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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El servicio

Se diría que aquella película de Losey, The servant,se reproduce bajo una u otra forma en casi todas las casas que conozco. En casi todas las casas que conozco el criado o a la criada deciden de un modo terne e incuestionable el orden final de las cosas y cuya autoridad, no siendo lerdos, acaba imponiéndose en una posible disputa, una ambivalencia o incluso en la tesitura de ser cogidos in fraganti en cualquier abuso o haber actuado con desidia en el elemental cumplimiento de su deber.

El sirviente se alza sobre el amo tal como el jefe sobre el subordinado y no tanto por la relativa fortaleza dialéctica de uno u otro como porque, en efecto, el primero tiene en sus manos al segundo, bajo su elocuencia, bajo su legitimación y a través de su mayor información. El amo deja en poder del criado una delegación que mediante su ejercicio repetido pasa de ser una concesión ancilar a convertirse en una posesión absoluta y de posesión absoluta en su correspondiente ejercicio de autoridad. Autoridad inversa o perversa, según the servant.

 La delegación proporciona así una práxis tan brillante como eficiente,  crea dependencias muy radicales y esas dependencias tejen una tras otra el duro cepo en que el amo queda preso, sometido, como en mi caso a un habla balbuceante y tanto más desatinada cuanto más se extiende y aumenta la extensión de la vulnerabilidad. Es decir, cuanto más fácilmente proporciona al sirviente la capacidad para zaherir, descalificar, reducir y hasta anular a quien pretende todavía actuar como un superior, ridículamente empingorotado en un trono al que el servidor ha aserrado y convertido, al cabo, en un  escabel, sede inferior  cuyo única sentido se expresa en el pago regular del estipendio que  no viene a ser sino la ofrenda (insuficiente) que merece la gran figura de quien es decisivo, ineludible y supremos servidor.



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4 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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José Luis López Vázquez

Tenía un nombre tan corriente como los personajes que interpretaba. Corrientes por fuera, complejos, contradictorios y desasosegados por dentro. Hizo películas de ocasión y películas maravillosas, pero él siempre fue genial. A través de su tierna y desolada mirada muchos aprendimos a ver el mundo. No sé por qué en los últimos tiempos me acordaba bastante de él y me llamaba la atención el poco caso que se le hacía, el poco reconocimiento que se le daba desde las instituciones y los medios culturales. Pero no importa porque lo que ha hecho, hecho está. Parece que Chaplin dijo que era uno de los grandes. A la vista estaba. Era capaz de conmovernos mientras nos hacía reír. Le doy las gracias desde aquí por todo lo que me ha dado sin saberlo. En mi mente lo pongo junto a Pepe Isbert y Jack Lemmon. Pertenece a ese lugar de seres excepcionales donde le espera Rafael Azcona.



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4 de noviembre de 2009
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Impostura

«Tout droit dans son armure, un grand homme de pierre/Se tenait à la barre et coupait le flot noir,/ Mais le calme héros, courbé sur sa rapière,/Regardait le sillage et ne daignait rien voir. ( En su armadura rígido, un gigante de piedra/ la nave timoneaba y hendía la onda negra./ Pero el héroe, impávido, apoyado en su estoque,/ la estela contemplaba sin dignarse a ver nada.)"

                                  Charles Baudelaire, Don Juan aux enfers

 

Supongamos una persona entregada plenamente a una modalidad de vida  espiritualmente exaltante, pero que no responde a principios  convencionales. Alguien por ejemplo que apura las posibilidades de relacionarse erótica y afectivamente  y que en su comportamiento social respeta máximas que son corolario de un sistema de valores  no siempre coincidente con la ley general ( corolario, por ejemplo, de esa ley oscura que vincula a los miembros de un clan y a la cual este hombre se siente por origen adscrito). Supongamos asimismo que esta configuración de su vida supone exposición a algo tan elemental como la posibilidad de llegar en la más absoluta soledad a la hora de la muerte... y que sin embargo de manera alguna se haya dispuesto a asumir  tal radical confrontación.

Como resultado de tal contradicción cabe que el hombre intente repudiar de su sentimiento y de su mente la consecuencia, es decir: sigue comportándose en conformidad a los principios  que le han configurado (entrega a una vida de placer, o fidelidad a la norma de un clan)...negándose a toda lucidez sobre ese previsible momento en el que el precio- la soledad en la hora de la muerte- será reclamado. Pues bien:

Esta falta de adecuación, esta ausencia de entereza respecto a la necesidad de asumir las consecuencias del comportamiento efectivo, constituye en sí misma una infracción a la ética. Cabe al respecto formular una suerte de mandamiento, en el que hay como un rescoldo del kantiano imperativo categórico:

Ya que no estás dispuesto a morir sólo, ajusta tu comportamiento exclusivamente a aquello que no pueda facilitar el que te encuentres en soledad ante la muerte. Tal subordinación puede ser muy penosa para la consecución del placer, e incluso penosa para la dignidad de la propia imagen. Puede suponer, por ejemplo, que no  haya vinculación en función de la intensidad de la afección o del deseo, sino  del grado de conveniencia (tras el cristiano amor de los esposos se esconde muy a menudo esta esencial evitación del riesgo); puede suponer asimismo el repudio de lazos de clan vivido por el propio protagonista como una traición.

Sin duda tras el "amor del hombre por la naturaleza, por su familia, por su patria" que suponía para Hegel una suerte de presencia trascendente en la cotidianidad ( "inmanencia de lo infinito en lo finito" le llama), tras la lírica del "rodeado de su mujer y de sus hijos amigos y criados",  hay mucho de esa cobardía disfrazada de prudencia que constituye un engrasador del comportamiento individual y colectivo. Pero nada sin embargo tan penoso, y en algún registro nada tan abyecto como la impostura de un ser que  juega de farol ante sí mismo, que usurpa la función de liberado de la sumisión a conveniencias. ¿Cabe imaginar a Don Giovanni, huir despavorido, o aceptar  arrepentirse, cuando el Comendador le tiende su mano de piedra?

 

Don Juan aux enfers

 

Quand Don Juan descendit vers l'onde souterraine

Et lorsqu'il eut donné son obole à Charon,

Un sombre mendiant, l'oeil fier comme Antisthène,

D'un bras vengeur et fort saisit chaque aviron.

Montrant leurs seins pendants et leurs robes ouvertes,

Des femmes se tordaient sous le noir firmament,

Et, comme un grand troupeau de victimes offertes,

Derrière lui traînaient un long mugissement.

Sganarelle en riant lui réclamait ses gages,

Tandis que Don Luis avec un doigt tremblant

Montrait à tous les morts errant sur les rivages

Le fils audacieux qui railla son front blanc.

Frissonnant sous son deuil, la chaste et maigre Elvire,

Près de l'époux perfide et qui fut son amant,

Semblait lui réclamer un suprême sourire

Où brillât la douceur de son premier serment.

Tout droit dans son armure, un grand homme de pierre

Se tenait à la barre et coupait le flot noir,

Mais le calme héros, courbé sur sa rapière,

Regardait le sillage et ne daignait rien voir.

 

Don Juan en los Infiernos

 

Cuando pasó Don Juan las aguas subterráneas/ y a Caronte pagó el obligado óbolo,/ una sombra mendiga, ojos fieros de Antístenes,/ con brazos vengativos empuñó los dos remos./ Mostrándole sus senos pendientes, sus vestidos/ abiertos, mujeres agitadas en negro firmamento/ como una gran manada de ofrecidas víctimas/ con un largo mugido detrás de él arrrastrábanse./ Sganarelle riéndose le reclamaba el pago,/ en tanto que Don Luis con un trémulo dedo/ mostraba a todo muerto que erraba en la ribera/ aquel cínico hijo que burlara sus canas./ Tiritando en su luto, la casta y magra Elvira,/ tan cerca de ese pérfido que fuera esposo, amante,/ aún le reclamaba la suprema sonrisa/donde brillara, dulce, la promesa lejana./ En su armadura rígido, un gigante de piedra/ la nave timoneaba y hendía la onda negra./ Pero el héroe, impávido, apoyado en su estoque,/ la estela contemplaba sin dignarse a ver nada. (Traducción de Juan Carlos Sánchez  Sottosanto)

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4 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La fijación de la identidad

¿Qué significa ser francés? Fijar la identidad se ha convertido en la fijación de Nicolas Sarkozy. Y no estamos hablando de cualquier identidad, una cuestión peliaguda que afecta incluso a los individuos. Tampoco valen ciertas identidades colectivas, como preguntarse qué significa ser marsellés, bretón o europeo. La identidad que conviene es la nacional. Menuda pregunta. Y menudo momento para plantearla. Tiene razón Segolène Royal cuando dice que la nación en su origen era de izquierdas. ¿Pero lo es ahora?

La idea, pensada para lidiar con la inmigración, tiene que ver más con la derecha, incluso extrema del Frente Nacional, cuyos votos Sarkozy persigue, que con la izquierda. Incluso cabe intuir que uno de los objetivos que se persigue es dividir a la izquierda, sabiendo que los jacobinos de tan fuerte tradición y arraigo franceses se agruparán detrás de la pregunta con el presidente de al República y dejarán descolgados a los otros. Quedarán con el pie cambiado quienes piensen en términos de identidades múltiples y solapadas o consideren el debate identitario como una maniobra para secuestrar el concepto de ciudadanía. No es cuestión de traernos el debate de Francia. Si el Gobierno ha querido poner en marcha la maquinaria del Estado, con los prefectos a la cabeza, para lanzar un gran debate nacional sobre la identidad nacional, será por qué no tiene otra cosa más importante que hacer. Pero lo más interesante es que la forma adoptada dice mucho de Francia y de su identidad nacional. Dice tanto que casi puede darse por cerrado el debate. Como es de todos sabido, no es la sociedad, sino el Estado quien construye históricamente la nación francesa. De ahí que nada más adecuado que sea también el Estado quien plantee el debate. Y quien también lo zanje cuando haga falta. (Enlace con el portal oficial del debate).



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4 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Murió Francisco Ayala

Francisco Ayala. Fuente: ABC Con la muerte, a los 1o0 años clavados, del antropólogo francés Claude Levi Strauss se cierra un ciclo más del siglo XX. Pero no es el último ciclo que se ha cerrado. Esta mañana falleció, a los 103 años, el escritor español Francisco Ayala. Parecía inagotable. "Testigo de un siglo" es lo que dicen las entristecidas notas de todo el país. Ayala, quien se ganó todos los premios literarios importantes del idioma. Entre sus títulos más destacados , se encuentran, La cabeza del cordero, (1949), Los usurpadores (1949), Historia de macacos (1954), Muertes de perro (1958), El jardín de las delicias (1971), De raptos, violaciones, macacos y demás inconveniencias (1982), De mis pasos en la tierra (1996), Cazador en el alba (2002). Así lo recuerda el ABC:Un siglo de vida da para mucho, desde luego la de ser testigo de los avatares de toda una época, pero también la de ser partícipe de cambios abismales en la concepción estética del mundo. Bien puede decirse que, en este sentido, Francisco Ayala ha sido un privilegiado pues en cierto modo perteneció a la generación que, tras el ejemplo de Ramón, orteguianos ellos, cumplieron con mayor o peor fortuna el destino de las vanguardias para, luego, después de la segunda guerra mundial volver a una literatura de honda crisis moral para, más tarde, retomar aquellas ideas originales pero depuradas ya de sus gestos agresivos, de batalla, casi totalitarios, en suma. Sus libros cumplen con la ley de esta larga sombra que el siglo proyecta y alumbra luego. Comenzó con dos novelas de corte tradicional, «Tragicomedia de un hombre sin espíritu» e «Historia de un amanecer» para, enseguida, sumergirse en la vorágine vanguardista con «El boxeador y un ángel» y «Cazador en el alba», que cumplían con el canon orteguiano de la deshumanización del arte cuya lumbrera en el momento fue Benjamín Jarnés. En estos libros, sin embargo, frente al dinamismo obligado existe un lado sombrío que dio sus mejores frutos, de hecho nos hallamos ya ante el Ayala maduro, con sus libros posteriores, «Los usurpadores», «La cabeza del cordero, Muertes de perro», «Historia de macacos», «El fondo del vaso», es decir, sus obras más acabadas, aquellas que pertenecen también a su labor de traductor, aquella en la que vertió a un elegante español el alto estilo de la prosa de Thomas Mann y su «Carlota en Weimar», en una defensa apasionada del ideal liberal en los años sombríos de la guerra mundial y los años de la guerra fría, aquella época en que conoció muy bien a Jorge Luís Borges y que, creo, coinciden en lo que fue su cumbre como narrador. Luego, de esa inmersión en la corrupción moral del hombre, la obsesión temática en la que mejor desarrolló su personalidad, perfiló una intensa línea lírica en «El jardín de las delicias», libro donde, como en una pieza de relojería, se ensamblan la visión satírica y la lírica con esa tendencia objetiva que enlaza con sus años orteguianos. Ayala, testigo de un siglo crucial, sí, pero hacedor de muchos de sus logros. Se dice que siguió la mirada del siglo. Creo que en parte la hizo.Por su parte, el diario El País hace rápidamente un monográfico en torno a Ayala. En la semblanza "La pasión y la inteligencia" Rodríguez Marco dice:Un ramo de flores enviado por el cantante Joaquín Sabina con la leyenda "Gracias por tu ejemplo" resume el sentimiento de la mayoría de los que están acudiendo al tanatorio de san Isidro de Madrid para despedirse del escritor Francisco Ayala, fallecido esta mañana a los 103 años. Junto al ramo, entre muchas otras, se podía ver una corona enviada por Cristina Fernández Kirchner, presidenta de Argentina, país en el que Ayala se exilió en 1939. (...) El académico Juan Antonio Pascual, cuya candidatura fue presentada por el propio Ayala, ha recordado emocionado la figura de su colega fallecido: "Era inteligente refinado e incisivo. Hablaba mejor de lo que yo soy capaz de escribir. Ahora parece un cumplido pero es verdad. Ayala era garantía de inteligencia. Cuando regresó del exilio lo hizo sin encono. Dejó España con 33 años en la mejor situación de su carrera en el derecho y cuando tuvo que reciclarse como profesor de literatura se convirtió en uno de primera". Pascual ha mencionado que Ayala mantuvo su energía hasta el final: "Cuando no pudo leer ya en público, improvisaba sus intervenciones sin un solo anacoluto. Tenia algo tan difícil de conseguir como la autoridad, es decir, una mezcla de pasión e inteligencia." Su viuda, Carolyn Richmond, ha recordado, junto al poeta Luis García Montero, los últimos días del escritor: "Aunque perdió la voz se notaba que su mente seguía activa". Y añadió García Montero se fue apagando.



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3 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Crecer de golpe (2)

De acuerdo a la crónica de Silvina Friera, se armaron grosso modo dos bandos: el de los ‘conservadores', que de algún modo coincidía con el de los escritores (Birmajer, Martínez, Sacheri); y el de los ‘vanguardistas', donde revistaban los cineastas jóvenes encabezados por el gurú Llinás (por momentos inescrutable, sugieren muchos, como todo gurú que se precie) y azuzados por el moderador de la charla, Adrián Cangi. (A quien muchos testimonios, además del de Friera, coinciden en describir como alguien con más afinidad por la inmoderación que por su opuesto especular.)

         Por supuesto, a la distancia resulta fácil coincidir o disentir con algunos de los conceptos que circularon, tanto de un bando como del otro. (Por favor no olviden que el testimonio central con el que cuento es el de la crónica de Silvina, publicada ayer lunes en Página 12.) Podría decir que, de existir en efecto, la diferencia ontológica entre un libro y una película que suscribió Birmajer me tiene sin cuidado; me interesa más el campo común a ambos lenguajes que sus diferencias, y por ende tiendo a coincidir con Cangi (Friera dixit, insisto) a la hora de no encontrar "distinción tajante del régimen de la escritura en el campo textual y en el campo fílmico". Mucha gente confunde la escritura cinematográfica con la redacción del guión, y esto es un error: lo que ‘escribe' el ‘texto' cinematográfico es la cámara con sus encuadres y movimientos, y lo que dota a ese ‘texto' de su puntuación es, en todo caso, la edición.

Como Llinás, creo también que un cineasta es tan artista como un escritor o un pintor: todos están, o deberían estar, igualmente preocupados por desbrozar la materia de su(s) lenguaje(s), para aprender a dominarlo(s) o cuanto menos a arriar su caos rumbo al valle de las nuevas direcciones expresivas. (Durante la charla de la que participé, sin ir más lejos, hubo una intervención de la escritora María Negroni en esta misma dirección, que a mi juicio fue lo más atinado de la noche.) Me sumo, por cierto, a la melancolía que expresó Llinás ante la peregrina idea de "compartimentar que una cosa es el cine y otra la literatura, cuando puede ser visto como un campo infinitamente común".

No tengo duda que, de haberme quedado en la Villa Ocampo, me habría enzarzado en la disputa. Soy un bicho de sangre caliente como el que más. Pero por fortuna (gracias Bruno, hijo mío) me vi forzado a irme y, así, a conservar una distancia del asunto que me permite lamentar el giro que tomó la polémica en la dirección árida, casi futbolera, de las falsas y por ende inconducentes antinomias.

 

(Continuará.)      

 

 



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3 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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AYALA Y LAS ILUSIONES PERDIDAS

 

 

 

 

Tengo la suerte de frecuentar a Francisco Ayala. El rodaje de un documental sobre su larga vida que estoy realizando en compañía de Luis García Montero y con la presencia de Carolyn Richmon, su mujer, su compañera desde hace décadas, ha sido el motivo de acercarnos hasta su casa, compartir algunos whiskies, hablar de sus recuerdos e i intentar que no nos habite el olvido. Hablamos de su memoria de las cosas, las gentes, la historia, el cine, de la cultura de un siglo. Una suerte, un raro privilegio poder compartir con el escritor, con el pensador Ayala, su lúcida manera de mirar atrás para poder entender el presente.

El placer de hablar con un español ni nostálgico, ni sentimental. Francisco Ayala, nuestro contemporáneo. Una rara suerte porque ya fue contemporáneo de la generación del 27. Estudió, se enamoró y se casó en el Berlín de entreguerras. Celebró la República. La rebelión franquista le pilló en Argentina, voluntariamente regresó para servir a la España leal. Durante la guerra colaboró en servicios de inteligencia para la defensa de la República. Sufrió en su propia familia- una familia tradicional, burguesa, liberales unos, conservadores otros- la crueldad de los vencedores. Su padre y uno de sus hermanos fueron fusilados. Ayala, derrotado, no vencido fue uno más de los exiliados. Profesor, editor y traductor en Argentina. Mantuvo su independencia e hizo crecer su obra literaria y ensayística. Brasil, Puerto Rico, Nueva York o Chicago fueron otras de las patrias de este granadino, este español cosmopolita. Un hombre libre que desde los años sesenta, silenciosamente, sin ocultamientos ni concesiones, compartió su vida y su trabajo en Madrid y Nueva York. No regresó definitivamente hasta la muerte de Franco. Sin banderas, pero con convicciones, con su particular manera de estar en la tierra, desde su independencia creadora, su vida y su obra son una lección  de libertad. Un camino poco transitado en nuestra literatura, en nuestro pensamiento. Un ejemplo que nos sigue ayudando para nuestros propios pasos por esta tierra.

 

VIAJE AL MONASTERIO DE LAS HUELGAS

 

Quisimos visitar el lugar del crimen. No quiso acompañarnos Francisco Ayala. Un viaje algo largo para sus cien años. Aunque no es esa la verdadera razón. Más lejos está Granada y hasta allí, hasta los lugares de su infancia y adolescencia, nos acompañó el centenario escritor. No quería volver a Burgos, al Monasterio de las Huelgas, porque fue allí dónde asesinaron a su padre. Dónde detuvieron a sus hermanos- uno, Rafael, fue ejecutado al final de la guerra-,  murió su madre y dónde una familia razonablemente feliz quedó destrozada por la barbarie. El padre, don Francisco Ayala, por intermediación de su hijo Paco, consiguió el puesto de Administrador del Monasterio, que con la llegada de la República pasó de la administración de la Casa Real a la administración del gobierno. No era el padre de Ayala un hombre progresista, ni siquiera republicano; era un hombre conservador, católico y dialogante. Un hombre bueno. Un empleado octogenario que sigue viviendo en las dependencias del monasterio, un trabajador que creció a la sombra de ese lugar central de la historia de Castilla, de España, recuerda con mucho agradecimiento los años de administrador del padre del escritor. Le concedió vivienda gratuita. Vivienda en la que años después, por decisión de la madre abadesa, tuvo que pagar alquiler.

Cuando los franquistas tomaron el Monasterio, en los primeros momentos de la sublevación, detuvieron a la familia Ayala. Encarcelados en el cercano Hospital Real, con la acusación sobre el padre de ser funcionario de la República. La tragedia se precipitó. Apenas unos pocos días la pequeña hija, Mari, tuvo que llevar la comida al padre. Muy pronto avisaron que ya no era necesario que llevaran más alimentos. El padre había sido fusilado. La familia, rota, huida, encarcelada o abandonada.

En ese retorno al monasterio, al lugar del crimen, nos acompañaron la hermana pequeña, Mari, y la hija de Ayala, Nina. Mari, que fue la adolescente que allí se quedó sin padre, sin familia, nunca había regresado. Nina no conocía el monasterio. La emoción era grande, los recuerdos volvían, pero los Ayala, saben contener sus sentimientos. Quizá una gran virtud. O una manera de supervivir sin mirar hacia atrás sin ira.

El lugar sigue siendo impresionante, conserva la historia de muchos siglos, fue símbolo del poder de la iglesia y del sometimiento de los gobernantes al poder religioso. Ahora es un símbolo del pasado. Aunque sigue siendo el principal monasterio de formación de abadesas, las vocaciones ya no son lo que fueron.

 

CUATRO AÑOS DESPUÉS

 

A falta de unos meses para sus 104 años, ha muerto Francisco Ayala, su amor a la vida, su amor a Carolyn,  a su familia de los exilios y desexilios, a unos pocos amigos, a bastantes libros, algunos vinos, buenos whyskies le han acompañado hasta el final de sus trabajos y sus días. Tampoco le faltaron  muchas discusiones, ironías educadas, ilusiones perdidas, recuerdos contados, vidas dignas, olvidadas muertes de perro y placeres cotidianos de un ciudadano universal, de Granada y Madrid. Un español atípico. Como atípica fue su obra que supo mantener su independencia, su originalidad así que pasaran cien años. Y casi cuatro. Lo echaremos de menos.

 

 

 

 



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3 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La raya

Hay pinturas en las que no hay rayas pero las rayas fundan y confunden, despejan y complican, señalan y se esfuman. Todas las rayas trazadas en la pintura desde su alma que es el dibujo o más tarde, cuando el cuadro, ansioso de orden las reclama, son algo más que el armazón de un cuadro. Su función de sustentación o delimitación representa sólo una insignificante parte de su importancia. Ni la composición, cualquiera que sea, acaba con la autonomía de la raya que, si parecer ancilar cuando se reciben las primeras lecciones, pasa después a convertirse, si se quiere, en el factor estético clave.  En el vestido, en el peinado, en el tráfico, en la adicción, la raya es el signo supremo de todos los tiempos. 



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3 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La lista de la corrupción

En cabeza de todos, los corruptores. En segundo lugar, los corruptos. En tercer lugar, los facilitadores, todos cuantos aportan sus saberes técnicos, sus habilidades para organizar los manejos: urbanistas, arquitectos, abogados, fiscalistas, economistas. En último lugar, los que miran a otro lado: la oposición, los auditores y controladores, los fiscales y jueces, los periodistas.

Cada uno puede ir llenando la lista. Teniendo en cuenta que muy rápidamente corren los puestos en la escala. Los corruptos que se convierten en corruptores, los facilitadores que devienen corruptos, los despistados que se convierten en facilitadores. Es el sino de la sociedad que no sabe atajar el mal: irá bajando por el cuerpo hasta infectarlo todo. No hay corrupción sin corruptores. Cuanto más poderosos, más intensa su corrupción. (Cuanto más intensa, más difusa). Cuanto más poderosos, más ocultos y de difícil localización. Y cuanto más poderosos, más responsables. El pescado empieza a corromperse por la cabeza. Pero la obligación de atajarla y evitar que la metástasis nos alcance a todos es de todos. Cada vez que alguien mira hacia otro lado, desiste de su reclamación, se deja invadir por la pereza o el desánimo, regala márgenes a la corrupción. Lo mismo sucede en el nivel siguiente, donde están quienes por su profesión debieran denunciarla; cada vez que un controlador (la oposición, los auditores, los periodistas) se inhibe es un tanto para la corrupción. Ya sabemos que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Limitar el poder, controlarlo, contar con buenas instituciones que vigilen y limiten los poderes de los poderosos, es imprescindible para que la corrupción no se extienda. No es un problema de leyes, que las hay y muchas innecesarias. La impunidad es hija de una sociedad satisfecha y conformista que ha bajado la guardia.



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3 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Crecer de golpe

El sábado pasado, apenas regresado de la provincia de Misiones (donde estuve filmando un documental sobre el que hablaré en otra ocasión), llegué a la Villa Ocampo bajo una lluvia digna de Cumbres borrascosas. La mansión, que supo ser la casa de Victoria Ocampo y recibir visitantes como Graham Greene, Federico García Lorca e Igor Stravinsky, no puede ser hoy sino un escenario intimidante para cualquier artista que llegue allí en condición de tal. Y esa noche (literalmente) de brujas fuimos muchos los que peregrinamos a la casa, con la excusa de recrear el venerable y casi perdido arte de la tertulia: un encuentro de gente decidida a conversar y también a debatir sobre el ser y el deber ser de sus particulares disciplinas. En este caso, la convocatoria orquestada por Mariana Sandez y Gabriela Adamo era precisa: se trataba de reunir gente que provenía del cine y de la literatura –o, como en mi caso, de ambos mundos a la vez- y producir la chispa que diese lugar a una conversación que, aunque no llegase al nivel de las que deben haber tenido lugar en la Villa Ocampo, tratase de elevarse por sobre la medianía de estos tiempos.

         Me tocó compartir el sillón y la charla con una escritora: Claudia Piñeyro, la autora de Las viudas de los jueves, y con varios cineastas: Sergio Renán (autor de notables adaptaciones de Mario Benedetti –La tregua- y Haroldo Conti –Crecer de golpe-, entre otras), Juan Villegas, Santiago Palavecino y Manuel Ferrari. Además se arrimaron al fogón el escritor Juan Martini y los cineastas Bebe Kamín y Héctor Olivera, director de una de las mejores películas del cine argentino, en este caso adaptada de un libro de Osvaldo Bayer: La Patagonia rebelde. Durante la hora que pasamos conversando, las ideas se complementaron y se evitó aquello que yo estaba decidido a tratar de evitar: la falsa antinomia entre escritores y cineastas, o si prefieren, entre devotos de la literatura y del cine.

         Como había ido hasta allí con mi mujer y mi hijo más pequeño (cuando uno pasa algunos días lejos de casa, se niega a despegarse de los suyos aunque sea por un par de horas), no me quedó demasiada opción. Bruno estaba fastidioso, me la pasé escuchando sus quejas durante toda la charla. Si no me iba entonces la cosa iba a empeorar para todos los involucrados. Así que ofrecí mis disculpas –tenía muchas ganas de quedarme a escuchar la charla siguiente y conocer a Mariano Llinás, cuya peli Historias extraordinarias me encantó, tal como expliqué en su momento y en este mismo lugar- y, munido de mujer, niño y paraguas, emprendí el regreso a casa.

         Si he de dar crédito a la crónica que publicó hoy lunes Silvina Friera en Página 12, me perdí lo mejor. Porque en la charla que sobrevino después parece haber estallado la polémica, con agresiones y todo.

 

(Continuará.)



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2 de noviembre de 2009
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El Boomeran(g)
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