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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un rey asi

El rey así es el Sr. D. Duarte de Bragança, persona medianamente instruida gracias a los preceptores que le pusieron nada más nacer, aunque, pese a eso, detesta la literatura en general y lo yo que escribo en particular, primero porque considera que en Memorial do Convento le insulté a la familia y en segundo lugar porque la dicha obra es, de acuerdo con su refinado lenguaje de pretendiente al trono, una ?gran mierda?. No leyó el libro, pero es evidente que lo olió. Se comprende, por tanto, que, durante todos estos años, no haya incluido al Sr. D. Duarte, de Bragança, que quede claro, en la elegida lista de mis amigos políticos. No me importa recibir una bofetada de vez en cuando, pero la virtud cristiana de ofrecerle al agresor la otra mejilla es virtud que no cultivo. Me he desquitado apreciando debidamente las cualidades de humorista involuntario que este nieto del señor D. João V manifiesta siempre que tiene que abrir la boca. Le debo algunas de las más sabrosas carcajadas de mi vida. Pero esto se acabó, la monarquía ha sido restaurada y hay que tener mucho cuidado con las palabras, no vayan a aparecer por ahí, redivivos, el intendente Pina Manique o el inspector Rosa Casaco. ¿Cómo que restaurada la monarquía? Preguntarán mis lectores, estupefactos. Sí señor, restaurada, lo afirma quien tiene las mejores razones para decirlo, el propio pretendiente. Que ya no es pretendiente, puesto que la monarquía nos acaba de ser restituida con el drapear de la bandera azul y blanca en el balcón del Ayuntamiento de Lisboa. Los mozos del 31 de la Armada (así se autodenominaron los escaladores) tienen ya su lugar asegurado en la Historia de Portugal, al lado de la panadera de Aljubarrota de la que se duda que llegara a matar a algún castellano. No es el caso de ahora. La bandera estuvo ahí durante algunas horas (¿habrá un monárquico infiltrado en el Ayuntamiento que impidiera la retirada inmediata?), se pretende averiguar quienes fueron los autores de la hazaña, es esto acabará como siempre, en comedia, en farsa, en chacota. El Sr. D. Duarte no tiene agallas para exigir en la plaza pública, ante la población reunida, que le sean entregados la corona, el cetro y el trono. Es una pena que una tan gloriosa acción vaya a acabar así. Pero como, en el fondo, soy una persona apacible, amiga de ayudar al prójimo, dejo aquí una sugerencia para el Sr. D. Duarte de Bragança. Cree ya un equipo de futbol, un equipo completo de jugadores monárquicos, entrenador monárquico, masajista monárquico, todos monárquicos y, si es posible, de sangre azul. Le garantizo que si llega a ganar la liga, el país, este país que tan bien conocemos se arrodillará a sus pies.



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12 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Juanes y la Plaza

Imagen tomada de juanesweb.com Un lugar gris, de concreto y mármol, que hace sentirse a las personas diminutas e insignificantes. Paso cada día cerca de la Plaza de la Revolución, camino a casa, y no puedo dejar de sobrecogerme, verme aplastada ante esa arquitectura que tanto recuerda la megalomanía fascista. Una vez, estuve allí con una bandera blanca y amarilla gritando ?libertad?, frente a un altar en forma de paloma diseñado para el Papa. No soy católica, sin embargo no iba a perderme ?por nada del mundo- la posibilidad de decir otro tipo de consignas en aquella Plaza. Parece que para el veinte de septiembre será Juanes el que tratará de darle un rostro humano a un conjunto arquitectónico, donde nadie va plácidamente a sentarse. No he visto nunca allí a una pareja o a una familia cubana ?que sin ser convocadas- se ponga en una esquina a conversar o a reír. Un espacio sin árboles, pensado para reunir, masificar, para que el líder nos grite desde su altura -a unos metros elevada del piso- y espere de nosotros que le respondamos con algún repetitivo slogan de ?¡Venceremos!?, ?¡Paredón!? o ?¡Viva!?. Opino que Juanes debe venir y cantar. Si el tema es la paz deberá saber que esta Isla no está inmersa en un conflicto bélico, pero tampoco conoce la concordia. Elevará su voz ante un pueblo que ha sido dividido, clasificado según un color político y compulsado al enfrentamiento hacia el que piensa diferente. Una población que hace años no oye hablar de armonía y que sabe del castigo que reciben los que se atreven a mostrar sus críticas. Estamos necesitados de su voz, pero sólo si va a cantar sin olvidar a ningún cubano, sin descartar ninguna diferencia. Nos gustaría que acompañara sus canciones con la cadencia  de Willy Chirino, la trompeta de Arturo Sandoval, el ritmo de Albita Rodríguez o el sensual saxo de Paquito D´ Rivera? pero a ninguno de ellos lo dejarán estar ahí. Juanes disfrutará  así el privilegio del extranjero, que en esta Isla es mucho mejor valorado que los nacionales. Cada cosa que diga entre canción y canción -si es que dice algo- podrá ser interpretada como su apoyo a un sistema que se apaga, como el espaldarazo a un grupo en el poder. No ha sido una inocente decisión seleccionar la Plaza de la Revolución como escenario para su música y no podrá sacudirse la carga política que eso significa. Pero si tiene que ser así, si no hay espacio en los barrios pobres de la periferia de la ciudad, en mi Centro Habana natal al borde del colapso, si no lo dejan sumergirse en San Miguel o Marianao, ni siquiera usar el Estadio Latinoamericano, pues que cante entonces bajo la estatua de Martí y frente a la imagen de Che Guevara, pero al menos que cante para todos. *  Me pregunto si ocurrirá lo mismo que en los dos últimos conciertos de Pedro Luís Ferrer, donde no han dejado entrar a algunos bloggers.



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11 de agosto de 2009
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Antología francesa (2). La reina en carroza

Inesperadamente, al cumplir los 70 años, la reina de España ha sentido celos de los homosexuales. Cada verano, la fiesta del orgullo gay se celebra en Madrid de una manera espectacular: cientos de miles de gays y lesbianas toman las calles del centro de la ciudad en un desfile lleno de música, alegría ruidosa, ropa escasa y muchas capas de maquillaje. Esa cabalgata que cruza toda la Gran Vía se ha convertido en los últimos años en la más multitudinaria y vistosa de las que en Europa marcan el Día del Orgullo, y los numerosos niños que desfilan o simplemente asisten con sus padres (quizá sólo bisexuales), disfrutan especialmente de las carrozas engalanadas, más de 50 el pasado mes de junio. Pues bien: la reina Sofía acaba de decir en un libro presentado en España la semana pasada que, aun aceptando que se pueda dar la homosexualidad en los seres humanos, lo que ya no entiende es que se sientan orgullosos de serlo, y mucho menos que lo manifiesten: "¿Que se suban a una carroza y salgan en manifestaciones? Si todos los que no somos gays saliéramos en manifestación...colapsaríamos el tráfico". Esas palabras las dice la madre de tres hijos cuyas bodas han colapsado completamente en los últimos años las principales ciudades de España (Barcelona, Sevilla, Madrid) durante varios días. Claro que esos matrimonios de las infantas Elena y Cristina y del príncipe Felipe no eran con personas de su mismo sexo (la reina Sofía también está en contra del matrimonio gay aprobado por el parlamento español), aunque no se puede ocultar el hecho de que Cristina se casó con un jugador de balonmano y Felipe con una locutora de televisión divorciada. Todos debidamente heterosexuales, mientras no se demuestre lo contrario.

    Ya se sabe que a las cabezas coronadas les gusta mucho manifestarse en carroza, no sólo en los días de boda: la reina de Inglaterra tiene una colección de carruajes casi tan grande como la de sus bolsos de mano. La reina Sofía, que tuvo que interrumpir la práctica de la solemne manifestación regia cuando en su país natal, Grecia, derrocaron a la monarquía, tuvo la suerte de casarse con un príncipe que acabó siendo rey, por la gracia del General Franco, y desde entonces Don Juan Carlos y Doña Sofía se manifiestan siempre que pueden por las calles de todo el reino en hermosos coches tirados por caballos de raza.

   Tenida siempre por una mujer discreta, culta y prudente, el estupor ha sido general por las declaraciones de la reina a la periodista del Opus Dei Pilar Urbano, con la que mantiene buena relación desde antiguo; éste es el segundo libro que hacen juntas, y Urbano asegura que el texto fue revisado y aprobado por la Casa Real antes de su publicación. ‘La Reina muy de cerca' (ése es el título del libro, un éxito de ventas instantáneo) contiene opiniones ofensivas para una gran parte de la población española, no sólo los homosexuales. Doña Sofía está en contra del aborto, en un momento en que el gobierno de Zapatero prepara una ampliación de la ley ya existente, insiste en que a los niños se les obligue a estudiar religión en las escuelas (¿para que no se desvíen sexualmente?), y habla del origen de la vida ignorando, ella que es tan lectora, las obras de Darwin. Si las ideas privadas de esta mujer  -cuyo deber constitucional es no expresarlas en público-  son así de retrógradas y de pueriles, la idea de una monarquía ilustrada que teníamos tantos españoles no monárquicos ha de ser seriamente revisada. Lo único en lo que se muestra ‘sostenible' Sofía será quizá lo que más irrite a los tradicionalistas: a la reina no le gusta el deporte nacional, las corridas de toros.  

   Ha sido muy cobarde la reacción del gobierno de Zapatero, eludiendo con palabras huecas los desafíos directos a la política gubernamental en materia social expresados por una persona que no puede votar ni, por supuesto, mandar. Y lo que dice la reina de Hassan II de Marruecos y de su hijo, el actual rey Mohamed VI, es, cuanto menos, de una clamorosa falta de tacto diplomático. La imprudencia, la ignorancia y la frivolidad mostradas son tales que muchos españoles nos hemos acordado del dictador de Venezuela. Hace ahora exactamente un año, en la Cumbre Iberoamericana, Don Juan Carlos, en un rasgo de humor borbónico, interrumpió la verborrea pseudo-populista de Hugo Chávez con una frase que recorrió el mundo: "¿Por qué no te callas?". Lástima que el rey no se la haya dicho a la reina en la intimidad de palacio.

 

(Publicado en Libération el 8 de noviembre de 2008)

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11 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desdeñar

Lo que sentimos no sólo proporciona información sobre el sujeto que nos afecta sino, muy principalmente, sobre el individuo que somos. Provoca dolor creernos diferentes a los demás pero a pesar de tantos elementos comunes, el conocimiento de nosotros mismos se presenta como un territorio del que apenas nos sirven las referencias ajenas. El otro nos consterna pero ¿es el otro un consternador? Aquél nos rechaza pero ¿no será que secretamente expulsamos inconscientemente la composición de quien nos desdeña antes de que conciba su desdén?



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11 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Selecciones, trozos, fragmentos

Veo poco la tele porque prefiero los libros, los periódicos o la computadora para adquirir información y enterarme de algo. Con los años, he aprendido a desconfiar de lo que sale en las pantallas y cuando se trata de noticiarios más todavía. En los días que mi paciencia adquiere niveles altos, uso el informativo de las ocho como ejercicio para detectar qué se esconde detrás de las frases triunfalistas. Pero eso sólo lo hago, repito, cuando tengo de guardia el estoicismo. Aún así, me entra desazón si paso por un hotel y veo a los turistas mirando esas televisoras, como la CNN, que los cubanos no podemos tener en nuestros hogares. Hace poco, emprendí una discusión con un peruano que aseguraba ?apasionadamente- que en cada casa habanera podíamos sintonizar Telesur. No sabía él, en su despiste, que sólo nos está permitido acceder a una estudiada colección de lo que se trasmite cada día por ese canal. Apenas un par de horas en la noche, bajo el nombre de ?Selecciones de Telesur?, pasan el estrecho filtro de lo que puede ser mostrado en nuestros medios televisivos. Curiosamente, y a pesar de los tijeretazos, las informaciones telesureñas les sacan kilómetros de distancia al NTV. De vez en cuando, incluso, algo se escapa, que niega o pone en entredicho lo que unos minutos antes se aseguró en el noticiero oficial trasmitido por Cubavisión. Comprendo entonces por qué incluso Telesur no puede mostrarse sin recortes ante nuestros ojos ávidos de noticias. Tendríamos  que alquilar algún cuarto de hotel, pagado en moneda convertible, para ver sin restricciones ese canal y todos los otros que nos tienen vedados.



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11 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Periodismo y ceguera

Quisiera ser profeta o adivino, pero no puede. Nada le complacería más que recordar cada vez que escribe una noticia cómo fue ya avanzada y prevista por su aguda percepción. Decepcionado de la injusta realidad, que se niega a confirmar su perspicacia, decide limitarse a levantar acta, sin avanzarse ni un paso más, no fuera caso. Pierde así cualquier sentido razonable de la más evidente anticipación. Se le escapan así los hechos, prematuros cuando le proporcionan la primera percepción y demasiado viejos y ya transitados por otros cuando adquieren fisonomía definitiva. El candidato a profeta, sin visión de cara al futuro, deviene también ciego para el presente. Hay que ponerlo urgentemente a escribir la sección de efemérides, la única para la que tiene el ojo despierto y preparado.

¿Historiadores del presente? ¿Serán el relevo del periodismo, relegado entero al pasado? ¿O la avanzadilla que anuncia la pronta aparición de los historiadores del futuro?  Al periodismo suele escapársele todo lo que se ve venir, lo ineluctable.



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11 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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África

En África, dijo alguien, los muertos son negros y las armas son blancas. Sería difícil encontrar una síntesis más perfecta de la sucesión de desastres que fue y sigue siendo, desde hace siglos, la existencia en el continente africano. El lugar del mundo donde se cree que la humanidad nació no era ciertamente el paraíso terrenal cuando los primeros ?descubridores? europeos desembarcaron (al contrario de lo que dice el mito bíblico, Adán no fue expulsado del edén, simplemente nunca entró en él), pero con la llegada del hombre blanco se abrieron de par en par, para los negros, las puertas del infierno. Esas puerta siguen implacablemente abiertas, generaciones y generaciones de africanos han sido lanzadas a la hoguera ante la apenas disimulada indiferencia o la impúdica complicidad de la opinión pública mundial. Un millón de negros muertos por la guerra, por el hambre o por enfermedades que podrían haber sido curadas, pesará siempre menos en la balanza de cualquier país dominador y ocupará menos espacio en los noticiarios que las quince víctimas de un serial killer. Sabemos que el horror, en todas sus manifestaciones, las más crueles, las más atroces e infames, barre y asola todos los días, como una maldición, nuestro desgraciado planeta, pero África parece haberse convertido en su espacio preferido, en su laboratorio experimental, el lugar donde el horror se siente más a sus anchas para cometer ofensas que creíamos inconcebibles, como si los pueblos africanos hubiesen sido señalados al nacer con un destino de cobayas, sobre las que, por definición, todas las violencias serían permitidas, todas las torturas justificadas, todos los crímenes absueltos. Contra lo que ingenuamente muchos se obstinan en creer, no habrá un tribunal de Dios o de la Historia para juzgar las atrocidades cometidas por hombres sobre otros hombres. El futuro, siempre tan disponible para decretar esa modalidad de amnistía general que es el olvido disfrazado de perdón, también es hábil en homologar, tácita o explícitamente, cuando tal convenga a los nuevos arreglos económicos, militares o políticos, la impunidad de por vida a los autores directos e indirectos de las más monstruosas acciones contra la carne y el espíritu. Es un error entregarle al futuro el encargo de juzgar a los responsables del sufrimiento de las víctimas de ahora, porque ese futuro no dejará de hacer también sus víctimas e igualmente no resistirá la tentación de posponer para otro futuro aun más lejano el mirífico momento de la justicia universal en que muchos de nosotros fingimos creer como la manera más fácil, y también la más hipócrita, de eludir responsabilidades que solo a nosotros nos caben, a este presente que somos. Se puede comprender que alguien se disculpe alegando: ?No lo sabia?, pero es inaceptable que digamos: ?Prefiero no saberlo?. El funcionamiento del mundo dejó de ser el completo misterio que fue, las palancas del mal se encuentran a la vista de todos, para las manos que las manejan ya no hay guantes suficientes que les oculten las manchas de sangre. Debería por tanto ser fácil para cualquiera una elección entre el lado de la verdad y el lado de la mentira, entre el respeto humano y el desprecio por el otro, entre los que están por la vida y los que están contra ella. Desgraciadamente las cosas no siempre suceden así. El egoísmo personal, la comodidad, la falta de generosidad, las pequeñas cobardías de lo cotidiano, todo esto contribuye para esa perniciosa forma de ceguera mental que consiste en estar en el mundo y no ver el mundo, o solo ver lo que, en cada momento, sea susceptible de servir a nuestros intereses. En tales casos solo podemos desear que la conciencia venga, nos tome por el brazo, nos sacuda y nos pregunte a quemarropa: ?¿Adónde vas? ¿Qué haces? ¿Quién te crees que eres??. Una insurrección de las conciencia libres es lo que necesitaríamos. ¿Será todavía posible?



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11 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Michael Mann: una apreciación (5)

Ali (2001) fue algo que las biografías de personajes célebres –en este caso Muhammad Ali, el original Cassius Clay- no suelen ser: un film que se sostiene no por su relación con los hechos narrados, sino en términos puramente cinematográficos. Collateral (2004) significó una vuelta de tuerca a los dos personajes que se disputan el alma de Mann: aquel que está dispuesto a todo por lograr su objetivo –en este caso, el asesino profesional llamado Vincent (Tom Cruise)- y el otro –el taxista Max (Jamie Foxx)- que, aun cuando persigue tenazmente sus deseos, no está dispuesto a vender su alma para obtenerlos.
    Después de ese híbrido que fue la versión cinematográfica de Miami Vice (2006), Public Enemies representa la puesta en escena más dramática –de manera tanto voluntaria como involuntaria- de la batalla que Mann viene dando con su cine. Basada en la parte del libro Public Enemies: America's Greatest Crime Wave and the Birth of the FBI que el autor Bryan Burroughs dedica a John Dillinger, la película está armada como un ida y vuelta dialéctico entre el bandido (Johnny Depp) a quien las fuerzas de seguridad y la prensa bautizaron el Enemigo Público No. 1, y el agente Melvin Purvis (Christian Bale) que respondía a las órdenes del nefasto J. Edgar Hoover.
    La puesta por la que Mann opta es despojada a la manera de los maestros clásicos de Hollywood. Dillinger es presentado volviendo a la cárcel donde pasó nueve años para rescatar a sus amigos (un acto que, más allá de lo temerario, es una muestra de generosidad), mientras que su adversario Purvis es presentado en plena persecusión del bandido Pretty Boy Floyd, a quien termina baleando a quemarropa. Estas dos secuencias dicen todo lo que necesitamos saber sobre los personajes. Que Dillinger es un hombre fiel a su gente, pero no al punto de la defensa corporativa. (El trato que dispensa a Ed Shouse, un miembro de la banda que mata a un policía gratuitamente, es elocuente al respecto.) Que Purvis es ante todo un hombre violento, que se abandona a sus peores instintos bajo protección de la Ley y le devuelve el favor, asumiendo su lugar subordinado dentro de la corporación. Eso es todo. No hay otro background, ni coartadas psicoanalíticas que pretendan explicar lo inexplicable.
    Public Enemies no cuenta más que el vals trágico entre estos dos hombres, y lo hace sin distracciones, con la misma, férrea determinación que Purvis emplea en su busca. (Volveré sobre este punto más adelante.) Esto significa que ni siquiera se detendrá en el romance entre Dillinger y Billie Frechette (Marion Cotillard). Todo lo que le interesa de este asunto es la medida en que Dillinger deposita sobre el affaire su necesidad de ser fiel a algo mejor que sí mismo; y el hecho de que además exprese las limitaciones a que lo somete la vida que lleva (¿quién podría encarar un largo cortejo, siendo Dillinger?), para lo cual debe hallar eco en alguien tan inadecuado, y tan desesperado como él. En el contexto de la Gran Depresión, una mujer joven de ascendencia india como Frechette podía deslizarse fácilmente por la pendiente de la prostitución.
    Si algo le reprocho a Mann es que perdió una oportunidad histórica de ampliar su mira y apuntar al fresco. Si bien es cierto que alude al contexto mayor (la manera en que el crimen que por entonces estaba organizándose boicotea a Dillinger, a causa de su negativa a integrarse a la estructura; y el modo en que el gobierno responde a una crisis económico-social financiando una estructura represiva, que mata sin tener que rendir cuentas), Mann lo menciona apenas, sin llegar a integrarlo al drama. En algún sentido fracasa por responder a su costado más Purvis –su veta de perro de presa que no ceja hasta lograr su cometido, sin preguntarse por qué ni para qué-, en lugar de abrirse al romanticismo a ultranza del personaje Dillinger. Si lo hubiese permitido, Public Enemies sería quizás un film a la altura de El Padrino. En cambio es tan sólo una maravillosa película de espíritu clase B y presupuesto millonario, que en la filmografía de Mann rankea por debajo de Heat.
    Pero por supuesto, no creo que Mann haya mancado su propio film porque es tonto. Public Enemies es una película de su tiempo –y de su medio- en más de un sentido.

 

(Continuará.)



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10 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La construcción de la novela (II)

Una novela, como toda buena ficción literaria, esta fundada no en la veracidad de lo que cuenta sino en la persuasión con que se cuenta. Esto significa que resulta ocioso buscar en ella elementos de la realidad que se ajusten incontrastablemente a la misma. La novela, habíamos dicho, es fundamentalmente autorreferencial, lo que significa que su grado de realidad -de persuasión- depende por completo del rigor con el que sus elementos constitutivos se nutran entre sí, se expliquen sin exceder el marco donde operan. El lector que se alarma porque en Soldados de Salamina, de Javier Cercas se apele con tanta contundencia a hechos y personajes que han existido pero que sin embargo no responden con exactitud a la veracidad histórica está cometiendo un error de fondo: se ha acercado a la novela buscando un ensayo, una pieza sociológica o histórica en lugar de acercarse a ella buscando su carácter esencialmente equívoco, vale decir, novelístico. Pero ello suscita, para el novelista, un problema que debe ser capaz de resolver: el de la persuasión. El novelista debe ser pues capaz de suspender, gracias al hechizo de su narración y a la impecable disposición de sus elementos, la natural suspicacia del lector que empieza las primeras páginas de su historia. Una novela se basa en la deliciosa esgrima de la seducción, es un hechizo en el que tanto el hechizado como el hechicero saben que establecen el pacto necesario que requiere la ficción. El novelista miente con conocimiento y convicción, dispone a sus personajes y edifica la trama que los vincula, en tanto el seducido -el lector- acepta la seducción siempre y cuando esta no presente fisuras ni contradicciones. Saber esto es vital para quien se dedica a escribir ficciones: que una novela plenamente documentada puede resultar absolutamente inverosímil en tanto una novela arbitraria y antojadiza puede ser capaz de hacernos cambiar nuestra percepción del mundo.



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10 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Culos

 

 

 

Yo que nunca he visto el culo de Lin Hong no dejo de pensar en él. Es un mítico culo de la chica más bella de la ciudad de Liu. Un culo que vio espiando culos en la letrina pública, el adolescente  Li Guangtou. El único del pueblo que conoce el culo de Lin. Admirado por esa visión, capaz de rentabilizar ese secreto cambiando la narración del culo por ricas sopas en el restaurante popular. Es una novela maravillosa. Sobre el placer de mirar los culos, sobre el amor, la fidelidad y la vida en China desde antes de aquella barbarie que se llamó revolución cultural, desde Mao a los Juegos olímpicos. Escrita por uno de los más interesantes autores chinos de la actualidad, Yu Hua. Se llama "Brothers". Publicada en Seix Barral. Para los amates de la literatura, los culos y otros placeres.

 Soy, desde que tengo memoria, un gran admirador de los culos femeninos. Los primeros culos, enormes, redondos, fueron de los cuadros de Rubens, que mirábamos en El Prado y en las reproducciones de los clásicos. Después vinieron los culos de las amigas. Y los culos del cine. Ya no eran aquellos culos rubensianos. Esos culos nos dejaron de gustar hasta que apareció Fellini y los puso otra vez en nuestra memoria y nuestro deseo. No somos maniáticos con los culos. Somos de gusto abierto, desde el culo de Jane Birkin- que es más de lo que parece- hasta algún culo maravilloso visto con la luz de un atardecer. Estoy en la playa, no puedo evitar mirar culos de todas las clases, de bellezas diferentes. Y me acompañan el recuerdo de algunos culos inolvidables. No si hay algún libro dedicado a la belleza de los culos femeninos. Algún libro como aquél que Ramón Gómez de la Serna dedicó a los senos. O, bajando la exigencia, como aquél otro que Juan Manuel de Prada dedicó a los coños. Creo que entonces hablaba sin mucho conocimiento de causa. Y eso también se nota en literatura.

La novela de Yu Hua, no es un tratado de culos. Pero nos hace recordar algunos culos de nuestra vida. Gracias.



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10 de agosto de 2009
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El Boomeran(g)
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