. La revista semanal de El País - EPS- ha publicado también esta semana su resumen anual, en el que se ha incluido mi artículo sobre la victoria de Obama. Ojalá 2009 nos traiga el cambio prometido y sea también suyo.

EL MOMENTO DE OBAMA

Este año es de Obama. Sólo empezar, el 3 de enero, el redoble de su nombre resonó en los medios de comunicación de todo el mundo: un candidato afroamericano había ganado las elecciones primarias demócratas en Iowa, un pequeño Estado de tres millones de habitantes, casi todos blancos, situado en el corazón de Estados Unidos. La idea de que EE UU podía tener pronto, por primera vez en su historia, un presidente de raza negra adquirió verosimilitud y revirtió todos los prejuicios, sobre todo entre los propios norteamericanos y quizá de forma más singular entre quienes tienen sus raíces en África. El redoble se fue intensificando todo el año, y en noviembre, ese nombre de resonancias exóticas, casi desconocido entonces, era ya el del nuevo presidente de EE UU: al presidente Bush, el más desprestigiado de la historia, le sucede así el que más esperanzas y expectativas ha levantado en América y en el mundo en el último medio siglo. Muchos consideran aquella primera y casi prematura victoria de Iowa como el primer impulso que formó la bola de nieve del cambio.

Cuando empezó 2008, las preferencias de los sondeos de opinión eran para Hillary Clinton en el bando demócrata y para Rudy Giuliani en el republicano. Ninguno de los dos consiguió alzarse con la candidatura de sus respectivos partidos, pero al terminar el año, la esposa del presidente Bill Clinton se prepara para asumir la Secretaría de Estado con Obama como presidente y el ex alcalde de Nueva York medita sobre su futuro político, después de su derrota en las primarias republicanas y de que frente a Obama también terminara derrotado John McCain, el candidato republicano que le venció, pero al que finalmente dio su apoyo. Una parte del soberbio plantel de candidatos lanzados a la carrera demócrata ha pasado en estos doce meses de competir con el senador afroamericano a convertirse en sus colaboradores, preparados para empezar a gobernar el 20 de enero de 2009: es el caso del senador por Delaware, Joe Biden, ahora nuevo vicepresidente de Estados Unidos; el del gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, ahora secretario de Comercio, y, por supuesto, el de la senadora Clinton, que ocupará el cargo de mayor relevancia política en el Gobierno después del propio presidente.

Pocos conocían en enero al eficaz equipo de campaña que dio a Obama aquella victoria tan temprana. Pero eran también pocos los que podían imaginar el dream team, el equipo político de ensueño, que Obama llegaría a montar en diciembre. Además de los cuatro candidatos presidenciales, Obama ha recuperado a un miembro del actual Gobierno de Bush, el secretario de Defensa Robert Gates, que seguirá en su cargo, y ha nombrado a Timothy Gerthner, presidente de la Reserva Federal de Nueva York, como secretario del Tesoro, en otro gesto de continuidad con su antecesor, Henry Paulson, con el que ha colaborado estrechamente a la hora de enfrentarse con la crisis financiera. Una gran parte de los equipos de asesores y consejeros salen de la Casa Blanca de Bill Clinton, y muchos, del entorno político de Obama en Chicago. Es el caso de su jefe de gabinete, Rahm Emanuel, que fue asesor del presidente Clinton y ha sido congresista por Illinois y presidente del grupo demócrata de la Cámara de Representantes. También el de Lawrence Summers, que fue secretario del Tesoro y ahora será el director del Consejo Económico de la Casa Blanca. El veterano Paul Volcker, en cambio, fue presidente de la Reserva Federal con Carter y Reagan, y presidirá ahora un Consejo Asesor para la Recuperación Económica, encargado de enfrentarse con la severa recesión que está afectando a la economía norteamericana.

La Casa Blanca de Obama nada tendrá que ver con la de Bush, empezando por el papel del presidente, que será mucho más activo y decisivo, y siguiendo por el del vicepresidente, con funciones presidenciales en el caso del actual, Dick Cheney, y con la previsible indeterminación que acompaña al cargo en el de Joe Biden. También ha hecho las cosas mejor que Clinton en 1992, que tuvo que rodearse de amigos de su provinciana Arkansas y tardó demasiado tiempo en componer el Gobierno. El sólido equipo que ha formado recoge la diversidad del Partido Demócrata, pero tiene también elementos bipartidistas y está pensado para lidiar con un Congreso demócrata escorado a la izquierda y ofrecer a todos, dentro y fuera de Estados Unidos, la imagen de que el país vuelve a estar gobernado. El aire de continuidad y el centrismo de la mayor parte de sus componentes ha sido la primera sorpresa que ha querido proporcionar Obama. El cambio soy yo, ha dicho ante las críticas. Y antes de empezar su mandato, también ha querido empezar a desengañar a su electorado más radical.

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El nuevo presidente de EE UU no ha tenido miedo a rodearse de los mejores, a formar un equipo de rivales, una expresión acuñada en tiempos de Abraham Lincoln, cuando el presidente, al igual que ahora, colocó como secretario de Estado a su adversario en las primarias demócratas. La excelencia del grupo humano que le rodeará en la Casa Blanca ha permitido hablar también del brain trust (banco de cerebros), expresión esta acuñada en tiempos de Roosevelt, el primer presidente que instauró los hábitos de trabajo modernos en el Gobierno. O de los mejores y los más brillantes, una expresión acuñada por David Halberstam, cronista también extraordinario de la presidencia de John Kennedy en un libro que lleva el mismo nombre (The best and the brightest).

Los nombres de estos tres presidentes no han quedado asociados al de Obama únicamente por el anecdotario histórico. La difícil circunstancia económica y política que atraviesa EE UU, como resultado entre otras cosas de las dos guerras abiertas en Irak y Afganistán, y la recesión que deja en herencia el presidente Bush han conducido a historiadores y periodistas a girar la mirada hacia tres momentos determinantes de la historia presidencial que permiten encontrar referencias comparativas. La primera es la elección de Lincoln en 1860, que condujo a la emancipación de los esclavos y a la guerra civil entre los Estados del sur, partidarios de su mantenimiento, y los abolicionistas del norte. La segunda es la elección de Franklin Delano Roosevelt, en 1932, en plena Gran Depresión, después del fracaso cosechado por su antecesor, Herbert Hoover, que ha pasado a la historia como uno de los peores presidentes, incapaz de sacar las consecuencias del crash bursátil. La tercera es la elección de John Fitzgerald Kennedy en 1960, el primer presidente católico, que suscitó una nueva esperanza reformista, frustrada por su asesinato en Dallas.

Estos tres presidentes han inspirado a Obama, pero hay un cuarto, Ronald Reagan, que también ha estado presente en la campaña. Con la elección de Obama culmina y finaliza el ciclo que inició en 1980 el presidente conservador. La crisis que ha devastado Wall Street y ha borrado del mapa a la banca financiera ha recibido como respuesta de la Casa Blanca de Bush una receta letal para la ideología económica del reaganismo: el Gobierno ya no es el problema, como quería Reagan, sino la solución a la que se ve obligado a recurrir Bush para evitar una catástrofe financiera de dimensiones apocalípticas. Apenas un mes y medio antes de la elección, se ha producido la bancarrota del capitalismo financiero, después de que la crisis de la hipotecas subprime o basura fuera arrastrando los pies durante un año entero, desde agosto de 2007.

El ascenso de un candidato inspirado, que plantea su presidencia como un momento de transformación histórica del mismo tipo que aquellos grandes presidentes cruciales, se ha producido al compás de la creciente preocupación de los norteamericanos por el estado de su economía y de una atención decreciente por los problemas de la seguridad nacional y la política exterior. La excelente campaña de Obama, con una dirección sin vacilaciones, un uso muy innovador de las nuevas tecnologías y un fuerte componente de recambio generacional, no basta para explicar la victoria. Como no es suficiente la ruina política del Partido Republicano, donde cunde el desengaño por la presidencia de Bush, el desconcierto por la falta de líderes y la división que produce la ausencia de estrategia. Hay que acudir a la sabiduría común del primer ministro británico Harold Macmillan, cuando le preguntaron cuál era el factor determinante de la acción de su Gobierno. "Son los acontecimientos, muchachos, los acontecimientos", contestó.

En Irak, el gobierno de Al Maliki ha ido tomando las riendas del país; ha tenido efectos el refuerzo militar norteamericano, y el despertar sunní ha funcionado. Washington ha podido negociar un acuerdo que permite la salida de las tropas para 2011: la polémica entre Obama y McCain durante la campaña sobre la retirada ha dejado de ser relevante. No hay victoria, pero tampoco rendición ni derrota, e incluso todos, quizá incluso Bush, pueden salvar la cara. En sentido contrario ha actuado la crisis de las hipotecas subprime, iniciada en verano de 2007 y convertida un año después en una pavorosa crisis financiera que ha abierto las compuertas a una recesión, de forma que se ha situado en el corazón del final de la campaña y en la cuestión prioritaria de la transición presidencial y del mandato que Obama empieza el 20 de enero.

Está claro así que no hay un único factor que explique el ascenso imparable de Obama durante 2008. Pero el cañamazo sobre el que ha construido su victoria y el arranque de su presidencia está tejido con su imagen pública y su biografía, es decir, su personalidad. Cuando el primer presidente afroamericano tome posesión el próximo 20 de enero, habrán pasado casi dos años desde que lanzó su candidatura en Springfield, la capital de Illinois y ciudad donde vivió Lincoln, el presidente de la emancipación de la esclavitud, y su campaña electoral habrá resultado la más larga e intensa de la historia de EE UU. En este tiempo, sus conciudadanos han tenido la oportunidad de escucharle y observarle, evaluar su actuación en los más de veinte debates televisivos de las primarias y los tres debates con el candidato republicano, John McCain, y ahora, ya como presidente electo, oír con gran frecuencia sus primeras intervenciones presidenciales. Las urnas han dado una clara respuesta al examen, pero el diario conservador The Wall Street Journal ofreció el juicio más contundente sobre su personalidad antes incluso del 4 de noviembre: "Tiene un temperamento de primera clase". Es su año y es su momento.

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22 de diciembre de 2008
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Galería de espectros: H.H.

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el de H.H.
Delfín Agudelo: Te refieres al Humbert Humbert, personaje de la novela de Nabokov, Lolita.
R.A.: Me refiero a ese personaje que, como hemos comentado con respecto a otros de nuestros espectros, en este caso está muy marcado por su encarnación en el cine gracias al protagonismo que tuvo James Mason en la película de Kubrick. Creo que antes de esa encarnación en el cine, y si no tuviéramos tan presente la cara de Mason (evidentemente una cara que a lo largo del tiempo vencerá por mucho a la de Jeremy Irons que participó hace cinco o seis años de otra versión), el personaje protagonista debería ser un personaje que tiene una variación de apariencia  bastante notable. Es decir, de la misma manera que todos en la novela van pronunciando su nombre siempre  de manera distinta- donde se refleja la inseguridad fonética y lingüística de un escritor como Nabokov que era originariamente un escritor en ruso, que a pesar de saber inglés tenía una inseguridad que trasladó irónicamente a su personaje-, eso debería llevarnos a una especie de variación de la aparición de Humphrey Humphrey que de alguna manera sería simétrica a su gran proteismo, a la gran metamorfosis que continuamente va experimentando un misterioso y prácticamente fantasmal adversario a lo largo de la novela, encarnado en la película por Peter Sellers, alguien que se está travistiendo continuamente. Mientras este travestido toma protagonismo, Humphrey Humphrey queda imbuido en una especie de arenas movedizas de la inseguridad. Creo que ese trasfondo es importantísimo porque ese personaje que quizás en nuestros días sería censurado por el pensamiento políticamente y moralmente correcto, sería calificado simplemente de un pederasta. Pero creo que en el personaje hay algo mucho más importante que eso: hay una auténtica historia de amor que se refleja en esa suerte de ninfa que es Lolita, alrededor de la cual H.H. va construyendo su propia identidad. Una identidad vacilante, una identidad nómada: no olvidemos que junto con tantas otras cosas Lolita es un gran libro de viajes a través del cual el lector recorre miles de kilómetros en esa especie de huída y persecución de sí mismo que realiza H.H. a lo largo de la novela, y ahí es donde creo que la historia de amor tiene todo su dramatismo. Por un lado H.H. está perdidamente enamorado de una ninfa imposible; ese enamoramiento agudiza su propio andar en medio de arenas movedizas, hasta que finalmente se produce el derrumbe trágico que va acompañado de muchos escalones cómicos, pero que finalmente es un derrumbe trágico de gran altura. En definitiva creo que H.H. es uno de los personajes más interesantes de la literatura del siglo XX, y el que casi nos permitiría afirmar- ya sé que es discutible- que lleva a Nabokov a escribir la principal novela norteamericana de al menos la segunda mitad del siglo XX. Y ahí también cerraríamos el círculo de las paradojas teniendo en cuenta de que es finalmente un ruso que se traslada a Estados Unidos, ya muy maduro y adulto, y que tiene una permanente inseguridad respecto a su identidad lingüística, nacional y civilizada, la que finalmente es capaz de escribir uno de los frescos narrativos más poderosos del siglo pasado.

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22 de diciembre de 2008
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