Javier Rioyo
Ha muerto un librero. Ha desaparecido un paisaje. Es difícil imaginar la Cuesta de Moyano sin Berchi, José Antonio Fernández Berchi. Durante décadas fue el librero de referencia de los libros de viejo en plena calle madrileña en la Cuesta. Hay otros, pero él ya estaba allí. A pie de caseta hasta hace unas semanas, todos los días, domingos incluidos- salvo algunas vacaciones a las que la familia casi le tenía que secuestrar- desde los fríos años de la posguerra. Desde los duros años cuarenta este librero adolescente, hijo de librero socialista, de padre muerto en la guerra, se forjó como un librero de la vieja escuela. Entre el amor a los libros y la fatalidad de tener que desprenderse de algunos. Vendiendo, sí, pero después de haber conservado los libros que le gustaban. Alguna vez le pedí alguno de esos libros tan queridos y perseguidos. Nunca quiso vender lo que le gustaba. Te podía prestar, dejar consultar, tocar y compartir con él la curiosidad, la dedicatoria o la rareza de un libro. Con esos libros, con los de su pasión no hizo negocios.
La "Cuesta" fue un islote de libros libres en los años secuestrados. Berchi era un liberal, un hombre moderado, capaz de llevarse bien con Alberti, Cela, Umbral, Eduardo Arroyo, Bonet y hasta con Trapiello. Desde Baroja a nuestros días acostumbrado a genios tan distintos como el de Baroja, su sobrino Pío o el recordado bibliófilo y seductor José Luis Barros, el doctor Barros. Era Berchi el hombre del precio justo, el librero que conoce lo que vende, que aprecia lo que quieres comprar y que charla del amor a los viejos libros y a los lectores de antes de las tecnologías.
La "Cuesta" y los libreros como Berchi son un anacronismo que hay que defender, un estilo que hay que mantener. Acaba de morir, pero su espíritu, su capacidad para la charla a pie de caseta, su olfato para encontrar la pieza, su memoria libresca y su espíritu de hombre para el diálogo, son algunas de las cualidades que hay que encontrar en los herederos del viejo, hermoso, oficio del librero de viejo. La "Cuesta", pese a las especulaciones arquitectónicas, los intentos reconversores invocando a la modernidad y algunas modernices de poco calado, sigue siendo un reducto del pasado. Una parte de nuestra memoria de cuando fuimos jóvenes y lectores. No llegamos a conocer esa "Cuesta" que cantaba Pepa Flores, con las chicas que se alquilaban después de la guerra, con los furtivos buscadores de sexo mercenario mezclado con los rastreadores de libros prohibidos, pero todavía llegamos a comprar de tapadillo en las casetas de la Cuesta. A ese lugar, a esos libreros, les debemos parte de nuestras pasiones lectoras.
Hay muchas clases de libreros. Una de las reconocibles es la del librero arbitrario, de genio regular y de carácter peor. Más o menos cómo esa librera- no tan de ficción- que Oscar Esquivias nos retrata en su primera y excelente novela, "Jerjes conquista el mar"- felizmente rescatada del olvido y de los libros amontonados en alguna caseta de Moyano, por el empeñado editor de "Ediciones del viento". Berchi pertenecía a la rara estirpe de los educados, de los atentos y tolerantes. Un fin de raza. Un ejemplar de una especie en extinción. Le echaremos de menos.