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En la catástrofe (II): en el papel del Technites

Por 10 de noviembre de 2020 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Marcando el sendero que seguirá Darwin, Charles Lyell sustituye un relato mítico por hipótesis científicas. Nosotros somos hijos de Lyell y Darwin, pero también somos hijos del mito bíblico, en la medida misma en que lo tomamos como tal, no como un competidor de la explicación científica, ni como un refugio para paliar sus corolarios, concretamente por lo que se refiere a la finitud del hombre.

En 1831 la competición del relato bíblico con la ciencia era aun posible, precisamente porque la teoría de la evolución de las especies naturales no estaba conceptualmente asentada y, en ausencia de concepto, una metáfora, o la concatenación de expedientes literarios que traban un mito, ya es mucho, incluso como elemento de explicación.

Mostraba en la columna anterior que el tema de las catástrofes cíclicas ha sido en ocasiones reivindicado desde posiciones cercanas a la sensibilidad científica. Pero ateniéndose a los relatos de carácter indiscutiblemente mítico, y cuya fuerza radica fundamentalmente en el vigor literario, no todos presentan la catástrofe como cíclica, y cuando así es, no siempre le atribuyen las consecuencias devastadoras para el orden natural que hemos visto en el texto de Platón.

Pues aun en el mayor de los diluvios, cubriendo el agua incluso las más elevadas cumbres y arrasando toda vida que quede a la intemperie, la conservación de las especies amenazadas es posible, a condición de que entre ellas se encuentre esa especie singular que, por su capacidad de efectuar razonamientos, es susceptible de baremar los efectos de la catástrofe (además de intuir su inminencia, como lo hacen los representantes de otras especies) y, por su capacidad de forjar cosas que la naturaleza no depara por sí misma, es susceptible de paliar la intensidad de tales efectos, o al menos hacer reversibles sus consecuencias. Recordemos: "Aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas del cielo fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches".

El diluvio, que abolía la diferencia entre el desierto y sus oasis, habría hecho desaparecer toda vida reconocible si Noé, inspirado por su dios pero considerado loco por los hombres, no hubiera construido pacientemente, a lo largo de 120 años, su arca en el desierto y dado cobijo en ella a representantes de especies animales. Vale la pena detenerse con cierto detalle en este aspecto, no sin antes una precisión que evitará equívocos.

Cierto es que la narración bíblica sigue aun funcionando como expediente para no asumir la finitud, en ocasiones de forma casi vergonzante, usando un barniz de cientificidad (la teoría del llamado "designio inteligente" es uno de los disfraces), que traiciona de hecho el auténtico valor, el que le confiere simplemente su dignidad literaria, gracias a la cual lo que fue designado como "El libro" permite buscar otra cosa que explicación o consuelo.

En el mito del diluvio buscamos concretamente que, a través de los recursos narrativos, se ejemplarice algo esencial, a saber, el enorme peso de esa unidad inextricable de técnica y arte, designada por el término griego "téchne", por la que el hombre se singulariza entre las especies animales. Buscamos en Noé un símbolo del hombre como paciente y laborioso technites, condición que, pese a la intensidad de la catástrofe, hará posible la persistencia de una naturaleza vivificada por especies animales.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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