Skip to main content
Category

Blogs de autor

Pasiones mitológicas: Museo Nacional del Prado.

Blogs de autor

Miradas

Para una mirada pornográfica, todo es pornográfico. Y esta es la mejor enseñanza de la exposición del Prado, ‘Pasiones mitológicas’

Una de las curiosidades más impertinentes de la cultura europea es la de que, siendo de usanza cristiana e incluso cristianísima, como en tiempos de Felipe II, hubiera tal demanda de paganismo entre la nobleza. Lo que sucediera entre plebeyos da lo mismo porque no podían ver más figuras, imágenes, esculturas o pinturas que las religiosas.

Si la proximidad de las vacaciones les permite acercarse a Madrid, ciudad quizás abierta, no olviden la exposición del Museo del Prado. Gracias a Miguel Falomir, esta es una de las mejores que he visto en mis muchos años de aficionado. Su título, Pasiones mitológicas, trasciende la turbulencia de los ardores sexuales. La selección de pinturas nos sitúa en una de las cimas del arte occidental, cuando Tiziano trabajaba para Felipe II pintando “poesías”, es decir, escenas mitológicas. Hay aquí algunas de las mejores pinturas de toda la historia, con una selección de inmensas piezas de Rubens, Poussin, Veronese o Allori. Pura afirmación de la vida sobre la Tierra, un triunfo del gozo de vivir. Pero es algo más que una opulenta colección de desnudos femeninos y sus amantes viriles. Permite, sin duda, admirar un momento sublime del arte, pero también reflexionar sobre la filosofía que inspiraba a estas pinturas según la enseñanza neoplatónica dominante en Venecia y Florencia. Hay expertos que las consideran mera pornografía para ricos, como Charles Hope, un considerable especialista que dirigió el Instituto Warburg sin gran provecho.

Para una mirada pornográfica, todo es pornográfico. Y esta es la mejor enseñanza de la exposición: ya ha habido protestas de ojos pornográficos a los que ofenden las diosas desnudas ni que las pinte Tiziano. Así que, créame, lleve usted sus mejores ojos.

Leer más
profile avatar
9 de marzo de 2021
Blogs de autor

Nunca más solas: el camino de las mujeres viajeras por Liliana Chávez

Viajar sola, el libro de la investigadora y periodista mexicana Liliana Chávez que acaba de publicar la colección Periodismo Activo de la Editorial Universidad de Barcelona, lleva a sus lectores a los lugares donde se metieron grandes escritoras del pasado, como Elena Garro y Rosario Castellanos, sin compañía ni permiso de padres o maridos, a contracorriente de sociedades machistas abriendo camino y desbrozando maleza. Y también al nuevo viajar y contar de andariegas actuales, como María Moreno, Magali Tercero y Susana Chávez-Silverman.

Con todas ellas, se sumerge no solo en sus crónicas y libros publicados, sino que también se interna en fascinantes textos poco transitados por los investigadores: cartas, diarios, relatos íntimos.

El libro está investigado con rigor, y uno de los principales valores que presenta es que se interna en un corpus raramente transitado por los estudiosos: las cartas, los diarios personales, el relato de experiencias íntimas, que no suelen considerarse a la hora de estudiar la obra de los escritores y tampoco son parte de las experiencias de viaje que incluso las mismas viajeras consideraron de valor para publicar en libros o en artículos. Pero estos textos permiten estudiar la experiencia misma de viajar, el encuentro con expresiones denigratorias, machismo, incluso peligros.

El viajar solas de estas mujeres era un desafío a los cánones de su tiempo. Y, sobre todo, las mujeres que estudia este libro son latinoamericanas, de la periferia. Mujeres de países machistas, donde incluso sus parejas y familias, muchas de las cuales estaban en la parte más liberal, la élite ilustrada de su época, no las apoyaban y en muchos casos no las entendían.

Es muy valioso el contraste con las viajeras de dos y tres generaciones más tarde. Las condiciones son mucho mejores, pero persiste la extrañeza de ver a la mujer viajando sola o entre mujeres, en muchos lugares del mundo.

El texto es a la vez un estudio literario y una etnografía de la viajera y su abrir caminos para una visión femenina del mundo y para las cosas que su género podrá hacer en el futuro. El camino, como indica el mismo libro, todavía no está completado, porque aún no es igual viajar como mujer que como hombre.

Es una lectura indispensable para entender y admirar el viaje y la pluma de estas pioneras y sus atrevidas herederas. Muestra un camino prometedor en la investigación, al combinar en textos que no son biográficos elementos de la obra publicada, de escritos epistolares y de notas para sí mismas de estas viajeras, y usar una amplia bibliografía.

Una de las tantas felicidades de su lectura es la combinación de rigor académico y un lenguaje cercano a la divulgación y el periodismo narrativo, muy apropiado para explicar los conceptos, seguir un orden cronológico y comprensible.

Esto es especialmente destacable y encomiable porque muchos de los capítulos tienen temas que invitan al estudio de una complejidad teórica y el encuentro de saberes cruzados o híbridos.

Por ejemplo, en el estudio del uso de la mescolanza de lenguas, un spanglish propio con inventos y cruces entre el español y el inglés donde desafía a los puristas e incluso a los que buscan un idioma de los latinos de EEUU “normalizado”, el estudio de la obra de Susana Chávez-Silverman se adentra en conceptos de la lingüística y de la sociopolítica. Lo encuentro un modelo de estudio de una búsqueda de lenguaje híbrido y en construcción.

En otro capítulo, donde Chávez analiza los textos viajeros de María Moreno, se interna en el modelo de la viajera desafiante de los gustos y lo aceptable, una erudita que hace de ignorante y desde una posición “proletaria” critica y parodia el gusto burgués.

En ambos casos, el trabajo textual combina la visión del relato de viaje desde la experiencia viajera misma, desde la búsqueda de un lenguaje nuevo y novísimo para contar el viaje, y el permanente debate con y rechazo de las formas canónicas de viajar y de contar el viaje. Para esto acude a estudios de feminismo, de antropología, de sociología, de investigadores del periodismo, la literatura y la sociolingüística.

Como saben muchos de los seguidores de este blog, yo soy el director de esa colección. Hace años que conozco a Liliana, desde que juntaba lecturas, entrevistas y experiencias para su fascinante tesis de doctorado en Cambridge, que también verá la luz como libro este año. Cuando me contó de esta investigación, de inmediato supe que sería una excelente contribución a esta colección que empezó hace casi una década en Barcelona.

Desde 2013, casi sin buscarlo, el mundo de la literatura de hechos reales escrita por mujeres y el camino de las mujeres viajeras se convirtió en uno de los sellos de Periodismo Activo. Empezamos con una antología de entrevistas de Margarita Riviére, seguimos con la visión de la comunicación política por Estrella Montolío, y el trío de libros sobre el viaje y las mujeres, de María Angulo (Inmersiones), Patricia Almarcegui (Una viajera por Asia Central) y Juliana González-Rivera (Viajar y contarlo).

Viajar sola corona este esfuerzo colectivo. Se lee con deleite y nos deja pensando y soñando con nuevos cruces y con la admiración del camino recorrido por estas intrépidas viajeras. Hoy, en el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, quiero recomendarlo con fervor.

Leer más
profile avatar
9 de marzo de 2021

Paleta de colores de la artista Leticia Feduchi

Blogs de autor

Espacios de reconocimiento

Sabemos la cara que tenemos y el aspecto con el que nos presentamos al mundo porque los hemos visto a lo largo de los años reflejados en diferentes espejos. De la misma manera, sabemos lo que pensamos o ponemos nombres a nuestras ideas porque antes lo hemos visto o leído en alguna manifestación cultural. Porque hemos adoptado una especie de patrón que nos ha ayudado a darle forma a una masa de sensaciones. Por eso estamos tan agradecidos a esos escritores que han puesto palabras a lo que sentíamos o esos artistas plásticos que han representado alguna escena que creemos haber vivido en otra existencia o en un sueño. A ellos les debemos las metáforas con las que hemos construido nuestro universo simbólico, como tan bien ha expuesto Anne Carson en Eros dulce y amargo, publicado hace unos meses por Lumen.

Si damos con el patrón adecuado, nos reconocemos satisfechos y caminamos con pie firme. La búsqueda de ese re-conocimiento es el motor que nos empuja a la cultura, principal espacio de construcción de metáforas. A lo largo de la vida, aprendemos el nombre de las cosas y el funcionamiento de los mecanismos que hacen posible la vida en sociedad. Así adquirimos conocimiento. Sin embargo, todo ese bagaje al final tiene muy poca profundidad si no se produce el re-conocimiento que las manifestaciones culturales hacen posible.

He llegado a esta maraña de reflexiones tratando de dar respuesta a la pregunta de por qué me había impactado en el modo en que lo hizo la película Las niñas, de Pilar Palomero, flamante triunfadora de los Premios Goya.

He leído muy pocos libros, apenas ninguno, en los que se pretendía retratar a mi generación. Demasiados problemas tengo para consolidar un relato suficientemente sólido de lo que viví y cómo lo hice. Tratar de conjugar mis propias complicaciones con las de otros sería un esfuerzo muy por encima de mis posibilidades. Además, existe el riesgo de tener que acabar aceptando que los demás han interpretado mejor que una misma las propias vivencias. Bastante vértigo.

Sin embargo, no he podido evitar reconocerme en los silencios de Celia, la protagonista de Las niñas, en una interpretación excepcional de Andrea Fandos. Decir que a veces se dan silencios muy elocuentes en las manifestaciones artísticas es un lugar común. Pero no por eso se debe dejar de prestarles atención. Los silencios de la niña Celia se llenan con una cinta de casete que le graba su amiga de Barcelona. En mi adolescencia, el duende maldito que invita a soñar de la canción de Héroes del silencio me parecía realmente cargado de misterio, anunciador de prodigios que podrían suceder en un futuro o que ya le estaban pasando a los demás. Con frecuencia, la vida era lo que le pasaba a los otros, como en los libros que leía. Pero ilusionaba saber que era posible que en la noche existiera un duende misterioso. De la misma manera, reconforta saber que siempre es posible que sucedan cosas inesperadas que superan los límites más romos y predecibles de la construcción que conocemos como realidad: en la película, la educación religiosa y opresiva y las estrictas normas cotidianas de la madre de Celia.

Esa posibilidad de los prodigios se da, por ejemplo, en los talleres o estudios de los artistas plásticos. Siempre o casi siempre que he visitado alguno, he experimentado esa sensación de reconocimiento o de hallazgo, que vienen a ser dos fenómenos muy similares. La persona que lo visita pude reconocerse en el taller de Jaume Plensa, en el de Eduard Arranz-Bravo, en el de Vicente Rojo, en el de Jordi Bernadó, en el de Nuria Melero o en el de Leticia Feduchi porque allí es posible que suceda cualquier epifanía. Son los sitios de la imaginación. Y del trabajo que es la indagación en esas posibilidades. Por eso son lugares capaces de fascinar a cualquiera, porque todo el mundo espera presenciar esa suerte de big bang del que se desprenden las metáforas que darán forma y significado a lo que hasta entonces solo era misterio.

A modo de autorretrato, Jaume Plensa reprodujo una fotografía de la pared de su taller con sus herramientas en un gran muro del MACBA durante la exposición que el museo barcelonés le dedicó en 2019. En unos términos muy parecidos, Vicente Rojo tituló Autorretrato un collage de grandes dimensiones en el que colocó una infinidad de objetos que había guardado durante años en su taller. En ellos estaba su vida, más que en su propio cuerpo o en su rostro. Cualquiera puede reconocerse en los lápices consumidos, en las tijeras escolares o en los soldaditos de plomo. Reconocimiento en la vida de los otros, en lo ya vivido o en aquello a lo que todavía pueden dar vida desde su estudio.

También allí es posible encontrarse con una parte –aunque arcana– de uno mismo en la paleta de un pintor. Esa es la materia originaria por antonomasia. Materia, forma y color. De nuevo el big bang justo antes de la gran explosión. O también la semilla de la que saldrán miles de bosques, aunque de momento no habla. El silencio que precede al murmullo de la erupción y el silencio que queda cuando ya todo ha pasado. Por eso, el silencio del estudio es un silencio falso, como el de Celia. Por lo general, los talleres están repletos de objetos que hablan y, con más o menos orden, reproducen los pensamientos de la persona que los ha reunido allí. El mensaje resultante dependerá del código y la gramática que aplique cada cual para ordenar todas las metáforas escondidas en el misterio y acabar reconociéndose.

Leer más
profile avatar
8 de marzo de 2021

Robin Williams en "El club de los poetas muertos"

Blogs de autor

Un malestar sin poetas

 

Hubo un tiempo en el que la noción de esfuerzo se transmitía de padres a hijos. No hacían falta palabras; bastaban las manos callosas que subían el butano y los delantales gastados. Y aunque su sudor nos conmoviera, nada era capaz de herir la hermosura que íbamos hinchando a base de azúcar y ensueño. El amor estaba en el aire, ­pero también un destino digno: la promesa de que viviríamos mejor que nuestros padres pues se abría la puerta de un ascensor social hasta entonces bloqueado. España enfilaba su norte estrenando Seats, libertad y futuro.

“Quiero que encuentren su propio camino, en cualquier dirección: con estilo orgulloso, con estilo tonto, como sea”, decía el profesor Keating a sus alumnos en El club de los poetas muertos. También les recordaba que todos seremos alimento para los gusanos, por ello les alentaba a aprovechar el tiempo, a vivirlo abrazando lo extraordinario. Y aquel profesor interpretado por Robin Williams se subía a la mesa para explicar el punto de vista: pobres quienes no saben mirar las cosas de manera distinta. Los que entonces éramos jóvenes idealistas adoramos la película y leímos con más ferocidad a Whitman, Frost o Maria-Mercè Marçal, versos que nos liberaban del miedo a despeñarnos si pensábamos diferente, esa “desesperación silenciosa” que nombraba Thoreau. Nuestros profesores no se subían a un pupitre, pero nos abrían el hambre y la sed de conocimientos. La guerra estaba lejos. A nuestros veintitantos bombardearon Sarajevo, donde, como cuenta la escritora Dubravka Ugrešic en su deslumbrante ensayo La edad de la piel (Impedimenta), una niña que acabó en la sección psiquiátrica de un hospital respondía a la pregunta de los médicos “¿qué es lo que más miedo te da?”: “Las personas”.

Hoy, nuestros hijos, zetas y millennials , saben que vivirán peor que nosotros. La pandemia ha multiplicado la hilera de puertas impenetrables. Licenciados y con másters aspiran no más que a cronificar su estatus de becarios. Los gurús del mapa disforme de las nuevas leyes sociales no son ya poetas ni maestros, sino El Rubius o Kim Kardashian. Suelen identificar el éxito con la provocación y la vacuidad del postureo. Y se ven salpicados por la ola de cinismo que dificulta la principal máxima de la democracia: vernos como verdaderamente somos, mientras falsas verdades encienden la mecha del odio.

Las expectativas de los jóvenes son miserables, lo que les lleva a no sentir el mínimo apego por el sistema. Algunos acaban comprando argumentos populistas: radicalidad, violencia, rechazo de lo democrático. Se han acostumbrado a que vendedores disfrazados de coach desplacen a la autoridad intelectual y científica. Ahí está, por ejemplo, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele –39 años–, que gobierna el país con poder absoluto desde varias pantallas, incapaz de mantener una conversación de Estado sin mirar cien veces su teléfono.

El cambio de paradigma analógico/virtual ha supuesto el triunfo de una forma de entender el conocimiento que sigue la lógica de la fast food: facilidad y rapidez, satisfacción inmediata, nada productivo, ni una miga de beneficio. Y si a eso le sumamos el desplome de la espiritualidad –casi la mitad de quienes tienen entre 18 y 24 años no se identifica con ninguna fe–, se agiganta el vacío. Lo resumía el escritor Adam Zagajewski: “En general, lo grande no puede ser expresado. En cambio, lo pequeño sí: se puede intentar”.

El manto de la cultura ha dejado de protegerlos. Les ha fallado el principio de la retribución: no por mucho estudiar tendrán un lugar en la vida. Extraños de sí mismos, su desmotivación dificulta incluso la rebeldía. Pero no lo olvidemos, el malestar de los jóvenes violentos esconde el silencio herido de los pacíficos, que empiezan a temer más a los adultos que al fuego, como aquella niña de Sarajevo.

Leer más
profile avatar
8 de marzo de 2021
Blogs de autor

El hombre cuenta (VII): el botón rojo

Formularé una pregunta hoy usual: ¿es legítima la dejación de responsabilidades consistente en trasladar a un ente maquinal tomas de decisión sobre asuntos con grandes implicaciones, y que  hasta ahora eran tratados exclusivamente por seres humanos?  La pregunta   suscita de inmediato una segunda:

¿De qué asuntos se trata? Y caso de que efectivamente se trate de cuestiones de gran complejidad, que exigen no sólo conocimiento técnico sino potencialidad de discernimiento moral o de valoración estética, entonces surgiría de inmediato una tercera pregunta: Pero, ¿es que hay realmente entes maquinales susceptibles de cumplir tal rol?

Consideremos un caso  extremo (no quizás el más problemático): el presidente de los Estados Unidos  que en todo momento tiene relativamente cerca  el maletín nuclear (Trump al parecer no lo soltó hasta el último día) se ve en la disyuntiva de apretar el botón o no, dada una presunta amenaza se potencia enemiga. Sus consultores le manifiestan carecer de criterio y le dejan efectivamente sólo ante la decisión.

¿Cabe pensar que en última instancia recurre a un ente maquinal convencido de que este tiene criterio a la vez fundado en más acusada percepción de los datos en juego, mayor capacidad de calcular las pérdidas que la acción provoca y asimismo  las que ocasionará la inevitable respuesta. Calculará si vale la pena desde un punto de vista militar y asimismo desde el punto de vista económico. Pero hay algo más:

Hemos de suponer que el presidente en cuestión no es un canalla. Palabra esta que dice muchas cosas sin necesidad de recurrir al concepto que subyace, de trasfondo kantiano y sobre el que hemos de volver, avanzando que un canalla es aquel que no tiene reparos en instrumentalizar a los seres de razón, en instrumentalizarlos para su inmediato interés empírico, en no considerarlos como fin en sí.

Estoy pues suponiendo que el interlocutor maquinal del presidente de los Estados Unidos es un ser dotado no sólo de inteligencia computacional sino también de esa  segunda modalidad de la razón kantiana que es la moralidad, que solapa en parte aquello que el pensador español Gabriel Zubiri denominaba “Inteligencia sentiente”.

Si supusiéramos que hay un ente maquinal de estas características sería perfectamente imaginable (aun no digo que sería legítimo) que en la soledad de su despacho el presidente de los Estados Unidos depositara en él la decisión final de apretar el botón rojo.

Leer más
profile avatar
5 de marzo de 2021
Blogs de autor

Exigente

Preguntan a un político regional en quién le gustaría reencarnarse en caso de fallecer un día de estos, y responde que en Garbiñe Muguruza. Una espléndida elección, pienso yo; esbelta, campeona de tenis, rica, agraciada, pero, y aquí detengo la reflexión, con un pésimo cutis, comido por el acné más salvaje. Mi altísimo nivel de exigencia vuelve a jugarme una mala pasada; habría coincidido con el político, lo que, bien llevado, me hubiera reportado pingües beneficios, pero, zas, por esa nimiedad, lo he tirado todo por la borda. Por cierto, recuerdo ahora, con todos los detalles, cómo se vino abajo mi noviazgo con la heredera destacada de una de las grandes familias del franquismo económico y estratégico. Una interesante mujer, hasta que descubrí que pronunciaba Norruega en vez de Noruega y que en la exposición sobre Turner que visitamos en la Tate llevaba, escondida en la manga, una chuleta escrita a bolígrafo con los datos sobresalientes del pintor.

Leer más
profile avatar
4 de marzo de 2021
Blogs de autor

Contenidos

La primera manifestación de tu vida es como el primer beso: recuerdas el dónde y el a quien, pero no a qué supo. El futuro es un sabor incierto. Después de una larga vida de manifestante resoluto aunque pacífico contemplo con curiosidad el mapa de las actuales protestas callejeras, prestando especial atención a las de Barcelona, no tanto por su inusitada violencia como por sentimentalismo; fue la ciudad donde, sin vivir en ella, me manifesté el 11 de septiembre de 1977 en la Diada de Tarradellas. Besos, aquel día gozoso, di muchos a quien me llevó del brazo.

Como vengo de un tiempo antiguo y muy largo, las causas por las que me movilicé antes en el Madrid antifranquista de mi juventud, siendo ineludibles tenían la adrenalina de la peligrosidad: todas estaban prohibidas. Mi primera manifestación permitida y multitudinaria hube de hacerla fuera de mi país, protestando en otoño de 1973 y en Londres, donde vivía entonces, por el derrocamiento de Salvador Allende. Pocos años después ya se pudo ocupar la calle en España, y supimos de otras injusticias, de otros crímenes, de otros derechos todavía por conseguir. Se hacía conciencia al andar.

Guardo en la memoria con especial viveza la de febrero del 2003 por la Guerra de Irak, casi tres millones en toda España unidos por el No a la guerra. Yo la recuerdo porque se hizo eterna en el lento trayecto de Cibeles a Sol; siempre he sido andarín, pero mis huesos ya se me quejaron, y aún no quiero llevar, por presumido, un sillín desplegable.

En la televisión destaca mucho el fuego barcelonés. Ya no hay manifestación que se precie sin contenedor en llamas, aunque es verdad que contra el franquismo la basura se lanzaba peor: había demasiada. Aquellos primeros besos robados a la concupiscencia de la libertad los veo llenos de contenido, ardientes con razón. Quemar por quemar es como un gatillazo.

Leer más
profile avatar
4 de marzo de 2021
Blogs de autor

María Iordanidu

El verano de 2019 me fui de vacaciones al Cáucaso para cruzarlo a pie. De Tiflis a Batumi, ciudad sin igual. La gran belleza ocurrió en Kazbegi, región en la que me hubiera gustado quedarme unos días más. Allí conocí a Guli, dueña de una tiendita de abarrotes. Guli hablaba inglés porque su hermana gemela vivía en Reino Unido y la visitaba muy a menudo. Me contó que su hermana se fue de Georgia cuando apenas tenían veinte años y la guerra de Abjasia ya había hecho mucho daño. «I missed her so much, but I felt like staying home», me dijo.

Guerra y vidas separadas. Hace poco llegué al nombre de María Iordanidu (Constantinopla 1897 – Atenas 1989), a quien la irrupción de la Primera Guerra Mundial la pilló de vacaciones en el mar Negro, en Batumi. Como a la protagonista de su novela, Ana, este acontecimiento la obligó a quedarse en Rusia cinco años. Borrada de la faz de la tierra y sin noticias de casa, tuvo que aprender ruso y adaptarse a un país trémulo. «Cuando se encienden las estufas y los samovares, cuando tienes los pies enfundados en unas buenas botas de fieltro y el estómago lleno, el invierno ruso es precioso. Pero si no tienes todo eso, mejor que no hubiera invierno».

Cada vez me gustan más las novelas de aventuras, lo raro es que antes las aborreciera tanto. Por cierto, sigo deseando que publiquen los viajes de Ibn Battuta en español. Leer en inglés resta entusiasmo.

El libro de Iordanidu me ha maravillado por su cotidianidad en los grandes acontecimientos. El tono costumbrista genera comodidad al leerla, una narración superficial que admite y busca la imaginación del lector. Cómo me hubiera gustado entrevistar a María Iordanidu. ¿Quién más es capaz de describir en un tono tan irónico y entusiasta un naufragio en tierra hostil? Personaje fragmentado, pero campechano. La edición de Acantilado cuenta con un glosario esencial y unas valiosísimas notas de la mano de la traductora Selma Ancira.

«Amorcito». Algunas palabras resuenan como un semantron en el oído, como una voz venida de otro mundo. De un mundo que ya no existe, y runrunean nostálgicas en el mundo que empieza.

Semantron: instrumento de percusión idiófono que en los monasterios ortodoxos es usado para llamar a los monjes a orar.

Kazbegi

 

Batumi

Leer más
profile avatar
3 de marzo de 2021
Blogs de autor

Violencia S.A.

Yo no creo que a los incendiarios les importe una higa el rapero matón, se trata de una violencia similar a la de los hijos de ETA, pero mejor organizada y con varios brotes a muchos kilómetros

Puede ya verse con cierta distancia cómo arden las ciudades más ricas de España. Los cuerpos de policía hacen lo que les ordenan sus jerarcas, los cuales, en algunos casos, no es evidente a quién obedecen. El portavoz de Unidas Podemos, el personaje llamado Echenique, felicitó a los violentos. Los jefes del separatismo y un valenciano riñeron a los guardias. Salió entonces Carmen Calvo para hacer de policía buena y reprochó a Podemos que no condenara el terror. Sin embargo, Pedro Sánchez no dijo ni pío hasta el tercer día, con lo que imaginamos que estaba recibiendo un mensaje y tenía que rumiarlo. Es lento.

Yo no creo que a los incendiarios les importe una higa el rapero matón, se trata de una violencia similar a la de los hijos de ETA, pero mejor organizada y con varios brotes a muchos kilómetros. Tienen dinero. En los reportajes, a pesar de que los periodistas procuran sacar siempre de espaldas a los terroristas, se distingue con claridad a los cabecillas, aunque desde luego nunca cazan a ninguno. También se observaba que en Barcelona los Mossos actuaban con exquisito cuidado para no amostazar a su alcaldesa.

Visto a distancia, se advierte que no es una exhibición de kale borroka, sino un aviso a Pedro Sánchez. Le están diciendo: te gusta mostrarte díscolo, Pedro, así que toma nota de la que podemos armar cuando nos dé la gana. Sánchez ha de agachar la cerviz, ese es el mensaje que le han enviado los grupos que usan medios fascistas disfrazados de antifascistas para lograr fines fascistas. Sométete, chulito español, humíllate, o ponemos el país a sangre y fuego con el permiso de la burguesía nacionalista y sus tontos útiles. Y es que por eso están en el Gobierno, para mear hacia fuera de la tienda, como sugería Robert McNamara.

Leer más
profile avatar
2 de marzo de 2021
Blogs de autor

El equilibrio y el caos

 

Hay una reflexión sobre el equilibrio y el caos que, tantos años después, saco de los recuerdos de mi infancia en Masatepe, el pueblo por encima de cuyos tejados se alzaba el volcán Santiago, que me despertaba con sus retumbos en las noches, como los de un cañoneo de asedio a una ciudad sitiada.

Mi padre fue construyendo a retazos nuestra casa, en un solar que hacía esquina con la plaza frente a la iglesia parroquial, comprado en comunidad con un amigo; luego decidieron ambos, mediante una moneda tirada al aire, quién de los dos se quedaba con la parte esquinera, y a mi padre lo favoreció la suerte. Era un lugar ideal para lo que se proponía, recién casado, abrir su tienda de abarrotes; porque despreciando el oficio de músico que ejercían sus hermanos bajo la batuta de mi abuelo, decidió hacerse comerciante.

Su olfato le decía que la concurrencia de clientes sería siempre numerosa, pues frente a la tienda habrían de pasar necesariamente las procesiones religiosas, el cortejo de las bodas a media calle, y los entierros; y la plaza y la iglesia eran el epicentro de las fiestas patronales, con sus misas de revestidos y las algaradas de pólvora, las ruletas y mesas de dados, los juegos mecánicos y los bailongos.

Primero levantó el local destinado a la tienda, un corredor trasero y el dormitorio matrimonial; luego agregó el comedor y una sala, y los demás dormitorios se fueron sumando a medida que aumentaban los hijos, todo se acuerdo a sus propios cálculos y diseños, pues él definía el lugar de puertas y ventanas y la altura de las paredes.

Me recuerdo siempre entre albañiles y carpinteros pendencieros y bromistas, que iban y venían entre andamios y escaleras, la cal apilada en un corralillo, el cerro de arena y la zaranda para colarla; rimeros de tejas de barro, piedras de cantera, los ladrillos de mosaico que luego simularían una alfombra persa en el piso de la sala, costales de cemento Portland, el cajón de la argamasa, reglas y ripios para el henchido de las paredes de taquezal, zapatas y alfajillas.

Los instrumentos y herramientas, podían encontrarse al paso en aquel desconcierto, en cajones de madera con asas, o sobre el banco de carpintero castigado y carcomido como pasado por el fuego. Piochas, palas y picos, garlopas de mango torneado, cucharas triangulares para batir la argamasa, gubias, martillos de oreja, el berbiquí y su juego de brocas, el cepillo que aventaba en colochos perfumados las virutas, la garlopa como un zapato ortopédico, la escofina dentada.

Y estaban también el nivel y la plomada.

Cada vez que era requerido, el nivel aparecía de manera misteriosa en las manos del maestro de obras malhumorado, vestido de dril kaki y sombrero borsalino de ancha badana, el lápiz en la oreja y el metro plegable en el bolsillo de la camisa, distante por su solo atuendo de la pandilla de operarios, respetuosos y a la vez burlones, que trabajaban en camisolas sin mangas, las gorras de beisboleros con roturas por las que asomaban moños de cabello, los zapatos sin cordones con las lengüetas de fuera, el olor a argamasa mezclado en su piel con el rezumo de alcohol de estanco y sudor viejo.

El nivel era una pieza rectangular de madera que conservaba el brillo del barniz a pesar de los rigores de su uso, al medio la burbuja que parpadeaba como un ojo atento y preocupado de que la exactitud del eje entre las dos muescas marcadas en la hilada de piedras, sobre la que era colocado, se mantuviera sereno, y no acusara inclinaciones a uno u otro lado, como un juez recto de criterio que debe mostrar su imparcialidad.

La redundancia no sobra cuando digo que el nivel atestiguaba el nivel. Era el custodio de lo justo y de lo exacto y prevenía las catástrofes y los derrumbes cuando, rematadas las paredes, el techo de tejas asentado en las soleras de cedro recién labradas por el escoplo, descendiera desde la cumbrera de dos aguas hacia los aleros en un oleaje tranquilo, sin riesgos ni sobresaltos.

Y si el orden horizontal del mundo lo custodiaba el ojo imperturbable del nivel, el orden vertical correspondía a la plomada. El albañil lo llevaba en el bolsillo trasero del pantalón y semejaba más bien un trompo con la cuerda enrollada, sólo que este era de fierro, y la cuerda servía para colgarlo junto a la pared, aún desnuda del repello, de modo que, separado apenas unos milímetros, probara que la correspondencia entre la cuerda y la pared era exacta, ambas en la misma perspectiva, sin rozarse, y que de esta manera la pared a plomo jamás se desplomaría sobre nuestras cabezas.

Esa casa sigue allí, con sus estancias ahora desiertas, la tienda de abarrotes desaparecida hace tiempo, con su tráfago de clientes, desde los últimos en entrar en el cine vecino que compraban apresuradamente cigarrillos Esfinge porque la función ya empezaba, a los cazadores de venados que se aprovisionaban de tiros veintidós para sus excursiones nocturnas en las faldas del volcán. Sola, pero sus muros y la techumbre resisten el tiempo, bajo el imperio del nivel y la plomada.

Leer más
profile avatar
1 de marzo de 2021
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.