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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Rudo y Cursi

 

Debo a la sugerencia de un lector de este blog (Cadacualconsuquimera) el haber visto la película Rudo y Cursi una tarde nublada en el D.F. Carlos Cuarón era conocido como el guionista de Y tu mamá también. Ahora, con Rudo y Cursi, aparte de escribir el guión, debuta como director (con el apoyo de varios pesos pesados como productores: su hermano Alfonso, Guillermo del Toro, Iñarritu). El proyecto era arriesgado: volver a juntar a Gael García Bernal y a Diego Luna, pero hacer algo muy diferente a Y tu mamá también.

Rudo y Cursi explora la rivalidad y el cariño de dos hermanos de orígenes modestos que terminan triunfando (o casi) en el fútbol mexicano, uno como portero y otro como goleador. No se convertirá en un clásico, pero merece la pena verse.La película tiene tiene ritmo y humor, y le da una lectura contemporánea a los viejos temas del deseo de triunfar y el peligro que esto conlleva -corromperte, perderte en el camino--, y el arribismo social. Gael es un gran actor, aunque aquí está sobrepasado de revoluciones y a veces sobreactúa; los que están excepcionales son Diego Luna, por fin plenamente recuperado de la noche oscura que significó una película como Dirty Dancing: Havana Nights (es también notable su actuación en Milk) y el argentino Guillermo Francella, perfecto en su papel de entrenador de fútbol con dichos a lo Bilardo y capaz de venderle el Obelisco a cualquiera. Como regalo está el debut de Gael como cantante --lo hace mejor de lo que podía esperarse--, la disección de una sociedad en la que la corrupción casual campea, y una mirada tangencial a la cultura del narcotráfico (lo que muestra de manera contundente cuán hasta la médula está metido hoy el narco en México). 



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15 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Volver a Auden

Llevo unos días volviendo a leer a Auden, a Wystan Hugo Auden, uno de los mejores poetas del pasado siglo, un enorme poeta no importa de qué siglo. He vuelto a su lectura- desgraciadamente en traducciones- por haber visto la ópera de Stravinski, The rake's progress de la que hablaré otro día. Auden es el libretista de una de las más originales óperas del imprescindible Stravinski.

Y volvía a los poemas de Auden a algunos de cuando fue comprometido, izquierdista, batallador por la república y soñador con la caída de un mundo, con el desmoronamiento de la clase burguesa. Él era un burgués, ilustrado, bebedor, homosexual, socialista, es decir, uno de aquellos tan similares del llamo grupo de Oxford- Stephen Spender, Christopher Isherwood...- que supo estar en toda las batallas, que creyó en cambiar el mundo, que tuvo fe en el marxismo y que terminó por perder la fe.
 
Me gustan esos poemas, entre vigorosos e inocentes, que anunciaban, por ejemplo el fin de la burguesía:
"....van a caerse
los hemos estado observando sobre la barda del jardín
desde hace horas
el cielo se oscurece como con tintura,
algo está a punto de caer como lluvia
                                                    y no serán flores..."
 
No se cayeron, siguieron enriqueciéndose, construyeron un mundo para aumentar sus beneficios, mantener las diferencias, darnos propinas a la mayoría y quedarse con casi todo. Es posible que alguno siga soñando con "poetas que explotarán como bombas", pero será muy raro que sus efectos causen daño a los injustos, a los poderosos. Parece un tópico, lo será, pero no se cambian las cosas ni con las mejores intenciones, ni con los mejores poetas. Esos, la inmensa mayoría, estuvieron del lado justo en la guerra civil. Pues los justos perdimos con nuestros poetas, nuestros cantos, nuestra épica y también con nuestras pistolas.

En plena guerra, en el año 37, escribió uno de sus más célebres poemas, Spain, lo leo en la selección que Visor hizo de los poemas de la defensa de Madrid, Capital de la gloria. El poema termina así:
 
"...Hoy el consuelo provisional, el cigarrillo compartido,
La timba en el granero bajo el candil, el concierto
rasgueado
Las bromas entre hombres; hoy el
desagradable y forcejeante abrazo antes de herir.
Las estrellas han muerto. Los animales no quieren mirar.
Estamos solos frente a nuestro día, y el tiempo es corto y
La historia al vencido
Podrá decirle ¡lástima! Pero no darle ayuda ni perdón"
 
Y fue verdad, ganaron la tropa aquella, tan católicos, y dijeron ni paz, ni perdón. ¡Qué tropa!



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15 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Alejandro Sawa

Luces de bohemia

Amelina Correa Ramón

Fundación José Manuel Lara

Hasta la aparición de la presente biografía (por cierto que muy completa) Alejandro Sawa era apenas una nota a pie de página en las historias de la literatura española de finales del siglo XIX y principios del XX.

Los más iniciados sabían al menos dos cosas de él. Una , que después de haber gozado de cierta fama y prestigio en los círculos literarios de Madrid y París, acabó sumido en una miseria tan espantosa que hubo de ser enterrado en una tumba de alquiler cuyos pagos siguientes no se hicieron y los restos del escritor fueron a parar a la fosa común. La otra cosa que todo iniciado recuerda es que tan aciago final hizo que Valle Inclán se inspirara en él para crear a Max Estrella, el esperpéntico protagonista de Luces de bohemia.

Alejandro Sawa, de ascendencia griega, nació en Sevilla en 1862 y residió algún tiempo en Málaga, trasladándose luego a Madrid para iniciar una vida íntegramente dedicada a la literatura.  En cierto modo esa entrega fue tan absoluta que él mismo acabó siendo material literario, una más de sus obras. La vida como literatura y la literatura como vida: Alejandro Sawa, el gran protagonista de la obra de Alejandro Sawa.

Algunos de sus contemporáneos, gente que le conoció bien, achacaban su trágico final a la proverbial indolencia de Sawa, encarnada plásticamente en su militancia casi fanática en la bohemia, con los ingredientes inevitables de abuso del alcohol, el tabaco y las drogas, destacando entre estas últimas la que tiene unos efectos narcóticos y delirantes más nocivos y duraderos, es decir, la palabra, toda una vida de tertulias en los cafés literarios de Madrid y París, veladas interminables interrumpidas apenas por un aparte en un velador cercano para escribir el artículo del día y luego recuperar el uso de la palabra. Él mismo lo dirá con un lenguaje muy propio de la época:"¡Oh alcohol!¿Oh hastzchiz!¿Oh santa morfina! ¿Por qué los desgraciados de todas las épocas han quemado ante vuestra ara sus mejores mirras, si no fuera porque sois clementes, porque sois piadosos, porque poseéis secretos de faquir para curar las más rebeldes heridas?". Por el contrario, su gran amigo Gómez Carrillo, hombre mucho más pragmático y menos entusiasta de los goces bohemios lo describía así: "Es un hombre que no trabaja nunca, de ningún modo. Parece que hubiera nacido en domingo".

En esa línea argumentativa se exhibe asimismo como prueba lo exiguo de su obra, apenas siete u ocho novelas con alguna entidad y unas pocas incursiones en el teatro. En ese recuento no se le incluyen los centenares de artículos de colaboración que escribió para diferentes periódicos y revistas de la época porque se consideran un ganapán y por lo tanto no contabilizables como un producto surgido del comercio místico con las musas sino del miedo al hambre. Dicho sea en su favor, Alejandro Sawa murió a los cuarenta y siete años después de unos últimos años progresivamente incapacitado por los dolores reumáticos y una enfermedad neurológica que primero lo dejó ciego y luego le sumió en la demencia. Por lo tanto es imposible decir qué hubiera pasado con su obra si ese hombre hubiese llegado a la madurez en pleno uso de sus facultades físicas y mentales.

Visto en la distancia, y con independencia de su industriosidad o pereza, parece claro que, en parte, fue víctima de un cambio de época, un punto y aparte que él no supo interpretar. A su llegada a Madrid, en 1879, el cotarro literario lo copaban todavía gente como Campoamor, Alarcón, Núñez de Arce, Fernández y González, Zorrilla y otros integrantes de una generación que estaba a punto de decir adiós. Paralelamente Galdós estaba publicando ya novelas como La desheredada, Fortunata y Jacinta o Tristana, primeros síntomas de una corriente literaria que más adelante daría un impulso definitivo a gente como Pío Baroja y Valle Inclán, mientras que en poesía se empezaba a escuchar la voz inequívoca de Antonio Machado, es decir, una corriente que iba a desembocar directamente en la contemporaneidad. Alejandro Sawa, y otros tantos como él, estaba apostando mientras tanto con su característico apasionamiento por un naturalismo militante y radical, del que le interesaba sobre todo lo que tenía de inconformista, rompedor, anticlerical y agnóstico. Y de ahí por ejemplo su admiración por Lombroso, una puerta que en principio parecía muy prometedora pero que de puro artificiosa conducía directamente a un callejón sin salida.

Tras su paso por París y su estrecha relación con Victor Hugo y Paul Valery, Alejandro Sawa hubiera podido encaminarse de nuevo hacia la modernidad, pero quizás debido a su facilidad para la escritura, o por culpa de los padecimientos físicos que empezaron a manifestársele en esa época, dedicó más tiempo a los artículos de supervivencia que a su obra literaria, y mientras el mundo se encaminaba ya hacia las vanguardias y todo lo que vino detrás, él se fue perdiendo progresivamente en un universo de confusión que le estalló literalmente en la cabeza el día en que no sólo le dieron la noticia de que no iban a publicarle su obra más personal e íntima, Iluminaciones en la sombra, sino que encima le retiraban una colaboración de sesenta pesetas y que era entonces su único sustento. 



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15 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La escultura del tiempo

El tiempo, el gran escultor, lo tiene muy difícil con George W. Bush. El artista metafórico que imaginó Marguerite Yourcenar no va a sacar nada bueno del presidente cuadragésimo tercero de los Estados Unidos de América, que termina de forma lamentable su mandato el próximo martes 20 de enero. Por más que se haya esforzado en sus numerosas comparecencias desde hace un par de meses, no hay forma de vender la idea de que ha sido una presidencia como todas, con sombras y luces, y al final de las cuentas con un balance salvable y fructífero; nadie la compra. El legado que dejan estos ocho años no puede ser más desastroso: sólo faltaba la ruina del plan de paz de Annapolis, el proyecto lanzado por Bush para que antes de terminar su presidencia Israel y Palestina firmaran la paz. Ahí está la matanza de Gaza como colofón sangriento a su presidencia, con el humillante detalle final: esta increíble sumisión del presidente norteamericano y de su secretaria de Estado a un gobierno dimisionario como el de Israel a la hora de votar una resolución en el Consejo de Seguridad. Hay algo seguro: será difícil que desde Israel alguien vuelva a tratar a Hillary Clinton y a Barack Obama como lo han hecho con los actuales titulares de la secretaría de Estado y de la presidencia Tzipi Livni y Ehud Olmert, este último regodeándose incluso en la suerte de sacar a Bush de un acto público para exigirle que su país no votara la resolución a favor del alto el fuego.

El paso del tiempo promete pues empeorar esta presidencia. Bush confía en lo contrario: que Irak sea pronto una verdadera democracia y alguien se atreva a ponerlo en su cuenta; y que la nueva política antiterrorista de Obama, respetuosa con las convenciones internacionales y el Estado de derecho, no sirva para evitar nuevos atentados en territorio americano. Una pobre perspectiva. Al contrario de lo que ha sucedido con otros presidentes, como Ronald Reagan, el propio Richard Nixon o Bush padre, todo conspira para que la posteridad vaya erosionando la imagen de Bush hijo a medida que se conozcan más y más detalles de su doble mandato.

Deja un país hecho trizas. Con tres dígitos más de paro (7,2 por ciento), un millón más de pobres, seis millones más de ciudadanos sin cobertura sanitaria, un déficit presupuestario de un billón de dólares cuando su antecesor le dejó un superávit de 200.000 millones, y una recesión de profundidad insondable. No es cuantificable la cuenta ya conocida de los desperfectos en la imagen de Estados Unidos, en el Estado de derecho, en el respeto a los derechos humanos y en la moral de sus conciudadanos.

Todo va a caer sobre sus espaldas. Ningún presidente ha acumulado tanto poder desde la Segunda Guerra Mundial. Y, sin embargo, no ha sido él quien lo ha utilizado sino la pandilla neocon que le ha rodeado, empezando por el auténtico poder en la sombra, el Dark Vader de estos ocho años, el vicepresidente Dick Cheney. Bush ha sido un presidente ligero y ausente, frívolo casi. Ha trabajado tan poco como Reagan, que era un hombre ya anciano cuando llegó a la Casa Blanca, pero no ha tenido carisma alguno ni talento organizativo para sacar partido de su dosificada dedicación política. No ha hecho vida social en Washington. Jamás ha querido relacionarse con los grandes medios de comunicación, tachados por sus amigos neocons de liberales, es decir, progres e izquierdosos. Ha dado muy pocas cenas de Estado, 12 exactamente, según el diario Político, frente a las 30 de Clinton y las 50 de Reagan en el mismo período de tiempo. Sus fines de semana han transcurrido lejos de la capital, en Crawford. Político señala que Martha's Vineyard o Kennenbunkport, en la costa de Nueva Inglaterra, donde pasaban los fines de semana Clinton y Bush padre respectivamente, son la antítesis del polvoriento y caluroso Crawford, sin apenas vida social. Allí ha pasado más de 400 días de sus ocho años de mandato, según las cuentas del periódico washingtoniano.

Si nos atenemos a sus propios comentarios, los símbolos y privilegios del poder presidencial, una especie de monarquía temporal electiva en definitiva, han pesado más en Bush que los propios contenidos de su presidencia. La web presidencial, con profuso protagonismo para la familia, las fiestas y los perros, da una idea de cómo se ve Bush a sí mismo, más cerca del espíritu de las cortes monárquicas y de las páginas rosa que de la gran política contemporánea. Su asesor Karl Rove creyó en algún momento que podía inaugurar una era de hegemonía indiscutible e indiscutida de Estados Unidos en el mundo y de amplio dominio republicano en la política norteamericana y sobre los tres poderes del Estado. Ha sido lo contrario. No ha sido un príncipe auroral sino el vástago crepuscular de una decadencia republicana.



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15 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Plaza Egipto, Calle Breton

Rafael Argullol: Evidentemente si eso sucede en el terreno general de la cultura a la fuerza tiene que suceder en el terreno particular de la vida.
Delfín Agudelo: Lo más bonito en el terreno particular de la vida es encontrar estos elementos en el nombre de la calle, en los atributos de la calle, en las placas conmemorativas, por ejemplo, que también me parece que en París es algo muy interesante, que permiten esta condición particular de la vida en hacer de la ciudad, de la calle y de la vida sobre todo un espacio interior: es la interioridad absoluta. Caminar París en invierno es completamente diferente a caminarlo en verano, por la misma situación del promeneur que es estar cerrado en sí mismo, el frío y la abrigo. Me parece muy emblemático en toda la función que cumple París en la historiografía de la promenade, que es esa constante búsqueda de sí mismo, del poeta, del caminante, a través de lo que está viendo en la ciudad. Y en eso el azar es fundamental, porque aquél que sale a caminar la ciudad está necesariamente en una situación de búsqueda, está buscando algo. ¿Qué es ese algo? No se sabe.
R.A.:Esto en definitiva es el arte y la cultura. En nuestro momento creo que hay una confusión inducida de lo que es el arte de la cultura tan extraordinario que el elemento primero del arte y de la cultura es orientarse y desorientarse, el elemento primero es una búsqueda, el elemento primero es la curiosidad, la necesidad de descubrimiento, el ponerse en una posición de descubrir. Y en ese sentido evidentemente París mantiene casi diríamos intacto los incentivos que hay al respecto. Si bien es cierto que por toda una serie de hándicaps propios de nuestra época, quizás el flâneur se ha hecho más difícil, al igual que el paseante, por las masas turísticas que también están en lo barrios: por el hecho de que la particularidad de aquellos negocios maravillosamente singulares quizá cada vez es más difícil por la presencia aplastante de las grandes franquicias, de las cadenas, etc. Pero diría que París es la ciudad que aún muestra una mayor resistencia al respecto, es decir, es aquella que aún tiene una gran capacidad para mantener la singularidad, la particularidad, todo ello amparado en un aspecto que ha veces se ha reprochado a los parisinos, quizás con razón en algunos momentos, que es  una ciudad segura de sí misma,  que es algo muy difícil de encontrar en el mundo, porque las ciudades en general no están seguras de sí mismas. Las ciudad alegan algunos aspectos de su pasado, de su presente, porque las ciudades tienen una gran inseguridad. Nueva York o los neoyorquinos nunca han tenido el lado de seguridad en sí misma que tiene París, porque no hay la antigüedad de París, porque Nueva York está formado además por una serie de convulsiones internas que han hecho que la seguridad en sí misma resida en- y quizás es el encanto de Nueva York-una especie de mundo en ebullición, en continua autocrisis. En cambio en París hay esa seguridad que te ayuda a ofrecerse como enciclopedia universal.



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15 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cállate o te mato

Leí la noticia hace unos cuantos días, pero no puedo sacármela de la cabeza. Durante una proyección de The Curious Case of Benjamin Button en Philadelphia, un joven de 29 años llamado James Joseph Cialella se enojó con el hombre que tenía delante porque no dejaba de hablar con su hijo. Según declaró, les pidió que se callaran y como hicieron caso omiso, sacó la pistola Kel-Tec .380 que llevaba en la cintura de su jogging y le pegó al padre un disparo en el brazo. Se lo llevaron preso, claro, para endilgarle después los cargos de intento de homicidio, asalto agravado y violación de la legislación de armas. Pero sin duda alguna, ese señor lo va a pensar dos veces antes de volver a hablar en en voz alta dentro de un cine.

No voy a justificar la violencia, por cierto. Ni aprovecharé la ocasión para reflexionar sobre la laxa legislación en materia de tenencia de armas que es tan característica de los Estados Unidos. Pero tampoco negaré que más de una vez perdí la paciencia ante la gente que habla en el cine en plena proyección de una película. Durante algún tiempo las actividades ‘expansivas' en la sala fueron, sí, patrimonio de los americanos del Norte. Más de una vez he padecido el ruido ensordecedor de las manos hurgando en los botes de popcorn, los dedos desenvolviendo paquetes de golosinas y las lenguas embarcadas en conversaciones que exceden la pregunta o comentario ocasional. Pero hoy en día, la mala costumbre de los ruidos es una característica (cuanto menos) occidental en su conjunto.

Parte de la culpa la tiene la TV, que en la intimidad de nuestros hogares nos permite hacer lo que sea en plena emisión de cualquier programa. La mayoría de la gente que conozco tiene el hábito de encender la TV y conversar encima. Es verdad que existen emisiones que requieren tan mínima concentración que le posibilitan a uno hablar, comer, jugar al poker y estudiar esperanto mientras transcurren. Pero yo, tal vez por deformación profesional, cuando pongo algo en la TV me gusta atender a su desarrollo. Será porque -también- me gusta ver cosas que me desafían como espectador...

Sin embargo, más allá de la TV y de la falta de cortesía hacia el prójimo que se populariza cada vez más en nuestras sociedades, yo creo que mucha gente habla hoy en el cine porque ya no sabe cómo estar sola. Necesita el cotorreo constante para persuadirse de que está acompañada. Y se pierde la maravillosa experiencia del contemplar-con-otros, que es totalmente distinta a la de contemplar en soledad.

Dicho lo cual, confieso haber levantado la voz alguna vez para pedirle a un par de señores mayores que si querían hablar durante la película, esperasen a su edición en DVD y la viesen en casa. 



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15 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lapidaciones y otros horrores

La noticia quema. El mufti de Arabia Saudí, máxima autoridad religiosa del país, acaba de emitir una fatua que permite (permitir es un eufemismo, la palabra exacta sería imponer) el matrimonio de niñas de 10 años de edad. El tal mufti (me acordaré de él en mis oraciones) explica el porqué: dice que la decisión es ?justa? para las mujeres, al contrario de la fatua anterior, que establecía en 15 años la edad mínima para el matrimonio, cosa que Abdelaziz Al Sheji (ese es su nombre) consideraba ?injusto?. Acerca de las razones de este ?justo? y de este ?injusto?, ni una palabra, ni siquiera se nos dice si las niñas de 10 años fueron consultadas. Es cierto que la democracia brilla por su ausencia en Arabia Saudí, pero, en un asunto de tanto melindre, podría haberse abierto una excepción. En fin, los pedófilos pueden estar contentos: la pederastia es legal Arabia Saudí. Otras noticias que queman. En Irán fueron lapidados dos hombres por adulterio, en Pakistán cinco mujeres fueron enterradas vivas por querer casarse por lo civil con hombres que ellas habían elegido? Aquí me quedo. No aguanto más.       



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15 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Qué hay dentro de libros?

Libros que atesoran objetos perdidos. Ilustración: Kim Bost/ Paper CutsAdemás de lo obvio, ¿qué más puede uno encontrar dentro de un libro cerrado por años en tu biblioteca? Yo he encontrado llaves, tarjetas, separadores de páginas, fotografías de ex novias, boletos, flores secas, papeles garabateados con frases o direcciones, clips retorcidos a manera de separador y muchas, muchas plumas (en una época solía recoger plumas cuando me las encontraba en el camino, como si fueran una señal). Lo más extraño que encontré fue una carta escrita a mano por un viajero perdido, que copié integramente en El viaje interior, que hallé en una edición amarillenta de Justine que conseguí en una librería de viejo en Málaga. Lo más valioso fue, hace dos años, un separador de libros chino que me regaló una chica en 1987. El separador tenía un poema de Tagore que era, ahora me resulta obvio, una declaración de amor: "Si acaso piensas en mí, te cantaré cuando el anochecer lluvioso despligue sus suaves sombras, su clara luz, hacia el ocaso" Desde luego que pensaba en ella, moría de amor por ella, pero nunca me atreví a decírselo, quizá porque esperaba una señal menos obvia para saber enterarme si ella me amaba o no (mi única defensa es admitirque aquella era la época que recogía plumas en la calle). Cuando al fin me atreví a expresar lo que sentía, era demasiado tarde. ¿Nostálgico estás? Es que no como. ¿Y a qué viene este recuento personal? Simplemente a que en el blog "Paper Cuts" apareció hace unos días un artículo titulado "Librarian, There?s Some Bacon in My Book" y me felicité porque, hasta ahora, no he encontrado un tocino en ningún libro mío. Tan mal no estoy. Dice el divertido post:A few weeks ago in the Book Review, Henry Alford wrote about strange things found stashed (and smashed) inside books, from money and photographs to baby?s teeth, insect corpses and pieces of superannuated bacon.Bacon. Really?Out in the blogosphere, there seems to be a lot of skepticism about the bacon bookmark meme ? or ?urban legend,? if you prefer. The most detailed discussion I could find, a 2006 essay on the aptly named site Bibliobuffet, mentions numerous sightings of errant breakfast meat in libraries from Florida to Nebraska (the earliest known bacon-in-books sighting was in an Omaha library) to Washington State and beyond, but no first-hand accounts from librarians, let alone testable lab samples of ?book jerky.??I have never heard directly from a librarian who has found bacon? in a book, Farley ? who claims to have a collection of more than 5,000 bookmarks ? said in an email message. The closest she came, apparently, was an interview with the creators of the library comic strip Unshelved, in which they talked about hearing first-hand from librarians who had found bacon. (Alas, the interview no longer seems to be available online.)So, readers, where?s the pork? Have you ever found (or put) any meat products in your books?(P.S. If you lust for a bacon bookmark but don?t want to leave a grease stain, or kill a pig, you can always knit your own.)



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14 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Juego sin tregua ni cuartel

Oriente Medio es el tablero de un juego peligroso, sin reglas y con demasiados jugadores. La dificultad de interpretar el sentido de los acontecimientos que estallan en este escenario bíblico da pie a maniobras fallidas, coléricas o ridículas (como la de Sarkozy anunciando la semana pasada en Egipto una tregua bilateral que no tuvo lugar).

Israel asalta la franja de Gaza y muchos se preguntan: ¿por qué ahora, en este preciso momento? Una primera respuesta: para entrometerse abruptamente en la agenda política de Barack Obama.

La toma de posesión del nuevo inquilino de la Casa Blanca (¡formidable epíteto para el presidente de un imperio!) tendrá lugar mientras los edificios civiles de Gaza se desploman bajo las bombas de fuego líquido, los habitantes corren despavoridos hacia ninguna parte y las fronteras siguen cerradas a cal y canto. La fuerza de los hechos brutales cercena la elocuencia de lo que Obama podría decir sobre Palestina, la paz, la concordia, el consenso de las mutuas concesiones, etc.

Los halcones de Israel han enviado a la Casa Blanca un mensaje: que a la señora Clinton ni se le ocurra restaurar la política de su marido. De aquella famosa foto de tres hombres dándose la mano no queda nadie: Rabin murió asesinado, Arafat murió calcinado por sus achaques, y Clinton debe seguir siendo un cadáver político. El nombramiento de Obama -Hillary como secretaria de estado de asuntos exteriores- encendió las alarmas en Tel Aviv -como si se avecinara uno de aquellos cacharros volantes de Saddam Hussein.

La atrevida iniciativa impulsada por Clinton durante su segundo mandato para sentar las bases de una paz definitiva consolidó el insólito acercamiento entre sionistas intransigentes y cristianos renacidos, la trama de una guerra redentora (Iraq) y la ilusión de un supremacismo mundial definitivo. Los dos sueños -el de la paz y el del dominio absoluto- han sido efímeros.

Es motivo de expectación la destreza que tendrá Obama para manejar a sus inevitables aliados en Oriente Medio.



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14 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Crisis del cuento?

Cuentos en encrucijada. Fuente: el mercurio Una nota sobre la posible crisis del género "cuento" es la que abre la edición de fin de semana de la Revista de Libros de "El Mercurio". El autor es Patricio Tapia y empieza declarando:Érase una vez, no hace mucho, mucho tiempo, un pobre género literario que había sido rey de una comarca, pero ahora estaba debilitado, quizá enfermo y por más que trabajaba no podía salir adelante. Su trono lo había usurpado un hermano suyo, más joven pero más robusto, que lo mantenía encerrado en un calabozo y sólo de vez en cuando le permitía ver la luz...Ya es lugar común, cuando menos en los países hispanohablantes, denunciar la poca atención que el mundo editorial dedica al cuento, las dificultades para publicarlos y la consecuente desesperación de sus cultores, forzados a explorar otras formas, generalmente la novela. Es verdad que muy pocos escritores se asumen como "cuentistas", porque son muy pocos los que escriben sólo cuentos, pero también lo es que muchos son conocidos por ellos: Borges, O. Henry, Raymond Carver, Alice Munro, Cynthia Ozick, por mencionar algunos.Pero ¿de qué hablamos realmente cuando hablamos de crisis en el cuento? No precisamente de que ya no se escriban cuentos, porque dudo que el ritmo de escritura de relatos se haya reducido en las últimas décadas (aunque podríamos tener esa impresión porque, lo que sí ha ocurrido, es que ha aumentado el de escritura de novelas) sino porque los editores cada vez se ponen más quisquillosos para publicar cuentos. Así lo comprueba el mismo periodista:¿Qué se dice por la contraparte, las editoriales? ¿Existe reticencia para publicar cuentos? Andrea Viu, de Alfaguara, señala: "Sí, existe. Dicho a lo bruto 'el cuento no vende' o, al menos, vende mucho menos que la novela. Pareciera haber reticencia entre los lectores a leer cuentos. Algo que francamente no entiendo". Arturo Infante, de Catalonia, indica: "Claro que existe; prueba de ello es lo poco que se publica en relación a la novela o a la no ficción. Tampoco los lectores los demandan por sobre esos otros géneros". "En mi caso, publico cuentos porque me gusta el género. Y seguiré publicando, pues además no les va tan mal como se supone, muchas veces mejor que a muchas novelas que hacen ruido inicial y luego se van al saldo". Y no obstante las razones para no publicarla, hay editoriales españolas que dedican especial atención a la narrativa breve. Según José Ángel Zapatero, de Menoscuarto: "Lo hacemos primero por gusto personal y luego por ofrecer a los lectores de cuentos (que son cada vez más) lo que desean y les gusta leer y a los no lectores de cuentos la posibilidad de disfrutar con historias breves contadas con intensidad y calidad literaria". Juan Casamayor, de Páginas de espuma, señala que en la década de vida que tiene su editorial "se han registrado síntomas evidentes que hablan de la vitalidad del género": desde jóvenes escritores españoles y latinoamericanos que están escribiendo buenos libros de cuentos hasta el crecimiento sostenido de lectores. Todo lo cual lleva a que "de la lúgubre máxima de 'el cuento no vende' hayamos pasado a proyectos que pueden hacer gala del lema 'vivir del cuento'".Interesante. Pero me pregunto si ahora, con el auge de los teléfonos móviles tipo Blackberry o iPhone, el Facebook y tantas herramientas digitales inmediatas, no habrá un nuevo auge del relato corto o cortísimo. Quizá. Puedo imaginarme clarísimo un mundo donde los cuentos se descargan por internet y se leen en teléfonos. Y ahí sí que habrá que ser contundente si no queremos ser interrumpidos por una llamada urgente que no diga nada.



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14 de enero de 2009
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