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Eder. Óleo de Irene Gracia

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A través del espejo (2)

La primera respuesta al ¿para qué leer? que consigna Juan Gabriel Vásquez en su libro El arte de la distorsión es prácticamente una no-respuesta. "Leer novelas -dice Philip Roth- es un placer profundo y singular, una apasionante y misteriosa actividad humana que no necesita más justificación moral o política que el sexo". El hecho de que constituya un placer que conecta con una necesidad humana profunda debería, según Roth lo insinúa, eximirnos de buscar mayores explicaciones: se trata, tal como dice, de un misterio, y los mejores misterios, o por lo menos los más duraderos, son los que nunca se develan del todo. 

Pero poco más adelante, Vásquez recurre a una explicación que el mismísimo Roth -aquel que no quería ahondar en la cuestión de las justificaciones- le provee también: "Leo ficción para liberarme de mi perspectiva sofocantemente estrecha de lo que es la vida y para entrar en simpatía imaginativa con un punto de vista narrativo distinto del mío. Es la misma razón por la cual escribo". A continuación de lo cual Vásquez dice: "El lector de ficciones es un inconforme, un rebelde, y la razón de su rebeldía y su inconformismo es la insoportable camisa de fuerza de la vida humana: el hecho de que esta vida sea sólo una -es decir, que no haya otra después de la muerte-, y además sea sólo una -es decir, que no podamos ser más de un hombre al mismo tiempo".

Es decir que, en esencia, leer (y por supuesto escribir) es una diversión, un vertirse, volcarse en un odre distinto del propio. ¿Para distraerse de "la insoportable camisa de fuerza de la vida humana"? Probablemente. El simple hecho de ausentarse de la realidad por un rato produce alivio, sin duda alguna. Pero la persistencia del recurso a lo largo de la historia (de las pinturas rupestres y el relato oral a Dr. House y el Kindle), y el hecho de que haya prestado servicios en circunstancias y culturas tan pero tan diversas, parece insinuar que las narraciones le conceden a la especie algo más hondo, y por lo tanto más entrañable, que un simple divertimento.

Roth habla de "simpatía imaginativa". Ponerse en la piel de otro de un modo tan confortable como el que provee la ficción (con un libro en la mano o delante de la TV, podemos exponernos a los peligros más grandes sin sufrir desventura más seria que un calambre) cumple una función inestimable. Como dice Vásquez, no tenemos más vida que esta y no contamos con otro invento mejor que la ficción para experimentar mil vidas aunque sólo vivamos una. (Por lo menos hasta que la tecnología no encuentre otra manera de vendernos existencias vicarias.) Las ficciones nos han permitido acumular una currícula que no cabría en ninguna solapa de libro: todos hemos sido piratas, reyes, magos, semidioses, conquistadores, superhéroes, santos, detectives, sex-symbols, guerreros medievales -y sigue la lista.

Pero a cambio de esta posibilidad de probarnos tantas pieles sin sufrir daño físico en el proceso, ¿no pagamos un precio? O para ponerlo de otro modo: ¿podemos ser todos esos Otros imaginarios sin cambiar un ápice, o no será más bien que el ejercicio de "simpatía imaginativa" tiene consecuencias sobre sus practicantes? Shakespeare es grande por muchas razones, pero una de las más importantes es, precisamente, su capacidad de "ser" todos sus personajes del modo más convincente. La mayoría de los escritores logra "ser" a fondo tan sólo un personaje, o un tipo de personajes, al que rodea de comparsas de poco espesor que lo ayudan a llevar la trama adelante. En cambio Shakespeare era tan convicente en su representación de los héroes como de los villanos, de las mujeres como de los hombres, de los viejos como de los adolescentes. ¡Pocos sirvientes, nodrizas y personajes secundarios más vívidos se han escrito, que aquellos que entran y salen constantemente de sus obras! 

Volviendo al meollo: la mayoría de las ficciones que hemos leído,

tanto literarias como audiovisuales, no nos hacen gran mella. Se olvidan tan pronto las terminamos. Pero todos podríamos dar cuenta de cuentos, novelas, películas y series que nos han marcado de por vida -que, sin exageración alguna, han contribuido a hacer de nosotros quienes somos.

Leer de verdad, pues, tanto como escribir a fondo, son actividades que suponen abrirse a la posibilidad de ser transformados. Como dice Vásquez, la razón profunda de nuestra adicción a los relatos pasa por la imposibilidad de conformarnos con nuestra piel. Esto no significa necesariamente que no queramos ser quienes somos; más bien quiere decir que queremos ser quienes somos, pero de otra manera. Le demandamos al relato que nos conceda la misma bendición que Jacob le arrancó al Angel, y que Harold Bloom traduce de este modo: más vida. Lo cual tampoco significa una vida más larga, sino una vida más intensa.

 

(Continuará.) 




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8 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Tuve una pañoleta ¿y qué?

En todas las escuelas del país se hace hoy una ceremonia para que los niños de primer grado entren en la organización pioneril. El matutino dura más que de costumbre, los padres acompañan a sus hijos mientras les ponen las pañoletas y gritan ?por primera vez? la consigna de ?Pioneros por el comunismo, seremos como el Che?. Yo también pasé por eso en dos ocasiones, una cuando me tocó alistarme en la OPJM* y otra aquel día en que presencié como se iniciaba Teo. De las dos guardo recuerdos tan diferentes que parecen haber ocurrido en dimensiones totalmente opuestas. En mi caso eran los años del fervor ideológico y con apenas 93 centímetros de estatura, yo estaba dispuesta a dar la vida por la pañoleta que acababan de colocarme. Me sentía tocada por la mano de la Patria, aunque en realidad sólo estaba siendo sumada a las filas de una ideología. El lema de la organización a la que acababa de entrar parecía el santo y seña que me abriría todas las puertas, aunque en ese entonces ni siquiera sabía que el sufijo ?-ismo? forma sustantivos que significan ?doctrina, secta, sistema?. Lo menos que me hubiera gustado es que me apartaran como a Lybna, que por ser Testigo de Jehová no había hecho ?los votos? junto al resto de los niños del aula. Sobre ella planeaba una sombra que se hacía más oscura ?precisamente? por no llevar atada al cuello aquella tela azul. Pasaron veinte años y estuve con mi hijo una mañana de octubre para verlo entrar en ese movimiento pioneril en el que ya yo no creía. La maestra recorrió la fila y pidió a los niños que repitieran el slogan sobre el Che Guevara. Teo se quedó en silencio y proyectó un puchero que no escapó a los ágiles ojos de la directora. Cuando le cuestionaron el por qué no decía la consigna, como el resto de los estudiantes, apuntó con su simpleza infantil: ?Porque el Che está muerto y yo no quiero estar muerto?. Supuse que mi hijo acababa de ser etiquetado en el catálogo ideológico con la peor de las letras, la ?C? de contrarrevolucionario. Pero no, la maestra se rió y le dio su primera lección de oportunismo ?Ay, Teo, repite la consigna y ya, para qué te vas a meter en problemas?. · OPJM: Organización de Pioneros José Martí.



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8 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Qué hacemos en Caosistán?

Librar una guerra, no hay duda alguna. Pero una guerra que no quiere decir su nombre, aunque vaya creciendo el número de bajas, también españolas. España tiene allí sus tropas, en teoría, para ayudar a la estabilización del país afgano, como las tienen todos los países incluidos en la ISAF, la misión de Naciones Unidas bajo mando de la OTAN. Pero la labor que tiene encomendada es imposible: no se estabiliza lo que es inestable por definición. Y Afganistán, en guerra y sin gobierno que controle el territorio, es la inestabilidad misma. La labor de la ISAF es el tejido de Penélope: se construye a la vez que la guerra destruye. Al final, lo único que cuenta es protegerse de las adversidades y de los atentados.

Ocho años dura ya esta guerra, en la que las tropas norteamericanas y británicas son las que se encargan de la parte más cruenta, aunque la extensión de las acciones guerrilleras de los talibanes y la creciente inseguridad esté produciendo una convergencia entre las dos tareas: la bélica y la de mantenimiento de la paz. Hasta tal punto es así que hace pocas semanas cambiaron las tornas: una orden de bombardeo aéreo lanzada por el mando alemán de las tropas de estabilización produjo más de 70 muertos civiles. El gobierno instalado por Washington en Kabul en 2001 está corroído por la corrupción y el fraude electoral. Hay señores de la guerra integrados en el ejército afgano sospechosos de horribles crímenes de guerra, como es la muerte por asfixia de dos mil prisioneros encerrados en contenedores. Una prisión norteamericana, la de Bagram, es un Guantánamo sin apenas denuncia ni escándalo. Y es creciente la desafección de la población civil en un país donde la presencia de tropas extranjeras no sirve para proteger a los civiles sino para incrementar la inseguridad. Algunos dirigentes políticos todavía se atreven a decir que las tropas europeas defienden en Afganistán nuestras libertades y nuestras democracias. Rajoy lo hizo ayer al conocerse la noticia del atentado que costó la vida a un soldado español. Pueden tener razón, sobre el papel naturalmente, como todo en esta guerra. Pero la realidad es que las opiniones públicas europeas y buena parte de la americana no lo ven así. Los gobiernos europeos van a pedir pronto plazos y fechas para terminar el trabajo y devolver sus tropas a casa o, quizás, a otras misiones tanto o más importantes, como podría ser asegurar sobre el terreno la aplicación de un futuro plan de paz en Oriente Próximo. A pesar de todo, el desastre actual no es peor de lo que sería un Afganistán en el que los talibanes amigos de Al Qaeda regresaran al poder y pusieran en peligro la estabilidad en Pakistán o se propusieran tomar el poder en el país vecino y acceder con ello a su ejército y a su arma nuclear. Conseguir un plan de salida sin abrir las puertas a Bin Laden es el reto que tiene Obama ante sí. Las ideas del nuevo presidente acerca de Afganistán no son malas, pero por lo que se está viendo son todavía muy insuficientes. Veamos. La seguridad de Afganistán deben garantizarla los propios afganos. No puede Estados Unidos, y la OTAN detrás, cargar con la responsabilidad de crear un sistema democrático según nuestros parámetros y gustos en suelo afgano y probablemente contra la voluntad de los nacionales. Las alianzas y la participación de los vecinos más influyentes -Rusia, China e Irán- son fundamentales para terminar más pronto que tarde con Al Qaeda. Hay que tratar al país afgano en un paquete con Pakistán. Pero todo esto ni vale ni tiene traducción práctica alguna si no hay mejoras sobre el terreno, que es exactamente lo contrario de lo que está pasando. De ahí que ahora haya llegado la hora de la verdad para Obama. El debate en el que están comprometidos la Casa Blanca y los mandos militares sobre la nueva estrategia para Afganistán será el tercer cambio de planes en apenas nueve meses. Cuando Obama llegó a la presidencia estaba vigente todavía la estrategia minimalista de Bush. En marzo el nuevo presidente amplió el número de tropas en 21.000 soldados más y pidió un mayor compromiso europeo (que en el caso de España acaba de hacerse realidad con el incremento en 200 soldados). Y ahora deberá zanjar sobre la estrategia definitiva, después de recibir unas presiones del jefe militar sobre el terreno, el general McChrystal, para que de nuevo incremente las tropas ahora en 40.000 hombres, que demuestran una consideración muy escasa tanto hacia el presidente como hacia la supremacía del poder civil sobre el militar. En una cosa lleva razón el atrevido general e inventor del neologismo: esto es Caosistán, denominación que vale para Afganistán y para la heteróclita y desordenada alianza que ha intentado, hasta ahora sin éxito alguno, poner orden y reconstruir el país del Hindukush.



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8 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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IgnacioEchevarría: Fresán y los 90

Rodrigo Fresán. Fuente: radarlibros Dentro de la colección "Otra vuelta de tuerca" que lanzó Anagrama, como parte de sus celebraciones por los 40 años, está la reedición del único libro -creo- que Rodrigo Fresán editó con ese sello: Historias argentinas. La nueva edición trae, además de un nuevo cuento, textos celebratorios de Ray Loriga e Ignacio Echevarría. De este último, Radar Libros ha publicado un fragmento extenso. Cito aquí, porque tiene especial interés, lo que dice Echevarría sobre la Generación del 90, aquella que según Jorge Volpi empezó en el encuentro de Líneas Aéreas (Lengua de Trapo) y en la cual Rodrigo Fresán es indiscutible cabeza de grupo:La narrativa de los ?90 fue prisionera, en todo el ámbito hispánico, de una equívoca consigna: la de la juventud. Todo empezó por un desplazamiento que, por sí solo, parecía inocuo: donde hasta entonces se venía hablando periódicamente de nueva narrativa, se pasó a hablar ?precisamente a partir del imprevisto éxito obtenido por un libro como Historia argentina? de joven narrativa. De pronto, empezó a contar la edad de los nuevos narradores por encima de su novedad. A condición, eso sí, de que discurrieran precisamente sobre eso: sobre su juventud, esa categoría tan imprecisa y tan intrigante, sobre todo para quienes han sido excluidos de ella. Lo malo es que la juventud no suele tener una idea demasiado consistente de sí misma, así que para satisfacer las expectativas generadas hubo de recurrir a lo que más al alcance tenía: estribillos de canciones, eslóganes publicitarios, lemas para camisetas, todo ello servido con ademanes épatantes y una jerga más o menos actualizada con la que, en definitiva, se rumiaba la misma cantilena de siempre: sexo, drogas y rocanrollo. Como ya se ha dicho, aquello duró poco. La joven narrativa de los ?90 envejeció más deprisa todavía que los narradores que la protagonizaron. Aquella fiesta tan concurrida en la que todos bailaban terminó casi de golpe y la casa donde se celebraba se quedó desierta. ¿Desierta? No del todo. En el piso de arriba, en el cuarto de los niños, sentado al escritorio, frente al ordenador, estaba Rodrigo Fresán. No es que ignorara que la fiesta se había acabado: es que no sabía siquiera que se celebraba una fiesta. Y ahí sigue, después de todos estos años.



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7 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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A través del espejo

Todos aquellos que disfrutan de los relatos (y con esto me refiero a usted, señora, y a usted señor; y a tí y también a vos que me mirás con desconfianza, porque no conozco a nadie que se resista al encanto de una buena historia sea cual fuere su formato: novela, artículo de periódico, serie de TV o chisme colgado de internet) deberían leer El arte de la distorsión, el nuevo libro de ensayos de Juan Gabriel Vásquez. Porque bajo su disfraz gentil de volumen para especialistas, el libro intenta responder un par de cuestiones que son importantes no sólo para el ghetto literario, sino para cada uno de nosotros -lo cual incluye, por cierto, a aquellos que no tocan un libro ni con un palo.

La primera es la siguiente: ¿para qué leemos? Y aquí me atrevo a ampliar el sentido de lo que Vásquez (autor, dicho sea de paso, de dos novelas magníficas: Los informantes e Historia secreta de Costaguana, y de una colección de cuentos, Los amantes de Todos los Santos) pretende decir. Yo entiendo que la expresión 'leer relatos' no debe restringirse ya a la tradición del libro, sino extenderse a todas las maneras en que registramos historias que no son la nuestra propia. Se suele decir, por ejemplo, que 'vemos' TV, y que 'vemos' cine, cuando lo preciso sería decir que leemos TV y leemos cine, puesto que uno ve aun lo que no quiere y enfrentarse a un relato audiovisual implica un gesto voluntario y un trabajo de decodificación de signos -equivalente al de la lectura convencional, del principio al fin.

Vásquez define al escritor como aquel que se dedica a "contar las tribulaciones de gente que nunca ha existido". Así puesta, se trata de efecto de una ocupación extraña, no muy distinta a la de aquel que conversa en voz alta con fantasmas, o a la del lunático que no distingue entre fantasía y realidad. Pero como el escritor no escribe para sí mismo sino para otros (pocos o muchos, pero otros), la definición torna imprescindible que expresemos su contraparte: esto es, la segunda parte de la ecuación, aquella que se aparta de la cifra aislada para definir un sistema que viene funcionando maravillosamente desde el fondo de los tiempos. 

A saber: a todos nosotros, escribamos o no, nos interesan las tribulaciones ajenas. Las historias de otra gente nos atraen como la miel al oso. Lo han hecho desde el comienzo de los tiempos, y lo harán hasta el fin de ellos: ¿a alguien le cabe duda de que el Apocalipsis será transmitido en directo? El hecho de que las historias a las que somos adictos sean reales o imaginarias es una consideración secundaria, ya que incluso las historias que se nos venden como verídicas pueden no serlo; la mayor parte del tiempo las damos por verdaderas mediante un salto de fe, depositando nuestra confianza en el narrador de turno, se trate de un medio periodístico, de un documentalista o de un historiador. Lo que nos interesa, pues, son las tribulaciones de la gente en general, de aquella que nunca ha existido pero también de aquella que existe, aunque probablemente no del modo en que nos lo cuentan.

Por eso creo que la pregunta inicial que Vásquez plantea con su modestia y rigor de siempre, ese ¿para qué leemos?, debería resonar mucho más allá de las filas de los lectores convencionales de ficción, ese grupo que adquiere cada vez más, dice Juan Gabriel, "el cariz de una secta". Lo que subyace a la pregunta es la cuestión de los otros, la tendencia irrefrenable a salir de lo que Vásquez, siguiendo a Philip Roth, define como nuestras vidas "sofocantemente estrechas", para interesarnos del modo más profundo, en primer lugar mediante el intelecto, en aquellos que no son yo ni tú ni usted. 

La segunda pregunta surgirá inevitable: dado que la tendencia a interesarnos en las tribulaciones ajenas es inseparable de la cultura humana y ha adquirido visos particulares en cada circunstancia histórica, ¿qué historias deberíamos narrar y leer hoy?

Pero me estoy adelantando.

 

(Continuará.)

 



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7 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nancy Huston entrevistada

Nancy Huston. Foto: Daniel Mordzinski. El País Si Marcas de nacimiento, (Salamandra) de la canadiense Nancy Huston, fue un éxito de crítica al ser traducida al castellano, se espera que con la traducción de una novela anterior pero de tema similar, La huella del ángel, tambipen con Salamandra, se tenga el mismo suceso. En "Babelia" la entrevistan y habla sobre el abandono de su madre, el inicio de la ambición literaria y sobre todo acusa a la literatura francesa contemporánea de ser demasiado intelectual. Siendo la esposa de Todorov, pues, habrá que entender que algo sabe de intelectuales auténticos y de intelectualizantes:Usted es bilingüe. ¿Cómo elige la lengua de sus novelas?Depende de los personajes. La huella del ángel la escribí en francés porque discurre en Francia y los personajes hablan en francés. Marcas de nacimiento la escribí en inglés por la misma razón: los personajes hablan en inglés.En las dos novelas la Historia es determinante y aniquila no sólo a los que la viven sino a sus descendientes.Es la vida. Es parte de la vida. En los dos libros se habla del impacto de las opiniones políticas sobre la infancia. El hecho de haber vivido un momento político traumatizante a través de los padres predispone a tener tal o cual postura después. Por ejemplo, Saffie, la protagonista de La huella del Ángel, ha vivido un episodio estremecedor: ser testigo de la violación de su madre y su propia violación por las tropas rusas. No fue algo excepcional, como se sabe: hubo 300.000 mujeres violadas en Berlín. El hecho de haber vivido eso, más el hecho de haber conocido a un profesor que culpa de todo a los alemanes hace que crezca un muro entre ella y el resto del mundo, entre ella y su identidad alemana. Además, otro de los personajes de la novela, que de niño fue salvado por los comunistas, siente el impulso casi automático, en plena guerra de Argelia, de ayudar, por su parte, a los oprimidos, a los que él considera oprimidos.Más que la infancia, el tema de La huella del ángel es el de la inocencia.R. No creo en la inocencia.¿Es imposible la inocencia del niño?Desde que habla de culpables, desde que a él le meten en ese lenguaje, es imposible.¿Es cierto que el hecho de que su madre la abandonara cuando era niña le hizo novelista?¿Y eso le extraña?Algo.Para mí es evidente. Tal vez lo que diga suene a banalidad: una infancia traumatizada fomenta la vocación literaria. Porque crea un misterio. Para un niño, los padres son como dioses. Si los dioses discuten entre ellos, eso se convierte en algo extraordinariamente impresionante, y si uno de ellos se va pegando un portazo (que no fue mi caso), pues después el niño tiene que saber por qué y recabar la versión de tal y de cual y las sucesivas hipótesis... El niño no deja de reescribir esa historia, que es infinita e inagotable, porque un hecho así, para el mundo de un niño, es inextricable por definición. Así que no hace más que darle vueltas a la cabeza, inventando, adornando la historia. Y de esa invención a la novela no hay sino un paso. En mi caso concreto, además, hay otra razón: el único contacto que yo tenía con mi madre eran las cartas que, con frecuencia, me escribía. Ella, que hasta ese momento era la presencia misma en mi vida, de pronto se volvió sólo escritura: letras, letras...P. ¿Por qué mantiene que es mejor novelista desde que es madre?R. Me hice infinitamente mejor. Las Variaciones Goldberg es un libro bonito, un poco cartesiano, es, en el fondo, una idea bonita, pero un libro escrito con la cabeza; los niños te meten en el corazón de las cosas. Y la novela nace del corazón, no de la cabeza, porque habla de la vida material, de cosas muy concretas. La escritora Flannery O'Connor sostenía que la gente que tiene miedo a ensuciarse no debe meterse a escribir novelas. La vida material te ensucia. Además, hay que estar fascinado por los detalles, y lo repito: en relación estrecha con la vida material. Y al contrario, la vida intelectual es la catástrofe de la literatura. Ésa es una de las razones de que no me interese mucho la literatura francesa contemporánea.P. ¿Por qué? ¿Por ser demasiado intelectual?R. Piensan demasiado. Son agotadores. Se han convertido en gente muy inteligente. Y la inteligencia es catastrófica para la literatura. Hacen falta también tonterías. Hay que ser un poco tonto. Para mí, escribir dentro de la piel de los niños fue un poco un ejercicio de tontería. No podía utilizar mi inteligencia. Yo soy muy inteligente, pero no podía utilizar mi inteligencia en esa novela. Los niños no podían tener ningún discurso teórico, ni emplear ninguna palabra de más de tres sílabas, ni servirse de la ironía, no se trataba de teorizar, sino de vivir la historia...



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7 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Aerotuteo

Este pasado verano contraté un billete de Iberia, con precio de Iberia, para volar al otro extremo de Europa. Luego resultó que el vuelo de Iberia sería operado por Clickair, compañía de low cost. El día en que debía emprender el viaje me trasladé a los mostradores de Iberia, en la terminal 2 del aeropuerto, dado que los carteles de Clickair no aparecían por ninguna parte. Pero los mostradores de Iberia también parecían clausurados, a excepción de uno en el que un empleado informaba, con bastante fastidio, de que Clickair, filial de Iberia, acababa de fusionarse con Vueling, otra compañía low cost, y que por tanto había que hacer la facturación en los mostradores de esta última empresa. Como en los cuatro mostradores de Vueling había decenas de personas aguardando y, además, las máquinas de autofacturación estaban estropeadas o fuera de servicio, tuve que esperar cerca de una hora para obtener el billete de Iberia que había pasado sucesivamente a Clickair y a Vueling.

Todo eso podía soportarse más o menos estoicamente dado los actuales niveles de confortabilidad, esmero y educación en los aeropuertos, sobre todo en verano. Uno ya sabe que tiene que estar dispuesto a viajar en condiciones de extrema penuria, con dos palmos como espacio vital y con gritos de alegres compañeros de viaje que aprovecharán la ocasión para sacar sus cámaras digitales y hacer fotos sumamente originales. Todo eso se sabe. Más incomprensible es que por la megafonía los tripulantes te tuteen: "Ponte el cinturón, no fumes", y las cosas de rigor. El piloto también te tutea, indicándote que te lo pasarás muy bien, aunque luego cierre el pico durante una inacabable zona de turbulencias. Le pregunté a una azafata por qué nos tuteaban si realmente no parecíamos amigos tan íntimos unos y otros. Me contestó que era política de Vueling para hacer más agradable el viaje. El tuteo relajaba mucho. Era un trato moderno. Buen vueling.

Entonces cayó una maleta del sobrecargadísimo maletero y fue a dar directamente a la cabeza de una señora que tenía enfrente. Ésta exclamó: "¡Eso no pasaba ni en los autocares aquellos con gallinas!".

 El País, 19/09/2009

 



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7 de octubre de 2009
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Diario de rodaje 10. Hitchcock y el austrohúngaro

Todos los directores que hacen un cameo o una pequeña aparición en sus películas imitan a Hitchcock, que hizo de ello un rito infalible, tanto como el de Berlanga al introducir en algún diálogo o parlamento de sus films la palabra "austro-húngaro". Otra cosa son, claro, los directores-actores o con aspiraciones a serlo: Truffaut, que tan mal papel hacía en ‘Encuentros en la tercera fase' (y hasta en ‘El niño salvaje'), Pialat, Joao Cesar Monteiro o, por citar dos casos más próximos y aún en galopante actividad, Fernando Colomo y Antonio Hernández.

Estas cosas suelen iniciarse, y lo sé porque lo he oído de la boca de varios de sus protagonistas, como un juego dentro del aburrimiento obligatorio que -mezclado con los incomparables ‘chutes' de adrenalina- un rodaje implica en las largas esperas del maquillaje o la iluminación.

Cuando el director de ‘El dios de madera' se embarcó en el rodaje de ‘Sagitario' dos queridos amigos más cinéfilos que él, Guillermo Cabrera Infante y su mujer Miriam Gómez, le preguntaron medio en broma si él iba a salir de refilón en el film, como Hitchcock en los suyos; para los tres amigos, Hitchcock ha sido el más grande director de cine de la historia, y la cita o recuerdo parecía un memento debido al maestro. El director de ‘Sagitario' les contestó en serio que no.

Pero luego llegó el rodaje mismo, las esperas, los momentos muertos, la viveza del juego de sus actores, y el director escéptico (o temeroso) de ese juego de auto-homenajes cambió de idea, y una noche, rodando una plano en que Eusebio Poncela y Héctor Alterio salían comentando una película francesa que acababan de ver en una sesión de filmoteca o cine-club, decidió meterse él mismo en el plano, del brazo de María Ruiz, amiga de muchos años y directora de casting de ‘Sagitario'. Sólo unos pocos espectadores minuciosos le descubrieron, fundido entre la figuración.

Al empezar el rodaje de ‘El dios de madera', el director, dado que en el film hay mucha presencia de imágenes secundarias (fotos, filmaciones antiguas, ‘chats' y fragmentos de vídeo casero), jugó con la idea de introducirse trucadamente en una foto de boda significativa en la trama, haciéndose pasar por un hombre autoritario y santurrón: la figura de un ser más odiado que amado. Luego cambió de idea, y una mañana en que le pareció que había pocos figurantes en una escena de salida de misa se disfrazó. Pidió "ropa de derechas" a su formidable equipo de vestuario y, tomando del brazo a una figurante contratada, se mezcló entre los feligreses de la iglesia de San Nicolás, algo lejos del grupo de amigas que también salían de la parroquia, María Luisa (Marisa Paredes), Reme (Lola Moltó) y Chon (Ángela Castilla).

La figuranta desconocida a la que llevaba por el brazo resultó ser una culta, progresista y muy simpática profesora que hacía ese trabajo "for fun" (enseña inglés), y por tanto el director y su pareja representaron en su ligero cameo lo que no eran. Casi fueron actores un minuto.
 

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7 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hacia la subversión

A la manera de la  corrupción política española (caso  Gürtel) que durante meses ocupa una buena parte de periódicos, micrófonos o pantallas, otros países sufren regularmente una tabarra igual. La consecuencia, la paradoja, la ignominia consiste en que estos representantes políticos elegidos para mejorar a la comunidad no hacen sino empeorar las cosas y ofuscar el interés efectivo de la población.

 Afortunadamente, los sondeos van indicando una creciente disposición ciudadana hacia la abstención porque votar estos ejemplares no sería sino celebrar sus estafas, su desvergüenza y su  improductividad. No se trata de  derechas o de izquierdas, en las encuestas recientes, el presidente del Gobierno español, Zapatero y socialista, aparece descalificado por un 61% de la población. ¿Respuesta del partido? Aún quedan dos años y pico para las elecciones y ya se verá después. Pero ya no hay  nada que ver puesto que todo queda resuelto y revelado. Aún reduciendo el Gobierno su flagrante incompetencia en la segunda fase del mandato, no tendrían derecho alguno a ser eximidos de la incompetencia en la mitad anterior. Simplemente, si una gestión (¡de dos años!) se desaprueba por más del 60% del electorado lo consecuente es que desaparezca el  gestor. No es preciso que dimita, basta con que la ley disponga su cese cuando se llega a este nivel de perjuicio general. No sólo no contribuyen estos tipos a mejorar las circunstancias sino que además actúan empeorándolas ¿en nombre de qué deberíamos por tanto soportar su perniciosa continuidad? En nombre de la democracia se dice. De una democracia caduca y anacrónica será, que no sólo no se aviene con los apremios propios de la situación actual sino que encima  opera como el vivero de corrupciones en cadena.

 Políticos de cualquier país e ideología son ya declarados culpables de prevaricación o abuso de poder con insólita frecuencia y, además, condenados a menudo por una justicia que hoy dicta una sentencia y mañana la contraria según las presiones que provengan del poder gubernamental. ¿Puede seguir de este modo un mes, un año, una legislatura más? ¿Se necesita algo más para la subversión?



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7 de octubre de 2009
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III. El viejo olor de la tinta

He pensado más de una vez en una escena que me llena de nostalgia anticipada. El último periódico impreso se ha dejado de publicar en alguna parte del mundo hace ya tiempos. El viejo papel de imprenta ha desaparecido, su tersa textura, el ruido familiar que produce cuando pasamos las páginas, lo mismo que el olor de la tinta. La imagen de un ejemplar descuaderno que arrastra el viento por una calle solitaria. Y los libros, tersos y amables, que se acarician con sensualidad antes de entrar en ellos, idos también.

Y si ya no leeremos los periódicos y los libros de papel, debemos entonces advertir que se trata también de un cambio en los conceptos filosóficos, que tiene que ver con la materia misma, que se gasta, envejece y desaparece, o se recicla,  y con el sentido que tiene la palabra copia, nuestra copia del diario, nuestra copia del libro, que nos pertenece y pertenece a nuestra biblioteca. Se trata de un periódico y de un libro que pueden apagarse, y lo que tenemos en la mano es un receptor flexible conectado de manera inalámbrica a un gran cerebro distante.

Ha ido desapareciendo ya, por otro lado, la diferencia entre original y copia, lo cual viene a ser también un cambio de conceptos filosóficos. Cuando sacamos un documento de la impresora, se trata de un original. Todos son originales, todo se repite con la misma virtud primaria, distinto a aquellas copias borrosas obtenidas gracias al papel carbón, más borrosas mientras más hojas metíamos en el carro de la máquina de escribir, ahora otro artilugio de museo.

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7 de octubre de 2009
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