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II. Agua para los sedientos

Acudieron a la repartición organizada frente al Palacio de los Pueblos, los menesterosos de los barrios marginales en su mayor parte, porque ansiaban recibir la anunciada "gorra" de alimentos básicos que sólo pueden comprar tras una difícil rebusca de cada día, hurgando en los basureros para separar envases plásticos o de vidrio, o chatarra que poder vender, ofreciendo en los semáforos toda suerte de mercancías bajo el rigor del sol, aún agua en bolsas plásticas, o animalitos del monte que huyen de los pavorosos despales, carretoneros de acarreo que arrean los tiros de escuálidos caballos por las calles de la capital.

Acudieron en masa, e hicieron fila desde el mediodía, aún cuando la repartición anunciada no empezaría sino a las siete de la noche Largas filas, ansiosa la gente, familias enteras, madres con sus niños de pecho, las horas avanzando, y el sol pegando duro, las filas cada vez más nutridas, más largas. Calor, sed, sudor. Inquietud, desesperación.  Desmayos. Las ambulancias entran a través de las vallas de policías antimotines para llevarse a los desvanecidos.

Pero a alguien se le ocurre una idea mejor: hay que llamar a los bomberos para que traigan sus cisternas, y rociar con las mangueras a quienes esperan por los paquetes que van a ser repartidos. Hay que refrescarlos. 

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18 de diciembre de 2008
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Annie Hall (3)

De los personajes representados por Woody Allen ya se ha hablado mucho. El Woody de sus películas, vulnerable y desorientado, somos todos, mientras que al Woody de la realidad sólo se le parecen unos pocos lúcidos y disciplinados que saben bien lo que quieren y cómo lo quieren. Eso es lo que se desprende de las entrevistas y de lo que comentan quienes lo han conocido. Insisten en su seriedad y gran capacidad de trabajo. De esta laboriosidad creativa es de donde surge su primer personaje femenino, esa flor rara llamada Annie Hall, del que posteriormente han derivado casi todos los demás y que tomó de Diane Keaton incluso su nombre verdadero (Diane Hall).

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18 de diciembre de 2008
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Baby you’re a star (2)

La tendencia a tratar a los bebés como estrellas es muy nueva en la especie humana. Antes se los encajaba en fajas o corsés y hasta se los colgaba de un gancho hasta que llegaba la hora de alimentarlos, o se los entregaba a poco de nacidos a los ‘especialistas': nanas o tutores, que los entrenaban como a soldados y los castigaban físicamente por cada error, debilidad o negativa a hacer lo mandado. En un episodio de la primera temporada de Mad Men, durante una reunión entre familias amigas un adulto le pega un sopapo a el hijo de otro, por el simple hecho de pasar corriendo por el lugar. Lejos de sorprenderse u ofenderse, el propio padre del niño se suma a la reprimenda, amenazando a su vástago con un segundo sopapo. ¡Y eso que la serie transcurre a comienzos de los sesenta! Lo cual establece que no hace ni medio siglo que dejamos de tratar a los niños como punching balls. ¡Qué diremos entonces de Esparta, de la Edad Media o de los pobres protagonistas de Dickens, él mismo un niño obligado a trabajar a temprana edad!

(No sé ustedes, pero si alguien le pusiese una mano encima a alguno de mis hijos yo le bajaría los dientes y después le preguntaría qué opina de la gente que abusa de su poderío físico para castigar a los más débiles. Mi padre, que forma parte inevitable de la vieja guardia, no necesitó de manuales de psicología infantil para entender que no debía castigarme de esa manera. Cada vez que hablamos sobre el tema, se torna evidente la sensación de vejación, de impotencia que le produjo en su momento ser golpeado a modo de correctivo. La conserva fresca, casi como si la estuviese sintiendo todavía. Y eso que se trata de hechos que ocurrieron en su vida no hace menos de setenta y cinco años...)

Cuando quiero ver el vaso medio lleno, me digo que es posible que la distancia histórica que los adultos ponían entre ellos y sus niños tuviese mucho que ver con la gran mortalidad que era común en aquellos tiempos; es decir, la necesidad de no apegarse locamente a una criatura que tenía enormes posibilidades de morir antes de los cinco años. Pero al mismo tiempo me pregunto: ¿cuántos de esos niños que sucumbieron a enfermedades e infecciones habrán muerto, además, por la falta de apego a la vida que se torna inevitable consecuencia del desamor?

Por lo demás, la Historia está llena de relatos sobre padres y madres que realizaron proezas y sacrificios por amor a sus hijos. O sea que el amor de los adultos por sus pequeños tampoco es tan poco natural, tan invención moderna, como algunos sugieren. En la Biblia misma, el omnipotente Yahweh, que había creado a la humanidad toda y desde entonces vivía fastidiado (como niños caprichosos, los hombres no hacían otra cosa que desobedecer y demandar: más, más, más...), se ve sorprendido por el sentimiento de amor incontrolable que David le inspira y por primera vez habla de sí mismo como de un Padre; eso es a fin de cuentas la paternidad / maternidad, un amor incondicional como el de Yahweh experimenta por vez primera al ver bailar a David semidesnudo -diría Touré: ¡como un bebé!

Ugh. Ya me extendí otra vez. ¡Prometo terminarla mañana! 

                                                            (Continuará.) 

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18 de diciembre de 2008
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Navidad

Salen ahora las revistas ilustradas con especiales para la Navidad y con ellas se incluyen las estampas de adornos, terciopelos, bolsos de Prada, strass, lentejuelas, brillos de oro y sedas como si nada hubiera sobrevenido desde un año anterior. Estas Navidades son, sin embargo, /upload/fotos/blogs_entradas/portada_revista_mavidad_med.jpglo contrario a la tendencia del barroco que caracterizó hasta hace poco la moda y se muestran como una apenada inercia de los rituales, memoria de los tiempos en que la efusión de gastar forraba la fiesta con el pecado del despilfarro y todas las parroquias tenían de antemano el discurso listo para hacer a sentir a los fieles su horrenda culpabilidad. ¿Ahora? El ahorro toma la inclinación al gasto y los párrocos son los primeros que sufren la falta de pecado, la disminución de donaciones, la flaqueza de su sentido en medio de la escasez de disolutos, secados por la penuria de la liquidez.

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18 de diciembre de 2008
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Pasajera en trance

 

Cuando se separó de su pareja, hacía casi tres años, se fue a vivir a un condominio. "Ideal para ti", le había dicho una amiga, "cerca de un aeropuerto". No se había dado cuenta de ello, pero ahora que lo decía, era cierto. ¿Y? Ya no quería sentirse culpable de nada. Años atrás, en una clase de antropología, había leído ese libro famoso sobre esos espacios de tránsito que, al carecer de importancia para la identidad, las relaciones, o la historia, eran considerados no-lugares: los hoteles, los supermercados, los aeropuertos. En ese entonces se había sentido mal: no decía nada bueno de ella que le gustaran esos no-lugares. Pero, ¿qué si una pasaba buena parte de su tiempo, cada vez más, en esos no-lugares? ¿No se convertían para una en lugares?

Ella, ahora, se encuentra en un aeropuerto. Ella está por embarcar. Ella está por despegar. Ella se va. Y recuerda: algunos de los momentos más intensos de su vida los pasó en aeropuertos. La primera vez que se fue de Bolivia: todavía le duelen las lágrimas de su madre ("para eso una cría hijos, para que se le vayan"). La vez que volvió y su padre no estaba para esperarla ("hermana, no te lo quería decir por teléfono, pero papá... Nunca llevó bien la separación, pero a nadie se le ocurrió que llegaría a ser capaz de esto"). O cuando llegó a esa terminal vacía en un país desconocido, y sintió, opresivo, todo el peso de la ausencia. O aquel romance de verano que terminó en lágrimas ("si me lo pides, me quedo unos días más") y la sensación angustiosa, después del abrazo y los besos furtivos y el darle la espalda para encaminarse a la revisión, de haber vivido una historia que había terminado antes de comenzar. 

Ella siente que baila sobre el mar. Esta vez, sabe, sospecha, intuye, que la historia tendrá un final feliz. O mejor: no tendrá un final. Y se va. Es una pasajera en trance. Pasajera en tránsito perpetuo, redimida por saber que, incluso en el dolor, en la ausencia, en los equívocos, ha estado transitando por los lugares ciertos. Y piensa: un amor real es como vivir y estar despierto. Un amor real es como vivir en aeropuertos.

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17 de diciembre de 2008
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Mercaderes del espíritu ausente

Me he referido en otro momento a los que, abandonados por el espíritu, en lugar de luchar por reencontrarlo, se dedican a ser gestores de su valor de cambio. Hay una manera directa y brutal de referirse a ellos como seres de hecho vencidos por el tiempo. Vencidos por ese tiempo que reduce a las bestias pero, a diferencia de éstas, aterrados por tal caída e intentando encontrar paliativo a la misma entregándose a ese otro universal conversor (con matriz en la cultura y no en la naturaleza) que es el dinero, o si se quiere: entregándose a esa filial del dinero que es la bolsa de los reconocimientos culturales. Sólo ésta legisla en aquellos que quieren ser reconocidos  por su espíritu sin contribuir al actual enriquecimiento del mismo. Su cuerpo es entonces no sólo reflejo de la irreversibilidad del tiempo, sino también de su esencial refugio en la mentira.

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17 de diciembre de 2008
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El tera, el peta, el exa y otras sci-fras idiotas

Hacia el final de los años ochenta, una computadora envidiable tenía un disco duro de más o menos veinte megabytes. Pasada la mitad de los noventa, se hablaba comúnmente de memorias de más de un gigabyte. No imaginaba uno qué tantas cosas podría llegar a guardar para colmar tamaño vacío informático. Hoy día, las nuevas computadoras vienen equipadas con discos internos de cientos de gigas, y externos que tranquilamente llegan al terabyte, hasta hoy auspicioso con su millón de megas. Nada que no se pueda uno gastar en almacenar música, fotografías y video. Una vez instalados en la imagen de alta definición, ya hay quienes hacen cálculos en petabytes, inclusive exabytes. Cada uno de estos últimos, equivalente a un millón de teras.

            Hace veinte años, los archivos se almacenaban en floppies en los que con trabajos cabían más de seiscientos kilobytes. Bastaba, sin embargo, un solo floppy para guardar entero el sistema operativo, más el procesador de palabras, más una buena cantidad de archivos. Hoy día, serían necesarios casi ocho mil de aquellos discos blandos para guardar la información que cabe en un dvd-rw, y más de ochenta mil para albergar los bytes que contiene un blu-ray. No vayamos más lejos, ¿quién recuerda la última vez que compró un diskette?

            Todavía conservo la cámara Sony Mavica donde guardaba, en un diskette de 1.4 megabytes, entre treinta y sesenta fotografías, que para asombro de mis amistades podía enviar por e-mail desde cualquier café internet. Solamente hay que ver esas fotos horrendas que hace cinco años todavía tomaba para creer que provienen de 1950. Tal vez no sea ya el tiempo, sino el progreso quien insiste en descontinuarnos igual que a todas esas que de pronto llamamos cantidades imbéciles.

            Imaginar el porvenir podría ser tan simple como plantar el último de los Ipod Nano al lado de un diskette como el de la Mavica. O de su equivalente en capacidad, que sería algo así como once mil quinientos diskettes. Más de cincuenta metros de rebanadas de plástico apiladas como tortillas. Mirando entonces diez o quince años adelante, imaginemos un disco duro externo de un exabyte. Tiene el tamaño del TimeCapsule de un tera, pero le caben un millón de ellos. Que ahora mismo costarían algo así como quinientos millones de dólares. ¿Cuánto tiempo tendrá ya que pasar para que al exabyte lo reemplace el zettabyte, y a éste el yottabyte, que como es natural incluye en su interior un millón de exabytes?

            Traduciendo de nuevo al arcaísmo presente, un yottabyte hospeda el contenido aproximado de veinte millones de millones de discos blu-ray. No puedo imaginar para qué science fucktion podría llegar a precisar un yottabyte, pero temo ya la hora en que ni siquiera eso parezca suficiente; cuando se ofrezcan nuevos prefijos binarios y la gente se ría de los yottabytes con la clase de sorna olvidadiza que hoy provocan los floppies y sus miles de bytes y los días sin mouse y esas letritas verdes en la pantalla negra comerretinas. Si no recuerdo mal, recién se había inventado la rueda.

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17 de diciembre de 2008
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La letra no entra ni con sangre

Un amigo que tiene el infortunio de ser profesor de instituto advirtió la hoja de informes internos sobre la mesa del director. Cada día, un profesor de guardia anota lo que en la jerga burocrática suele llamarse "incidencias". Estos informes son secretos y ni siquiera sabemos si los realizan todos los centros de enseñanza media. El informe era tan escalofriante que sin pensarlo dos veces sacó una fotocopia y me la envió para que me percatase de la vida normal de un instituto en la España actual. Parecía un serial de adolescentes. Otra prueba de que la tele es el único centro pedagógico del país.

Un muchacho abofetea a una chica y cuando el profesor le sujeta por el brazo otros chavales gritan "¡Ahora, ahora!" y el profesor recibe una tunda de patadas. Una profesora expulsa de clase a un alumno y su compinche grita: "¡Dale una hostia, que no puede hacerte nada!". Hay escenas de sexo en los retretes, de violencia con padres de alumnos, porros por todas partes, amenazas, humillaciones, hurtos, y así durante tres folios. Es desolador porque ese instituto ni está en un barrio duro, ni es particularmente difícil.

Llamo a mi amigo y le digo que sería interesante publicar el informe tal cual está, sin añadir ni una coma y que le pida permiso al colega que lo firma. Por supuesto, borrando los nombres y ocultando la ciudad del Instituto. Así lo hace mi amigo, pero la respuesta es un grito de espanto. "¡Tú quieres que me maten! Como se enteren de que he divulgado ese informe me trituran". ¿Quién? Sus propios jefes.

La ocultación de lo que está sucediendo en la enseñanza (la peor de Europa) se diría pactada por los funcionarios políticos y los sindicatos. Se sabe que sólo en Cataluña el año pasado 163 profesores denunciaron agresiones de alumnos (ANP). ¡Cómo debió de ser cada uno de esos ataques para ponerlos en manos de nuestra adorable administración! ¡Y cuántos deben de producirse para que aflore esa punta de iceberg! Si así se conducen con los profesores, ¿cómo serán las relaciones entre los alumnos? Pues puro fascismo: terror y silencio.

Artículo publicado en: El Periódico, 13 de diciembre de 2008.

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17 de diciembre de 2008
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Un capítulo canino

Sólo le quedan los reflejos, el perro y el humor. Sabíamos que era un buen deportista, siempre en buena forma y acostumbrado al juego y a la competición. Lo ha demostrado en su despedida de Bagdad, donde ha exhibido su capacidad para esquivar proyectiles y luego su buen carácter al aceptar la humillación sin más problema. Es una de las ventajas que da la buena crianza y la fortuna asegurada de por vida. Le permite enfrentar el momento más difícil de su carrera política y quizás de su biografía, esas semanas finales amargas y en tantos aspectos humillantes, como si no fueran con él, al igual que haría un espectador exterior y divertido de su propia vida.

/upload/fotos/blogs_entradas/barney_en_el_momento_del_mordisco_med.jpgEl capítulo canino ha suscitado muchos chistes. Cuando empezó el declive y le abandonaban los consejeros y asesores a puñados se rió de sí mismo evocando el momento en que sólo le quedaría a Barney en la Casa Blanca. Barney es su primer perro presidencial, un fox terrier negro. Entre sus hazañas más celebradas se cuenta el mordisco con que regaló hace bien poco a un periodista, esos seres tan hostiles a su dueño. Es muy improbable que el príncipe de los perros americanos haya recibido un zapatazo con ocasión de una travesura o de un mordisco, como suele ocurrirles a los perros plebeyos. O a su propio dueño, George, este pasado fin de semana, así premiado por su mal comportamiento con los árabes.

Barney tiene un especial protagonismo estos días, en los mensajes navideños del presidente saliente, que ha encargado incluso el rodaje de un corto con toda la familia y los perros para felicitar las fiestas a los norteamericanos. Miss Beazley, una perra de la misma raza, es la otra protagonista que suscita la atención de la familia Bush en sus últimos días en la Casa Blanca. Algunos de los comentaristas que siguen al presidente han subrayado el contraste entre el uso de las nuevas tecnologías por parte de Bush, con los perritos como estrellas, y el que está haciendo Obama, con sus experimentos de participación política: pinchar aquí y aquí para ver dos ejemplos de esto último.

El desvanecimiento político de Bush es muy peculiar, porque se difumina sin abandonar el primer plano de la actualidad. Está en la fase de la presidencia borrosa, como aquel personaje de Woody Allen. Probablemente lo que está pasando es que a medida que el poder le abandona va quedando también desnuda su personalidad trivial e intrascendente. El auténtico Bush es éste, el que sabe evitar los zapatazos en Bagdad y sigue imperturbable su rueda de prensa o hace chistes y felicitaciones navideñas con su perro. Impasible ante el rosario de derrotas que ha sufrido. Encajando todavía un puñado de reveses más en los últimos días en funciones: esos informes desfavorables que siguen denunciando nuevas mentiras y manipulaciones, ya sea acerca de la autorización de la tortura ya sea respecto a la situación real en Irak.

Quizás hay que compadecer a ese Dubya estoico y solitario. Nadie le hace caso. Ni siquiera sus partidarios. Sus discursos caen en el vacío o producen los efectos contrarios: cuando quiere reanimar la bolsa la hunde todavía más; cuando quiere que el Congreso apruebe un plan de rescate para la crisis del automóvil de Detroit son sus propios congresistas republicanos los que votan en contra. Nada que no le haya ocurrido antes: toda su presidencia ha sido así. Y por eso se abraza, como borracho a la farola, a quienes debieran estarle agradecido para mendigar un poco de afecto y de reconocimiento en estos últimos días.

Pero su capacidad para producir imágenes y anécdotas es muy seria. Esos abrazos y esas efusiones sentimentales con que se prodiga en su despedida, sea en Irak o sea en Afganistán, tienen una gran capacidad de impacto en los medios de comunicación, aunque actúen en el vacío de su presidencia ahora inane, sobre todo porque afortunadamente ha dejado de producir efectos devastadores. Contando además con Obama, que está ya en marcha, en todos los terrenos, escándalo incluido.

Si acaso, la fábrica de imágenes y mensajes mentirosos se le ha vuelto ahora en contra al presidente saliente. Y el zapatazo es la mejor prueba: Bush ha fabricado por pasiva el símbolo final para clausurar sus ocho años nefastos. El zapato árabe es la señal de su derrota en Irak y en el mundo, y la marca que obligará más que nunca a Barack Obama a pasar página e inaugurar un tiempo nuevo. Como si fuera una espina clavada, la primera tarea del nuevo presidente será sacarse de encima el zapatazo con que ha sido despedido su predecesor.

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17 de diciembre de 2008
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Madeleine y el auge del triller

¿Está muerta o viva Madeleine? ¿La mataron sus padres o unos seres extraños? El centro informativo del verano coincide con el reino de la incertidumbre. Y no debido al caso Madeleine que ha comprometido a todo el planeta, desde el Vaticano a Beverly Hills, sino por la cadena de situaciones clave coronadas por la cresta de lo incierto.

El riesgo terrorista, el riesgo de los virus misteriosos y las epidemias globales, el riesgo de las catástrofes  y del cambio climático, del crimen organizado o de la inmigración sin tasa, constituyeron el núcleo duro de la información a finales del siglo XX y  primeros años del XXI. Una sociedad de riesgo, dijo Ulrich y el pasivo desfile de sus seguidores.

El riesgo contribuía a mantener a la gente encogida y a promover  leyes que reducían derechos individuales. El riesgo brindó coartada al control policial, dio franquicia a la detención sin habeas hábeas, a las prisiones de Guantánamo, las invasiones militares y las numerosas torturas.

Junto a este patrón,  todavía vigente, va alzándose, sin embargo, el inaugurado modelo de la incertidumbre. Si el nuevo tsunami o el nuevo atentado suicida tiene aún su ley en la confirmación del riesgo,   el interés y energía mediática del caso Madeline y otros muchos encuentran ahora su raíz en la incertidumbre. El tedioso PNV halla su animación en la dimisión de Imaz y la consecuente incertidumbre, la tabarra del seleccionador nacional de fútbol cobra interés por la incertidumbre sobre  su continuidad. Finalmente, si la economía recupera la plaza central en los tratamientos diarios no es por su formidable auge o su gran desplome sino por la incertidumbre. ¿Sólo casualidad?

La casualidad forma parte también de la incertidumbre y así como los biocombustibles contribuyen a incrementar el interés (y el precio) de los cereales por su empleo creciente como fuente de energía, la necesaria producción de noticias vibrantes para alimentar a los colosales grupos multimedia explica el creciente valor de la incertidumbre. El riesgo lleva a la reclusión pero la incertidumbre estimula la demanda de información.

Nada más fecundo para la información que la expectación. Ahora, los medios tratan de amanecer cada día teniendo algo incierto a que aludir.  La realidad que previamente había perdido su carácter de proceso  y se comportaba a sacudidas mediante el modelo del accidente, empieza a remodelarse hacia la tipología del serial en donde cada capítulo  acaba sin resolución, remitiendo a la siguiente entrega y a la manera de un thriller.

El riesgo repetido agota, tal como sucede con las pesadas  noticias sobre Irak al punto de que lo nuevo no consiste ya en la bomba suicida o el tsunami, sino en la incertidumbre de lo que podrá sobrevenir a partir de haber sembrado otras incógnitas.

Y no tan sencilla esta reestructuración del sector. Producir noticias de guerras, desastres y subidas del precio del crudo, fue  incomparablemente más sencillo que componer suspenses. Y no cualquier supense sino constructos ejemplares que, o rinden durante  semanas gracias a su riqueza interior o bien se engarzan en unidades de menor  duración pero listas para  la oferta diaria.

Significativamente, por ejemplo, ninguno de los fichajes veraniegos del Real Madrid se presentó de un golpe sino por secuencias que seguían inciertas al final de cada jornada. Y,  paradigmáticamente, el caso de Alves redondeó la nueva época basada en la intensa introducción de la incertidumbre.

Casarse o no casarse, viajar a las Antillas o las Cíes, comer esto o aquello, vivir en la ciudad o en el extrarradio, votar a unos u a otros, comprar o alquilar, la duda siempre ha estado presente. Pero la incertidumbre mediática significa mucho más. Califica la época, da categoría a la imprevisión, legitima la improvisación, concede autoridad al desmentido, dignifica toda ignorancia, descompone, en suma, la realidad para acercarla al capricho de los dioses y, deshace al sujeto de sus compromisos, en  espera continua de un Godot ideal que no terminará de llegar nunca.

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17 de diciembre de 2008
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