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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una trampa perfecta

 

 

 

Cuando el coronel Haki se encuentra con Latimer en aquella velada ofrecida en un palacio de Estambul, ruega al escritor de novela policíaca -de quien ha leído todos sus libros y es un admirador declarado- que lo visite un día en su despacho. Allí Haki, viejo sabueso de la policía secreta turca, conocedor de los bajos fondos y del ambiente criminal de aquellos años de entreguerras, le entrega al escritor inglés un dossier con un original argumento para una próxima novela. Haki es un gran lector de novela negra y confiesa no tener tiempo para escribir una. Por eso ha decidido «regalarle» a Latimer aquel esbozo de historia. Cuando este le da una rápida ojeada tiene que contener la risa: qué ingenuidad, qué trama más floja y disparatada. Sale del atolladero con vagas promesas y cuando se dispone a partir, a Haki le alcanzan un informe acerca de un criminal cuyo cadáver se encuentra en el depósito. Latimer le solicita acompañarlo: nunca ha visto el cadáver de un criminal, nunca ha estado en un depósito. En los ojos de Haki se intuye ironía: «Ah! Ahí tenemos al escritor: todo debe ser pulcro, artístico, como en un roman policier!..mire usted esto y después me dice si hay algo artístico aquí» , le dice después de leerle el historial del delincuente.

A partir del interés del novelista por el misterioso Dimitrios -el criminal cuyo cadáver ha aparecido flotando en las aguas del Bósforo- y las posteriores pesquisas por saber de su paradero, se construye una de las más inteligentes novelas de espionaje que he leído: «La máscara de Dimitrios» de Eric Ambler. Junto con algunas otras del mismo autor, es considerada como una verdadera pieza maestra del género. No en vano James Bond lleva un ejemplar del libro mientras viaja en tren, en una película cuyo título no recuerdo ahora, en este vuelo insomne que me lleva de Munich a Nueva Delhi, y que me ha traído a la memoria esta vieja novela, de la que seguramente hablaré en mi charla en la universidad. ¿Por qué?

Pues por el fragmento reseñado líneas arriba, donde asistimos sin asomo de duda a esa imposibilidad de trasvase que existe entre realidad y ficción, entre el novelista y el policía, ambos expertos en los mismos asuntos: el crimen, la mente asesina, el espionaje. Pero con una pequeña diferencia: El mundo de Latimer es el del roman policier, mientras que el de Haki es la realidad en su versión más brutal. Lo estupendo es que ambos, sin reflexionar sobre el particular más allá de unas líneas casi al descuido, intuyen que es así. El interruptor de la trama novelística es este mínimo hecho. Latimer cruza esa frontera, abandona su cómodo escritorio donde fabula con criaturas siniestras, espías y asesinos, pero no tiene idea de la realidad sobre la que se asientan sus ficciones. El resultado de sus pesquisas lo arroja a un infierno de chantajes, asesinatos por encargo y grandes intereses políticos. Una premonición del cataclismo que se avecinaba para Europa y para el mundo entero en pocos años.

Uno termina la novela mareado, confuso, sobre todo porque al cabo de un tiempo -como ahora, mientras reflexiono sobre ello- caemos en cuenta de que aun así, todo lo leído es ficción, que el gran engaño orquestado por el narrador empieza por admitir que efectivamente existe esa distancia entre la novela y la realidad, que no saberlo del todo le traerá mil problemas a Latimer... y nosotros caemos ingenuamente en la misma trampa, en el roman policier que empieza por señalar el peligro de no distinguir entre realidad y ficción y que al mismo tiempo emplea sus mejores hechizos novelísticos. ¿Acaso hay mejor trampa en una novela?



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26 de octubre de 2009
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III. Una tercera edad dorada

Mil años de vida sana parece una exageración; pero que en unas cuantas décadas más se pueda detener el envejecimiento, los científicos lo dan por cierto. Pronto se podrán controlar las enfermedades de los viejos que son aquellas de carácter neurodegenerativo y las cardiovasculares, así como las que tienen que ver con el debilitamiento muscular y la indefensión frente a las infecciones.

Y el camino para avances futuros ha sido encontrado. Se descubren drogas que ayudan a detener el proceso degenerativo de los tejidos, y se comienza desde ahora a penetrar en el misterio de los códigos genéticos que tienen que ver con la duración de la vida de las células. Ya se ha identificado un gene bautizado como Sirt1, que puede reparar los daños causados por la decadencia de las células, y capaz también de provocar la sustitución de aquellas destinadas a morir como consecuencia del abuso en el consumo de alimentos saturados de grasa, y que causan los males de nuestro tiempo: diabetes, infartos cardíacos, cáncer en el hígado.

            Hay, además, otras noticias alentadoras. Está demostrado que al menos en los países desarrollados el promedio de la expectativa de vida ha crecido espectacularmente: hoy se vive dos años más por cada década, cuando apenas hace un siglo el promedio de la existencia de un individuo no pasaba de los cincuenta años, y en el siglo diecinueve apenas a los treinta empezaba la etapa de la vejez. Dentro de tres décadas, según cálculo de los científicos reunidos en Cambridge,  habrá en el mundo dos mil millones de personas que habrán alcanzado los sesenta años de edad.

Pero no se trata de concebir un mundo poblado por seres decrépitos y achacosos, entregados al sino de padecer enfermedades de viejos. Se tratará de una tercera edad dorada, con atributos de juventud; con viejos, si es que así deberá llamárseles, sanos y vigorosos, capaces de seguir reproduciendo a la especie, como el cacique de la historia que soplaron en el oído calenturiento de Ponce de León.

 

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26 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Egocracia

Egos revueltos, los literarios que nos cuenta Juan Cruz en su libro felizmente premiado. Y egos fermentados, en metástasis e incluso podridos se diría los de la política, donde la satisfacción que exige el yo puede llegar a las mayores catástrofes. Nada que decir de los primeros, clave de la creación artística, y mucho que lamentar, en cambio, de los efectos de los segundos sobre la pérdida de calidad de la democracia y de la vida política. Cuando hay democracia y vida política, porque en caso contrario, el ego se erige en epicentro volcánico de la dictadura.

Es evidente en el caso del ego berlusconiano, a cuyo servicio se ha rendido el entero aparato del Estado, la justicia, el parlamento, los medios por supuesto, y sólo se ha podido resistir el tribunal constitucional italiano. Y a pesar del varapalo, la egocracia sigue pugnando por mantener su reinado, aunque siga dejando numerosos despojos por el camino. También lo es en el caso del ego sarkozyano, el otro ejemplar deslumbrante de esos egos inflamados de la política, aunque la fuerza de la costumbre y la sombra moderada y sensata de Carla Bruni lo presenten ahora como un ego mitigado y en vereda. Que no lo es lo demuestra el juicio por el caso Clearstream que acaba de terminar en París, un caso de libro sobre la dificultad de un proceso justo cuando una de las partes en el pleito civil es el presidente de la República, dotado de inmunidad penal y con autoridad sobre el poder judicial y la fiscalía. Sarkozy ha podido exhibir, además, su poder sin límites, realizando manifestaciones que vulneran la presunción de inocencia, al igual que prometió en su día que colgaría de un gancho de carnicero a los culpables de haber falsificado un listado informático que le convertía en sospechosos de corrupción y de poseer una cuenta en dinero negro en Luxemburgo. Todo el mundo sabe en Francia que si su acción ante la justicia se dirige a Dominique de Villepin, el rumboso ex primer ministro, ex ministro de Exteriores y ex secretario general de la presidencia de Chirac, es sólo porque este último, el verdadero rival y probablemente responsable de la maniobra para descalificar a Sarkozy, no queda ya al alcance para la venganza. Esta es una historia política que ilustra los progresos realizados por la humanidad en cuestión de peleas y ajustes de cuentas entre poderosos. No hace muchos años el desenlace no habría sido el vodevil que ha mantenido en tensión a la opinión pública francesa, sino un espectáculo dantesco de dolor y muerte. Los egos incruentos de la literatura se convierten en egos ávidos de venganzas cuando entra el poder desnudo de la política, territorio por excelencia del odio y de la liquidación del adversario, aunque hoy en día quede limitada primordialmente, al menos en Europa, al territorio de la muerte simbólica.



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26 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nomadismo en el ciberespacio

Cómo me gustaría que Generación Y tuviera uno de esos dominios ?.cu? que indican su origen en territorio nacional. Daría mi mouse y la mitad de otro por ir a una oficina y decir ?Señorita, por favor, vengo a hospedar mi blog en un servidor dentro de esta isla?. Pero esa posibilidad nos está vedada a los cubanos, pues el Estado aquí no es sólo dueño de todas las fábricas, las escuelas, las tiendas y los latones de basura, sino también patrón absoluto de la parcela de ciberespacio que nos corresponde. Sólo las instituciones oficiales pueden tener una de esas direcciones web que señalan hacia esta ?isla de los desconectados?. El mismo filtro político que condiciona si una persona puede viajar, comprar un auto o graduarse en la universidad, funciona a la hora de lograr una URL nacional. De ahí que poseer un sitio doméstico sea más una señal de sumisión que de criollismo, una clara pista de la anuencia estatal que está detrás de ciertas publicaciones. Por eso prefiero contarme entre el grupo de ?indocumentados en la red? que hemos logrado hacer un palenque lejos de esos rígidos capataces. Hubiera querido desarrollar esta tesis de nuestra indigencia como internautas en el Palacio de las Convenciones, la semana pasada, durante el evento de FELAFACS*. La cita tuvo esos aires de debate que corren cuando hay invitados extranjeros. Sin embargo, excluyó a los que ?en el propio patio? tienen criterios diferentes. Se presentó una ponencia ?procedente de Brasil? titulada ?Generación Y e Nomadismo Ciberespacial: reflexões sobre formas de pensar na era digital? de los académicos Angela Schaun y Leonel Aguiar, que fue leída por el colega José Mauricio Conrado Moreira da Silva. Una exaltada profesora universitaria arremetió contra el ponente, recordándole que GY está ubicado fuera de Cuba. Lo que no le dijo ?porque la omisión es el embalaje en que se envuelve la mentira? es que sólo así ha podido existir, que únicamente lejos un ciudadano puede tener su propio espacio de opinión. Cual cimarrón que ha probado el gusto del monte virtual, ya no puedo regresar al cepo, el látigo y los grilletes. Mi blog algún día encontrará espacio en un servidor de esta Isla y ?créanme? no tendrá para ello que pasar por el aro de la pirueta ideológica. *XIII Encuentro latinoamericano de facultades de comunicación social.



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26 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Próximo Congreso de la Lengua

 

Estoy releyendo La Araucana de Ercilla para estar en forma y remontar el Congreso de la Lengua Española que se reunirá en Santiago de Chile.

Recuerdo que para el primer Congreso  me quedé con la sesión puesta: el congreso tuvo que ser cancelado debido a la insurrección Zapatista, que fue la primera guerrilla posmoderna, porque empuñó las armas para reclamar un lugar en la mesa. Habíamos pasado, en las izquierdas relevadas, del modelo de la resistencia (forjado por el fervor de los años 60) al modelo de la negociación (debido a la noción de que la vida pública demanda consensos). El debate sobre el congreso que no se produjo reveló el vasto substrato linguístico del español americano. Imaginar un Congreso de todas las lenguas, esa Utopía plural bien valía las penas.

Del segundo Congreso, en Zacatecas, leí que Gabriel Garcia Marquez había pedido la abolición de la ortografía a nombre del habla oral, y que un delegado catalán se declaró silenciado por el español. Las voces de los márgenes, que prologan el presente, se hacían escuchar. El tercer Congreso, en Valladolid, fue interrumpido por el ataque a las Torres Gemelas. Una sesión a mi cargo, sobre la literatura latina en EEUU, fue diezmada por el miedo al terrorismo, que es peor que el terrorismo. El tema fue luego recuperado, gracias a Víctor García de la Concha, en un número de la revista Insula.  

Al Congreso de la Lengua en Rosario, Argentina, le nació un contra-congreso, dedicado a las lenguas indígenas. Precisamente, me había tocado organizar una mesa de escritores y críticos sobre el español como lengua de contacto, para demostrar que lo que tienen en común el catalán, el quechua, el zapoteco, y el aymara, es el español, que promedia entre ellas y nos hace, con suerte, bilngues. Le sugerí a César Antonio Molina que desde el Instituto Cervantes iniciara una Escuela de Verano donde todos aprendiéramos quechua y catalán gracias al español. Me respondió que ya empezaba una para las lenguas de la península.

Y en el último congreso, en Cartagena de Indias,  en una mesa propiciada por el Fondo de Cultura Económica en torno a las comunicaciones y el libro, Juan Luis Cebrián y Carlos Monsiváis dieron las primeras voces de alarma sobre la disparidad de la tecnología digital y la lectura en español. Estos congresos han estado recargados de futuro, y no es casual que sea así;  el español es la lengua con más horizonte y, por ello, un debate permanente.

En todo caso, aunque no conviene fundar otra superstición, parecería que estos congresos del español universal coinciden con la urgencia de ocupar su plaza para interrogar su lugar en un tiempo contrario y muchas veces contrariado. Es claro que se precisa ampliar la mesa y compartir las otras voces. 

El congreso en Chile ha empezado más temprano. Arrancó con la polémica entre Pablo Neruda y Gabriela Mistral como figuras tutelares. Los últimos congresos le han dedicado un libro clásico al país huésped (el Quijote en Valladolid, Cien años de soledad en Cartagena), pero en el caso de Chile se han exigido dos, porque Neruda y la Mistral ya no son sólo escritores sino alegorías nacionales, y es mejor un empate que una derrota.  Si alguna vez le toca a mi país, tendrán que ser cuatro libros: el Inca Garcilaso, César Vallejo, José María Arguedas y Mario Vargas Llosa, porque la agonía de los empates nos sabe a triunfo.

La buena noticia es que la literatura Mapuche es de muy alta calidad. Y en Chile, uno de los países más modernos de América Latina, será cabalmente moderno tener a ese pueblo pleno de identidad como interlocutor del mundo a través del español.

Por lo demás, éste será el primer congreso de la lengua en la era posglobal. Ahora que caen las ilusiones economicistas de la globalización, el español puede ser también una lengua de las regiones y las particularidades, que la globalidad no pudo acallar.

No está nada mal que dejemos de polemizar sobre el Mercado, que exageró las validaciones y confundió los valores, y volvamos a la literatura y la conversación.

 


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24 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Apocalypse Love (4)

El segundo pecado de Fresán es haber obtenido con naturalidad aquello que el común de los escritores no suele lograr, ni siquiera trabajando a destajo: una voz propia. Ignacio Echevarría también subraya aquello que intenté decir al principio: que con el libro Historia argentina, y en particular con el cuento El aprendiz de brujo, Fresán debuta "ya acuñado, resuelto".

         Para colmo Fresán llega a escena con otras marcas imperdonables. Empezando por la impronta biográfica. La mayoría de los grandes escritores viene, o se ha forjado (Borges es el ejemplo típico) una experiencia y/o prosapia que informan su prosa casi a la manera de un preámbulo. Y Fresán ya viene de fábrica con ingredientes dignos de nota. Un secuestro a tierna edad, el exilio al que lo arrastraron, contacto con los grandes escritores de su tiempo (Rodolfo Walsh, García Márquez) a una altura de la vida en que los demás no bebíamos nada más fuerte que el Nesquik o el Colacao, y last but not least, una doble herencia por vía sanguínea que forma un combo que te la voglio dire: el arte y el (dolor que conlleva el) divorcio.

         Desde el comienzo mismo, además, Fresán hace suyo ese desplazamiento que es característico de los grandes escritores argentinos, y que también es lícito entender como excentricidad, en tanto supone correrse de lo que se considera el centro -lo axial, lo canónico. "Ser argentino es una fatalidad", dice Borges en El escritor argentino y la tradición. Y por eso nuestras figuras insignes no se preocuparon ni un segundo por su argentinidad: eso era lo ya dado, lo inevitable. Lo no dado, la libre elección, pasaba en todo caso por lo que querían ser y todavía no eran, o bien (aquí radica buena parte de la gracia) no podrían ser nunca. Sarmiento quería ser francés. Arlt quería ser Dostoievski. Borges se sentía más cerca de las sagas nórdicas que de Los Cinco Grandes del Buen Humor. Cortázar estaba llamado a perderse en París desde que empezó a hablar con esa erre para nosotros defectuosa, pero tan bien cortada para los veinte arrondissements.

         Empujado a la excentricidad por el preámbulo de su historia, Fresán esquivó sin esfuerzo las tentaciones que acechan al grueso de los escritores locales (querer ser Arlt, Borges, Cortázar o bien conformarse con la categoría de discípulos aplicados) y en vez de emular su prosa, emuló sus procedimientos. Eligió los epígonos que más le gustaban (del mar de influencias citables, quedémonos ahora con aquellas que horadan El fondo del cielo: John Cheever y Kurt Vonnegut, que además aparecen en La vocación literaria, el cuento de Historia argentina donde, ja, narra aquel secuestro que sufrió cuando niño) y se re-imaginó a sí mismo a su imagen y semejanza, sin importarle un pito que ni Cheever y Vonnegut figurasen en la lista de Epígonos Recomendables para El Joven Escritor Argentino Políticamente Correcto y Funcional a la Tradición.

         En todo caso Fresán entiende la tradición en un sentido distinto a la estrecha que predica y practica el establishment local. Lo suyo es más bien la tradición a la manera del citado ensayo, donde Borges sostenía que nuestro campo de juego debía ser "toda la cultura occidental" (ahí se quedó corto, en estos tiempos también abrimos ventanas a otras culturas) y llamaba a "ensayar todos los temas".

         Pero hay otra frase del mismo ensayo por donde pasa, creo, el quid de la cuestión. "Todo lo que hagamos con felicidad los escritores argentinos pertenecerá a la tradición argentina", dice Borges. (Las cursivas son mías.) Y si hay algo que resulta indudable en Fresán es que hace lo que hace con felicidad. Lo cual, si hay que creerle a Borges, bastaría para colocarlo en el corazón de la tradición argentina, por más que haya tantos que trabajen para mantenerlo en el ostracismo.

 

(Continuará.)  

 

 



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23 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El nuevo cartismo

Los buzones de correo se parecen a las urnas electorales, tienen una rendija para introducir el papel y su contenido ?ya sea una carta o una boleta? recibe en esta Isla similar irrespeto. A pesar de las limitaciones con la correspondencia, resulta más fácil hacer llegar un sobre a su destino que incidir con nuestro voto en el curso del país. De ahí que uno de los deportes más practicados por mis conciudadanos sea el de escribir sus quejas a las instancias superiores, dirigidas justamente a los causantes de la mayor parte de nuestros problemas. Una señora redacta un largo lamento sobre la fosa albañal que brota en el patio de la escuela cercana; el vendedor de pizzas denuncia por escrito al inspector que le exige un porcentaje de las ventas a cambio de no cerrarle el kiosco; aquel paciente necesitado de una cirugía deposita su misiva contando que lleva un año a la espera de entrar al salón de operaciones. Los reclamos son tantos que en muchos ministerios la recepción de cartas corresponde a un departamento con varios empleados. Una verdadera inundación de hojas que repiten ?una y otra vez? el conocido encabezamiento ?Por este medio, me dirijo a usted?? De un tiempo a esta parte ha aparecido la modalidad de la carta digital que se echa a circular por la intranet de varias instituciones. De forma similar, se inició la polémica intelectual de 2007 y ahora vemos asomar los criterios inconformes de varias personalidades de la cultura. Por mi pantalla han desfilado la carta del actor Armando Tomey, otra del crítico literario Desiderio Navarro y una muy buena de Luis Alberto García, quien interpreta el personaje de Nicanor en los cortos de Eduardo del Llano. El cartismo ha venido a sustituir al necesario referéndum a través del cual expresar nuestros reclamos de cambio. Nuestra tendencia epistolar tiene similitudes con aquel movimiento de la Inglaterra decimonónica que logró más de un millón de firmas para presentar La Carta del pueblo ante la Cámara de los Comunes. Los cartistas de entonces lograron presionar para que se introdujeran ciertas reformas, pero tengo la impresión de que nuestras esquelas son papel mojado, broma de boleta, tinta que se diluye ante la inercia estatal.



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23 de octubre de 2009
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Sodoma y Sión

"Hay que compadecer al poeta, no guiado por Virgilio alguno, que ha de atravesar los círculos de azufre y lava, y arrojarse al fuego que cae del cielo, para llevar consigo  habitantes de Sodoma". ( À la Recherche du Temps Perdu, La Pléiade, Paris 1987, vol III , p. 711)

 "Un pequeño cambio en la letra que acarrea un cambio inmenso en la vida de miles de compatriotas". Así se expresó el presidente del gobierno español el 30 de junio de 2005, tras ser aprobada por el Parlamento la ley que reconocía la unión civil de personas homosexuales. España se unía así a una lista minoritaria de países (en aquel momento cuatro en todo el mundo) que daban ese salto fundamental. Recuerdo que entonces una diputada de PP (Celia Villalobos) tuvo la decencia de romper la disciplina de voto para mostrar su disconformidad con una segregación atroz. Sea cual sea el credo político de cada uno, hay que agradecer la valentía política del gobierno de Zapatero,  pero una cosa es la normalización jurídica y otra muy diferente la normalización en el lenguaje y las costumbres. Los textos literarios que sustentan esta reflexión datan de un siglo atrás, pero estoy seguro que al lector les seguirán pareciendo de punzante actualidad.

  El libro del que se extraen, À la Recherche du Temps Perdu  produce en ocasiones en el lector el sentimiento de tener exclusivamente como objeto la exploración de un mundo de ocio y de vacuidad (que sin duda sirven paradigmáticamente para mostrar que el mundo social y natural sólo es para el lenguaje ocasión del propio despliegue). Sin embargo en  este libro se encuentran algunas de la páginas más lúcidas- y en ocasiones  más terribles- respecto a las confrontaciones del hombre con el mal, el mal inevitable, del que el amor da tantas veces testimonio, y el mal quizás contingente, generado por la ceguera, la cobardía y a veces las más atroces pulsiones contra el otro; pulsiones  no precisamente animales, sino cabalmente humanas pues con matriz en el lenguaje y el espíritu. Páginas tremendas sobre la guerra, la servidumbre, el dinero, el racismo o la fobia contra  la homosexualidad...quizás sobre todo esta última.  Transcribo pues una serie de párrafos, antes de lo cual una precisión: en el conjunto de las páginas de Proust sobre el tema (no tanto en los párrafos aquí transcritos) la terminología misma utilizada (vicio, inversión, normalidad, etcétera) es susceptible de ser juzgada hiriente y desde luego anacrónica; piénsese sin embargo en que constituye la única usual y que resultaba inteligible entonces...y no sólo entonces. La ley del gobierno Zapatero ahorra parte pero no suprime ese "sufrimiento inútil de seres humanos" a la que el jefe de gobierno se refería.  En cualquier caso , un siglo atrás, por su condición de homosexual y judío (en la Francia del affaire Dreyfus) Marcel Proust  sabe perfectamente lo que es anidar el sentimiento profundo de un doble estigma.  

 

Repudiar a su Dios

"Raza sobre la que pesa una maldición, y que debe vivir en la mentira y el perjuro, puesto que sabe que  se considera punible y vergonzoso, inconfesable, ese su deseo, que constituye para cada criatura la mayor bondad de la vida; raza que debe renegar de su Dios, puesto que de ser cristianos, cuando ante el tribunal comparecen como acusados  necesitan, ante el Cristo y en su nombre, defenderse como de una calumnia de lo que es su misma vida. Hijos sin madre, a la cual han de mentir incluso llegada la hora de cerrarle los ojos"  (Edición citada, III,  p.16)

 

La piedra del molino

"Sólo un honor precario, sólo una libertad provisional en espera del descubrimiento del crimen; posición social siempre inestable, al igual que ese poeta, la víspera  agasajado  en los salones, aplaudido en los teatros de Londres, es expulsado al día siguiente de todo cobijo, sin encontrar almohada en la que  repose su cabeza, haciendo como Sansón girar la piedra del molino y exclamando como él:

                    ‘Los dos sexos morirán separados'    

excluidos incluso, excepto en los días de gran infortunio en los que la mayoría se agrupan en torno a la víctima, como los judíos en torno a Dreyfus, de la simpatía- a veces de la sociedad- de sus semejantes en los que generan  fobia al ver su propio ser reflejado en un espejo" (III, 17)

 

 Coartada

"Y buscando, como un médico busca el apéndice, la inversión hasta en la historia, se complacen en recordar que Sócrates era uno de ellos, como los Israelitas dicen que Jesús era judío" (III,18)

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23 de octubre de 2009
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La sustancia de los sueños

Lévi-Strauss dijo una vez en una famosa entrevista en Cahiers du Cinéma que "el cine es la sustancia de los sueños", y durante muchos años yo creí entender la frase. Ahora no estoy seguro. Es cierto que el cine, por su naturaleza deslizante, y a ratos (siempre que no lo haga Marguerite Duras) vertiginosa, parece destinado a condensar lo soñado de un modo que nuestra cabeza, en cada despertar, añora o envidia. Y es un misterio que, así como la pintura onírica decidida, es decir, auto-consciente (Fuseli, Magritte, Chirico, Dalí), muchas veces resulta no sólo empalagosa sino ilustrativa, por el contrario, las secuencias de sueños en ciertas grandes películas (Hitchcock, Bergman, Buñuel, Busby Berkeley) sean tan convincentes, casi verídicas.

     La frase del antropólogo francés me ha venido a la cabeza en las últimas semanas por un hecho que expongo. Mientras rodaba ‘El dios de madera' no soñaba (y ya saben los lectores asiduos de este blog lo soñador que yo soy, si se me permite la frase pomposa). Al principio pensé que era un simple problema físico. Tomaba casi todas las noches un inductor hipnótico de baja potencia media, y se dice que esas pastillas, además de conciliarte con el sueño, entorpecen los mecanismos de liberación del subconsciente. Pero había noches en que no tomaba ningún preparado somnífero, y días, uno y medio cada semana para ser exacto, en que tampoco rodaba, y seguía sin tener sueños, sin recordar siquiera al despertarme haber soñado. ¿Llenaba el cine de modo suficiente mi cabeza de esa sustancia dicha por el autor de ‘Tristes trópicos'?

  Anteanoche volví a soñar, y puedo contarlo, no sin vergüenza. El sueño era de cine, y la acción sucedía en un festival cinematográfico al que acudía de invitado. Una vez sentado en el patio de butacas de la sala grande, en lo que parece una sesión de gala, advierto que no me han dado el resguardo por las maletas que he dejado a la entrada. Me levanto de golpe y salgo a buscarlo en los retretes; imprudentemente, dejo mi chaqueta en el respaldo de la butaca. Al volver de la búsqueda infructuosa me encuentro rodeado de grandes damas del cine y el teatro español que, capitaneadas por Gemma Cuervo, abandonan en estampida la proyección. Veo que mi chaqueta sigue donde la dejé, pero yo no me siento en ese sitio, sino en una butaca próxima a la que ocupa Sara Montiel, que lleva un perrito en un canastillo. Arturo Fernández nos saluda efusivamente desde su palco. En la sala, mucha gente fuma mientras la película continúa.

   Mañana he de buscar la entrevista completa de Lévi-Strauss.

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23 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La banalización de la violencia

La violencia en el cine y en la televisión es un objeto de debate desde que existen cine y televisión pero también un enorme tema para el cine y la televisión. En ?El hombre del traje gris? (1956), de Nunnally Johnson, película inspiradora del serial televisivo ?Mad men?, contrasta el flash back de los penosos recuerdos de guerra del protagonista con el entusiasmo de sus hijos pequeños ante las primeras imágenes violentas de la televisión que acaban de instalarse en las casas. En ?Inglorious Basterds? de Quentin Tarantino, contemplamos el goce infantil de los nazis ante la violencia mientras nosotros como espectadores nos vemos inducidos perversamente a gozar con la violencia ejercida sobre los propios nazis. En ?Katyn? de Andrzej Wajda, en cambio, la austera y rigurosa reproducción de cómo se hacían las ejecuciones mediante un tiro en la nuca desarma al espectador de cualquier veleidad retórica y consigue un efecto documental de un dramatismo insoportable.

Tarantino y Wajda buscan cosas distintas, pero en una misma dirección. Con el primero, el espectador ve retratado en el rostro baboso de Hitler y Goebbels los más bajos instintos que le animan a disfrutar en los filmes bélicos. Con el segundo, por el contrario, consigue hacerse una idea de cómo es en la vida real esa violencia trivializada en la imagen. Entre la Segunda Guerra mundial y la instalación de los televisores en los hogares se desata el mecanismo de la trivialización mediática de la violencia y de la muerte, casi como una respuesta de aceptación cultural de las mayores matanzas de la historia y por tanto de la trivialización efectiva y real de la muerte. Eso ya lo capta muy tempranamente ?El hombre del traje gris?, pero queda en evidencia en la visión paralela de los filmes de Tarantino y Wajda. Es reciente el cierre del bucle, el momento en que la violencia mediática, en sus orígenes vivida vicariamente, se convierte en violencia directamente ejercida, vivida también mediáticamente. Estamos en Abu Ghraib y podemos ver las imágenes producidas y protagonizadas por los soldados norteamericanos Lynndie England y Charles Graner, su novio, que actúan sobre los cuerpos torturados y humillados de sus víctimas iraquíes. También hay película en este caso, aunque non fiction: de Errol Morris, ?Standard Operating Procedure? (2008), y libro del mismo título de Philippe Gurevitch. Quienes se han venido preguntando con escepticismo acerca de los efectos de la violencia en los medios de comunicación tienen en esta filmografía abundante material para la reflexión.



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23 de octubre de 2009
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