Marcelo Figueras
No soy cultor de las llamadas ‘redes sociales’. No tengo Facebook. Me da pudor convertir mi vida en un espectáculo y tengo ciertas dudas respecto de, por ejemplo, la propiedad intelectual de las fotos que se cuelgan en esas páginas: no querría descubrir que ya no soy dueño de mis propias imágenes. Pero por supuesto, todo el mundo en torno mío las usa. Mis hijas. Mi mujer.
Ayer domingo, cuando los diarios que Bruno había desperdigado por la casa parecían hablar tan sólo de la catástrofe (Chile tiembla, decía La Vanguardia, haciendo uso inquietante de un tiempo presente que se negaba a quedar atrás), el Facebook de mi mujer me permitió llegar al de mi amigo Cristian Alarcón. Notable cronista –notable escritor-, Cristian vive en Buenos Aires pero es chileno de nacimiento. Tan pronto abrí su página, me topé con un mensaje alentador: su familia, que todavía permanece en Chile, estaba bien; asustada, por supuesto, pero bien. Entonces le escribí un mail que respondió de inmediato, contándome que los suyos –tanto los Alarcón como los Casanova, los dos hemiciclos de su corazón- tenían una larga historia con los terremotos. Empezando por el del 1960. “Crecí con los cuentos de mi madre, Sonia: la tierra abriéndose, rajada, bajo sus pies”, me dijo Cristian. “Y la imagen de mi abuela, recien parida de los mellizos, Ivonne e Iván, sentada en una colina humeda”.
También le escribí un mail a mi amiga Andrea Maturana, otra escritora exquisita. La última vez que intercambiamos mensajes ella estaba todavía de vacaciones en Uruguay y yo estaba a punto de embarcarme rumbo a Barcelona.
Pero Andrea no me contestó. No todavía.
Y no tengo el teléfono de la casa a la que se mudó hace poco. Ni la forma de entrar a su Facebook, si es que lo tiene y lo actualizó en medio de tanto dolor. (Quizás mi mujer sabría cómo encontrarla vía Facebook, de todos modos. Pero es temprano y todavía duerme, dado que Bruno tuvo una noche inquieta por culpa de la fiebre; las últimas horas han sido de una temible fragilidad, en cualquier dirección que mire.)
Me siento impotente. En este silencio, me reconfortaría saber que Andrea, su marido y sus dos hijas están bien.
A falta de otras redes sociales, ¿servirá este blog como mensaje en botella lanzada al mar?