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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Andrés Neuman reniega del Boom

Andrés Neuman en el Cantarana, en su booktour por Lima. Se ve a Mercedes González (editora de Alfaguara), y a los escritores Julio Villanueva Chang, Gustavo Rodríguez, Andrés, Daniel Alarcón y Enrique Planas. Todos están fichados en el libro de ´Neuman. Se fregaron. Fuente: Moleskine El ganador del Premio Alfaguara de Novela, el B39 Andrés Neuman, se hartó en Panamá. Ya no quiere que le pregunten más por su relación con el Boom Literario de los años 70. Yo creo que es obvio, no se trata de parricidio: simplemente, a nadie le gusta las preguntas repetidas. Lo que más me preocupa, sin embargo, es que Neuman publicará un libro titulado Cómo viajar sin ver donde comentará su periplo latinoamericano con el Booktour Alfaguara. Espero que hable bien de mí y que confiese, de una vez, que él, de pura envidia, malogró mi MacBook el mismo día que me la compré en Aventura Mall.El escritor argentino Andrés Neuman, ganador del Premio Alfaguara de novela 2009 con El viajero del Siglo, dijo hoy en Panamá que la literatura latinoamericana ya no debe seguir siendo referida al "boom" que la nutrió porque la nueva generación de autores ya no tiene ningún vínculo con este movimiento."No tengo ningún tipo de relación íntima con el 'boom', sino un tipo de relación más importante que es de admiración literaria, y por eso leo por igual a Gabriel García Márquez que a Kafka, como un señor clásico que tengo en mi biblioteca", indicó.Agregó que la nueva generación de autores de la que es parte "tiene una suerte de poder relacionarse con el legado del ('boom') de una forma natural, no como sus hijos, sino como sus nietos". "Claramente no nos parecemos a los escritores del 'boom' latinoamericano y claramente no necesitamos combatirlos, que es un poco lo que le pasó a la generación anterior que tenían que posicionarse a favor o en contra" de los autores de este movimiento literario, recalcó.El "boom" latinoamericano surgió entre los años 1960 y 1970 y está relacionado con novelistas como Julio Cortázar, García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, José Donoso, entre otros, que dieron impulso mundial a la literatura latinoamericana.El escritor hispanoargentino señaló que actualmente se vive una época distinta con muchas diferencias a la que vivieron los autores del "boom", pero reconoció que lo que hicieron estos con su escritura "lo hicieron tan bien que lo más inteligente que podemos hacer es hacer otra cosa". Además, Neuman, de 32 años, habló igualmente de la inmigración y la realidad política actual en Europa y América Latina, y dijo ser partidario de la izquierda "no castrista ni chavista". El autor de El viajero del siglo llegó a Panamá ayer procedente de República Dominicana, para presentar a los lectores nacionales esta novela con la que se hizo acreedor en marzo pasado al Premio Alfaguara, dotado con 175.000 dólares. Adelantó que en mayo próximo publicará el libro Cómo viajar sin ver, en el que narrará toda la experiencia vivida en este periplo que realiza por los países latinoamericanos para presentar su novela.



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24 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las mejores lecturas del año

 

            Le he propuesto a varios jóvenes escritores compartir en este conversatorio sus cinco libros preferidos del año que acaba, y algunos de ellos me han hecho llegar sus listas, que aquí transcribo no sin ánimo cómplice, propio del entusiasmo y la ironía de la charla.

            De estas listas de fin de año debo confesar que me interesa más la diversidad de opciones de cualquier lector, hecho en la benevolencia de la lectura, que las estadísticas  de votos, que promedian una suma de restas, es decir, una declaración de ignorancia.  Siempre habrá un lector que al leer una página confirme su mal humor entrañable; y otro que en cualquier lista verifique su ausencia. Pero estas listas en sí mismas no son buenas ni malas, se deben a su inclusividad y riesgo, o sea, a su apuesta por el diálogo.  La mejor lista, digo, es un decir, sería aquella que ofreciera sólo libros que no hayamos leído.  Salvo que uno lea para confirmar sus opiniones, y requiera reafirmarlas a costa de la conversación.

            Por lo demás, nuestro idioma todavía no ha democratizado, por mala educación dialógica, la distribución moderna de las buenas noticias. Todavía creemos que una antología es buena porque está hecha para la posteridad, cuando es evidente que las mejores se deben a su fugacidad: documentan  el gusto del presente. Y son, por ello, más valiosas, más vivas; ilustran la fugacidad de nuestro propio gusto.  Es patética la violencia contra el lenguaje de algunos escritores que proclaman su antología como la mejor, hecha de los mejores, y a nombre del porvenir.  Las mejores son aquellas que dan cuenta de la escena actual, y haciendo adiós con el sombrero dejan paso a la siguiente muestra de lo nuevo.  En español sólo con muy poca fe se puede hacer una mala antología; hay tánto bueno de donde elegir que es difícil equivocarse.  Otro tanto con las listas.

            Al final, las listas no son de los mejores libros leídos, sino de los mejores lectores elegidos por los libros que, contra todas las razones en contra, han logrado encendernos con la luz de la atención.

 

Jordi Carrión

(www.jorgecarrion.com/blog/)

Agustín Fernández Mallo: Nocilla Lab.

La conclusión del proyecto Nocilla en una hibridación total (prosa, poesía, ficción, ensayo, cómic y video).

 

Martín Caparrós, Una luna.

Otra vuelta de tuerca a la no ficción de viaje, según Caparrós.

 

Manuel Vilas, Aire Nuestro.

Desopilante, desprejuiciada, la novela española en una órbita inédita.

 

Mathias Enard, Zona.

Si la tendencia en novela contemporánea es abarcar Europa, Enard pretende abarcar el Mediterráneo; con ese objetivo, conecta a Cervantes con el conflicto palestino-israelí, los Balcanes con Barcelona. La historia es una corriente de conciencia.

 

Quentin Tarantino: Malditos bastardos.

Un guión (y una película) que trasladan el topos "segunda guerra mundial" a una dimensión nueva: brillante (artísticamente) e incómoda (éticamente), pero imprescindible.

 

Felipe Cusen

(www.letras.s5.com/archivocussen.htm)

álvaro bisama (chile, 1975): musica marciana (emecé).

una novela episódica en la que, debajo de las capas de cultura pop y posmodernismo, se descubre una intensa melancolía.

 

pablo torche (chile, 1974): acqua alta (emecé).

mucho más que una serie de "ejercicios de estilo," una completa operación de barrido de todos los estilos.

 

cynthia rimsky (chile, 1962): los perplejos (sangría).

dentro de la "moda" por mezclar ficción, historia y crónica, rimsky no hace trampas: se suelta de las barandas y se arriesga a perderse verdaderamente al interior de sí misma.

 

mario montalbetti (perú, 1959): 8 cuartetas en contra el caballo de paso peruano (album del universo bakterial).

este libro renueva una vez más las estrategias de montalbetti, capaz de construir una poesía a partir de ruidos, reiteraciones y dislocaciones de sentido, sin concesiones: seca y dura.

 

julian barnes (inglaterra, 1946): nothing to be frightened of (jonathan cape).

al igual que todos los mortales, me aterra la muerte. barnes exprime hasta la última gota de este terror.

 

Heriberto Yépez

(heriberto-yepez.blogspot.com)

 

Antonio Saborit: Una visita a Marius de Zayas (Universidad Veracruzana, 2009).

 

Ruben Bonet: Jaikus maníacos (Moho, 2009).

 

Jongsoo Lee: The Allure of Nezahualcoyotl. Pre-Hispanic History, Religion and Nahua Poetics  (University of New Mexico Press, 2008).

 

Vanessa Place y Robert Fitterman: Notes on Conceptualisms (Ugly Duckling Press, 2009).

 

Christine Wertheim et al. Feminaissance (Les Figures Press, 2009).Nuevas poéticas experimentales de mujeres en Estados Unidos.

 

Andrea Jeftanovic

(www.losnoveles.net/e3ajeftanovic.htm)

Cynthia Rimsky: Los perplejos (Santiago de Chile, Sangría editores, 2009).

Una novela que sigue un registro de diario de viaje contemporáneo, pero esta vez tras la ruta del filósofo Maimonides, donde baja y alta cultura se cruzan en un desplazamiento insólito por el sur de Chile, los Balcanes y el sur de España.

 

Giovanna Rivero: Niñas y detectives (Madrid, Bartebly, 2009).

Reúne los relatos de esta escritora boliviana que indaga en lo erótico, la femeneidad  y la infancia de modo fresco, transgresor y preciso  con un húmedo Santa Cruz de fondo.

 

Juan Terranova: Los amigos soviéticos (Buenos Aires, Mondadori, 2009).

Novela que trata las migraciones en un escenario global, en este caso desde los rusos que llegan a la Argentina tras la Perestroika, y lo hace con una escritura desenfadada; conocemos esa historia de cruce cultural.

 

Erri de Luca: El día antes de la felicidad (Siruela, 2009).

Este escritor italiano, obrero de formación, ha sido un descubrimiento; su prosa intimista y  melancólica nos habla de un Napóles escenario de guerras y miserias.

 

Diego Trelles Paz, editor: El futuro no es nuestro (Eterna Cadencia- Argentina, La Hoguera_ Bolivia, Uqbar- Chile, 2009).

Recomiendo esta antología  no sin pudor porque hay un relato mío incluido, pero hace tiempo no leía una muestra tan novedosa y sólida de distintos narradores latinoamericanos. Autores: Oliverio Coelho y Samanta Schweblin (Argentina), Giovanna Rivero (Bolivia), Santiago Nazarian (Brasil), Juan Gabriel Vásquez y Antonio Ungar (Colombia), Ena Lucía Portela (Cuba), Lina Meruane y A. Jeftanovic (Chile), Ronald Flores (Guatemala), Tryno Maldonado y Antonio Ortuño (México), María del Carmen Pérez Cuadra (Nicaragua), Carlos Wynter Melo (Panamá), Daniel Alarcón y Santiago Roncagliolo (Perú), Yolanda Arroyo Pizarro (Puerto Rico), Ariadna Vásquez (República Dominicana), Ignacio Alcuri (Uruguay) y Slavko Zupcic (Venezuela).

 

Mayra Luna

(www.mayraluna.blogspot.com)

Slavoj Zizek: Cómo leer a Lacan.

 

Roger Fowler et al: Lenguaje y Control.

 

Soren Kierkegaard: Diario Íntimo.

 

Peter Sloterdijk: Crítica de la razon cínica.

 

 

 



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24 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nostalgia del Best Seller

Supongo que a estas alturas muchos, muchísimos de ustedes, ya habrán leído al menos la primera de las novelas de Stieg Larsson, ese fenómeno editorial que se enseñorea en el horizonte literario mundial con una intensidad poco frecuente. Supongo, en todo caso, que ya habrán leído las miles de palabras que se han escrito al respecto en foros, chats, blogs y periódicos digitales y de papel, de manera que nadie creo que se haga ilusiones respecto a la novedad de mis opiniones sobre el particular. Pero como yo terminé de leer la primera novela de la saga Millenium recién ayer por la tarde, me quedó una sensación un poco nostálgica respecto a estas novelas tan sugestivas e intensas que son -o suelen ser-- los best sellers. Porque leyendo las peripecias de Mikael Blomqvist y Lisbeth Salander recordé mis lecturas de primerísima juventud, esas que son una transición entre el último Julio Verne y el primer Milan Kundera, por decirlo así.

Me refiero a esas novelas de espías y adustos burócratas del telón de acero, de valiosos microfilms y falsificadores cultísimos, de agentes secretos algo nihilistas y envenenamientos en la Europa Central que nos brindaban Frederick Forsyth, o John le Carré. Pero sobre todo recordaba las de Arthur Hayley e Irving Wallace, voluminosas novelas de tramas bien urdidas y complejas, de personajes más bien livianos que casi no entorpecían la acción y se limitaban a ser escritores que fumaban pipa, habitualmente altos y solitarios, inteligentes y un pelín desencantados, vamos, como salidos de una novelita del Cosmopolitan, pero que funcionaban a la perfección en un argumento bien urdido y estudiado hasta el mínimo detalle. Esas novelas de seiscientas páginas (hoy todo el mundo se asombra de que una novela tenga seiscientas páginas...) que uno devoraba principalmente en los veranos, pero también en cuanto arañaba unas horas a otras ocupaciones, eran ficciones que uno sentía honestas, que detrás de las tramas y peripecias había un escritor preocupado en contar lo mejor posible su historia, que se había pasado meses y meses investigando cómo funcionaba un hotel, un aeropuerto, el comité Nobel o la enrevesada jerarquía en la Casa Blanca, y entonces el lector veía alzarse ante sus ojos la minuciosa edificación de un universo si no complejo, al menos bien elaborado, y así nos dejábamos ganar por la historia.

Pero después no sé que pasó y aquellos viejos escritores de best sellers dieron paso a otros que más bien fueron un chasco, improvisados imitadores de tramas endebles y tópicos usados a granel, con personajes fascistoides e historias deslavazadas que se nos caían de las manos. Supongo que también ocurrió que muchos empezamos a apreciar en otras novelas la certidumbre de que el mundo no se dividía en buenos y malos, que las conjuras de los templarios eran inexistentes y que los rosacruces eran unos viejitos inofensivos, que el verdadero horror era algo más serio que asomaba en otros autores y que ahora disfrutábamos empecinados en tramas que exigían de nosotros algo más que el disfrute tibio de una lectura veraniega. Y por eso abandonamos los best sellers.

De allí, quizá, que leer a Larsson ha sido como volver a disfrutar de un placer olvidado y más bien juvenil, con héroes y villanos, con el bien triunfando sobre el mal, lo cual es un respiro. Y como brillaba un sol inusual en Madrid, el recuerdo de esas viejas lecturas ha sido más intenso. Larga vida a los buenos best sellers que no dan más que lo que ofrecen.



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24 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El desorden

No hay vida, ni clase de vida, ni clase de ser humano que sea capaz de poner estabilidad y orden en su existencia. Por definición la existencia forma parte de lo externo, la externalidad o el perímetro indefinido donde nos desenvolvemos y en cuya extensión nunca hay modo de cuadrar y detener sus elementos. De este modo, un grado de ansiedad y confusión constantes se unen a la vida cotidiana a la manera de un malestar sin cura. O, incluso, el malestar persiste en la medida en que, no sabiendo que será absolutamente incurable, nos empeñamos en lograr su saludable desaparición.

La imposible desaparición del desorden más el grado de inquietud que conlleva son inherentes al ser  y, en consecuencia, todo lo vivo se desordena, revuelve y vuelve a desajustarse mientras la muerte es el orden completo, perfecto y ajustado.

 ¿Justo también? La muerte es cruel y radicalmente injusta pero,  claro es, en la medida en que sentencia desde un código que sólo a ella se puede aplicar y a partir de un púlpito que no puede palpitar. El resto vivo - el bullicio, la inquietud, el gozo o el dolor-  son componentes de un universo desordenado y confuso las 24 horas puesto que nada puede ser tan claro, tan concreto y tan sencillamente imperfectible como la muerte. 



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24 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desmemorias políticas

Ni siquiera en Francia. El género parece irremediablemente perdido. Las memorias ya no se escriben, se dictan. A toda prisa, por encargo de un editor y en la extraña simbiosis con un colaborador que aporta la escritura. Es el signo de la época. El personaje público que ya se ha alejado de las duras justas políticas huye así del examen de conciencia, de la penitencia de una escritura trabajosa en la que purgar sus pecados y sus errores e incluso del gusto por la remembranza o el placer de pasar cuentas mediante el arte literario. Todo se limita a atender a unas preguntas y a pulir después las inconveniencias, en un plano ejercicio de ?fotoshoping? sobre la propia imagen histórica. Por este lado de la vida, la vida política quiero decir, la literatura agoniza en un pantano de mediocridad y comercialismo fatuo. Esta reflexión viene a cuento de mi reciente lectura de las memorias de Jacques Chirac, presidente de la República Francesa desde 1995 hasta 2007, primer ministro de Giscard d?Estaing y de Mitterrand, y sin duda uno de los hombres políticos más importantes del último medio siglo francés y europeo. Su experiencia biográfica y su personalidad son material de buena calidad para tejer unas memorias de primerísimo nivel literario, y sin embargo?El resultado es decepcionante. Mucho menos que los lamentables intentos memorialísticos y novelísticos de su antecesor Valéry Giscard d?Estaing, aunque lejos de la desenvoltura y la mordacidad de su predecesor François Mitterrand, y eso sí a años luz de su modelo político e ideológico, el general De Gaulle. Hay algunos destellos en ?Chaque pas doit être un but?, sobre todo en los primeros capítulos que relatan la infancia y juventud. Pero lo que se impone sobre la sinceridad y sobre la verdad literaria es la corrección política, la perfecta adecuación entre la imagen labrada durante décadas y su reflejo actual, hasta el punto de que sólo en muy raras ocasiones el memorialista se suelta y confiesa. Uno de sus mejores momentos tiene que ver con François Mitterrand, del que fue primer ministro durante la primera cohabitación entre 1986 y 1988, y al que admira e incluso profesa algún género de afecto. El anciano presidente socialista contaba entre sus especialidades una cierta habilidad en el maltrato a su primer ministro conservador, al que tachaba de sectario e intolerante y al que calificaba de jefe de clan y de banda. Pues bien, veinte años después, Chirac admite compungido que su ya desaparecido adversario tenía razón: ?Debo reconocer hoy en día que sus críticas al Estado-RPR (en referencia a su partido, el neogaullista Ressemblement pour la Republique) no eran del todo infundadas y que yo mismo me había encerrado, sin darme cuenta, en un funcionamiento político partidista y en unos esquemas de pensamiento demasiado rígidos?. Este libro abarca hasta la llegada de Chirac al Palacio de Elisée, en 1995. Puede ser que el siguiente volumen sea más sabroso, en la medida en que se intensifica la vida política del personaje y las luchas por el poder en su entorno se convierten en una maraña de conspiraciones y odios sarracenos. Pero este primero apenas nos deleita con los dioramas de arrogancia y de desprecio que protagoniza Giscard d?Estaing y con los atisbos de sus futuras relaciones tempestuosas con Nicolas Sarkozy. Tienen interés algunos retratos políticos, como el que hace de Deng Xiaoping, al que admira profundamente. Mucho más convencional es el de Juan Pablo II. Y se queda corto a la hora de darnos información sobre Sadam Husein, al que trató suficiente como que considerarle ?inteligente, no faltado de humor e incluso bastante simpático?. Pero de todos los retratos, como en cualquier autobiografía, es el suyo propio el que ocupa un lugar central: en estas memorias Chirac se retrata a sí mismo como un francés inconformista y orgulloso, curioso heredero conservador que se reconoce en la tradición radical socialista, europeo de razón pero no de pasión, más a la izquierda que todos sus amigos políticos, aunque siempre centrado en evitar que la izquierda socialista y comunista se lleve el gato al agua. Cuestión central en esta figura, es que no oculta ni su antiamericanismo de raíz totalmente francesa ni su admiración sin límites por el general De Gaulle. Siendo unas memorias interesantes, esmaltadas incluso de algunos detalles jugosos y desconocidos, es una lástima que no haya estado a la altura de su recorrido vital y del brío político con que ha conducido su carrera a la hora de empuñar la pluma. Lo que nos lleva a una pequeña lección europea de esta desigual aventura literaria. Aquí necesitamos de nuevo políticos que escriban de su propia mano. (O que sepan como mínimo poner a trabajar a sus colaboradores sobre sus ideas de fondo. Como hace Obama). Liderar requiere ideas y no hay ideas sin escritura. La regeneración política es también una regeneración literaria. En las memorias de nuestros políticos se mide el ángulo de la pendiente en la que nos deslizamos. Suavemente, sin darnos cuenta. No se entiende la publicación de este libro fuera del contexto de la actual presidencia de Sarkozy, personaje que contrasta en todo con la humanidad y la entrega generosa a su país de que quiere hacer gala Chirac. A sus 76 años, su autor se halla, además, encausado ante los tribunales por el escándalo de los empleos ficticios en el ayuntamiento de París e impugnado por quienes fueron sus amigos políticos por su comportamiento en el llamado Angolagate. Además, ha quedado también salpicado por el asunto Clearstream en el que ha sido juzgado su ex primer ministro Dominique de Villepin. No es extraño su esfuerzo por salvarse con estas memorias ante sus conciudadanos, entre los que conserva una alta popularidad, en contraste con las amarguras que le ha proporcionado su turbulenta y rica vida política.



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24 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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"Guapo" y sus isótopos

 

"Guapo" y sus isótopos

 

La frase inicial no puede ser más explícita acerca de qué va este libro. Pues dice:"Algunas veces no hay manera de dar una explicación precisa de la razón que rige la constitución de una determinada familia de palabras  en nombre de una unidad de significación [...] ni menos aún de qué condiciones del significar son las que obran en semejante agrupación [...]". Por si fuera poco, aun sin conocer la explicación  que rige la constitución de una determinada familia de palabras, dicha familia es reconocida y aceptada en público consenso y, al menos en sus términos centrales, sin vacilación alguna.

            Recurriendo al benéfico y socorrido ejemplo, se considera que "bueno" y "bondadoso" son "afines", como también lo son "amable" y "bondadoso". Y sin embargo, la expresión "amable y bondadoso" se escucha sin estridencia alguna, mientras que, en cambio, si se unen los otros dos términos también afines, "bueno y bondadoso", se produce un rechazo. O por decirlo como se dice en el libro "salta la repulsión".

            Lo mismo ocurre con la familia de palabras que da origen a lo que se  investiga en este libro: se empieza con la palabra  "guapo" y luego se van añadiendo "lindo", "bonito"., etc. Y cuando se empiezan a combinar entre sí, resulta que expresiones como "el niño es guapo y lindo" o "el niño es lindo y bonito" suenan estridentes, con la particularidad de que esa estridencia no remite a una explicación gramatical ni tampoco a una explicación lógico-conceptual precisa. La estridencia  se sitúa en tierra de nadie, una vez pasados los controles de frontera de la jurisdicción gramatical.

            Resulta innecesario insistir en que todo lo dicho es un escándalo y se entiende que, allá por los años sesenta y setenta del siglo pasado, espíritus inconformistas y algo irreverentes como Rafael Sánchez Ferlosio y Agustín García Calvo aquí, pero también Roland Barthes o Noam Chomsky y tantísimos otros por doquier, decidieran estudiar más a fondo la causa última de tantas y tan intrigantes inconsistencias como se detectan en el habla cotidiana.. 

            La suya fue una aventura emocionante y arriesgada.  Ellos mismos, desde el primer momento, pusieron de manifiesto el grave inconveniente que implicaba para su trabajo el hecho de que el objeto a investigar y la herramienta utilizada para llevar a cabo la investigación, eran la misma cosa, la lengua. Y sus enemigos, o al menos los más escépticos, no tardaron en señalar otra grave falla inherente a lo que los lingüistas hacían, pues según y cómo podría parecer que, por decirlo con la misma discreción y modestia que se dice en este libro, estuviesen tratando de adentrarse en esa tierra de nadie que surge una vez dejados atrás los controles de frontera de la jurisdicción gramatical. ¿Para qué?  También  se dice sin ambages al principio de este libro: "Para dar explicación precisa de la razón que rige...etc.".

            Como he dicho, fue una aventura emocionante y arriesgada. Todavía no se ha terminado y aunque los lingüistas ya no reciben tanta atención mediática como antes (pienso por ejemplo en los ya mencionados Barthes y Chomsky siendo entrevistados en  programas de televisión de máxima audiencia), nadie asegura que un día [los lingüistas] no vayan a salir otra vez a la palestra para anunciar que han dejado atrás la última frontera y que la ley ya impera en el universo entero. Por qué no.

"Guapo" y sus isótopos fue escrito en 1970 y pertenece a la época en que Rafael Sánchez Ferlosio  se encerró en su casa para reflexionar sobre la lengua. Se dice que desde entonces guarda docenas de cuadernos escritos a mano que - confiemos en ello - irán saliendo a la luz en su debido momento. Pero quede claro que se trata de una investigación lingüística pura y dura, sin concesiones ni treguas. Los buenos lectores de Rafael Sánchez Ferlosio saben bien que siguiendo el discurrir de su prosa - lenta, reflexiva y conceptualmente compleja, o sea, lo que podría definirse como una escritura para adultos - de cuando en cuando surgen joyas que deslumbran por su sencillez y su potencia narrativa. Creo innecesario recurrir una vez más al pasaje de la noria en El testimonio de Yarfoz o a la lección de humildad que recibe el príncipe Nébride, que se las echa de agrimensor, a manos del hijo del fiel Yarfoz, pues él  si que es un agrimensor de verdad. O las docenas de ejemplos que se podrían entresacar de sus trabajos de ensayo. Para bien y para mal este es un libro científico y no hay joyas ni excursos narrativos. En cambio si hay algo que distingue a las restantes obras de Rafael Sánchez Ferlosio, y es la posibilidad de asistir al espectáculo emocionante de una inteligencia desplegando toda su potencia en busca del concepto cuya falta de explicación da motivo a toda esta investigación acerca de una palabra como guapo, de la que el común de los mortales apenas si tendríamos nada que decir.

 

 

 

 

 

"Guapo" y sus isótopos

Rafael Sánchez Ferlosio

Destino



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24 de noviembre de 2009
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Corazones del bosque

La conocida frase de Stendhal respecto a lo mal que le sienta a la novela el discurso político ("como el estallido de una bomba en mitad de un concierto") cobra un relieve particular a partir de las obras de ficción que introducen o reflejan en sus argumentos los dos mayores atentados terroristas ocurridos en países que estaban, por así decirlo, en paz. El 11 de septiembre estadounidense ha inspirado de distinta forma a Don DeLillo y a Paul Auster, siendo el británico Martin Amis quien, a mi juicio, más frontalmente lo ha plasmado en una elocuente serie de ensayos y dos ficciones, recogidas en el libro ‘El segundo avión' (Anagrama). En España, Adolfo García Ortega y Ricardo Menéndez Salmón son dos autores que de modo muy distinto han dramatizado narrativamente la jornada madrileña del 11 de marzo, que ahora vuelve a ser noticia literaria con la aparición de la novela de Manuel Gutiérrez Aragón ‘La vida antes de marzo', ganadora del reciente Premio Herralde, en cuyo jurado figuro.

 

   Aun siendo una ‘opera prima' no vamos, por supuesto, a presentar aquí a su autor, a mi juicio uno de los grandes directores del cine español contemporáneo, junto a Berlanga y Almodóvar. Conocido ya por sus serios afanes literarios, sus artículos y el especial cuidado en la escritura de sus guiones (tanto los propios como los de encargo), Gutiérrez Aragón ha hecho una novela que arranca en el estilizado mundo telúrico de tantos de sus títulos inolvidables (‘El corazón del bosque', ‘La mitad del cielo', ‘Demonios en el jardín', ‘Visionarios'), para desarrollar después, dentro de un sorprendente marco de ciencia-ficción, una trama que da protagonismo a los autores de los atentados ferroviarios de aquel trágico día de marzo.

    Al contrario que Amis en su relato ‘Los últimos días de Mohamed Atta', ocurrente reinvención interiorizada de las últimas horas del principal cerebro del 11-S, Gutiérrez Aragón introduce a los personajes de los marroquíes (y sus cómplices españoles) que serían declarados culpables de los atentados, observados desde fuera, desde la mirada de uno de los dos narradores que hablan y se entrecruzan en el libro. Esta visión, sin escamotear de ningún modo el perfil de los principales personajes árabes, sirve para presentar de un modo atractivamente novelesco las ‘razones' y el lado oscuro fanático, misterioso, de esta  nueva forma de guerra letal representada por un terrorismo islámico  movido hasta el extremo más sangriento y cruel por un supuesto mandato religioso.

     No espere sin embargo el lector, y no lo esperará quien conozca la importante filmografía de Gutiérrez Aragón, el estallido ideológico de la bomba temida por Stendhal. El atisbo político y la acción terrorista son fondos que le dan al libro su color y su emoción. Pero el autor, fiel al espíritu de su obra cinematográfica, los trenza en una historia central que vuelve al núcleo familiar, a los padres terribles y el tema del cainismo, sin prescindir, en un registro de elegante humorismo, de los toques de magia rústica que tanta originalidad han dado a su universo imaginario, ahora brillantemente renovado desde un prisma estrictamente literario en ‘La vida antes de marzo'.

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23 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Angeles y escritores (3)

Escribir es, pues, tramar. No sólo en el sentido de construir una trama argumental, sino más bien en el de urdir un tejido que una lo que ha sido disgregado por la historia, o bien por nuestra manera pedestre, estrecha de interpretar la experiencia. El acto de escribir y el acto de la lectura re-generan: vuelven a generar una unidad que se había perdido, mediante una práctica milenaria que, más allá de la mecánica de su producción (escribir es una técnica como cualquier otra), puede tener mucho de esotérico porque aspira a una forma del conocimiento que no depende de la criba de la lógica humana.

Lejos de limitarse a un ejercicio nostálgico, el de la memoria es en los relatos de Goyen un acto tan creativo como la escritura misma. Se trata, tal como citábamos, de permitir que la mente se libere para ir hacia atrás con el objetivo de rescatar un pasado que necesita recomposición.

Desde su presente romano, el protagonista de Memoria de mayo recuerda que en aquel momento de su infancia "lloró con amargura en honor de algo que iba mucho más allá de lo que entonces comprendía". Sin saberlo, el niño que en aquel desfile interpretaba al rey de las flores recibió un anticipo de la vida por venir: entendió que todos los oropeles son de cartón y no duran mucho, entendió que los padres nunca pueden hacerlo todo bien, entendió que existir significa sentir una "trágica incompletud" que jamás puede aventarse del todo.

Goyen hace uso de una noción einsteniana del tiempo como unidad: no hay separación entre pasado, presente y futuro, el tiempo es uno y ocurre todo a la vez. Por eso el llanto amargo, que existió en la niñez para que el adulto pudiese finalmente entender, en la fría tarde romana, aquel "despertar" de la infancia. En lugar de que el pasado determine el presente, como se interpreta del modo convencional, es el presente quien relee, quien re-genera el pasado. Desde el cuarto ajeno de pisos antiguos de su alojamiento romano, el protagonista pondera "las primeras revelaciones que tenemos en la vida y... cómo esas revelaciones van cambiando con el tiempo". En su acepción más obvia el pasado es inalterable; y sin embargo lo modificamos desde nuestro presente cada vez que lo revisamos, propiciando que sus sentidos más profundos decanten.

Además de tejido conectivo, de lugar de reunión, de matrimonio entre el dolor y la curación, la literatura es para Goyen el sitio en que el tiempo deja de estar disgregado y se unifica. Los más grandes escritores de la historia han plasmado esta verdad de manera inapelable: la literatura representa la naturaleza del tiempo mejor que un reloj, o que el calendario más exhaustivo.

Pero este tiempo único no es determinista, no está cerrado ni condena a sus criaturas a un destino prefijado. Recibir revelaciones habilita a los personajes para elevarse por encima de la incompletud trágica. Una vez que el narrador entiende el sentido de aquella intuición temprana, puede aceptar que, a pesar de la vergüenza sufrida durante el desfile, su pequeña hermana se haya convertido en la más serena de las bailarinas, "una criatura aérea" que produce un momento de belleza ultraterrena.

En el tiempo (re)unificado, el narrador y/o protagonista no son víctimas de sus destinos: más bien salen al encuentro de sus destinos, que se les han manifestado cuando jóvenes o niños y que asumirán plenamente, ¡por fin!, en el presente del cuento, (re)generándose -esto es, despertando a la vida de manera definitiva.

El narrador de Sobre el pueblo representa esta iluminación con elocuencia. Al recordar aquella figura anecdótica de su infancia, el Ermitaño, que durante cuarenta días con sus noches ("El mismo tiempo que duró el diluvio") se sentó en silencio sobre un mástil que lo elevaba por encima del lugar, el narrador entiende que su destino le fue revelado entonces. Comprende, al escribir el cuento, que está llamado a contar historias; que el Ermitaño le comunicó sin palabras cuál era la ética del narrador ("...no tenía nada que vender, no quería hacer fortuna, no quería gastar bromas ni hacer trucos... sólo quería que lo dejasen hacer lo suyo tranquilo"); que la vocación entraña riesgos (asumirse diferente y por lo tanto exponerse a la intolerancia de los otros); y que para hacerlo bien, no basta con encontrar un sitio desde el que poder observar todo con una perspectiva privilegiada. El Ermitaño no se sube al mástil para mirar desde las alturas. Tal como se revela en El camino de Rhody, donde su figura también aparece, se ha trepado allí para purgar sus pecados. (Los cuarenta días y noches definen además el tiempo que Jesús ayunó en el desierto.) Uno no escribe tan sólo para dar cuenta de lo que ve: escribe, ante todo, para entender lo misterioso -y para obtener aquello que sobreviene una vez que se lo ha entendido con profundidad: la salvación.

Lo que queda una vez que las corrientes del tiempo barrieron con la hojarasca es, de manera inevitable, lo permanente: aquello que en el despertar pareció pura intuición, que al crecer se manifestó como revelación y que ahora, cuando el protagonista y el narrador han vuelto a ser uno, puede ser definido como "el fondo frío y duro de la verdad inalterable".

William Goyen escribió como quien busca sin cesar ese fondo de verdad; antes que un narrador profesional fue un hombre que perseguía la esencia de las cosas a la manera de los gnósticos, alejándose de la sabiduría de este mundo para confiar de manera preferente en "las pequeñas señales", ya fuesen epifanías, experiencias místicas o -presten atención a esa palabra, que es Goyen y no yo quien la dejó caer- revelaciones.

Jacob no le demandó al Angel lo que le habrían demandado todos: fortuna, victoria, reconocimiento, vida eterna. Le pidió algo más simple y más sabio: que lo bendijese, que lo iluminase. En su propia lid con la literatura, no cabe duda de que Goyen le retorció el brazo hasta que obtuvo una bendición semejante.

Porque amaba vivir y escribir con parecida intensidad, entendió que la mejor literatura es la que ocurre cuando uno está pensando en algo más importante.



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23 de noviembre de 2009
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Vieja barbuda dueña de la lujuria

Estaba yo leyendo el capítulo que Francisco Rico dedica a la Celestina en su reciente "Figuras con paisaje" (Destino), donde marea esa cosa rara que es la común influencia de la literatura sobre la pintura y viceversa. Dos mundos inexistentes pero con vías de acceso mutuo, de manera que el uno al otro se otorgan verosimilitud. Una bruja es sólo fantasía, pero dos ya son costumbre y ley.

    Para la Celestina, recorre Rico las imágenes que de ella inventó Picasso. La más conocida es la así titulada por el pintor y que guarda una colección privada de París. Figura, sobre fondo azul, el espléndido retrato de una mujer hirsuta y tuerta, embozada en tocas y mantilla negras, pero hay dibujos preparatorios (reproducidos en el libro) que señalan a esta alcahueta como una mujer habitual en la vida tabernaria de la Barcelona del primer Novecientos, Carlota Valdivia, sobre cuya vida apenas se sabe nada.

Hete aquí que Picasso sigue con precisión las descripciones de la Celestina literaria que de ella daba Fernando de Rojas hace cinco siglos, pero le presta los rasgos de una ciudadana verdadera, lo que refuerza la eternidad del personaje el cual va resucitando de entre los muertos una y otra vez al través del tiempo, siempre con igual aspecto y similar vestidura.

    ¿Era Carlota Valdivia, sin embargo, una alcahueta, además de ser "La Celestina"? Porque lo milagroso es que esta vez Celestina pudo haber reencarnado en una honesta mujer que quizás se dedicaba a vender tabaco, cordones de zapato y lotería cerca de "Els Quatre Gats", figón donde se reunían Picasso y sus amigos, notables devotos del lenocinio.

    De todos modos, hay una pista que excusa la sospecha. Cuando en 1959 John Richardson, el biógrafo de Picasso, visitó Barcelona, llevaba consigo un papel donde el pintor había anotado la dirección de Carlota. Y añade Richardson que Picasso le había comentado: "Siempre podría montarte algo...". Dudo de que pudiera montarle una sesión de sardanas. Más bien uno piensa en el inmortal cuadro venéreo conocido por el vicio como un "Manresa a las foscas".

 

Artículo publicado el sábado 21 de noviembre de 2009.

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23 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El amor

El amor, contemplado políticamente y lingüísticamente, es tanto, en la primera opción, una real resolución del conflicto intersexual y, en la segunda opción, una traducción de lo uno y de lo otro para llegar a una gozosa transexualidad.

Las oposiciones, las disidencias y los deseos de cada lado se transfiguran en una esfera amante donde no hay tanto un hombre o una mujer, uno u otro polo de género, como una realidad creada de la clamante interrelación que  en la interacción ama.

O dicho de otro modo: no hay, en esa circunstancia, un tú y un yo diferenciales, sino una sola construcción inédita. Ambas partes crean esta nueva condición en la que participan, metamorfoseados, sus cuerpos y sus anhelos.

Políticamente, el conflicto desaparece en esta nación nueva, recién inaugurada. Pero ¿y lingüísticamente? Mediante el lenguaje de una triunfante traducción recíproca, se hila un texto inconsútil, una textura, una malla de comunicación efectiva que culminará en la eliminación del guión "tú-yo",  siendo su cenit el mundo que  llega a formar el "tuyo".



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23 de noviembre de 2009
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El Boomeran(g)
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