Víctor Gómez Pin
La aparición en un código de señales de la polaridad significante -significado no puede menos que introducir una radical subversión en la función misma del signo. Mientras nos movemos en el ámbito del mero código, se da tan sólo un lazo horizontal, por así decir, entre la señal y lo por ella designado, un eventual botín, por ejemplo. Obviamente, una vez que el botín ha sido alcanzado el funcionamiento del código ya no tiene sentido alguno. Pues en ausencia de alteridad, el interés se ha agotado. Mas cuando la señal encierra esa polaridad interna que la convierte en signo lingüístico, entonces la alteridad persiste, y aun no habiendo interés exterior… se abre la posibilidad de recreación interna.
El signo fertiliza la potencialidad interna de crear polaridades sin necesidad alguna de remitirlo al exterior. Mas hacer funcionar el signo lingüístico aún en ausencia de correlato en el entorno físico es la base misma de lo que denominamos narración. Cuanto más indiferente sea el mundo exterior más exigencias se tienen de fertilizar el interior. Por retomar los términos de Aristóteles: cuanto más resuelto esté lo relativo a la subsistencia y al ornato de la vida, cuanto más satisfecha esté la necesidad, más se acrecentará el deseo de que surjan nuevos conceptos y nuevos vínculos entre conceptos y hasta nuevas combinaciones (en número potencialmente infinito) de esos vínculos entre conceptos.
Es así de sencillo: en ese momento del día en que ha cesado la lucha cotidiana por la subsistencia, entonces, junto al fuego, los campesinos bretones narran cuentos a sus hijos, al igual que junto al fuego Descartes realiza su meditación, solipsista en este caso, mas que responde a la polaridad significante-significado. Y también entorno al fuego cabe imaginar al joven Einstein discutiendo a-temporalmente con John Bell. ¿Discutiendo de qué? Pues de algo tan alejado de la preocupación por la subsistencia como la vigencia o no vigencia del principio de contigüidad, es decir, si cabe o no el vacío y la acción a distancia.
En razón de la polaridad interna del signo lingüístico, los niños alcanzan esa capacidad para formar innumerables conjuntos tanto de expresiones aisladas como de oraciones perfectamente cargadas de sentido. Expresiones que nadie les ha enseñado, simplemente porque se trata de un enumerable no finito, y éste es imposible que sea alcanzado mediante acumulación contable de vocablos.
Los niños, ciertamente, aprenden una lengua imitando, pero esa condición necesaria no es en absoluto suficiente, como lo muestra el hecho de que determinados pájaros imitan sonidos humanos, sin que se den ellos el menor atisbo de lo que la condición lingüística supone.