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Eder. Óleo de Irene Gracia

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A la hora señalada

Hoy es un día especial para mí. Esta tarde presento mi novela Aquarium aquí en Buenos Aires, en la librería Cúspide del Village Recoleta. Por regla general estas cosas lo ponen a uno muy nervioso –tienen algo de parto, o de strip-tease delante del público equivocado-, y más cuando uno se aparta de la ruta convencional (charla con crítico-periodista-escritor amigo) para meterse en un berenjenal como el que yo diseñé para que no todo fuese tan fácil y poder sufrir un poco más, como le debo mi formación culposo-cristiana: un fondo de imágenes de Israel-Palestina tomadas por mi amigo, el fotógrafo mediterráneo Pasqual Gorriz, editadas en video como un sinfín, y un grupo de maravillosos actores leyendo / interpretando escenas del libro –Mónica Antonópulos, Alejandro Awada, Pablo Echarri, Adrián Navarro, Juan Gil Navarro, Leo Sbaraglia.

         Cuento todo esto antes del hecho porque se me ocurrió que, dado que internet y esta clase de blogs tienen tantos usos, bien podrían servir para pedirles que me deseen suerte –dado que la voy a necesitar…

         Gracias desde ya. Ojalá estuviesen aquí.



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25 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Reseñas: una confesión

Me di una vuelta por las librerías de Madrid en busca de alguna novedad interesante para reseñar. Volví a casa con tres libros: Inherent Vice (Jonathan Cape, 2009), de Thomas Pynchon; Por los tiempos de Clemente Colling (Ediciones del Viento, 2009), de Felisberto Hernández; La confesión (Beatriz Viterbo, 2009), de César Aira.

Comencé por Pynchon. El territorio de Inherent Vice era el de Vineland, una de mis novelas favoritas. La prosa era más prolija de lo esperado, había diálogos contundentes ("You are one crazy motherfucker." "How can you tell?" "I counted."), y el personaje principal era entrañable: Doc Sportello, un detective que, en la contracultura californiana de los setenta, andaba siempre drogado, tenía claras similitudes con el Dude de El gran Lebowsky. Pero yo viajaba a Barcelona, había amigos que ver, y Pynchon, incluso en su versión más liviana, requería de toda mi atención, así que llegué a la página 50 y me dije que volvería en otro momento a la novela.

Continué con Felisberto Hernández. Del maestro uruguayo admirado por Italo Calvino había leído hacía mucho los cuentos de Nadie encendía las lámparas. Me pareció curioso que en las librerías españolas coincidieran dos ediciones recientes de Colling; ¿había llegado la hora del redescubrimiento de Hernández? Podía ser.

Por los tiempos de Clemente Colling, publicado inicialmente en 1942, es una evocación del pianista ciego que fue profesor de piano de Hernández (el escritor vivía de dar conciertos). Me interesó la forma en que el escritor uruguayo mostraba que los recuerdos tenían algo de arbitrario ("Los recuerdos vienen, pero no se quedan quietos... Además, parece que protestaran contra la selección que de ellos pretende hacer la inteligencia. Y entonces reaparecen sorpresivamente, como pidiendo significaciones nuevas, o haciendo nuevas y fugaces burlas, o intencionando todo de otra manera"). No hubo muchos escritores proustianos durante la primera mitad del siglo veinte en América Latina; el Hernández de Colling venía a ser uno de ellos. Un Proust extraño, pasado por el tamiz de alguien que incluso en su tono más realista tenía algo fantástico: "Yo me echo vorazmente sobre el pasado pensando en el futuro, en cómo será la forma de estos recuerdos. Y eso será lo único distinto o diferente que me quedé del sentimiento de todos los días. El esfuerzo que haga por tomar los recuerdos y lanzarlos al futuro, será como algo que me mantenga en el aire mientras la muerte pase por la tierra".

Concluí que Colling no me daría para toda una columna, así que pasé a la última novela de Aira. La leí en el tren de regreso de Barcelona a Madrid. ¿Última? Por la forma en que publica el escritor argentino, ya debía ser la penúltima.

La confesión pertenece a las novelas meta de Aira, que reflexionan sobre el arte de la escritura y el relato. Aira contrapone dos escuelas, parodiadas en el texto: la elitista del conde Orlov, que narra como él (inicio realista, fin fantástico), y la del gaucho Don Aniceto, que narra en la escuela de un realismo que carga las tintas en torno a lo sucio y miserable. A lo largo de la confesión se pueden encontrar las reglas de Aira para narrar: "Para que una historia valiera la pena, debía haber algo que no se entendiera del todo"; "las extensiones relativas de las partes de un relato podían ser todo lo desproporcionadas; la imaginación y la inercia narrativa neutralizaban las desigualdades en la mente del oyente o lector".

Aira prefiere las "bellas asimetrías" del relato elitista, pero reconoce que aun sin ellas "un cuento podía entretener y entenderse". Como el conde Orlov y Don Aniceto pertenecen a la familia, alguien podría intentar una lectura simplista y alegórica de La confesión: aquí no hay jerarquías, hay espacio para todos en la gran casa del relato argentino. Pero, como suele ocurrir con Aira, no hay posibilidad de una resolución limpia, y los niveles de lectura proliferan.

Sí, Aira me daría tema suficiente para una columna. Debía reseñar La confesión.

(La Tercera, 24 de agosto 2009)



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25 de agosto de 2009
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Marcel Proust. Analectas (1)

Espejo verídico

 " Y pude verme como en el primer espejo verídico hasta entonces encontrado, en los ojos de los viejos, que en su opinión seguían siendo jóvenes, como yo lo seguía siendo en la mía, y que cuando me ponía a mi mismo, en espera de un desmentido, como ejemplo de viejo, no tenían en sus miradas, que me veían de una manera diferente a como se veían a sí mismos, pero coincidente con la mía sobre ellos, ni un solo rasgo de desacuerdo. Pues nosotros no veíamos nuestro propio aspecto, nuestras propias edades, sino que cada uno, como un espejo invertido, veía tan sólo el del otro."

Como en el reino vegetal

"En algunos ni siquiera los cabellos habían emblanquecido. Así pude reconocer al viejo mayordomo del príncipe de  Guermantes cuando vino a saludar al señor de la casa. Los pelos que erizaban tanto sus mejillas como su cráneo seguían siendo de un pelirrojo cercano al rosa y no cabía sospechar que eran resultado de un teñido, como en el caso de la  duquesa  de Guermantes. Y sin embargo no dejaba de parecer viejo. Se sentía tan sólo, que se dan entre los hombres, como en el reino vegetal...especies que no cambian a la llegada del invierno"

Estéril para la viña

 "Como los rasgos en los que se había grabado sino la juventud, al menos la belleza habían desaparecido en las mujeres, se preguntaban si con el rostro de que ahora disponían no cabría fabricarse una belleza nueva. Desplazando el centro, si no de gravedad al menos de perspectiva, de su cara, y componiendo en torno a ella  los rasgos   en conformidad  a otra idea, se iniciaban a los cincuenta años en una nueva suerte de belleza, como se adopta ya tardíamente un nuevo oficio, o como a una tierra que ya nada vale tratándose de viñedos se la reconvierte para la producción de remolachas. En torno a estos nuevos rasgos se hacía florecer una nueva juventud..."

La renuncia

 "Lo que había comenzado para ella-sólo que antes de cuando acontece habitualmente- es la gran renuncia de la vejez que se prepara para la muerte, se envuelve en su crisálida, lo cual es observable hacia el final de las vidas que se prolongan hasta muy tarde, incluso entre los viejos amantes que más se han querido, entre los amigos unidos por los lazos más espirituales, y que a partir de un cierto año dejan de hacer el viaje o la salida necesaria para verse, cesan de escribirse y saben que en este mundo nunca más volverán a comunicarse"

Ha de crecer la hierba

 

"Victor Hugo dice : Ha de crecer la hierba y han de morir los niños (Il faut que l'herbe pousse et que les enfants meurent)...Yo digo que la ley cruel  del arte es que los seres mueran y que muramos nosotros asimismo, apurando todo sufrimiento, a fin de que crezca la hierba no del olvido sino de la vida eterna, la hierba vigorosa de las obras fecundas, sobre la cual las generaciones, indiferentes a los que bajo la hierba reposan, vendrán a realizar su merienda campestre."

 

 El libro

 "...soportado como una fatiga, aceptado como una regla, construido como una iglesia, seguido como un régimen, vencido como un obstáculo, conquistado como una amistad,  sobrealimentado como  un niño, creado como un mundo...

...Un acto de creación en el que nadie puede sustituirnos, ni siquiera colaborar con nosotros.  Por ello, ¡cuántos eluden el escribirlo! ¿Qué tarea no están dispuestos a asumir, con tal de escapar a ésta? Cada acontecimiento, ya sea el affaire Dreyfus, ya sea la guerra, proporciona la excusa oportuna para no descifrar dicho li­bro. Pretendían asegurar el triunfo del Derecho y la justi­cia, rehacer la unidad moral de la nación... se trataba sólo de excusas... excusas que en el arte no constan, pues en éste las intenciones no cuentan... el arte, lo más absolutamente real, la escuela más sobria de vida y el verdadero Juicio Fi­nal."

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25 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pierre Michon, un hombre que llora

 

 

 

Hace años, una vez más gracias al querido Jordi Herralde, leemos en español a Pierre Michon sin duda uno de los más grandes escritores contemporáneos. Quizá deberíamos decir extemporáneos porque Michon, como pocos, como los mejores, pertenece a la estirpe de los que escriben desde su tiempo pero sin estar sometidos por las circunstancias. Los libros de Michon suceden en tiempos pretéritos, en el pasado remoto o cercano, pero a la vez son cercanos. Absolutamente contemporáneos. Da igual que sean monjes medievales, emperadores, soldados bárbaros, Van Gogh, Goya, Rimbaud o cualquier minúscula vida en la decadencia del Imperio Romano.

Los libros deMichon desde "Vidas minúsculas" hasta este último "Mitologías de invierno/ El emperador de occidente"- esta vez publicado por la querida Diana Zaforteza en Alfabia- son tan cercanos porque son verdaderos. Verdaderos como lo son sus protagonistas. Personajes pasionales. Personajes contradictorios, seres fuertes o desvalidos. Seres humanos capaces de querer, odiar, sufrir, llorar o gozar. Seres humanos que reconocemos. Fue muy interesante la entrevista que "Babelia" publicó el sábado de éste hombre tan solitario, tan ajeno a los medios, el escritor Fajardo nos acercó a ese hombre atemporal capaz de no disimular sus sentimientos: "lo que Faulkner y Borges tienen en común para mí, es la capacidad de hacerme llorar como una muchacha. No sé por qué. Hay algo en ellos que me emociona hasta ese extremo"

No es habitual oír éstas confesiones en un escritor, menos en uno tan poco dado a mostrarse. Excelentes las fotos de Mordzinski que enseñan la cara, el rostro de éste hombre que- como señala Jesús Ferrero- es de los que piensan que "la vida es una farsa sostenida entre todos". Prometo que a la vuelta de mis vacaciones añadiré fotos.

Entre mis libros del verano estaba- no por casualidad-uno de Michon, "Señores y sirvientes". Un libro que se "inventó" Herralde al unir textos de Michon que sobre fragmentos de vidas de pintores que se habían publicado de manera dispersa. Ese libro viajó conmigo por el deseo de volver a Michon después de haber leído "Mitologías de invierno". Hay libros, hay autores que no pasan de moda porque no están de moda. Que no se olvidan porque se nos graban en el lugar dónde habitan las emociones.

Fragmentos de vidas, personajes periféricos como ese amigo y vecino de Van Gogh, el factor Roulin. Un impresionante retrato literario de éste hombre barbudo que conocemos por la pintura de Van Gogh

"...Y de ahí tomó una vida interior que le sirvió para casarse con Agustine y preñarla, y para arrullar y echar broncas a Armand, a Camilla y a Marcelle, nacidos de Agustine, y para tener un jardincillo donde binar lechugas. Y le proporcionó una pizca de apariencia, pues, en este mundo, no basta con ser factor, o almacenista; como si ya la cosa en sí no fuese bastante agotadora, encima hay que ser un factor rojo o blanco, y tener ideas y ese cajón de sastre de azares, comportamientos y palabras trilladas que se denomina carácter; hacen falta esas menudencias para no beberse a solas los ajenjos en una taberna de las afueras de Arlés y lo señalen a uno con el dedo y vaya a parar al arroyo..."

La literatura, también, sirve para no ser ese que bebe a solas los ajenjos.



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25 de agosto de 2009
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Ya somos el olvido que seremos

Hace más de veinte años, el 25 de agosto de 1987, Héctor Abad acudía para identificar el cadáver de su padre antes del levantamiento. Lo habían asesinado en Medellín. Al vaciar los bolsillos encontró un poema escrito a mano y con las iniciales JLB. Ocupado durante meses con la indagación policial, Abad no entregó el poema al diario "El Espectador" hasta noviembre y allí se publicó firmado por Jorge Luis Borges. El poema, sin embargo, no aparecía en las Obras Completas y los especialistas acusaron a Abad de falsario. Debo resumir de un modo brutal una historia bella y detectivesca.

El caso es que no se resignó. No le angustiaba la acusación de los borgianos, sino la memoria de su padre. Aquel poema había sido lo último que pudo leer y era un poema sobre la certeza de una muerte próxima. Como si el poema anunciara lo que le iba a suceder. De modo que Abad comenzó una pesquisa que le llevó años, visitas a dos continentes, cientos de cartas, correos electrónicos, entrevistas. La autoría del poema era, además, una cuestión de honor porque Abad lo había hecho grabar en la tumba de su padre con el título de "Epitafio".

¿Quién había escrito aquel poema profético y fatídico? En su búsqueda topó con personajes de novela negra, como Harold Alvarado Tenorio, quien aseguraba haberlo escrito él plagiando a Borges. O con la aborrecida viuda de Borges, María Kodama, uno de esos herederos que se apropian del Gran Muerto como si fuera su finca. Kodama, como siempre, negó por completo la autoría de Borges si no había dinero de por medio. O el encantador Jean Dominique Rey, que le proporcionó la pista más firme. Y el no menos delicioso pintor Guillermo Roux, que cerró el caso con un regalo inesperado.

Ahora, y justamente porque Kodama dice que no es de Borges, Abad lo ha podido publicar sin miedo a la denuncia. Y no viene solo. Está en la excelente revista hispano-mexicana Letras Libres de agosto. Cinco poemas y una historia novelesca sobre el amor a la poesía, el respeto filial y la pasión precisa para desenterrar bellos poemas. El primer verso lo tienen en el título. Borges sabía que le quedaban pocos meses de vida.

Artículo publicado el sábado 8 de agosto.

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25 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Poco alpiste para tanta jaula

Los rumores crecen sobre la posible desaparición del sistema racionado de productos alimentarios. Entre el temor y la espera, algunos aseguran que para comienzos de 2010 ya la cuota de sal y azúcar serán historia pasada y que la liberalización de esos ?y otros? alimentos, se nos viene encima. Quienes se asustan ante tal posibilidad no se imaginan una vida sin el subsidio del Estado, sin las muletas de lo subvencionado. Yo misma nací inscrita en una libreta donde se anotaba cada gramo de lo que debía llevarme a la boca. Si hubiera crecido sólo con lo reglamentado, tendría un cuerpo más enclenque del que exhibo ahora. Por suerte, la vida tiene mayor cantidad de opciones que las cuadrículas donde ?cada mes? el bodeguero marca las mínimas raciones que nos tocan. Un simple cálculo me lleva a pensar que si los 66 millones de libras de arroz que se distribuyen cada mes, por el racionamiento, fueran a parar al mercado libre, los precios de éste último bajarían. Se podría decidir entonces si en lugar del repetitivo cereal se compran papas o verduras y ya nadie exclamaría ?me llevo todo lo que me dan a casa, antes que dejarlo en la bodega?. Además, no existiría la sensación de que nos regalan algo y sobre todo el sentimiento de culpa que nos impide protestar o criticar a quienes garantizan esas pequeñas porciones. El mercado racionado debería quedar para esos que padecen un impedimento físico, psíquico o han quedado desempleados. En fin, debe dirigirse a quienes necesiten de la seguridad social para sobrevivir. Aunque la idea parece simple de decir, el cuello de botella de su aplicación es que los salarios siguen ajustados a los alimentos subvencionados de la ?libreta? y carecen de objetividad ante los precios liberados. Decirle a una familia cubana que a partir de mañana no tendrá las limitadas cantidades y las dudosas calidades que recibe por la bodega, es serrucharle el pedazo de piso sobre el que está parada. El alpiste, además de restringido, es difícil de eliminar, pues erradicarlo sólo puedo hacerse una vez que se abran las puertas de la jaula. De ahí que la noticia que en realidad esperamos no es la del fin del racionamiento, sino la del cese de la minusvalía económica que nos obliga a él, de la expiración de una relación paternalista que nos mantiene como pichones dependientes y? hambrientos.



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25 de agosto de 2009
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Antología francesa (4). Fútbol para intelectuales

La mayor desgracia que le puede pasar a un escritor español es que el día en que se haga la presentación pública de un libro suyo se juegue a la misma hora un partido de fútbol. He pasado por esa prueba, y puedo dar testimonio del sufrimiento, del abandono, de la humillación. En primer lugar está la dificultad de encontrar a otro escritor dispuesto a introducirte en el café o la librería donde suelen hacerse estos actos. Y no porque tu libro le haya parecido un bodrio, y quiera evitar el comprometerse ante los demás con sus elogios. El problema radica en que muchas veces esos actos librescos caen en miércoles, día de la semana muy propicio para los partidos de la Champions League u otros grandes torneos internacionales de fútbol, y por tanto les estás pidiendo el sacrificio de privarse de ver la retransmisión de un, pongamos por caso, Barcelona-Bayern de Munich, Real-Madrid-Arsenal, o Valencia-Olympique de Marsella. Tu amigo no te lo dirá a las claras, por pudor literario. Así que ese día, te comunica con aire compungido que está de viaje en Dinamarca, o su hijo actúa en una función teatral del colegio. Qué mala suerte.

     Cuando por fin encuentras a un semejante que no sigue la liga o la copa, tienes que enfrentarte al malhumor del librero elegido y de los (pocos) amigos íntimos que no han tenido más remedio que venir a escuchar las peroratas sobre tu novela el mismo día y a la misma hora en que Fernando Torres marcará un gol antológico. Una vez, algunos años atrás, mi editor de entonces se vio obligado por las circunstancias a fijar el acto de presentación de una novela mía el día de la semifinal de los Mundiales, a pesar de lo cual no me pareció verle inquieto. Se sentó en un extremo de la mesa, más allá del presentador, y mientras éste y después yo mismo hablábamos del libro, le vi absorto, quizá demasiado absorto para las banalidades elogiosas y los agradecimientos banales que se decían. Acabaron las intervenciones y el escaso público aplaudió, como era de rigor, pero el editor ni aplaudía ni se movía, mirando fijamente al vacío con una mirada de angustia. Tuve miedo de que le hubiera dado un síncope o un ictus, y me acerqué a su sitio, sin que él advirtiera mi llegada. Tenía camuflados en sus orejas unos minúsculos trasmisores (de los que sólo se pueden comprar en las Tiendas del Espía) por los que seguía radiofónicamente el partido, en el que, lo supe después, el Real Madrid, que era su equipo, perdió tres a cero. De ahí su estado casi cataléptico, de ahí su angustia.

    Un fruto nada desdeñable de esta curiosa situación -que ignoro si se da igualmente en los demás países europeos- es la calidad de los artículos periodísticos sobre fútbol y, por ósmosis, supongo, el refinamiento intelectual de algunos jugadores. Aunque el fútbol no está entre mis muchos vicios, leo con agrado a Vila Matas, a Javier Marías, a Ray Loriga o a Javier Cercas cuando escriben de fútbol en la prensa, superando, gracias a su exquisita prosa, la dificultad del universo arcano del que hablan, infinitamente más críptico que sus tramas novelescas. Y hay tradición en esto. Entre los poetas de la generación de García Lorca, hubo encendidas odas a los guardametas (por Rafael Alberti y Miguel Hernández) y al balón de cuero (Gerardo Diego), siguiendo después de la guerra civil esos fervores futbolísticos en la obra de escritores de calidad como Celaya o García Hortelano. Recíprocamente, el argentino Jorge Valdano, que fue un distinguido jugador del Real Madrid y después entrenador de este equipo, arengaba a sus jugadores en los vestuarios con versos de Borges, urdiendo desde el banquillo  -se decía- sus tácticas de juego a partir del esquema de la ‘Divina Comedia' de Dante.

     Una vez coincidí con Pep Guardiola en un programa de televisión en el que no se hablaba de fútbol. El entonces brillante jugador del Barcelona era lector, y bastante fino, y eso me hizo ver algunos partidos suyos en televisión. Luego Guardiola se fue del ‘Barca' y prosiguió una carrera europea menos gloriosa. Pero ahora ha vuelto a su antiguo equipo como entrenador, y está haciendo una temporada triunfal. Hay sin embargo, entre los aficionados ‘culés' una honda preocupación. Guardiola, que fue en su juventud un ‘sex symbol' y sigue siendo un hombre guapo, está, desde que desempeña esa difícil misión, perdiendo pelo. Fue el tema de conversación principal que tuve hace dos semanas con mi editor actual, forofo del ‘Barça'. Le noté más angustiado por esa alopecia que por la crisis del sector editorial.

                               

(Publicado en Libération el 25 de abril de 2009)

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25 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El poder de la información

Hay que tener algún poder, un pequeño poder, incluso poderes secretos, psicológicos o esotéricos, para obtener buena información. Si no se tiene poder alguno, ni siquiera los poderes visionarios del buen analista, entonces hay que robar. Para tener poder. Porque este oficio vive del poder y para el poder, aunque luego se haga el despistado.

El oficio está lleno de ladrones de muchas especies. A gran escala y al detall, carteristas y atracadores, mecheros y trileros, falsificadores y, sobre todo, chantajistas. Entre los ladrones los hay muy respetables, a los que hay que defender a capa y espada. Quienes sutilizan la información, la obtienen de forma elegante y casi leal, siempre legal por supuesto, merecen un respeto, aunque quizás es difícil darles honorablemente el aplauso en público. Normalmente serán objeto de promoción y de premios discretos. Con información, dinero. Con dinero, más dinero e información, mucha más información. Con mucha información y mucho dinero, poder a espuertas. Con mucho poder, toda la información. ¿A ver quien es el guapo que no entra en el juego?



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25 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pronto regreso

Varias cosas me han alejado por unas semanas del Moleskine Literario: un viaje a Medellín para entregar un premio literario del que ya les comentaré más adelante; una enfermedad que me impidió viajar a la Feria del Libro de Panamá; vacaciones de una semana; una mudanza de casa y el no acceso a internet en mi nuevo departamento. Esta semana también se me complica un poco entrar al blog, pero espero que en setiembre pueda seguir adelante como siempre. Un abrazo



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24 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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EL tema de la novela

No hay infinidad de temas para una novela. Probablemente diez o doce. Todos las conocemos, todos las hemos vivido, bien sea personalmente o de oídas, porque le ocurrieron a otros, a familiares, a amigos o a amigos de amigos. O las hemos leído en el periódico, en un libro, en una crónica. El amor, la venganza, la amistad, el heroísmo, la renuncia, la traición... no hay pues temas nuevos en la novela, apenas -¡apenas!- distintas e infinitas formas de contar dichas historias. La capacidad de un escritor no radica tanto en la invención de una historia como en la elección de un ángulo novedoso para contar lo que todos ya sabemos. Nos sorprende el detalle, la novedad de las variantes, pero sobre todo la forma en que el novelista dispone su ficción frente al lector. Saber cómo contar una historia, qué elementos descubrir y cuáles ocultar, en qué momento hacerlo, darle veracidad a lo que contamos, saber elegir cuándo la historia nos ha descubierto una veta insospechada y elegir si debemos seguirla o no, hace la diferencia entre, por ejemplo, cualquier historia trivial de adolescentes cuyos padres se oponen al romance entre sus hijos y Romeo y Julieta. La hondura de una novela requiere del novelista -ya lo comentamos anteriormente- sobre todo perseverancia. Pero también saber hacer sus elecciones a la hora de contar la historia. Y si la perseverancia es un esfuerzo muscular, la elección tiene que ver más con cierta intuición para saber elegir a cada momento el camino a seguir. Un novelista nunca tiene todas las respuestas respecto a cómo y por qué escribió de esta o de esta otra manera su novela. Para él también hay asombro y descubrimiento. Por fortuna.



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24 de agosto de 2009
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