Víctor Gómez Pin
Las catástrofes suelen llamar al sálvese quien pueda, en caso de caos, y como alternativa a una exacerbación del orden. Con su lúcida visión de las imbricaciones entre calamidad natural y mal social, Albert Camus habla de catástrofes en dos de sus obras. La una es la famosa La peste que tiene lugar en Orán. Pero hay una segunda a la cual ya me he referido aquí: la obra teatral «L’État de siège» que transcurre en Cádiz. Recuerdo la trama:
La ciudad baña en una atmósfera de infección moral concretizada en el nombre mismo, Peste, de un jerarca que identifica orden con disciplina, vigilancia y cifrado de los comportamientos de los ciudadanos. Aterrorizados, todos se pliegan, excepto Diego, el protagonista, que a un momento dado exclama:
«¡Habéis creído que todo se reduce a cifras y fórmulas! Pero con vuestra brillante nomenclatura habéis olvidado la rosa salvaje, los signos del cielo, las rostros del verano, la gran voz del mar, los instantes de desgarro y la cólera de los hombres!»
Como consecuencia de la actual situación de pandemia se asiste hoy a un renacimiento de la idea de «ciudad amurallada». Pero en una época en la cual cada país está interconectado con los demás y el intercambio de información es un ingrediente fundamental de la economía, la exigencia de aislamiento se traduce en el incremento de la comunicación «a distancia». Este compromiso es facilitado por el progreso tecnológico, pero a la vez sirve de acicate para la investigación en este terreno.
Ante la simple posibilidad de una nueva pandemia, o la repetición de la misma, en los próximos tiempos se asistirá a una actualización de los dispositivos que acentúen la telecomunicación a todos los niveles, en primer lugar el educativo, pero sin excluir el afectivo Por eso es tan importante luchar, aunque las posibilidades de éxito sean escasas, porque el control de la telecomunicación no siga en manos de aquellos que Javier Echeverría denomina «Señores del aire», cuyo poder podría (como un análogo contemporáneo del jerarca Peste de Camus) reducir efectivamente nuestras vidas a dígitos y nomenclaturas.