Sergio Ramírez
Todo esto de la celeridad de los cambios tecnológicos podrá parecer banal, por la costumbre, pero deberíamos recordar que en el siglo XIX un solo invento, o quizás dos a lo sumo, marcaban a toda una generación. En la espléndida novela Orlando de Virginia Wolf, el ferrocarril que atraviesa con ímpetu trepidante las praderas de Inglaterra es el invento crucial, como para la generación anterior lo había sido la máquina de vapor, y para la siguiente lo sería el cable submarino.
La revolución tecnológica, que hoy aparece apenas en su infancia, asombrará dentro de pocos lustros por lo primitivo de sus instrumentos, como nos ocurre hoy con las películas mudas en las que es posible advertir cómo se mueven los telones de los escenarios ante un soplo de aire, o con las venerables máquinas de teletipo que traqueteaban día y noche en las redacciones de los periódicos dejando serpentear en el suelo las tiras con los despachos cablegráficos.
Teletipo es ya una palabra desaparecida. Cuarto oscuro es otra que desaparecerá también. A un redactor recién salido de la escuela de periodismo habría que empezar a explicarle la palabra linotipo, sino es que se la enseñaron en la materia de historia del periodismo; aún a mí me resulta hoy difícil de creer que en un tiempo fue necesario componer un texto en un armatoste con teclado, manejado por un operario, en el que una barra de plomo al rojo vivo iba derramándose en moldes que formaban lingotes línea por línea.