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La nueva rareza

Rastreo la expresión nueva normalidad que el Gobierno repite a modo de mantra, un preaviso para interiorizar que los estándares serán otros. Hay que cuestionarse cómo les fue a nuestros antepasados cuando tuvieron que enfrentarse a un novedoso sentido de lo normal. Se trata de una vieja paradoja usada como interrogante existencial tanto en periodos de duelo como en procesos de reorganización de la comunidad. El activista agrario y pensador canadiense Henry Wise Wood se preguntaba en 1917: "¿Cómo pasaremos de la guerra a la nueva normalidad con el menor fracaso y en el menor tiempo? ¿La nueva normalidad debe tener una forma diferente a la anterior?". Dos años después de las inquietudes de Wise, esa nueva normalidad imponía en EE.UU. la ley seca, gracias a la cual estallaba una burbuja de champán y charlestón, de flecos y mafiosos pegados a un habano.
 

La caída de las Torres Gemelas el 11-S dejó tan desnudo al mundo, que volvió a recurrir al anticoncepto. Lo normal no puede ser nuevo: no se regresa al mismo escenario, sino que se construye otro. Se instauraron pro­tocolos: llegar a un aeropuerto y tener que medio desvestirse convertido en potencial sospechoso. "¡Bendita seguridad!", dijeron unos, mientras otros arrugaban la nariz, recelosos ante lo que Ignatieff denominó el mal menor . El miedo se cronificó, pero sin afectar al imparable ritmo de las cadenas de producción. Producir, contaminar, competir, ambicionar... Los verbos volvieron a ser tan viejos como en tiempos de Augusto, aunque nuestro ecosistema se llenara de pantallas y nos sintiéramos más ufanos, normales, ­autónomos.

Con la crisis del 2008 de repente ­fuimos más pobres. La corrupción se había convertido en práctica conso­lidada ante nuestras pasmadas narices. La clase media se eclipsó, la preca­riedad y el malestar social se gene­­ralizaron... incluso Eurovisión dejó de ser normal. Nos acostumbramos a vivir en suspenso, a viajar como sardinas, a que la expresión lista de espera nos ­resultara sexy.

Hoy, la nueva normalidad se anuncia distante y retraída. La simpatía social será autocensurada, y los metacrilatos aislarán nuestros alientos desinfectados. "Toda la historia es la historia de luchas entre distintos sistemas inmunológicos", escribe el filósofo Peter Sloterdijk, que considera a la humanidad un agregado de organismos y no un superorganismo. Y así es: nos tomaremos la temperatura aguardando la vacuna para alterar la normalidad y, una vez inmunes, volveremos a contagiarnos de nuevas rarezas.

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20 de mayo de 2020
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Los trazos de la canción

A lo largo de 2019 el realizador aleman Werner Herzog estrenó en Estados Unidos tres largometrajes propios, lo que en un hombre de su edad (78 años) parece un signo de vitalidad envidiable. La última de esas tres poducciones, Nomad, In the Footsteps of Bruce Chatwin (Nómada, Tras los pasos de Bruce Chatwin) se presentó en Europa dentro de este mismo 2020 y acaba de ser emitida en abierto para solaz de los agobiados internautas confinados por el dichoso coronavirus. Gracias a tan inesperada circunstancia, y estimulados por la poderosa sugestión de las imágenes, seguramente habrán sido muchos quienes hayan aprovechado para hacer una revisión del ayer muy famoso y hoy un tanto olvidado Chatwin. Y de paso también para  releer en especial su libro más ambicioso (y por desgracia fallido) Songlines (traducido en castellano con el afortunado  título de Los trazos de la canción).

El  documental es básicamente un emocionado canto a la amistad que unió casi de por vida al cineasta alemán y al escritor de origen inglés pero ciudadano del mundo (nómada) por vocación. Y también es una especie de preparación para la caminata final, o por ponerlo en los mismos términos que en su día lo hizo Baroja al hablar de sí mismo, una guía para encarar con dignidad “la última vuelta del camino”. Incluye pasajes tan impresionantes como el momento en que un Chatwin visiblemente enfermo pide con mirada alucinada al amigo que acabe de una vez con su vida.. Y también ofrece momentos decididamente chuscos, como el de la intervención de un reyezuelo africano de tercera categoría que al devolverle a Chatwin el libro que éste le prestó comenta que lo ha encontrado plagado de circunloquios. Por todos los santos. Están metidos de lleno en el rodaje de una caótica película en plena selva (Cobra verde) con centenares de extras descontrolados haciendo de las suyas delante y detrás de la cámara y con un no menos descontrolado Klaus Kinski persiguiendo nativas y maltratando con idéntica fruición a los compañeros de reparto. Y el reyezuelo en cuestión considera que en el libro hay un exceso de circunloquios (!).

¿Y en la actual circunstancia, cuando el intencionado abuso político y económico de las fake news está perturbando gravemente el normal funcionamiento de los medios de comunicación  entre humanos, ¿cómo trata Herzog al amigo que en su día fue acusado  justamente de adornar en exceso sus relatos (es decir, que una significativa porción de sus escritos podría ser una invención)? “Sí”, reconoce Herzgog con toda naturalidad: “Bruce a veces adornaba en exceso la verdad, pero solamente con intención de que fuese verdad y media”.

Resumiendo  mucho, la idea básica de Chatwin cuando empezó su largo periplo australiano en busca de material para Songlines era que en respuesta al brutal exterminio de los aborígenes por parte de los colonos europeos, los escasos supervivientes se movían sin descanso por todo el continente como si éste fuese una especie de mapa de la memoria. Para ellos, perpetuos vagabundos una vez despojados del solar de sus antepasados, hasta el más insignificante rincón del país se podría leer como una partitura musical.

Chatwin pasó años reuniendo evidencias, haciéndose acompañar e instruir por nativos y aventurando hipótesis tan sugestivas como la que expone en las páginas 212 y 213 de la edición de Mario Muchnik. A propósito de la necesidad de movimiento continuo que según él aqueja a los humanos en lo más profundo de su ser (después de todo fuimos recolectores nómadas antes de asentarnos), dice: “En el Islam, y sobre todo en las órdenes sufís la siyahat o “deambulación” —el acto o el ritmo de caminar—se utilizaba como técnica apropiada para disolver los vínculos del mundo y para permitir que el hombre se perdiera en Dios”.

“El propósito del derviche consistía en convertirse  en un “muerto caminante”: un ser cuyo cuerpo permanece vivo en la Tierra pero cuya alma ya está en el Cielo. Un manual sufí, el Kash-al-Mahjub, dice que al aproximarse el final de su viaje el derviche se convierte en el camino y no en el caminante, o sea en un lugar sobre el cual transita alguien que no es un viajero siguiendo su propio camino”. Dicho ahora como a su manera lo hizo Antonio Machado,  “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Mira por dónde asoma Castilla al final de un interminble desierto australiano.  .

En su primera aparición pública (1987) Songlines tuvo una gran repercusión tanto en Europa como en Estados Unidos, pero Chatwin no quedó satisfecho. Consideraba que era una obra de ficción (una novela) y no un relato de viajes y siguió trabajando en el texto casi hasta su muerte. Una vez incorporados todos los fragmentos, reflexiones, notas, fichas y retazos que había ido reuniendo durante años, se adivina el propósito o proyecto narrativo, pero en efecto no es una novela.  Lo cual no impide que como idea original, la simbiosis de  música y camino en tanto que depósito de la memoria resulte fascinante.

Los trazos de la canción

Bruce Chatwin

Traducción de Eduardo Goligorsky

Muchnik Editores

 

 

 

  

 

 

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19 de mayo de 2020
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Diario del confinamiento (10) Cambios que se avecinan

No soy de los que creen que este virus lo va a cambiar todo, pero tampoco me incluyo entre los que piensan que no va a cambiar nada.

Ya se observan movimientos que indican modificaciones de cierto calado. La burbuja inmobiliaria, por ejemplo, podría desplazarse de la ciudad al campo. Pasar la pandemia en una casa con jardín no es lo mismo que pasarla en una colmena.

También se anuncian cambios en el universo agrícola. De la excesiva dependencia de los productos extranjeros, podríamos deslizarnos hacia lo que los franceses llaman la “soberanía alimenticia”, y resucitar tierras fértiles (y ahora abandonadas) por la imposibilidad que tienen muchos agricultores españoles de competir con las grandes cadenas importadoras, que están aniquilando la variedad y alimentándonos con productos envenenados. Un fenómeno que podría beneficiar mucho a la España vacía (me niego a emplear el palabro “vaciada”, que se me antoja abyecto y más despectivo y escamoteador que “vacía”).

Hablo solo de la punta del iceberg. Muchos más cambios se avecinan, algunos de carácter dramático. La confianza en el rebaño (sí, rebaño, otra palabra que los inquisidores del lenguaje quieren prohibir), va a desaparecer.

Se anuncia en el horizonte social un cierto miedo a la masa. ¿También esta prohibido decir masa? Bueno, mejoremos la semántica: miedo a la multitud, a la muchedumbre, a las conglomeraciones de almas y de cuerpos. Miedo a la gran otredad.

El problema es que vivimos en sociedades de masas. ¿Otro modelo que podría cambiar? Dejemos pasar el tiempo mientras a la pandemia vírica se unen ya otras dos plagas: los trastornos mentales y la ansiedad. Además de los suicidios inducidos por ese fármaco en el que un demente francés creyó ver la panacea universal.

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16 de mayo de 2020
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Arúspices

Con el corona aún pegado a nuestra sien como un arma letal, no falta día ni entrevista en la que deje de sonar la voz de los arúspices, aquellos sacerdotes de la Roma pagana que en las entrañas del animal leían el porvenir. En los vaticinios del presente se dice que la tragedia nos purificará. Habrá más muertos en la cercanía y desaparecidos en el temporal del mundo del trabajo, pero la solidaridad y la entrega mostradas desde el primer día prevalecerán, y seremos mejores: verle al destino su cara más atroz ablandará la mirada rapaz de nuestros ojos. Ojalá.

Un suelto en el periódico, insignificante al lado de las listas de fallecidos y enfermos, llama sin embargo la atención; la noticia es tétrica, pero con algo de bufonada, como siempre que anda la justicia por medio con la porra en la mano. Más de 380.000 personas han estado delinquiendo tan ricamente, al compartir libros, periódicos y revistas que unos servicios de mensajería, como los que le traen la pizza pre-pagada a tu vecino, les facilitaban instantáneamente, sin bicicleta y con fraude. CEDRO informa de que estos piratas, que se creerán gente honrada, distraían así el confinamiento gracias a Telegram y WhatsApp; la primera ya ha bloqueado la apropiación ilegal de labores de creación con las que subsisten unos cuantos, quizá muchos más en número que esos casi 400.000 infractores desaprensivos. ¿Bloqueo voluntario o fue que les pillaron? 

Nos preguntamos cómo saldrá el arte de esta crisis: los libros, el teatro, las películas, el trabajo de los periodistas y los músicos. La mayoría de arúspices detecta en nuestra entraña la gratitud a los artistas que ahora no tienen voz, ni medio de expresión, ni sueldo. Se les reconocen sus méritos, y el placer que dan. Predican universos posibles, y a cambio piden vivir de su ficción. Ni mucho menos son un conjunto de dioses, ni su casa el olimpo. Pero ahí están los apóstoles del todogratis para bajarles los humos y, de paso, trincar.

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14 de mayo de 2020
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Contengo multitudes

La adolescencia regresa a nuestras vidas, y esta vez nada tiene que ver con el descubrimiento del amor, sino con esta vida por vestir que se nos ha quedado entre las manos. Ahora no corremos contra el tiempo, y, así, podemos satisfacer aquel deseo aparcado de abrir cajas de Pandora de las que extraemos auténticos fósiles: viejas fotos con disfraces, cartas de amor que afortunadamente nunca enviamos, hasta un pedacito de cordón umbilical he encontrado. Cápsulas del pasado por descargar, e incluso por descifrar, vuelven a nosotros para recordarnos que la felicidad ocurre a deshora, en instantes inadvertidos.
 

La agenda está en blanco, acaso alguna cita virtual ahora que todos somos milénicos. No hay lugar adonde acudir que no sea nuestro interior. Días enteros encerrados en un cuarto, con la mirada empachada de plasma y bombillas. Días de flojera en las piernas, ante un proceloso mar de incógnitas que nos hace sentir náufragos. El dios Dylan va compartiendo con cuentagotas canciones que acaban de envenenar nuestra melancolía. Con su cadencia salmódica nos ofrece un tema cuyo título -tomado prestado del poema de Walt Whitman, Canto a mí mismo - no podría ser más descriptivo justo cuando el concepto de multitud queda temporalmente suspendido: I contain multitudes ("Sí, me contradigo. Y ¿qué? / Yo soy inmenso... / y contengo multitudes"). Probablemente los ­teens de hoy no lean Hojas de hierba ni celebren la orgía de aquel vitalista que se declaraba "un hijo de Manhattan, turbulento, carnal, sensual, comedor, bebedor y procreador, ni sentimental, ni superior a hombres y mujeres, ni alejado de ellos, tan modesto como inmodesto". Somos nosotros, disfrazados de adolescentes, sin horarios y en chándal, quienes queremos aprender a holgazanear a la manera de Whitman, a quien hasta le holgazaneaba el alma. Una ebriedad vital que contrasta con la crisis existencial que nos atrapa.

"¡Creatividad!" exclaman los gurús del coaching; "de esta crisis cada uno debería salir de casa con 100 ideas", animan. Nos preguntamos dónde estarán esas ideas una vez hemos perdido el control y las hipótesis no pasan aún de borradores. Pero empiezan a cotizar las nuevas propuestas para un nuevo mundo más retraído, más distante e individualizado. Habrá que seguir la receta de Stefan Zweig: inspiración, más trabajo, exaltación, más paciencia, deleite creador más tormento creador. Porque no sólo nos sacudirá la economía, también el vacío existencial si no alentamos la creación y respetamos a los creadores, estimado ministro de Cultura.

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13 de mayo de 2020
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Biblos

España es un país de cuerpos, de millones de cuerpos, todos ellos interesados por otros cuerpos casi en exclusividad. No se sabe si dentro de esos cuerpos además de hígados, gónadas o bazos hay también sesos
 

Comencé a alarmarme hace unos días cuando el paseo de la Castellana se cubrió de corredores pertenecientes a los cinco sexos, acicalados con chándales multicolores. Corrían con poca esperanza, pero con gran convicción y el asfalto temblaba bajo sus pisadas. Al siguiente día la misma avenida se llenó de ciclos, patines y patinetes por centenares, todos mirando al cielo. Al otro, de señoras con perro o con bolsas del súper. Y estoy convencido de que si el Gobierno así lo desea se llenará de dromedarios o de neozelandeses haciendo la Haka. Comprendí aquella gloriosa frase de Zapatero a Sonsoles: "¡No sabes tú cuántos miles de españoles podrían ser presidentes de España!". No era humildad, era realismo socialista.

Todo va por la misma rodera. España es un país de cuerpos, de millones de cuerpos, todos ellos interesados por otros cuerpos casi en exclusividad, como se advierte en las series españolas de televisión. No se sabe si dentro de esos cuerpos además de hígados, riñones, gónadas o bazos hay también sesos. En todo caso, al Gobierno le es indiferente porque es un material sobre el que tiene marcada desconfianza. De ahí que ya empiezan a llegar las ayudas al fútbol (el opio nacional), que a los estudiantes les dejen pasar curso (de nada, de nada), a los universitarios el aprobado general (han sufrido mucho), y así sucesivamente. Las ayudas a la cultura van al teatro y al cine, donde aparecen cuerpos indudables.

Yo propongo que los que quedamos fuera del reparto hagamos listas de libros deseables y de librerías amigas. Así, en cuanto nos den la suelta, podremos ir corriendo en chándal a comprar por lo menos dos libros en cada establecimiento y de paso dar las gracias por aguantar un poco más. Si no les ayudamos nosotros, ¿quién lo hará?

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12 de mayo de 2020
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Prohibido quedarse en casa

Cuando a comienzos del siglo veinte uno de tantos volcanes de Guatemala entró en erupción, el dictador Manuel Estrada Cabrera mandó desde su encierro en el palacio presidencial a leer por las calles un decreto, donde se establecía la falsedad de la supuesta erupción, fruto mentiroso de una conspiración política para desestabilizar el país, dañar la economía y atrasar el progreso. La mentira oficial pretendía, así, sustituir a la realidad.
 

Pero la lluvia de ceniza ardiente aventada por el volcán, que oscurecía el sol, impedía al empleado público a cargo de divulgar el decreto cumplir con su cometido, y a falta de claridad debía auxiliarse con una lámpara de acetileno; además de que, ante la violencia de los temblores, nadie se quedaba a oír su pregón.

En Nicaragua no existe ninguna epidemia causada por el Covid-19, porque las fronteras del país han sido blindadas, gracias al imaginario oficial, por la protección divina. Todo lo demás, es fruto de la conspiración de cerebros deformes y enfermos, que sólo buscan calumniar y difamar. Y desestabilizar el país, dañar la economía y atrasar el progreso.

Los propagandistas oficiales empezaron diciendo que el corona virus era una enfermedad de ricos ociosos, que no tenía por qué tocar a las puertas de los pobres, de manera que eso de quedarse en casa era una aberración de la propaganda imperialista. La pandemia, en el mundo, no es más que un castigo divino contra la explotación capitalista.

Vivimos algo así como una lucha de clases sanitaria, con lo que el virus se ha vuelto un asunto ideológico. Negar que exista en Nicaragua, un deber revolucionario; prevenir contra su diseminación, una maquinación de la derecha.
En los centros de salud se llegó a prohibir que los médicos y enfermeras usaran guantes y mascarillas para atender a los pacientes, porque eso significaba crear alarmas innecesarias. Y también se advirtió al personal no dar ninguna información sobre la enfermedad, para no crear un estado de histeria colectiva.

Para demostrar que vivimos en el país más sano del mundo, y estamos obligados a ser felices por decreto, la propaganda oficial se ha desplegado en gran alarde para inducir a la gente a amontonarse en las playas, y se mantienen los puertos abiertos a los cruceros, con el inconveniente de que estos dejaron de dejar de llegar por sí mismos; se inventan ferias gastronómicas, se convoca a fiestas patronales. El país es una bomba de contagio.

Y además de que se mantienen abiertas las escuelas y las universidades, se atrae hacia los estadios a los incautos; se montan veladas de boxeo, que la cadena internacional ESPN transmite, como si fueran funciones de circo pobre, rarezas "atípicas" del pintoresco tercer mundo en tiempos de pandemia.

Los resultados de las pocas pruebas que se realizan no son hechos del conocimiento de los pacientes, y los hospitales y clínicas del estado tienen órdenes de registrar los casos como "enfermedades respiratorias atípicas". Las estadísticas oficiales no tienen, por lo tanto, ninguna clase de crédito.

Pero mientras el mal es declarado inexistente, los hospitales se hallan abarrotados de pacientes que cuando mueren no pueden ser velados, y deben ser enterrados sin acompañamiento familiar, bajo vigilancia de la policía. Y el temor a la represión se extiende, porque hablar del virus puede convertirse en un acto subversivo. Los deudos de los muertos prefieren callar.

El mecanismo de falsificación de la verdad viene a ser el mismo que fue utilizado a raíz de la represión que dejó centenares de muertos en las calles hace dos años. Los asesinados por disparos de fusiles AKA y por balazos certeros de francotiradores, equipados con fusiles Dragunov rusos, y Catatumbo venezolanos, nunca existieron. Las víctimas, enlistadas por los organismos de derechos humanos, habían muerto a consecuencia de riñas por drogas, pleitos callejeros, o accidentes de tráfico. El cinismo en toda su majestad, como ahora otra vez.

Las autoridades sanitarias reconocen solamente 16 casos, con 5 fallecidos, lo que, por una paradoja siniestra, convierte a Nicaragua en el país de más alta mortalidad en el mundo por causa de la pandemia. Pero se ha entrado ya en la fase de transmisión comunitaria del virus, y el Observatorio Ciudadano, un organismo de la sociedad civil dedicado a reunir información, reporta ya cerca de 800 casos de infección en el país. Infección clandestina.

Hace pocos días, 645 profesionales de la salud, todos especialistas reputados, firmaron un documento público, con el respaldo de todos los gremios médicos. En este pronunciamiento sin precedentes, se exige al régimen la adopción de medidas que son del sentido común, adoptadas en otros países.

Es tarde, dicen los médicos, pero, "en el momento de inicio del ascenso de la curva de casos graves, aún es posible realizar acciones de mitigación que reduzcan el catastrófico impacto en la tasa de letalidad y en el sistema de salud".

Es un documento valiente, porque muchos de los firmantes se exponen a ser despedidos de los hospitales por quebrantar la imagen del estado perpetuo de felicidad en que viven los nicaragüenses, presos dentro de este increíble y fatal espejismo en el que los altavoces oficiales te dicen que quedarse en casa no es más que un vicio burgués.

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11 de mayo de 2020
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Otra vida por vivir

Resulta curioso, y sobre  todo esperanzador, constatar que hay libros sencillos, escritos sin grandes pretensiones y que pese a tener un autor poco o nada conocido y salir al mercado sin el apoyo de grandes lanzamientos ni avalistas de enjundia, se abren paso por si solos hasta alcanzar una muy digna difusión. Tal es  el caso de Otra vida por vivir, cuya traducción al castellano probablemente habrá sobrepasado ya la décima edición y todo gracias a los propios lectores y los libreros, que son quienes en definitiva deciden la suerte de un libro.

Su autor, Theodor Kallifatides, es un ciudadano de origen griego que en la década de 1960 optó por emigrar a Suecia en busca de unas condiciones de vida que su tierra natal no le podía ofrecer. Salvo que el suyo no fue un simple traslado para asegurarse el sustento o un techo digno sobre su cabeza. Su objetivo a largo plazo era dedicarse a escribir y para ello necesitaba antes que nada adquirir una sólida formación y, con el tiempo, ir sustituyendo su lengua materna por la del país de acogida. De paso, y aprovechando tan largo y arriesgado  proceso, su idea era empezar a publicar e ir dándose a conocer. Al fin y al cabo si gente como el ruso Joseph Brodsky o el irlandés Samuel Becket incluso llegaron a ganar el premio Nobel escribiendo en inglés y francés, respectivamente, o si el polaco Józef Teodor Konrad sigue siendo stimado como uno de los mejores representantes de la literatura anglosajona del siglo XX, el empeño era factible y Theodor Kallifatides puso su alma entera en lograr un objetivo al que ha dedicado toda su vida.

Quede claro sin embargo que, en esta como en tantas otras ocasiones, “poner todo su empeño”, o “dedicar lo mejor de su vida” no es garantía de nada. Insisto en resaltar que continúa siendo decisivo el factor suerte, aparte de que un mínimo de calidad literaria también ayuda. Y en ese sentido Theodor Kallifatides no puede quejarse: con el tiempo se graduó en Filosofía por la Universidad de Estocolmo, donde más tarde ejercería como profesor. Y en cuanto a su trayectoria como escritor tuvo el acierto de conectar con los lectores suecos desde su primer libro y ello se ha traducido en una obra avalada por numerosos premios y que le ha permitido llevar una vida con la clase de dignidad que fue a buscar tan lejos. La suya, fue, pues, una decisión bien meditada y llevada a cabo hasta el final con todas sus consecuencias, pues incluso se casó con una mujer sueca a la que apenas le ha enseñado griego porque deseaba que sus conversaciones con ella fuesen siempre en su lengua de adopción, y lo mismo hizo con sus hijos, quienes tampoco hablan griego.

Sin embargo, y llegado un momento determinado, resultó que su tan meditado y bien ejecutado plan de vida le empezó a fallar. Por alguna razón perdió el interés en la escritura y después de buscar muchas y en ocasiones hasta peregrinas explicaciones a tan incomprensible sequía, llegó a la conclusión de que necesitaba un profundo cambio de vida. O por decirlo como él mismo lo hace, inventarse otra forma de vivir. Dejó el estudio que le había servido de santuario para escribir sus libros a solas y empezó a buscar nuevas motivaciones y estímulos. Siempre en busca de un motivo a su incomprensible desidia, lleva a cabo un  interesante análisis de cómo han cambiado las condiciones de vida en Suecia, un país que a su llegada era  un ejemplo de tolerancia y comprensión hacia los necesitados (aparte de un paraíso en lo relativo a servicios socia) y que a la vuelta de unos años se había convertido en un  áspero y hostil territorio para los emigrados. Y de eso va esta novela: un lúcido viaje a la introspección que terminará con la reanudación de la escritura, pero en griego. Un regreso a lo que él mismo califica de “la única patria que todavía le quedaba” y que le permitió salvar lo que todavía podía ser salvado. Al libro le beneficia además una traducción impecable.

Otra Vida por vivir    

Theodor Kallifatides

Traducción del griego moderno por Selma Ancira

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11 de mayo de 2020
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Profeta

Hubo un tiempo en que uno no era nadie si no había pasado por las cárceles franquistas, aunque hubiese sido durante veinticuatro horas. Vino luego un encuadramiento mejor considerado, el de los que habían sido maltratados por el detestable personaje recientemente fallecido. Pero ahora ha surgido una nueva y selecta categoría, la de los que escribieron algo que prefiguraba el desastre pandémico en el que estamos sumidos; a este grupo, según uno de mi más perspicaces seguidores y gracias al relato que publiqué en mi blog personal el 19 de enero de 2014, tengo el dudoso honor de pertenecer; este es el texto responsable:

 

Inusitada incidencia de enfermedad infecciosa.

 

En una pequeña urbanización costera se diagnostican siete casos de fiebre aftosa durante un fin de semana. No existe relación de parentesco o gran amistad entre los afectados aunque, dada la proximidad de sus domicilios, todos declaran conocer a todos, al menos de vista.

El sargento Omedes, del Cuerpo de Identificación Preventiva en  Actos Sociales o Epidémicos, entrevista en el hospital comarcal a la enferma Arancha Ruiz de Moderado. Durante más de una hora intenta conseguir información acerca de los movimientos que Arancha realizó antes de ser ingresada. Arancha despista a Omedes con diabólicas fintas que no sólo no arrojan luz sobre su comportamiento en esas horas sino que siembran fundadas dudas sobre su misma identidad e incluso sobre la del sargento Omedes que, regresado a su oficina a preparar el informe, no puede hilvanar la avalancha de datos que le ha dado Ruiz y, desmoralizado, se hace con una navajilla sajadora modificada y la guarda en el sobretodo. A la mañana siguiente, agarra a Arancha por el pescuezo al tiempo que le clavetea la espalda, los pechos, el  abdomen y las pantorrillas. Lo que de allí sale es para verlo. Cepillos de carpintero, muselinas y flores de cardamomo se acompañan, al desparramarse por el linóleo, con los alaridos de dolor de la misteriosa joven. Omedes es ascendido a sargento de 1ª clase, y condecorado con la Flor Dorada de los Moribundos. En mayo hará un año de todo esto y todavía nadie entiende de qué va la cosa. 

 

https://ferrerlerin.blogspot.com/2014/01/inusirada-incidencia-de-enfermedad.html

   

 

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9 de mayo de 2020
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2020. Diario del confinamiento (9) Abismales

                                                                                        

(A Juan Gorostidi que vio antes que yo la conexión de Las Abismales con la actualidad).

 

Empieza la ceremonia del aire sofocante... Tiemblan los cuerpos y las conciencias y la noche invade las dimensiones del día... El miedo se desliza de casa en casa, de lecho en lecho, y es difícil pactar con el sueño...

 

Al caos social se unió el problema del abastecimiento. La gente se negaban a venir a Madrid.

 

El Gobierno decretó que nadie podía salir de Madrid, pues todo el mundo temía que los madrileños estuviesen contaminados y se instauró la cuarentena para los habitantes de la capital.

 

El ejército bloqueó todas las salidas y se inutilizó el aeropuerto de Barajas.

 

Estos cuatro fragmentos están entresacados de la novela Las Abismales, aparecida el año pasado. En esta novela “donde los acontecimientos ya no hacen huelga”, como diría Baudrillard, asistimos al despliegue de una pandemia en Madrid.

 

Los jabalíes y las aves de rapiña pueblan la Casa de Campo, y un caballo recorre de parte a parte Madrid. La naturaleza impregna más la ciudad y se alteran mucho las relaciones familiares.

 

La plaga genera numerosos conflictos que se agudizan en verano, y el protagonista vive confinado en una cabaña de Somosaguas. En el corazón del relato hay una clave de naturaleza involuntariamente premonitoria: la pagina 179 está escrita en caracteres chinos:

 

道可道非常道。名可名非常名。

 

恆無,欲也,以觀其妙;

 

恆有,欲也,以觀其徼。

 

此兩者同出而異名同謂之玄。

 

玄之又玄,衆妙之門。

 

Se trata del primer poema del Tao, que habla de un fluido que no se puede apresar ni definir, cuya esencia se nos escapa, y que surge de la oscuridad, un poco como el Covid-19. Nunca antes, en ninguna de mis novelas, había sacado una página escrita en chino. El narrador invoca el poema mientras aguarda a la puerta de un hospital de Madrid. Cito textualmente:

 

En el hospital se percibía un movimiento constante. Las camillas se deslizaban una tras otra por los senderos que iba abriendo la gente que llenaba los pasillos... Los enfermos se hacinaban en las penumbras, de las que surgía un rumor doliente y desalentador...

 

...Basándose en el Tao, David podía pensar que todos los hechos de Madrid surgían de un fondo único, y que ese fondo único se llamaba oscuridad. ¿Había que oscurecer todavía más la oscuridad para llegar a una cierta clarividencia que hiciese explicable lo que estaba ocurriendo? Mientras contemplaba el discurrir de hombres, mujeres y niños entrando y saliendo del hospital, sentía que bajo ese fluir aparente se deslizaba otra fuerza que ni se podía nombrar ni se podía apresar en su continuo transcurrir. ¿Qué nombre darle a ese flujo permanente? ¿Cómo captar su esencia? David tenía claro que seguíamos en el universo de la mitología, y que algo se resistía siempre a la comprensión, de modo que toda explicación de ciertos fenómenos acababa siendo mitológica, cuando no enteramente simbólica, y así nunca se llegaba a la verdad.

 

Lamentaba estar sumergido en un mundo de emociones tan intensas que le impedían razonar. El grado cero del pensamiento se estaba finalmente convirtiendo en una realidad y el mundo había adquirido la apariencia de un mito infernal. (Páginas 180-181).

 

Aquí acaba la cita y añado: en contra de Aristóteles, Oscar Wilde pensaba que la Naturaleza imita al Arte. Parece una boutade, pero como ocurre muy a menudo con Wilde, el escritor se limita a formular una verdad tan paradójica como fulminante.

 

Fue también Oscar Wilde el que dijo con una sonrisa en los labios: “No copio a la Naturaleza, es más bien la Naturaleza la que me copia a mí, pero nunca voy a acusarla de plagio.”

 

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6 de mayo de 2020
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El Boomeran(g)
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