Pero frente a esta perspectiva, lo más inquietante no es la materia de que estarán hecha los periódicos, ni la forma en que las noticias llegarán a nosotros, sino cómo estará definido en términos éticos y de sustancia el universo de la información, desde luego que cualquiera que sea el mundo en que vivamos, siempre dependeremos de la necesidad de saber lo que ocurre. Nadie ha previsto por el momento un mundo de seres solitarios, que no tengan que comunicarse entre sí. Y no deberíamos preverlo sin la libertad de elegir las maneras de informarnos.
Recordemos, por fin, que una edición dominical del New York Times consume en papel el equivalente a doscientas hectáreas de bosques, pese al nacimiento de la industria del papel reciclado libre de ácidos. De modo que quizás la desaparición de los medios de comunicación impresos ayudaría en algo a restablecer el equilibrio de la biosfera, en riesgo tan grave. Es un decir, sin embargo. Quisiera siempre un mundo a salvo de los riesgos ecológicos, pero con periódicos tal como los conozco, y con libros. Los adorables libros con su leve peso entre las manos, que siempre empiezo por oler, cuando nuevos, tan sensual su aroma a papel recién cortado y tinta fresca, tan buen y perfecto regalo de los sentidos…
Pidamos entonces a los dioses que nos libren de la terrible fantasmagoría del Fahrenheit 451, el grado de temperatura a que arde el papel, el peor de los holocaustos imaginado en su novela de 1953, de ese nombre, por Ray Bradbury.
