He reflexionado sobre la filosofía. He buscado las razones por las cuales la filosofía constituye para los que se acercan a ella una promesa. Una promesa perfectamente compatible con la exigencia de lucidez que no autoriza a hacer concesiones a la tendencia a consolarse. Una promesa vinculada a la condición de ser racional.
Que la filosofía suponga o no un horizonte, es finalmente un cuestión de reivindicación de la naturaleza humana o de pesimismo respecto de la misma, pesimismo que puede llegar hasta el repudio.
El mero animal ni asume ni deja de asumir su específica naturaleza, simplemente porque ésta carece de reflexión. El animal responde a su naturaleza... y punto. Como máximo puede sentir la astenia de la vida, la ausencia de tensión para enfrentarse a los embates de la misma. El hombre, por el contrario, se encuentra siempre distanciado de su condición. O por mejor decir: distanciarse de su condición es para el ser humano algo inevitable, un rasgo inherente a la condición misma. Pues no hay observación sin distancia respecto a lo observado, y el ser de lenguaje lleva en sus genes el ansia de conocimiento que pasa entre otras cosas por la observación de sí mismo.
La idea directriz de estas reflexiones es que la asunción de la condición humana se traduce en la emergencia de interrogaciones elementales. Tales interrogaciones serían material de la ciencia, lo cual supone que la ciencia tiene en ellas una auténtica matriz de sentido. Se empieza constatando que las formas con vida se distinguen de las formas que carecen de ella, y tal cosa conduce a intentar determinar cuáles son los rasgos elementales de la naturaleza... y qué se añade a los mismos para que la vida surja.
Se empieza con una constatación, y de la misma emerge la pregunta coincidente con la interrogación filosófica, pregunta que rápidamente, al alcanzar un grado de complejidad, se erige en sendero con sus propios rasgos y sus propios meandros. Este sendero se encuentra en el origen vinculado a otros senderos, pero puede llegar a perder de vista tal vinculación. En tal caso la filosofía es recordatorio del origen y exigencia de que la vía particular se reconozca en la intersección de caminos de la que procede. La filosofía interpela así a la ciencia, pero con ello interpela asimismo a todos los que nos hallamos inmersos, más o menos pasivamente, en un mundo que es en gran parte fruto de la ciencia y de los modos de la tecnología que son retoños de la ciencia.
La apuesta por la filosofía es así una apuesta por dar a las tareas cognoscitivas un sentido. Apuesta que tiene una connotación normativa: la filosofía es exigencia de que la educación se plantee desde el origen sin perder nunca de vista la causa final, a saber: actualizar la esencia del hombre en cada individuo. En este sentido la filosofía es enemiga del taylorismo y de la reducción de los humanos a la mera condición de especialistas en algo.