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En el seno del pueblo y en el seno de la razón

Hace más de medio siglo apareció un texto de Mao Tse Tung relativo a las "Contradicciones en el seno del pueblo". El título exacto era Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo (editado en castellano por Ediciones en lenguas extranjeras de Pekín, dentro de las obras completas de Mao, tomo V págs. 419-58). Mao analizaba entre otras cosas las diferencias en el medio agrícola, en el medio industrial y en el medio intelectual; diferencias que rápidamente se acentuaban hasta convertirse en auténtica oposición entre las partes y finalmente en conflicto abierto, expresión de que la contradicción había estallado.

Pues bien, inspirado probablemente por persona interpuesta (parece que Mao sólo leía en lengua china), había en estos textos un eco de la hegeliana "Ciencia de la Lógica", que tanta influencia tuvo en Marx y desde luego en Lenin, que la leía mientras ocupaba una cama de hospital en Suiza con verdadero entusiasmo (en el facsímil publicado por las ediciones de Moscú hay en los márgenes múltiples notas con signos de exclamación admirativa). La tesis hegeliana es que la contradicción es la verdad de toda diferencia y que en consecuencia asumir la contradicción es el primer imperativo de quien pretende efectivamente enfrentarse a lo real. 

Y me remito a Hegel pero podría haberme remitido directamente a Platón, en cuyo diálogo el Sofista se pone de relieve algo esencial, a saber: la contradicción

grave no es aquella que se da en el seno de las cosas, ni tampoco en el seno de la opinión popular, sino en el seno de la opinión fundada, es decir en el seno del concepto, y en suma en el seno del pensamiento cabal. La contradicción reina incluso en el campo eidético platónico, la "ciudad" de las ideas o conceptos, y en consecuencia si todo está sometido al imperio del concepto (esta es la esencia del platonismo), la contradicción reina por doquier. 

Pero hay contradicciones y contradicciones, la contradicción en la opinión fundada es digamos de un orden diferente que la contradicción de quien quisiera precisamente escapar a la misma, sustentando su vida en prejuicios.

Supongamos que alguien se guía en su comportamiento por máximas de acción concordantes con los principios más firmes de la moral y del conocimiento. Supongamos incluso que se ha sacrificado por los mismos, y que ha contribuido a que en la sociedad haya una corriente política que es la expresión de este esfuerzo. Supongamos en suma que vive en un entorno social de seres cabalmente humanos en quienes a la hora del posicionamiento político la razón va por delante. Pues bien:
A un momento u otro entre los suyos o en sí mismo constatará que, junto a la opinión concordante con los principios firmes, surge una que se ampara en ellos pero tergiversándolos a fin de hacerlos compatibles con la actitud más pusilánime, la de aquel que sólo se sustenta en prejuicios. Veremos por decirlo claramente surgir lo más abyecto en el seno del juicio recto (de hecho incluso la inversa). 

He aquí dos frases que sería posible oír en cualquier momento:

"Los políticos dicen lo que hay que decir para adecuarse a quien manda. Y si quien manda son los electores, sin duda habrá adecuación a estos".
"El deber de un demócrata es respetar la voluntad popular del país. Y en mi circunspección la voluntad popular es la de los electores que depositan su confianza en uno u otro".

No hay obviamente contradicción entre ambas frases, al menos que introduzcamos premisas morales que sobre-determinan lo que se dice en uno y otro caso.
Si, por ejemplo, quien enuncia la primera frase parte del presupuesto según el cual no hay que sacrificar las convicciones profundas en razón de su adecuación a unas u otras circunstancias, entonces está dirigiendo un general reproche a los políticos a los que se refiere- eventualmente la clase política por entero.

Y si quien enuncia el segundo mensaje comparte el mismo presupuesto, entonces en el momento en que habla está traicionando sus propias convicciones. Pero también puede pasar que no comparte tal presupuesto o que lo compartió un tiempo pero ha dejado de hacerlo, en cuyo caso no se está traicionando a sí mismo sino simplemente mostrando su contradicción de fondo con el otro.

Es interesante considerar este caso en el que el sujeto ya no tiene respecto a la cuestión moral la misma posición que un día tenía.

Habiendo sido educado bajo el criterio de que la fidelidad a las propias convicciones es la disposición de espíritu no oportunista, luego digna, algún recordatorio relativo a las consecuencias no deseables a las que, en una u otra circunstancia, condujo precisamente por testarudez respecto a los principios le hizo dudar de los mismos, llegando a decirse que quizás aquellos que se oponían tenían algún punto de razón.

Algún paso más y no es difícil imaginar que - con mayor o menor grado de estoica tristeza, nuestro hombre acabará convencido de que, siendo las convicciones humanas tan diversas e incompatibles, era simplemente pretencioso el aspirar a que (a la hora de adoptar decisiones que conciernen a la población en general) un criterio particular prevalecerá sobre el del conjunto; diciéndose finalmente que la regla de seguir la opinión de la mayoría era " la peor de las posibles, excepto...todas las demás". 

Y ya tenemos así el hombre al que su antiguo criterio de que sólo la convicción firme cuenta (con el riesgo de que la firmeza evolucione en dictadura) convertido en un demócrata.

La contradicción, decía, la contradicción que nos lleva desde la afirmación: "amar y proteger a los animales es amar aquello que nosotros mismos somos", a la afirmación " amar y proteger a los animales es prueba de lo que nos distingue de la mera animalidad".

 

 

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22 de septiembre de 2020
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Buenos espías

 

La vida consiste en una infinita red de espionajes, y grandes figuras de la historia cayeron en ella, por el bien de su patria o en defensa de ideologías subrepticias. Una de mis espías favoritas es la artista Sophie Calle, que se hacía seguir para obtener a través de las fotos y los informes del detective contratado un retrato externo, sin honduras, de sí misma. Viene luego la caterva de los aprovechados y las conspiradoras, que persiguen con malas artes la ocultación de un delito o el desfalco. Nuestra historia última está plagada de casos delictivos con nombre autóctono: el Naseiro, el Ere, el Palau, el Púnica, chapucero y municipal este aunque de recia sonoridad cartaginesa. Los más recientes llevan títulos extranjeros, preferibles en su versión doblada: el Correa, no el Gürtel, el Cocina en vez del Kitchen.

Hoy se acaba sabiendo todo de todos; hay espías a sueldo y mucho acusica espontáneo, así como sutiles métodos de detección. De usted y de mí se difunden cosas que uno no ha dicho y no ha hecho, pero ahí siguen, en lo profundo del mar de las redes. La brigada anti-espías, formada por personas rectas, nos insta a perseguir estos abusos. Llevan razón. Sin embargo anteayer yo fui objeto de una violación de mi intimidad que he renunciado a denunciar. Recibí un correo de una multinacional de la venta online que me hablaba de tú a tú: "basándonos en tu actividad reciente, hemos pensado que esto podría interesarte", y a continuación el paradero de un libro de Ramon Llull que en efecto yo había buscado, por otros canales. La información me favorecía, pero ¿qué más saben de mí? ¿Saben de mí más que yo? ¿Se comunican ellos a nuestras espaldas? ¿Espían nuestras vidas y se las cambian como cromos repes? Y lo más inquietante: ¿sabe el PP lo que anoto en mis libros A? ¿Hay una caja B universal? ¿O es todo ya KGB?

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21 de septiembre de 2020
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Ponzoña

La vuelta del veneno a la política es la vuelta a la tragedia clásica con menos timbre de gloria. Los asesinos plebeyos usan pistola o cuchillo, y los hay bombásticos que se explotan el cuerpo con tal de matar más almas. El veneno es el arma de los pequeños frascos y las cápsulas de polvo letal vertidas en un licor rojo con sibilino ademán. Medea impregnó de una fórmula magistral de su invención el vestido nupcial de Creusa, regalo envenenado de la hechicera traicionada que hace arder a la inocente doncella, y dentro del gran cast de envenenados y envenenadores del teatro isabelino, cuatro protagonistas de Hamlet mueren en el duelo final del drama fulminados por un bebedizo y un acero tóxico. De ahí que las pócimas resulten tan escénicas: "las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros", dice el verso de Lorca en Poeta en Nueva York.

El disidente ruso Alexéi Navalny, hospitalizado en Berlín y víctima en Siberia de la "medicina Putin", administrada esta vez no con el cabezal infectado de un paraguas sino en infusión, es el último damnificado de una conspiración palaciega. ¿Las sufrimos nosotros? De Internacional me fui a la sección de España: la Moncloa y las Cortes no llegan a tan ponzoñoso grado, ni destaca ahora en las bancadas del parlamento quien quiso imitar a Lucrecia Borgia. Ponzoña. Se trata de una palabra hermosa, más allá de sus efectos mortales. Aparece en el Diccionario renacentista de Covarrubias (que así la llama "porque punza el corazón"), y su sentido lo completa el de María Moliner en su acepción figurada: "se aplica a ideas, sentimientos o costumbres que dañan gravemente al espíritu o a la sociedad". O sea que la ponzoña tiene sus cauces, y fluye, y hace todo el daño que puede en España. Como si no tuviéramos ya bastante con los males del virus que vino de la nada, y sin voluntad de matar.

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15 de septiembre de 2020
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Camisas de fuerza

Imaginemos que en las bases de convocatoria de uno de los premios literarios importantes establecidos en nuestra lengua, digamos el Alfaguara, o el Herralde, se estableciera como requisito de participación que la novela concursante debe llenar determinados requisitos en cuanto al tema, y en cuanto a la procedencia racial de los personajes, o su género, sus preferencias sexuales, o sus capacidades físicas.
 
No estoy usando mi propia fantasía para crear un escenario distópico. Sólo hago una transferencia al territorio de la literatura de las condiciones que se acaban de establecer para las producciones que a partir del año 2024 compitan por el premio Oscar a la mejor película.
 
En cuanto a "representación en la pantalla, temática y argumento". la película debe centrarse en uno de los siguientes grupos: "mujeres, una etnia poco representada, personas LGTBI+, o personas con discapacidad física, cognitiva o auditiva". "Al menos uno de los actores principales, o intérpretes secundarios de cierta relevancia, deben ser parte de uno de los siguientes grupos raciales o étnicos: asiático, latino/hispano, negro/afroamericano, indígena/nativo, americano/nativo de Alaska, originario del cercano oriente o del norte de África, hawaiano nativo u otro tipo de isleño originario de Oceanía, o de otra etnia poco representada". Y el 30% de los actores secundarios debe llenar todos estos mismos requisitos.
 
Algunas de estas condiciones pueden ser intercambiadas, o sustituidas, por la misma representación diversa en los equipos de dirección y producción, que no se ven en la pantalla; pero todo obedece a un plan para enfrentar "el mayor desafío de nuestra historia para crear una comunidad más igualitaria e inclusiva...tanto en la creación de las películas como en el público que conecta con ellas".
 

Conviene separar, antes de seguir adelante, la justicia de las políticas de inclusión social, racial y de género, que responde a una lucha de siglos de la humanidad por la conquista de la justicia, de la pretensión de imponer temas y cuotas dentro de la obra de arte, que representa por sí misma un campo infinito de diversidad, y así mismo de libertad, sin lo cual el acto creativo no sería posible. Y en esto equiparo al cine, del que he sido devoto toda mi vida, a la literatura, que es mi otra devoción, como escritor, y como lector.

He oído alegatos de que las alarmas respecto a estas reglas son exageradas, porque se trata de requisitos leves, que bien pueden ser evadidos parcialmente sustituyéndolos por los otros, invisibles, que atañen a la composición de los equipos de producción; y que, en todo caso, de tan leves, no se notarían, y el cine seguiría siendo el mismo.

La censura nunca es leve, y su tendencia es a avanzar, una vez establecida una cabeza de playa, porque las exigencias que llevan a imponer en el arte cánones políticos, sociales, o morales, nunca se sacian, por mucho que las intenciones puedan parecer benévolas, o justicieras. 

No veo tampoco por qué no, a algún bien intencionado no se le ocurra ensayar esas mismas reglas en la literatura. Jurados literarios determinados a servir de muro de contención contra la discriminación. Comités editoriales celosos de reglas de contenido que no perturben al lector, o busquen evitar el arraigo de tendencias morales, políticas o filosóficas perjudiciales al conjunto de la sociedad. De todo estos hemos visto antes, ya sea porque el estado se impone como el Gran Benefactor de las conciencias, o porque grupos de presión buscan conquistar terreno y consideran que la creación artística es la joya de la corona, por su poder de influencia espiritual.

Y cuando se trata de reglas, la naturaleza ideológica deja de importar. En la espléndida novela de Julian Barnes, El ruido del tiempo, Stalin atormenta a Shostakóvich porque quiere imponerle, en cambio de su música reaccionaria y decadente, los parámetros del realismo socialista que canta las virtudes del hombre nuevo, siempre optimista, mirando hacia el futuro luminoso.

En Irán, los ayatolas mandaron a recoger de las librerías la recién salida traducción de Memoria de mis putas tristes, la novela de García Márquez, y el editor fue destituido a pesar de que se había esforzado en volverla potable; hizo que el traductor cambiara la palabra "puta" por "mi belleza".

Censura desde el poder, pero también desde los grupos de presión. Cuando esa misma novela fue convertida en México en una pieza de teatro, la representante de una organización feminista exigió que se prohibiera su representación, por las mismas razones morales que Lolita, la obra maestra de Nabokov fue sacada de las bibliotecas públicas en Estados Unidos: el uso de "nínfulas" como personajes.

La regla debería ser entonces: "no se permite en las novelas la figuración como personajes con connotación sexual, de personas del sexo femenino menores de 15 años de edad". Esto incluiría, por supuesto, la pintura, para prevenir casos tan lamentables como el de los cuadros de Balthus, maestro de la incorrección.

Ganar espacios de representación, y conquistar la justicia postergada, o denegada, nada tiene que ver con la imposición de reglas que buscan entrar en el territorio de la creación artística, y moldearla, adaptarla, o limitarla. Al imponer a una obra arte una camisa de fuerza, se le impone, en fin de cuentas, a toda la sociedad.

 

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14 de septiembre de 2020
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Diario del confinamiento (14)¿Dónde están las nieves del Kilimanjaro?

El fotógrafo Yann Arthus-Bertrand subió hace algún tiempo hasta la cima del Kilimanjaro en un helicóptero y al dirigir la mirada hacia el monte quedó petrificado. La cúspide de la montaña sagrada “parecía surcada de profundas cuchilladas, como la piel gris de un animal muerto, agrietada por el calor y la sequía, y había desaparecido casi toda la nieve”.

Hemingway creía que las nieves del Kilimanjaro eran eternas. Se lo habían dicho los nativos y él lo creía. En su magnífica novela Las nieves del Kilimanjaro, nos presenta a un cazador americano que está agonizando y que recuerda su vida. El cazador mira de vez en cuando la montaña que tiene frente a él, admira su cima. Siente que al morir su alma volará hasta las nieves del Kilimanjaro, implacablemente blancas.

Se equivocó el cazador de la novela. Las nieves del Kilimanjaro ya se están yendo. Los nativos de la comarca tiemblan. Sus espíritus se están quedando sin morada, sin la blancura que sellaba sus memorias, y cuando los espíritus no hallan cobijo dejan de ser entidades protectoras.

Se equivocó Hemingway, se equivocó el cazador, se equivocaron los nativos que proyectaban en las nieves de la roca su idea de la eternidad. Estamos en otra historia.

Las divinidades protectoras están desapareciendo. Lo vemos muy bien en esta pandemia.

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11 de septiembre de 2020
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No es un arma

Es natural luchar contra el que se interpone ante uno, y en conformidad a tal naturalidad, es oportuno usar el arma más eficaz. Una araña no tiene excesivos escrúpulos cuando se trata de lo más útil para atrapar a su presa, ni la avispa para clavar su aguijón. En el extremo opuesto el toro o el león no dudan en emplear astas o garras contra quien quiere conquistar su territorio, o contra quien persiste en defender el propio.
 

Incluso tratándose del hombre, cuando el enemigo ataca, o cuando se trata de atacarlo, el fusil, la bayoneta o la granada se utilizan bajo legislación de un único criterio: la mejor relación entre gasto de energía propia y mal ocasionado al enemigo. Para sopesar un arma en un combate entre animales, ese animal que es el hombre incluido, no hay más que un criterio: su capacidad ante el arma ajena, su potencia a la vez defensiva y ofensiva.

Mas entonces, ¿por qué ese sentimiento profundo de desmoronamiento y vacío que se experimenta en tantas ocasiones, cuando aquel que está en combate, usa como arma las palabras? ¿Por qué cuando en presencia de un político que (movido por el objetivo de vencer a cualquier precio al enemigo) usa arteramente un discurso en el que falsifica los hechos de los que el otro es responsable, pasamos (¡desgraciadamente no siempre!) de experimentar vergüenza a dar libre paso a un "¡no! este tipo no!", que surge de lo profundo y que es efectivamente un gesto de repudio. ¿Por qué sentimos, y nos lo decimos (aunque quizás por prudencia no lo hagamos público) que quien así usa las palabras no es digno de contar entre la sociedad de los humanos? ¿Por qué en suma toleramos el uso de las armas, pero nos repugna percibir el uso del lenguaje como arma? La respuesta es que sencillamente el lenguaje no es un arma, o cuando menos no lo es en su esencia, aunque no esté excluido que pueda degradarse hasta ser utilizado como tal. Aspecto este que tiene un arranque:
Se empieza considerando en el lenguaje aquellos aspectos que lo homologan a un sistema transmisor de información, y poco a poco se lo va reduciendo a esta potencialidad menor suya. El lenguaje es meramente contemplado bajo el aspecto de su utilidad, y entonces se da casi inevitablemente un paso más: pues resulta que el lenguaje parece acentuar su potencia utilitaria, cuando es usado de forma falaz, cuando sirve a encubrir la realidad, ya sea una realidad natural o una realidad ella misma lingüística.

Entonces se abre la puerta a que el lenguaje sea valorado por el grado de eficacia de su condición de arma.

El malestar que experimentamos ante tal hecho procede de la certeza de que, a diferencia de los puñales y las garras, el lenguaje tiene otra función, indisociablemente cognoscitiva y simbólica, que nada tiene que ver con el uso del mismo ("a fortiori" con ese uso que es reducirlo a un arma) y que la activación de tal función equivale a la actualización de las facultades que nos singularizan en el seno del reino animal. Intento describir con un ejemplo el proceso de intervención del lenguaje que constituye un uso y abuso del mismo:
Asistimos a una crisis económica, una catástrofe natural o un problema sanitario generalizado, y constatamos que los responsables de organizaciones políticas que no están en el poder pulsan la dimensión de la calamidad, en la certeza de que la impotencia del gobierno para responder a la misma incrementa exponencialmente el descontento de la población, y por consiguiente las posibilidades de su derrumbe en los próximos comicios. Este provecho que la situación procura es consecuencia de hechos y relaciones de fuerzas objetivas, y todos somos conscientes de ello, sin que haya lugar a reproche.

Sin embargo, estimando que conviene cargar la suerte, el jefe de tal o cual partido de la oposición, pronuncia un discurso sobre-actuando en lo relativo a su sentimiento por las dramáticas circunstancias, insistiendo enfáticamente en el número de víctimas, y dejando entrever que la negligencia e ineptitud del gobierno rozan lo criminal. Desde el punto de vista de los hechos todo sigue igual: sabíamos que el calamitoso curso de las cosas favorecía a ese político y ahora le sigue favoreciendo. Y sin embargo algo en la trama ha cambiado y la escucha de su discurso produce esa espontánea aversión a la que antes me refería. ¿En razón de qué? Ha ocurrido simplemente que hemos pasado de los hechos a las palabras. Los hechos no son en sí un arma, pero se transmutan cuando el lenguaje se apodera de ellos; cabe decir que la calamidad se hace porosa a las palabras a fin de servir de arma.

El cartel anunciador "Escalón en arcenes" cuando vamos por una autopista, o "Cerrado domingos y festivos" en la puerta de un establecimiento comercial, son triviales ejemplos de que el lenguaje es un útil instrumento de comunicación, además comunicación en principio verídico: hay efectivamente un desnivel peligroso en el borde de la carretera, y si acudimos al establecimiento el día de navidad lo encontraremos cerrado. Pero se da un paso gigantesco (¡y catastrófico!) cuando se ve en esta potencialidad de servir de instrumento el aspecto esencial del lenguaje. Pues entonces, descubriendo que hay una utilidad incluso cuando la información que se transmite es falsa, la variable verdad/ falsedad pierde peso ante la variable, útil/inútil, útil literalmente como arma que facilita la defensa o la dominación.

En síntesis lo que constituye el elemento que nos especifica en el género de los seres animados y cuyo enriquecimiento debería en consecuencia constituir el fin último de nuestra práctica, se convierte en mero utensilio para otros fines, eventualmente sustituible si otras armas se revelaran más eficaces. Pues desde luego, si el objetivo es destruir al adversario, y con palabras no lo conseguimos ...el recurso a instrumentos más directos es siempre una tentación. Sin duda, la reflexión que precede se enfrenta a la siguiente objeción: ¿No es también el lenguaje un arma contra el error? Y sobre todo: ¿no es como mínimo en ocasiones un arma contra la mentira? Conviene quizás distinguir entre estos dos aspectos. Cuando se trata de un error el lenguaje no es utilizado, y por consiguiente no juega el rol de arma o instrumento. Cabría decir que cuando se aplica a desmontar un error, el lenguaje no tiene como adversario la reducción del lenguaje, pues cabe error en el respeto absoluto a la función del mismo. Por el contrario, cuando combate la mentira, el lenguaje lucha contra aquello que implica su directa instrumentalización...paradójicamente por un ser de lenguaje, es decir, el único ser que puede convertirse en su enemigo.

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11 de septiembre de 2020
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Artemisia Gentileschi, la artista barroca recuperada por el feminismo

Una exposición en la National Gallery abre Londres por vez primera a una artista descomunal, olvidada durante casi cuatro siglos: Artemisia Gentileschi, una de las pintoras más importantes del Barroco, cuya obra ha suscitado un profundo debate sobre la representación de la violencia. Su violación por Agostino Tassi ha servido a menudo de punto de partida para analizar su cruda y a la vez impasible mirada al horror. Feminista por su vida y su obra, independiente y libre, la muestra reúne una excepcional selección de la obra de la artista compuesta por una treintena de cuadros procedentes tanto de pinacotecas públicas como de colecciones privadas de todo el mundo, de los que la mayoría nunca se habían expuesto en Reino Unido.
¿Cómo podía ocurrirle algo malo a una joven llamada Artemisia, como la diosa griega representada con un arco y un carcaj de flechas? Huérfana de madre a los 12 años, pero acunada y complacida por su padre, Orazio Lomi de Gentileschi, un maestro de éxito en la Italia entre los siglos XVI y XVII, vivió una juventud deliciosa junto a sus tres hermanos, en una casa frecuentada por pintores y escultores. Languidecía el Renacimiento y un nuevo espíritu, que haría florecer el Barroco, exaltaba la realidad. A los 16 años, Artemisia entraría como aprendiz en el taller paterno, aunque el suyo fuera un oficio casi prohibido a las mujeres. Orazio la consideraba mejor pintora que él. Virtuosa del chiaroscuro, su tratamiento del color es único, construido sobre los contrastes lumínicos -con un pincel excepcional para plasmar al detalle los trajes, las joyas y las armas, dotándolos de relieve y de una perspectiva imantada.
 

El arte no se hereda, pero sí se contagia. Artemisia pronto superó a sus hermanos, que no pasaron de meros aprendices. Ella, con apenas 17, revelaba ya una personalidad propia, y proponía, según los críticos, una nueva mirada a los "afectos del alma" -la novedad máxima en el arte del siglo XVII-, que se concreta ya en su primera obra de la que se tiene constancia: Susana y los viejos (1610).

Pero un hecho oscuro, criminal, quebraría la línea entre el honor y la belleza que en ella había. Ocurrió cuando su padre dio entrada en el taller a Agostino Tassi, un depredador sexual que ya había sido juzgado por incesto y que años más tarde intentaría disparar a una cortesana embarazada que era su amante, como maestro de su hija. A pesar de su fama de violento, Orazio confió en Tassi, que violó a Artemisia. Y ella lo denunció públicamente: "Cerró la habitación con llave y una vez cerrada me lanzó sobre un lado de la cama dándome con una mano en el pecho, me metió una rodilla entre los muslos para que no pudiera cerrarlos, y alzándome las ropas, que le costó mucho hacerlo, me metió una mano con un pañuelo en la garganta y boca para que no pudiera gritar y habiendo hecho esto metió las dos rodillas entre mis piernas y apuntando con su miembro a mi naturaleza comenzó a empujar y lo metió dentro. Y le arañé la cara y le tiré de los pelos y antes de que pusiera dentro de mi el miembro, se lo agarré y le arranqué un trozo de carne" declararía en un juicio en el que tuvo que padecer dolorosos exámenes ginecológicos.

Tassi fue condenado a un año de cárcel y a un destierro que nunca cumplió. Y Artemisia se fue de Roma. Su fama, a causa del escándalo -Tassi estaba casado y no pudo cumplir con la primera demanda del padre: que se casara con su hija para restaurar el honor- fue creciendo. Y con firmeza y determinación, además de autonomía, se instaló en Florencia, casada con el pintor florentino Pierantonio de Vincenzo Stiattesi para que su honorabilidad, según los dictados de la época, quedase reparada. Tiene cuatro hijos, de los cuáles solo sobrevivirá la hija, y emprende una carrera con una vocación y una convicción igualmente profundas.

Fue la primera mujer en ingresar en la Accademia del Disegno, y pronto se erigió en exitosa pintora de corte, también fue pionera del autorretrato y se autorrepresentó, negociando personalmente el precio sus obras con coleccionistas exquisitos como los Médici. Rechazó concepciones impuestas sobre la feminidad, y se proclamó libre sexualmente e independiente económicamente. Viajaba sola por Europa. Artemisia, la pittora era admirada en Florencia y en Nápoles -a donde regresó, acosada por los acreedores y separada de su marido para estar cerca de nuevo del padre enfermo-. Se trataba de una gran personalidad que no pasaba desapercibida por su finura de pensamiento. En los círculos artísticos, y en contra del canon, era considerada una gran pintora, creadora de un nuevo dramatismo. Pero, aunque fuese la más talentosas seguidora de Caravaggio, a quien pudo conocer a través de su padre, y sus obras fuesen codiciadas por los principales líderes de la época (como Cosme II de Médici en Florencia, Felipe IV en Madrid y Carlos I en Londres), solo sería reevaluada en el siglo XX.

En la ambiciosa exposición de la National Gallery se recoge, además de su trabajo, sus palabras en primera persona a través de fragmentos de su testimonio en el proceso judicial por la violación, comunicaciones privadas con su amante y cartas a patrocinadores y clientes. "400 años después, sus palabras suenan fuertes y verdaderas, evocando la imagen de una mujer ferozmente independiente que, a pesar de las limitaciones de género de la época, estaba decidida a encontrar el éxito y tomar el control de sus asuntos personales y profesionales", afirma Letizia Treves, comisaría de la exposición y conservadora de la pintura italiana, española y francesa de finales del siglo XVII de la National Gallery.

Desde que fuera recuperada por el feminismo en los años 70 del siglo pasado, con la historiadora del arte Linda Nochlin a la cabeza, -publicó un célebre artículo, titulado ¿Por qué no han existido grandes artistas mujeres?, del que surgiría un interés enorme por revisar su obra- mucho se ha debatido el carácter autobiográfico de su obra y, en particular, la asociación de la violencia y la oscuridad de su arte con la violación que sufrió de joven. "Caravaggio pintó Judits igual de sangrientas que las que retrató Gentileschi -ha afirmado su biógrafa Alexandra Lapierre, autora de Artemisia (Robert Lafont, 1999)-. Su estilo se fue nutriendo de las diferentes escuelas a las que perteneció: en Roma, pintó como los romanos, en Nápoles, como los napolitanos, y en Venecia como los venecianos". También se recuperó la autoría de varias de sus obras, que permanecía velada.

Especialmente aguda es la interpretación del historiador de arte italiano Roberto Longhi de su supuesto gusto por lo violento: "No hay nada sádico aquí, en lugar de ello lo que más impresiona es la impasibilidad de la pintora, que fue incluso capaz de darse cuenta de cómo la sangre, al chorrear violentamente, ¡podía decorar con dos líneas de gotas al vuelo la zona central! ¡Increíble, os digo! Y también por favor ¡den a la Sra. Schiattesi -el nombre de casada de Artemisia- la oportunidad de elegir el puño de la espada! Al final, ¿no creen que el único propósito de Judit es apartarse todo lo posible para evitar que la sangre pueda manchar su novísimo vestido de seda amarilla? Pensemos, de todas formas, que ese es un vestido de Casa Gentileschi, el guardarropa más refinado de la Europa del siglo XVII, después de Van Dyck".

La exposición de la National Gallery trasciende el mito de la mujer violada y la heroína protofeminista, en favor de una visión que trata de objetivar la calidad excepcional del trabajo de La Pittora.

Una de las cartas exhibidas en la muestra londinense refleja inmejorablemente la determinación de una mujer consciente de las dudas que los nombres femeninos suscitaban como firma: "le mostraré a Su Ilustre Señoría -escribe Artemisia al coleccionista y mecenas Antonio Ruffo- lo que una mujer puede hacer. Conmigo Su Ilustre Señoría no perderá, y encontrará el espíritu de César en el alma de una mujer", le escribe. Su fuerza, que rebosa en la manera de plasmar la sangre, de humanizar el cuerpo desnudo y de perturbar los sentidos, sigue siendo al tiempo un enigma y un faro.

Interés de novelistas y cineastas: ‘Veinte años y un día'

Se trata de la única artista occidental que ha provocado el interés de novelistas y cineastas, deseosos de ahondar en su vida y obra, en la excepcionalidad de una mujer que escogía su vestuario con tanta precisión como negociaba el valor de sus lienzos. Una mujer sin miedo en unos tiempos en los que las costumbres eran crueles, inhumanas. Periférica reeditará en breve el libro que escribió de ella Ana Banti en 1949, comparado por Susan Sontag con el ‘Orlando' de Virginia Woolf. Y el Museo del Prado ha seleccionado su ‘Nacimiento de San Juan Bautista' (1635) para la actual exposición que reúne algunas de las obras más emblemáticas de los fondos de la pinacoteca, Reencuentro.

Contaba Jorge Semprún que, a mitad de los años 80, la contemplación de una de sus versiones de Judit y Holofernes (1612-3) en el Palacio de Villahermosa -que antes de prestar sus muros al Museo Thyssen-Bornemisza albergó durante un tiempo exposiciones temporales del Prado- accionó el resorte de la memoria para traerle de vuelta una sangrienta (y real) historia ocurrida durante la Guerra Civil, que había escuchado tres décadas antes en una comida con Domingo Dominguín y Juan Benet. Tardaría 23 años en darle forma, titulada ‘Veinte años y un día' (Tusquets, 2003). Fue su última novela, y para muchos la mejor de cuantas escribió.

​En sus páginas, pone en boca de una de las protagonistas: "de pronto me encontré con aquel cuadro... me paré, impresionada, no por el tema, ciertamente; Judit y Holofernes son un tópico de la pintura (...) No era el tema, pues, sino la violencia del tratamiento pictórico, la serenidad de dicha violencia, la frialdad de semejante frenesí, la indecencia provocativa del escote de Judit, la juvenil hermosura de su doncella y ayudanta en el feroz degüello de Holofernes... Ambas estaban dedicadas a decapitar al general asirio con una precisión algo distante, con un aire extraño, sobrecogedor, de complacencia, casi de placer... (...) Me quedé absorta ante el lienzo, inmóvil, como fulminada".

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10 de septiembre de 2020
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El nombre

En el principio fue el nombre, se nos ha dicho desde hace milenios, y el nombre ocultó la oscuridad y dio forma verbal al deseo. Antes de iniciar su escultura, Pigmalión ya tenía un nombre que mostraba y ocultaba sus pulsiones y sus anhelos: Galatea; y antes de traernos al mundo, nuestros padres ya tienen en la cabeza nuestro nombre.

Se supone que la desnudez fundamental sería el momento de nacer, pero no es cierto, porque ya antes de nacer nos están vinculando a un estereotipo, el primero de una larga cadena que limitará nuestra existencia y nos acercará a los objetos fabricados en serie.

Fijémonos en el recién nacido: un nuevo viviente gime y tiembla. Es un animal lleno de pulsiones inconscientes que merman su libertad desde el principio, pero no está desnudo. Nada más nacer le acoplarán el nombre que tenían pensado para él: un nombre que consideramos personal, a pesar de que se puede repetir con mucha frecuencia a nuestro alrededor.

El niño se llamará David. Parece un asunto inocente, pero detrás de David vemos un rey que tocaba el arpa y cantaba salmos. Un rey que mató a su mejor amigo porque quería quedarse con su mujer, de la que se había enamorado. Un rey sabio y totémico, que conoció la maldad y la bondad en todas sus variantes. Resulta muy hermoso, pero un día el muchacho necesitará interpretar su nombre y se interesará por la historia del rey arpista y hasta podrá plantearse la posibilidad de imitarlo y proyectar en él su ambición.

No es la peor opción querer convertirse en un nuevo David, pero en ese acto tan presuntamente natural como asignar un nombre a alguien, estamos ya interviniendo en su destino, aunque solo sea con una metáfora.

 

Ya tenemos un nombre. Nuestro cuerpo empieza a encarnar un símbolo. Es una forma noble de decirlo. En realidad empezamos a encarnar una repetición y un estereotipo.

 

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8 de septiembre de 2020
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Beneficios


La presencia constante de empleados del Gobierno parloteando en todos los medios de difusión ha facilitado elucidar algunos puntos. A mí me ha permitido entender por fin qué quiere decir "ser progresista"
 

No todo es tan malo en la desdichada peste. Algunas prácticas han resultado útiles. La presencia constante de empleados del Gobierno parloteando en todos los medios de difusión ha facilitado elucidar algunos puntos. A mí me ha permitido entender por fin qué quiere decir "ser progresista".

Desde que los burgueses del siglo XVIII inventaron la noción de "progreso" hasta su uso por parte de los doctrinarios actuales, siempre albergué dudas. Ahora lo veo claro. Es progresista apoyar a los herederos del terrorismo vasco y tenerlos como aliados allí donde se dejen. Es progresista buscar la ayuda de los reaccionarios catalanes y aceptar su propósito de empujar a los españoles al mar. Es progresista llamar "okupación" al robo legal de viviendas, negocio de mafias que oficialmente no existen. Es progresista hundir a España al último lugar de Europa en la reducción de la plaga y al primero por número de muertos. Progresista es cobrar en negro de matarifes como Maduro o los ayatolás iraníes.

En fin, hay mucho más, pero, chico, se me han quitado las ganas de ser progresista, ese vicio de toda la casta política española. Toda ella, porque cuando los así llamados conservadores se pusieron progresistas aprovecharon para despedir a la única mujer con talento que les quedaba. La capacidad para soportar la inteligencia en ese partido gallináceo es de las más escasas del hemisferio sur.

Lástima: era la ocasión para ampliar el frágil negocio del turismo con una industria cultural seductora y complementaria, para lo cual es imprescindible una educación seria. Menos tabernas, más escuelas, menos botellones, más esfuerzo mental. Podría ser un lema para empezar a corregir el progresismo, o sea, la secular vagancia española.

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8 de septiembre de 2020
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Lo de siempre

He oído contar varias veces a Félix de Azúa, seguro del éxito de la revelación, que al rey Don Juan Carlos, durante un solemne acto en una embajada, al sacar el pañuelo de uno de los bolsillos del pantalón, le cayó un boleto de la Primitiva al suelo. Ahora veo que Wikipedia, en la página dedicada a Vicente Gil García, médico personal de Francisco Franco entre 1937 y 1974, no duda en señalar, como indicador de su proximidad al Caudillo, que echaban la quiniela juntos, detalle fundamental en la biografía del doctor Gil García, mucho más importante que el hecho de que fuera él quien revelara a los servicios de inteligencia norteamericanos los pormenores de las lesiones sufridas por Franco en el accidente de caza de 1961 y quien le diagnosticara cáncer de colon en 1974, motivo por el cual fue fulminantemente apartado por el Marqués de Villaverde. Sumidos en el pavor de la pandemia, formamos, en pleno verano, extensas colas a la puerta de los estancos que ya venden números de la lotería de Navidad, y lo hacemos respetando, quizá sólo en este caso, las cómicas medidas de seguridad impuestas por el gobierno, no sea que cuando nos toque el gordo nos pille agonizando en una uci.

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8 de septiembre de 2020
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El Boomeran(g)
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