Cierro mi año 2008 hablándoles de un libro que por supuesto recomiendo leer, Brother, I´m dying (Hermano, me estoy muriendo), de la escritora haitiana de nueva generación Edwidge Danticat (1969). Nacida en Haití, e inmigrante a Estados Unidos a los 12 años, su lengua literaria es el inglés, como en el caso del dominicano Junot Diaz, y del peruano Daniel Alarcón, de quienes hablé a su tiempo en este mismo espacio, cuando me preguntaba si la nueva novela latinoamericana, y del Caribe, se estaba escribiendo ya en inglés.
Se trata de un libro de memorias, de una autobiografía si se quiere, que puede leerse como una novela, y es allí, en la tensión narrativa, y en la transformación de personas de la vida real, dos hermanos comunes y corrientes, su padre y su tío, en personajes que parecieran compuestos desde la ficción, donde reside su primera virtud. Edwidge, como hacen los buenos escritores, consigue poner en singular el plural de las vidas anónimas, y transforman unos acontecimientos simples, en extraordinarios.
Porque parece simple que en América Latina una niña como ella pase su infancia al lado de su tío Joseph en Puerto Príncipe mientras su padre Mira debe emigrar forzadamente a Nueva York en busca de mejores horizontes, el hecho que es punto de partida de la narración. Pero la infancia nunca es simple. Sobre todo cuando transcurre con el corazón partido.

Ha sido necesario que se proyecte la sombra de un cataclismo para que se asista de nuevo a acciones de resistencia auténticamente moral. Resistencia que pasa por denunciar como cómplice de la mentira todo discurso predicador de la virtud...en el seno del sistema mismo que nos fuerza a vivir y pensar como cerdos, según expresión ("vivre et penser comme des porcs") del llorado matemático y filósofo Gilles Chatelêt, que hace unos años arrojó la toalla (como tantos otros), más desmoralizado quizás por la mentira que empapaba el mundo que por la terrible enfermedad que le roía. Cuando el trabajo humano (es decir, aquello que debería ser expresión de la lucha del hombre por realizar su esencia) es reducido a mercancía, el hombre ha sido convertido en instrumento y, como escribe muy ajustadamente Lucien Sève, no es entonces necesario ser un conocedor de Kant para sentir que el mecanismo es intrínsecamente fétido. 
Por lo demás, la lista de la Rolling Stone no está exenta de los inevitables disparates que derivan de la matemática de toda encuesta. ¿Whitney Houston mejor cantante que Jeff Buckley, que Kurt Cobain, que Brian Wilson? ¿Cristina Aguilera mejor cantante que Bjork, que Thom Yorke, que John Fogerty? ¿Mariah Carey mejor cantante que Tom Waits, que Patti Smith, que Morrissey? Es un error común en lo que hace al arte todo: confundir el instrumento con el intérprete. El instrumento puede sonar celestial, pero el quid de la cuestión pasa por otro lado -por el para qué se lo usa. Por eso Dylan afónico y Thom Yorke con anginas sonarán siempre mejor que la mejor canción de Houston y Aguilera y Carey, porque usan lo que tienen -poco en el caso de Dylan, mucho en el de Yorke- para transmitir algo más importante que ellos mismos, y que por cierto no tiene nada que ver con el rango de agudos o la capacidad de producir tantos gorgoritos por minuto.




En un artículo de principios de este año en The New York Times, titulado "Borges y el futuro predecible", Noam Cohen alega que el autor de Historia de la eternidad es el padre del intertexto, y el hombre que descubrió Internet en su cabeza, antes de que ésta se hiciera realidad. Cohen cita a autores contemporáneos, como Humberto Eco, que respaldan esta afirmación, o Perla Sassón-Henry, quien en su libro Borges 2.0: del texto a los mundos virtuales, analiza la conexión entre los medios electrónicos "descentralizados" como YouTube, los blogs y la Wikipedia, con los cuentos de Borges en los que el lector es un participante activo; lo llama "alguien del mundo antiguo con una visión futurista". Y un libro de ensayos publicado este año por la Universidad de Bucknell sobre el mismo tema, se llama precisamente Cy-Borges.