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El último librero

 

Ha muerto un librero. Ha desaparecido un paisaje. Es difícil imaginar la Cuesta de Moyano sin Berchi, José Antonio Fernández Berchi. Durante décadas fue el librero de referencia de los libros de viejo en plena calle madrileña en la Cuesta. Hay otros, pero él ya estaba allí. A pie de caseta hasta hace unas semanas, todos los días, domingos incluidos- salvo algunas vacaciones a las que la familia casi le tenía que secuestrar- desde los fríos años de la posguerra. Desde los duros años cuarenta este librero adolescente, hijo de librero socialista, de padre muerto en la guerra, se forjó como un librero de la vieja escuela. Entre el amor a los libros y la fatalidad de tener que desprenderse de algunos. Vendiendo, sí, pero después de haber conservado los libros que le gustaban. Alguna vez le pedí alguno de esos libros tan queridos y perseguidos. Nunca quiso vender lo que le gustaba. Te podía prestar, dejar consultar, tocar y compartir con él la curiosidad, la dedicatoria o la rareza de un libro. Con esos libros, con los de su pasión no hizo negocios.

La "Cuesta" fue un islote de libros libres en los años secuestrados. Berchi era un liberal, un hombre moderado, capaz de llevarse bien con Alberti, Cela, Umbral, Eduardo Arroyo, Bonet y hasta con Trapiello. Desde Baroja a nuestros días acostumbrado a genios tan distintos como el de Baroja, su sobrino Pío o el recordado bibliófilo y seductor José Luis Barros, el doctor Barros. Era Berchi el hombre del precio justo, el librero que conoce lo que vende, que aprecia lo que quieres comprar y que charla del amor a los viejos libros y a los lectores de antes de las tecnologías.

La "Cuesta" y los libreros como Berchi son un anacronismo que hay que defender, un estilo que hay que mantener. Acaba de morir, pero su espíritu, su capacidad para la charla a pie de caseta, su olfato para encontrar la pieza, su memoria libresca y su espíritu de hombre para el diálogo, son algunas de las cualidades que hay que encontrar en los herederos del viejo, hermoso, oficio del librero de viejo. La "Cuesta", pese a las especulaciones arquitectónicas, los intentos reconversores invocando a la modernidad y algunas modernices de poco calado, sigue siendo un reducto del pasado. Una parte de nuestra memoria de cuando fuimos jóvenes y lectores. No llegamos a conocer esa "Cuesta" que cantaba Pepa Flores, con las chicas que se alquilaban después de la guerra, con los furtivos buscadores de sexo mercenario mezclado con los rastreadores de libros prohibidos, pero todavía llegamos a comprar de tapadillo en las casetas de la Cuesta. A ese lugar, a esos libreros, les debemos parte de nuestras pasiones lectoras.

Hay muchas clases de libreros. Una de las reconocibles es la del librero arbitrario, de genio regular y de carácter peor. Más o menos cómo esa librera- no tan de ficción- que Oscar Esquivias nos retrata en su primera y excelente novela, "Jerjes conquista el mar"- felizmente rescatada del olvido y de los libros amontonados en alguna caseta de Moyano, por el empeñado editor de "Ediciones del viento". Berchi pertenecía a la rara estirpe de los educados, de los atentos y tolerantes. Un fin de raza. Un ejemplar de una especie en extinción. Le echaremos de menos.

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28 de enero de 2010
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El progreso del amor

 

Con una constancia digna de elogio RBA sigue apostando por Alice Munro, ya que si en abril de 2009 publicó El amor de una mujer generosa, ahora insiste con El progreso del amor, otra recopilación de narraciones (que  no cuentos) publicada en 1986 en forma de libro en su país. Antes aún, y cito sin respetar el orden de aparición, RBA ya había publicado Secreto a voces, La vista desde Castle Rock, Escapada y Odio, amistad, noviazgo, amor y matrimonio. Quien se decida a leerlos todos seguidos y, mejor aún, de una sentada, puede montarse a su aire una especie de Comedia humana del siglo XX, es decir, un recuento de la condición humana localizado en Canadá (a caballo entre Ontario y Vancouver) y que transcurre en un periodo de tiempo que abarca más o menos la segunda mitad del siglo pasado. La mayor diferencia, respecto al precedente de Balzac, es que no se trata de una "suma" de novelas sino de una serie de fugaces apariciones de personajes que durante un lapso de tiempo de unas treinta y pocas páginas, tienen derecho a voz y gesto para luego desaparecer a su vez. A esa relativa unidad de tiempo y lugar se une una tercera circunstancia unificadora: las historias narradas tienen numerosos puntos en común (las protagonistas o narradoras suelen ser mujeres de mediana edad y de clase media, sus vidas promedian por lo general lo que suele ocurrirle al ciudadano medio, etc). Pero al mismo tiempo, y creo que este aspecto ya lo resaltaba en mi reseña de El amor de una mujer generosa, pese a sus muchas similitudes no hay dos historias iguales, o al menos tan parecidas que el lector pueda tener la sensación de estar leyendo "otra vez" las reiteradas "pesadeces de la Munro".

                Para no insistir en aspectos generales de la narrativa de Alice Munro ya tratados suficientemente, llamo la atención sobre uno de los relatos que componen el presente volumen, "La esquimal". No creo que sea el mejor, o el de mayor mérito, pero en cambio refleja con absoluta fidelidad la (me atrevería a decir) diabólica destreza de la autora para contar una historia. A primera vista se trata del viaje a Tahiti de la enfermera de un cardiólogo, una especie de premio que recibe la empleada por cortesía del jefe. Toda la acción transcurre en el avión, más o menos durante el tiempo que dura la película que la compañía aérea ofrece a sus pasajeros. Y dicha acción se reduce a que una pareja de rasgos indefinibles  pide  cambiar de asiento y va a parar a la fila contigua a la de la enfermera. No tardamos en saber que son esquimales, al menos ella, que es casi una adolescente, mientras que él, un hombre bastante mayor, es mestizo. Ambos beben whiskies (y cualquier persona medianamente informada conoce el efecto que tiene el alcohol en los esquimales). Él, el hombre mayor, sólo hace caso a su acompañante para reñirla, llegando a acusarla de estar borracha. Además quiere ver la película y ella le distrae pese a sus reiteradas y malhumoradas peticiones de que le deje en paz. La escena llega a su clímax cuando ella, pese a los rechazos y los malos gestos, besa tiernamente a su maltratador: "Lo hace sin prisas, no ávidamente. Tampoco es algo mecánico. No se aprecia el menor rasgo de compulsión. La chica es sincera; es presa de un trance de cariño, de auténtico cariño. Nada presuntuoso como el perdón o el consuelo. Un rito que requiere toda su concentración y todo su ser, pero en el que su ser se pierde. Podría continuar así eternamente".

                Y la enfermera, que observándolos desde su butaca ha fantaseado con la posibilidad de salvar a la chica indicándole cuál es el camino de la liberación, dice sentirse enferma al presenciar ese espectáculo degradante y se sume en un duermevela en el que "empieza a contarse historias en las que todo sale mejor". A esas alturas, y ya digo que con una destreza diabólica, el lector ha sido adecuadamente informado de que la enfermera mantiene con su jefe una relación sexual anodina y sin pasión ni compulsión, con el agravante de que si esa faceta de la relación la hace sentirse muy insatisfecha, en cambio le gusta la rutina del trabajo, la sensación de estar haciendo algo útil por los demás, la seguridad que le produce el estar a la altura de las circunstancia, o sea, y por decirlo en los mismos términos que ella ha usado para juzgar a la chica esquimal, su vida con el doctor es "un rito que requiere toda su concentración y todo su ser, pero en el que su ser se pierde. Podría continuar así eternamente."

De modo que sin decir una sola palabra al respecto, sólo a partir de las  reacciones de la observadora al ver cómo la chica joven acepta sumisa el trato vejatorio que le impone el mayor, o a partir de las fantasías en las que la mujer mayor indica a la joven cuál es el camino de salida hacia la liberación, el lector puede colegir cómo, valiéndose de la paráfrasis de una chica esquinal medio tonta, la narradora está saldando cuentas con su propia vida. Pero menos mal, para ella, que todavía le queda la posibilidad de contarse historias en las que todo sale bien.

 

El progreso del amor

Alice Munro

RBA

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28 de enero de 2010
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Una Balsa de Piedra Camino de Haití

Mis palabras son de agradecimiento. La Fundación José Saramago tuvo una idea, loable por definición, pero que podría haber entrado en la historia como una buena intención, una más de las muchas con que, dicen, está pavimentado el camino del infierno. La idea era editar un libro. Como se ve, nada original, por lo menos en principio, que libros no nos faltan. La diferencia estriba en que el producto de la venta de éste se va a destinar a las victimas sobreviviente del terremoto de Haití. Cuantificar tal ayuda, por ejemplo, en la renuncia del autor a sus derechos y en una reducción del lucro normal de la editorial, tendría el grave inconveniente de convertir en mero gesto simbólico lo que debería ser, en la medida de lo posible, algo provechoso y sustancial. Ha sido posible. Gracias a la inmediata y generosa colaboración de las editoriales Caminho y Alfaguara y de las entidades que participan en la elaboración y difusión de un libro, desde la fábrica de papel a la tipografía, desde el distribuidor al comercio librero, los 15 euros que el comprador gastará serán entregados íntegramente a la Cruz Roja para que los haga llegar a su destino. Si alcanzáramos un millón de ejemplares (el sueño es libre) serían 15 millones de euros de ayuda. Para la calamidad que ha caído sobre Haití 15 millones de euros no es nada más que una gota de agua, pero como La balsa de piedra (éste es el libro elegido) será publicada, además de en Portugal, en España y en el mundo hispánico de América Latina, ¿quién sabe lo que podrá suceder? A todos los que nos acompañan en la concretización de la idea primera, haciéndola más rica y efectiva, nuestra gratitud, nuestro reconocimiento para siempre.

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28 de enero de 2010
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El correo

De ser una ilusión felicísima, el correo ha pasado a ser un tostón. Aquélla luz que el hogar recibía desde la lejanía y allí mandaba sus noticias como desde una vida que interesaba saber al receptor, las cartas han sido colonizadas por los bancos y el mail por los spams que van sumándose hasta ahogar la curiosidad del corazón.

Con todo, el correo y sus circunstancias mantiene un halo que no damos enteramente por perdido y la carta auténtica, que tanto tarda en llegar, no se descarta por completo.

Una vez al año quizás, una vez cada año y medio en el buzón se encuentra un sobre escrito a mano y adentro puede ser que sólo una hoja o una cartulina que lleva la caligrafía de una amistad. ¿Un amigo? ¿Un antiguo amante? La esperanza de que el amante perdido reaparezca va desvaneciéndose con los años pero incluso en plena y bullente juventud el móvil y sus mensajes cortos hacen las veces del papel escrito y el sobre se representa sucintamente en un espasmo sonoro que sacude al aparato receptor.

Todo le mundo postal de la antigua era,  ha sido, en fin,  tan reemplazado por otros medios que siendo pesimista se diría que ha sido "arrasado" y no siendo melancólica se diría que "actualizado". Esa actualización del contacto -interpersonal o no- se apoya radicalmente  en la actualidad. No hay ya pasado en el SMS puesto que en un soplo hace el trayecto y tanto como dura el mismo suspiro de quien nos evoca se tiene delante su  evocación. Es, contemplado así, más poético y feliz que nunca porque no cabe aberraciones temporales en la transmisión.

 La carta fue efectivamente un tesoro acorde con los tiempos de la lentitud pero actualmente ¿quién podría decir que en el largo plazo de su viaje los sentimientos  no han virado hacia no se sabe qué, hacia no se sabe quién? La carta, como consecuencia de su andar moroso, debía poseer una notable garantía de durabilidad, el sello de la permanencia.

Carta que brindaba información sobre el estado del corazón  o sobre la vida ordinaria que si lograba prestigio o reverencia era a causa de su solidez.  Ninguna experiencia de la casa y la familia, de las labores y de los amores, se podría considerar verdadera sin su peso y su pesadez. 

Al contrario de ahora cuando la repetición o su monotonía  aumenta el recelo de su verdad. O dicho de otro modo, toda buena rutina que en el pasado no era sino un afianzamiento del anillo conyugal o familiar, es ahora una metáfora de la sierra o su erosión circular. La peor de las caducidades en las cosas puesto que no hay dedicación más aborrecible e improductiva que dar vueltas y vueltas a lo mismo, señal de que la neurosis se ha adueñado de nosotros y está perjudicando la salud.

Se considera tan tedioso como odioso aquello que se realiza  una y otra vez y ,sin embargo, se tiene por positivo lo voluble  porque así resultará más divertido.  La paradoja pues de que lo igual ya no se resiste y lo cambiante se ama, acaba reflejándose en el vacío postal del buzón puesto que el buzón, literalmente alude a algo que se sumerge -como el buzo- y se deposita en el fondo sin ninguna volubilidad.

 Las cartas vienen de lejos y transmiten duración. Siempre será necesario interpretarlas andando hacia atrás el tiempo y componiendo la escena ya pasada y pretérita en la que fueron redactadas. Igualmente, quien las escribe ha de prever la longitud del plazo que necesitarán para alcanzar su destino y, por lo tanto, no deben componerse superficialmente sino asegurando su concepto implícito para que pueda durar. No son así los mail que se dicen y se desdicen que se emocionan en emoticones que llegan volando y salen del mismo modo,  sin necesidad de pensar.

¿Se ha perdido hogar con ello? Efectivamente el hogar ha dejado de ser esa sólida dirección donde se mantenía de por vida el domicilio. Hoy la casa, el empleo,  la creencia o el amor son tan cambiantes que tienden a serlo aún más, son tan portátiles que tiende a sortear el estancamiento del buzón y sustituirlo para esto y otras actividades más por el ordenador portátil, lap-top, apoyado sobre las piernas que viajan y no cesan de moverse de aquí para allá. 

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28 de enero de 2010
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Colbert en las nieves

Un Estado que al final es el que lo ha hecho todo: la nación, la ciudadanía, la igualdad, la libertad incluso, el camino de la unidad europea por supuesto. Y que ahora deberá ir más lejos todavía hasta reparar el sistema capitalista. No es un invento socialista, ni una quimera de izquierdas. Tampoco es una ocurrencia reciente ni obra de la imaginación posmoderna. Es anterior a la división del mundo político en dos hemisferios, y obra del intendente del rey de Francia, Jean-Baptiste Colbert (1619-1693), auténtico creador de la idea francesa del Estado. En la época de la globalización triunfante, el colbertismo tenía que andar de tapadillo. Cuando se produce la avería, en cambio, es la hora de una nueva oportunidad, su oportunidad, para reparar el capitalismo y organizar la nueva gobernanza mundial.

Éste es el fondo del discurso de apertura del Foro Económico Mundial, pronunciado ayer por Nicolas Sarkozy en Davos. El primero que pronuncia un presidente francés en ejercicio en esta reunión anual que simboliza mejor que cualquier otra institución las virtudes y los vicios de la globalización (en francés, la mundialización). Si Obama defiende la guerra justa al recibir el Premio Nobel de la Paz, Sarkozy condena la libertad de comercio, el capitalismo financiero y la ingeniería contable en el lugar donde se reúnen los más conspicuos defensores de todo este conjunto de ideas. Y les dice, sin embudos, y con todo el énfasis teatral que caracteriza sus discursos, que para salvar el capitalismo hay que refundarlo y moralizarlo. Davos es una bolsa del poder. No un bolsín cualquiera, sino probablemente uno de los parqués más fiables sobre cómo se va distribuyendo mundialmente en todas sus facetas, económicas, políticas, morales incluso. Y al final, las cotizaciones no engañan. Sube lo que vale y baja lo que no. Baja Europa; suben China, India y Brasil; mientras se estanca y vacila Estados Unidos, la superpotencia en transición desde su pasada soledad en el mundo unipolar hasta la competencia y el barullo de este nuevo mundo multipolar. Baja también la Unión Europea, y de qué manera, y sube el G-20. Los nuevos altos cargos europeos, el belga Van Rompuy y la británica Ashton, no han querido utilizar el foro para proyectar algo de su escasa imagen pública, una ausencia que también funciona en el discurso de Sarkozy, donde Europa y sus instituciones no han merecido mención alguna; y aparece en cambio el G-20 como el auténtico logro del último año y esbozo de un mundo finalmente gobernado. El colbertismo de Sarkozy no es de nueva adquisición, por supuesto. Cabe pensar incluso que está inscrito en el ADN de los políticos franceses. Pero en su fase anterior, antes de la crisis, el brioso presidente de la República parecía más un émulo de Margaret Thatcher, dispuesto a recortar el sector público y reducir el Estado, que un continuador del estatismo inventado por los borbones franceses. Ahora, además, trasciende incluso sus propósitos ideológicos. Francia presidirá en 2011 el G-8 y el G-20, y con tal ocasión echará el resto para intentar aplicar las ideas que su presidente expuso ayer en Davos, incluida la reforma del sistema monetario internacional en un nuevo Breton Woods. ¿Para qué quiere entonces Sarkozy a la Unión Europea, si Francia puede jugar directamente como la potencia reformadora que salvará el capitalismo el próximo año? En Copenhague ya se pudo ver, en la Cumbre del Clima, hace escasas semanas, lo que se está viendo en Davos estos días: la dualidad entre China y Estados Unidos, expresada no sólo en la disputa de Pekín con Google, sino en la gravedad de las guerras cibernéticas que se vislumbran en el horizonte; el ascenso de los imparables a los que antes llamábamos emergentes; esa Europa que se encoge como piel de zapa y se ausenta; y luego el capítulo de los desaparecidos, países que fueron protagonistas en días muy recientes y que de pronto han caído fuera de la visión del radar o sencillamente han preferido ausentarse. Es el caso de Israel y Turquía, que anduvieron a la greña hace un año y desde entonces no han hecho más que distanciarse. Del antaño boyante Dubai, deprimido por su burbuja. O de los pecos, países de Europa central y oriental, sumidos en el provincianismo. Sarkozy sube la apuesta porque conoce la correlación de debilidades europeas. Los europeos tenemos más sillas que nadie en las instituciones internacionales, pero contamos y contaremos cada vez menos. No es difícil aventurar que el desequilibrio entre una voluntad de poder tan escasa y un número excesivo de sillas en las mesas mundiales terminará resolviéndose en el peor sentido para Europa. Y Francia no quiere salir perdedora del envite o pretende, como mínimo, salvar los muebles.

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28 de enero de 2010
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La Nación y La Nación

Hace mucho tiempo que nuestra identidad dejó de estar contenida en una Isla. El acto de nacer y crecer en este alargado territorio ya no es el elemento principal para portar su nacionalidad. Somos un pueblo desperdigado entre los cinco continentes, como si nos hubiera atomizado sobre el lienzo del mapamundi la mano errática de las necesidades económicas y de la falta de libertad. Sé lo que se siente. Sé lo duro que es ir a un consulado cubano en un país cualquiera y que te pidan una firma por la libertad de cinco agentes del Ministerio del Interior ?presos en Estados Unidos? pero no te preguntan, siquiera, si pueden auxiliarte en algo. He escuchado a una joven llorar en una embajada en Europa mientras un funcionario le repite que no puede retornar a su propio país por haber excedido los once meses de permiso de salida. También he sido testigo de la otra parte. De la negativa recibida por muchos que aquí solicitan la tarjeta blanca para subir a un avión y saltarse la insularidad. Las limitaciones para viajar se nos han vuelto rutina y algunos han llegado a creer que debe ser así, porque conocer otros lugares es una prebenda que nos dan, una prerrogativa que nos otorgan. Esos pocos que deciden quién entra o sale de este archipiélago han elegido a los participantes del encuentro La Nación y la Emigración que sesiona desde hoy en el Palacio de las Convenciones. He leído los puntos a debatir durante estos dos días y no creo que representen las preocupaciones y demandas de la mayoría de los emigrados cubanos. Salta a la vista que no se incluye la exigencia de poner fin a las confiscaciones de propiedades para los que se radican en otro país, ni se menciona la necesidad de devolverle el derecho al voto a los exiliados. Ni siquiera encuentro, en la agenda a tratar, el anuncio del fin de las limitaciones que tienen muchos de ellos para ingresar o radicarse en su propio terruño. La parte de los que vivimos en la Isla tampoco está representada en toda su pluralidad y sus matices, sino que tiene el sello de lo oficial y el acartonamiento de lo dirigido. Ambas muestras ?la de adentro y la de afuera? están cercenadas y filtradas para evitar que *La Nación y la Emigración* termine por convertirse en un pase de lista de las atrocidades migratorias que padecemos. Más que reclamaciones y críticas, las autoridades que organizaron el encuentro quieren escuchar en la enorme sala ?donde suele reunirse el Parlamento? el sonido estrepitoso de los aplausos.

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28 de enero de 2010
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Festivales literarios

programa del Hay Festival Cartagena 2010. Fuente: hayfestival Mientras esperamos, en mayo, el fabuloso Festival de la Palabra que Mayra Santos Febres y otros cómplices está organizando en Puerto Rico (en la tierra de Maelo ya se respira el ambiente de Festival, por cierto, gracias al entusiasmo de Mayra y con la presencia de la cubana Karla Suárez, quien se adelantó y fue a Puerto Rico a dar unos talleres y comenta la visita en El País), podemos ir calentando motores con el Hay Festival Cartagena 2010 que empieza mañana, 28 de enero y contará con la presencia de Ian McEwan, Almudena Grandes, Michael Ondaatje, Mario Vargas Llosa, Manuel Gutiérrez Aragón, Guillermo Fadanelli, William Ospina, Fernando Trueba, Zoé Valdés entre otros. Ya Daniel Mordzinski viajó hasta allá y tiene la cámara en ristre para mandarme algunas fotos. A propósito, en el diario argentino La Nación, Susana Reinoso habla sobre los Festivales Literarios:¿Cuánto cuesta un festival literario? Entre US$ 400.000 y 2.000.000, según el festival de que se trate. En el primer caso se halla el Carnaval de las Artes. En el segundo, el Hay Festival. Desde Colombia, Heriberto Fiorillo, director del Carnaval de las Artes, que este año realiza su cuarta entrega, dice a LA NACION: "Nuestro propósito es que los escritores y los artistas nos revelen sus procesos de creación e invitamos a los jóvenes para que conozcan por dentro la literatura, el periodismo, la magia. El contacto con el público se da en espacios que funcionan como pequeños talleres. La obra es más importante que el artista o el escritor". Desde Madrid, la directora de Proyecto y organizadora de las ediciones de Granada y de Segovia del Hay Festival, la argentina Sheila Cremaschi, define los encuentros: "Cada festival es un animal único, con su propia vida y hasta la identidad de los lugares modifica nuestras concepciones. Destaco como saliente la proximidad que tienen los escritores con sus lectores durante los cuatro días que dura el festival. Es un momento renacentista en el que conviven artistas, escritores y músicos en un mismo espacio". Desde Italia, Silvio Benedetto señala: "Estos encuentros artísticos en la Liguria [Cinque Terre] surgen como un punto de encuentro entre el pasado, por el papel que el puerto de Génova tuvo en la migración de los que se hicieron a la mar, y el presente, en el diálogo con otras poblaciones. El intercambio de los escritores y de los artistas se da con los pobladores locales". Lo intransferible de un festival literario, coinciden los consultados, es esa magia que se produce en una pequeña ciudad cuando es "tomada" por la literatura. Y de pronto, un lector desprevenido se sienta en un café al lado de Martin Amis, o se cruza con Gabo García Márquez y su hermano Jaime volviendo de una cena en la histórica Cartagena de Indias. Sólo por placer de verlos andar, como mortales, ya vale la pena.

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27 de enero de 2010
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Necrofagia

 

Al biógrafo se le permiten licencias obscenas si a cambio consigue proteger la integridad de la obra de arte. ¿Podrá sobrevivir sin la veneración que prestamos al autor? En este caso, la indiscreción con que manosea la vida privada se dispone a revelar también la magnitud de nuestra mitomanía. La insensatez con que admiramos a los apóstoles de este mundo, la ternura con que cultivamos su leyenda o protegemos sus reliquias, requiere, de vez en cuando y con la debida acritud, esos ejercicios de infamia satisfecha que llamamos investigación de la verdad.

Pero una cosa es desbrozar nuestras mentiras culturales y otra, muy distinta, encarnizarse con los muertos. Al parecer, produce una emoción muy placentera difamar al que no podrá levantarse a replicar. Lo hemos visto ahora leyendo al antiguo jefe del novelista sueco Stieg Larsson. Dice Anders Hellberg que Larsson "utilizaba un lenguaje pobre, el orden de las palabras era incorrecto, la construcción de las frases era simple y la sintaxis completamente enloquecida". Hellberg afirma que Larsson no pudo escribir la trilogía de Millenium y que fue su compañera quien redactó los exitosos capítulos de la novela. El artículo publicado en el diario sueco Dagens Nyether's -según nos cuenta El País- ha levantado el correspondiente revuelo pero nadie ha preguntado todavía por qué Hellberg fue durante diez años el jefe de una nulidad semejante.

El pasado verano invité a Kurdo Baksi al encuentro de literatos celebrado en Formentor para que nos contara su vieja amistad de editor con Stieg y, de paso, los asuntos menos decorosos de la polémica entablada entre su familia y la mujer que a veces ha parecido una viuda ultrajada. El resultado fue una deliciosa charla sobre la impetuosa personalidad de un periodista valiente que no dejó de hostigar con sus artículos a las redes de corrupción económica y policial que pudren la presuntuosa democracia sueca. Baksi hizo además un alarde de discreción y relató con mesura la turbación emocional que enfrenta a los familiares del escritor desaparecido. Habló de Larsson con respeto pero supo eludir la tentación de glorificar al ausente, omitiendo con inteligencia los elogios que tantas veces nos han ayudado a sosegar nuestro complejo de supervivientes (¿por qué sigo vivo cuando él ha muerto?). Sin embargo, cuando se publica su anunciado libro (Mon ami Stieg Larsson) descubrimos que la emprende con el muerto y se apresura a declararlo "un mal periodista" y "un hipersensible fanfarrón".

Los lectores bienaventurados creerán que la envidia, el resentimiento o la ingratitud son las fuerzas que mejor moldean la memoria personal pero otras hipótesis deben ayudarnos a comprender este boxeo de los vivos contra los muertos.

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27 de enero de 2010
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Los jóvenes que ya no ríen (II)

Cuando lo antinatural se vuelve natural (en este caso, la tendencia a que cada vez más jóvenes maten y sean muertos en confusos episodios que sólo encuentran eco en la crónica policial), la pregunta sociológica y cultural se vuelve relevante. Y lejos de esquivarle el bulto, el libro Sangre joven de Javier Sinay la asume plenamente.

         En otros tiempos los jóvenes también caían como moscas, pero en el contexto de guerras independentistas y / o revoluciones. Uno de los problemas del presente va mucho más allá del hecho que ya no parezca haber grandes causas que canalicen la energía a menudo incendiaria de la juventud. (Yo tiendo a creer que, por el contrario, existen más grandes causas dignas de entrega que nunca.) Lo grave es que a los jóvenes se los está despojando de cosas más esenciales que una bandera. Al menos en la Argentina son millones los chicos y chicas a los que les han birlado ya la educación que otorga elementos para evaluar cualquier situación, por compleja que parezca, con inteligencia y sensatez; millones los que no recibieron la alimentación necesaria para desarrollar sus capacidades a pleno; millones los que no han sido formados en el afecto, hijos de familias desmembradas y devastadas por las carencias económicas; y millones, en suma, los que han sido despojados de la noción misma de futuro. Tiemblo al pensar qué será de ellos, y de los que están por venir, si este país vuelve a virar en la dirección del salvajismo del mercado que, ignorando por completo las lecciones de las crisis de 2001, tiene hoy tantos adalides sonriendo en los medios a toda hora.

         Sinay dice: "¿Existía la chance de que Brian no fuese un monstruo?" en referencia al adolescente violador de La Plata, porque la pregunta se torna insoslayable. (A pesar de que yo disienta con el uso del concepto de monstruo como categoría en estos casos; pero creo entender a qué apunta Sinay.) Está claro que en esencia todos somos libres, ese es el signo de lo humano: por difíciles que sean nuestras circunstancias, siempre nos queda la posibilidad de elegir. Pero una vez que entendemos que ese pibe casi no conoció a su padre, que tuvo una madre ausente por obligaciones de trabajo, que desertó de la escuela casi de inmediato y desde entonces se quedó afuera del sistema, que no tuvo contención alguna, que estaba resentido por los gritos y los castigos físicos y que no tenía más horizonte que la calle (cuando lo mataron, Brian ya era adicto a los pegamentos), resulta inevitable aceptar que las opciones de Brian sumaban cero, o casi. ¿Podría haberse convertido de todos modos en un miembro útil de esta sociedad? En teoría, sí. Pero para que eso ocurriese Brian debería haber tenido una fuerza sobrehumana, cuando en realidad no recibió nunca ninguno de los alimentos imprescindibles para que la desarrollase: ni los físicos, ni los intelectuales, ni los afectivos. El mismo hecho que condujo a su identificación es revelador al respecto: Brian le llamó la atención a un remisero porque le pidió que lo llevase al Parque de la Costa, o sea a un parque de diversiones. ¿Qué hizo Brian, pues, con el resultado monetario de sus delitos? Tratar de ser, al menos por un rato, el niño que nunca le dejaron ser.

         Libro poderoso y conmovedor, este Sangre joven. Que además de los dolores que cuenta se lee con placer. (La última de las historias, El pibe millonario, funciona perfectamente como uno de esos policiales que uno no puede soltar hasta el final.) El hecho de que formule todas las preguntas pertinentes y no provea respuestas simplificadoras es otra de las marcas del talento de Sinay.

         Sangre joven es de la clase de libros que sólo pueden ser buenos si lo dejan a uno inquieto. Y tal como ya les consta, conmigo ha tenido todo éxito.

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27 de enero de 2010
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Elecciones embarazosas

Davos significa ?l?embarras du choix?, la imposibilidad de optar sin rechazar también una opción atractiva. Los gurús de cada tribu reúnen a sus devotos para escudriñar todos juntos el vuelo de los pájaros, las entrañas de una gallina o los posos de café. Aquí sucede algo similar con disciplinas en principio algo más serias. Algunos gurús tienen además una capacidad predictiva acreditada. Noureil Roubini, por ejemplo, uno de los pocos que supo ver la llegada de la crisis. Ayer se le escuchaba en la sala de congresos o ante las pantallas de televisión como la voz del profeta. Y lo que dijo no fue precisamente para salir bailando, al contrario, sobre todo los europeos y dentro de los europeos los españoles: a medio plazo el euro peligra y el riesgo viene por nosotros, con nuestra economía mucho mayor que la griega pero con enormes debilidades estructurales. Otros escucharon a Loic Lemeur, uno de los profetas de las redes sociales, que predica cada año en Davos y también consigue llenar las salas y dejar público en la puerta: confieso que a la hora de escribir estas líneas no he obtenido ninguna información relevante de las dichas redes sociales sobre la sesión matutina. Ya me enteraré por otros medios.

?L?embarras du choix? me afecta por partida doble. En Davos y antes de ir a Davos. Me hubiera gustado estar hoy en Madrid en la presentación de Invictus, la película de Clint Eastwood, basada en el libro de mi colega y amigo John Carlin sobre la vida de Mandela, al que Morgan Freeman presta el rostro y la interpretación, y me subí al avión a Zurich pensando cuánto me apetecía ir al pase especial de la película. Cosas del trabajo. Pero el azar de la programación me ha proporcionado una pequeña revancha, muy ilustrativa del alcance del Foro Económico Mundial. A mediodía, antes de una sesión sobre la seguridad energética, he ido a la conferencia de prensa del presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, en la que se presentaba el Campeonato Mundial de Fútbol que se celebrará en su país entre junio y julio. Y allí estaba, en grandes montones en la entrada de la sala, como presente para los asistentes, el libro de John, en su primera edición en bolsillo, que los periodistas se arrebataban de las manos. Sudáfrica es uno de los países de moda este año. Una de las formas de combatir el frío glacial de los Grisones son las bufandas y gorros con el arcoiris sudafricano que regala el gobierno de Zuma. La tradicional fiesta de clausura, patrocinada cada año por un país distinto, será esta vez sudafricana. El campeonato de fútbol, en el que los españoles deben aspirar al máximo, tiene un significado especial para los sudafricanos. Hace 20 años Mandela fue liberado de prisión. La Guerra Fría, el Muro, la unificación alemana, el proceso entero que llevó a la desaparición de la URSS, sí; pero también el fin del apartheid y la transición democrática que ha llevado a Sudáfrica a convertirse en uno de los emergentes más prometedores y en todo caso el más prometedor de Africa. John Carlin vivió parte de esta historia, la ha escrito, la convertido ahora en un filme, al que yo le deseo todo el éxito como se lo deseo a los sudafricanos, en su campeonato y en su ascensión, ésta sí pacífica de verdad, como país próspero y democrático.

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27 de enero de 2010
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El Boomeran(g)
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