Víctor Gómez Pin
Imaginemos una pareja de primates, macho y hembra, que se relacionan entre sí mediante un código de señales. El código se utiliza en primer lugar para designar todo aquello que tiene propiedades nutritivas o carácter instrumental. Obviamente, el código es útil para avisar de una amenaza o de su desaparición. Mas el impulso singular por vincularse entre sí a través de signos les conduce a multiplicar de tal manera lo abarcado por el código, que incluyen en él signos para referirse a pluralidad de hierbajos o guijarros carentes de todo interés, mas también para referirse a la luna, las estrellas y hasta constelaciones de las mismas.
Utilizan también signos para expresar el estado anímico del que los enuncia, o del que los percibe, y hasta signos que no remiten ya a objeto alguno, sino que tienen como única función el servir de puente entre los anteriores.
Lo más singular, sin embargo, es que el complejo entramado de éste cúmulo de signos en ocasiones no parece tener más objetivo que… el complejo entramado de este cúmulo de signos. El macho se dirige a la hembra (o viceversa) sin otra razón que la de obtener de ésta una respuesta, respuesta que a su vez tendrá relevo en un nuevo encadenamiento de signos por parte del macho, y así sucesivamente, no hasta el infinito, mas sin que nada parezca fijar un límite finito e infranqueable. Obviamente si el sistema de signos estuviera determinado por meras necesidades, esta ilimitación no podría darse.
Si llamamos habla al acto individual y concreto de poner en práctica el sistema evocado (reservando la palabra lengua para el sistema mismo), entonces los evocados primates constituirían una pareja de vocacionales habladores.
De hecho, hablando pasan gran parte de su tiempo de vigilia, y cuando se hallan en soledad parecen rumiar a solas, como si no pudieran ya prescindir de esto que empezó siendo un instrumento. El soporte de tal habla, la lengua, les acompaña, en efecto, hasta tal extremo que cuando se hallan dedicados a las tareas cotidianas imprescindibles para la subsistencia y para la seguridad en el entorno, cuando se aplican a horadar o a tallar, su percepción de los objetos a modelar y de los pasos que conducen a la persecución del fin parece empapada y perturbada por la lengua, de tal manera que no hay forma de establecer en estos seres la barrera que separa la vida inmediata y la vida empapada por los signos.
Signos del habla a los que acompaña otra serie de signos: funerarios, festivos o lúdicos. La pareja forja herramientas que no tienen función definida, por ejemplo recipientes que -por hallarse horadados- no sirven para almacenar líquidos, o escudos demasiado frágiles para servir de protección. La pareja en cuestión tiene progenitura a la que amamanta, cuida, protege, y sobretodo… inicia en el juego de intercambiar palabras, en el juego de dejarse mecer por ellas, en el juego de tomarlas como meta.