La aparición en un código de señales de la polaridad significante -significado no puede menos que introducir una radical subversión en la función misma del signo. Mientras nos movemos en el ámbito del mero código, se da tan sólo un lazo horizontal, por así decir, entre la señal y lo por ella designado, un eventual botín, por ejemplo. Obviamente, una vez que el botín ha sido alcanzado el funcionamiento del código ya no tiene sentido alguno. Pues en ausencia de alteridad, el interés se ha agotado. Mas cuando la señal encierra esa polaridad interna que la convierte en signo lingüístico, entonces la alteridad persiste, y aun no habiendo interés exterior... se abre la posibilidad de recreación interna.
El signo fertiliza la potencialidad interna de crear polaridades sin necesidad alguna de remitirlo al exterior. Mas hacer funcionar el signo lingüístico aún en ausencia de correlato en el entorno físico es la base misma de lo que denominamos narración. Cuanto más indiferente sea el mundo exterior más exigencias se tienen de fertilizar el interior. Por retomar los términos de Aristóteles: cuanto más resuelto esté lo relativo a la subsistencia y al ornato de la vida, cuanto más satisfecha esté la necesidad, más se acrecentará el deseo de que surjan nuevos conceptos y nuevos vínculos entre conceptos y hasta nuevas combinaciones (en número potencialmente infinito) de esos vínculos entre conceptos.
Es así de sencillo: en ese momento del día en que ha cesado la lucha cotidiana por la subsistencia, entonces, junto al fuego, los campesinos bretones narran cuentos a sus hijos, al igual que junto al fuego Descartes realiza su meditación, solipsista en este caso, mas que responde a la polaridad significante-significado. Y también entorno al fuego cabe imaginar al joven Einstein discutiendo a-temporalmente con John Bell. ¿Discutiendo de qué? Pues de algo tan alejado de la preocupación por la subsistencia como la vigencia o no vigencia del principio de contigüidad, es decir, si cabe o no el vacío y la acción a distancia.
En razón de la polaridad interna del signo lingüístico, los niños alcanzan esa capacidad para formar innumerables conjuntos tanto de expresiones aisladas como de oraciones perfectamente cargadas de sentido. Expresiones que nadie les ha enseñado, simplemente porque se trata de un enumerable no finito, y éste es imposible que sea alcanzado mediante acumulación contable de vocablos.
Los niños, ciertamente, aprenden una lengua imitando, pero esa condición necesaria no es en absoluto suficiente, como lo muestra el hecho de que determinados pájaros imitan sonidos humanos, sin que se den ellos el menor atisbo de lo que la condición lingüística supone.

Si afirmamos que en el Periodo Cuaternario Reciente, en el fondo común de los Anthropoidea, el mono del viejo mundo (old world monkey) se diferenciaba del mono del nuevo mundo (por la polaridad A - A') y del simio (por la polaridad B - B'), situamos el problema de la especificación en nivel horizontal. Permanecemos en nivel horizontal si simplemente añadimos por nuestra cuenta las polaridades genéticas que determinan diferencias morfológicas entre el simio Pongidae y el homínido Homo Erectus. ¿Permanecemos en el nivel horizontal cuando afirmamos que Homo Sapiens se diferencia del chimpancé por los rasgos genéticos que otorgan al primero un dispositivo de adquisición de lenguaje? Eso dependerá, por supuesto, del concepto que tengamos del lenguaje.
En otros animales, la laringe juega un papel esencial a la hora de proteger la tráquea y los pulmones de los trozos de alimento que caen a lo largo del tubo faríngeo. Las cuerdas vocales de la laringe hacen de trampilla, y si ocurriese un accidente, éstas controlarían el aire en la explosión de los pulmones al toser y expulsar los pedazos de alimento potencialmente peligrosos. Esta función tan esencial quedó relegada (en el caso humano) a un segundo término, y el órgano evolucionó en su localización y estructura de tal modo que ya no es eficaz ante una eventualidad como la señalada. De hecho, la laringe humana parece formada y localizada para el discurso, y su objetivo original jugaría hoy tan sólo un papel secundario.
Aristóteles clasificó a los seres vivos en niveles jerarquizados, con los humanos en la cumbre. La clasificación de Aristóteles se mantuvo durante siglos hasta que fue completada y superada por la de Karl von Linné (1707-1778). Linneo dividió el espectro de la vida en dos reinos: animal y vegetal. El primero está formado por cuerpos orgánicos que, además de tener capacidad sensorial, tienen capacidad de locomoción. Los segundos no poseen ni locomoción ni sensación.
Durante mucho tiempo se ha creído que la vida había surgido espontáneamente a partir de materia inerte y, de hecho: ¿qué cosa creer?; ¿qué alternativa cabía? De ahí la paradoja que, de entrada, constituye la tesis de Louis Pasteur, según la cual la vida sólo podía provenir de vida previa; obviamente parece un círculo vicioso. Mas, de hecho, la tesis es mucho más matizada. Lo único que sostiene es que la vida sólo puede emerger de vida previa... en las circunstancias ambientales que caracterizan nuestro entorno actual, circunstancias que nada tienen que ver con las que imperaban en la época primigenia. Si hoy emergiera alguna forma de vida en las condiciones que podemos conjeturar que emergió por vez primera, simplemente la cantidad de oxígeno ambiental haría que inmediatamente fuera destruida. En la época primigenia no había oxígeno libre en la atmósfera, o lo había en muy pequeñas cantidades, con lo cual las condiciones de posibilidad de aparición de algo como lo que la vida constituye, sí se daban. Afortunadamente, cuando se originó la vida, la atmósfera terrestre no sólo carecía de oxígeno libre (que se hallaba presente tan sólo en el agua y en los óxidos metálicos) sino también de los microorganismos que hoy pululan y que imposibilitaran la existencia de seres vivos. Asumimos, pues, que la vida es posible sin vida previa en condiciones ambientales dadas. Y obviamente, estas condiciones se han dado, puesto que hay vida en torno a nosotros, y nosotros mismos constituimos seres vivos. 







