Basilio Baltasar
Al biógrafo se le permiten licencias obscenas si a cambio consigue proteger la integridad de la obra de arte. ¿Podrá sobrevivir sin la veneración que prestamos al autor? En este caso, la indiscreción con que manosea la vida privada se dispone a revelar también la magnitud de nuestra mitomanía. La insensatez con que admiramos a los apóstoles de este mundo, la ternura con que cultivamos su leyenda o protegemos sus reliquias, requiere, de vez en cuando y con la debida acritud, esos ejercicios de infamia satisfecha que llamamos investigación de la verdad.
Pero una cosa es desbrozar nuestras mentiras culturales y otra, muy distinta, encarnizarse con los muertos. Al parecer, produce una emoción muy placentera difamar al que no podrá levantarse a replicar. Lo hemos visto ahora leyendo al antiguo jefe del novelista sueco Stieg Larsson. Dice Anders Hellberg que Larsson "utilizaba un lenguaje pobre, el orden de las palabras era incorrecto, la construcción de las frases era simple y la sintaxis completamente enloquecida". Hellberg afirma que Larsson no pudo escribir la trilogía de Millenium y que fue su compañera quien redactó los exitosos capítulos de la novela. El artículo publicado en el diario sueco Dagens Nyether’s -según nos cuenta El País– ha levantado el correspondiente revuelo pero nadie ha preguntado todavía por qué Hellberg fue durante diez años el jefe de una nulidad semejante.
El pasado verano invité a Kurdo Baksi al encuentro de literatos celebrado en Formentor para que nos contara su vieja amistad de editor con Stieg y, de paso, los asuntos menos decorosos de la polémica entablada entre su familia y la mujer que a veces ha parecido una viuda ultrajada. El resultado fue una deliciosa charla sobre la impetuosa personalidad de un periodista valiente que no dejó de hostigar con sus artículos a las redes de corrupción económica y policial que pudren la presuntuosa democracia sueca. Baksi hizo además un alarde de discreción y relató con mesura la turbación emocional que enfrenta a los familiares del escritor desaparecido. Habló de Larsson con respeto pero supo eludir la tentación de glorificar al ausente, omitiendo con inteligencia los elogios que tantas veces nos han ayudado a sosegar nuestro complejo de supervivientes (¿por qué sigo vivo cuando él ha muerto?). Sin embargo, cuando se publica su anunciado libro (Mon ami Stieg Larsson) descubrimos que la emprende con el muerto y se apresura a declararlo "un mal periodista" y "un hipersensible fanfarrón".
Los lectores bienaventurados creerán que la envidia, el resentimiento o la ingratitud son las fuerzas que mejor moldean la memoria personal pero otras hipótesis deben ayudarnos a comprender este boxeo de los vivos contra los muertos.