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No es un arma

Por 11 de septiembre de 2020 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Es natural luchar contra el que se interpone ante uno, y en conformidad a tal naturalidad, es oportuno usar el arma más eficaz. Una araña no tiene excesivos escrúpulos cuando se trata de lo más útil para atrapar a su presa, ni la avispa para clavar su aguijón. En el extremo opuesto el toro o el león no dudan en emplear astas o garras contra quien quiere conquistar su territorio, o contra quien persiste en defender el propio.
 

Incluso tratándose del hombre, cuando el enemigo ataca, o cuando se trata de atacarlo, el fusil, la bayoneta o la granada se utilizan bajo legislación de un único criterio: la mejor relación entre gasto de energía propia y mal ocasionado al enemigo. Para sopesar un arma en un combate entre animales, ese animal que es el hombre incluido, no hay más que un criterio: su capacidad ante el arma ajena, su potencia a la vez defensiva y ofensiva.

Mas entonces, ¿por qué ese sentimiento profundo de desmoronamiento y vacío que se experimenta en tantas ocasiones, cuando aquel que está en combate, usa como arma las palabras? ¿Por qué cuando en presencia de un político que (movido por el objetivo de vencer a cualquier precio al enemigo) usa arteramente un discurso en el que falsifica los hechos de los que el otro es responsable, pasamos (¡desgraciadamente no siempre!) de experimentar vergüenza a dar libre paso a un "¡no! este tipo no!", que surge de lo profundo y que es efectivamente un gesto de repudio. ¿Por qué sentimos, y nos lo decimos (aunque quizás por prudencia no lo hagamos público) que quien así usa las palabras no es digno de contar entre la sociedad de los humanos? ¿Por qué en suma toleramos el uso de las armas, pero nos repugna percibir el uso del lenguaje como arma? La respuesta es que sencillamente el lenguaje no es un arma, o cuando menos no lo es en su esencia, aunque no esté excluido que pueda degradarse hasta ser utilizado como tal. Aspecto este que tiene un arranque:
Se empieza considerando en el lenguaje aquellos aspectos que lo homologan a un sistema transmisor de información, y poco a poco se lo va reduciendo a esta potencialidad menor suya. El lenguaje es meramente contemplado bajo el aspecto de su utilidad, y entonces se da casi inevitablemente un paso más: pues resulta que el lenguaje parece acentuar su potencia utilitaria, cuando es usado de forma falaz, cuando sirve a encubrir la realidad, ya sea una realidad natural o una realidad ella misma lingüística.

Entonces se abre la puerta a que el lenguaje sea valorado por el grado de eficacia de su condición de arma.

El malestar que experimentamos ante tal hecho procede de la certeza de que, a diferencia de los puñales y las garras, el lenguaje tiene otra función, indisociablemente cognoscitiva y simbólica, que nada tiene que ver con el uso del mismo ("a fortiori" con ese uso que es reducirlo a un arma) y que la activación de tal función equivale a la actualización de las facultades que nos singularizan en el seno del reino animal. Intento describir con un ejemplo el proceso de intervención del lenguaje que constituye un uso y abuso del mismo:
Asistimos a una crisis económica, una catástrofe natural o un problema sanitario generalizado, y constatamos que los responsables de organizaciones políticas que no están en el poder pulsan la dimensión de la calamidad, en la certeza de que la impotencia del gobierno para responder a la misma incrementa exponencialmente el descontento de la población, y por consiguiente las posibilidades de su derrumbe en los próximos comicios. Este provecho que la situación procura es consecuencia de hechos y relaciones de fuerzas objetivas, y todos somos conscientes de ello, sin que haya lugar a reproche.

Sin embargo, estimando que conviene cargar la suerte, el jefe de tal o cual partido de la oposición, pronuncia un discurso sobre-actuando en lo relativo a su sentimiento por las dramáticas circunstancias, insistiendo enfáticamente en el número de víctimas, y dejando entrever que la negligencia e ineptitud del gobierno rozan lo criminal. Desde el punto de vista de los hechos todo sigue igual: sabíamos que el calamitoso curso de las cosas favorecía a ese político y ahora le sigue favoreciendo. Y sin embargo algo en la trama ha cambiado y la escucha de su discurso produce esa espontánea aversión a la que antes me refería. ¿En razón de qué? Ha ocurrido simplemente que hemos pasado de los hechos a las palabras. Los hechos no son en sí un arma, pero se transmutan cuando el lenguaje se apodera de ellos; cabe decir que la calamidad se hace porosa a las palabras a fin de servir de arma.

El cartel anunciador "Escalón en arcenes" cuando vamos por una autopista, o "Cerrado domingos y festivos" en la puerta de un establecimiento comercial, son triviales ejemplos de que el lenguaje es un útil instrumento de comunicación, además comunicación en principio verídico: hay efectivamente un desnivel peligroso en el borde de la carretera, y si acudimos al establecimiento el día de navidad lo encontraremos cerrado. Pero se da un paso gigantesco (¡y catastrófico!) cuando se ve en esta potencialidad de servir de instrumento el aspecto esencial del lenguaje. Pues entonces, descubriendo que hay una utilidad incluso cuando la información que se transmite es falsa, la variable verdad/ falsedad pierde peso ante la variable, útil/inútil, útil literalmente como arma que facilita la defensa o la dominación.

En síntesis lo que constituye el elemento que nos especifica en el género de los seres animados y cuyo enriquecimiento debería en consecuencia constituir el fin último de nuestra práctica, se convierte en mero utensilio para otros fines, eventualmente sustituible si otras armas se revelaran más eficaces. Pues desde luego, si el objetivo es destruir al adversario, y con palabras no lo conseguimos …el recurso a instrumentos más directos es siempre una tentación. Sin duda, la reflexión que precede se enfrenta a la siguiente objeción: ¿No es también el lenguaje un arma contra el error? Y sobre todo: ¿no es como mínimo en ocasiones un arma contra la mentira? Conviene quizás distinguir entre estos dos aspectos. Cuando se trata de un error el lenguaje no es utilizado, y por consiguiente no juega el rol de arma o instrumento. Cabría decir que cuando se aplica a desmontar un error, el lenguaje no tiene como adversario la reducción del lenguaje, pues cabe error en el respeto absoluto a la función del mismo. Por el contrario, cuando combate la mentira, el lenguaje lucha contra aquello que implica su directa instrumentalización…paradójicamente por un ser de lenguaje, es decir, el único ser que puede convertirse en su enemigo.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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