Víctor Gómez Pin
La cuestión de encontrar una base genética para la lengua humana seguramente es uno de los mayores desafíos tanto para la ciencia como para la filosofía. Antes he relacionado este problema con otro más genérico, a saber, el de encontrar un conjunto de rasgos que fuera especificador, es decir, que confiriera una naturaleza a los seres humanos. Este objetivo a menudo conlleva una tendencia (más o menos oculta) a singularizar verticalmente nuestra especie frente al resto de seres vivos. Y esto podría ser fuente de alguna confusión:
Una cosa es afirmar que el género humano tiene rasgos característicos que, de hecho, están implicados en la definición misma de cada especie; otra, es decir que estos rasgos singularizan absolutamente la clase humana; y una tercera muy distinta es pretender que la singularidad de la especie humana viene de algún diseño trascendente.
Si afirmamos que en el Periodo Cuaternario Reciente, en el fondo común de los Anthropoidea, el mono del viejo mundo (old world monkey) se diferenciaba del mono del nuevo mundo (por la polaridad A – A’) y del simio (por la polaridad B – B’), situamos el problema de la especificación en nivel horizontal. Permanecemos en nivel horizontal si simplemente añadimos por nuestra cuenta las polaridades genéticas que determinan diferencias morfológicas entre el simio Pongidae y el homínido Homo Erectus. ¿Permanecemos en el nivel horizontal cuando afirmamos que Homo Sapiens se diferencia del chimpancé por los rasgos genéticos que otorgan al primero un dispositivo de adquisición de lenguaje? Eso dependerá, por supuesto, del concepto que tengamos del lenguaje.
Si por lenguaje entendemos algo que nos permite la narración o la lírica, si entendemos un juego finito de elementos fonéticos que, sin embargo, abren la puerta a un juego potencialmente infinito de entidades semánticas, si entendemos una forma modular que cubre todo el ser humano, en suma, si por lenguaje entendemos algo que no es reducible a un mero código de señales… entonces sí podemos afirmar que la lengua nos diferencia verticalmente de las otras especies.
Para mostrar las implicaciones que un Dispositivo de Adquisición de Lenguaje genéticamente determinado tiene para el comportamiento humano, Steve Pinker forjó la expresión "instinto de lenguaje". Cuando hablamos de instinto de lenguaje no expresamos lo mismo que cuando nos referimos al instinto de conservación, ni individual (alimentación) ni específico (que es la raíz de la sexualidad). El instinto de lenguaje es una tendencia no simplemente a permanecer, sino a permanecer loquens; no simplemente a mantener la vida, sino a mantener (de manera individual o específica) una vida impregnada por la palabra. El mito bíblico cuenta que… el verbo se hizo carne. La apuesta para encontrar una base genética del lenguaje mantiene intacta la fuerza del mito, ya que el desafío consiste en encontrar la base científica que permitiría conferir la singularidad vertical a la especie humana.