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Baseball

Click here to view the embedded video. Como cada año, la Serie Nacional de Béisbol atrae la atención de millones de cubanos. ?La pelota?, como le decimos familiarmente, es desde hace muchos años el deporte nacional y no resulta raro que genere acaloradas discusiones en los parques más céntricos de toda la Isla. Para quienes tenemos la ilusión de que la gente se ocupe de cuestiones más candentes, siempre resulta un poco frustrante comprobar que aquel grupo de hombres, que gritaba y manoteaba apasionadamente, no discutía sobre cómo terminar con la dualidad monetaria ni estaba reclamando algún derecho escamoteado, sino sólo dirimía si tal jugada fue correcta o quién es el mejor bateador entre todos los jugadores. Pero la primera pasión deportiva de los cubanos no está exenta de política, especialmente cuando alguna estrella beisbolera decide no regresar al país luego de un viaje al extranjero, o si un pelotero no integra la selección a un evento internacional porque resulta poco confiable y se teme que ?deserte?. En un reciente encuentro entre dos equipos de ardorosa rivalidad, un jugador se sintió ofendido porque creyó que la bola había sido lanzada con la intención de golpearlo y, para sorpresa de los espectadores, salió corriendo en dirección al pitcher blandiendo amenazante su bate. Los jugadores salieron del banco, algunos aficionados se tiraron al terreno, la policía roció gas pimienta y repartió patadas y bastonazos. Las cámaras que transmitían el juego apuntaron hacia otro lado y ningún televidente se enteró de lo ocurrido? en ese momento. Pero las nuevas tecnologías impidieron que la pacata censura se saliera con la suya y decenas de cámaras digitales y teléfonos celulares filmaron los detalles. La versión de los hechos se distribuyó entre miles de personas, grabada en CD y copiada en memorias USB. ¡Qué buenas discusiones tuvimos entonces en los parques!

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24 de marzo de 2010
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I. Libre como nunca

Mi primer día de clases en el Pedagógico de Managua en aquel año de 1953, me ha resultado después muy parecido a la que describe Flaubert en el comienzo de Madame Bovary, cuando se produce la entrada de el nuevo, Charles Bovary, ante el silencio expectante, y distante, de los alumnos. Llegó a presentarme el hermano Eulogio, el prefecto de primaria, al que llamaban Gulliver, y  el profesor me dio por compañero de pupitre a un muchacho serio y aplicado, Werner Vásquez, que repetía las lecciones al vuelo al entrar al aula, en prevención de cualquier pregunta que el profesor pudiera hacerle. El profesor se llamaba William Artiles, era bombero voluntario, y llegaba a dar clases, de blanco y corbata negra, en una ruidosa motocicleta que aparcaba en el patio de recreo.

            Fui libre en Managua como nunca. Ninguna vigilancia podía evitar que a través de un intrincado sistema de trampas y excusas dejara de asistir al colegio. Gasté horas recorriendo las calles, ávido de la novedad que me ofrecía aquella primera visión completa de la capital, una modesta urbe de ciento cincuenta mil habitantes, tendida entre la loma de Tiscapa y el lago Xolotlán, de pocos edificios que sobresalían entre los tejados de barro de las casas de taquezal, pero que a mis ojos, llegado de la quietud de Masatepe, significaba entrar en una película en tecnicolor, como Judy Garland en el país del mago de Oz.

             A pie hasta el lago por la avenida Roosevelt, y de regreso por la avenida Bolívar. Los policías dando la vía bajo los parasoles. El asfalto de las calles que al mediodía se calentaba hasta parecer suave a las pisadas. Los taxis Hillman a los que llamaban gatos y los taxis Vauxhall a los que llamaban perros. Las cuadrillas rompiendo las aceras para meter los cables de los teléfonos automáticos. Las funciones de matinée del Teatro González a temperatura polar, sin moverme del asiento de felpa aunque el suelo se estremeciera con un temblor. 

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24 de marzo de 2010
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Un día como hoy

Ayer mi mujer me mostró un comentario en su Facebook y al mirar la pantalla, descubrí que su foto ya no estaba. En su lugar había una silueta sin rostro, que decía simplemente Nunca más. Hoy temprano leí un artículo de Victoria Ginzberg en Página 12 y entendí que muchísima gente había hecho lo mismo, sacar su foto y poner la silueta. Pero la gente que, como Victoria, perdió gente durante la dictadura, puso a prueba otra variante: sacar sus fotos y poner la de sus padres, tíos, amigos, hermanos desaparecidos.

El pasado no ha pasado. Sigue actuando en el presente. Cuando uno de los represores juzgados dijo días atrás que su único error había sido 'no haberlos matado a todos', no se puede menos que entender que cierta visión mesiánica y violenta persiste en nuestra sociedad. El Tigre Acosta no es el único en pensar así. Hay gente, por lo demás, que repite ese esquema de pensamiento con otros colectivos humanos. Le gustaría poder pasar la guadaña bien al ras allí donde crecen los -a su juicio- indeseables. Inmigrantes ilegales. Pobres. Piqueteros. Partidarios del aborto. Homosexuales. Jóvenes de piel oscura, por simple portación de rostro y de miseria. A esta gente tan blanca y tan proba se le hace agua la boca cuando piensa en la posibilidad de arrasar con todos ellos. Si les diesen tan sólo una mínima oportunidad...

Por suerte hay cosas que persisten a pesar de la violencia. La editorial Ventisieteletras acaba de editar aquí en España los Cuentos completos de Rodolfo Walsh. La simple idea de que el arte de Walsh siga difundiéndose y haciendo olas es reconfortante. Walsh es uno de mis escritores argentinos favoritos de todos los tiempos, al nivel de Borges, de Arlt, de Cortázar. El hecho de que su obra se conozca cada vez más es la respuesta más perfecta a la insaciable sed de matar del Tigre Acosta. Porque Walsh fue uno de los que mataron, y sin embargo habla en estos días más alto y claro que nunca.

Hoy se cumplen 24 años del inicio de la dictadura militar en Argentina. Yo no me olvido.

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24 de marzo de 2010
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Destrucción de los trascendentales

Si se hace abstracción de la Mecánica Cuántica cabe decir que las disciplinas que intentan describir el orden natural, interpretarlo, hacer previsiones sobre el mismo o incluso someterlo a fuerzas extrínsecas, se basan en el respeto a una serie de principios básicos del espíritu. Ya he evocado el excelente artículo inédito de un equipo dirigido por el físico Miguel Ferrero en el que los autores sostienen que, en concepciones del mundo físico que van de la Magia a La Relatividad General, se cree al menos en un mundo regido por leyes inmutables y que determinan un universo de contigüidad, es decir en el que los acontecimientos se hallan determinados por leyes locales (volveré sobre este término).

Sólo la Mecánica Cuántica introduciría trascendentes novedades en relación a los principios que rigen nuestra concepción de la Physis. Tratándose de las otras disciplinas, la diferencia residiría sobre todo en la manera de abordar lo incuestionable, en la interpretación que se da de estos principios. No es lo mismo por ejemplo suponer que las leyes que gobiernan el orden natural son trascendentes al sujeto que suponerlas vinculadas a la propia mente. La distorsión puede también venir dada por el hecho de que se sobredeterminen las leyes generales con otras relativas a un ámbito específico del conocimiento en el que sin embargo se introduce una perspectiva errónea. Así (como se indica en el artículo evocado) la cosmología de Aristóteles sería desplazada finalmente en razón fundamentalmente de introducir dos leyes erróneas relativas al movimiento, leyes que Galileo tuvo el ingenio de corregir. Pero estos aspectos, que explican el por qué finalmente ciertas teorías se imponen mientras que otras quedan relegadas no son óbice para que todas ellas respeten lo que en términos de la Escolástica cabría llamar un orden trascendental (entendiendo por tal aquello que es condición de posibilidad de la experiencia).

El gran Francisco Suárez procedió a una depuración de la teoría de los trascendentales, elaborada previamente entre otros por Tomas de Aquino, Escoto y Guillermo de Ockham. Los trascendentales son los atributos mínimos a los que debe responder aquello que se presenta ante nosotros, atributos omniaplicables, predicados de toda entidad, sin los cuales todo quedaría sumergido en la tiniebla, o por mejor decir: ni siquiera podríamos distinguir la diferencia misma entre luz y tiniebla.

Por atenerse al dominio físico, del que ahora vengo ocupándome, lo que se presenta ha de tener cuando menos la característica de la indivisión respecto a sí y separación respecto a los demás (unum), la potencialidad de adecuarse al entendimiento (verum) y la correlación con el sano apetito (bonum). Sin duda los trascendentales que propone Suárez no coinciden forzosamente con los que cabría establecer a partir de la física clásica (o aristotélica). El físico como tal no se preocupa de los rasgos subsumidos por el trascendental bonum y por otra parte lo designado por unum y verum afecta asimismo a entidades imaginarias, o abstracciones matemático-geométricas como líneas, superficies, volúmenes y las figuras construidas en base a ellas. Por otra parte trascendental de la entidad física es asimismo, por ejemplo, la cantidad de movimiento, producto de la masa por la velocidad, que obviamente no afecta a entidades carentes de masa.

Esta disparidad entre las dos listas posibles de trascendentales no es óbice para la sumisión de la realidad física a los dos primeros señalados por Suarez. Físico alguno, aristotélico, galileano-newtoniano o einsteniano, avanzaría la conjetura de que aquello de que se ocupa no se halla sometido al principio de individuación, corolario de unum. Tampoco entraría en su mente que el conocimiento adquirido no resulta de la feliz disposición del espíritu que le permite adecuarse a una realidad que le trasciende. Pues bien:

Varios son los trascendentales de la entidad física, suarezianos o no suarezianos, que parecen dejar de serlo cuando la naturaleza es contemplada desde la perspectiva de lo que nos enseña esa ciencia fundamental de nuestro tiempo que es la Mecánica Cuántica. Así, la cantidad de movimiento y la posición, pierden su estatuto de predicados omniaplicables para se como mucho predicados clasificatorios. No se trata sin embargo de lo más espectacular. Seguiré con el asunto

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24 de marzo de 2010
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El amor al interior (y 2)

En una numerosa colección de libros aparecidos estos años pasados sobre la  economía de la experiencia se aportan muchos ejemplos de la creciente  importancia entre el medio y el objeto que se consume o se adquiere en él. Los artículos nunca fueron simples objetos de consumo pero antes la mayoría de los productos se obtenía de mercados instalados en el exterior. Ahora, sin embargo, incluso el mismo artículo puede valer más de acuerdo al lugar donde se compre. Efectivamente no es lo mismo adquirir una fruta en un mercado de abastos que un hipermercado ni en un 24 horas que en una frutería tradicional pero tampoco es igual comprarse un bolso en un deli que en el Prada de Rem Koolhaas.. El medio mediatiza y mide el valor de la cosa. Si el entorno exterior se introduce en los productos el interior todavía más. No es lo mismo comer en un restaurante funcionalizado para satisfacer el apetito que un espacio donde se ha desplegado el placer de comer. No es lo mismo conducir en el interior de un coche tapizado sensatamente que en uno de los nuevos modelos preparados para bailar bacalao.

 Pocos en este mundo pueden ser insensibles a esta evidencia pero pocos, inexplicablemente se ocupan con acierto de lo evidente.

A muchos hoteles no regresamos no porque fueran malos sino porque eran tristes. No volvimos a ese bar no porque fuera sucio sino porque no parecía honesto. Los hoteles Paramount de Philip Stark que no es mi favorito no se visitan sólo porque son distinguidos sino porque tienen estilo. El estilo en el interioriosismo es exactamente como el algo en el interior de las personas. Un plus de atracción que siendo complicado de decir es sencillo de sentir. La seducción de la tienda de Armani en Milán debía tener algo más que la riqueza y la elegancia de Armani con la aportación silente de Tadao Ando. La capilla Pazzi de Brunelleschi tiene algo más que el silencio de la fe. En la proporción y la densidad del espacio, en la capacidad para hacernos sentir recogidos y en paz, sosegados o mejorados reside el valor del ámbito y sus secretos decisivos. Si esta fundación Joan Miró permanece en el recuerdo de quienes la visitan o, más aún, secuestra la memoria de quien la recorre para hacerlo regresar, es menos incluso de la pintura que alberga que del encanto  espacial que José Luis Sert concedió a su obra. 

Hay arquitectos espectaculares en su exterioridad. Hay Calatravas que atraen a caravanas  de autobuses cargados con alumnos de secundaria y profesores porque su exterioridad recuerda el mundo espectáculo de Rachel Carson. Un mundo ecológico con esqueletos de ballenas, palomas vascas o pájaros que mueven las alas como  en Milwaukee. Calatrava es un arquitecto para contemplar  sus obras desde el coche o el autobús pero no para intentar entrar en ellas.  Las ballenas o los pájaros de Calatrava como los peces de Gehry no pueden soportarse desde su interior. Ni siquiera poseen interior humano: son formaciones artificiales o prótesis. Mundos para rellenar la apariencia del mundo.

A diferencia de lo que se siente en las construcciones de Alvar Aalto, de Jacobsen o Frank Lloyd Wright donde el sujeto nunca quisiera salir de allí, comer allí, reposar, hacer el amor, ser querido, meditar, poderse abrazar a las cosas, en los demás  casos citados lo mejor que nos ha pasado es regresar al autobús. Pero los arquitectos no son los únicos responsables de estos efectos. Hay tantos decoradores, tantas páginas de decoración, tantas revistas, suplementos, vídeos, congresos, profesionales, advenedizos que el mundo podría salvarse. ¿Por qué no ha empezado a producirse ya? Probablemente porque la conciencia social es demasiado tolerante y chusca y, en España, todavía dispuesta a compensar el mal rato que se pasa bajo techo al buen tiempo que hace al raso.

Ahora no queda una ciudad de provincias  donde no se haya alzado un edificio espectacular, especialmente un museo, para llamar la atención de los medios. La arquitectura de exterior vende mientras el interior permanece oculto tras el relumbre de los muros, su tecnicolor, sus planchas de titanio o de vidrio y acero. Tratar de alentar el interior es sin embargo el modo más auténtico de promover lo más noble de  la arquitectura. No hay arquitectura de valor sin el valor del espacio que crea. O, dicho de otra manera, el oficio del arquitecto se funda en la producción de espacios, de ámbitos de vida y de experiencias allí donde no había nada, recintos para las sensaciones, el bienestar, o la amistad desde donde se perfecciona la calidad de la condición humana.

He conocido arquitectos ilustres, con su nombre bien grabado en la historia de nuestra  arquitectura española, que ante la queja de los habitantes de sus viviendas les respondía airadamente que aprendieran a vivir. No construían estos arquitectos con el propósito de mejorar la calidad de vidas de los residentes sino para imponer su marca.  No investigaba en los deseos y sueños de los usuarios sino que se proponía imponerles sus propios delirios. De esta manera las viviendas que se construían eran poco a poco reformadas, retocadas, corregidas para pretender adaptarlas, mal que bien,  a la necesidad.

No pocos interioristas, desgraciadamente, han actuado así. Siguen una moda que puede estar cargada de disfunciones, incomodidades o  incluso  daños personales pero la extienden por restaurantes, lugares de copas, cocinas  o comercios de ropas sin vacilación. Así se han inaugurado barras de copas ante las que era imposible estar sentado, lavabos donde estaba excluida la intimidad, dormitorios donde era difícil conciliar el sueño y estudios en los que se hacía una tarea añadida lograr un mínimo grado de concentración. También en la corriente minimalista de los últimos tiempos se ha asociado el triunfo de un diseño con el grado de  frialdad. Lo cool era lo cool.  Las calidades de desnudez, invisibilidad, intangibilidad o grado cero se han asimilado a la máxima actualidad.

 Un premio como este que haga reflexionar sobre el interiorismo puede parecer más oportuno que cualquier otro que se planteara en cualquier momento un balance sobre la moda. Y no en un momento cualquiera sino precisamente ahora, en el tránsito del siglo XXI, en la tesitura de la postmodernidad, el post-arte, el posthumanismo, la post-estetética, el postsexo, lo posthumano. Porque en pocos momentos como ahora ha sido posible hacer tantas cosas distintas y actuales a la vez. No se está fuera de la moda porque se vuelva al romanticismo como Nina Ricci,  no se está fuera de la moda porque se haga Global Mix a lo Gaultier o Folk Chic a lo Mark Jacob. No se venden peor los pisos porque se haga postmodernismo a lo Oscar Tusquets o blanquismo a lo Richard Meier. 

Si alguna vez fue importante el interior es ahora cuando menos espacio público y natural nos queda. Si alguna vez la relación con los materiales, las formas, los objetos fue más trascendente es ahora cuando, por desgracia,  ha bajado la relación con las personas. En cerca de un cuarenta por cien han decrecido los contactos con el vecindarios, las conversaciones con los amigos y familiares en lso últimos quince años en nuestra zona mediterránea. La vivencia exterior se reduce en beneficio del interior, las tendencias del cocooning de  los años noventa o del nesting de este siglo.

 En los pueblos mediterráneos hemos experimentado más tarde este movimiento hacia el adentro pero el individualismo lo ha contagiado todo y con esa epidemia las personas se han refugiado en casa o han buscado, lugares de encuentro, donde el medio propiciara la comunicación segura. Unos de los últimos salones del Mueble en Milán se proponía el regreso al mueble de la abuela, el mueble de "la nona."
 Una especie de rescate, este del mueble, que da cuenta de la nostalgia por un salón, un cuarto de baño, una estancia de reposo donde la condición humana se apoye. O, por lo menos, tal como están las cosas que no se le claven las esquinas, no le agredan los focos, no le enerven los disparates de ingeniosos decoradores y  superartistas que queriendo hacerlo bonito para ellos, las revistas o sus colegas, sólo logran condenarnos a uno de los peores infiernos de la creación. A la idea de un albergue inmediato e irresponsablemente hostil, contrario a la idea primordial de haber sido bien tratados en el seno biológico o lo que viene a ser el interior doméstico de los primeros ,los siguientes y los últimos días.  

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24 de marzo de 2010
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Aviso a Sarkozy

Ha tardado Sarkozy en saberse imperfecto, limitado y humano, pero estas elecciones regionales en las que tan poco poder político se jugaba le han dado al final la mala noticia. Tendrá que renunciar a muchas cosas: por ejemplo, a la tasa sobre las emisiones de CO2 que tan alegremente había imaginado; a la promoción de nuevos e inútiles debates como el de la identidad nacional; o a repetir ambiciosas maniobras de apertura en las que quiere brillar como un monarca por encima del bien y del alma, es decir, capaz de pillar en las filas y en las ideas tanto del socialismo como del lepenismo.

El varapalo tiene un significado inequívoco. Si quiere repetir cinco años más como presidente de la República, hasta completar el decenio que le permitiría dejar una huella suficiente en la historia de Francia, no tiene más remedio que dedicarse a preparar la contienda electoral en vez de seguir cabalgando sobre el caballo brioso de su narcisismo presidencial. Para eso sirven estas elecciones: para dar un aviso a quien tiene el poder, castigar a ministros y ofrecer un lugar bajo el sol a quienes pugnan por abrirse camino hacia el poder. Levantan un hipotético mapa de cómo pueden ser las próximas elecciones presidenciales. No es seguro que el presidente sepa o quiera captar claramente el mensaje. Pudiera ser que hiciera oídos sordos a los electores y atendiera únicamente a su corazón. Tendría la agarradera indiscutible y engañosa de la coherencia política, de la fidelidad a sus promesas y a sí mismo, y del culto a la escultura ecuestre en la que ha esculpido su ambición: seguir en su empeño, sin mezquinos electorales. Afortunadamente para él, desde sus propias filas le llegan ya las voces del realismo y de los intereses más elementales, que le aconsejan modular su programa, acomodarse a los gustos del público y evitar nuevos aventurerismo políticos que le enajenen de los suyos y enerven la combatividad de los adversarios. Si quiere practicar nuevas aperturas que sean en dirección a sus propias filas, le están diciendo los suyos. Ahí está el Frente Nacional de nuevo crecido, como en los viejos tiempos de Mitterrand, dispuesto a dividir a la derecha en provecho de la izquierda. Ahí está también el Partido Socialista, de nuevo en el corazón de la izquierda y con los líderes y la capacidad para construir las alianzas que le devuelvan el gobierno. Ambos resurgimientos apuntan al carácter efímero del sarkozysmo, que no ha conseguido consolidar el esquema esbozado en anteriores elecciones, con una derecha ampliamente unificada y una izquierda cuarteada. El presidente deberá vigilar ahora para que no se invierta el esquema, y llegue a 2012 con la izquierda unida y la derecha troceada como en los viejos tiempos. Falta todavía mucho tiempo, dos años, para la gran contienda. Puede ser que el varapalo electoral sea útil para Sarkozy. Tiene tiempo para reaccionar y poner orden en sus filas y en sus pasiones desbordadas. Puede todavía matar la semilla de la discordia sembrada en su propio campo y abonar y cuidar la sembrada en el ajeno. Pero deberá dedicarse a fondo a estas tareas de horticultura electoral a largo plazo tan ingratas y dificiles para quien gusta de las pompas y los placeres más inmediatos del poder.

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24 de marzo de 2010
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La forma de una ciudad

 

 

Fui a Nantes con una misión. Y pude cumplirla. Es una buena manera de visitar, o de regresar, a  ciudades que ya conoces. Una excusa para volver a formas de ciudades que estimas. Los que hayan seguido los paseos, y paradas, de estos años ya saben de cariños,  y algunos lugares comunes a los que me gusta volver. Hay ciudades para disfrutar, y de vez en cuando compartir. Un lugar común en mi vida es Nantes. Hace más de treinta años la conocí y me sigue sorprendiendo. Primero fui por placer, segundo por trabajo y nunca por rencor. Esa forma de villa, como dice mi admirado Julien Gracg, me gusta y me despista. Todavía es un placer perderse por una ciudad que creías conocer. Hay días, y noches, que se dan la vuelta los mapas de mis ciudades y me encuentro otra vez en ellas despistado y volviendo a ser el viajero que necesita ayuda.

La ciudad es humana, no deslumbrante monumental, con su pasado lleno de esclavos, de explotación y negocios sucios- como algunas de las mejores ciudades de occidente- y sus comercios de decorado de película francesa. Jardines, mercados, plazas y barrios reconstruidos después de los bombardeos nazis, chocolaterías, lugares de jazz y discotecas infernales, pasajes comerciales, teatro de la ópera, nueva cocina y restaurantes centenarios, bolsa, vieja prisión,  librerías, anticuarios, palacio de Justicia, palacios sin justicia, un rascacielos, varias iglesias, catedral, tranvía, río, jardines, parques, el castillo de los duques bretones y un elefante en el que los niños y mayores parecen lectores de Verne. En fin, una ciudad francesa  con la memoria de su vieja aristocracia, con su orgullo de revolución burguesa y con la vitalidad de haber dado más importancia a la inversión cultural que a otras inversiones. Un ejemplo. Una rareza.

Para mí, desde hace casi veinte años es la ciudad del Festival de Cine Español, por la gracia de su directora, su creadora, Pilar Martínez, sigo visitándolo cada poco tiempo, Con película, con rodaje- mi segunda película partió del conocimiento de unos brigadistas de Nantes- con la excusa de ser jurado. Este año he sido jurado. He cumplido mi misión. Hemos premiado a la mejor. De vez en cuando esa "justicia poética". Tengo que guardar el secreto hasta el próximo sábado. Lo intentaré. Pero estoy deseando contar esa película. Ha merecido la pena.

Siempre merece la pena pasear por la ciudad de Julio Verne, no hace falta conocer su museo. Pero para mí, además de una de las ciudades de Gracg, es la ciudad dónde creció Jules Vallés. Todavía me sigue emocionando el espíritu insurgente de aquél escritor ácrata y libre. De infancia dura y juventud rebelde. Los que quieran que vuelvan a sus libros. Volveré a Nantes. No seré insurgente pero lo intento entre ostras y buen vino.

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23 de marzo de 2010
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El amor al interior (1)

Los amigos nos citamos en Chicote o en Boadas a tomar una copa. No vamos a tomar una copa a cualquier parte, y la copa allí no es cualquier cosa que se bebe sino que se toma de paso la  experiencia de un lugar y mezclado al sabor del trago. El ambiente de un recinto cerrado es el primer ambiente importante de nuestra ubicación en este mundo. No nacimos al aire libre sino comprimidos en un mundo interior. Por nacimiento mismo somos  más interioristas que exterioristas, más del albergue materno que de la madre naturaleza.

En 1963 Rachel Carson publicó su libro luego casi bíblico titulado The Silent Sprint y desde ese momento se dio por iniciada la conciencia del medio ambiente natural. Nunca antes ni después de aquella fecha un movimiento social ha alcanzado tanta audiencia y acatamiento en proporción al intervalo de su desarrollo. El ecologismo que inauguró ese manifiesto de Rachel Carson en The Silent Spring hizo pensar de otra manera en los bosques, creer como nunca se nos habría ocurrido en la bondad de los coyotes, nos despertó al cuidado de no echar residuos en los ríos, y nos inició en el arte de amar incluso a las focos.  El exterior, animado e inanimado,  se introdujo en nuestro interior como una nueva fe y los norteamericanos tan hábiles en la comunicación de la cultura y tan formados en la teología  tradujeron ese respeto por el entorno en una religión. Nadie pudo en lo sucesivo declararse insensible al medio ambiente e  irrespetuoso con el exterior. Dios había sido reemplazado por la Naturaleza y los pecados por tirar las pilas al suelo. El mundo desarrollado empezó a caracterizarse por su sensibilidad respecto al paisaje y conjuntamente por un impenable tratamiento de la basura. La basura que hasta hace poco había sido tomada como un excremento que se rehuía incluso oler pasó a ser un producto que merecía inexcusablemente ser tratado. Todo residuo, cualquier detritus de un país moderno merece hoy un buen tratamiento porque el entorno exterior debe ser protegido a toda costa.

Paradójicamente, sin embargo, no ha sucedido lo mismo con el espacio interior. Toda la sensibilidad parece haberse dirigido a salvar el destino del exterior mientras el interior se condenaba.  En las escuelas enseñan a los niños la reverencia al entorno natural haciéndoles entender que su vida moral y física depende de ello pero nadie se ocupa de alertar a los alumnos sobre las amenazas del interiorismo que pueden acabar más directamente con su dignidad y su amor a la vida. Desde las cafeterías de colores naranja que se iluminan como quirófanos sin piedad hasta los comedores que albergan motivos angustiosos,  los arquitectos, los interioristas, los decoradores o los aficionados a cada una de estas dedicaciones han colmado nuestro país -y otros muchos países- de crueles e irremediables ambientes que corroen silenciosamente la vida, arrancan pedazos de fe en el destino, amargan la mirada y ayudan repensar el mundo como una incesante producción de telebasura. Cualquier empresario puede, como es de razón, plantearse la inauguración de un cine, un hotel, un salón de té, una tienda de electrodomésticos y nadie parece pensar que la mercancía y el cliente mantendrán una relación dentro de ella. Lo malo, sin embargo, es que lo piensan. Lo piensan con detenimiento los arquitectos de algunos hospitales que los diseñan como largos túneles hacia el tanatorio, lo piensan los ambientadores de iglesias que las convierten en almacenes de carga, lo piensan quienes habilitan redacciones de periódicos transformadas en clínicas psiquiátricas.

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23 de marzo de 2010
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El espacio del escritor

Una de las preguntas más frecuentes cuando se trata de entrevistar escritores e indagar en su método de trabajo tiene que ver con su espacio, el lugar donde escribe, la guarida de la creación, la leonera, al decir de algunos. Y todo parece indicar que,a menudo, este espacio pertenece más bien a la elusiva categoría de lo romántico, de una cierta idealización de la realidad. A veces leo las respuestas de escritores que indican con todo lujo de detalles dicho lugar, el primor con que lo han ido llenando de objetos prácticos --lápices, plumas y más recientemente dispositivos electrónicos de toda índole-- tanto como de fotografías, objetos decorativos, infinidad de libros como un horizonte inabarcable de lecturas y rumas de papeles que en las fotos adquieren esa cualidad misteriosa que exacerba la imaginación del observador. Algunos escritores suelen añadir que no pueden trabajar o les resulta difícil hacerlo fuera de aquel despacho, de aquella habitación convertida en su centro de trabajo y que añoran cuando se encuentran lejos, pues la inspiración les abandona o simplemente la incomodidad de hallarse alejados de su lugar habitual les inmoviliza para crear. Y debe ser cierto, pero también lo es que muchos aspirantes a escritores suelen estar más pendientes de encontrar ese lugar y de crear una cierta atmósfera que de el hecho de escribir en sí. Algunos encuentran ese lugar fuera de casa, de preferencia en cafés antiguos, donde creo advertir un cierto punto de exhibicionismo: basta con entrar al madrileño Café Comercial para encontrarse en ocasiones un disciplinado y reconcentrado ejército de escritores frente a sus portátiles, absortos en sus novelas o en sus poemas. Unos cuantos perseveran con las libretas y los bolígrafos. Porque para algunos, escribir entraña también una cierta estética.

Lo cuenta Julio Ramón Ribeyro, creo que en sus «Prosas apátridas»: dice que cuando era muy joven se sentaba frente a una máquina de escribir, y con un vaso de agua como si fuera de vino, mordisqueaba una pipa de su padre y soñaba con escribir. Repetía los gestos que su imaginación adolescente le había procurado para alentar una imagen más bien vicaria de lo que él consideraba que era ser escritor. Su conclusión, al menos así la recuerdo, es que treinta años después está sentado frente a una máquina de escribir, con un vaso de vino y un eterno cigarrillo humeando en un cenicero cercano, pero despojado totalmente de su carácter romántico. Porque crear un espacio para escribir es magnífico... si lo conseguimos. Pero buscar tiempo para escribir donde podamos y cuando podamos es mejor. O más realista.

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23 de marzo de 2010
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Hambre de verdad (2)

Antes que la receta dudosamente revolucionaria propuesta por Shields en su libro Reality Hunger: A Manifesto (según Shields, a la novela muerta de muerte natural hay que oponerle 'la anti-novela, construida a partir de sobras, de la chatarra': o sea, un refrito del ya clásico cut and paste, justificado ahora por las facilidades que las nuevas tecnologías regalan a los cultores del plagio), me interesa su diagnóstico.

Para que un manifiesto, tanto artístico como político, haga olas (y Shields las está haciendo, a juzgar por la reacción en la red y en medios como el New York Times y el New Yorker -gracias, Gonzalo B), lo importante es que traduzca una sensación de malaise que debe haber estado flotando en el aire hasta entonces sin que nadie la nombrase del todo, o al menos con agudeza. Y cuando gente como Michiko Kakutani y James Wood se hace cargo del asunto, es porque algo está sonando. No hace falta recurrir a generalizaciones como 'el público', o 'los lectores', para esconder la mano que tira la piedra: estoy convencido de que somos muchos los escritores (y Shields lo es, y hasta hace poco lo era además a la vieja usanza) que creemos también que el Estado Actual de la Novela es, por así decirlo, poco excitante. ¿Quién podría disentir con Shields cuando sostiene que la mayoría de lo que se edita es aburrido y produce, en consecuencia, deserciones en masa en el campo de los lectores de ficción?

Ya llevo mucho tiempo comparando en mi país las listas de ventas de Ficción y No Ficción. No tanto por las cifras, de las que paso olímpicamente, sino por la oferta que representan. Del lado de la Ficción suelen estar los best-sellers de siempre, internacionales en su mayoría; el título que haya ganado el premio del momento; alguna novela que haya logrado colarse por obra y gracia de las operaciones que los críticos hacen desde los suplementos literarios, y poco más. Del lado de la No Ficción suele haber siempre algún lamentable título de autoayuda, pero esencialmente hay ensayos y libros de historia y en especial de historia reciente, y también de crónicas e investigaciones. De manera indefectible la columna de No Ficción termina resultándome más interesante, no porque prefiera la prosa periodística o académica (aunque entiendo que muchos libros de crónicas, como por ejemplo los de Leila Guerriero y Cristian Alarcón, tienen un nivel artístico superior a la mayor parte de lo que pasa por ficción), sino porque me parece que refleja las características, complejidades y dilemas de mi tiempo mucho mejor que la otra columna.  

No estoy tratando de decir aquí que la ficción debe hacerse cargo de la realidad, o reflejarla especularmente. (No debe hacerlo de manera realista, cuanto menos.) Lo que quiero decir -y aquí no puedo dejar de sentir cierta empatía con Shields- es que cuando el mundo en que vivo se ve tanto más excitante y potente y desafiante que la literatura que llega a las librerías, algo está funcionando mal.

 (Continuará.)

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23 de marzo de 2010
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El Boomeran(g)
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