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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La soledad o el dolor

Parece extraño que el dolor físico, que tan elocuentemente se manifiesta, no consiga comunicarse con el otro.

Sufrimos la clamorosa y repetida presencia del dolor pero afuera no es posible oír nada de nada. Queremos dar noticia a los demás de la intensidad con que nos duele una rótula,  una muela o la cabeza pero no podemos hacerlo conectándolo sin más a ese tremendo emisor.

Es necesario que lo expliquemos, tratemos de describirlo, busquemos la manera de hacer sentir su proporción, pero todos los medios resultan tan insuficientes y torpes como inútiles. Parece muy extraño que no se oiga o se sienta alrededor algún indicio de nuestro tormentoso dolor pero efectivamente la condición humana ha mutilado ese lenguaje cuerpo a cuerpo, de mi tormento a tu oído. Un habla acaso tan superior que ensimismada en sí misma actúa en su profundidad como un castigo doble: el castigo de su martirio primario y la tortura secundaria de tener que vivirlo en la absoluta soledad. El dolor físico, de este modo, absoluto. No necesita nada más que a sí mismo para demostrar su imperio total. El otro dolor, el dolor del alma, se presta a la transmisión  emocional, psicológica, existencial, el dolor físico se funda desesperadamente en sí mismo.  De ese modo constituye el reflejo más duro de la soledad en que, a fin de cuentas, cada cual vive en este mundo. Yo a solas con mi dolor. Yo o mi dolor crónico. Yo acompañado tan sólo acompañado verdaderamente por la perfecta soledad que el dolor cerca y concluye.



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7 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Insensatez

Poco después de casarme por primera vez, una amiga me regaló una gata siamesa. Le pusimos Marilyn, sin pensar que los nombres tienen peso simbólico. Una noche de jueves –hablo de la segunda mitad de los años 80-, mientras cenábamos viendo División Miami (les avisé que se trataba de los ochentas), la gata de meses saltó con la intención de pararse en el filo de la ventana. Por más gata que era, calculó mal. Y siguió de largo. Cayó la altura de dos pisos de apartamento viejo, golpeando el suelo con la cabeza. Cuando la rescaté sangraba por los ojos.
    El veterinario hizo lo que pudo. Le conectó una vía de suero y me recomendó que no alentase muchas esperanzas. Mientras aguardaba la reacción de Marilyn, me preguntaba: si se puede sufrir con esta intensidad a causa de un animal al que casi no se conoce, ¿cómo sufrirá uno en caso de que el lastimado sea su propio hijo?
    La gata se recuperó, aunque nunca del todo. De cualquier forma, la pregunta que me azuzó aquella noche se quedó conmigo. A veces pienso que tuve hijos tan sólo porque logré ignorarla, porque el impulso de vida y de amor fue más fuerte, o cuanto menos más sagaz, que la lógica inapelable del interrogante.
     El sábado pasado se nos cayó Bruno de la manera más tonta. De cabeza al suelo, desde la altura de una silla. Se marcó la cara, sangró por la boca. Todo indicaba que no había pasado nada grave, pero de todos modos lo llevamos a la guardia de un hospital. Allí le hicieron varias placas, que conservaré; en especial una que muestra de frente su cráneo pequeño y gracioso, con una mano que parece descender del cielo sobre él. (Mi mano, que lo sostenía para que no se moviese.) Como no había nada visible más allá de las escoriaciones, le preguntamos a la médica por lo invisible: si lo dejábamos dormir, por ejemplo, a pesar del golpazo en la cabeza.
    No pasó nada, por suerte. Pero esta tarde, cuando vi pasar a Bruno en brazos ajenos desde mi puesto frente al teclado, la facilidad con que resistí el impulso de levantarme a abrazarlo hizo sonar mis alarmas. Entonces recordé la anécdota de Marilyn, y me pregunté si el miedo que había experimentado ante el golpe de Bruno había levantado una barrera invisible entre él y yo; si el temor a perderlo no funcionaría como la excusa perfecta para conservarme a prudente distancia –tan lejos como fuese necesario para preservarme.
    Ahora voy a hacer save y a apagar este aparato para abrazar a mi hijo. Hay que ser insensato para privilegiar el amor por los otros a la autopreservación, y a mí me gusta creer que llevo mi insensatez con mucha elegancia.



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7 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Invisibilidad y amenaza

Rafael Argullol: En ese caso, aunque a mí las teorías conspiratorias nunca me han gustado y a veces me parecen algo infantiles, no deja de ser relevante la cierta coincidencia entre esa pandemia y una necesidad de ocultamiento de las consecuencias de la crisis económica.

Delfín Agudelo: Sin lugar a dudas los medios tienen un papel protagónico muy importante: ¿quién puede ser más feliz que el Banco Mundial y las bolsas al saber que no se está hablando de ellos, sino de una pandemia, de un virus invisible? Esto me parece un elemento clave en su "publicidad": un virus, invisible, que se transmite por contacto humano -que es muy sensible para nosotros por su terror-, ya que el contagio puede no provenir exclusivamente de otro tipo de especie. Prohíben los besos en Méjico, prohíben las masas, sugieren que los bebés no compartan juguetes... Esta invisibilidad absoluta, aquello que no podemos ver, que no deja de recordar la otra gran amenaza que hay ahora, publicada en El País hace poco, sobre el asteroide Apofis que pasará muy cerca de la tierra en el 2029 y 2036.

R.A.: La invisibilidad es lo que otorga más poder a la amenaza. Las amenazas visibles las podemos racionalizar; nos pueden causar más o menos miedo, más o menos incertidumbre, más o menos terror, pero al ser visibles se pueden acotar. La amenaza de un pozo, la amenaza de un puente, incluso la amenaza de una tempestad, es algo que se puede medir. En cambio la invisibilidad es completamente imposible de medir. En esto ocurre como en lo sagrado: el grado de sumisión que exige un dios invisible es mucho más contundente que el grado de sumisión de dioses visibles y totémicos que suscitan la idolatría, pero no suscitan el respeto y el terror que puede suscitar el dios invisible. De allí la tremenda fuerza que ha tenido el dios de las religiones monoteístas, porque es un dios invisible- el del cristianismo, judaísmo, del islamismo-, tienen un poder de hacerse respetar mucho más grande que los diosecitos animistas, por así decirlo. En igual medida la amenaza en cuanto más invisible verdaderamente más inquietante es para el ser humano. Yo incluso puedo explicar una secuencia interesante, y es que después de volver de un largo viaje la semana pasada desde Nueva Delhi a Barcelona, pasando por Munich, compré allí diarios españoles y me encontré con una amenaza verdaderamente peligrosa, y era que había más de cuatro millones de parados en España. En una ausencia de diez días se había numéricamente incrementado el número de parados: es una amenaza horrorosa, pero cuantificable.

En cambio, esos más de cuatro millones de parados han desparecido de las portadas de los periódicos esta semana gracias a la pandemia, la gripa porcina. Los titulares no están ocupados por los cuatro millones, sino por esto. Y ahí se añade muy oportunamente, como comentabas antes, el hecho de que los medios de comunicación, de manera muy curiosa, se han hecho ahora eco y resonancia de la futura amenaza de un asteroide, Apofis, que su primer acercamiento a la tierra llegará en el año 2029, y que en letra pequeña el propio periódico dice que la probabilidad de impacto es de cero, mientras que en el siguiente acercamiento, en el 2036, la posibilidad de impacto es de uno entre 45,000. Y sin embargo el titular con gran cuerpo tipográfico del periódico es "La amenaza viene del espacio". Con lo cual nos encontramos que de las tres amenazas posibles que en este momento se cruzan en España o cualquier otro país, la amenaza que está en la calle, la de los parados, queda mucho más relativa e invisible que la amenaza que está en el virus y que la amenaza que está en el espacio.



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7 de mayo de 2009
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Astenia…

Hay quizás un momento en el que se experimenta que la cabeza (o si se quiere el espíritu) no da más de sí. La astenia de la palabra se manifiesta cuando se siente meramente que toda emoción ante la propia naturaleza queda lejos. La debilidad de las facultades perceptivas tiene entonces correlato en la debilidad del espíritu, la cual  suele preceder a la primera. Asunto corroborado por el hecho de que, confrontados a la escritura, faltan las fuerzas para añadir algo que realmente no esté archirepetido. El trazado sobre el papel blanco produce una impresión de que aún sale algo, mas ¿qué pasa cuando el escritor deja incluso de hacer rasgos?

             Ello puede no acarrear consecuencias cuando una suerte de cálido velo cubre la realidad de la vida, es decir, cuando la costumbre se asienta en un relativo confort afectivo y social, neutralizador de la capacidad de exaltarse como de la capacidad de abismarse. Mas todo se radicaliza cuando también el edificio social o, como tantas veces (así el caso del Narrador) el afectivo se derrumban. La pérdida de tensión del espíritu, la pérdida de confianza en el lenguaje, carece entonces de lenitivo, siendo la suerte del creador de la Recherche proustiana, de la que tanto he venido ocupándome aquí el haber escapado a este desastre.

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7 de mayo de 2009
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El destierro

En su serie clásica de los diez mejores libros del sitio de The Guardian ofrece los diez mejores libros del exilio.

Más inglés no es posible:

1. El americano tranquilo de Graham Greene

2. A Woman of Bangkok de Jack Reynolds

3. El cuarteto de Alejandra de Lawrence Durrell

4. The Discovery of Tahiti (El descubrimiento de Tahiti) de George Robertson

5. Cuando partí una mañana de verano de Laurie Lee

6. El caballero del salón de Somerset Maugham

7. Thomas Cook European Railway Timetable (horarios del ferrocaril)

8. Habla, memoria de Vladimir Nabokov

9. Bajo el volcán de Malcolm Lowry

10. París era una fiesta de Ernest Hemingway

Como cualquier lista tiene una cosa insoportable: visión subjetiva, ausencia de obras obvias (Gent, Orwell, Isherwood). Del segundo libro de la lista, no sé nada. Del quinto, sé que es una joya (aparece en el díptico español y lo mejor de lo que escribieron los ingleses entre las dos guerras mundiales). Del décimo, sabemos que tendrá que ocupar el puesto número uno. Pero lo que más me interesa es la ausencia, lógica, de autores de América Latina. Pasaron años y años exiliados en Europa o en EE. UU. por razones políticas, pero en sus obras, de hecho, no se apartaron de sus países. Propongo una ley: a pesar de vivir en el exilio los autores latinos tienen poco talento literario para el destierro.

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7 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿El padre de nuestro escepticismo? (2)

Lo que objeta Schmidt de la expresión ‘padre del escepticismo’ es que sugiere que la responsabilidad de ser escépticos no es nuestra, sino de otro. En este caso de Alfonsín, a quien se le achacaría el peso de nuestro descreimiento.
    Yo sospecho que buena parte de la decepción que Alfonsín nos produjo aquella Semana Santa infame se debe, precisamente, a la tentación tan común entre argentinos de confundir liderazgo con paternidad. Racionalmente entendemos que un Presidente es el primero entre los servidores públicos, que cada uno de sus actos está sujeto a escrutinio y será juzgado no por sus intenciones sino por sus resultados. Pero por dentro, de la manera más irracional, seguimos esperando que se comporte como un Padre mítico: inspirándonos, marcando el camino, otorgándonos las oportunidades en bandeja, poniéndonos límites y premiándonos con caramelos cuando hacemos algo bien. Pensamiento mágico, por cierto, pero muy útil en la medida en que ayuda a prolongar eternamente nuestra infancia: mientras haya un Padre al que culpar por nuestros desvelos, ¿quién necesita convertirse en padre de sí mismo, asumiendo las riendas de su destino?
    En lo que coincido con Schmidt es que la línea final del texto de Marchetti dista de ser feliz, aunque más no sea porque se presta a equívocos. Yo no creo que exista motivo alguno y mucho menos muerte alguna que pueda acabar con nuestra esperanza. Y conste que escribo desde un país nublado con pronóstico de vendavales cría tsunamis que de seguir en este curso (ayudado, por cierto, por la sumatoria de errores del elenco oficial) va a terminar llevando al poder a la derecha más turra y más miserable por la vía de las urnas, mientras cunde –Schmidt dixit- ‘el miedo al pobre, al negro, a los condenados a las harinas y a la exclusión’.
    Schmidt sugiere que decir que ya no hay esperanza significa que no queda nada que hacer, más que abandonarse a lo que venga (‘A drogarse. O a robar’), lo cual entrañaría una complicidad con el estado de cosas, un pase libre ‘para traicionar mejor’. Claro que también la muerte de la esperanza a manos de Alfonsín podría equivaler al célebre apotegma según el cual, si Dios no existe, todo nos resulta posible –empezando por la transformación más profunda.
    Ojalá haya más intercambios como los de Marchetti-Schmidt. Ayudan a pensar.



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7 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Uno adelante, dos atrás

El paso es cansino y vacilante. Y nunca hay que descartar el retroceso. Un paso adelante, cierto; pero no tardarán en llegar otros dos más, pero hacia atrás. Ayer en Praga el Senado checo dio por fin su luz verde al Tratado de Lisboa. Puede haber todavía un recurso a su consejo constitucional y hay que descontar la dilación segura que ya ha anunciado su presidente Vaclav Klaus, el negacionista del calentamiento global que ha osado comparar el Kremlin con Bruselas y la Unión Europea con la Soviética, y cuya firma es imprescindible para que termine este tormento moravo. Obtener de los checos la aprobación de este Tratado ya rebajado es como arrancarles una muela. Su presidencia en plena interinidad gubernamental sitúa, además, al caudillo euroescéptico checo al mando de la nave europea: si Sarkozy apretó el acelerador para ponerla de nuevo a velocidad crucero, este presidente en ejercicio puede dar un volantazo en cualquier momento con el malvado propósito de que naufrague de una vez y se hunda. Todavía no se puede descartar, porque el Consejo Europeo de junio es el que debe hacer las acomodaciones del Tratado de Lisboa que faciliten las cosas a los irlandeses en su peculiar pelea con ellos mismos: si Klaus quiere que Irlanda no convoque o retrase el referéndum de ratificación que corrija la negativa de 2008, no tiene más que dedicarse a boicotearlo todo. Sabe hacerlo.

La aplicación del Tratado no será tampoco un camino de rosas. De ahí que el sendero que se abre a partir de ahora se bifurque en dos direcciones: si ahora Lisboa encalla de nuevo, no hay referéndum irlandés o éste da resultado negativo, el de Niza deberá seguir rigiendo a pesar de sus evidentes insuficiencias; mientras que si todo funciona, lo más probable es que en enero pueda entrar en vigor el nuevo tratado y sus nuevas reglas. El primer camino, el de la definitiva muerte de Lisboa se produciría con toda probabilidad en caso de un mero aplazamiento de la consulta irlandesa al próximo año. A la vista del mal estado en que se encuentra la imagen del primer ministro Gordon Brown, para la primavera de 2010 en Londres se espera que David Cameron llegue finalmente a Downing Street, con la promesa bajo el brazo de celebrar un referéndum derogatorio de Lisboa en caso de que el Tratado no esté todavía aprobado. A un año vista puede producirse el hundimiento, que sería incluso un tsunami europeo, porque el rechazo debería interpretarse como una auténtica despedida de la Unión Europea desde el otro lado del canal.Éste es el camino normal de los negocios políticos europeos en los próximos meses. Lleno de anfractuosidades, pero a fin de cuentas sujeto a un cálculo, por complejo que sea. Es decir, sin contar crisis o accidentes inesperados. Navegamos, pues, lentamente, con rumbo ahora fijo, pero sin seguridad alguna de que no terminemos dando en los escollos que se dibujan no muy lejos en el horizonte. Y en estas condiciones (malas) se celebrarán las elecciones al Parlamento Europeo y se elegirá la nueva Comisión que deberá conducir los asuntos europeos en los próximos cinco años.¿Extraña a alguien, visto el barroquismo de las instituciones europeas, que los ciudadanos se sientan poco motivados? Estamos hablando, a pesar de todo, de la institución mejor valorada por los ciudadanos según el Eurobarómetro. La labor que ha realizado en esta legislatura presenta un balance desigual, pero no negativo: sólo en vigilancia sobre derechos y libertades (los vuelos y las cárceles secretas de la CIA), en control del urbanismo salvaje y denuncia de la burbuja inmobiliaria española, o preservación de la Europa social (rechazo de la semana de 65 horas y suavización de la directiva de servicios o Bolkestein) se ha ganado el sustento. No lo ha hecho con la directiva del retorno de los inmigrantes y menos todavía en su incapacidad para independizarse de las órdenes que imparten los gobiernos respectivos, señores de una Europa renacionalizada y tutores inflexibles que impiden su crecimiento. La prueba última: que Durão Barroso, presidente salido del consenso neocon alrededor de Bush, siga como presidente de la Comisión a propuesta de tres primeros ministros socialistas. Un paso, adelante, dos atrás.



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7 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hombre nuevo

Culturalmente, es más fácil movilizar a los hombres para la guerra que para la paz. A lo largo de la historia, la Humanidad siempre ha sido inducida a considerar la guerra como el medio más eficaz para la resolución de conflictos, y siempre los que gobiernan se han servido de los breves intervalos de paz para preparar las guerras futuras. También siempre las guerras se declaran en nombre de la paz. Y siempre para que mañana vivan pacíficamente los hijos son sacrificados hoy los padres? Esto se dice, esto se escribe, esto se hace creer, ya que se sabe que el hombre, aunque históricamente educado para la guerra, transporta en su espirito una permanente ansía de paz. Por eso ésta es usada tantas veces como medio de chantaje moral por quienes quieren la guerra: nadie osaría confesar que hace la guerra por la guerra, se jura, sí, que se hace la guerra por la paz. Por eso todos los días y en todo el mundo sigue siendo posible que salgan hombres hacia la guerra, sigue siendo posible que la guerra los destruya en sus propias casas. Hablemos de cultura. Quizá fuera más claro si hablara de revolución cultural, aunque sepamos que se trata de una expresión desgastada, muchas veces perdida en proyectos que la desnaturalizan, consumida en contradicciones, extraviada en aventuras que acabaron sirviendo intereses que le eran radicalmente contrarios. Sin embargo, esas propuestas no siempre fueron vanas. Se abrieron espacios, se ampliaron horizontes, aunque me parezca que ya es más que hora de entender y proclamar que la única revolución realmente digna de tal nombre sería la revolución de la paz, ésa que transformaría al hombre entrenado para la guerra en hombre educado para la paz porque para la paz habría sido educado. Ésa, sí, sería la gran revolución mental, y por tanto cultural, de la Humanidad. Ese sería, finalmente, el tan aireado hombre nuevo.



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7 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La visión de lo que no se ve

Frente a la saciedad que con su colmo embota y parece no poder expresar nada, el ayuno aguza la dicción. Frente al colmo que termina en la obviedad de sí mismo el vacío se abre a misterios innumerables, millones de secuencias por rodar. Mientras el trueno se traduce limitadamente en la jactancia de su estruendo el silencio significa un ámbito donde cualquier música, cualquier ruido o murmullo, brota y florece en forma de racimo, tan complejo como de difícil enumeración.  La luz invisible es la suma de todos los colores del espectro. Luz tan pura en cuya transparencia nada parece existir siendo, en realidad, la visión perfecta cuando, por el contrario, el sumo abigarramiento de los colores aturden el discernimiento del color. El personaje visionario de Shakespeare en Julio César es, naturalmente, un ciego. La ceguera que evadiendo cualquier contingencia cromática anticipa la sangre, la vida y la muerte, trascendente o más allá. No hay poeta verdadero que no sea este ser visionario. No hay visionario que pueda verse en su interior. No hay Dios, en suma, que posea la cualidad de ser visto por nadie puesto que de esta negación nace la capacidad para verlo todo y, en consecuencia, acabar con el Todo sea mediante el poder de la transparencia sea a través del prodigio de la especulación. El fin del dinero, la fortuna, el empleo, la realidad o su barata virtud.



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6 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nietos descreídos

Voy con el nieto más pequeño a pasear por las calles de una Habana diferente y a la vez familiar. Ya no tengo un blog y mis setenta años se me notan en cada arruga del rostro y en la larga trenza blanca. Aunque esta podría ser una fantasía futurista de tonos  oscuros, prefiero creer que caminamos por una ciudad renacida y próspera. Vamos a un parque para tomar el sol y trato ?como todo anciano- de hablarle de mis tiempos, de aquellos años en que yo tenía la delgadez y la energía que ahora exhibe él. El español sigue siendo la lengua materna de mi prole, pero el chico me mira como si no entendiera todo lo que le digo. Hace una mueca de duda cuando me refiero al ?período especial?, la ?libreta de productos racionados? o la ?fidelidad ideológica?. Sus problemas son tan diferentes ¿por qué habría de comprender los que una vez yo tuve?  Exhibe sin pudor varias confusiones históricas y llama a un fallecido líder con el apelativo de una cantante de salsa. Es incapaz de diferenciar entre el discurso decretando el carácter socialista de la Revolución y aquel en que se anunció el colapso de la Unión Soviética. No me manda a callar por respeto, pero en sus ojos leo que toda mi cháchara le aburre. ?La abuela está anclada en el tiempo? dirá cuando me vaya, pero frente a mí simula escuchar las desfasadas anécdotas de esa Cuba remota. No sabe este muchacho que la premonición de su existencia me permitió mantener la cordura cuarenta años atrás. Proyectarlo  -con su mohín de descreimiento sentado en un parque de La Habana futura- me evitó tomar el camino del mar, de la simulación o del silencio. He llegado hasta ahí gracias a él y en lugar de decírselo, lo mareo con mis anécdotas de lo que pasó, de lo que nunca volverá a repetirse.



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6 de mayo de 2009
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El Boomeran(g)
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