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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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El hombre cuenta (I): desde su enfermedad, desde su nada

Para hacer perceptible lo reciente de la aparición del hombre, los físicos en ocasiones recurren a una trasposición de las etapas de la evolución del universo y el transcurso de una película de tres horas. Recordemos algunos datos aproximados:

El Universo “surgió” hace 13.500 millones de años, esa estrella que es el sol  data de 5.000 millones de años,  la Tierra se formó hace 4.500 millones de años. ¿Y la vida?  Hace 3.500 millones de años aparecen los primeros organismos unicelulares. Los primeros mamíferos aparecieron hace 300 millones  de años. Los homínidos datan aproximadamente de seis millones de años  y los humanos habitamos la tierra hace quizás 4 millones de años, aunque el llamado “homo habilis”,  aparece  hace sólo  2500 millones de años.

Vayamos ahora a la transposición a escala en la película de tres horas.  La vida aparecería treinta minutos antes del final, los animales únicamente cinco minutos. ¿Y los humanos? Sólo  serían  introducidos una fracción de segundo, tan ínfima que el espectador no se apercibiría de ello. Supongamos ahora que una catástrofe nos hiciera desaparecer, por ejemplo en el año tres mil. Nuestra presencia total  no habría superado esa mínima fracción de segundo. ¿Fracción insignificante? Poco a poco.

Piénsese que en ella habría tenido cabida desde  el transcurrir de la técnica, la ciencia, el arte la filosofía y… el cúmulo de interrogaciones y respuestas sobre lo que tiene significativo peso y lo que es in-significante. Por ejemplo, la pregunta  misma sobre si lo inconmensurable  del transcurso temporal desde la existencia del hombre en relación al conjunto de la historia  evolutiva tiene correspondencia en el peso a otorgar a ese momento final en relación al conjunto.

Pues sólo en esa ínfima fracción de segundo entra en escena  un hacedor de signos, un ser que otorga significado, o más bien significados múltiples  bajo un mismo signo, y sin cuya acción  obviamente todo carecería de significación. En esta fracción de segundo aparece  el ser que “da cuenta” remitiendo a principios asumidos como evidencias (base de la ciencia), mas también el ser que simplemente “cuenta”,  en todo caso el ser que  dirime, acota, muestra  la no confusión y así, entre otras cosas, marca  la diferencia entre lo enorme y lo diminuto, entre lo que tiende a infinito y lo que se aproxima a lo infinitesimal.

No hay forma de escapar a esta paradoja: el proceso que constituye el universo (es decir, la historia de la transformación de la energía) sólo aparece muy dilatado en razón de que un ser efímero, “desde su enfermedad, desde su nada”, estupefacto ante su entorno, se esfuerza por ordenarlo y contarlo a la vez que  persiste en conferirle un sentido, un ser que como el Spinoza de Borges  “desde su enfermedad, desde su nada/ sigue erigiendo a Dios con la palabra”.

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14 de enero de 2021
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Laberintos Borgianos (III): “Y de ser un filósofo…”

De Descartes a Spinoza  y de Spinoza a Georg Cantor o Jean Cavaillès, lo esencial no cambia, y el gran Melville fue lúcido al respecto. Retomo el texto: “Y de ser un filósofo, aunque sentado en la lancha ballenera, su alma no experimentaría ni un ápice más de terror que el que experimentaría  de estar sentado junto al fuego nocturno hogareño, teniendo a mano  un atizador en lugar de un arpón”.

Junto a su arpón, los tripulantes de las lanchas balleneras  del Pequod temen el comportamiento anómalo e imprevisible tanto de Moby Dick como  del gigantesco cefalópodo,  asimismo blanco  que, a un momento dado,  tomaron  por la ballena.  Pero saben   sin embargo (o al menos lo sabe  uno de ellos- el segundo de a bordo  Starbuck) que se trata de seres naturales; todo lo singulares que se quiera pero seres naturales … Dudando de que lo que a su lado  reposa sobre el reborde de la chimenea sea efectivamente un atizador de brasas , Descartes se ve amenazado no ya por lo imprevisto sino por lo esencialmente imprevisible, lo que no es seguro que entre en las cuentas de ninguna mente portentosamente calculadora (“que pasara sus eternidades contando”). Si la ensoñación del filósofo Descartes le desplazara   a  sentarse junto a Achab en una de las lanchas balleneras del  Pequod no experimentaría  mayor inquietud que la que le provoca la duda de sobre si está realmente sentado junto al fuego nocturno hogareño, teniendo a mano  un atizador.

Además del infinito, luego el pensamiento, en el  Nihon de Borges se alude a dos laberintos más. Cierro estas notas transcribiendo Nihon por entero:

“He divisado, desde las páginas de Russell, la doctrina de los conjuntos, la  Mengenlehre, que postula y explora los vastos números que no alcanzaría un hombre inmortal aunque agotara sus eternidades contando, y cuyas dinastías imaginarias tienen como cifras las letras del alfabeto hebreo, En ese delicado laberinto no me fue dado penetrar

He divisado, desde las definiciones, axiomas, proposiciones y corolarios, la infinita sustancia de Spinoza, que consta de infinitos atributos, entre los cuales están el espacio y el tiempo, de suerte que si pronunciamos o pensamos una palabra, ocurren paralelamente infinitos hechos en infinitos orbes inconcebibles. En ese delicado laberinto no me fue dado penetrar. 

Desde montañas que prefieren, como Verlaine, el matiz al color, desde una escritura que ejerce la insinuación y que ignora la hipérbole, desde jardines dónde el agua y la piedra no importan menos que la hierba, desde tigres pintados por quienes nunca vieron un tigre y nos dan casi el arquetipo, desde el camino del honor, el ‘bushido’,  desde una nostalgia de espadas, desde puentes, mañanas y santuarios, desde una música que es casi el silencio, desde tus  muchedumbres, en voz baja, he divisado tu superficie, oh Japón. En ese delicado laberinto…

A la guarnición de Junín llegaban hacia 1870 indios pampas, que no habían visto nunca una puerta, un llamador de bronce o una ventana. Veían y tocaban esas cosas, no menos raras para ellos que para nosotros Manhattan, y volvían a su desierto”.

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5 de enero de 2021
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Laberintos Borgianos (II): de Spinoza a Georg Cantor

Sintetizo lo relativo a Spinoza en el texto de Borges citado en la última  columna: cuando la tarde que muere es miedo y frío”,  el filósofo Spinoza está “soñando un claro laberinto” esforzándose en labrar el “arduo cristal” del infinito.

Lo que en el poema sobre Descartes era noche  es ahora “tarde que muere”,  frío y miedo no son sólo “un poco” y la interrogación, luego la duda, se concentra en “el infinito”, evocado también   en el otro soneto de Borges dedicado a Spinoza:

“Bruma de oro el occidente alumbra/ la ventana. El asiduo manuscrito/ aguarda, ya cargado de infinito/Alguien construye a Dios en la penumbra. /Un hombre engendra a Dios. Es un judío/de tristes ojos y de piel cetrina;/lo lleva el tiempo como lleva el río/una hoja en el agua que declina./No importa, el hechicero insiste y labra/a Dios con geometría delicada;/desde su enfermedad, desde su nada,/Sigue erigiendo a Dios con la palabra./El más pródigo amor le fue otorgado,/el amor que no espera ser amado”.

Spinoza muere el 6 de febrero de 1677.  Hay divergencias sobre cómo habrían transcurrido  sus últimas horas, y algunas versiones han sido consideradas  totalmente  fantasiosas. Mayor consenso hay respecto de la escasez de bienes que legó. Jean Colerus, uno de sus biógrafos, indica que la hermana del filósofo, residente en Amsterdam se postuló como heredera. El propietario de la pensión que alojaba a Spinoza, Van der Spyck, le exigió satisfacer algunos  gastos que habían sido avanzados por los amigos. Apercibiéndose de que con tal reducción nada quedaría, la hermana renunció a la herencia. Colerus habla de las causas de la muerte con el nombre genérico de tisis.  En todo caso se trata de una afección pulmonar, secuela  de la inhalación de polvo de vidrio durante años de trabajo con este material.  Tallador  del cristal… y forjador conceptual del infinito. Aspecto del filósofo al que Borges se refiere también en el texto de La cifra que lleva el enigmático título de Nihon:

 “He divisado, desde las definiciones, axiomas, proposiciones y corolarios, la infinita sustancia de Spinoza, que consta de infinitos atributos, entre los cuales están el espacio y el tiempo, de suerte que si pronunciamos o pensamos una palabra, ocurren paralelamente infinitos hechos en infinitos orbes inconcebibles. En ese delicado laberinto no me fue dado penetrar(…)”.

Pero  en Nihon el poeta indica que  también  constituyeron para él un laberinto otras teorías del infinito, así el infinito matemático de Georg Cantor:

“He divisado, desde las páginas de Russell, la doctrina de los conjuntos, la  Mengenlehre, que postula y explora los vastos números que no alcanzaría un hombre inmortal aunque agotara sus eternidades contando, y cuyas dinastías imaginarias tienen como cifras las letras del alfabeto hebreo, En ese delicado laberinto no me fue dado penetrar”.

En el laberinto de los números transfinitos de Cantor sí se esforzó en penetrar el filósofo y matemático francés Jean Cavaillès, poniendo el acento sobre el peso filosófico de los mismos y de las paradojas que encierran desde la perspectiva del sentido común, no de la consistencia matemática.  Durante  un tiempo, a la vez que colaboraba con la resistencia  daba clases en una gran institución parisina. Tras pasar totalmente a la clandestinidad es detenido y condenado a muerte. Cavaillès fue fusilado el 17de enero de 1944 en la ciudad de Arras. El físico Etienne Klein escribe sobre Cavaillès lo siguiente: “Es en su condición de filósofo y lógico que se comprometió en la resistencia: era la única actitud lógica y necesaria para quien tomaba en serio la búsqueda de la verdad”.

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23 de diciembre de 2020
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Laberintos Borgianos (I): de Descartes a Spinoza

"Soy el único hombre en la tierra y acaso/ no hay tierra ni hombre./ Acaso un dios me engaña./ Acaso un dios me ha condenado al tiempo,/ esa larga ilusión./ Sueño la luna y sueño mis ojos que perciben/ la luna. /He soñado la tarde y la mañana del primer día./ He soñado a Cartago y a las legiones que/ desolaron Cartago./ He soñado a Lucano./ He soñado la colina del Gólgota y las cruces/ de Roma. He soñado la geometría./ He soñado el punto, la línea, el plano y el/ volumen. /He soñado el amarillo, el azul y el rojo./ He soñado mi enfermiza niñez./ He soñado los mapas y los reinos y aquel duelo del alba./ He soñado el inconcebible dolor./ He soñado mi espada./ He soñado a Elizabeth de Bohemia./ He soñado la duda y la certidumbre./ He soñado el día de ayer./ Quizá no tuve ayer, quizá no he nacido./ Acaso sueño haber soñado./ Siento un poco de frío, un poco de miedo./ Sobre el Danubio está la noche./ Seguiré soñado a Descartes y a la fe de sus padres". (Jorge Luís Borges, "Descartes" La cifra, 1989).

Miedo y frío en la tarde de un filósofo...Alguna vez he hablado aquí de la potencia emocional de controversias teóricas y ello en referencia al "Discurso del Método", obra admirable tanto desde el punto de vista filosófico como literario, que se lee de corrido y que sigue siendo la más fascinante vía para hacer inmersión en la filosofía. En cualquier caso, lo que precede basta para entender que en esa duda, reflejo de una decepción, que embarga al joven Descartes, reside el soporte del pensamiento y proceder cartesianos, e incluso de todo pensamiento y de todo proceder filosóficos dignos del calificativo: "que para examinar la verdad, es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas una vez en la vida".

La duda, sobre todo si es metódica, es decir si la primera hipótesis tranquilizadora no empuja a salir de dudas, tiene el precio de la ausencia de cimientos. "Siento un poco de frío, un poco de miedo." Y ello cuando "Sobre el Danubio está la noche". No es la única vez que Borges asocia el miedo y el frío al quehacer de un gran filósofo: "Las traslúcidas manos del judío/labran en la penumbra los cristales /y la tarde que muere es miedo y frío. (Las tardes a las tardes son iguales) / Las manos y el espacio de Jacinto/que palidece en el confín del Ghetto /casi no existen para el hombre quieto/que está soñando un claro laberinto/No lo turba la fama, ese reflejo/de sueños en el sueño de otro espejo/ni el temeroso amor de las doncellas. / Libre de la metáfora y del mito/labra un arduo cristal: el infinito/mapa de Aquel que es todas sus estrellas".

Miedo y frío evocados por Borges en relación al quehacer de dos grandes filósofos. Ello me lleva de nuevo al tremendo texto de Hermann Melville: "Y de ser un filósofo, aunque sentado en la lancha ballenera, su alma no experimentaría ni un ápice más de terror que el que viviría sentado junto al fuego nocturno hogareño, teniendo a mano un atizador en lugar de un arpón". (Moby Dick, capítulo LX).

Eco directo en el ilustrado Melville del fragmento de las cartesianas Meditaciones de Prima Filosofía: "...acaso hallemos muchas otras cosas de las que no podamos razonablemente dudar (...) como por ejemplo que estoy aquí, sentado junto al fuego".

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11 de diciembre de 2020
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En la catástrofe (IV): razón sobre razón… miedo sobre miedo

El pensador francés René Thom (Medalla Fields de Matemáticas a la vez que admirable lector de Aristóteles) es autor (no exclusivo) de una abstracta teoría sobre las formas elementales que se despliegan por doquier en la naturaleza y en las obras de arte plástico, conocida como "Teoría de las catástrofes". Se trata de hecho de una reflexión sobre las singularidades topológicas susceptibles de emerger sobre fondo de continuidad, mas la metáfora utilizada para designarlas ("catástrofes") la convirtió por un tiempo en una teoría casi mundana. Como todo aquello que se populariza de forma caricaturesca, acabó por pasar de moda y hoy la admirable "Teoría de las catástrofes" cabe decir que se perdió en el olvido. Pues bien, recordaré una anécdota: El profesor Thom se hallaba en la tesitura de ilustrar ante un auditorio la tesis de que la inteligibilidad de los fenómenos naturales (objetivo esencial de la ciencia) poco tiene que ver con el dominio práctico de la naturaleza. Tras una pausa a ojos cerrados, nos sorprendió con una reflexión que sintetizo de memoria: hay una situación de emergencia; la inundación alcanza mi casa y yo subo a la terraza, desde la que contemplo como las aguas alcanzan ya el piso superior. Tengo ajustada percepción del fenómeno, cabe incluso suponer que he alcanzado a saber la razón de la emergencia; mi lucidez es, pues, total, pero... no puedo hacer absolutamente nada.

Tras este preámbulo citaré un texto clásico aquí ya varias veces evocado: "Unos se apiadaban de sí mismos, otros de la suerte de sus próximos. Algunos imploraban la muerte por temor a la misma muerte. Muchos elevaban los brazos rogando a los dioses; los más sentían que no había ya dioses en parte alguna, que esta noche era eterna y la última".

Así describe el hombre de leyes y escritor romano Cayo Plinio Cecilio Segundo, conocido como Plinio el Joven, el terror de la población ante la amenaza que se cierne sobre la bahía de Nápoles por causa de la erupción de la montaña. Ignorando que el Vesubio era un volcán, aquellos sorprendentes fenómenos sólo podían ser interpretados como una suerte de castigo. El narrador nos dice que, en el desconcierto, los fugitivos se empujaban sin pudor, preocupados tan sólo por escapar de la nube inquietante.

Hay sin embargo un comportamiento que hace excepción, el del mismo tío del narrador, Plinio el Viejo quien, lejos de huir, parece atraído por el fenómeno, como si fuera menos una amenaza que un reto, y mira de frente la nube grisácea, pronto claramente negra, que se extiende por la bahía y que no parece ser una mera acumulación de partículas, consecuencia por ejemplo del incendio de un bosque.

Los primeros naturalistas de Jonia (aquellos que Aristóteles designaba como "los físicos -hoi physikoi") percibieron que la naturaleza se deja desvelar (se hace transparente a nuestras facultades cognoscitivas) pero no se deja violentar ni dominar, siquiera por los dioses, es decir, no permite que voluntad alguna doblegue su necesidad; como máximo, la técnica puede explotar posibilidades que la propia naturaleza ofrece. Pero en ocasiones la naturaleza además de inviolable se muestra violenta, produciendo esa devastación de cuyo arranque en la bahía de Nápoles es testigo Plinio el Joven, quien nos dice que cayó una noche no como las ausentes de luna, sino igual a la que se produciría en un sitio cerrado carente de toda luz. Ya he señalado que en el momento de la erupción se ignoraba que el Vesubio era un volcán. Mas entonces ¿qué era aquello que empapaba la bahía? La densidad de ceniza impedía considerar que se trataba de una mera "calima", ni tampoco esa forma de la misma que denominamos "niebla".

Si hubiera que hacer una trasposición en nuestra lengua de la percepción psicológica del fenómeno que debieron tener aquella población infortunada cabría servirse del término "tiniebla" o "tinieblas", que tiene tanto una connotación de amenaza física como de caída moral como se recoge en la expresión "príncipe de la tinieblas". Aquella tormenta de ceniza y piedra no podía sino ser interpretada como una suerte de castigo. De ahí la reacción de pánico, que tiene como antes decía excepción en Plinio El Viejo.

Desvelar la naturaleza en los momentos en los que esta provocaba estupor fue siempre el objetivo de Plinio. Por ello, a diferencia de aquellos en los que el miedo incrementaba al miedo, Plinio no escapó ante la calima, sino que quiso ver qué había detrás. Quiero creer que consiguió su objetivo, ciertamente a un alto precio, que estaba dispuesto a asumir. Plinio el joven escribe: "Cuando de nuevo se hizo de día (tercero desde el que había visto por última vez) encontraron su cuerpo intacto, sin heridas y cubierto con los mismos vestidos. Su aspecto era más bien el de un ser dormido que el de un muerto".

Plinio el joven ve en su tío alguien a quien el amor a la verdad llevó tanto a "hacer cosas dignas de ser escritas" como a "escribir cosas dignas de ser leídas". Por ello en un párrafo antes citado agradece a Tácito que contribuya a hacer eterna su memoria. ¿Eterna? En unos tremendos versos de Emilie Dickinson, los caídos por las causas respectivas de la belleza y la verdad se reconocen y entablan diálogo...hasta que, implacable, la naturaleza cubre sus labios con musgo y apaga sus nombres: "I died for Beauty-but was scarce/Adjusted in the Tomb/When One Who died for Truth, was lain/In an adjointing Room/He questioned softly ‘Why I failed'? / ‘For Beauty I replied', /And I For Truth, Themselves are one/ ‘We Brethren are' he Said/And so as Kinsmen, met a Night /We talked between the rooms/Until the Moss has reached our Lips/And covered up our names" ("Morí por la belleza. Pero apenas/ me amoldaba a la tumba/cuando uno que murió por la verdad/ fue puesto al lado mío /Preguntó con voz suave por qué había yo muerto/ ‘Por la belleza', respondí/.‘Y yo por la verdad. Las dos son una sola./ Somos hermanos, dijo./ Y así -como parientes que en la noche se encuentran -/de habitación a habitación hablamos./ Hasta que a nuestros labios llegó el musgo/ y cubrió nuestros nombres". Traducción de José Manuel Arango, Colombia, Universidad de Antioquia, 2006, p.167).

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3 de diciembre de 2020
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En la catástrofe (III): del ‘doctor Peste’ a ‘los Señores del aire’

Las catástrofes suelen llamar al sálvese quien pueda, en caso de caos, y como alternativa a una exacerbación del orden. Con su lúcida visión de las imbricaciones entre calamidad natural y mal social, Albert Camus habla de catástrofes en dos de sus obras. La una es la famosa La peste que tiene lugar en Orán. Pero hay una segunda a la cual ya me he referido aquí: la obra teatral "L'État de siège" que transcurre en Cádiz. Recuerdo la trama: La ciudad baña en una atmósfera de infección moral concretizada en el nombre mismo, Peste, de un jerarca que identifica orden con disciplina, vigilancia y cifrado de los comportamientos de los ciudadanos. Aterrorizados, todos se pliegan, excepto Diego, el protagonista, que a un momento dado exclama: "¡Habéis creído que todo se reduce a cifras y fórmulas! Pero con vuestra brillante nomenclatura habéis olvidado la rosa salvaje, los signos del cielo, las rostros del verano, la gran voz del mar, los instantes de desgarro y la cólera de los hombres!"

Como consecuencia de la actual situación de pandemia se asiste hoy a un renacimiento de la idea de "ciudad amurallada". Pero en una época en la cual cada país está interconectado con los demás y el intercambio de información es un ingrediente fundamental de la economía, la exigencia de aislamiento se traduce en el incremento de la comunicación "a distancia". Este compromiso es facilitado por el progreso tecnológico, pero a la vez sirve de acicate para la investigación en este terreno.

Ante la simple posibilidad de una nueva pandemia, o la repetición de la misma, en los próximos tiempos se asistirá a una actualización de los dispositivos que acentúen la telecomunicación a todos los niveles, en primer lugar el educativo, pero sin excluir el afectivo Por eso es tan importante luchar, aunque las posibilidades de éxito sean escasas, porque el control de la telecomunicación no siga en manos de aquellos que Javier Echeverría denomina "Señores del aire", cuyo poder podría (como un análogo contemporáneo del jerarca Peste de Camus) reducir efectivamente nuestras vidas a dígitos y nomenclaturas.

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20 de noviembre de 2020
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En la catástrofe (II): en el papel del Technites

Marcando el sendero que seguirá Darwin, Charles Lyell sustituye un relato mítico por hipótesis científicas. Nosotros somos hijos de Lyell y Darwin, pero también somos hijos del mito bíblico, en la medida misma en que lo tomamos como tal, no como un competidor de la explicación científica, ni como un refugio para paliar sus corolarios, concretamente por lo que se refiere a la finitud del hombre.

En 1831 la competición del relato bíblico con la ciencia era aun posible, precisamente porque la teoría de la evolución de las especies naturales no estaba conceptualmente asentada y, en ausencia de concepto, una metáfora, o la concatenación de expedientes literarios que traban un mito, ya es mucho, incluso como elemento de explicación.

Mostraba en la columna anterior que el tema de las catástrofes cíclicas ha sido en ocasiones reivindicado desde posiciones cercanas a la sensibilidad científica. Pero ateniéndose a los relatos de carácter indiscutiblemente mítico, y cuya fuerza radica fundamentalmente en el vigor literario, no todos presentan la catástrofe como cíclica, y cuando así es, no siempre le atribuyen las consecuencias devastadoras para el orden natural que hemos visto en el texto de Platón.

Pues aun en el mayor de los diluvios, cubriendo el agua incluso las más elevadas cumbres y arrasando toda vida que quede a la intemperie, la conservación de las especies amenazadas es posible, a condición de que entre ellas se encuentre esa especie singular que, por su capacidad de efectuar razonamientos, es susceptible de baremar los efectos de la catástrofe (además de intuir su inminencia, como lo hacen los representantes de otras especies) y, por su capacidad de forjar cosas que la naturaleza no depara por sí misma, es susceptible de paliar la intensidad de tales efectos, o al menos hacer reversibles sus consecuencias. Recordemos: "Aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas del cielo fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches".

El diluvio, que abolía la diferencia entre el desierto y sus oasis, habría hecho desaparecer toda vida reconocible si Noé, inspirado por su dios pero considerado loco por los hombres, no hubiera construido pacientemente, a lo largo de 120 años, su arca en el desierto y dado cobijo en ella a representantes de especies animales. Vale la pena detenerse con cierto detalle en este aspecto, no sin antes una precisión que evitará equívocos.

Cierto es que la narración bíblica sigue aun funcionando como expediente para no asumir la finitud, en ocasiones de forma casi vergonzante, usando un barniz de cientificidad (la teoría del llamado "designio inteligente" es uno de los disfraces), que traiciona de hecho el auténtico valor, el que le confiere simplemente su dignidad literaria, gracias a la cual lo que fue designado como "El libro" permite buscar otra cosa que explicación o consuelo.

En el mito del diluvio buscamos concretamente que, a través de los recursos narrativos, se ejemplarice algo esencial, a saber, el enorme peso de esa unidad inextricable de técnica y arte, designada por el término griego "téchne", por la que el hombre se singulariza entre las especies animales. Buscamos en Noé un símbolo del hombre como paciente y laborioso technites, condición que, pese a la intensidad de la catástrofe, hará posible la persistencia de una naturaleza vivificada por especies animales.

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10 de noviembre de 2020
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En la catástrofe (I): del «Timeo» a Charles Lyell

A fin de asegurar el tipo de equilibrio en el entorno natural que conviene a nuestra especie, la ciencia se esfuerza en llegar a dominar la energía de fusión, o sea análoga a la proveniente del sol, con lo cual de alguna manera, se responde al viejo precepto de la "téchne" como imitación ("mímesis") de la naturaleza. Recordaré que la fisión (rotura de un núcleo grande en dos más pequeños) produce residuos radioactivos, mientras que la fusión (dos núcleos pequeños se juntan para formar uno mayor) no genera tales residuos.
 

Mi amigo el físico Javier Tejada reitera una y otra vez la importancia de la siguiente pregunta: ¿cuánto tiempo necesitamos para esta transición energética? Y la verosimilitud de que quizás haya que esperar más de medio siglo, abre una perspectiva inquietante: antes de controlar la fusión nuclear y tener operativos reactores, es posible que hayamos consumido todas las otras fuentes de energía y contaminado, posiblemente de forma irreversible, nuestro planeta.

Si tal fuera el caso, la humanidad podría retroceder a estados de civilización primitivos y tener que esperar millones de años para volver a disponer de suficientes combustibles fósiles que permitieran por así decirlo empezar a evolucionar desde cero.

Este asunto de la posibilidad de una catástrofe que obligue al hombre a volver a un arcaico punto de arranque, es algo más que una mera conjetura y de hecho atraviesa tanto la literatura científica como la filosófica, a veces en forma de mito:
Cuenta Platón en el diálogo "Timeo" que llegado Solón, "el más sabio de entre los siete sabios", a la ciudad egipcia de Sais, un sacerdote ya anciano le explica las razones por las cuales Egipto tiene supremacía sobre Grecia, pese a estar amenazados ambos países por inevitables catástrofes cíclicas que anulan la vida civilizada. Pues hay una diferencia en la modalidad que adopta la catástrofe en uno y otro lugar, y esta diferencia tiene enormes consecuencias:
La catástrofe no tiene el mismo peso cuando la provoca el fuego o cuando la provoca el agua, pues solo en el caso del fuego la destrucción es total. Pero aun tratándose de la calamidad causada por las aguas, la gravedad depende de si estas descienden torrencialmente o, como en Egipto, se trata del desbordar de un gran río, pues en este caso, en la llanura misma, aunque desaparecen las plantas, los animales y el hombre, se salvan los templos y las inscripciones que en ellos conservan la memoria colectiva. Y así, en Egipto, cuando las aguas descienden y los supervivientes en las cimas montañosas bajan a la llanura, restauran con ayuda de esa memoria escrita los cimientos de su civilización, lo cual hubiera sido mucho más difícil en base al contingente recuerdo subjetivo.

Así pues, mientras la catástrofe relativamente menor que supone el desbordar del Nilo preserva en Egipto lo esencial, en Grecia la cíclica lluvia torrencial destruye todo haciendo que sus habitantes estén a intervalos condenados a empezar a cero: "Solón, Solón, eternos niños sois los griegos... Ninguna arcaica tradición oral ha podido inculcar en vuestras almas opinión fundada ni ciencia emblanquecida por el tiempo", son las palabras que dirige a Solón el sacerdote.

Y ahora algo más cerca de nosotros:
Cuando en 1831 Darwin se embarca en misión de naturalista para el viaje alrededor del mundo que le conduciría al descubrimiento de fósiles de especies desconocidas, la teoría oficial seguía siendo todavía que las especies, una vez surgidas (en un acto que sólo podía ser considerado como creación), permanecían sin cambios. Obviamente, más de un observador de la naturaleza era secretamente escéptico, pero téngase en cuenta que el propio Darwin (ya inevitablemente presa de interrogantes, en razón de haber observado la selección artificial en la cría de animales) aceptaba sin excesivos remilgos la ortodoxia. Sin embargo los naturalistas sabían y sostenían públicamente que ciertas especies habían desaparecido. ¿Cómo hacer compatibles ambas cosas? La hipótesis de las catástrofes, defendida concretamente por el naturalista francés Georges Cuvier, era uno de los recursos:
A intervalos un cierto número de especies eran aniquiladas como resultado de un violento cataclismo, pero la diversidad de la vida se mantenía en razón de que, como resultado de un nuevo acto de creación (sitúese la referencia creacionista en el contexto de la época) otras especies las sustituían. Así mediante la tesis de las creaciones sucesivas se intentaba conciliar el creacionismo y la evidencia de la extinción y aparición de nuevas especies.

Los "catastrofistas" se dividían entre los que como Louis Agassiz, aceptaban una cierta evolución hacia niveles superiores de organización, los que afirmaban que en cada creación Dios daba entrada a especies totalmente diferentes y los que como tendían a pensar que las nuevas especies eran reproducción de las anteriores, así Charles Lyell que tiene importancia también por otro aspecto. 

Uno de los pocos libros que Charles Darwin lleva consigo en el Beagle es el entonces recientemente publicado primer volumen de los "Principios de Geología" de Charles Lyell, mentor de Darwin en Cambridge y quien en 1844, trece años después del viaje del Beagle, es quien animaría a Darwin a dar a sus notas de viaje la forma de ese libro abismal que es "El origen de las especies". El tratado de Lyell tenía para muchos un carácter subversivo, en razón sobre todo de que desafiaba una convicción anclada:

Habiendo indicios de acontecimientos geológicos ocurridos centenares de millones de años atrás, la Tierra no podía haber sido creada por Dios hace seis mil años, como algunos sostenían interpretando la Biblia (así el obispo de Armagh, James Ussher en 1654). Por otro lado, el dogma establecía que la configuración actual de la Tierra era fiel, en grandes rasgos, a lo contemplado por Noé tras la retirada de las aguas. Ahora bien: a lo largo de estos siglos la lluvia, el viento, erupciones volcánicas, temblores de tierra, etcétera habían determinado la actual repartición entre mares y continentes, la forma de las cadenas montañosas, el trazado de los grandes ríos o la ubicación de sus fuentes, de tal modo que el gran diluvio no podía ser la causa de la configuración hoy visible. 

¿Cómo llegó a ser consciente la humanidad del tiempo de aparición de la Tierra y ello aceptando las ideas de Darwin? Datar un objeto significa saber el tiempo en que apareció dicho objeto. La Tierra tiene su historia gracias a la Geología. Fue entre 1750 y 1850 cuando apareció una nueva escala de tiempo fundamentada en los estratos rocosos y los fósiles de la corteza terrestre, y se rompió con la cronología bíblica. Años más tarde con el descubrimiento de la radiactividad por Becquerel, a principios del siglo XX, se pudo datar la Tierra con un método científico y matemáticamente exacto que acabó de dar la razón a los geólogos. A partir de entonces las ideas de Darwin respiran tranquilas pues se demostró que hubo suficiente tiempo para explicar la evolución de las especies.

En cualquier caso Lyell no negaba el relato del diluvio que inscribía en el ciclo de las catástrofes cósmicas. Esta creencia parece de hecho ser una suerte de constante antropológica que reviste los más variados aspectos: en algún caso, como hemos visto, recurriendo al mito; en otros casos desde la sensibilidad científica.

 

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30 de octubre de 2020
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Retorno a Ferrara III

Indicaba que en esta lectura de "Il Giardino dei Finzi- Contini", distanciada medio siglo de la primera, me percibí con mayor acuidad la importancia que ha de tener para un lector español el hecho de que los protagonistas desciendan en parte de la comunidad hebrea cuya expulsión de España tanta huella ha dejado en nuestra historia y tanto ha marcado de forma explícita o subyacente la representación que nos hacemos de nuestra propia identidad. Indirectamente un capítulo trágico de España está presente en este libro admirable.
 

Señalaba asimismo el peso político de la novela y como la propia lucidez del protagonista nos ayuda a comprender que el nacional -socialismo no era más que la expresión de un mal cuyas causas sociales se diluyen cuando se singulariza el caso de Alemania. 

Recordaba, finalmente, que efectivamente se trata de una prodigiosa reflexión sobre la dificultad del vínculo afectivo, reflejada sobre todo en la actitud de la protagonista, Micòl Finzi- Contini, al rechazar como amante y eventualmente futuro esposo al único hombre al que realmente ama, entendiendo ciertamente por la palabra "amar" algo no concordante con el uso convencional del término. En los motivos que arguye queda reflejada una ácida lucidez en relación a los meandros tramposos mediante los cuales el reconocimiento en el otro de la inteligencia que Zubiri calificaba de sentiente y el deseo de compartirla, esta emoción que es la expresión del deseo verdaderamente humano, son recuperados por la inercia social y traicionados en las relaciones codificadas, incluidas las sexuales (sean estas bendecidas o no por su recubrimiento bajo la nomenclatura del matrimonio o institución análoga) y que Micòl Finzi- Contini identifica a un combate:

"Yo...yo estaba ‘a su lado', ¿entendía?, no ‘frente a ella', mientras que el amor (...) era cosa de gente decidida a superarse mutuamente. Un deporte cruel, feroz, mucho más cruel y feroz que el tenis. A practicar sin excluir golpes y sin preocuparse, para mitigarlo, de la bondad de ánimo y la honestidad de los propósitos". 

"Io...io le stavo ‘di fianco' capivo? non già ‘di fronte' , mentre l' amore... era roba per gente decisa a soprafarsi a vicenda, uno sport crudele, feroce, ben piu crudele e feroce del tennis !, da praticare senza exclusione di colpi e senza mai scomodare, per mitigarlo, botà d' animo e onestà di propositi" ( Acantilado páginas 225-226; Feltrinelli, pgs.161-162).

Y la protagonista refuerza su argumento citando a Baudelaire:

« Maudit soit à jamais le rêveur inutile /Qui voulut le premier dans sa stupidité/S' éprenant d' un problème insoluble et stérile, /Aux choses de l' amour mêler l' honnêteté » (en la edición de Acantilado se da la traducción de Francisco Luis Guerrera : « Maldito eternamente sea el soñador inútil/ y estúpido quien, al apasionarse por/ un problema insoluble y estéril, quiso ser el primero/en mezclar amor y honestidad").

Años más tarde hubiera evocado quizás a Louis Aragon:
"...et quand il croit /Ouvrir ses bras son ombre est celle d'une croix/Et quand il veut serrer son bonheur il le broie (Cuando el hombre cree abrir sus brazos su sombra es la de una cruz/Y cuando quiere abrazar su felicidad la quiebra)".

Micòl cierra la puerta a la reducción convencional de su relación con la única persona cuya presencia (ya desde la infancia) había producido en ella esta mezcla de estupor y reconocimiento en la alteridad que la palabra amor debería quizás reflejar, pero que desgraciadamente el uso convencional de la misma más bien traiciona:
"...yo, igual que ella, carecía de ese gusto instintivo que caracteriza a la gente corriente. Lo intuía perfectamente, para mí, como para ella, más que el presente contaba el pasado, más que la posesión el recuerdo (...)¡Cómo me entendía! Mi ansiedad por que el presente se convirtiera ‘inmediatamente' en recuerdo para poder amarlo y soñarlo a mi manera, era igual que la suya, idéntica a la suya. Se trataba de ‘nuestro' vicio: ir siempre hacia adelante con la cabeza vuelta hacia atrás:
anche io como lei `( nos cuenta el narrador recordando las palabras de Micòl) non disponevono de quel gusto instintivo delle cose che caracterizza la gente(...)per me , non meno che per lei più del presente contava il passato, più del possesso il ricordarseni (...) come mi capiva! La mia ansia che il presente diventasse "subito" passato perché potessi amarlo e vagheggiarlo a mio agio era anche sua, tale e quale. Era il "nostro vizio", questo:d'andare avanti con le teste sempre voltate all'indietro" (Feltrinelli pg.163, Acantilado pg. 226).

La protagonista parece hablar premonitoriamente. Pues en efecto; ‘avanzar' en el enriquecimiento de su lengua italiana, sumergiéndose con ella en ese ‘atrás' que es el recuerdo (el pozo artesiano de Marcel Proust cuyo chorro alcanza altura en proporción al grado de inmersión); tal es lo que Giorgio Bassani realiza en "Il giardino dei Finzi- Contini", recreando su Ferrara, haciendo que de alguna manera sea también nuestra e invitándonos a reencontrarla.

 

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23 de octubre de 2020
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Retorno a Ferrara II

Evocaba en la pasada columna algunos aspectos de la conmovedora novela El jardín de los Finzi- Contini. El padre del narrador afiliado al partido fascista desde los orígenes pese a su condición de hebreo, intenta conllevar la reciente promulgación de las leyes raciales con la voluntad de engañarse, diciéndose a sí mismo que en realidad, a diferencia de lo que ocurría en Alemania, la situación italiana era tolerable. Tolerable pese a la prohibición de los matrimonios mixtos, de que los jóvenes de raza hebrea quedaban excluidos de formación en escuelas, institutos y universidades públicas y asimismo quedaban exentos del "honor" de cumplir el servicio militar. El narrador describe el altercado con su padre:
-"Espero que no vayas a contarme otra vez la historia de siempre-le interrumpí al llegar aquí, moviendo la cabeza
-¿Qué historia?
-La de que Mussolini es mejor que Hitler.
-Ya, ya -dijo él- Pero tienes que admitir que Hitler es un loco sanguinario, mientras que Mussolini, mira será lo que sea, maquiavélico y chaquetero si quieres , pero..."
"Spero che tu non voglia ripetermi la solita storia", lo interrupppi a questo punto, scuotando il capo-
"Quale Storia?"
"Che Mussolini e più buono di Hitler"
"Ho capito, ho capito, fece lui "Pero deve ammetterlo. Hitler è un pazzo sangunario, mentre Mussolini sarà quello che saraà, machiavellico e voltagabbana fin che vupoi, ma..."
( Il giardino dei Finzi-contini.Universali economica Feltrinelli, Milano 1912. P.51. Traducción en español a cargo de Juán Antonio Méndez, Acantilado 2017 p.70).
Y el narrador recuerda entonces a su padre un artículo de Leon Trotsky publicado en 1931 en la Nouvelle Revue Française en la que el teórico y revolucionario ruso sostenía que, en fase de expansión imperialista, el capitalismo debía inevitablemente mostrarse intolerante con las minorías nacionales. Y dado que la comunidad hebrea era la minoría emblemática, el ascenso verdadero de Hitler (que tenía lugar ese mismo año 31) presagiaba el devenir de los hebreos... en Alemania como primer paso, en la Italia de ese 1938, y en la turbia Francia de Pétain unos años más tarde.

Una de las paradójicas consecuencias de la derrota de los países del llamado socialismo real y consiguiente desprestigio (al menos durante unos años) del análisis social de inspiración marxista, fue que el fenómeno del nacional-socialismo dejó de ser contemplado en términos racionales, es decir: dejo de ser considerado como la manifestación en un país concreto (Alemania para el caso) de un recurso general del capitalismo cuando la democracia formal se volvía peligrosa, pasando a ser contemplado como un fenómeno... casi genuinamente alemán. 

Restringido así esa calamidad a una de sus proyecciones y erigida en El mal haciendo abstracción de sus causas sociales, lógico es que la "compañía de Hitler" (expresión del poeta catalán Pere Quart en "Correndes d' exili") quedara de alguna manera relegada. Sin duda no es (¿aún?) compatible con las formas políticas estándar reivindicarse de Pétain, Salazar, Franco, Mussolini o el siniestro fascista belga Léon Degrelle. Pero se han hecho pinitos al respecto en todos y cada uno de los países respectivos de estos redentores de patrias, (mientras que la amenazante Alternative für Deutschland evita - al menos en las declaraciones formales y símbolos- la vinculación a la figura de Hitler).

Personajes todos ellos que, al igual que el Führer, tuvieron a un momento respaldo popular y apoyo parlamentario suficientes para alcanzar el poder. Excepción es sin duda el caso de Degrelle, quien sin embargo en las elecciones de 1937 obtuvo casi el 20 por ciento de los votos, unidos fascistas wallones y nacionalistas flamencos del racista Vlaamsch Nationaal Verbond (VNV) (¡curioso que el odio al débil hubiera logrado aunar a estas dos comunidades tan sobrecargadas de prejuicios mutuos que las separan!) . Fundador de un movimiento llamado Christus Rex, Degrelle llegó a ser miembro de la Waffen SS, dentro de una división valona. Cuando era inminente la derrota de Alemania, consiguió refugio en España dónde, (cobijado por el régimen, sordo a las órdenes de detención por crímenes contra la humanidad) obtuvo la nacionalidad española y acabó su vida en Málaga en 1994. Cierto es que no más lúcidos respecto a la diferencia entre nazis y otros supremacistas fueron los que vivieron en los países afectados, quizás ya no en los momentos álgidos de la ferocidad fascista, pero sí en los albores.

Me refería antes al impacto que "Il giardino dei Finzi- Contini" tuvo en jóvenes de mi generación que accedieron a la misma. Una de las razones era quizás que, crecidos en franquismo , como Micòl, Alberto y Giorgio lo fueron en el fascismo, la calima que envolvía la bella y serena Ferrara, la inserción de su cultura e historia en pomposas construcciones ideológicas, la canalización del sentimiento de identidad de sus habitantes por la erección grotesca de la latinidad en arianismo, constituían un espejo en el que reconocíamos la situación quizás de las propias ciudades españolas: ciudades también cargadas de historia y cargadas asimismo de distorsión de esta historia por la mentira cutre que llegaba a evocar montañas nevadas en tierras de secano.

Il Giardino dei finzi-Contini es sin lugar a dudas una gran novela política, lo cual no excluye que sea indisociablemente uno de los más punzantes relatos sobre la reducción de los seres a memoria, y sobre la imposible solución del nudo que agarrota en el vínculo afectivo. De ello me ocuparé en la próxima columna.

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16 de octubre de 2020
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