Sergio Ramírez
Pertenezco a la generación de la mitad del siglo XX y creo que, como ninguna otra, esa generación pudo atestiguar cambios centelleantes y diversos, muchos de ellos simultáneos, creados por la aceleración de la tecnología. De niño conocí en mi pueblo natal de Masatepe el telégrafo en clave Morse, el teléfono de magneto con manivela y el radio de tubos con antena aérea, y cuando llegué a León para estudiar derecho, allí los periódicos locales se componían todavía con tipos móviles escogidos a gran velocidad por las cajistas en los chibaletes, y se imprimían en prensas manuales de rueda con manubrio, como esas de los grabados de las novelas de Balzac.
Pareciera que estamos hablando de la antigüedad, pero eso fue ayer mismo. Al fin y al cabo, todos somos hoy del siglo pasado, ya dije. Y en las décadas siguientes he ido pasando de la máquina de escribir eléctrica a la computadora, de la humilde Kodak Instamatic a la cámara digital, del avión de hélice al avión a reacción, de las cartas aéreas a los mensajes por correo electrónico, y al blog. ¿Por qué habría de extrañarme entonces que, en unas pocas décadas más, los periódicos sean de cuarzo flexible, o de una materia parecida, y las noticias cambien frente a nuestros ojos?
Vayámonos acostumbrando entonces a decir adiós, a lo mejor, al suave y viejo papel, pero no, por favor, a nuestra privacidad, ni demos nunca la bienvenida al big brother que todo lo ve, y todo lo quiere saber.