Vicente Verdú
Viene a ser un gozo. No sólo encuentro asombrosamente lozana a Ana Rosa Quintana y a Victoria Abril, entre mis amigas se está registrando una transformación que las hace regresar a los tiempos en que nos enamoramos o nos hicimos con facilidad amantes locos.
Mujeres que ya habían ingresado con dignidad en la interioridad de la cuarentena o en la misma cincuentena, salen de esas regiones vacilantes -vacilante la papada y la piel del brazo, descolgada la máscara facial- para reencarnarse en flamantes rostros de niñas recias y crecidas.
No son, ni se desea que fueran, aquellas inmaduras chicas de sus veinte años sino exactamente este personaje que luce en el cenit de su edad, porque lo que logra la atinada combinación de factores bioquímicos inspirados en el doctor Chang y extendidos ya ampliamente en la gran ciudad, permiten ganar la apariencia de muchachas en la segunda mitad de los treinta, cuando la capacidad de discernir al hombre importante y la habilidad para introducirse en la sexualidad sin ponerse torpe o nerviosa está desapareciendo.
Este tipo de mujer, aún sin censar en los cuadros demográficos, ha generado una nueva subespecie en la feminidad y pronto hallará su contrapartida en la veloz incorporación del hombre.
No se necesita, además, demasiado tiempo para gozar de la transformación. Las sesiones de vitaminas inyectadas junto a oligoelementos, antioxidantes y pegamentos internos, devuelven al cutis una luz y tersura que precisamente por ser rescatada tan nítidamente adquiere el valor de los mejores tesoros; y, justamente, por haberla evocado con tanto deseo y melancolía sobreviene como el mágico éxito de un milagro. Amar estéticamente a un ser rellenado, recosido y con postizos se hace difícil pero a lo que me refiero no tiene nada que ver con esto. Se trata sencillamente de rostros que regresan puros desde los espejos del pasado, intactos, espléndido. Trasladados hasta la actualidad como una demostración incuestionable de que la actualidad es lo mejor y lo es todo. Todo es su mejor actualidad y en el punto exacto en que no desearíamos que hubiera concluido. El pretérito dio siempre algo de miedo, ahora da unos alegres frutos de temporada, olorosos, recios, aromáticos, venteando la belleza de una fórmula que viene a abolir la edad.