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Libertinos, radicales

 

Hubo un tiempo en que con mucho placer leí literatura libertina. También hubo un tiempo en que me levantaba temprano. Después uno va cambiando costumbres, gustos, libros, libertinos y libertinajes. Sin embargo ahora me siento rejuvenecer con el regreso de algunos de los imprescindibles: Casanova, Sade y, desde luego, los rescates de dos joyas paralelas, parecidas, diversas y convergentes en tantas cosas como son las últimas obras traducidas al español de Mirabeau y de Mirbeau. No hay que confundir éstos dos apellidos de ilustres y libérrimos escritores franceses.

Primero en el tiempo está Honoré Gabriel Riqueti, conde Mirabeau, nacido en la mitad del siglo XVIII- ¡gran siglo francés!- y que, como algunos de los mejores de su tiempo, fue un aristócrata poco convencional. Tremendo y excesivo en amores, fugas, atrevimientos y provocaciones, éste francmasón que fue escritor y diplomático, primo del divino Marqués y compañero de prisión en Vincennes y que escribió algunos libros tan deliciosos como "La educación de Laura". Primer libro de una nueva colección dirigida por la muy querida Paula Cifuentes a la que también imaginamos gozando como traductora  de ésta corta novela de tan alto contenido didáctico. Una obra especialmente recomendable para jovencitas deseando iniciarse en los misterios del erotismo que estén en trace de desconfianza de las mentiras y falsas moralidades con las que suelen ser confundidas por sus entornos y de sus educadores.

El libro tiene un alto contenido autobiográfico, lo que hace que nuestro aprecio por Mirabeau aumente después de la placentera lectura. Muy apropiado para tardes de invierno así como útil para recuperar ardores y calores. Recordar que Mirabeau también fue un gran parlamentario. ¡Ay!, nada  fácil encontrar ahora y entre los nuestros algún escritor o parlamentario que pudiera resistir ni una lejana comparación con tan elegante y procaz escritor.

El otro Octave Mirbeau- y no el primero de sus libros que nos recupera el olfato y atrevimiento de la editorial "Impedimenta"- es "El jardín de los suplicios". Otro autor para llevarse a la cama, al sofá, al cuarto de baño, de paseo o las aulas. Nació un siglo después de Mirabeau y fue precursor en algunos atrevimientos narrativos que llegarían después desde Rusia o desde las vanguardias. Admirado por Apollinaire. Y por Buñuel, que llevo al cine su "Diario de una camarera", es también un autor con el marchamo de libertino. Fue un revolucionario en modos, contenidos y alguna vez  acusado de provocador y escandaloso. Se atrevió, entre otras historias destapadas, a contar violaciones de adolescentes por parte de sacerdotes. No hemos inventado nada. Todos los escándalos ya están en los griegos, todos los excesos en la Biblia y todos han sido reescritos a lo largo de los siglos por escritores que han querido ser libres. Lo que hace notable las narraciones de Mirbeau es que, más allá de su "realismo duro, sucio" sea tan elegante y sutil en su escritura. Esa sutil, refinada y eficaz manera que desde su humor, bastante negro, tiene de enseñar una cara verdadera de los "tartufos" e hipócritas de la clase dominante. Y también de las miserias de muchos de las clases "dominadas".

Elegantemente provocador ésta novela es para "los sacerdotes, a los soldados, a los jueces, a los hombres, que educan, dirigen, gobiernan a los hombres, dedico, estas páginas de asesinato y sangre". Creo que casi ninguno de esos leyó con aplicación al radical Mirbeau. Tampoco lo hicieron con el libertino Mirabeau.

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18 de febrero de 2010
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Renacimiento

 

Creo necesario hacer una aclaración previa: siempre me ha gustado mucho Kenzaburo Oé, como escritor y como persona. Y me parece una aclaración necesaria porque si en otros escritores la mención a la persona es ociosa (qué importa cómo sea quien firma la obra si ésta, la obra, es excelsa) en este caso es imprescindible porque el personaje favorito de Kenzaburo Oé es Kenzaburo Oé, y resulta imposible delimitar cuándo habla el novelista y cuándo el personaje.  Y no sé qué les ocurre a los demás, pero, en mi experiencia como lector,  si el yo narrador me resulta ruin y mezquino, o si su conducta la juzgo  éticamente inaceptable (porque es un tipo repulsivo), carezco del temple necesario para acallar mis (enérgicas) objeciones morales a fin de disfrutar libremente de las emociones estéticas que provoca la lectura de sus andanzas. Es decir, que si el Kenzaburo Oé omnipresente en todos sus escritos me pareciese un necio, o un mentecato, difícilmente podrían gustarme sus novelas.

                Soy consciente de que en este terreno siempre cabe la posibilidad de llevar a cabo operaciones perversas, y la más extrema es la que todo lector debe hacer para adentrarse en Sade. Es evidente que hay una etapa vital en la que Sade provoca una fascinación superior al deseo de cerrar sus libros. Pero nunca me ha sonado verosímil la afirmación de que dicha fascinación es debida a la prosodia del divino marqués, o a su arte en el uso del adjetivo. Sade fascina porque su material literario es oscuro y es ultrasensible debido a que hurga en  las zonas más ponzoñosas del alma humana, esos estratos donde figura el catálogo de los tabúes  que más trabajo le ha costado domeñar al ser humano. Y me refiero al incesto, el deseo de matar al padre, la tentación de comernos al prójimo y demás impulsos de parecida calaña. Mal que bien todos esos impulsos han sido encerrados en la mazmorra de la especie. Pero siguen ahí,  y  de cuando en cuando afloran a la superficie, unas veces como ficción y otras en la sección de sucesos.

                En el caso de Kenzaburo Oé la fascinación que provoca se debe a que también él, según avanza en su viaje interior, se adentra en zonas oscuras y a veces ponzoñosas, aunque sean de un orden muy distinto a la satisfacción de martirizarle el trasero a una dama virginal e indefensa. Kenzaburo Oé es el resultado de una elaboración cultural que ha precisado de una tradición ancestral y de una sensibilidad extraordinariamente refinada. Lo cual impone, a la hora de sacar a la luz material autobiográfico de ese porte, que cada paso adelante, cada fragmento de vida, precise de una cuidadosa  preparación durante la cual el lector es informado del lugar, la circunstancia, el momento y la persona o personas que intervinieron en el asunto que va a ser investigado. Ello implica, dicho en otras palabras,  que Renacimiento es una  novela lenta, minuciosa y premiosa, y en la que se avanza a tientas porque casi nada acaba siendo lo que parecía ser al empezar.

El propio Oé se ha encargado de dejar claro que esta novela es autobiográfica. Cabría preguntarse por qué les  cambia el nombre a los personajes más directamente implicados si luego apenas se molesta en disfrazarlos: el narrador se llama Kogito, que es el apelativo familiar y cariñoso del propio Kenzaburo Oé. La esposa, que en la realidad se llama Yukari, aquí figura como Chikashi, y el hijo, que en la vida real se llama Hikari, en la novela es Akari, pero en ambos casos son criaturas complejas y con una intensa relación con la música. Y en cuanto al desencadenante de todo ello, el aquí llamado Goro, en la vida real era un actor y director de cine llamado Yudo Itami que se suicidó arrojándose desde una azotea. Tanto en la vida real como en la "ficción"  era cuñado de Kogito-Kanezaburo y su mejor amigo.  Supongo que el cambio de nombres es un simple recurso distanciador, un pequeño truco que permite al escritor tomar un mínimo de distancia y respiro frente a lo que está narrando, ya que la muerte de Yudo-Goro ocurrió en 1997 y Renacimiento se publicó sólo tres años más tarde.

El relato empieza el mismo día en que Goro se ha provocado la muerte, aunque previamente le ha mandado a su amigo una cinta en la que, entre otras cosas, le dice:"Eso es lo que hay, me voy al otro lado", para luego concluir: "Aunque eso no quiere decir que se vaya a interrumpir la comunicación entre nosotros". Y se refiere, el suicida, a las cincuentas cintas que fue grabando a lo largo de los años y en las que se rememoran sucesos, ideas, libros (los libros son un referente continuo y fundamental en la formación de ambos), amigos y enemigos, amores...la vida misma. Esta es la parte más intensa de la novela porque el narrador, a fuerza de escuchar las cintas, y tras adquirir una cierta habilidad en el uso de la tecla de stop, aprende a crearse un silencio que le permite intervenir, ratificar, negar o mostrar su asombro ante lo dicho por la voz grabada del difunto Goro, con lo cual se hace realidad lo dicho por éste en su despedida, cuando le predice que su paso al otro lado no significa que se vaya a interrumpir la relación entre ambos.

La desgracia es que el recurso se agota y al cabo de un centenar de páginas, o más, el diálogo desde uno y otro lado de la línea que separa la vida de la muerte pierde intensidad, se vuelve repetitivo y Kenzaburo Oé, novelista con oficio probado, comprende que no tiene más remedio que poner en juego otros recursos. Y  es entonces cuando más se nota la premiosidad de este tipo de escritura, pues es cuando interviene la preparación minuciosa del tiempo y el lugar, la circunstancia o el perfil de quienes intervienen en el asunto a desentrañar. Pero no estoy diciendo  que al final de tanta preparación la narración resulte insulsa. Si algún lector pierde la paciencia le recomiendo que vaya directamente al capítulo quinto, titulado  La prueba de la suppon.  No me cabe la menor duda de que una vez leído ese (terrorífico) incidente, el lector impaciente regresará al punto donde se impacientó, pero ahora para retomar la lectura con la renovada convicción de que el viejo Kenzaburo-Kogito sabe lo que se hace y que todavía le va a deparar momentos tan intensos como los vividos durante los  diálogos con el difunto a través de una grabadora de bolsillo.

 

 

Renacimiento

Kenzaburo Oé

Seix Barral

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18 de febrero de 2010
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Price is Right

Resulta extraño ver anunciado a Richard Price como “el guionista de The Wire”. Para mí y para tantos otros, Price es desde hace tiempo algo más. El novelista de Clockers y Samaritan, para empezar: uno de los más exitosos rapsodas de la ciudad contemporánea concebida como personaje, un enclave sin centro y sin fin, con más ruinas que historia y sin otro futuro que una repetición interminable, y por ende kafkiana, de este presente carcelario. En cualquier caso, podría pensar también en Price como el guionista de The Color of Money y Sea of Love. Pero el ciclo que lo presentó ayer en la Caixa Forum de Barcelona apunta a pensar la narrativa en los medios más populares de hoy, y en este contexto la serie The Wire, como subrayó Rodrigo Fresán y se dijo aquí mil y una veces, es simplemente la mejor serie de la historia de la TV y en consecuencia estar asociado a ella no debería sonar a desmérito. Demonios, si hasta podría predicar algo más sin temor a exagerar: que The Wire es la mejor adaptación a un medio audiovisual de una novela que Richard Price no escribió nunca.

         Ayer Price se mostró en su mejor forma. Filoso y lleno de humor, no vaciló en distanciarse del fenómeno Mad Men con fundamento (atribuyó su éxito al peso de la nostalgia que muchos experimentan respecto de un tiempo que, a su juicio, “nunca fue del todo así”), y se rió de series como Sex & the City con los mismos argumentos que emplearía en una charla de bar en el Lower East Side: “¡Eso es para chicas!”

         Después de incurrir en un desliz que haría las delicias de cualquier psicoanalista (queriendo decir ‘mi hija’, dijo ‘mi novia’), se dedicó a cantar una épica oculta, la de las batallas que el productor David Simon presentó a los ejecutivos de HBO para llevar adelante el show que había soñado y que desde entonces –desde que The Wire salió al aire por vez primera- es el show con que nosotros no dejamos de soñar. Según Price, su amigo Simon es “tan reventadamente de izquierdas” que aplicó a la narrativa de The Wire el mismo tamiz democrático que aplica a todo en su vida. Lo cual derivó en la estructura coral de The Wire, que representa su gloria en materia narrativa y constituye también la explicación de los límites de su popularidad. Ese sentido de búsqueda de justicia todo terreno lo impulsó además a pagarle de su bolsillo a escritores como Price y George Pelecanos y Dennis Lehane, “hasta que avergonzó a la HBO lo suficiente” para que escribiesen nuevos cheques.

         Por fortuna Fresán lo impulsó también a hablar de literatura. Fue una delicia oírle decir que además de preocuparse por lo que cuenta, el novelista debe buscar una música que transporte al lector. Todavía recuerdo esa tarde de Madrid, tiempo atrás, cuando acababa de comprar Lush Life (última novela de Price, que acaba de editarse aquí como La vida fácil), y mi amigo Juan Gabriel Vásquez se puso a leer en voz alta el párrafo que la abre, llenando de música esa habitación del Hotel de las Letras. El deslumbramiento que inspira The Wire no debería ocultar el hecho de que Price es simplemente uno de los mejores narradores de hoy full stop, creador de un territorio lírico que Walter Kirn delimitó bien al ubicarlo en el mapa literario en algún punto “entre Raymond Chandler y Saul Bellow”.

         Fue un gusto escuchar sus palabras. Y también un honor.        

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18 de febrero de 2010
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La cama de matrimonio

El artefacto más demoledor y in superablemente eficaz para la destrucción del amor en el  matrimonio es la cama de matrimonio. Este instrumento, nacido de la tradición religiosa dirigida a hacer una  carne y una sangre de las dos carnes y sangres tiene como resultado hacer desdeñables uno y otro componente y llegar así a la consiguiente disminución de la atracción carnal y la rápida eliminación de sus concupiscencias.

Primero la cama de matrimonio se acoge como un amor que no tiene horario y dura las veinticuatro horas, después como un refugio a dos que preserva de las amenazas exteriores, más tarde como un estar siempre en el sereno bienestar juntos y, finalmente, con el malestar que aporta la tabarra de no poder separarse ni cuando se va a dormir.

Dentro de esta suerte de lecho de Procusto en donde, efectivamente, hay que ajustar las proporciones de uno y otro cuerpo, va desperdiciándose la sal del erotismo, la sorpresa del asalto al otro y  la ocasional lubricia de alguna concupiscencia.

La cama de matrimonio, muy pronto, es tan sólo una cama para dormir pero como fue también, como se pregonaba, la cama donde se consuma el matrimonio por fácil derivación el matrimonio se cónsume. Primero  poco a poco, en las dosis decayentes de la cópula reglamentaria, y solo a solo, cada cual, con la necesidad de repensar solitariamente sus vidas, sus días, sus quehaceres y su libertad sin ninguna  presencia atosigante, echada al lado.

La idea de los esposorios se corresponde naturalmente con el consecuente presidio  de la cama donde cada cual tiene su lado asignado siempre, respira fuerte o ronca, despide flatulencias o eructos, emite suspiros misteriosos de desesperación, cansancio o desaliento.  Tal serie de eventos unidos a no pocas inconveniencias de movilidad, a  roces indeseables y obligaciones inducidas, van minando la funcionalidad primera de la conyugalidad y su inseparable mescolanza.

El amor de la conyugalidad que si de por sí va decayendo en una espiral incesante en la cama la decadencia se palpa con una evidencia casi omnímoda y a través de una intensidad que, de otra parte, obedece a la decepción del gozo. Puesto que si esa cama de a dos estuvo proyectada para la unión sin tasa y para la reproducción sin reglas,  pronto llega a través de la realidad y sus repeticiones la fatiga, el tedio y el ocaso.

Muchos adulterios son producto del deseo incontrolable de probar con otra persona pero, también, en una cama distinta, Una cama extraña y liberada del horario perpetuo. Un lecho que vive independiente de su cauce "natural" o permanente y  lleva a la incertidumbre de su desarrollo y su colofón final que en la cama de matrimonio, tras una noche indiferente, amanece a la luz reiterando una misma edición del despertar en cuyo calco va troquelándose la vida y  acabándose con el desgaste de la edad convertido el cuerpo allí en una suerte de dunas. Dos dunas vecinas que siendo como relojes de arena,  cada cual mantiene, difícilmente su volumen contra el viento, el accidente o el doliente pasar de los días.

No pocos matrimonios escogen tener dos camas muy pronto después de haber experimentado la demoledora acción el lecho indiviso pero muchos otros, antes de llegar a ese trance, encargan ya dos camas separadas y cuanto más separadas mejor para iniciar la más laxa vida de casados. Separadas incluso hasta la distancia de habitaciones diferentes y estancas porque desaparecido ese calor estabulario se conservan mejor los sabores de la piel, la emoción  y la minería.

La cama de matrimonio

 

 

El artefacto más demoledor y in superablemente eficaz para la destrucción del amor en el  matrimonio es la cama de matrimonio. Este instrumento, nacido de la tradición religiosa dirigida a hacer una  carne y una sangre de las dos carnes y sangres tiene como resultado hacer desdeñables uno y otro componente y llegar así a la consiguiente disminución de la atracción carnal y la rápida eliminación de sus concupiscencias.

Primero la cama de matrimonio se acoge como un amor que no tiene horario y dura las veinticuatro horas, después como un refugio a dos que preserva de las amenazas exteriores, más tarde como un estar siempre en el sereno bienestar juntos y, finalmente, con el malestar que aporta la tabarra de no poder separarse ni cuando se va a dormir.

Dentro de esta suerte de lecho de Procusto en donde, efectivamente, hay que ajustar las proporciones de uno y otro cuerpo, va desperdiciándose la sal del erotismo, la sorpresa del asalto al otro y  la ocasional lubricia de alguna concupiscencia.

La cama de matrimonio, muy pronto, es tan sólo una cama para dormir pero como fue también, como se pregonaba, la cama donde se consuma el matrimonio por fácil derivación el matrimonio se cónsume. Primero  poco a poco, en las dosis decayentes de la cópula reglamentaria, y solo a solo, cada cual, con la necesidad de repensar solitariamente sus vidas, sus días, sus quehaceres y su libertad sin ninguna  presencia atosigante, echada al lado.

La idea de los esposorios se corresponde naturalmente con el consecuente presidio  de la cama donde cada cual tiene su lado asignado siempre, respira fuerte o ronca, despide flatulencias o eructos, emite suspiros misteriosos de desesperación, cansancio o desaliento.  Tal serie de eventos unidos a no pocas inconveniencias de movilidad, a  roces indeseables y obligaciones inducidas, van minando la funcionalidad primera de la conyugalidad y su inseparable mescolanza.

El amor de la conyugalidad que si de por sí va decayendo en una espiral incesante en la cama la decadencia se palpa con una evidencia casi omnímoda y a través de una intensidad que, de otra parte, obedece a la decepción del gozo. Puesto que si esa cama de a dos estuvo proyectada para la unión sin tasa y para la reproducción sin reglas,  pronto llega a través de la realidad y sus repeticiones la fatiga, el tedio y el ocaso.

Muchos adulterios son producto del deseo incontrolable de probar con otra persona pero, también, en una cama distinta, Una cama extraña y liberada del horario perpetuo. Un lecho que vive independiente de su cauce "natural" o permanente y  lleva a la incertidumbre de su desarrollo y su colofón final que en la cama de matrimonio, tras una noche indiferente, amanece a la luz reiterando una misma edición del despertar en cuyo calco va troquelándose la vida y  acabándose con el desgaste de la edad convertido el cuerpo allí en una suerte de dunas. Dos dunas vecinas que siendo como relojes de arena,  cada cual mantiene, difícilmente su volumen contra el viento, el accidente o el doliente pasar de los días.

No pocos matrimonios escogen tener dos camas muy pronto después de haber experimentado la demoledora acción el lecho indiviso pero muchos otros, antes de llegar a ese trance, encargan ya dos camas separadas y cuanto más separadas mejor para iniciar la más laxa vida de casados. Separadas incluso hasta la distancia de habitaciones diferentes y estancas porque desaparecido ese calor estabulario se conservan mejor los sabores de la piel, la emoción  y la minería.

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18 de febrero de 2010
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Autonomía universitaria

Escuché cientos de veces que el espacio universitario ?como un camposanto? no podía ser invadido por los demonios de la represión. Me imaginé que estos revoloteaban alrededor de la escalinata sin poder entrar a esa zona de letras y fórmulas matemáticas donde se resguardan los alumnos. Pero esa supuesta inmunidad sólo vivía en mis fantasías, pues la historia cubana muestra las sucesivas transgresiones que han sufrido las universidades de mi país. Ante la mirada de Palas Atenea, el castigo ideológico ha irrumpido infinidad de veces en esos recintos destinados al conocimiento y a la erudición. Durante la primera mitad del siglo XX, varias protestas de estudiantes llegaron a exigir hasta la renuncia del presidente, evidenciando la fuerza social que emanaba de los pupitres. En los muros alrededor de la Colina, se observan aún las pintadas de la inconformidad juvenil que las posteriores purgas revolucionarias redujeron a la apatía. La Federación Estudiantil Universitaria ha dejado de ser aquel hervidero de ideas y acciones que más de una vez sacudió a la ciudad, para convertirse en una representación del poder ante los educandos. La organización perdió así todo su carácter rebelde y sus líderes ya no son electos por su carisma o popularidad sino por su confiabilidad política. El eslogan de ?la universidad es para los revolucionarios? ha contribuido a imponer la máscara como el método más seguro de alcanzar un diploma. En estos dos años, desde que Raúl Castro llegó al poder, las expulsiones por motivos ideológicos se han mantenido ?con tendencia al alza? en los centros de altos estudios. Cuando a Sahily Navarro ?hija de un prisionero de la Primavera Negra? se le impidió regresar a su aula, supe que la maltrecha liga estudiantil había pasado de la agonía a la necrosis. Pocos días después, la lápida del sectarismo cubrió los restos de la FEU al apartar a Marta Bravo de su formación como profesora por exigir reformas en el país. Los acordes del réquiem fueron compuestos por quienes separaron de la docencia a Darío Alejandro Paulino, después de abrir un grupo en Facebook para discutir cuestiones de la facultad de Comunicación Social. Con estos tristes sucesos, la federación ?que una vez lideró Julio Antonio Mella? ha confirmado su deceso a manos de los endriagos del dogmatismo y la intolerancia, que hoy se pasean libremente por su campus universitario. *En Facebook se ha creado un grupo llamado ?Basta de expulsiones en las Universidades cubanas? para protestar ?al menos virtualmente- contra estas arbitrariedades.

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18 de febrero de 2010
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Tiempos interesantes, periodismo ininteresante

No trataba de analizar sus posiciones o acusaciones, la verdad o la falsedad de sus demandas, o incluso la naturaleza de las emociones a las que apelaba. Estaba juzgando una actuación e incluso puntuándola, utilizando la terminología familiar del periodismo político. Esta ha sido una característica de la cobertura política desde hace tanto tiempo que ya no produce extrañeza y nadie puede imaginar que se haga de otra forma. La estructura de las frases y de los artículos pone el acento exclusivamente en la táctica y en la actuación. Este tipo de prosa se degrada imperceptiblemente y con la misma facilidad que un insípido vaso de agua con gas. Los lectores interesados en la política beben litros cada día sin aumentar peso. Y estos periodistas están en lo más alto de este juego. 

Este párrafo que acaban de leer es una versión libre del texto publicado en uno de los blogs de New Yorker. He eliminado nombres y detalles que pudieran despistar al lector español. Quizás pueda servir para describir el trabajo realizado por muchos periodistas políticos en una campaña electoral. O en un debate parlamentario como el de ayer mismo, sin ir más lejos, ustedes verán. Para que quede clara mi posición al respecto, he preparado este texto a ciegas, el miércoles por la tarde, antes de leer la prensa del jueves. El blog de donde parte la versión libre se titula Tiempos Interesantes. El periodismo que se critica es tan ininteresante como el agua con gas que se ha quedado sin burbujas.  (Enlace con Interesting times de George Packer).

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17 de febrero de 2010
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Lo filosófico y lo literario

 

Rafael Argullol: Pienso que grandes filósofos del siglo XX son Rainer María Rilke, son Paul Valéry, son Thomas Mann; son escritores que han puesto esa médula en el escenario y han provocado una interrogación superior a la que muchas veces han provocado los neosofistas.

Delfín Agudelo: ¿Por lo tanto consideras que hay un punto de unión absoluto entre el quehacer literario y el filosófico?

R.A: Absolutamente. No solamente hay una unión sino que hay unas líneas que se superponen. Quizá no enteramente, pero se van intercalando, se van cruzando. Pero eso ya ocurría en la antigüedad. Podemos leer tranquilamente el Fedro o el Banquete de Platón como textos de lo que modernamente hemos llamado literatura. Y sin embargo en estos textos las brillantísimas reflexiones metafóricas se cruzan con deslumbrantes análisis conceptuales. Con lo poco que nos ha quedado de los presocráticos ocurre lo mismo, y en algunos filósofos ya modernos, empezando por Giordano Bruno, continuando con Nietzsche, Schopenhauer, Kierkegaard, etc., ocurre lo mismo. De la misma manera, visto desde el otro lado indudablemente Goethe es alguien que nos sirve igualmente como interlocutor literario que como interlocutor filosófico, y lo mismo me atrevería a decir de nombres que van desde Baudelaire hasta Samuel Beckett. Por tanto creo que es un gravísimo error, consecuencia de nuestra obsesión clasificatoria, haber separado lo filosófico de lo literario a través de supuestos géneros de escritura.

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17 de febrero de 2010
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Pedro Páramo encuentra a Nadal

 

El viajero es historia. Una de las muchas especies en extinción de nuestro mundo que, a pesar de las amenazas de todo tipo y condición, todavía mantiene algunos síntomas de lo que fue en algunos reconocibles sujetos. Uno de esos últimos seres con el espíritu de aquellos viajeros se llama Paco Nadal y, casualidades, es amigo mío.

Nació, justo hace medio siglo, en Murcia .Desde muy pronto dio síntomas de una propensión no controlada por estar en otra parte. Conocer otros paisajes, otros paisanajes. Los síntomas de querer estar fuera de casa, o de llevar encima su casa, se acentuaron con la edad. Nada ha sido capaz de tranquilizar su deseo de moverse, de conocer y, como todo viajero auténtico, de contar aquello que ha visto. Ya no se congrega al grupo entorno a la hoguera, ahora se hace por escrito, en un blog, en la radio o desde la televisión. Paco Nadal es uno de los mejores narradores de lugares dónde nunca estaremos. Incluso, de lugares en los que nunca ya querremos estar después de haberle leído.

Acaba de publicar un espléndido libro de viajes. Un libro de viajero que se mueve como se mueve la gente del lugar. Un libro de correcaminos capaz de intentar reposar allí dónde toda incomodidad tiene su asiento. Paseante por un México que se bifurca por caminos no previstos, entre la sorpresa, el riesgo y el apasionado deseo de conocer. Comienza en una reciente guerra de guerrillas de no muy alta intensidad, pasa por la historia- desde el pasado mítico y mitificado de los pobladores indígenas hasta el largo periodo también demasiado mitificado y desmitificado en que México era una de las joyas del  "Imperio Español"- recorre pueblos perdidos, ciudades inabarcables como capital federal, desfiladeros, trenes de insólitos recorridos, minas abandonadas, tribus recicladas, cantinas, cantineras, pueblos perdidos como los perros sin collar. Viajes en autobuses vacíos, caminos de mulas y senderos sin glorias por caminos que no llevan a ningún lugar dónde el turista tenga pensado llegar.

De los ruidos de la ciudad "cool" a la sorpresa ajardinada del lugar dónde el mundo se llama Comala. Desde el peyote a la coca-cola, de las últimas ciudades a los últimos mitos. No hace falta ser Jhon Reed,  ni Bruce Chatwin, ni vivir con intensidad los años de la desacreditada revolución villista, hace falta ser un viajero curioso, tener el sentido del humor de Paco Nadal y la necesaria falta de pedantería para no creer que los viajes son intensos buceos en el alma humana, en el corazón de las tinieblas o en el profundo sentir de los pueblos perdidos, dominados, conquistados, rebeldes o insurgentes. Se agradece que tantas cosas- algunas tan cercanas y otras tan desconocidas, se nos cuente con el escepticismo y el humor del que sabe describir los momentos finales de la presencia española en México como "un imperio de todo a cien".

A los viajes les sienta bien el buen humor. Es bueno haber leído a Pla. Y también esa joya de Mark Twain, "Guía para viajeros inocentes". Y si no los han leído, tienen tiempo. Ahora la mejor lectura de viajes posibles o imposibles que pueden hacer es "Pedro Páramo ya no vive aquí". Una entretenida autobiografía de los trabajos y los días de de uno de los últimos viajeros.

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17 de febrero de 2010
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La siempre ubérrima y sonora Valencia

Allí me voy a golpe de Euromed, con tres horas por delante para leer lo que Azorín escribía sobre la ciudad de 1890. Pasmoso: en el café España hay un joven pianista sobre una tarima, "los primeros compases de la obertura de Tannhauser resuenan en la sala sobre el tumulto de las conversaciones. De pronto se hace un silencio profundo. Del tablado se esparce por la sala como una misteriosa corriente magnética. El público escucha embelesado. Y cuando se apagan las postreras notas, un estruendoso aplauso llena el ámbito". ¡En el café España de Valencia, en 1890! Por esas fechas eran cien quienes habían oído sonar la música de Wagner en París. Poco antes Debussy hubo de viajar hasta Bayreuth para oírlo.

    A Valencia me lleva Debussy, justamente, a un concierto del excelente Grup Instrumental de Valencia que dirige Joan Cerveró. Es aquella la parte musical de España que cuida de los vientos que suenan a madera y a metal. Uno se imagina a los valencianos tocando la flauta, el trombón o el oboe por las calles, e intercambiando melodías en lugar de darse las buenas noches. La ciudad, es además, un objeto como aquellos que Debussy coleccionaba, láminas japonesas, vidrios de Lalique, marfiles eróticos.

    El concierto nos salió bastante bien. Mejor a ellos (en especial a Carlos Apellániz, impávido junto al espectro de Pas sur la neige), que a mi, trivial presentador, pero el público que rebosaba de la sala del Instituto Francés me pareció tan entusiasta como el de 1890. Las ciudades con buen oído, Salzburgo, Zurich, Aix, ¡son tan superiores a las ciudades sordas!

    El día siguiente lo dediqué al ojo. En el Museo de Bellas Artes hay dos piezas colosales. En su autorretrato, un Velázquez harto del mundo mira derrotado al espectador. Goya pintó a Bayeu con temor y temblor. No era sólo su cuñado, cosa sensacional, sino también el primer pintor del reino. No valían trampas. El de Valencia es plomo, nácar y niebla. El del Prado es doradito.

    Tras el oído y la vista llegó la paella, pero este es asunto teologal y pide otro espacio. ¿Verdad Miguel Sen?

 

Artículo publicado el domingo 14 de febrero de 2010.

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17 de febrero de 2010
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¿Qué es y cómo se determina la physis?

Esta interrogación de resonancias aristotélicas es planteada por Heidegger indirectamente en múltiples textos, y directamente en un seminario de 1940, es decir, cuando la ciencia había dado ya pie a lo que en otro lugar en estas mismas  reflexiones califico de "mayor subversión" en la historia de las concepciones del ente. Heidegger sabe perfectamente que el trabajo de algunos de sus contemporáneos hace imposible seguir siendo fieles a la convicción según la cual hay un mundo sometido a leyes objetivas  que determinan  su devenir, con total independencia de que eventualmente tales leyes fueran observadas, archivadas y sistematizadas por un ser inteligente y susceptible de hacer previsiones.

  Heidegger no se refiere- explícitamente al menos- a estos debates en el seno de la ciencia. Pero es obvio que sin ellos  habría menor receptividad a su propia interrogación, no se vería la necesidad de replantear la cuestión de la Physis. Como casi todas las grandes novedades en la historia del pensamiento indisociablemente filosófico y científico, todo empieza con la observación de unos hechos que llaman la atención, en razón de que chocan con una creencia establecida. Empieza concretamente con el modelo de átomo que en 1911 había presentado Rutheford (según el cual  el átomo se haya constituido por una masiva zona de carga positiva en el centro y circundándola una segunda de carga negativa) y la tentativa, efectuada por Bohr en 1913, de aplicación de tal modelo al átomo de hidrógeno (reducido a un  protón en el centro y un único electrón en la periferia). La aporía consiste en que según el modelo, las radiaciones del átomo de hidrógeno, deberían ser continuas, cuando en realidad sólo se comprueban empíricamente radiaciones discretas, lo cual constituye una violación de las leyes clásicas de la electricidad y del magnetismo.  En esta reflexión, que quisiera ser estrictamente filosófico-ontológica, parece imprescindible sintetizar los hechos empíricamente constatados y los debates teóricos que, hace ya casi un siglo,  dieron lugar a  que una teoría física discretice  o cuantifique la naturaleza elemental, esa naturaleza que es condición de la más compleja que constituye  la vida y a fortiori, de la naturaleza que, en el hombre, toma forma de palabra.

La intelección cabal del asunto exigirá sin embargo remontarse mucho más atrás, intentando determinar cuales son los rasgos que, de Aristóteles a Einstein, parecían ser los propios de la naturaleza elemental, pero cuya omniaplicabilidad o universalidad la Mecánica Cuántica ha venido precisamente a poner en entredicho. En suma: para adentrarse en el concepto de naturaleza que surge de las grandes teorizaciones del siglo veinte es necesario tener bien claro el concepto de naturaleza que estas teorizaciones subvierten. A ello dedicaré los textos inmediatos. Para hacer perceptible la trascendencia filosófica de lo que se dirime, baste recordar que la teoría de los múltiples mundos con la que empecé esta reflexión (y que reencontraremos llegado el momento) es entre otras cosas una tentativa de escapar a algunas de las implicaciones que para el concepto de naturaleza tiene la Mecánica Cuántica. Dicho abruptamente: la tesis de que se dan múltiples epifanías de la naturaleza de siempre (determinada en su comportamiento y devenir por leyes no dependientes de sujeto alguno)  puede parecer menos chocante que la de aceptar una naturaleza tal como la interpretación canónica de la Mecánica Cuántica nos la presenta. O aun: para algunos más valen múltiples mundos como el de siempre que un único mundo canónicamente  cuántico.    

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17 de febrero de 2010
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El Boomeran(g)
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