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Ventanas

Por 2 de marzo de 2010 Sin comentarios

Vicente Verdú

En el asunto de las ventanas, desde el arquitecto, al historiador, desde la novelista al sociólogo, aparece machaconamente la dialéctica entre el interior y el exterior. O lo que es lo mismo,  la  manida idea de que si de un lado la ventana procura que el exterior ingrese en casa, de otro la casa se abalanza y succiona el mundo del exterior.

La aparición del cristal mantuvo sin cesar este diálogo del adentro y el afuera. Lo mantuvo noche y día, con lluvia o con nieve, con viento o con frío y, de este modo, reforzó la metáfora de la ventana como un suerte de ojo que miraba cuanto acontecía más allá y se miraba interiormente como se supone que podría hacer mitológicamente el ojo.

Ni el ojo ni la ventana cumplen realmente la función de automirarse pero es cierto que ambos delegan esta importante tarea a quien nos observa la mirada o quien escudriña a través del ventanal. En la expresión de sus ojos llegaremos a alcanzar una aproximación de lo que han descubierto en nuestro adentro.

Pero ¿descubrir  qué? La intimidad, evidentemente que se da por recubierta, y más concretamente la identidad femenina puesto que el ojo ha sido por antonomasia el ojo masculino de Dios: las mujeres vistieron de rojo o amarillo para ser vistas con facilidad mientras la indumentaria masculina se camufló de gris o de azul (el color del aire o del cielo) como manera de ver sin ser visto.

Las mujeres hasta hace poco no miraban (o sólo miraban a medias, tras el abananico, tras las cortinas, tras los visillos) mientras los hombres tenían por misión avistar y cazar". La insolencia de algunas mujeres que se asomaban a las ventanas llevó a calificarlas de "ventaneras" (o chicas licenciosas) tal como aparecen pintadas en el cuadro de Murillo, Gallegas en la ventana (c. 1660).

Tras la ventana sucede la intimidad y quién sabe si se arrastra al presentarse en su alfeizar. La intimidad se abulta tras las cortinas especialmente de noche cuando la casa parece iluminada a retazos a través de esas aperturas que, aún medio celadas, delatan una incierta vida secreta en su interior. Esta es la máxima categoría de la ventana en cuanto signo: la parcial donación de intimidad o el indicio, medio oteado medio inventado, que hace  presentir. Hace presentir algo sin llegar del todo a paladearlo o conocerlo, hace grande que la imaginación se agite y lleva a olfatear posibles secretos que en la casa se guardan.

Unos secretos que no consisten sino en el ovillo de una intimidad más o menos intuida  y de cuyo argumento hay modelos y modelos repetidos. Aunque repetidos tan sólo, en un modo grosero de mirar, porque en cualquier galería de fotografías dedicadas a familias reunidas ante el televisor o la mesa de comer se observará siempre una sorprendente  cantidad de diferencias según sea la calaña, o el cuarto,  el carácter, el vestuario, la fisognomía, la educación, la iluminación, los cuadros, los colores y la infinita interrelación de los numerosos componentes.

La intimidad siempre es menos que un gran espectáculo pero mantiene el vivaz interés de su interminable taxonomía y agudiza, en fin, la morbosidad que vela la ventana.

Carmen Martín Gaite escribió Entre visillos mirando por la ventana en la dirección de  adentro a afuera. La mujer que miraba aspiraba a no ser vista ni importaba su consistencia real más allá de la penetración en que se empeñaban sus ojos.

El mundo visto desde una mujer que no era vista. Siempre a la manera de un panóptico (el panóptico del histórico carcelero masculino) y con la condición de que ese artefacto está  desaparecido. De este modo la secuencia discurre ante un objetivo que objetivamente graba.

La Muchacha en la ventana (1925) de Salvador Dalí retrata a una mujer en la ventana abocada hacia el mar y el protagonista del cuadro es tanto ella como la ventana: no la marina, los barcos de vela o los pormenores de la costa. La ventana o ella no poseen otra función que identificarse con la nueva mirada de esa mujer vermeeriana. Una mujer de interior que en ese cuadro, a diferencia de las protagonistas de Vermeer (presente en  Dalí) se asoma. Y ¿quién duda de que "asomarse" pertenece a la mística de la feminidad?

Asomándose al mundo, las mujeres feminizan el mundo. Desde la oscuridad o el anonimato a la exterioridad y su vistoso color. La ventana es un  tránsito pero se trata, sobre todo, en la historia de la casa de un símbolo  constructivo administrado por las manos femeninas como guardián de la intimidad y su regular servicio de  higiene o, directamente, graduando sus rendijas en los momentos necesarios para dosificar la luz.

Asomarse a la ventana comporta aceptar la vista pública y de ahí, también, que hasta mediados del siglo XX la ventana abierta evocara tanto un gesto de desparpajo o comunicación vecinal como un audaz ofrecimiento. .

La ventana es redundandemente indiscreta. Se introduce en las maniobras ocultas de los demás y se abre, inevitablemente, a la interpretación de los otros. De este modo, entre el placer de observar y el tedio de no ver nada nuevo la ventana bascula entre el yo y los demás, la vida y la muerte. Entre la estética de una multitud acaso extraña y amenazante y el orden de la habitación que, a nuestras espaldas, nos calma resguardándonos.

 

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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