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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La última luna de 2009

Click here to view the embedded video. Ayer, corrí desde la barriada del Cerro hasta la casa a fin de alcanzar la puesta de sol para filmarla y colgarla en mi blog. El último círculo de fuego que se ponía en el 2009 resultó estar rodeado de nubes e imposible de quedar registrado en la cámara. Algo frustrada, miré hacia el nordeste y una luna espectacular se alzaba a un costado de la columna de humo de la refinería Ñico López. Luz al lado de la mugre, anillo plateado cercano a las llamas que genera la combustión del ?oscuro? petróleo. Les dejo, junto a este texto, unas imágenes de ese satélite natural que brilló con toda plenitud sobre nosotros. También lancé el tradicional cubo de agua a las doce de la noche desde mi balcón, en un acto de limpieza anual para expulsar todo lo que nos impide avanzar como Nación. Hoy en la mañana, el primer sol de 2010 secó los charcos que formaron los chorros caídos desde los edificios cercanos. Como una catarata plural y dispersa sonaban esos surtidores que salían de cada casa. ?Qué se vaya lo malo, qué se vaya? pensamos ?al unísono? millones de cubanos.



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2 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Adioses del año

 

Nunca acaba uno de dar las gracias a los amigos que se marchan. Para ellos, como pedía Rubén Darío al despedir a uno de los suyos: rosas, rosas, rosas, rosas.

 

Alejandro Rossi (Florencia, 1932)

El 91 estuvo Alejandro en el congreso sobre literatura venezolana que organicé en Brown, donde se reencontró con Adriano González León y José Balza; pero también consigo mismo, ya que se asumía como venezolano por parte de madre y memorias de infancia. Había nacido en Florencia, vivió en Caracas, después en Buenos Aires, estudió filosofía en Friburgo, y optó por hacerse mexicano. Ya entonces había imaginado una novela sobre su antepasado, el general Páez, tras cuyas huellas fue después a  la Biblioteca del Congreso, en Washington, donde un bibliotecario, al saber de sus búsquedas, le diría: Yo también soy descendiente del General Páez. En otra de sus visitas, charlábamos a lo largo de Prospect Street cuando de pronto se detuvo, miró la calle con asombro, y dijo: “Esta esquina me recuerda el tratado de Vitruvio,” explicándome, de paso, la simetría serena de mi ciudad. En esa o en otra ocasión, se enfermó, y en Urgencias le diagnosticaron una gripe. Estuve a punto de llamar a Octavio Paz y pedirle que consiguiera con el presidente Zedillo un avión para Alejandro. Zedillo, ¿o tal vez Salinas?, lo había hecho por Paz. Al menos en México, un escritor enfermo era una cuestión de interés nacional. Una vez me contó que las clases del seminario de Heidegger eran, en verdad, lecciones de filología: empezaban con la etimología de una palabra. Un peruano, Victor Li Carrillo, que escribía la tesis con Heidegger, le había dicho a Alejandro que su apellido era, claro, chino, pero que su apellido materno era un genérico que los peruanos le ponían a los hijos de los coolies. A mi, le dije, esa genealogía me resultaba una broma sutil de Li.  Para formar parte de su seminario, Heidegger exigía un año de griego clásico; Li Carrillo, su Instructor, se encargaba de esos rigores, y así se conocieron. Yo lo habia visto una vez, en Lima, de lejos, y admiraba su libro sobre el Hermógenes.  Alejandro estaba fascinado por su suerte, sus períodos de profesor en Venezuela, su historia familiar, sus ultimos años en Perú. Escribió una nota, “Gato fino,” en recuerdo de Li, que salió en Hueso Húmero, en Lima, como leve tributo al ausente. Podía ser irónico con elocuencia, pero sabía ser tolerante. Recuerdo que de una profesora preguntaba: “Y a Fulanita, qué raro que le guste Benedetti, ¿no?” En estas conversaciones descubrí que México era el único país donde uno podía ser, para siempre,  extranjero, y habría que agradecerle la gentileza de no convertirlo a uno en nativo. Todos los demás países te asimilan, lo que es casi un abuso de confianza.  Quizá por eso, Alejandro vivió cómodamente en México, en su Castillo, a cuyas puertas siempre llamaba alguien, decidido a retomar la conversación. Nos había convertido a sus amigos en interlocutores permanentes. Y era capaz de hacer citas telefónicas y viajes internacionales para continuar conversando.
Ha dejado la charla, pero uno sigue devolviéndole la palabra.
 

Blanca Varela (Perú, 1926)

Siempre había alguien que preguntaba por ella. Desde Octavio Paz, de quien había sido novia en el París de los años 50, hasta Rossi y Carlos Fuentes, quienes la recordaban con admiración.  Tenía la rara virtud de la inteligencia afectiva, y era capaz de preservar a sus amigos en un espacio encantado, libre de los malentendidos de la fama y los desentendimientos de la política. Pero era también pronta de ingenio irónico, nunca amargo, siempre reverberante. Con ella uno charlaba, mundana y familiarmente, como si ella no fuese la poeta que escribía los poemas más desagarrados que se han escrito, el equivalente verbal de un cuadro de Bacon.  La he visitado en su oficina del Fondo de Cultura Económica, del que fue directora varios años; en el taller de ropa que después tuvo en Miraflores; en la moderna casa que le construyó su marido, el pintor Fernando de Szyszlo, donde sobrellevó, si eso es posible, la muerte de su hijo. Pero antes de ello, a comienzos de los 80, pude invitarla a Austin, a un coloquio sobre poesía y traducción, con Juan Gustavo Cobo Borda y Emir Rodríguez Monegal. Se quedaron en mi casa y Emir, que tenia más autoridad, organizó los horarios. Blanca fue el alma de la fiesta. Su gentileza, paciencia, humor y elegancia fueron puestos a prueba, plenamente confirmados.  Juan Gustavo le declaraba amor eterno y ella le juraba noviazgo perpetuo. Iban del brazo como si danzaran. Y, sin embargo, había en ella una timidez íntima con estos eventos y tenía reservas sobre su  contribución al debate. Me dió a leer las páginas que presentaría en su sesión, que eran ciertamente personales y, por eso, mejores; y, como siempre, tuvo más que decir de lo que ella creía. Mi última conversación con Blanca, en Lima, fue sobre una antología de poesía latinoamericana cuya selección compartió con otros poetas; yo terminé defendiendo la antología. No sé  si llegué a contarle que en mis clases de Cambridge sus poemas son los que más demoraron a los estudiantes, fascinados por su enigma.
Me flaquearon las fuerzas para visitarla cuando perdía la memoria. Me consuela saber que era el amigo con quien ella habló poco y en voz baja.

 

Cintio Vitier (Cuba, 1921)

Cintio y Fina García Marruz, su mujer, extraordinarios poetas y maravillosos críticos literarios ambos, compartían uno y otro género, y a veces uno creía escuchar la voz de ella en las páginas de él, y al revés. No es raro, porque aunque son tan distintos, los unía una idea de la poesía en la que sus lectores fuimos educados: la noción de que la demanda poética es superior a nuestras fuerzas. Quien sepa de lo que hablo sabe lo que digo. Lezama Lima puso al día esas exigencias, entre misterios de la misa y placeres de la mesa. Los conocí en Poitiers en un homenaje a Lezama Lima, a comienzos de los 80. Yo había leido la colección completa de Orígenes en una biblioteca de Gainesville; la obra de Lezama en la biblioteca de Yale (sus libros dedicados rezaban: “A la biblioteca de la Universidad de Yale, con mis mejores deseos”), y la obra crítica y poética de Cintio y Fina en las grandes colecciones de Pittsburgh y Austin. De modo que nuestra charla hiperbólica fue un homenaje al estudiante local, Rabelais. Una de esas noches fuimos iniciados como caballeros del vino de la región del Poitou, a cuya fama debimos jurar fidelidad, luego de que unos nativos enormes, de nariz morada, nos ordenaran usando como espada una rama de vid. Años después, nos encontramos en el aeropuerto de Roma, camino a un coloquio sobre crítica genética convocado por la colección Archivos y el entusiasmo latinoamericanista de Amos Segala. Los llevé en un taxi a nuestro hotel en el Campo de Fiore. Todo lo olvidaré, menos el día en que el pueblo chileno votó NO a Pinochet, y lo celebramos en el Campo de Fiore.
Cintio fue siempre un hombre serio, claro, noble y recóndito. No era para nada el cubano desenfadado que cultivó Guillermo Cabrera Infante, a la hora social del té en su casa de Londres, celebrando extravagancias tropicales.  Cintio, además, era católico y llevaba sobre sus hombros la cruz de la Revolución. Si hubiera un santoral de los poetas, Cintio sería el santo patrón. Por eso, conocerlo era quererlo para siempre.
Tuve la rara suerte de estar en el jurado del premio Juan Rulfo que se lo concedió, en Guadalajara, el 2002. Fue un reencuentro feliz. Me tocó presentarlo en un foro, donde él recordó que en Poitiers yo le había dicho que la Revolución cubana había ocurrido para darle la razón al grupo Orígenes. Lo que equivale a decir que no hemos terminado de leer esa revista, estos poetas, aquellas promesas.
Qué vida fecunda la de este hombre esencial. En su mirada de asombro uno sintió el porvenir.
 
 



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1 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fin y otros principios

 

Ha pasado ya éste año tan claroscuro. Lo comienzo entre nieve, en un pueblo de la Maragatería, Santiago Millas. Un pueblo del camino. Un pueblo maragato que conoció su esplendor en los años en que los arrieros con sus mulos transportaban alimentos, tabaco, mantas y otros productos que venían del oeste. Llegó el progreso, el ferrocarril y los pueblos maragatos se quedaron parados en el tiempo. Hoy, casi por milagro, conserva su belleza. Postal nevada y un tímido sol que aparece tras los montes.

Un grupo de amigos, copas, música, charla intrascendente, encuentros y desencuentros. Leo en el "e-book" un poema de Huidobro: "bajo la nieve resbala la noche..." Me desperté y la nieve caía con esa mansedumbre que conoce tanto Julio Llamazares.

He regalado al grupo un libro reciente, una novela española: "Fin". La primera que publica David Monteagudo. Un escritor gallego, transplantado a Cataluña, trabajador en una fábrica del Penedés. Gran lector. Y toda una feliz sorpresa de novelista. Todavía es posible. La novela es inquietante, eficaz, inteligente, ligera y aguda. Comienza siendo un relato hiperrealista de un grupo de amigos. Termina en un mundo que parece una ficción de Ballard "a la española". Está publicado en "El Acantilado". Una vez más Vallcorba está atento a la caza de la buena literatura. Esta vez no ha tenido que mirar hacia atrás con olfato sino hacia delante con sagacidad.

Creo que los que no tengan claro el regalo de reyes, y que no tengan mucho presupuesto, harán que sus amigos se encuentren un poco más prevenidos con esas reuniones a ciegas, con esos intentos de recuperar el tiempo perdido y volver a la juventud evocando lo bien que lo pasamos cuando entonces.

Empiezo el año. He vuelto a Paul Auster. Apenas llevo cuarenta páginas y ya estoy atrapado entre esas vidas que encuentro paralelas de algo que nunca podré ya vivir.

La literatura, como el cine, tiene subidas y bajadas. Después de algunos libros de Auster que me parecieron más prescindibles, con "Invisible" estoy atrapado. Ha vuelto a su lugar mejor. Menos mal que hay algunas cosas buenas que nos dejó el 2009. También volvió el mejor Woody Allen.

Por cierto si algunos no quieren invertir los euros en Monteagudo, aquí, en esta barra, se puede leer la novela de Monteagudo. Buen año.



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1 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La gran novedad que trae 2010

Los demógrafos han echado las cuentas. El año que hoy empieza nos traerá una modificación sustancial para la humanidad. Acabamos de salir de una larguísima etapa de la historia del planeta. Por primera vez habrá más habitantes en las ciudades que en el medio rural. Hace 60 años apenas un tercio de la humanidad vivía en ciudades, pero dentro de 40 años, en 2050, el 70 por ciento de los seres humanos serán urbanitas. En el siglo transcurrido desde 1950 la proporción campo/ciudad se habrá invertido y el momento crucial del cambio, en el que la población urbana superará a la rural, se producirá este año en el que acabamos de entrar.

Este dato no es anecdótico, sino que comporta muy serias consecuencias. En las próximas cuatro décadas la población mundial crecerá de los actuales 6.830 millones de habitantes hasta los 9.150 millones, una cantidad enorme que quedará estable a partir de aquella fecha. El mayor crecimiento se producirá en las ciudades de los países más pobres y con población más joven, donde serán colosales los déficits educativos, las dificultades de empleo o la falta infraestructuras e inversiones. Elemento central de esta evolución es que la religión de la mayor parte de esta población urbana y en gran parte desafortunada será el islam. La urbanización del planeta irá acompañada de una brutal extensión de las clases medias, consumidoras y competitivas, a los países emergentes, un proceso que ya ha empezado pero que tomará dimensiones mucho mayores. Estas nuevas clases medias ?pobres? y en ascenso no vivirán, sin embargo, en unas condiciones urbanas mejores que las viejas clases medias europeas y norteamericanas, al contrario. Habitarán medios urbanos deteriorados o precarios y dotados de infraestructuras insuficientes y de mala calidad. Aunque mejorarán sustancialmente en riqueza y educación respecto a sus padres y abuelos, no lo harán en seguridad en estas ciudades donde proliferarán la delincuencia y el terrorismo. Sus jóvenes serán ellos mismos carne de cañón para el reclutamiento rápido, y fácilmente se verán involucradas en conflictos étnicos, enfrentamientos religiosos y políticos y tentados por movimiento populistas. Junto a esta evolución en los países pobres y emergentes, la evolución demográfica y económica del mundo atlántico, Estados Unidos y sus aliados occidentales, será justamente la inversa. Su población representará sólo un 12 por ciento del conjunto mundial (en 2003 estaba alrededor del 17). Su participación en el PIB mundial, que alcanzó el 68 por ciento en 1950 y bajó hasta el 43 por ciento en 2003, será inferior al 30 por ciento en 2050. Si estos países quieren convertirse en una fortaleza frente a la inmigración, enfrentada culturalmente a quienes practican el islam, fácilmente podremos sacar negras conclusiones sobre lo que nos espera en los próximos años. De las ciudades caóticas e inmensas de los países emergentes pueden salir millares de lobos solitarios como el joven nigeriano Umar Farouk Abdulmutallab, dispuestos a convertir en una violencia ciega su resentimiento y su desorientación ante la vida. (Enlace: estos datos y reflexiones vienen a cuento de la lectura de año nuevo que propongo a los lectores: La nueva bomba poblacional. Las cuatro grandes tendencias que cambiarán el mundo, artículo de Jack D. Goldstone en Foreign Affairs, con acceso de pago. Las tendencias en cuestión son: 1.- la pérdida de peso demográfico del mundo desarrollado con el correspondiente cambio de centro económico del planeta; 2.- el envejecimiento y declive de la fuerza de trabajo de los países desarrollados, con el correspondiente aumento de demanda de mano de obra inmigrante; 3.- la concentración del crecimiento en los países, pobres, jóvenes y musulmanes; y 4.- la urbanización masiva del planeta).



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31 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El color de la autopista

Con el fin de año el precio del cerdo se dispara, los carteristas recrudecen sus acciones y el transporte interprovincial se pone de mala palabra. Comprobamos que se acerca el 31 de diciembre cuando aumentan las colas para comprar un pasaje y en la carretera se vuelve más difícil hacer autostop. A la salida de La Habana se acumulan los viajeros en solitario o las familias enteras cargadas de maletines. Muchos de ellos regresan a sus pueblos de origen para celebrar la última noche de este 2009. Retornan ?por unos breves días? al lugar que las estrecheces materiales, el trabajo o el matrimonio les han hecho dejar atrás. Aunque la compra de miles de ómnibus Yutong parecía ?hace algunos años? que iba a solucionar el transporte en Cuba, aún es una Odisea moverse de un punto a otro de esta Isla. Un boleto desde la capital hasta la provincia de Camagüey puede costar la mitad de un salario mensual y condenarnos a los apretados asientos de estas guaguas chinas, al aire acondicionado sin regular y al reggaetón que suena estruendoso en sus bocinas. A esos inconvenientes se suman los puntos de control en la carretera, que la picardía popular ha bautizado como TAC (tomografía axial computarizada) pues son capaces de detectar un paquete de camarones escondido hasta en los mismísimos senos de una rolliza anciana. Para fin de año, el trapicheo del mercado negro se potencia y los policías hacen su agosto confiscando, multando ?y hasta quedándose con lo quitado? a los intrépidos mercaderes de queso, langosta, carne, leche y huevos. A ambos lados de la vía que enlaza una provincia con otra, se ven las manos estiradas ofreciendo billetes que baten al viento. Son esos que no pudieron alcanzar un ticket ni siquiera para el tren y se lanzan al azar de la autopista a la espera de que alguien les pare. Allá se ve el azulado papel de uno de veinte y más adelante dos de cincuenta, una joven muestra sólo un billete de diez, de manera que no tendrá chance si no eleva su oferta o se sube un tanto la saya. A algunos les sonríe la suerte cuando aparece un auto de turismo que necesita de un guía ante la falta de señalización de los caminos. Pero los visitantes extranjeros prefieren parejas o mujeres con niños, ante el temor de un asalto. De manera que los hombres deben esperar por un camión o una carreta que los quiera llevar. Al final del día, varios de estos improvisados viajeros estarán sentados a la mesa de una intrincada casita o preparando la yuca para la comida de San Silvestre. Cuando amanezca el primer sol del nuevo año volverán a la autopista, se integrarán de nuevo al pavimento, levantando una mano que ?esa vez? quizás ya no tenga billetes que mostrar.



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31 de diciembre de 2009
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Mi vida sin mí, mi vida conmigo

Nada pasa porque sí. En las últimas horas de este 2010, mientras los hechos del año en fuga desfilaban por mi mente en puntas de pie (los títulos obtenidos por mis hijas, la novedad de mi hijo Bruno, la aparición de Aquarium y el estreno de Las viudas de los jueves en la Argentina, mi casamiento y la mudanza inminente –en este momento estoy rodeado de cajas), terminé de revisar la traducción al inglés de Kamchatka, que será editada en Inglaterra durante el año que está arrancando. Lo cual me obligó de manera inevitable a releerla. Y fue así que en sus últimas páginas encontré algo que obviamente escribí hace mucho, pero que expresa con precisión escalofriante lo que hoy siento y vivo.

         Empecé los posts de los últimos días hablando de ciclos. Yo intuyo que hay un ciclo mío que se está cerrando en estos días, mientras me mudo transitoriamente a la casa paterna de la que me fui hace un cuarto de siglo. En pocas semanas mi familia y yo nos subiremos a un avión, pero estoy convencido de que el tránsito por esa casa todavía vacía (mi madre murió, mi padre vive lejos), aunque obligado por razones prácticas, dista de ser una casualidad o un hecho menor.

         Cuando pensaba qué le diría a mi mujer durante la ceremonia, entendí que ese matrimonio significaba para mí mucho más que una formalidad: era, en todo caso, la manera perfecta de asumir –delante del mundo entero, pero ante todo en mi corazón- que Flavia era la persona que me había salvado del más grande de los peligros que enfrenté en estos años: aquel que entraña el no animarse a amar a fondo. La metáfora de Kamchatka se refería a eso, precisamente. No se habla allí del lugar geográfico sino de un lugar del alma, aquel remoto y helado en que uno se encierra cuando ha sido muy lastimado y quiere protegerse. Como mamá le dice al pequeño Harry en una escena clave, hay momentos en que uno se pone una armadura para preservarse de los dardos del destino y termina comprendiendo, al fin, que se ha quedado encerrado dentro de esa coraza, imposibilitado de sentir el contacto de otra piel, el calor de otra alma.

         En las páginas finales (insisto: aquello que escribí entonces lo estoy viviendo hoy), Harry comprende que ya no necesita seguir escondiéndose en aquel exilio helado. Narrar su propia historia, o lo que es lo mismo: reapoderarse de su destino le ha hecho comprender que está en condiciones de arriesgarse nuevamente, porque si uno no se expone a ser lastimado jamás podrá amar de verdad. Ya no necesito más de Kamchatka, de la protección que me otorgaba al estar lejos de todo, inaccesible, entre nieves eternas, dice Harry. Me llegó el momento de estar otra vez en mi lugar, estar por completo allí, todo yo, para dejar de sobrevivir y empezar a vivir.

         Vamos a casa, dice el abuelo. Ya es hora.

         El abuelo tiene razón. Es hora de que vuelva a casa.

         Les deseo el mejor de los años, al tiempo que les agradezco que estén allí. Como se imaginarán, significa mucho para mí.

         Mientras escribía esto, Mayté me invió como regalo un libro que se llama Physics of the Impossible. Nada pasa porque sí.

         Feliz 2010 para todos.

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31 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El destino de Lina

Entre las muchas cosas inexplicables que le habían sucedido a Carolina Codina la que más le dolió, según sus palabras, fue ver que su vida había sido reinventada por completo y que la autora de tal reinvención había sido ella misma. En efecto, un día de 1965 se encontró con la sorpresa de que una editorial soviética había publicado en Moscú sus memorias. Ella no había intervenido en su redacción y se sintió ofendida ante una impostura de tal calibre.

Para explicarnos el fraude de 1965 es necesario remontarnos al día 10 de diciembre de 1918. Aquel día la joven Liona, hija de la moscovita Olga Nemiskaia y del cantante barcelonés Joan Codina, asistió a la velada musical del Carnegie Hall de Nueva York en la que Prokófiev interpretó suPrimer concierto para piano. Lina se enamoró de la música y del músico. Tras varios encuentros, Lina paso a ser en la imaginación del compositor la Princesa Linette y se incorporó al elenco fantasioso de El amor de las tres naranjas, la ópera más conocida del artista ruso. A partir de ahí el destino trabajó implacablemente, sin apenas dar respiro a la hermosa aspirante a soprano Carolina Codina.

Convertida en Lina Prokóvief vive los esplendorosos años de la vanguardia parisina en compañía de su marido, uno de los músicos más estimados del momento tanto en Europa como en Estados Unidos. La vida parece ir en la buena dirección durante dos décadas. En 1937, en plenas purgas estalinistas, el nostálgico Serguéi decide volver a Rusia con Lina, cree que su fama será un escudo contra la represión. Moscú ve con desconfianza a Lina: una "burguesa extranjera". Repentinamente la vida va en dirección contraria. Los Prokóvief se separan en medio del clima de sospecha que se apodera sangrientamente de la Unión Soviética. Tras los años de la guerra viene lo peor: Lina, transformada en "espía extranjera", es enviada al gulag (península ártica de Komi). Al retornar, ocho años después, experimenta la afrenta más grave, la reinvención de su existencia. Hasta su muerte luchará contra esto. Una ayuda póstuma y decisiva, el reciente libro de la escritora rusa Valentina Chemberdji: Lina Prokóvief.

 

 El País, 12/12/2009



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31 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El hilo del que pende Obama

Todo pende de un hilo. No hay que olvidar que el denostado y desprestigiado George W. Bush consiguió terminar sus penosos ocho años sin que se produjera un nuevo atentado en suelo norteamericano. El pasado día de Navidad pudo convertirse en una jornada fatal para Barack Obama, muy pocas horas después de apuntarse el primer éxito de su prometedora aunque dificultosa presidencia con la aprobación por el Senado de la reforma del sistema de salud.

Como en el 11-S, fallaron tanto los servicios secretos como los sistemas de prevención. Y como en el 11-S, no han faltado voces que sugieren respuestas contraproducentes y desproporcionadas. La invasión de Yemen para limpiar el país de terroristas sería la peor manera de responder al atentado frustrado que, además de poner en peligro las vidas de 289 personas, ha dejado de nuevo en mal lugar a la seguridad y la inteligencia norteamericanas. El atentado no consiguió su objetivo de volar el avión porque falló la tecnología o el terrorista no tuvo la destreza necesaria para activar eficazmente el explosivo; pero consiguió eludir todos los controles y sistemas de prevención, dando así una lección sobre la vulnerabilidad occidental que muchos candidatos a terroristas querrán explotar. Incluso si Umar Farouk Abdulmutallab no hubiera tenido nada que ver con la organización de Bin Laden, éste ha obtenido un éxito al menos simbólico. A fin de cuentas, la función actual de Al Qaeda es proporcionar una marca, un zócalo ideológico y un sistema de comunicación que sirve para los grupos terroristas autónomos de las distintas regiones donde está implantado. Tiene limitado interés político, no policial evidentemente, llegar a precisar si además hay, como parece ser el caso, una clara conexión logística y práctica. El senador independiente y halcón acreditado Joe Lieberman ha difundido la inquietante frase de que "Irak es la guerra de ayer, Afganistán la de hoy y, si no se actúa preventivamente, Yemen será la de mañana". Su profecía no carece de fundamento a la vista de la enorme actividad terrorista en Yemen, como mínimo desde el atentado en 2000 al buque norteamericano USS Cole, que costó la vida a 17 marineros. Su frase permite incluso un colofón, al hilo de los secuestros de europeos en Mauritania y Malí: "...Y la guerra de pasado mañana será la del Magreb y el Sahel". El objetivo de Al Qaeda no puede ser más claro: abrir una tercera trampa en el Estado fallido de Yemen. Sabemos que la primera potencia mundial no puede soportar el mantenimiento de dos guerras simultáneas. Bush tuvo que levantar el pie del acelerador en Afganistán para mantener el tipo en Irak, con las consecuencias que se conocen respecto a la resurgencia talibán. Obama, con su plan de retirada de Irak para 2011, podrá incrementar el número de tropas en Afganistán. Pensar en la invasión de un tercer país es sencillamente una locura que Bin Laden promueve con entusiasmo. Los atentados del 11-S cambiaron la visión geoestratégica del mundo, con resultados catastróficos para todos. Pero es una evidencia que no sirvieron para que aprendiéramos las lecciones más prácticas que se desprendían de aquellas circunstancias. Es sorprendente que Estados Unidos, que tanto ha cambiado desde el 11-S, no haya resuelto siete años después y con dos administraciones distintas los dos elementos que permitieron el atentado frustrado del viernes en el avión de la compañía Northwest. Obama ha ordenado analizar lo que ha fallado en este caso, que son los sistemas de revisión corporal y las listas de pasajeros peligrosos. Aunque ambos errores no son nuevos, sino fruto de una estricta continuidad en las políticas antiterroristas, quien pagará la factura si llega a producirse un mega atentado, y con toda justicia, es sólo y únicamente la actual Administración. Aunque Obama circunscribe los fallos a errores humanos y sistémicos, sus enemigos políticos intentarán demostrar que son fruto de su visión política, sus valores morales y sus decisiones estratégicas. El peligro al que se enfrenta ahora el presidente, sobre todo después de la primera reacción desordenada y confusa de sus colaboradores, es que reaparezca algo del clima de histeria antiterrorista que le fue tan útil a Bush. Para él sería absolutamente perjudicial y podría comprometer buena parte de su política exterior, además de sus promesas respecto a los derechos humanos y el respeto del habeas corpus de los sospechosos detenidos. Que Bush sacara conclusiones equivocadas del 11-S no significa que del 11-S no se deriven lecciones profundamente preocupantes sobre nuestra época y nuestra seguridad. El terrorismo no ha parado de golpear desde entonces. La presidencia de Obama pende de un hilo, pero es el mismo hilo del que pende nuestra seguridad. Alguna lección específica sobre la colaboración española y europea con la política antiterrorista norteamericana debería deducirse de todo ello.



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31 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Breviario del año que acaba: el caso Madoff (3)

 

Madoff fue el protagonista estelar de la crisis económica no por la cuantía estafada a sus clientes (más de 35.000 millones de euros) sino por la condición selecta de sus víctimas. La catástrofe que se abatía sobre una economía en quiebra, amenazando con dejar en la ruina a medio mundo, nos exigía poner en escena a unos afectados que no fueran los desdichados de siempre. Los pequeños inversores que seducidos por los intereses del capitalismo popular confiaron sus ahorros a los expertos financieros, no consentirían ser despojados sin comprobar que, al menos por una vez, todos pagamos el precio de la avaricia.

Parece un pobre consuelo personal pero su eficacia psicológica y política a gran escala es muy notable. Los estafados por el osado y prestigioso Madoff (dos alabadas cualidades del juego bursátil) fueron los banqueros, actores, empresarios y abogados cuyo llanto reforzaba la imperiosa banalización de la crisis: si el gran mundo la padece, nadie es responsable del colapso.

La soledad de Madoff en el presidio, repudiado incluso por su ofendida y repentinamente escandalizada esposa, ilustra nuestra capacidad de representación y la habilidad colectiva para conjurar los demonios que nos sacarían con una patada del gran sueño.

Por otro lado, la extinción de la ética que parecía erigirse contra la impunidad financiera, articulando mecanismos de regulación inéditos y prometiendo controles de enorme rigor contable, permite modular mejor la moraleja de nuestra Crisis. Esta sería la traducción del mensaje que todavía permanece codificado tras la laboriosa agitación de los últimos meses: nuestro enriquecimiento masivo no es una obscenidad sino la condición necesaria de vuestra exigua economía de subsistencia y trabajo duro. Ciertamente, vuestro salario de mileuristas es penoso, pero ya veis lo que pasa: o esto, o el paro. Así funciona.



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30 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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"Lazos de familia": Un cuento en Fronterad

FronteraD es una excelente revista digital que comenzó a publicarse hace un mes en España. Está a cargo de Alfonso Armada y tiene entre sus colaboradores a periodistas, críticos y escritores de primer nivel, entre ellos Eduardo Jordá, Daniel Capó, Toño Angulo, Gabi Wiener y Diego Salazar. La revista se actualiza una vez a la semana, excepto los blogs: hay material nuevo cada día.

La revista de esta semana incluye un cuento mío, "Lazos de familia". Feliz año.

 



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30 de diciembre de 2009
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