Víctor Gómez Pin
Pues bien, inspirado probablemente por persona interpuesta (parece que Mao sólo leía en lengua china), había en estos textos un eco de la hegeliana "Ciencia de la Lógica", que tanta influencia tuvo en Marx y desde luego en Lenin, que la leía mientras ocupaba una cama de hospital en Suiza con verdadero entusiasmo (en el facsímil publicado por las ediciones de Moscú hay en los márgenes múltiples notas con signos de exclamación admirativa). La tesis hegeliana es que la contradicción es la verdad de toda diferencia y que en consecuencia asumir la contradicción es el primer imperativo de quien pretende efectivamente enfrentarse a lo real.
Y me remito a Hegel pero podría haberme remitido directamente a Platón, en cuyo diálogo el Sofista se pone de relieve algo esencial, a saber: la contradicción
grave no es aquella que se da en el seno de las cosas, ni tampoco en el seno de la opinión popular, sino en el seno de la opinión fundada, es decir en el seno del concepto, y en suma en el seno del pensamiento cabal. La contradicción reina incluso en el campo eidético platónico, la "ciudad" de las ideas o conceptos, y en consecuencia si todo está sometido al imperio del concepto (esta es la esencia del platonismo), la contradicción reina por doquier.
Pero hay contradicciones y contradicciones, la contradicción en la opinión fundada es digamos de un orden diferente que la contradicción de quien quisiera precisamente escapar a la misma, sustentando su vida en prejuicios.
Supongamos que alguien se guía en su comportamiento por máximas de acción concordantes con los principios más firmes de la moral y del conocimiento. Supongamos incluso que se ha sacrificado por los mismos, y que ha contribuido a que en la sociedad haya una corriente política que es la expresión de este esfuerzo. Supongamos en suma que vive en un entorno social de seres cabalmente humanos en quienes a la hora del posicionamiento político la razón va por delante. Pues bien:
A un momento u otro entre los suyos o en sí mismo constatará que, junto a la opinión concordante con los principios firmes, surge una que se ampara en ellos pero tergiversándolos a fin de hacerlos compatibles con la actitud más pusilánime, la de aquel que sólo se sustenta en prejuicios. Veremos por decirlo claramente surgir lo más abyecto en el seno del juicio recto (de hecho incluso la inversa).
He aquí dos frases que sería posible oír en cualquier momento:
"Los políticos dicen lo que hay que decir para adecuarse a quien manda. Y si quien manda son los electores, sin duda habrá adecuación a estos".
"El deber de un demócrata es respetar la voluntad popular del país. Y en mi circunspección la voluntad popular es la de los electores que depositan su confianza en uno u otro".
No hay obviamente contradicción entre ambas frases, al menos que introduzcamos premisas morales que sobre-determinan lo que se dice en uno y otro caso.
Si, por ejemplo, quien enuncia la primera frase parte del presupuesto según el cual no hay que sacrificar las convicciones profundas en razón de su adecuación a unas u otras circunstancias, entonces está dirigiendo un general reproche a los políticos a los que se refiere- eventualmente la clase política por entero.
Y si quien enuncia el segundo mensaje comparte el mismo presupuesto, entonces en el momento en que habla está traicionando sus propias convicciones. Pero también puede pasar que no comparte tal presupuesto o que lo compartió un tiempo pero ha dejado de hacerlo, en cuyo caso no se está traicionando a sí mismo sino simplemente mostrando su contradicción de fondo con el otro.
Es interesante considerar este caso en el que el sujeto ya no tiene respecto a la cuestión moral la misma posición que un día tenía.
Habiendo sido educado bajo el criterio de que la fidelidad a las propias convicciones es la disposición de espíritu no oportunista, luego digna, algún recordatorio relativo a las consecuencias no deseables a las que, en una u otra circunstancia, condujo precisamente por testarudez respecto a los principios le hizo dudar de los mismos, llegando a decirse que quizás aquellos que se oponían tenían algún punto de razón.
Algún paso más y no es difícil imaginar que – con mayor o menor grado de estoica tristeza, nuestro hombre acabará convencido de que, siendo las convicciones humanas tan diversas e incompatibles, era simplemente pretencioso el aspirar a que (a la hora de adoptar decisiones que conciernen a la población en general) un criterio particular prevalecerá sobre el del conjunto; diciéndose finalmente que la regla de seguir la opinión de la mayoría era " la peor de las posibles, excepto…todas las demás".
Y ya tenemos así el hombre al que su antiguo criterio de que sólo la convicción firme cuenta (con el riesgo de que la firmeza evolucione en dictadura) convertido en un demócrata.
La contradicción, decía, la contradicción que nos lleva desde la afirmación: "amar y proteger a los animales es amar aquello que nosotros mismos somos", a la afirmación " amar y proteger a los animales es prueba de lo que nos distingue de la mera animalidad".