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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Personas torpes

Personas inteligentes y enternecedoras pueden mostrarse,  no obstante, notablemente torpes en la gestión de sus vidas y en el mismo arte de amar. Confunden los tiempos y los modos, se comportan a menudo atropelladamente, accionan antes de meditar.  Colocan, en fin, el pensamiento detrás del carro y su guía es ciega.

Del mismo modo, en suma, que los animales sin instrucción deciden itinerarios sin cálculo ni eficiencia final, estas personas tiernas e instruidas en innumerables libros dirigen sus pasos por  terrenos escabrosos, enfangados y hasta propensos al descalabro general.

No consiguen, además, pese a los años vividos, aprender a vivir y esto tanto porque de una manera enternecedora permanecen como niños como porque de una manera desesperante no gozan de la madurez. Bastaría que fueran simplemente adultos. Que su larga constitución en ciernes llegara a cuajar alguna vez en una consistencia bastante para detectar las esquinas, los muros ciegos o los pasajes que llevan a un despeñamiento ya advertido popularmente, señalado históricamente y hasta reseñado como lugar común. Caerán, por tanto, al fondo del barranco y regresarán a la vida magullados y malheridos pero ni aun así será bastante para adquirir nuevas cautelas que impidan la reincidencia en lo peor. Son seres tan amables como desesperantes y personas, finalmente, tan autodestructoras como insufribles en el intercambio personal.



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23 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Noticias de la no-Europa

1. No ha pasado inadvertida, aunque es evidente que no ha levantado polvareda alguna en el conjunto de la Unión. El último día de junio el Tribunal Constitucional alemán dio luz verde al Tratado de Lisboa, exigiendo únicamente a su Parlamento una modificación legal que permita un mayor control parlamentario de los futuros actos legislativos de la Unión. Han respirado de alivio quienes temían un inesperado descarrilamiento del Tratado en proceso de ratificación, al que sólo le falta saltar un obstáculo sustancial, como es el referéndum irlandés el próximo 2 de octubre. Pero quizá han respirado demasiado hondo y demasiado pronto. La sentencia alemana da por bueno el Tratado, pero respecto al futuro de la construcción europea nos dice que hasta aquí hemos llegado, y que si queremos seguir avanzando, como era reglamentario en el europeísmo al uso hasta ahora, deberemos modificar ni más ni menos que la Constitución alemana.

La sentencia tiene la virtud de la claridad. Es como una lectura jurídica de los últimos avatares europeos, incluidos los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo. Aunque la UE tenga la forma de un Estado federal en algunas de sus políticas, nos dice el tribunal, en cuanto a toma de decisiones internas y nombramientos funciona como las organizaciones internacionales, guiada por el principio de igualdad entre los Estados, y esto no se puede cambiar sin reformar la propia Constitución alemana (y quizá otras constituciones nacionales, según podrán deducir los respectivos tribunales constitucionales o equivalentes). La alta corte alemana desmiente la teoría del déficit democrático europeo entendido como una adolescencia que se curará con el tiempo: no, se trata de algo estructural. No hay un pueblo europeo sino varios, organizados en sus Estados respectivos, los únicos plenamente soberanos.Sabíamos desde el principio que la ampliación de la UE debía ir de la mano de la profundización. Quienes no querían la segunda, encabezados por Londres, abogaron por la primera a toda costa. Y se han llevado el gato al agua: tenemos una gran Unión de 27 miembros, pero deshilachada y sin dinámica alguna que conduzca hacia una futura profundización. Ahora los dos países que en su día ejercieron de motores, Francia y Alemania, han colocado cada uno un obstáculo insalvable tanto para futuras ampliaciones como para futuras profundizaciones. El primero, pensando en excluir a Turquía, exigirá un referéndum para cualquier nuevo ingreso después de la entrada de los precandidatos balcánicos. El segundo pedirá una reforma de la Constitución alemana antes de entregar nuevos poderes soberanos, por ejemplo, en fiscalidad o defensa. El presidente francés y el Tribunal Constitucional alemán son las instituciones que en cada caso han puesto pie en pared, y no es extraño, porque ambos son los guardianes de las soberanías y constituciones respectivas.2. Ocho ex presidentes y primeros ministros, otros tantos ex ministros y otras personalidades de nueve de los socios europeos del este y del centro de Europa (Pecos), encabezados por Václav Havel, han dirigido una carta abierta, llena de dramatismo e incluso de alarma, al presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, llamando su atención para que no les abandone ante el renacimiento de las ambiciones y reflejos imperiales de la potencia imperial que antaño les sojuzgó. Tampoco esta noticia ha pasado inadvertida, pero todavía ha levantado menos polvareda. Ya no estamos en el corazón de la política exterior norteamericana, se lamentan los insignes corresponsales, que le recuerdan a Obama hasta dónde llegó su lealtad y su agradecimiento por su apoyo durante la guerra fría y sobre todo en la transición hacia la democracia. No se olvidan de mencionar su participación en la guerra de Irak, por la que algunos tuvieron que pagar, según recuerdan, un duro precio. Y su adhesión, más por resignación que por convicción, a un vago europeísmo en el que quisieran ver a Washington más comprometido.3. La opinión pública europea no existe. Le sucede como a sus pueblos. Si hay algo que se le parece es la suma de sus 27 opiniones públicas respectivas. ¿Pero no son éstas noticias europeas? El problema es que son noticias sin Europa. O lo que es peor todavía, noticias de la no-Europa. Lo es la iniciativa de los dirigentes políticos de los antiguos Pecos y lo es también la sentencia del Tribunal Constitucional alemán. Pero la mayor de todas ellas, la gran noticia sobre la no-Europa es la indiferencia de sus ciudadanos sobre el presente y el futuro de esta desunión en el mismo momento en que las sonoras pisadas de China, la India y Brasil hacen temblar los escenarios de la política y la economía internacionales.



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23 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cinco películas

Que recuerde cinco películas me han pedido. No tendría que preocuparme si son o no las mejores, las más famosas, las más citadas. Basta con que me hayan impresionado de manera particular, como nos impresiona una mirada, un gesto, una entonación de voz. Escogerlas no ha sido difícil, al contrario, se me presentaron con la mayor naturalidad, como si no hubiera estado pensando en otra cosa. Aquí están, aunque el orden con que las menciono no es ni debe considerarse una clasificación por mérito. En primer lugar (alguna tendría que abrir la lista), ?La sal de la tierra? de Herbert Biberman, que vi en Paris a finales de los años 70 y que me conmovió hasta las lágrimas: la historia de la huelga de los mineros chicanos y de sus valientes mujeres me llegó hasta lo más profundo del espirito. Cito a continuación ?Blade runner? de Ridley Scott, vista también en Paris en un pequeño cine del Quartier Latin poco tiempo después de su estreno mundial y que, en ese tiempo, no parecía prometer un gran futuro. Sobre ?Amarcord? de Fellini, nadie nunca ha tenido dudas, ahí hay una obra maestra absoluta, para mí tal vez la mejor película del maestre italiano. Y ahora viene ?La regla del juego? de Jean Renoir, que me deslumbró por el montaje impecable, por la dirección de actores, por el ritmo, por la finura, por el ?tempo?, en definitiva. Y, para terminar, un filme que me acude a la memoria como si viniera de la primera noche de la historia de los cuentos al amor de la lumbre, ?Pat & Patachon – Ole Opfinders Offer?*, aquellos sublimes (no exagero) actores daneses que me hicieron reír (tenía entonces seis o siete años) como ningún otro. Ni Chaplin, ni Buster Keaton, ni Harold Lloyd, ni Laurel e Hardy. Quien no haya visto a Pat & Patachon no sabe lo que se ha perdido? *N. de la T: No distribuída en España. Literalmente ‘El viejo molino’



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23 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Bernhard en el cementerio

Estabas en el sanatorio de Grafenhof cuando te enteraste de la muerte de tu madre. Tenías esa incontrolable adicción a los periódicos, leías cuatro o cinco todos los días; leíste en uno de ellos: "Herta Pavian, cuarenta y seis años". No podía ser otra que ella a pesar del craso error, tu madre apellidaba Fabjan y no Pavian. Poco después te lo confirmaron. Continuamente nos corregimos y nos corregimos a nosotros mismos con la mayor desconsideración, porque a cada instante nos damos cuenta de que todo (lo escrito, pensado, hecho) lo hemos hecho mal, y corregimos hasta que algún momento llega la verdadera corrección. A tu madre le había llegado la corrección, estabas muy enfermo y a cualquiera de los dos podía haberle llegado primero la corrección. Tenías una sombra en tu pulmón,  una sombra que caía sobre toda tu existencia. Grafenhof era una palabra aterradora. Tenías morbus boeck o sarcoidosis, te habían diagnosticado tuberculosis abierta, pero toda enfermedad puede llamarse enfermedad del alma. La esencia de la enfermedad es tan oscura como la esencia de la vida. Te considerabas afortunado por tener sólo un neumoperitoneo, sólo un agujero en el pulmón, sólo una tuberculosis contagiosa y no un cáncer de pulmón. Tu madre tenía un cáncer de matriz. Te habían dado de alta, entrabas y salías del sanatorio, y pudiste despedirte de ella, que estaba en casa, y consideraste que ella era afortunada, los enfermos de muerte deben estar en casa, morir en casa, sobre todo no en un hospital, sobre todo no entre sus iguales, no hay horror mayor. La inteligencia de ella era clara, ella vivía aún, estaba ahí, pero en el piso reinaba ya el vacío de después de ella, todos lo notaban. Volviste a Grafenhof, ahora tu cuerpo estaba hinchado, inflado por el neumoperitoneo, abultado por todos los medicamentos imaginables que te atiborraban, tenías un aspecto debidamente enfermo y estabas realmente cualquier cosa menos sano. Aquellas noches fueron las más largas de tu vida. Fue en Grafenhof que leíste el periódico, Pavian y no Fabjan, grosero error, "pavian" es babuino y tu madre no era un babuino, aunque todos los hombres son quizás poco menos que babuinos mientras esperan que les llegue la verdadera corrección o aplazan ellos su propia corrección. Herta sería enterrada el 17 de octubre de 1950, en Henndorf del Wallersee, su querido, su amado pueblo. Pediste permiso del sanatorio para ir al entierro, para volver a despedirte de tu madre. Estuviste en el cortejo fúnebre, viste todos esos rostros graves, solemnes, rostros de gente en espera de su corrección, gente que debía ser capaz de corregirse a sí misma. Ya en el cementerio, pensaste en las líneas de un poema que algún día escribirías: En la cámara mortuaria yace un rostro blanco, puedes alzarlo/ y llevártelo a casa, pero será mejor que lo sepultes en la tumba paterna,/ antes de que el invierno irrumpa y cubra con su nieve la hermosa sonrisa de tu madre. Luego comenzaste a repetir, Fabjan, Pavian, Fabjan, Pavian, Fabjan, Pavian. Era un error que merecía ser corregido, o quizás no, tú no podías corregirlo, de pronto sólo podías pronunciar Pavian, Pavian, Pavian, y te dio un ataque de risa, todos te miraban y tú no podías dejar de reirte, Pavian, querían que te corrijas y tú no podías corregirte, querías pero no podías, Pavian, muchos queremos ser capaces de la verdadera corrección y no podemos, y la aplazamos continuamente, o creemos que la aplazamos cuando en realidad lo que ocurre es que no podemos, no somos capaces, tenemos miedo. Como no amainaba el ataque de risa no te quedó otra que irte del cementerio sin volver a despedirte de tu madre. Preferiste no volver al sanatorio, Grafenhof era una palabra aterradora. Fuiste a tu casa de Salzburgo y te acurrucaste en un rincón del piso y esperaste, profundamente asustado, el regreso de los tuyos.    



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22 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Anacronismos

Acabo de colgar en twitter el siguiente texto, a razón de una frase por minuto: ¿Cómo se puede dar un artículo en twitter? Sigue una prueba. Se titula 'Anacronismos' y son diez frases más, once twitts en total.

Esos 300 años sin que ninguna autoridad española pisara territorio gibraltareño. Los editoriales de ABC, El Mundo y La Razón. La actitud del PP, a pesar de su hipocresía posmoderna: Piqué hubiera terminado visitando el Peñón de haber seguido como ministro. El nacionalismo español, extremista y ridículo, incapaz de reconocerse a sí mismo, siempre contra el nacionalismo de los otros. El desprecio por los derechos individuales de los ciudadanos, gibraltareños en este caso. La exaltación de los derechos históricos y territoriales que se desprenden del Tratado de Utrecht. La alergia al pluralismo. De identidades, de lenguas y de lealtades. El falangismo de fondo que late en la resurgencia de esta inflamación patriotera. El infierno que llevan en su interior estos portaestandartes de la patria una, grande y libre. Que se vayan al diablo todos ellos con su idea de una soberanía que ni se cede, ni se comparte, ni se divide. (Enlace con twitter)



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22 de julio de 2009
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I. Disparos a media tarde

Cuando descendí del autobús en la plaza de León un mediodía ardiente del mes de abril de 1959 para matricularme en la Escuela de Derecho, iba de la mano de mi padre, tendero y único de una familia de músicos que no había aprendido a tocar ningún instrumento. Toda la vida había querido que yo fuera abogado, como suele ocurrir con los hijos de tenderos  que tampoco quiere ver a sus hijos convertidos en músicos, y así en pobres de solemnidad.

            Era la Nicaragua de los Somoza. Yo había nacido bajo la estrella reinante del viejo Somoza, fundador de la dinastía, y cuando me tocó irme a León, era el turno de su hijo Luis Somoza Debayle. Veinte años después, cuando sobrevino la revolución, participaría en la empresa de derrocar al último de la dinastía, Anastasio Somoza Debayle.

Mi familia de músicos era fiel al partido liberal desde los tiempos de la revolución de Zelaya, y esa lealtad la heredó a la familia Somoza, que reinaba en nombre del mismo partido liberal. Pero cuando me vi sólo en León, el paisaje empezó a cambiar a una velocidad de vértigo y muy pronto estaba en las calles protestando en ruidosas manifestaciones que eran estrechamente vigiladas por pelotones de la Guardia Nacional.  Y la tarde del 23 de julio, una de esas manifestaciones fue atacada a mansalva, primero con bombas lacrimógenas y luego con fuego nutrido de fusiles y ametralladoras.

Al sonar los disparos corrí en medio del tumulto, aturdido por los gases de las granadas, y entré de cabeza por la puerta de servicio de un modesto restaurante que se llamaba El Rodeo. La atmósfera en que me movía seguía siendo irreal cuando en lugar de huir por la tapia del restaurante para saltar al  patio de la casa vecina, subí con pasos de sonámbulo al segundo piso, donde vivían los dueños, y en el pequeño aposento que daba a la calle encontré a dos niñas de bucles dorados que temblaban de miedo abrazadas a una empleada, las tres en una cama. Entonces, como quien se asoma a un abismo atraído por el vértigo, me asomé al balcón.

Los cuerpos estaban regados a lo largo del pavimento como muñecos con la cuerda rota mientras los soldados, impasibles, conservaban sus posiciones de tiro en tres filas, los de atrás de pie, los de en medio con una rodilla en tierra, y los de adelante tendidos en el suelo, los fusiles todavía humeantes, mientras Fernando Gordillo, uno de mis compañeros que de todos modos murió a los pocos años de miastenia gravis, avanzaba hacia ellos a pecho descubierto, envuelto en la bandera de Nicaragua que había encabezado el desfile. Lo recuerdo como si fuera más bien la escena de una película que ahora me cuesta creer.

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22 de julio de 2009
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La parietaria

¡Hiedra instantánea, flora parietaria y fugaz! La más incolora, la más triste, al juzgar de tantos, de entre todas las que pueden trepar por los muros y alcanzar la balconada; para mi la más querida desde el día en que apareció en nuestro balcón como la propia sombra de la presencia de Gilberte que estaba ya  quizás en los Campos  Elíseos (...) frágil, arrastrada por cualquier vientecillo, mas asimismo relacionada no con la estación del año, sino con la hora; promesa de felicidad inmediata que la jornada a transcurrir rechazará  o llevará a cabo, y por ello mismo de la felicidad inmediata por excelencia, la felicidad que el amor proporciona; aun mas dulce y cálida en la piedra que lo es la propia espuma; flora vivaz a la que basta un rayo de luz para nacer y hacer que la alegría se expanda, incluso en el corazón del invierno. (Pléiade 1988,I, 389-390)

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22 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Huérfanos por los cuatro costados

En La sociedad de los niños huérfanos, Sergio Sinay enumera cuatro  aspectos en que se concreta esa extendida orfandad actual, a despecho de que los hijos sean llevados a colegios caros, reciban clases de windsurf, de teatro, de tenis o de japonés. Las distintas orfandades formando coro serían: La orfandad emocional o falta de fuentes de las cuales nutrir y expresar su mundo afectivo a partir de la interacción continua con sus padres. La orfandad ética o privación de referencias ejemplares. La orfandad espiritual o falta de estímulos para poder ligarse a cuestiones superiores. La orfandad normativa o falta de límites que permitan aprender a convivir de una manera constructiva, que generen noción de valor, que construyan ámbitos seguros y favorables para el propio desarrollo. Omitidos por temor, por desidia, por pereza, por manipulación afectiva o por una errónea concepción del cariño, estos límites dejan a los niños sin referencias existenciales sustantivas... Páginas 24 y 25.



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22 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Reliquias y recuerdos

Un lector de Generación Y me envió un trozo del muro de Berlín. El fragmento de concreto ha llegado hasta mí, que estoy cercada también de ciertos límites, no por intangibles menos severos. La piedra pintoreteada con restos de graffiti me sugirió una imposible colección de aquello que ha contribuido a separar a los cubanos. Al decir de un escritor latinoamericano, sería el desfile de ?las cosas, todas las cosas? que han avivado la división y la crispación entre los que habitamos esta Isla. Pondría, en esa peculiar acumulación de objetos, un tramo del alambre que alguna vez rodeó las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP); una esquirla de los cohetes nucleares emplazados en nuestra tierra y que estuvieron a punto de hacernos desaparecer a todos; una de esas páginas donde  millones firmaron ?sin tener la opción de marcar ?no?? que el socialismo sería irrevocable y una astilla de aquellos palos que rajaron cabezas el 5 de agosto de 1994, en la avenida del Malecón habanero. Al muestrario le faltaría una pieza importante si no coloco, también, una cáscara de los huevos que volaron cuando el éxodo del Mariel; algunos milímetros de tinta de los informes y delaciones que han abundado en los últimos años. No habría museo capaz de también cobijar a los seres y situaciones que han actuado como una gran barrera de ladrillo y cemento entre nosotros. Cada cubano podría hacer su propio repertorio de los muros que aún tenemos. Más difícil parece confeccionar el listado de lo que nos une, de los posibles martillos y picos con los que echaremos abajo las tapias que nos quedan. Por eso me ha hecho feliz el regalo de este habitual comentarista, pues tengo la impresión que nuestras barreras y parcelaciones también serán ?algún día? piezas valoradas sólo por coleccionistas de cosas pasadas.



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22 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Montaña Blanca

Ahora que mis piernas van recuperando poco a poco la resistencia y la andadura normal gracias a los esfuerzos conjuntos de su dueño y de Juan, mi dedicado fisioterapeuta, me apetece recordar aquella tarde de mayo en que, sin haberlo pensado antes, me propuse a subir la Montaña Blanca, nada convencido, en principio, de conseguir llegar a la cima. Ocurrió esto hace 16 años, en 1993, y yo tenía entonce exactamente 70. La Montaña Blanca, que se levanta a unos dos kilómetros de casa, es la más alta de Lanzarote, lo que tampoco quiere decir mucho, porque la isla, aunque accidentadísima, con su cientos de volcanes apagados, no goza de nada que se le parezca al Teide de Tenerife. Tiene de altura, sobre el nivel del mar, un poco más de 600 metros y la forma de un cono casi perfecto. Si yo la subí, cualquiera podrá subirla también, no es necesario ser montañero consumado. Conviene, eso sí, calzar botas apropiadas, de esas con clavos metálicas en las suelas, dado que las laderas son muy resbaladizas. De cada tres pasos, uno se pierde. Que me lo pregunten a mí, con mis zapatos de suela alisada por las alfombras domésticas? Cuando llegué a la falda del monte, me pregunté a mí mismo: ?Y si subiese esto?? Subir aquello era, en mi cabeza, trepar unos veinte o treinta metros, sólo para poder decirle a la familia que había estado en la Montaña Blanca. Pero cuando los veinte metros primeros fueron vencidos, ya sabía que tendría que llegar a lo alto, costase lo que costase. Y así fue. La ascensión necesitó más de una hora hasta alcanzar los afloramientos rocosos que coronan el monte y que deben de ser lo que resta de los bordes del antiguo cráter del volcán. ?¿Valió la pena??, se preguntarán por ahí. Si tuviese las piernas de entonces dejaría ahora mismo este escrito en el punto en que está para subir otra vez y contemplar la isla, toda ella, desde el volcán La Corona, en el norte, hasta las planicies del Rubicón, en el sur, el valle de La Geria, Timanfaya, el ondular de las innumerables colinas que el fuego dejó huérfanas. El viento me batía en la cara, me secaba el sudor del cuerpo, me hacía sentirme feliz. Fue en 1993 y tenía 70 años.



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21 de julio de 2009
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