Víctor Gómez Pin
-"Espero que no vayas a contarme otra vez la historia de siempre-le interrumpí al llegar aquí, moviendo la cabeza
-¿Qué historia?
-La de que Mussolini es mejor que Hitler.
-Ya, ya -dijo él- Pero tienes que admitir que Hitler es un loco sanguinario, mientras que Mussolini, mira será lo que sea, maquiavélico y chaquetero si quieres , pero…"
"Spero che tu non voglia ripetermi la solita storia", lo interrupppi a questo punto, scuotando il capo-
"Quale Storia?"
"Che Mussolini e più buono di Hitler"
"Ho capito, ho capito, fece lui "Pero deve ammetterlo. Hitler è un pazzo sangunario, mentre Mussolini sarà quello che saraà, machiavellico e voltagabbana fin che vupoi, ma…"
( Il giardino dei Finzi-contini.Universali economica Feltrinelli, Milano 1912. P.51. Traducción en español a cargo de Juán Antonio Méndez, Acantilado 2017 p.70).
Y el narrador recuerda entonces a su padre un artículo de Leon Trotsky publicado en 1931 en la Nouvelle Revue Française en la que el teórico y revolucionario ruso sostenía que, en fase de expansión imperialista, el capitalismo debía inevitablemente mostrarse intolerante con las minorías nacionales. Y dado que la comunidad hebrea era la minoría emblemática, el ascenso verdadero de Hitler (que tenía lugar ese mismo año 31) presagiaba el devenir de los hebreos… en Alemania como primer paso, en la Italia de ese 1938, y en la turbia Francia de Pétain unos años más tarde.
Una de las paradójicas consecuencias de la derrota de los países del llamado socialismo real y consiguiente desprestigio (al menos durante unos años) del análisis social de inspiración marxista, fue que el fenómeno del nacional-socialismo dejó de ser contemplado en términos racionales, es decir: dejo de ser considerado como la manifestación en un país concreto (Alemania para el caso) de un recurso general del capitalismo cuando la democracia formal se volvía peligrosa, pasando a ser contemplado como un fenómeno… casi genuinamente alemán.
Restringido así esa calamidad a una de sus proyecciones y erigida en El mal haciendo abstracción de sus causas sociales, lógico es que la "compañía de Hitler" (expresión del poeta catalán Pere Quart en "Correndes d’ exili") quedara de alguna manera relegada. Sin duda no es (¿aún?) compatible con las formas políticas estándar reivindicarse de Pétain, Salazar, Franco, Mussolini o el siniestro fascista belga Léon Degrelle. Pero se han hecho pinitos al respecto en todos y cada uno de los países respectivos de estos redentores de patrias, (mientras que la amenazante Alternative für Deutschland evita – al menos en las declaraciones formales y símbolos- la vinculación a la figura de Hitler).
Personajes todos ellos que, al igual que el Führer, tuvieron a un momento respaldo popular y apoyo parlamentario suficientes para alcanzar el poder. Excepción es sin duda el caso de Degrelle, quien sin embargo en las elecciones de 1937 obtuvo casi el 20 por ciento de los votos, unidos fascistas wallones y nacionalistas flamencos del racista Vlaamsch Nationaal Verbond (VNV) (¡curioso que el odio al débil hubiera logrado aunar a estas dos comunidades tan sobrecargadas de prejuicios mutuos que las separan!) . Fundador de un movimiento llamado Christus Rex, Degrelle llegó a ser miembro de la Waffen SS, dentro de una división valona. Cuando era inminente la derrota de Alemania, consiguió refugio en España dónde, (cobijado por el régimen, sordo a las órdenes de detención por crímenes contra la humanidad) obtuvo la nacionalidad española y acabó su vida en Málaga en 1994. Cierto es que no más lúcidos respecto a la diferencia entre nazis y otros supremacistas fueron los que vivieron en los países afectados, quizás ya no en los momentos álgidos de la ferocidad fascista, pero sí en los albores.
Me refería antes al impacto que "Il giardino dei Finzi- Contini" tuvo en jóvenes de mi generación que accedieron a la misma. Una de las razones era quizás que, crecidos en franquismo , como Micòl, Alberto y Giorgio lo fueron en el fascismo, la calima que envolvía la bella y serena Ferrara, la inserción de su cultura e historia en pomposas construcciones ideológicas, la canalización del sentimiento de identidad de sus habitantes por la erección grotesca de la latinidad en arianismo, constituían un espejo en el que reconocíamos la situación quizás de las propias ciudades españolas: ciudades también cargadas de historia y cargadas asimismo de distorsión de esta historia por la mentira cutre que llegaba a evocar montañas nevadas en tierras de secano.
Il Giardino dei finzi-Contini es sin lugar a dudas una gran novela política, lo cual no excluye que sea indisociablemente uno de los más punzantes relatos sobre la reducción de los seres a memoria, y sobre la imposible solución del nudo que agarrota en el vínculo afectivo. De ello me ocuparé en la próxima columna.