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El correo

Por 28 de enero de 2010 Sin comentarios

Vicente Verdú

De ser una ilusión felicísima, el correo ha pasado a ser un tostón. Aquélla luz que el hogar recibía desde la lejanía y allí mandaba sus noticias como desde una vida que interesaba saber al receptor, las cartas han sido colonizadas por los bancos y el mail por los spams que van sumándose hasta ahogar la curiosidad del corazón.

Con todo, el correo y sus circunstancias mantiene un halo que no damos enteramente por perdido y la carta auténtica, que tanto tarda en llegar, no se descarta por completo.

Una vez al año quizás, una vez cada año y medio en el buzón se encuentra un sobre escrito a mano y adentro puede ser que sólo una hoja o una cartulina que lleva la caligrafía de una amistad. ¿Un amigo? ¿Un antiguo amante? La esperanza de que el amante perdido reaparezca va desvaneciéndose con los años pero incluso en plena y bullente juventud el móvil y sus mensajes cortos hacen las veces del papel escrito y el sobre se representa sucintamente en un espasmo sonoro que sacude al aparato receptor.

Todo le mundo postal de la antigua era,  ha sido, en fin,  tan reemplazado por otros medios que siendo pesimista se diría que ha sido "arrasado" y no siendo melancólica se diría que "actualizado". Esa actualización del contacto -interpersonal o no- se apoya radicalmente  en la actualidad. No hay ya pasado en el SMS puesto que en un soplo hace el trayecto y tanto como dura el mismo suspiro de quien nos evoca se tiene delante su  evocación. Es, contemplado así, más poético y feliz que nunca porque no cabe aberraciones temporales en la transmisión.

 La carta fue efectivamente un tesoro acorde con los tiempos de la lentitud pero actualmente ¿quién podría decir que en el largo plazo de su viaje los sentimientos  no han virado hacia no se sabe qué, hacia no se sabe quién? La carta, como consecuencia de su andar moroso, debía poseer una notable garantía de durabilidad, el sello de la permanencia.

Carta que brindaba información sobre el estado del corazón  o sobre la vida ordinaria que si lograba prestigio o reverencia era a causa de su solidez.  Ninguna experiencia de la casa y la familia, de las labores y de los amores, se podría considerar verdadera sin su peso y su pesadez. 

Al contrario de ahora cuando la repetición o su monotonía  aumenta el recelo de su verdad. O dicho de otro modo, toda buena rutina que en el pasado no era sino un afianzamiento del anillo conyugal o familiar, es ahora una metáfora de la sierra o su erosión circular. La peor de las caducidades en las cosas puesto que no hay dedicación más aborrecible e improductiva que dar vueltas y vueltas a lo mismo, señal de que la neurosis se ha adueñado de nosotros y está perjudicando la salud.

Se considera tan tedioso como odioso aquello que se realiza  una y otra vez y ,sin embargo, se tiene por positivo lo voluble  porque así resultará más divertido.  La paradoja pues de que lo igual ya no se resiste y lo cambiante se ama, acaba reflejándose en el vacío postal del buzón puesto que el buzón, literalmente alude a algo que se sumerge -como el buzo- y se deposita en el fondo sin ninguna volubilidad.

 Las cartas vienen de lejos y transmiten duración. Siempre será necesario interpretarlas andando hacia atrás el tiempo y componiendo la escena ya pasada y pretérita en la que fueron redactadas. Igualmente, quien las escribe ha de prever la longitud del plazo que necesitarán para alcanzar su destino y, por lo tanto, no deben componerse superficialmente sino asegurando su concepto implícito para que pueda durar. No son así los mail que se dicen y se desdicen que se emocionan en emoticones que llegan volando y salen del mismo modo,  sin necesidad de pensar.

¿Se ha perdido hogar con ello? Efectivamente el hogar ha dejado de ser esa sólida dirección donde se mantenía de por vida el domicilio. Hoy la casa, el empleo,  la creencia o el amor son tan cambiantes que tienden a serlo aún más, son tan portátiles que tiende a sortear el estancamiento del buzón y sustituirlo para esto y otras actividades más por el ordenador portátil, laptop, apoyado sobre las piernas que viajan y no cesan de moverse de aquí para allá. 

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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